de la Perfección Cristiana POR ANTONIO ROYO MARIN, O. P. PRÓLOGO DEL EXCMO. Y RVDMO. SR. DR. ALBINO G. MENENDEZ-REIGADA SEXTA EDICION BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS MADRID • MCMLXXXVIII BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS Declarada de interés nacional - -- 114 --- ESTA COLECCIÓN SE PUBLICA BAJO LOS AUSPICIOS Y ALTA DIRECCIÓN DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA LA COMISIÓN DE DICHA PONTIFICIA UNIVER¬ SIDAD ENCARGADA DE LA INMEDIATA RELA¬ CIÓN CON LA BAC ESTÁ INTEGRADA EN EL AÑO 1988 POR LOS SEÑORES SIGUIENTES: Presidente: Emmo. y Rvdmo. Sr. Dr. Angel Suquía Goicoechea, Cardenal Arzobispo de Madrid-Alcalá y Gran Canciller de la Universidad Pontificia. Vicepresidente: limo. Sr. Dr. Gerardo Pastor Ramos, Rector Magnífico , Vocales: Dr. Ricardo Blázquez Pérez, Vicerrector Académico; Dr. José Manuel SÁNCHEZ Caro, Decano de la Facultad de Teología; Dr. Juan SÁNCHEZ y Sán¬ chez, Decano de la Facultad de Derecho Canónico ; Dr. Manuel Capelo Martínez, Decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología; Dr. Antonio Pintor Ra¬ mos, Decano de la Facultad de Filosofía; Dr. José Oroz Reta, Decano de la Facultad de Filología Bíblica Trilin¬ güe; Dr. Juan Antonio Cabezas Sandoval, Decano de la Facultad de Pedagogía; Dra. M." Francisca Martín Tabernero, Decana de la Facultad de Psicología; Dr. José Sánchez Vaquero, Secretario General de la Univer¬ sidad Pontificia. SECRETARIO: Director del Departamento de Publicaciones. MADRID ® MCMLXXXVIII INDICE GENERAL Páginas Prólogo del Rvdmo. Fr. Albino G. Menéndez-Reigada, O. P., . xm Nota del autor......... ... xxxvn Carta del P. Garrigou-Lagrange al autor... xli Carta del P. Philipon al autor........i.'. ..... xliii Juicio crítico de D. Baldomero Jiménez Duque..... xlv Resumen histórico-bibliográfico. ........ .... . i introducción general. ..... 27 PRIMERA PARTE Principios fundamentales de la vida cristiana Capítulo i.—E l fin de la vida cristiana. . . .v; ... 47 Capítulo 2,—La Santísima Trinidad. ., . . 51 Capítulo 3.—La configuración con Jesucristo.. . .70 Capítulo 4.—La Virgen María y nuestra santificación... 88 Capítulo 5.—La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. .. 100 SEGUNDA PARTE El organismo sobrenatural y la perfección cristiana Capítulo i.—N aturaleza y organismo de la vida sobrenatural.... 112 Artículo 1 .—La gracia santificante.. .... 114 Articulo 2 .—Las potencias sobrenaturales... 125 I.—Las virtudes infusas,... 126 IL—Los dones del Espíritu Santo. ..... ,.... 144 Artículo 3,—Las gracias actuales, ;■■..... . 183 Capítulo 2 .—La perfección cristiana. . 187 Capítulo 3.—Naturaleza de la mística. . . .. 224 Capítulo 4.—Relaciones entre la perfección y la mística. 256 TERCERA PARTE El desarrollo normal de la vida cristiana Introducción. ....... 271 LIBRO I.—Aspecto negativo de la vida cristiana... 280 Capítulo i.—L a lucha contra el*pecado..¿ . 281 Artículo z .—El pecado mortal 1 «. 281 X Indice general Páginas Artículo 2 .—“El pecado venial. 286 Artículo 3.—La imperfección. 292 Capítulo 2.—La lucha contra el mundo. 297 Capítulo 3.—La lucha contra el demonio. 3 o 1 Artículo 1 .—La tentación.. 3 o1 Artículo 2 .—La obsesión diabólica. 308 Artículo 3.—La posesión diabólica. 3!3 Capítulo 4.—La lucha contra la propia carne. 3 2 4 Artículo 1 .—La sed insaciable de gozar.. 324 Artículo 2,—-El horror al sufrimiento. 33 2 Capítulo 5.—La purificación activa de las potencias.. 340 Artículo 1.—Necesidad de esta purificación. 34 ° Artículo 2.—La purificación activa de los sentidos. 343 A) Externos. 345 B) Internos. 35 8 Artículo 3 .—Purificación activa de las pasiones.. 364 Artículo 4 .—Purificación activa de las potencias del alma. .372 Capítulo 6.—Las purificaciones pasivas... 39 ° Artículo 1 .—Necesidad de las purificaciones pasivas. 390 Artículo 2 .—La noche del sentido. 395 Articulo 3 .—La noche del’espíritu.. 407 LIBRO II.—Aspecto positivo de la vida cristiana. 412 I. Leyes fundamentales del desarrollo de la vida cristiana . 414 II. Medios fundamentales para el desarrollo de la gracia . 414 Capítulo i.—L os sacramentos. 43 ° Artículo 1.—Los sacramentos en general..... 43 1 Artículo 2 .—El bautismo. 437 Artículo 3 .—La confirmación... 44 1 Artículo 4.—La penitencia. 444 Artículo 5.—La eucaristía.. .. 45 2 a) Como sacramento.. 453 b) Como sacrificio. 459 Artículo ó.—La; unción de los enfermos .. • 4^4 Artículo 7.—El orden sacerdotal.. 4^ Artículo 8 .—El matrimonio. 469 Capítulo 2.—Las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo... . 474 A) Las virtudes teologales. 474 Artículo 1. —La. virtud de la fe. ). . 474 El don de entendimiento...'-. 48° El don de ciencia. 488 Artículo 2 .—La virtud de la esperanza. 49 6 El don de temor. 502 Artículo 3 .—La virtud de la caridad. . .y. .. 510 El don de sabiduría..... .... 528 Indice general XI Páginas B) Las virtudes morales... 539 Articulo 4 .—La virtud de la prudencia. 540 El don de consejo. 547 Articulo 5.—La virtud de la justicia. 553 El don de piedad. 569 Articulo 6.—La virtud de la fortaleza. 588 El don de fortaleza. 596 Artículo 7.—La virtud de la templanza... 603 El don de temor y la virtud de la templanza. 625 Capítulo 3.—La vida de oración. 626 Sección /.—De la oración en general.... 627 Sección II .—La oración litúrgica y la pavada... Ó41 Sección III .—Los grados de oración. Ó50 A) Etapa predominantemente ascética. 652 B) Etapa predominantemente mística. 682 III. Medios secundarios para el desarrollo de la gracia . 752 Capítulo 4.—Medios secundarios internos...... 752 I. Resortes psicológicos. 752 A) Que afectan al entendimiento. 753 Artículo i .-—La presencia de Dios. 753 Artículo 2.—El examen de conciencia. 756 B) Que afectan a la voluntad. 759 Artículo 3 .—'La energía de carácter.. 765 Artículo 4 .—El deseó de la perfección. 765 Artículo 5.—La conformidad con la voluntad de Dios. . . . 769 Artículo 6 .—La fidelidad a la gracia.. 777 IL Resorte fisiológico. 784 Artículo 7.—Mejora del propio temperamento. 784 Capítulo 5.—Medios secundarios externos... 791 Artículo 1 .—El plan de vida.. 791 Artículo 2 .—La lectura espiritual. 793 Artículo 3 .—Las amistades santas.. 796 Artículo 4 .—El apostolado.... 800 Artículo 5.— La dirección espiritual. 808 Apéndice: El discernimiento de los espíritus. 835 LIBRO III.—La perfección cristiana en los diversos estados de vida... 845 Artículo r.—En el estado sacerdotal. 846 Artículo 2 .—En el estado religioso.. 859 Artículo 3.—En el estado seglar..' 865 XII Indice general. CUARTA PARTE LOS FENÓMENOS MÍSTICOS EXTRAORDINARIOS Páginas Introducción.... 879 Nociones previas.;... 880 Capítulo i.—L as causas de los fenómenos extraordinarios. 885 ArtícuZo 1.—Dios como autor de los fenómenos místicos.. 885 Artículo 2 .-.-Las causas puramente naturales. 896 Artículo j .—Lo diabólico. . . 9°4 Capítulo 2.—Los fenómenos en particular.. 907 I. Fenómenos de orden cognoscitivo.,.. 908 1. Visiones. 908 2. Locuciones. .. ; .. 913 3. Revelaciones... ............ 915 4. Discreción de espíritus. .. 918 5. Hierognosis. 921 6. Otros fenómenos de conocimiento. ..... 923 II. Fenómenos de orden afectivo... 925 1. El éxtasis místico no es gracia gratis dada.;. . .. 925 2. Los incendios de amor. 926 III. Fenómenos de orden corporal.... 928 1. Estigmatización. 928 2. Lágrimas y sudor de sangre.. ---- . ..- 934 3. Renovación o cambio de corazones.-. 935 4. Inedia...;. 937 5. Vigilia..,. 939 6. Agilidad.. 94° 7. Bilocación. 94* 8. Levitación......i. 948 9. Sutileza.... 95 1 10. Luces o resplandores.. i.. 95 2 11. Perfume sobrenatural. 954 Conclusión. ; . 957 Indice analítico .. 959 Indice onomástico. 979 Indice de materias. 986 PROLOGO i Iba Jesús con sus apóstoles atravesando Samaría camino de Galilea, y al llegar a las proximidades de Si car, fatigado y sediento, se sentó en el brocal del pozo de Jacob, mientras sus discípulos se dirigían a la próxima ciudad en busca de alimentos. Era ya pasado el mediodía. Y en esto, llega una mujer samaritana a sacar agua del pozo. Y Jesús le dijo: «Dame de beber». Extrañóse la mujer al oír esto y replicó: « ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? Samari- tanos y judíos no nos tratamos». Y respondió Jesús: «Si cono¬ cieses el don de Dios y quién es el que te dice dame de beber , tú serías la que a mí me lo pidieses, y yo te daría a ti a beber agua viva... Quien bebe del agua de este pozo, vuelve a tener sed; mas quien bebe del agua que yo le diere, no volverá a tener sed jamás, porque se hará en su interior como una fuente que salta hasta la vida eterna». Díjole entonces la mu¬ jer: «Señor, dame de ese agua para que yo no vuelva a tener sed ni tenga que venir más al pozo a buscarla».., jDichoso encuentro! Dos personas sedientas que por pri¬ mera vez se ven, que pertenecen a dos categorías de gentes, que viven distanciadas y rehuyendo el tratarse, y que, sin embargo, mutuamente se necesitan y se. completan.: Los dos tienen sed... Y la sed del uno la puede satisfacer el otro y la sed de ese otro tan sólo la puede satisfacer el primero. El uno es Jesús; el que al morir en la cruz se quejaba de su ardentí¬ sima sed, olvidándose de todos sus demás horribles tormentos. El otro es... la Samaritana, sin otro nombre; la mujer del pueblo cismático y hereje que se separó del pueblo de Dios; la mujer ardientemente apasionada y con una sed inextingui¬ ble en las entrañas que nada puede saciar; la que cambia de postura siete veces, y cambiará setenta, sin encontrar jamás lo que ansia. ¡Dichoso encuentro, por el cual el Dios huma¬ nado suspira y un alma sedienta y vacía ve delante de sí su tesoro, su felicidad! Acercábase Jesús a Jericó, rodeado por la turba inmensa que a todas partes le seguía. Y había en esta ciudad un hombreí xiv Prólogo llamado Zaqueo, que deseaba ver a Jesús ; pero no alcanzaba a verle por la turba, que le envolvía, siendo como él era pe¬ queño de estatura. Subióse entonces a un árbol que había en el camino por donde Jesús había de pasar. Zaqueo se conten¬ taba con verle, aunque fuera un poco de lejos. Zaqueo era rico y vivía tranquilo disfrutando de sus rique¬ zas. Era el tipo de hombre satisfecho. Y acaso su curiosidad por ver a Jesús era un poco frenada por un instintivo temor de que aquel taumaturgo, que tanto recomendaba la limosna y el desprecio a la riqueza, condenando la injusticia de los ricos fariseos, pudiese dirigirle a él alguna palabra perturba¬ dora de la tranquilidad de su dormida conciencia. Por eso, lo mejor era verle desde un árbol, un poco de lejos. : Mas Jesús al verle, envolviéndole en una mirada de infinitó amor, le dijo: «Baja del árbol, Zaqueo, que hoy quiero hospe¬ darme en tu casa». Y bajó Zaqueó corriendo. Y, acercándose a Jesús y sintiéndose por dentro transformado y Heno de gozo, exclamó: «La mitad de mis bienes, Señor, estoy dispuesto a dar a los pobres; y si a alguno he podido defraudar, le devol¬ veré el cuádruplo». Con sólo ponerse en la presencia del Señor y oír sus pala¬ bras, se sintió Zaqueo inundado por un torrente de luz y es¬ tremecido en oleadas de esa inefable felicidad que sólo trae consigo el verdadero amor. ,Y cambió súbitamente la escala de valores que en su alma tenía establecida y que informaba toda su conducta. Y comenzó a amar lo que no amaba—a Jesús y a cuanto Jesús representa...—y a despreciar lo que amaba —las riquezas, a las que dedicaba todos sus cuidados. Zaqueo es sencillamente uno más de los que el Evangelio nos presenta que, al conocer a Jesús y al contacto de Jesús, se transforman... para su bien, para su felicidad, para su glo¬ ria. Y para bien y felicidad y gloria de la hu¡fnanidad entera. Y el Evangelio es eterno. Lo que importa hoy como ayer es que los hombres conozcan a Jesús, que se pongan en relación con El, que es Fuente de salvación y de vida. Por el camino de Damasco marcha Saulo presuroso en busca de cristianos que encarcelar y condenar. Un amor ardentísimo a su pueblo, a sus tradiciones y a sus ideales ju¬ daicos le empuja hasta el sacrificio. Conoce a Cristo de oídas, y le conoce mal. Y porque le conoce mal, y así, mal conocido, le encuentra en oposición con sus ideales, le odia y le persigue. De pronto, úna luz intensísima que del cielo bajaba le deslumbró, haciéndole perder el equilibrio y caer en tierra. Prólogo xv Y oyó una voz que decía; «Saulo, Saulo, ¿por qué me persi¬ gues?» Voz que a su vez oyeron/ aunque sin ver la luz, los que le acompañaban. Y Saulo preguntó; «Señor, ¿quién eres?» Y otra vez la voz: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Leván¬ tate y entra en la ciudad,, y allí se te dirá lo que has de hacer». Levantóse Saulo sin ver nada; y, llevado por los suyos, se dirigió a la ciudad, donde estuvo tres días ciego y sin comer ni beber, porque la luz interior le había cortado toda comu¬ nicación con el mundo de fuera. Y allí le vino a ver Ananías, el‘discípulo de Cristo, para darle a conocer debidamente el Evangelio y en nombre de Jesús decirle lo que tenía que hacer respondiendo a su pregunta «¿Qué quieres que yo haga?» Y Saulo vio la Luz. Conoció a Cristo y le amó con arden¬ tísimo amor y se le entregó por entero hasta llegar a decir: «Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí». Para afirmar en seguida que rebosaba de gozo en cuantas tribulaciones padecía por el amor de Jesús . Y de perseguidor se convirtió en vaso de elección y apóstol de las gentes para llevar el nombre de Jesús hasta los confines de la tierra y dar por El todos los instantes de su vida, todos los latidos de su cora¬ zón y hasta la última gota de su sangre. Saulos, Zaqueos y Samaritanas se encuentran a todas horas por los caminos de la vida. Esa sociedad nuestra de mitad del siglo xx en su mayor parte y en su parte más característica; eso que en lenguaje evangélico podríamos llamar mundo ; esa sociedad que muere de sed, y que para saciar esa sed sale de sí y emprende cada día nuevos caminos; esa sociedad muerta de miedo a la guerra, y que en plena guerra vive dentro y fuera de sí, porque ha perdido la clave para establecer un orden sobre el cual se asienta la paz; esa sociedad que adora ídolos y persigue vacíos ideales y se vuelve de espaldas a la luz , esclava y prisio¬ nera de sus más bajos instintos; esa sociedad que hace más de dos siglos viene «huyendo de Jesús, con el cual no quiere trato ninguno, y al que, siendo todo amor y todo dulzura, toma por un fantasma aterrador, siendo así que sólo en El puede encontrar lo que busca; esa sociedad de nuestros días está casi por completo compuesta de Saulos, Zaqueos y Sama¬ ritanas. Que esperan sin saberlo al Redentor. Que buscan, sin decírselo ni a sí mismos por cobardía , lo que El solo les puede dar, el agua viva que satisfaga plenamente su sed y salte hasta la vida eterna; la Luz bajada del cielo que les haga perder de vista los fantasmas que ahora les ilusionan y ver las cosas todas en su realidad verdadera, temporal o trascendente xvr Prólogo Esa sociedad no se trata con Jesús o le persigue por falta de costumbre, por una educación al revés, porque apenas ha oído hablar d^ El y le conoce mal, porque se han interpuesto pre¬ juicios y fantasmas que la atemorizan, porque no les dejan tiempo sus negocios, sus diversiones, sus placeres; porque*.., porque es más fácil dejarse ir, arrastrados por la corriente formada por instintos y pasiones y temor al qué dirán, que luchar como hombres y marchar como personas libres hacia un fin previamente establecido. Algunos, sin embargo, por especial providencia de Dios llegan a encontrarse con EL Y encontrándole y tratándole comienzan a conocerle. Y, en la medida en que le van cono¬ ciendo, le van amando; que el corazón se les va espontánea¬ mente hacia tanto Bien, hacia tanto Amor... Por eso abundan hoy tanto las conversiones, conversiones de primero, de se¬ gundo y de tercer grado: conversiones a la fe, conversiones a la gracia y conversiones a la vida de perfección y al estado reli¬ gioso. El libro que con estas líneas comienza podrá dar ocasión a muchos para ese dichoso encuentro con Jesús. ¡Hacía tanta falta! Porque si esta sociedad moderna llegase a conocer y pre¬ guntar siquiera un poco el don de Dios ... II El Evangelio comienza por ser una doctrina: «Id y ense¬ ñad». Era natural que así fuese, porque Cristo es la Verdad ante todo, Cristo es la Luz. Y es la verdad lo que predica: «Si. os digo la verdad, ¿por qué no me creéis?» Y para dar testimonio de la verdad ha venido al mundo. Mas como esa. verdad es a la vez humana y ^áivina y a la vez que ilumina los caminos de la vida temporal es ante todo sobrenatural, y, por lo mismo, trascendente al espíritu del hombre, por eso, tras su predicación, viene la fe. La fe, que nos abre las puertas del infinito; la fe,, que con su luz miste¬ riosa ilumina todos los grandes misterios de nuestra vida y de nuestra muerte; la fe, que sobre nosotros mismos nos levanta, poniéndonos en paz por dentro y por fuera y abriendo horizon¬ tes infinitos a nuestras esperanzas. Por eso, cuanto es más conocida esa verdad, de la cual nació la historia universal y el verdadero progreso humano, tanto más el hombre se eleva y se perfecciona. La verdad evangélica, la verdad de Dios, la verdad de la teología (ciencia de Dios), la verdad substancial, que es Cristo. «Veritas liberabit XVII Prólogo vos: La verdad os hará libres», con la verdadera libertad de hijos de Dios que han roto los hierros de las pasiones, en las que toda esclavitud se apoya. Una mirada a la historia universal para ir señalando en ella como con el dedo los períodos de mayor santidad, de mayor perfección, de más acelerado y sólido progreso humano, nos convencerá de que ésos son precisamente aquellos en que es más intensamente sentida y propagada la fe, más venerada la verdad evangélica, más cultivada y metida en la vida la teología. En los tres primeros siglos de luchas y de triunfos ince¬ santes brillaba la verdad con deslumbrante resplandor en hogueras y cruces de martirio. La verdad vivida más que la verdad predicada o estudiada. Después, esos cuatro siglos magníficos en que la Iglesia de Cristo realiza sus máximas empresas: salvar lo que del Imperio romano podía salvarse, sobre todo con la ingente construcción de su derecho , y civilizar a los pueblos bárbaros , convirtiéndolos en factores nuevos de progreso y de cultura. Y era todo en¬ tonces evangélica escuela y predicación. Era todo entonces teología, como se ve con sólo echar una mirada a esas inmen¬ sas bibliotecas de Santos Padres y escritores de todo género hasta pasado el período carolingio y apagarse los últimos res¬ coldos de nuestra cultura isidoriana. Después, la decadencia. Parece como si el hombre-huma¬ nidad, como si el individuo humano se cansara de estar mucho tiempo de pie. Que estar de pie y en puntillas, mirando al cielo y pugnando por elevarse, significa mantenerse a la altura de la verdad y de la virtud, que de la altura vienen: «El reino de los cielos padece violencia...» La invasión musulmana, por otra parte, había contribuido a obscurecer las tranquilas luces de la verdad con el incesante relampagueo de los puñales y las cimitarras. Pero estas épocas de forzosa austeridad y de inevitable esfuerzo preparan de nuevo al hombre para ponerse de pie y levantar la frente hasta que las luces de la verdad vuelvan a inundarla y sostenerla en los caminos del espíritu. Y vuelve en el siglo xn la teología, que en el siglo xnr llega a su máximo esplendor, extendiendo sus fulgores por todos los horizontes del saber humano. Una mirada otra vez a las bibliotecas y una mirada al santoral. Y una mirada a las instituciones sociales y políticas que allí germinan. Y una mirada a sus programas y a sus más caros ideales, no de una Sociedad de Naciones sin ley ni autoridad que las coordine y unifique, sino de una ver¬ dadera Sociedad Humana que a todos los hombres alcance, XVIII Prólogo porque todos son hijos de Dios y hermanos en }esucristo t y todos tienen el derecho y el deber de mutuamente ayudarse . Una mi¬ rada a nuestros templos de aquella época, y a nuestros poemas y a nuestra historia, y a todo el conjunto de la cultura europea, que a aquel siglo glorioso de la teología tanto debe. Teología por todas partes, todo es teología: teología en piedra (catedra¬ les y estatuas), teología en colores (pinturas y códices minia¬ dos), teología en versos (Berceo y Cantigas y Divina comedia), teología en representaciones escénicas (liturgia y danzas de la muerte...), teología en ensayos de historias particulares y de historia general o universal... Todo y por todas partes teolo¬ gía; porque todo giraba en torno de Dios y toda construcción tenía a Cristo por cimiento. Y otra vez el cansancio y la decadencia al correr del si¬ glo xiv y todo el xv. La teología cae y se extravía; la verdad se esconde; la moral deja el campo a la corrupción, que lo invade todo; y hasta las artes y la cultura pierden originalidad y brío, y todo es confusión y desorden. Guerras, intranquilidad por doquier, crímenes siempre impunes, si no es que imponga su castigo la personal venganza; total ausencia de autoridad y de justicia... Siempre lo mismo. «Porque te has vuelto de espaldas a la ciencia (a la ciencia divina, a la verdad trascen¬ dente), te rechazaré...», dijo Dios por un profeta. Y otra vez el exceso del mal volvió a los hombres cuerdos. Y otra vez volvió la teología a iluminar con los más vivos res¬ plandores el mundo. Y otra vez el mundo, como despertando, volvió a elevar el tono de su historia para dejar paso a ese glorioso siglo xvi y parte del xvii, que es uno de sus mejores períodos. Siglo de la teología, siglo de la luz (no de las luces). Siglo de caballeros; y santos, en que la tierra conocida casi se duplica en extensión y la-humanidad vé ante sus ojos atónitos abrírsele por delante horizontes infinitos nuncá sospechados. Y es el alma mater de todo esto la sagrada teología. Es la que crea el derecho internacional. Y vuelve a sentir a la hu¬ manidad como una sola familia. Y precisa las leyes por las que esa familia ha de regirse. Y:empuja de nuevo la literatura y las bellas artes hacia alturas aún hoy no superadas. Y afianza la personalidad del hombre, que nunca se siente tan grande y tan fuerte como cuando se apoya en Dios y pone a Cristo por ayudador y por modelo. En el siglo xvi, la teología lo llena todo. Se llena España de universidades, y en ellas se enseña principalmente teología y todo gira en torno a la teología. En los púlpitos se predica teología. En los confesonarios se enseña y se aplica la teología. Prólogo XIX Se escriben libros de piedad (ascética y mística) que no son sino teología. Y sale al teatro, en mucha mayor proporción que en el siglo xm, la teología (autos sacramentales)... y se escriben poemas de teología (la Cristiada, la Jerusalén liber¬ tada), Y está empapada en teología más de la mitad de Ja lírica. Y hasta en el Quijote, y en el Romancero, y... en la literatura picaresca se hacen constantes referencias a la teo¬ logía. Y mucho más aún en los libros destinados al buen gobierno de los pueblos y a la educación de los príncipes y, en general, a la formación de niños y jóvenes. Y en los proble¬ mas que suscita la conquista del Nuevo Mundo. Y,^en fin, en todo el ya entonces amplísimo contenido de la cultura humana. De tal manera, que bien se puede decir que ese siglo, el más alto y el más brillante de nuestra historia, está todo informado y empapado, más aún que el siglo xm, en el claro resplandor de la sagrada teología. Teología que en todas sus ramas florece (dogma, moral, derecho canónico, Sagrada Escritura, patrís¬ tica, mística, ascética...) y a todas las ciencias afines, en las que puede y debe influir (filosofía en todas sus ramas, derecho en las suyas, etc.), extiende su influjo. Siglo de esplendor teológico, siglo de intensa cultura y acelerado progreso hu¬ mano. III Después, siglos xvm y xix; otra vez la decadencia de la teología y otra vez la decadencia de la humanidad. Quizás esa decadencia no se note hasta bastante más tarde; quizás hasta nuestros días, pues aún hoy estamos recogiendo los frutos que en los siglos xvm y xix se sembraron. Recogiendo sus frutos bien amargos cuando ya viene iniciada por las cumbres una contracorriente de sana reacción, que se va afirmando más cada día. Poco importan, poco significan los progresos de las cien¬ cias experimentales. La humanidad en su conjunto retrocedió. ¿Cuándo estuvo la humanidad más atemorizada desde el tiem¬ po de los bárbaros? ¿Cuándo se abrieron entre pueblo y pue¬ blo, entre partido y partido, entre clase social y clase social, odios más agrios y más profundos abismos? ¿Cuándo sintió la humanidad como en nuestros días un tan profundo y extenso malestar y tan insolubles problemas como el de la vivienda, por ejemplo? ¿Cuándo se sintió más cansada y con más hastío de la vida , para la cual se siente impotente con una especie de abulia atenazadora, que no parece pueda conducirla sino a un suicidio colectivo por inacción —estéril y egoísta—o a un xx Prólogo suicidio catastrójicOy en el que todas sus fuerzas, en dos bandos concentradas, mutuamente se destruyan? . Desde la mitad del siglo xvii hasta principios del xx no hubo apenas teología. Y la que hubo, bastante desconectada de la vida y con débiles y, en general, no muy acertadas reac¬ ciones de sentido apologético (ontologismo, tradicionalismo, concordismo bíblico...) frente a los problemas candentes que la vida misma en esa época tan agitada y revuelta le presentaba, Y, al no haber teología, la reina del saber..,, no podía haber filosofía constructiva y sería, y todo el saber humano se en¬ cerró en el estudio de la materia como su objeto exclusivo. No había teología. Y la poca que había, concentrada en conventos y seminarios, sin contacto con la realidad; sin querer salir a la calle a recoger los problemas vivos que en ella pulu¬ laban. Hasta de los pulpitos—y no sé si podríamos decir de los ccnfesonarios—había huido la verdadera teología. Que si algo de ella a todos sitios llegaba, era tan desmenuzada y deshecha, tan falta de vida y sin visión total de conjunto, que, perdida la ligazón con los principios, apenas podía engendrar convicciones fuertes, ni apenas influir en la verdadera vida de las almas ni en la vida exterior de las humanas sociedades. Desde el siglo xvii, la teología dogmática había perdido su cohesión interior y su homogeneidad con la doctrina relativa a la fe eclesiástica . Contra todo lo cual reacciona maravillosa¬ mente el P. Marín Sola en su obra trascendental La evolución homogénea del dogma católico . En la moral, con el probabilismo primero y con las dos vías para llegar a la santidad (la ascética y la mística) después, se produce asimismo el desconcierto y la desorientación; porque ya no hay un camino para alcanzar la perfección, sino dos o muchos, cuantos tengan a su favor alguna razón de valor probable. En la mística, con la contem¬ plación adquirida y la autosuficiencia de lá ascesis se llega a tales extravíos, que hasta en conventos de monjas de clausu¬ ra (!) se llegan a prohibir por ciertos confesores las obras de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa... [Santos benditos, quién os lo diría cuando las estabais escribiendo!... Y, claro está, con una ausencia casi total de la teología en la vida o.con una teología así, .. ¿cómo habremos de admirarnos de que la gran masa de nuestras sociedades haya llegado a hundirse en ese paganismo crudo en que en nuestros días se debate? jLas sociedades cristianas y que por tales se tienen se distinguen ya tan poco de las que no lo son! Todo ese em¬ peñó por encerrar en las sacristías a la Iglesia y a la Religión Prólogo xxi no hubiera sido tan temible ni tan perjudicial si nosotros, los católicos, no hubiéramos perdido tanto nuestra influencia en la vida. IV El estudio de la teología puede considerarse dividido en dos etapas: la primera, de abstracción , de aquilatamiento de los conceptos o ideas, de método y de organización racional , de especulación rigurosa én suma, para que brille su unidad , su lógico encadenamiento , su totalidad , abarcando todo el hori¬ zonte del saber divino, al que todo el saber humano se sub¬ ordina; y la segunda* de integración o incorporación a la vida. Al análisis debe seguir de nuevo la síntesis; síntesis vital y articulada, pero menos abstracta y en lenguaje menos técnico y más sencillo. Las dos etapas son necesarias, y de ninguna de ellas podría impunemente prescindirse. La labor de la primera etapa está constituida principalmente por la esco¬ lástica; la segunda, por lo que hoy vuelve a hacerse y es abso¬ lutamente necesario hacer: labor de integración y acercamiento a la vida. Con lo cual se vuelve un poco al Evangelio, en el que apenas hay nada abstracto ni regido por las leyes de la lógica, sino una soltura y como un desorden vital, como el que la naturaleza—dentro de un orden superior admirable— por todas partes nos ofrece. La producción patrística, tan cerca del Evangelio todavía, prepara y como esboza ya de algún modo la escolástica. Y de todas esas anteriores manifestaciones de la verdad divina tiene algo que tomar la integración de la teología con la vida que hoy necesitamos. El libro para el que sirven estas líneas de prólogo tiene ciertamente algo de esto. Pero la época moderna de que veníamos hablando no puede clasificarse en ninguna de estas dos etapas. Viene a ser la debi¬ litación y acabamiento de la escolástica, sin llegar a esa inte¬ gración vital que ahora buscamos. Este debilitamiento y des¬ integración parte de la segunda mitad del siglo xvn. La moral se va separando cada vez más del dogma. Y, rota la comunica¬ ción con los principios de donde naturalmente fluye, sigue des¬ cendiendo hasta el casuísmo más extremista. Ya no es doctrina racional dentro de la fe, sino una especie de código penal o formulario de recetas para medir la moralidad de cada caso de los que se nos pueden «ir presentando en la vida. De la parte positiva, es decir, de las virtudes, se va haciendo, cada vez más, caso omiso. Todo el problema consiste en evitar pecados, j Gomo si eso fuera posible sin ir a la vez llenando el alma de XXII Prólogo cosa más sustanciosa I El Evangelio no es ley de prohibiciones y negaciones, sino de afirmaciones bien rotundas: amarás ...; sed perfectos ... Que si también se dice que es preciso negarse y morir,,,, no es sino para nacer de nuevo en Cristo y por Cris¬ to e , incorporados con El, como miembros de su Cuerpo místi¬ co, participar así de la vida misma de Dios; ego sum vita,,,; Veni ut vitam habeant et abundantius habeant ... Qui manducat meam carnem... habet vitam aeternam ... Y afirmaciones bien rotundas son también: orad , dad limosna, perdonad , haced bien a vuestros enemigos, bienaventurados los pacíficos , vivid unidos y sed uno («con una sola alma y un solo corazón»), como yo soy uno con el Padre y con el Espíritu Santo , y tantas y tantas más. La vida espiritual, la vida de las almas que buscan la per¬ fección se descuartizó también. Se falseó la idea de la mística, y, una vez falseada, se la combatió sin tregua ni descanso. Se perdió la idea de la relación entre lo natural y lo sobrenatural y la misión de cada uno de estos órdenes. Se prescindió en el estudio de la mística de lo verdaderamente teológico, y los mismos autores católicos se dejaron a veces influir por autores racionalistas, que, viendo sólo en la mística ciertos epifenóme¬ nos o simplemente accesorios o por entero extraños a ella, la habían reducido a un capítulo de psicología experimental de histéricos o anormales. La liturgia, por otra parte, había caído en un completo des¬ uso por parte de los fieles, para los cuales era cosa totalmente incomprensible y aburrida. Quizá todavía lo es hoy a pesar de lo que se trabaja por hacerla comprensible al pueblo. Y es que la liturgia no es fácil de comprender, ni siquiera de expli¬ car, si no es sobre principios muy ciaros (en lo que cabe) de dogma y de ciencia bíblica, de historia sagrada sobre todo, ya que una buena parte de la liturgia, está tomada del Antiguo Testamento, en el que todo es corrió anticipo simbólico y pro- fético de lo que después había de venir, de lo que a nosotros nos pasa y de lo que nosotros vivimos; pues, como nos dice San Pablo: «Omnia in figura contigebant illis: Todo lo ; que entonces les ocurría era figura de lo que después había de venir». En el ambiente profano—ciencias, literatura, bellas artes, derecho, política...—, no sólo no encontramos, como en los siglos xrn y xvi, ambiente y aromas cristianos, sino todo lo contrario. De cada adelanto de la ciencia en los siglos xvm y xix se hace un arma contra la religión. La política cuenta entre sus fines principales, y en formas más o menos declara¬ das, descristianizar a los pueblos. Prólogo xxni El derecho y la moral, después de haber echado a Dios de su campo, buscan afanosos un clavo ardiendo a que agarrarse, algo que les pueda servir de cimiento, por deleznable que sea, para sustituir «al que puesto está, que es Cristo Jesús». De este modo, ¿qué tiene de extraño que nada se tenga en pie, que todo se tambalee, que todo esté en crisis en los tiempos que corremos...? ¿No lo había anunciado ya, con mirada proféti- ca y lógica irrefragable, nuestro Donoso Cortés y el alemán Spengler, por no citar sino el primero y el último de la serie?... Faltó la teología, faltó la fe, y faltó, consiguientemente, como el alma de la humanidad. La razón autónoma no pudo sostenerse. Se perdió el sentido de la vida y, naturalmente, el de la muerte . Y, al querer suprimir misterios, todo se convirtió en misterio; y el hombre no encuentra por todas partes, ni dentro ni fuera de sí, sino insolubles problemas. Y esa nuestra voluntad con ansias infinitas, ¿adonde se encaminará?... ¿Ce¬ rrar los ojos? ¿Dejar que la bestia impere?... Pero hay algo vivo siempre a nuestro interior que no se sacia, que no se pue¬ de saciar con lo que se sacian las bestias. «Hicístenos, Señor, para ti, decía San Agustín, y nuestro corazón no descansa mientras no descanse en ti». V El libro que tienes en las manos, lector querido, es un libro de teología. Pero no de teología abstracta, sino viva e integral, que quiere llegar a ser el libro de tu vida. Te marca un ideal , el único. ideal que puede y debe escribirse con mayúscula: la posesión de Dios; Dios .mismo , que se te quiere dar por herencia sempiterna. Te marca un ideal, que es la santidad, que es la perfección; un ideal , que es la felicidad, la que tú buscas, la que tú ansias, y de la que tú tienes una sed tan ardiente, que con ninguna otra cosa puedes saciar. La felicidad, esa única felicidad para la que hemos sido creados, tan sólo puede ser lógicamente el resultado de la perfección. Porque sólo lo per¬ fecto alcanza plenamente sü fin. Y fin tiene que ser en nos¬ otros la felicidad, a la que todo en la vida sé ordena. El libro es dogma y es moral... Moral evangélica, que es moral de perfección; no moral puramente sinaítica, que no era sino un primer estadio, en una lenta y larga evolución, que había de coronar Jesucristo. «Nihil ad perfectum adduxit Lex»... Y dentro de la moral es ascética y mística, que no pueden ni deben separarse, porque no son dos vías , sino una sola, vista bajo dos aspectos distintos que mutuamente se completan. Es xxiv Prólogo serrinamente vida cristiana, que sin mística, ni siquiera cristia¬ na puede ser , porque la vida cristiana toda se mueve en el mis¬ terio. La vida cristiana comienza en el bautismo. Y el bautismo imprime carácter. Y ese carácter es algo de origen sobrenatu¬ ral que a nuestro ser natural se añade en forma indeleble. De suyo trae consigo la gracia—si no encuentra estorbo—que es un nuevo elemento sobrenatural añadido á nuestro ser, al que da nuevas exigencias y nuevas capacidades. Y la gracia» que forma en nosotros algo así como una segunda naturaleza de orden trascendente , de orden superior y divino, viene a cons-r tituir en nosotros como un nuevo principio de acción que a la acción nuestra natural se suma. Y ya nuestra vida será asi uh resultado de esos dos principios mientras prácticamente el uno no llegue a anular al otro por completo. Por lo cual podemos decir que, en un sentido amplísimo, la mística comienza en el bautismo, por el elemento sobrenatural que en él se nos in¬ funde, como el granito de mostaza sembrado en el jardín del alma. Y si es el elemento natural el que en absoluto predomina, el hombre vuelve a ser el hijo de Adán pecador, el hijo de Adán caído, el hombre animal de que nos habla San Pablo. Si, en cambio, prevalece en nosotros el elemento sobrenatural, lle¬ gará un día en que, después de haberse negado el hombre ple¬ namente a sí mismo, después de haber muerto uno a sí mismo para resucitar en Cristo y por Cristo, como una nueva criatura gobernada plenamente por el espíritu de Dios, pueda decir; «Ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí», y este fruto ahora maduro queda ya por el báutismo como sembrado en el alma. ( En el hombre natural hay, como si dijéramos, una doble naturaleza, correspondiente a los dos elementos de que se com¬ pone su ser; materia y espíritu o animalidad y alma . La primera obra por medio de los sentidos, por sus instintos y pasiones; la segunda, por medio de la razón y la voluntad . Mas como la naturaleza humana está caída y desordenada por el pecado, la razón está debilitada en sus funciones. Conoce mal la verdad, entre vacilaciones y sombras. Con lo cual no logra imponerse a los sentidos y potencias inferiores, que de suyo tienden a sus propios objetos sin el control de una razón libre que debida¬ mente las refrende y las dirija. El hombre natural está, pues, sometido a dos fuerzas: la fuerza especificativa. de la razón , débil e impotente en la práctica para reducir al orden las acti- Prólogo xxv vidades inferiores de su ser, y la fuerza o peso resultante de su animalidad , que tiende constantemente a desmandarse. Pero para nosotros los cristianos el hombre es algo más que animal racional; y para completar su definición habría que añadir: elevado di orden sobrenatural. Esta elevación al or¬ den sobrenatural no cambia su esencia—las esencias o sustan¬ cias no pueden cambiar (como los números) sin dejar dé ser lo que son—, pero perfecciona inmensamente su naturaleza. Como el fuego no cambia la sustancia del hierro que en él se introduce, pero modifica sensiblemente su naturaleza, sus ac¬ cidentes, sus maneras de obrar. Por esta elevación al orden sobrenatural, el hombre adquiere o puede adquirir ¡a gracia santificante , por la que viene a ser hijo de Dios y participante , de algún modo, de la naturaleza de Dios y del modo de obrar de Dios, Tenemos, pues, en el hombre tres principios de operación: la animalidad , la razón y la gracia, Y como cada una tiende a su propió objeto, de ahí la lucha interior en que el hombre vive, sin que : pueda alcanzar la verdadera paz , la que se apoya en el orden perfecto, por el que lo inferior debe estar sometido a lo superior, hasta que, muerto a sí mismo (totalmente someti¬ do), lo animal se someta a la razón y la razón se entregue y se someta totalmente a Dios, Y es de advertir que antes aún de que entre en el alma la gracia puede ya haber en ella algún elemento sobrenatural—sobre todo la fe—que ejerza también algún influjo en sus acciones y conducta. Podemos, pues, representar al hombre en orden a su ac¬ ción, a su conducta, a la dirección y rumbo de su vida por un sistema de fuerzas constituido en la siguiente forma: una fuer¬ za de actuación constante, la animalidad , que se ejerce en sen¬ tido vertical, hacia abajo, hacia lo sensible, hacia la tierra; otra fuerza de carácter espiritual, intermitente, la razón, que se ejerce y tiende a llevarnos en sentido horizontal; y otra ter¬ cera fuerza, lo sobrenatural , la fe, la gracia, también intermi¬ tente, que nos atrae y empuja hacia arriba, hacia su centro, hacia Dios. Decimos que actúa en forma continua la primera por lo que tiene de instintivo y hasta de inconsciente, antepo¬ niéndose a nuestro querer y a nuestra decisión libre. Las dos segundas fuerzas son intermitentes, porque el ejercicio de la razón depende, al menos en muy gran parte, del ejercicio de nuestra libertad, intermitente de suyo. Y la fe, lo sobrenatu¬ ral, es a través de la razón y de la voluntad como en nosotros obra. XXVI Prólogo Ninguna de estas fuerzas actúa en el cristiano en forma absolutamente exclusiva, sino combinada en mayor o menor proporción con las dos restantes. Y aun en la práctica, y por lo que hace al conjunto de la vida, una conducta de pura razón no se da, sino que o se pone al servicio del sentido o al servicio de Dios, según que en ella influya más o menos lo animal o lo sobrenatural. Y según el predominio de cada una de estas fuer¬ zas, así se especifica nuestra vida, nuestra conducta. Quizá pudiéramos añadir aquí que a veces la razón no parece estar al servicio de ninguna de estas dos fuerzas exter¬ nas, lo sensible y lo sobrenatural, como cuando se apega a sí misma por la soberbia, por ejemplo. Pero esto no dura, porque el hombre sabe perfectamente que no puede ser fin de sí mis¬ mo. Se siente vacío. No es fuente de bien ni de verdad. Es un ser creado y ordenado ad alterum , a otro, a algo fuera de sí, cuya posesión le llene y le beatifique. En rigor está creado para Dios, que es el Bien sumo; y cuando tiende a otra cosa es porque, abstraído e ilusionado por la fuerza de la pasión (abs- tractus et ülectus) , .toma en ese momento por bien sumo cual¬ quier otra cosa que como bien parcial y momentáneo se le presenta. VI Según todo esto que venimos diciendo, pudiéramos repre¬ sentar gráficamente esta doctrina por una figura geométrica compuesta de tres círculos que se cortan, lo animal, lo racional, lo sobrenatural, representando la posición del cristiano en un momento cualquiera de su vida; d^ la cual figura parten tres líneas fundamentales: una vertical hacia abajo, que represen¬ taría la conducta dél hombre totalmente enviciado y bestializado; otra horizontal, la de la recta razón, y otra tercera, en fin, ver¬ tical hacia arriba , la del cristiano perfecto, la del místico, la del santo . Y en los cuarteles intermedios, multitud de líneas que irradian siempre del mismo punto, representando la infinita variedad de direcciones o conductas resultantes de la combi¬ nación de estas tres fuerzas fundamentales según los distintos grados de intensidad de cada una, dependientes en gran parte demuestra propia libertad. Cuando nuestra conducta viene a estar representada por alguna de las rayas que están debajo de la horizontal, el alma no va hacia Dios, sino hacia la tierra, hacia el infierno; y es que está en pecado mortal. Va llevada de la pasión con más o menos mezcla de una razón esclava y oscura. Cuando, en cambio, empieza a remontarse por encima de XXVII Prólogo la horizontal, va hacia Dios de una manera más o menos di¬ recta. Y entonces es que va guiada por la razón y por la fe y la gracia. Sus obras son humano-divinas; humanas, porque proceden de la razón; divinas, porque la razón las produce, apoyada en la fe y fortalecida por las virtudes infusas. Cuanto más prevalezca este elemento sobrenatural, tanto son más di¬ vinas y tanto se va notando más en nuestras acciones el modo divino , que es el que caracteriza a la mística 1 . Pero llega un momento en que el elemento sobrenatural prevalece del todo. Lo humano, en lo que tiene de desordena¬ do, desaparece por completo. Y eso es negarse , morir a sí mis¬ mo, para resucitar o nacer de nuevo . Y lo que de nosotros no está desordenado se somete totalmente a Dios por una total en¬ trega amorosa. Es decir, que ni nuestro entendimiento ni nues¬ tra voluntad se mueven ya por sí, sino que el Espíritu de Dios es únicamente quien los guía. Y entonces, sobre esa negación propia , sobre esa total sumisión de todo lo nuestro a Dios en Cristo y por Cristo, como miembros dócilísimos de su Cuerpo místico, el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo, que nos ha sido dado para que nos vivifique y nos go 1 He aquí la figura con su correspondiente explicación: H: Es el hombre en sus tres esferas o zonas: el círculo inferior representa la animalidad, la naturaleza caída; el intermedio, el alma, la razón natural; y el superior, lo sobrenatural, la fe, la grada. C: Es el cíelo, Dios. Los símbolos Cj, Cz, C3 .. representan los distintos grados de gloria. FiST: Esto seria la feliddad natural del hombre no elevado al orden sobrenatural. Hoy, el limbo de los niños no bautizados. I: Es el infierno, la carencia de Dios y de todo bien, con sus diferentes grados de pena. XXVÍJI Prólogo bierne, toma posesión de nosotros, y por medio de sus dones nos dirige en efecto y nos gobierna» Con lo cual, al morir a sí mismo nuestro yo , lo que ha hecho ha sido transformarse , reno¬ varse, nacer de nuevo, sin la carga ya, pudiéramos de algún modo decir, de las tristes consecuencias del pecado original; perfeccionarse con su última y verdadera perfección que en la unión con Dios en el ser y en el obrar consiste . Venimos hablando de la dirección del Espíritu Santo de identificar nuestro pensar y nuestro querer con el de Dios; pero pudiera alguno preguntar: ¿Cómo conocemos en cada caso el pensar y el querer de Dios? ¿Cómo distinguimos el impulso del Espíritu Santo de otras mociones o impulsos a que podemos estar sometidos?... En general, podemos responder que también aquí hay dos etapas; en la primera, nos habla Dios multifariam multisque modis, «con muchas formas y de muchos modos», como habló primeramente a nuestros padres ; nos habla por medio de la Sagrada Escritura, de los libros es¬ pirituales, de los buenos ejemplos..,, y, sobre todo, por medio de los superiores de dentro y de fuera, sobre todo del director espiritual, al que tanto más nos vamos sometiendo (y por su medio a Dios) cuanto más nos vamos negando; y todo esto gobernado por la virtud infusa de la prudencia. En la segunda, sin que desaparezcan del todo estos medios de conocer la vo¬ luntad de Dios, se añade, en un orden superior y más íntimo —cuando ya nos hemos negado por completo—, el mismo Espíritu Santo, que ya sin estorbos, por medio de sus dones, nos gobierna. Tienen así lós santos un instinto tan certero, que Ies libra de todo error en orden a la salvación. Y hasta en cosas que parecen superar sus alcances ven más y aciertan me¬ jor que los letrados y teólogos. Y eso es que en nosotros se cumple la segunda parte de la frase anterior de San Pablo: «Novissime diebus istis locutus est nobis in Filio: En estos últimos tiempos nos quiso ya hablar por medio del Hijo»... El cual, a su vez, nos habla y nos sugiere cuanto necesitamos por medio de su Espíritu: «suggeret vobis omnia quaecumque dixero vobis: nos sugerirá—en forma personal, intimísima— cuanto Cristo en general nos ha enseñado». Para esto están sus dones de sabiduría, de entendimiento, de ciencia, de conse¬ jo, etc., pues bien sabido es que el ejercicio habitual de ios dones del Espíritu Santo es una de las características más pro¬ pias de la vida mística. Entonces es cuando recibimos y vivi¬ mos y actuamos (o dejamos que se actúe en nosotros) el don de Dios por excelencia de que hablaba el Señor a la Samaritana. XXIX Prólogo Por todo esto podemos ya formamos un concepto bastante aproximado de lo que es la mística. Porque hay dos etapas, como hemos visto, en el desarrollo de la vida cristiana en nos¬ otros: primera, aquella en la que Dios nos ayuda con sus auxi¬ lios sobrenaturales (fe, gracia, virtudes infusas...), y segunda, aquella en la cual el hombre muerto a sí mismo , habiendo negado todo lo que es suyo, hasta su propio yo t principio de todo pe¬ cado y de toda imperfección, se somete totalmente a Dios, se entrega totalmente a Dios en un acto de amor perfecto. Desde este momento, ya no es él el que vive, sino que Cristo vive en él. Es un miembro vivo y dócilísimo del Cuerpo místico de Jesucristo, que es propiamente el que vive en él y en él obra por medio de su Espíritu. De este modo, el hombre, a la vez que adquiere una activi¬ dad intensísima y perfecta muy superior a la que antes tenía, pasa a ser, sin embargo, como un agente pasivo, si cabe la ex¬ presión, potius agitar quam agit, porque es Dios quien obra en él; es Dios el que se sirve de él como de un instrumento per^- fectísimo; instrumento, claro está, de carácter racional y libre cuyo esfuerzo es poner toda su capacidad, toda su actividad en el pensar y en el querer... a disposición de Dios y como adhiriéndose y sumándose plenamente al pensar y al querer de Dios. Este es el cambio de corazones que tantas veces vemos reali¬ zado en la vida de los santos. Esta es la unión perfecta, en lo que cabe, de Dios con el alma y del alma con Dios. Esto es el Cristo reina, Cristo impera en el mundo interior del alma. Y cuando a este estado se llega, el alma suele tener conciencia de esta unión y experimenta a Dios dentro de sí amándola, di¬ rigiéndola, iluminándola, santificándola y obrando en ella obras de santidad y de vida eterna. Esto es lo que suele llamarse es¬ tado de contemplación infusa o de divina contemplación. Y ahora un ejemplito que ya hemos puesto otras veces y terminamos. Suponed que tenemos que hacer un viaje en au¬ tomóvil. Nos encanta guiar, aunque no guiamos nada bien, y al volante nos sentamos. Pero va a nuestro lado un conductor óptimo, un verdadero maestro, que conoce el arte cual ningu¬ no. Y para ayudarnos comienza por hacernos algunas indica¬ ciones: «Toca la bocina, que llega una curva»; «No la tomes a contramano, que puede venir otro y chocar»; «Hasta no ver la salida, suelta el acelerador»; «Evita los cambios de velocidad demasiado bruscos», etc., etc. Aveces, para sacarnos de algún apuro, él mismo echa la mano al volante y pone el coche en su sitio. Y como el tráfico de coches y camiones aumenta, y xxx Prólogo aumentan los peligros, y nosotros nos sentimos cada vez más incapaces y más conscientes de esa nuestra incapacidad , vamos dejando el volante cada vez más en sus manos y apartamos los pies para que él pise el acelerador y los frenos y haga los cam¬ bios de velocidad, etc.; hasta que al fin le decimos: «Mire, mire, es mucho mejor que usted guíe; yo iré más seguro y más a gusto, porque tengo en usted plena confianza». Ese maes¬ tro a quien nos confiamos es Cristo, es el Espíritu Santo. Y en¬ tonces todo va bien, todo sale perfecto. Nos hemos negado en cuanto a conducir. Hemos muerto a nosotros mismos, aunque sean nuestras manos las que llevan el volante todavía y aunque nosotros seamos de algún modo instrumentos por medio de los cuales El comunica la dirección del coche. VII Podríamos todavía esquematizar un poco más esta marcha o ascensión del hombre hacia Dios, analizando las diversas ac¬ titudes del primero para con el segundo y del segundo para con el primero. Las cuales pueden reducirse a cinco, reflejadas en las siguientes proposiciones: i. a , cuando el hombre busca , Dios se acerca; 2. a , cuando el hombre pregunta, Dios responde; 3. a , cuando el hombre escucha, Dios habla; 4. a , cuando el hombre obedece , Dios gobierna; y 5. a , cuando el hombre se entrega , Dios obra . Estas proposiciones necesitan aclaración y vamos a dár¬ sela en seguida. "\, Ante todo no hemos de creer que cada una de ellas repre¬ senta una etapa de nuestra vida totalmente separada y que ex¬ cluya del todo a las demás, pues suelen entrelazarse más o me¬ nos las unas con las otras. Se trata simplemente de una carac¬ terización general de cada una, según lo que de ley ordinaria ocurre. Los mismos términos de cada proposición no son. del todo propios, y por eso necesitan explicación. Pero, una vez explicados, creemos que podrán dar alguna luz sobre lo que venimos diciendo. En esta clase de doctrina ni el lenguaje ma¬ temático ni la precisión lógica y exacta son generalmente po¬ sibles. 1. a Cuando el hombre busca , Dios se acerca .—Cuando el hombre busca, ¿qué? Pues, naturalmente, cuando el hombre busca a Dios. Pero no siempre en forma concreta y definida. A veces se busca a Dios sin saberlo, sin nombrarlo ni pensarlo. Sé busca la Verdad; se busca el Bien; se busca, en fin, la Be¬ lleza infinita... Pero, como todo eso tan sólo en Dios verdade¬ ramente se encuentra..., se busca a Dios. Pero hay que buscarlo Prólogo XXXI con sinceridad, cueste lo que cueste; es decir, con sacrificio. Con una especie de comienzo a salir de sí , a romper la concha esdavizadora del egoísmo. Decía Newmann que para juzgar a un alma no importa tanto ver la distancia a que se encuentra de Dios como ver la dirección que lleva. ¿Va hacia El o se aleja?... Pues si va hacia El, si le busca con sinceridad, es que Dios comienza a atraerle; es que Dios se le acerca . No otra cosa quiere decir aquella sed de que el mismo Cris¬ to nos habla (lo 7,37): «El que tenga sed—de cosas grandes y nobles, de Verdad, de Belleza, de Amor...—, venga a mí y beba». Y bebiendo—conociéndole—creerá en mí. Y «el que cree en mí, ríos de agua viva correrán de su seno». Y esto de¬ cía, añade el evangelista, «refiriéndose al Espíritu que habrían de recibir los que creyeren en El». 2. a Cuando el hombre pregunta, Dios responde .—Este pre¬ guntar del hombre puede ser en formas variadísimas. Una desgracia nos puede hacer preguntar por la causa de la misma. Y, si ahondamos lo bastante, nos encontraremos con Dios, que comienza a respondernos. Un fenómeno de la naturaleza, o el orden del Universo, o la marcha de la Historia, o el origen de la autoridad—si ésta ha de ser verdadera—, o del Derecho o de la Moral... En todo esto, si ahondamos, si preguntamos, Dios comienza a respondernos por medio de la razón. Otras veces el hombre .pregunta: ¿Qué haré para ser íeliz? ¿Dónde está la felicidad? ¿Dónde la verdad y el bien que ansio?... Otras, como San Pablo: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?... O ¿quién podrá traer la paz a la tierra?... La paz del alma, la paz de las sociedades... Y Dios sigue respondiendo por medio de la razón, o por medio de un consejero, o por medio de un libro humano, o por medio de un libro divino, escrito por El mismo (Sagrada Escritura), o, en fin, por una iluminación interior, como muchas veces ocurre con los que se convierten. El caso es preguntar con ansias de saber. Preguntar sin tregua ni descanso. Preguntarse a sí mismo y preguntar a todas las criaturas. Con reconoci¬ miento de nuestra radical incapacidad; con un sincero deseo de obtener respuesta y, una vez obtenida, aceptarla. Cuando así se pregunta, Dios responde . 3. a Cuando el hombre escucha , Dios habla. — Difícil es al hombre escuchar a un semejante suyo. Lo más difícil de la conversación es precisamente saber escuchar. Pero escuchar a Dios es mucho más difícil todavía. Vivimos entre una serie xxxii Prólogo de ruidos infinitos; ruidos, digámoslo así, por fuera y por dentro. Por fuera, las ininterrumpidas impresiones de las criaturas a través de nuestros sentidos externos. Por dentro, los ruidos almacenados en nuestros sentidos internos, que apro¬ vechan cualquier momento de silencio y calma exterior para ensordecernos y aturdimos. Y así no se puede oír la voz de Dios. Porque la voz de Dios es dulce y suave. Dios «no clama ni deja oír su voz por defuera, ni se puede percibir esa voz en las plazas públicas ni entre el ruido del mundo» (Mt 12,19). Por eso cuando quiere Dios hablar a un alma «la lleva a la soledad y le habla al corazón» (Os 2,14). Y cuando de esa manera habla a un alma, como el esposo a la esposa, nadie más percibe lo que dice; y sólo al alma que por esposa se le da comienza a hablarle de ese modo. Pero el alma que ha llegado a oír la respuesta (el llamamien¬ to de Dios), le busca en la soledad y quiere seguirle oyendo, y escucha; y ¡pone en este escuchar suplicante todos sus sen¬ tidos. Es decir: el alma ora . Y si supo aprovecharse de todo lo que Dios le dijo por mensajeros, a los que nos hemos refe¬ rido antes («multifariam multisque modis olim Deus loquens patribus...»), ahora, cuando ya los mensajeros (criaturas) no le saben decir más, ahora es cuando muy en el fondo de sí misma siente a Dios, qqe le dice: «Aquí estoy». Y Dios co¬ mienza a hablarle. Y, al comenzar este diálogo, todavía el alma tiene cosas que-preguntar; pero poco a poco las pregun¬ tas van cesando, porque ya no le queda al alma nada que decir. Y el alma se hace toda oídos. Y escucha, escucha. Y Dios habla; sólo Dios habla. El procesó de la oración es así. Al principio parece que sólo habla el alma, porque ésta no entiende bien el lenguaje de los libros, etc., por los cuales le habla Dios. Y ni apenas se da cuenta de que es EL.. Después se entabla el diálogo (vía iluminativa...). Hasta que al fin cesa de hablar el alma, para escuchar tan sólo... f para que hable sólo Dios ... 4. a Cuando el hombre obedece , Dios gobierna .—Cuando se sabe ya que Dios nos habla, con un pleno y perfecto conven¬ cimiento, que nos habla por medio de criaturas o que nos habla por sí directamente; cuando se sabe en forma vital que Dios es infinitamente sabio, infinitamente bueno, infinitamente amoroso, que infinitamente mejor que nosotros sabe el camino que tenemos que seguir para nuestro bien, entonces ¡qué fácil y qué grato es obedecer! Obedecerle a El cuando nos habla por las Sagradas Escrituras; obedecerle a El cuando nos Prólogo xxxiii manda por medio de sus representantes en la tierra; obede¬ cerle a El cuando nos habla por medio de un buen libro, de un buen consejero, o aun cuando nos habla sin palabras desde lo más íntimo de nuestro ser. Y así, cuando el hombre obedece , Dios gobierna. Dios entonces nos gobierna pór fuera y por dentro. Y el hombre es un fiel servidor que ejecuta en todo y con la mayor perfección posible sus sagradas órdenes. Cuando el hombre obedece , Dios gobierna . Y 5. a finalmente: Cuando el hombre se entrega , Dios obra . Lo cual es la obra perfecta del puro amor, Porque ese amor, que fue viviendo, que fue creciendo por los caminos del co¬ nocer..., cuando llega a ser sumo, total; cuando con todo el corazón, porque ya no le quedan capacidades amorosas para amar nada fuera de Dios, pues a sí mismo se niega y de todas las criaturas prescinde y para todas y para sí mismo queda como muerto , cuando esto ocurre, el hombre se entrega.,, Gomo muerto a la vida de imperfección que llevaba, dirigida por su razón, por su prudencia, por su egoísmo, más o menos disimu¬ lado. Como muerto a una vida que era incompatible con la vida sobrenatural, tan sólo sobrenatural; con la vida de Dios, que en él va a comenzar ahora plenamente. ¡ . Y entonces .es cuando el hombre se convierte en un miembro vivo y perfectamente sano del Cuerpo místico de Jesucristo , dó¬ cilísimo a la acción vital de la Cabeza, dócilísimo a la dirección y al imperio y a lá acción vital de su Santo Espíritu, que ya sin estorbos ni resistencias toma posesión del alma. Nuestro yo queda allí, pero totalmente entregado al yo divino, sumado al yo divino, como si a Cristo le ofreciéramos une hu- manité de surcroit, como dice sor Isabel de la Trinidad; una humanidad sobreañadida, a la que en el seno purísimo. de María se dignó tomar por nosotros y para redención nuestra. Le ofrecemos a Cristo nuestra pobre humanidad personal* ya purificada y sublimada por su gracia y por su amor, para que en ella pueda El seguir viviendo sobre la tierra y continuando su obra redentora. Y así es como puede llegar el hombre a decir: «Ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí». El hombre se vació por completo de sí. mismo y de todo ser creado para llenarse de Dios; el hombre murió a sí mismo como hijo de Adán, para resucitar o nacer de nuevo , «no de la carne ni de la sangre», sino del Espíritu de Dios; el hombre se negó a sí mismo, se enajenó a sí mismo, porque a sí mismo con todas sus energías y capacidades se entregó a Dios. El Verbo de Dios se unió primero a nuestra humanidad en Cristo con una unión hipostática , uniendo a la persona divina la humana natu- Teol. perfección 2 XXXÍV Prólogo raleza impersonal, es decir, sin más persona que la segunda de la Santísima Trinidad. Ahora quiere unirse con nuestra huma¬ nidad personal con unión mística, es decir, misteriosa también, no sólo sin detrimento de nuestra propia persona, sino subli¬ mándola, divinizándola (Ego dixi dii estis), dándosele El mismo en posesión, a la vez que el alma queda por El totalmente poseída . Ese es el término de la vida cristiana. En eso consiste la per¬ fección ; en eso consiste la santidad: en esa unión mística, inefa¬ ble, con Dios, en la que ya sin estorbos sólo Dios vive y obra en nosotros . No viven en nosotros las criaturas, que han per¬ dido sobre nosotros todo influjo, toda atracción. No vive nuestro yo en cuanto nuestro, porque se enajenó a sí mismo, entregándose a Dios totalmente. Y cuando el hombre así se entrega, el que obra en nosotros es sólo Dios . VIII Al llegar aquí ya podemos preguntarnos qué es la mística, y creemos que es muy fácil de entender la respuesta. Vida mística es esa que lleva el hombre cuando, en unión de amor y entregado totalmente a Dios, es gobernado por el Espíritu Santo por medio de sus dones. Es ese estado pasivo (y activísimo), en que ya no es él quien vive, sino que Cristo vive en él. Es esa experiencia de Dios que tiene el alma por su estado habitual de divina contemplación gozosísima, y que la hace dichosa y, aun en medio de los mayores martirios, bienaventurada . Es, en fin, la vida ; cristiana en todo su desarrollo ; la vida sobrena¬ tural —que comenzó en el bautismo— plenamente vivida. Y ¿cómo se conoce al hombre que ha llegado a este estado místico? Pues por su estilo; por el modo o estilo de conducirse; por su conducta; por sus obras, repetimos; pues siempre queda verdad aquello de «ex fructibus eorum cognoscetis eos: por sus frutos los conoceréis». El estilo de Dios se distingue siem¬ pre del estilo del hombre; y ya hemos visto que después de la entrega total y la necesaria purificación es Dios el que obra en el hombre—tomándole a éste por instrumento —más bien que el hombre mismo. Los místicos, los santos, no obran casi nunca al estilo de los demás hombres, porque no se inspiran en los mismos prin¬ cipios de acción ni juzgan las cosas con el mismo criterio ordinario del común de los cristianos. Todo su obrar es abne¬ gación, olvido de sí, gozo en las derrotas, en los desprecios, amor a la cruz...; en el fondo, amor de Dios, amor de Cristo crucificado con todo su corazón, con todas sus fuerzas, con Prólogo xxxv toda su alma» sin que ningún estorbo se interponga: ni el qué dirán, ni el mundo, ni el propio yo, que por ninguna parte aparece* El modo humano de obrar desapareció por completo. Sólo queda el modo divino, el estilo divino, de Cristo , que en el Evan¬ gelio encontramos y que viene a ser resumido por estas pala¬ bras suyas: «Quae placita sunt ei fació semper»: «yo hago siempre lo que agrada al Padre celestial» y del modo que le agrada. Ese modo o estilo de Cristo por el que los discípulos de Emaús le conocieron en la fracción del pan, como lo hubie¬ ran conocido» si no estuvieran «obcecados», cuando les hablaba, haciendo arder sus corazones. Como lo conoció San Juan, el de pupila interior más pura, cuando le vio venir de noche sobre el mar o al amanecer sobre las arenas de la playa. Como le conoció la Magdalena con sólo oírle entre las sombras llamarla por su propio nombre. Como le conocen todas las almas lim¬ pias, purificadas..., cuando, al encontrar una persona mística, exclaman: «Digitus Dei est hic: aquí está la mano de Dios», aquí está el modo (sobrenatural) de obrar, que es el modo de Cristo, que es el estilo de Cristo y de sus perfectos seguidores, que en unión con El vienen a ser otros Cristos. El estilo o modo humano y el estilo o modo divino se distinguen como lo im¬ perfecto (todo lo humano) de lo absolutamente perfecto. Pero ya estamos entreteniendo al lector demasiado. Coja el libro con calma; no sólo para leer, sino para meditar y sacar las consecuencias; y a Jo ancho, y a lo largo, y a lo profundo hallará en él explicado cuanto aquí, en mirada rapidísima, se resume y cuanto pueda interesarle en orden a resolver el problema fundamental—único—de su vida, que es llenar el destino para lo cual fue creado por Dios, y así alcanzar la eterna bienaventuranza. * Del autor de este libro nada tenemos que decir. Lleva ya varios años predicando con mucho fruto—especialmente el don de Dios —por bastantes provincias de España. Y en nuestra Facultad de Teología de Salamanca tiene la clase de Mística. Los que siguen de cerca estos estudios de ascética y mística le conocen ya también por sus escritos, publicados en distintas revistas, y por su intervención en una polémica de cierta reso¬ nancia* Y bien podemos decir que está dedicado casi por com¬ pleto a estos estudios sobre la vida y perfección cristiana, que por razón de método suelen separarse en tratados de ascética XXXVI Prólogo y mística, y: que el ideal que persigue no es otro que el de enseñar y poner 7 el máximo posible de claridad en estas cuestio¬ nes de suyo difíciles, que tan grandemente influyen en el desarrollo general de la vida de los seguidores de Cristo, para que florezca cada día más en el mundo ese ideal evangélico de santidad al que todos somos llamados. f Fr, Albino G. Menéndez-Reigada, O.P. Antiguo obispo de Córdoba. NOTA DEL AUTOR A LA PRIMERA EDICIÓN Creemos oportuno explicarle brevemente al lector la na¬ turaleza y orientación del libro que tiene entre sus manos. Nuestra primera intención fue escribir un breve manual de ascética y mística que pudiera servir de texto en los Semi¬ narios y Estudios generales de las Ordenes religiosas. Pero voces amigas, con cariñosa insistencia, nos urgían a presentar un trabajo más amplio que abarcase en su conjunto el panorama completo de la vida cristiana en forma tal que pudiese ser utilizado no sólo como libro de texto durante el período esco¬ lar de los aspirantes al sacerdocio, sino también como libro de formación ascético-mística para los mismos seglares cultos, ansiosos de doctrina espiritual sólida y verdaderamente teo¬ lógica. Hubimos de ceder a sus reiteradas súplicas y embarcarnos por rutas distintas de las que nos habíamos trazado. Con ello el panorama se ampliaba considerablemente, y por exigencias inevitables de espacio era forzoso reducir la extensión de algiri ñas cuestiones fundamentales en las que en. nuestro plan primitivo hubiéramos insistido un poco más. Ya no se trataba de una obra rigurosamente escolástica para examinar las cues¬ tiones teóricas que se agitan en las escuelas de espiritualidad en torno a la perfección cristiana, sino que era preciso recoger otras muchas cuestiones teórico-prácticas de la vida espiritual con el fin de ofrecer una visión de conjunto lo más completa posible dentro de las características generales de una obra dirigida al público culto en. general. Con esto queda dicho que nó es la nuestra una obra monográfica y de investigación, sino panorámica y de alta divulgación. Es- una síntesis informa¬ tiva de las grandes cuestiones de la vida cristiana, que pide ulteriores y más amplios desarrollos en algunos puntos fun¬ damentales. Sin embargo, tal como hoy la presentamos, nos parece que nuestra obra puede resultar positivamente útil en orden a la doble finalidad intentada: como libro de texto en los Seminarios y como libro de formación espiritual para seglares cultos. Veamos en qué forma: XXXVI11 Nota del autor a ) Gomo libro de texto en los Seminarios.—Nos ha¬ cemos cargo de que su extensión es excesiva para ser utilizada en una clase de ascética y mística como texto ordinario de una asignatura a la que suelen dedicarse tan sólo una o dos clases semanales en el último curso de teología; no habría tiempo material de recorrerla íntegramente. Pero téngase en cuenta que no es preciso que el profesor explique íntegra la asignatura, ni siquiera que el alumno tenga que dar razón de toda ella en los exámenes de fin de curso. Como libro de texto, puede el profesor limitarse a explicar la primera y segunda parte de la obra, que tratan de los grandes principios teológicos de la vida cristiana y de las cuestiones fundamentales que se agitan en las escuelas de espiritualidad. Las otras dos partes no es menester que sean explicadas en clase ni exigidas en el examen final, pudiendo los alumnos reservarlas pára su lectura reposada y atenta como libro de autoformación y de lectura espiritual. Con ello, nuestra obra no se reducirá al simple libro de texto que se arrincona para siempre después de terminada la ca¬ rrera, como tácita venganza contra los sudores escolares que nos arrancó su aprendizaje, sino que se convierte en el libro de lectura espiritual sobre el que se vuelve una y otra vez con cariño y gratitud a todo lo largo de la vida. b ) Como, libro de formación espiritual para seglares cultos.— La experiencia diaria en el trato con las almas nos ha hecho comprobar muchas veces que no solamente las per¬ sonas consagradas a Dios, sino también los seglares cultos, se lamentan con frecuencia de no encontrar libros de sólida espiritualidad; entre la inmensa producción ascético-mística de nuestros días. Tienen hambre y sed de teología, de manjares sólidamente nutritivos de su espíritu; y con frecuencia, bajo titulares prometedores, se les sirven tan sólo simples aperitivos, que no hacen; sino aumentar su hambre e inquietud espiritual, Estamos plenamente convencidos de que buen número de intelectuales católicos—catedráticos, abogados, médicos, inge¬ nieros, políticos, etc.—se encuentran ansiosos de doctrinas sólidas y sustanciales y están, por otra parte, suficientemente preparados para entender y asimilar las doctrinas teológicas más altas si se les presentan en forma clara y transparente, despojadas del tecnicismo y terminología de las escuelas. Y de hecho, cuando cae en sus manos un libro sólido que haya acer¬ tado a exponer esas verdades teológicas en forma clara y ac¬ cesible, suelen experimentar una satisfacción íntima y profunda como el que ha encontrado al fin un manantial de agua limpia Nota del autor xxxix y cristalina donde apagar la sed de Dios que atormentaba su espíritu. Pensando en estas almas hemos escrito esta obra. La claridad y transparencia del pensamiento ha constituido , para nosotros una verdadera obsesión a todo lo largo de su desarrollo. Nos hacíamos cargo de que no escribíamos únicamente para técni¬ cos, sino también parados que, sin serlo en estas materias, tienen, sin embargo, derecho a la limosna caliente de la verdad. Y por eso, aun sacrificando con frecuencia la terminología y concisión escolásticas, hemos descendido a detalles y precisio¬ nes innecesarios para técnicos, pero que resultarán—lo espe¬ ramos firmemente—de positiva utilidad para los no iniciados. Todo lo hemos sacrificado a la transparencia y claridad de pensamiento, y nos parece que no hay en toda nuestra obra una sola página que no pueda ser perfectamente asimilada por los seglares cultos. ¡Ojalá que con la bendición divina, que imploramos por intercesión de la dulce Mediadora de todas las gracias, la Santísima Virgen María, puedan llevar estas modestas páginas un rayo de luz a sus inteligencias sedientas de verdad, y un poco de calor a sus corazones enamorados de Dios! Sólo nos resta manifestar públicamente nuestra gratitud a todos cuantos nos han ayudado o alentado a escribir estas páginas, y advertir a nuestros lectores que agradeceremos cor¬ dialmente cuantas sugerencias y críticas constructivas quieran hacernos, para mejorar nuestro modesto trabajo en sucesivas ediciones. A LA QUINTA EDICIÓN El lector que recorra cuidadosamente las páginas de esta quinta edición encontrará notables cambios y mejoras con relación a las anteriores. Recogiendo amables sugerencias de críticos y amigos nacionales y extranjeros, hemos suprimido algunas sutilezas escolásticas—menos prácticas para la gene¬ ralidad de los lectores—y las objeciones contra la necesidad de la mística para la plena perfección cristiana, que hoy ya es admitida por todas las escuelas teológicas. En compensación a estas y otras pequeñas supresiones, hemos ampliado considerablemente nuestra obra con varios artículos enteramente nuevos y hemos alterado el orden de colocación de algunos otros para lograr un conjunto más armó¬ nico y coherente. Ello nos ha obligado a cambiar los números marginales, que son enteramente distintos a todo lo largo de la obra. Nota del autor XL Las principales mejoras y modificaciones son las siguientes: a) En la primera parte de la obra—que ahora lleva: el título de -«Principios fundamentales dé la vida cristiana»— hemos ampliado considerablemente el artículo relativo a la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma justa, que antes figuraba, mucho más breve, en la segunda parte; y hemos añadido un artículo enteramente nuevo sobre «La Igle¬ sia, cuerpo místico de Cristo». b) En la segunda parte, cuyo título general hemos cam¬ biado también, desaparecen dos artículos—la inhabitación tri¬ nitaria y el relativo a las leyes generales del desarrollo del orga¬ nismo sobrenatural—, que han sido desplazados a la primera y tercera parte, respectivamente. c) La tercera parte es la que ha recibido mayores incre¬ mentos. En ella dedicamos un artículo especial a cada uno de los siete sacramentos—en las ediciones anteriores hablᬠbamos solamente de la penitencia y eucaristía—; otro, a la oración litúrgica en relación con la privada, y otros tres a la espiritualidad propia de cada uno de los estados de vida —sacerdotal, religioso y seglar—en que puede desenvolverse la vida del cristiano. Ninguno de ellos figuraba en las edicio¬ nes anteriores. Hemos ampliado también considerablemente el artículo dedicado a las amistades santas. Hemos revisado escrupulosamente el texto íntegro dé la obra, introduciendo a veces pequeños retoques—de estilo prin¬ cipalmente—, a fin de ponerlo todo más en claro. Abrigamos la esperanza de que nuestros lectores seguirán ofreciéndonos su amable colaboración para continuar mejo¬ rando nuestra obra en sucesivas ediciones. Quiera el Señor, por intercesión de la dulce Virgen María, Madre:de la Iglesia y Mediadora universal de todas. las gra¬ cias, seguir bendiciendo nuestro pobre trabajo para gloria de Dios y bien de las almas. CARTA DEL R . P. GARRIGOU-LAGRAN GE AL AUTOR Mi muy reverendo y querido Padre: Mucho os agradezco haberme enviado vuestro hermoso tratado Teología de la perfección cristiana* El título es excelente, y la división de la obra corresponde perfectamente a este título*,. Esta división os ha permitido tratar todas las cuestiones importan¬ tes relativas a la perfección. Os ha permitido también mostrar la unidad de la vida cristiana y hacer ver cómo la ascética dis¬ pone normalmente para una vida de intimidad con Dios, que no encuentra su pleno desenvolvimiento sino en la unión mís¬ tica. Esta última constituye el expansionamiento normal de «la gracia de las virtudes y los dones» y la disposición normal para la vida de la* eternidad, ya sea acá en la tierra o en el purgatorio. Os doy de todo corazón, mi querido Padre, todas mis feli¬ citaciones y os expreso el deseo de que este libro, cuya primera edición se ha agotado tan rápidamente, se difunda mucho para bien de las almas, para mostrar cómo sólo la verdadera mística realiza lo que tantas falsas místicas naturalistas pro¬ meten vanamente, extraviando las almas fuera de los caminos de la salvación. Me complace mucho también ver al frente de vuestro li¬ bro un excelente resumen histérico-bibliográfico, en el que caracterizáis justamente las principales escuelas de espiritua¬ lidad y la doctrina de los más grandes maestros. De vez en cuando añadís, en torno a los autores conocidos, muy exactas observaciones, como la relativa a Gersón y a su nominalismo. Afortunadamente' olvidó en sus obras místicas el error que había formulado en su moral fundamental: «Nullus est actus intrinsece malus ex obiecto». Os felicito, en fin, por la serenidad con que exponéis las opiniones que no os es posible admitir, y que concurren, a su modo, a la manifestación de la verdad que desconocen. Con toda mi gratitud, os ruego aceptéis, mi muy reverendo y querido Padre, la expresión de mi religiosa devoción en Nuestro Señor y Santo Domingo. Fr. Reginaldo Garrigou-Lagrange, O.P. Roma, Angélicum. CARTA DEL R. P. PHILIPON AL ACTOR Reverendo y amadísimo Padre: Me siento confundido por haber tardado tanto tiempo en darle las gracias por su magnífica obra Teología de la per¬ fección cristiana, pero he querido tomarme el tiempo sufi¬ ciente para leerla una y otra vez. A mi juicio, es el mejorónanual de teología espiritual apa¬ recido hasta la fecha, elmásí^prdenado y completo, verdadera suma de espiritualidad, de : ^";éxtraordinario valor informati¬ vo y de una notable seguridad doctrinal. Verdaderamente todo se encuentra en él: el sentido primordial de la gloria de Dios y de nuestra propia santificación, ordenada a está glorificación, fin supremo del universo; la realización concreta de nuestra santidad mediante nuestra configuración con Cristo; la misión maternal de María, Mediadora de todas las gracias; los prin¬ cipios básicos de una auténtica espiritualidad; la transforma¬ ción de nuestra naturaleza humana mediante la gracia, que viene a divinizarnos y a revestirnos de todo un organismo so¬ brenatural dé virtudes y dones, que nos facultan, bajo la in¬ fluencia cada vez más constante y dominadora del Espíritu Santo, para vivir en la intimidad de la Trinidad ajmagen del Hijo. He encontrado en su hermoso libro todos los problemas de la mística contemporánea, pero resueltos en su propio lugar, dentro de un conjunto más amplio, con la ventaja de beneficiar¬ se así de todas las luces convergentes de una síntesis orgánica que sabe reducirlo todo a la unidad : sdpientis est ordiñare. Ha sido un acierto el señalar en primer lugar el aspecto ne¬ gativo en el camino hacia la santidad: la lucha enérgica contra el pecado y una ascesis despiadada que llegue hasta la raíz misma del mal y de las perversas tendencias que todos tene¬ mos y cuya influencia se deja sentir en las faltas y debilidades, de las que no se ven libres jamás de un modo completo ni los más grandes santos, si exceptuamos a la Inmaculada y, yo de buena gana así lo creería, también a San José, los dos únicos seres humanos que, junto con Cristo, han respondido plena¬ mente y con una fidelidad absoluta a la llamada de la predes¬ tinación. Así es como ha sabido usted integrar en su exposi¬ ción la obra purificadora, activa y pasiva, cuya insuperable des¬ cripción ha dejado a la Iglesia el genio de San Juan de la Cruz. XLIV Carta del R. P, Philipon al autor Sin embargo, con razón ha insistido sobre todo en el aspee- to positivo de la santidad: la unión con Cristo a través de los sacramentos, principalmente de la Eucaristía, y la práctica de las virtudes teologales y cardinales, eje de toda santidad, que, bajo la inspiración del Espíritu Santo y la moción especial de sus dones, llevan al alma cristiana hasta las más altas cumbres del heroísmo. Siempre me ha llamado la atención esta vigorosa línea unificadora de la economía de la «gracia de las virtudes y. los dones», que constituye como la espina dorsal de la moral y de la mística y cuya práctica concreta llega a ser, según el juicio de la Iglesia en los procesos de canonización, el criterio decisivo de la santidad. La teología espiritual de nuestro maes¬ tro Santo Tomás, totalmente orientada hacia el desarrollo de esta «gracia de las. virtudes y los dones», encuentra así en la práctica de la Iglesia su más espléndida confirmación y como una garantía infalible de su verdad, Pero no ..terminaría, amado Padre, si. me pusiera a decirle con qué profunda alegría he ido recorriendo sus hermosos ca¬ pítulos sobre los problemas de la mística contemporánea y las diversas formas de la vida de oración, distintas e infinitamente variadas, como exige la libertad de las almas, desde la simple meditación discursiva y .la «lectio divina» hasta la oración de unión de las : almas contemplativas consumadas en santidad. Todo tiene su lugar en su hermosa síntesis, sin excluir los es¬ tados místicos extraordinarios y carismáticos. Muchas gracias, pues, amado Padre, por su libro, tan rico en doctrina, y, al mismo tiempo, tan sencillo, tan accesible a todos, aun a los- seglares, tan deseosos hoy de doctrina espiri¬ tual elevada, pero dentro de la atmósfera de la Iglesia» Jamás quizá la espiritualidad católica ha sentido tan fuertemente el deseo de volver a las verdaderas fuentes de la vida cristiana y al Evangelio. Mi deseo es: que su hermoso libro llegue a ser una. obra clásica, no solamente en España, sino también entre nosotros y en otros muchos países donde almas escogidas están sedien¬ tas de Dios y de. doctrina espiritual para mejor servir a la Igle¬ sia de Cristo. Reciba, reverendo y amadísimo Padre, mis sentimientos de gratitud y de fraternal amistad en Santo Domingo. Fr. María Miguel Philipon, Q.P. Roma, Angélicum. JUICIO CRITICO DE D. BALDOMERO JIMENEZ DUQUE He aquí un libro que llamará poderosamente la atención. Y que hacía falta en nuestras bibliotecas sacerdotales. Cada día interesan y preocupan más los problemas prácticos de lá perfección de las almas. Pero todos, sacerdotes y seglares, di¬ rectores y dirigidos, exigen la justificación doctrinal, teológica, de aquel arte trascendental y difícil. Este libro viene a llenar esa necesidad sentida, a responder a esos deseos. Otros le ha¬ bían precedido. Pero digámoslo sin ambages, de todos los que conocemos en todas las lenguas—y son muchos—, éste nos parece en conjunto el mejor. Ya el título mismo es un verdadero acierto. Se trata en él de hacer «teología» de la perfección. Nada más y nada menos. Por eso el método es principalmente deductivo, como tiene que serlo siempre el de toda verdadera teología. Claró que el P. Royo recurre abundosamente para confirmar sus tesis a los testimonios de los místicos mejores. Nadie podrá acusarle de una menor estima de los mismos. Al contrario. Pero es en los grandes principios de la teología, que ofrecen las fuentes de la revelación beneficiada por la luz de la fe.y'déla razón, donde fundamenta y de donde deduce sus afirmaciones y con¬ clusiones. Así ha podido ofrecernos una síntesis verdaderamen¬ te científica de esta parte de la teología; un tratado que, repito, hoy por hoy, en ninguna literatura, que yo conozca, encuentra otro igual. El libro se abre con un prólogo espléndido del Sr. Obispo de Córdoba. Es un pórtico digno del edificio a que introduce. Después la obra se divide en cuatro partes. La primera habla del fin de la vida cristiana. Con el gran acierto de exponer en seguida que ese fin no se consigue sino por Jesucristo, y así presentarnos el misterio de Cristo cómo algo primario y fun¬ damental para la tractación de nuestra perfección sobrenatu¬ ral, que de hecho no puede ser más que cristiana. La . segunda parte aborda el estudio de los principios fun¬ damentales: naturaleza y organismo de la vida sobrenatural y su desarrollo, terminando con el problema de la naturaleza dé la mística y sus relaciones con la perfección. xlyí Juicio crítico de D. Baldomcro J. Duque Particularmente interesante es en esta parte el artículo de¬ dicado a los dones del Espíritu Santo, exhaustivo y completo, en que se recoge cuanto de bueno se ha elaborado hasta ahora acerca de su teología. Los capítulos dedicados a la mística re¬ visten, como no podía ser por menos, un carácter polémico, pero lleno de serenidad y dignidad, y la tesis sustentada: la de ver en la mística el término normal de la perfección cris¬ tiana, está en sustancia tan poderosamente demostrada, que difícilmente se podrá nadie sustraer a su influencia, con tal de que entienda por mística lo que el P. Royo precisamente en¬ tiende aquí. " La tercera pairte trata del desarrollo normal de la vida cris¬ tiana, tanto en sü aspecto negativo como positivo, estudiando en éste los principales medios para conseguir la perfección. En el aspecto negativo son preciosas las páginas dedicadas a las noches pasivas del alma, así como en el positivo las dedicadas a la oración y contemplación. También los capítulos que ha¬ blan de los sácranientos y de las virtudes teologales y morales son deliciosos, y de lo más práctico y de utilización inmediata que ofrece el libro. La cuarta parte versa sobre los fenómenos místicos extra¬ ordinarios, que, a pesar de la curiosidad que en el vulgo suelen despertar, es lo menos importante de nuestro tema. Termina el volumen con los índices correspondientes para facilitar el manejo, así como empieza presentando una selección de lite¬ ratura espiritual de todos los tiempos. Üna obra en su género y en conjunto perfecta. La mejor hasta ahora de las conocidas. Evidentemente, dado el número, amplitud y densidad de los temas, varios matices y detalles y hasta algunas afirmaciones de menor cuantía pudieran discu¬ tirse. En este dominio de la teología queda aún materia que estudiar y elaborar para el futuro. Pero el libro como tal está logradísimo, El estilo es de una precisión y claridad verdade¬ ramente admirables. El autor quiere que su obra sirva no sólo para los estudios de los seminaristas y sacerdotes, sino tam¬ bién para seglares cultos. Puede estar satisfecho de haber acer¬ tado plenamente ’ en su labor. Quizás a algunos modernos parezca demasiado «escolástico» en cuanto a divisiones y procedimientos. Pero confesamos que la claridad y precisión nada pierden con ello, sino al revés. Y en cuanto al tomismo que rezuma por doquier—Santo Tomás es el autor que dirige incesantemente la mente y la mano del autor—creo que es un mérito más, y de los principales, de este tratado, por eso mismo tan poderoso y tan armónico. La parte XLVI1 juicio crítico de D, Baldo mero }. Duque cuarta nos parece un poco demasiado tímida y conservadora, y como necesitada de una información histórica y psicológica más al día. Junto a nuestra felicitación más fervorosa reciba el autor nuestros votos por las prontas nuevas ediciones y traducciones que de su libro en seguida, para bien de las almas, se multi¬ plicarán h Baldomero Jiménez Duque, Rector del Seminario de Avila. 1 Cf. Revísta Española de Teología XIV (1954) p.654-656. RESUMEN HISTORICO BIBLIOGRAFICO De entre la inmensa producción ascético-mística que nos han legado los siglos, entresacamos este breve índice, que recoge únicamente las obras más importantes o que han influido más hondamente en la espiritualidad cristiana. I. Historia general de la espiritualidad i. P, Pourrat, La spiritualité chrédenne: I, «Desde los orígenes hasta la Edad Media» (París 1918); II, «La Edad Media» (1921); IÍI-IV, «Los tiempos modernos» (1925-28). F. Cayré, Patrologie et histoire de la Théologie (3 vols., París 1927-44), donde se da amplia cabida a la doctrina espiritual de los Padres y autores poste¬ riores. M. Viller, La spiritualité des premiers siécles chrétiens (París 1930). F. Vernet, La spiritualité médiévale (París 1929). J. Lebreton, La vie chrédenne. au INI siécle. (París 1927)- G. BardY, La vie spirituelle d'apirés les écrivains des.trois premiers siécles (Pa¬ rís 1935)- . A, J. Festugiére, L'idéal réligieüx des Grecs et VEvangile (París 1933). F. C abrol, La priére des premiers chrétiens (París 1929). J. Rosanas, Historia de la ascética y mística cristianas (Buenos Aires 1948); resumen de la obra de Pourrat. P. Crisógono, Compendio de ascética y mística p.4. a , resumen histórico (Avi¬ la 1933). EL Colecciones 2. Migne, Patrología (latina, 221 vols.; griega, 161 vols.). M. Viller, Dictionnaire de Spiritualité (París 1937...). Vacant- Mangenot-Amann, Dictionnaire de Théologie catholique (París 1889-1939)- f Migne, Dictionnaire de Mystique (1858), Rouet. de JourneL; Enchiridion asceticum (Herder 1936). Denzinger, Enchiridion symbolorum ( 23 ed., Friburgi 1937). Gavallera, Thesaurus doctrinae catholicae (París 1936). De Guibert, Documenta ecclesiasdca christianae perfectionis studium spec - tanda (Roma 1931). IIL Notas bibliográficas sobre espiritualidad 3. Tanquerey, Teología ascética y mística p.xxvn-XLvm. De Guibert, Theologia spiritualis n.458-540. Garrigóu-Lagrange, Las tres edades de ¡a vida interior (Buenos Aires 1944) p.xvii-xxvrn. ' Poulain, Des graces d'oraison p.639-57 (11 ed., París 1931). Feocchi; Praelectiones theol. asceticde 1 (1935) p.79-160* 2 Resumen histórico-bibliográfko Scheuer: RAM julio 1923 y enero 1924; y aparte (París 1924). Maréchal, Études sur lapsichoL des mystiques 1, 2. a ed. (París 1938) p.247-98. A, Denderwindeke, Compendium theoL ascet. {1921) t,2 p.531-834. Zimmermann, Aszetik 2. a ed. (1932); en cada capítulo. Notas bibliográficas sobre obras modernas y artículos de revista se en¬ cuentran en: Truhlar, De experientxa mystica (Roma 1951) p.221-43. Olazarán: «Manresa» (desde 1950). IV. Revistas principales 4* «La Vida Sobrenatural» (Salamanca, desde 1921). «Manresa» (Barcelona-Madrid, desde 1925). «Revista de Espiritualidad» (Madrid, desde 1941). «Teología espiritual» (Valencia, desde 1957). «Revue d'Ascétique et de Mystique» (Tolosa, desde 1920). «La Vie Spirítuelle» (París, desde 1920). «Études Carmelitaines» (desde 1911; segunda serie, 1931). «Vita cristiana» (Fiésole 1929). «Oros and Crown» (River Forest, Illinois (Ü. S. A.], desde 1949). «Zeitschrift für Ascese und Mystik» (Innsbruck, desde 1934). V. Autores de espiritualidad 1) Epoca patrística En los Santos Padres se encuentran materiales riquísimos de la más sólida espiritualidad cristiana, pero apenas se encuen¬ tran. sistemáticamente trazadas las líneas fundamentales de un tratado completo de la vida espiritual tal como lo entendemos hoy. Sin embargo, se encuentran ya dos síntesis muy aprecia¬ bles: la de Casiano, en Occidente, y la de San Juan Clímaco, en Oriente. A) Patrología griega 5. San Clemente Romano, Epístola ad Corinthios (hacia el 95), sobre la concordia, humildad y obediencia (PG 1). Hermas, Pastor (140-155) (PG 2,891-1012), donde se habla extensamente de la vuelta a Dios por la penitencia. San Ignacio de Antioqüía (f hacia el 110), Epistulae (PG 5,Ó2Sss). San Policarpo (f 146), Epistulae (PG 5,ioo5ss). San Clemente de Alejandría, Paedagogus (después del 195), en el que se muestra cómo por la ascesis se llega a la contemplación (PG 9,247-794). San Atanasio (297-373), Vita S. Antonii, donde se habla de la espiritualidad del patriarca de los monjes y cenobitas' (PG 28,838-976). San Cirilo de Jerusalén (315-386), Catechesis , donde expone admirable¬ mente lo que debe ser un cristiano (PG 33). San Basilio (330-379), De Spirilu Sancto, donde se habla de su influencia en el alma regenerada (PG 32); Reguíae, sobre la disciplina monástica en Oriente (PG 31). San Gregorio Niseno (333-395), Comment* in Cántica canticorum y De Resumen históñco-bibltográfico ví vita Moysis , en donde trata de la contemplación y subida del alma a la perfección (PG 44,756-1120; 297-430). San Gregorio Nacianceno (330-390), Sermones , particularmente la ora¬ ción en alabanza de San Basilio (PG 35-36). Evagrio PónAco (346-99), discípulo de Orígenes y de los monjes griegos, influyó mucho en Oriente, principalmente con sus Epistulae (PG 40), De oratione y De diver sis malignis cogitationibus, atribuidas antiguamente a Nilo de Ancira (PG 79). ; San Juan Crisóstomo (344-407), con sus magníficas Homilías , que consti¬ tuyen un tesoro de moral y ascética (PG 48-64), y su precioso tratadito De Sacerdotio (PG 48). San Cirilo de Alejandría (f 444), Thesaurus de sancta et consubstantiali Trinitate , en donde se habla de las relaciones del alma con la Trinidad Beatísima (PG 75), El Pseudo-Dionisio Areopagita (f hacia el 500), que en sus libros De di - vinis nominibiis , De ecclésiastica hierarchia y De mystica Theologia ha ejer¬ cido inmensa influencia en toda la mística posterior (PG 3). San Juan Clímaco (f 649), cuya Scala Paradisi es un compendio de ascé¬ tica y mística para los monjes orientales, parecido a Las Collationes de Casiano para los occidentales (PG 88,632-1164). Diadoco, obispo de Fótica (a mediados del s.v), De perfeelione spirituali capita C , (PG 65, 1167-12!2). San Máximo el Confesor (580-662) expone la doctrina de Dionisio sobre la contemplación refiriéndola al Verbo encamado, que vino a deificar¬ nos, en sus Scholia sobre Dionisio (PG 4), en su Librum asceticum (PG 90, 912-956) y en su Mistagogia (PG 91,657-717). San Juan Damasceno (675-749), en sus tres libros de Sacra parallela, colec¬ ción riquísima de sentencias y textos edificantes sobre la vida cristiana, sacados de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres, y otros de me¬ nor importancia (PG 94-96). B) Patrología latina 6. San Cipriano (200-258), principalmente en De habitu virgxnum, De domi¬ nica oratione , De bono patientiae, De zelo et livore> De lapsis, etc. (PL 4). San Ambrosio (333-397). De offieiis ministrorutn , De virginibus, De viduis, De virginitate, etc. (PL 16,25-302). San Jerónimo (347-420), Epistulae principalmente (PL 22). San Agustín (354-430), Confessiones, Soliloquia , De doctrina'christiana, De civitate Dei , Epistulae , etc. (PL 32-47). En casi todas las obras de esta figura colosal se encuentran preciosos materiales ascétíco-místicos, que han utilizado todos los místicos posteriores. Casiano (360-435), Instituía coenobiorum y Collationes (PL 49-50). Sus con¬ ferencias o «colaciones» han ejercido enorme influencia en toda la ascé¬ tica posterior. San León (papa 440-461), Sermones (PL 54), llenos de sublimes pensamien¬ tos y profunda piedad. San Benito (480-543), Regula (PL 66), llena de suavidad y discreción, que fue hasta el siglo xiii la de casi todos los monjes de Occidente. San Gregorio Magno (540-604), Expositio in Librum Job, sive Moralium libri XXXVi Líber regulae pastor alis, Homiliae XL in Evangelxa , Homi- liae XXII in Ezechielem, Dialogorum Libri quatuor, etc. (PL 75-77). San Isidoro de Sevilla (t 636), Regula monachorum, Libri Sententiarum U-III (PL 83). 4 Resumen histórico-bibliográfico. z) Edad Media L Siglos VIII al XI 7* Es una época muy pobre, que apenas aportó nada de interés a la historia de la espiritualidad.. Recogemos aquí .algo de lo mejor que se produjo en esta época decadente: San Beda el Venerable (f 735), Homiliae (PL 94). Ambrosio Autperto (t 778)» Líber de confictu vitiorum et virtutum, atribuido antiguamente a San Ambrosio o a San Agustín (PL 40,1091). San Teodoro Studita (759-826), Catechesis rriinor et maior y Sermones de sunctis monachis (PG 99). Juan Aurelianense (t 843): tres libros De institutione laicali, manual de piedad para seglares (PL 106). Smaragdo (f c.830), Commentarium in Regulam S. Benedicti , Diadema ttio- nachorum (PL 102). Odón de Cluny (f 942), Collationes (PL 133). San Pedro Damíano (f 1072), Epistulae y Sermones (PL 145). Simeón el Teólogo (949-1022), Sermones, Hymni mystici » etc. (PG 120). IL Siglos XII al XV Comienzan a perfilarse las distiritas escuelas de espiritualidad en torno a las grandes órdenes religiosas. Se organizan y siste¬ matizan las enseñanzas de los Santos Padres con las nuevas aportaciones de los teólogos y místicos experimentales. A) Escuela benedictina 8 . Se inspira principalmente en la liturgia y en las obser¬ vancias monásticas a través de la Regla de su santo Fundador, He aquí los principales representantes: San Anselmo (1033-1109), principalmente en sus devotísimas Meditationes et orañones (PL 158, con algunas interpolaciones de otros autores) y Cur Deus homo , donde se habla de la gravedad del pecado y de la satisfacción infinita de Cristo (PL 158). San Bernardo (1090-i 153), el Doctor Melifluo, cuya entrañable devoción y ternura ha tenido honda repercusión en toda la espiritualidad poste¬ rior. Cf. principalmente: De consideratione (al papa Eugenio III), De di- Ugendo Deo t De gradibus humilitatis, De conversione ad clericos .... Sermo¬ nes, In Cántica canticorum, Epistulae, etc. (PL 182^84). Un buen estudio sobre San Bernardo es el de Esteban Gilson, La Théologie mystique de S. Bernard (1934). Santa Hildegarda (1098-1179) en sus Sciuias (sci vias Domini), Líber ope- rum Domini, Epistulae, etc. (PL 197). Santa Gertrudis la Grande (1256-1301) y Santa Matilde de Hackerborn (c. i 242- i 299) tienen unas notabilísimas Revelationes , en las que se manifiesta—entre otras cosas muy interesan¬ tes—una tierna devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Santa Brígida (1302-1373), viuda, monja en el monasterio cisterciense de 5 Resumen histórko-bibUogtájko Alvastra (Suecia); tiene unas famosas Revelaiiones que describen par¬ ticularmente la pasión del Señor. Juan de Castel (f C.14J0), probable autor del precioso De adhaerendo Deo, atribuido hasta hace poco a San Alberto Magno; otros escritos suyos: De lumine increato, Formulae vitae religiosae, etc., permanecen todavía inéditos, Luis Barbo (1380-1443) escribió su Formula orationis et meditationis, en donde se inicia la corriente de la oración metódica, que perfeccionará San Ignacio, B) Escuela de San Víctor 9. Heredera del espíritu de San Agustín y de las doctrinas del Pseudo-Díonisio, la escuela de San Víctor-—fundada por Guillermo de Champeaux—tiene tendencias platónicas y ale¬ goristas^ Representa un término medio entre la escuela bene¬ dictina, de orientación predominantemente afectiva, y la do¬ minicana, que nacerá en seguida con tendencia más intelectua- lista. Sus principales representantes son: Hugo de San Víctor (1096-1141) en sus Comment, in Hierarchiam caelest, Ps.-Dionysii (PL 175), De vanitate mundi, Expositio in Regulara S . Augus - tini, De Institutione novitiorum, De arrha animae, De laude caritatis, De modo orandi, De meditando (P L 176). Ricardo de San Víctor (f 1173), De praeparatione ad contemplationem (Be - niamin minor), De gratia contemplationis (Beniamin maior), De statu interioris homirus, De eruditione interioris hominis, De gradibus caritatis, De IV gradibus violentae caritatis, Expositio ¿n Cántica canticorum, etc. (PL 196). Adam (f 1177) es el poeta de la escuela con sus Sequentiae (PL 196). C) Escuela cartujana 10. Siguiendo el espíritu de su Orden, la escuela cartujana insiste en la vida solitaria y contemplativa. Sus principales re¬ presentantes hasta el siglo xvm solí: Guido I (f 1137) fue el quinto prior y verdadero legislador de la Cartuja: Consuetudines carthusienses (PL 153), Meditationes (ed. París 1936). Guido TI (f 0,1193), también prior: Scala Claustralium (lección, medita¬ ción, oración y contemplación) (PL 184-475). Hugo de Balma (s.xiu) es, según parece, el verdadero autor de la famosa Theologia mystica, o mejor, De triplici via ad sapientiam, atribuida du¬ rante varios siglos a San Buenaventura. Ludolfo de Sajonia (f 1377), que primero fue dominico y pasó después a la Cartuja, es el autor de la famosa Vida de Cristo (conocido por el Car¬ tujano), que tanto influyó en la espiritualidad posterior e hizo mucho bien a Santa Teresa (i. a ed. 1477). Dionisio el Cartujano (i 402- i 47 i) fue llamado el Doctor Extático ; escri¬ bió muchos libros (44 vols. en 4. 0 de la nueva edición comenzada en 1896 por los cartujos de Montreuil), entre otros los Comentarios a Ca¬ siano, a San Juan Clímaco, al Pseudo-Diomsio, Del estrecho camino de la salvación y desprecio del mundo. De la conversión del pecador , De los reme¬ dios contra ías tentaciones, Espejo de los amadores del mundo, De ¡a oración, 6 Resumen bhtórico-blblio,gráfico De la fuente de la luz , De la contemplación, Del discernimiento de los espí¬ ritus, De los dones del Espíritu Santo > etc. (ed. Monstrolii 1896-1923). Juan Lanspergio (f 1539), célebre por su devoción al Sagrado Corazón de Jesús y por su obra principal AUoquium Christi ad animam fidelem, que se parece mucho a la Imitdción o Kempis (ed. Monstrolii 1888-90). Lorenzo Surio (f 1578) publicó seis volúmenes De probatis Sanctorum his- torzis, perfeccionando la obra de A. Lippomani, y tradujo aí latín los sermones de Taulero. Antonio de Molina (f 1619), Instrucción de los sacerdotes (1608), libro precioso, del que se han hecho numerosas ediciones y traducciones; Ejercicios espirituales, De las excelencias, provecho y necesidad de la ora¬ ción mental (Burgos 1615). Inocencio Le Masson (f 1703), Introduction á la vie religieuse et parfaite (1677), Disciplina Ordinis Carthusiensis (1703), Psalmodie intérieure (4 vols., 1696-97). Agustín Nagore (1620-1705), de la cartuja de Zaragoza (Aula Dei), pu¬ blicó su famosa Lucerna mystica (Valencia 1690) con el pseudónimo de José López Ezquerra, Pbro. En ella se opone a los errores de Molinos, lo mismo que en su Lydius theologicus, D) Escuela dominicana 11* Sobre una sólida base doctrinal junta la oración litúr¬ gica y la contemplación con la acción apostólica. Santo Domingo fue una encarnación viviente del lema de la Orden: Contémplala alus tradere. Santo Domingo de Guzmán (i 170-1221), fundador de la Orden de Predica¬ dores, compuso sus Constituciones (Líber consuetudinum) —inspirándose en las de ios Premonstratenses—, que resultan aptísimas para armonizar la vida contemplativa con la activa, que es el ideal de su Orden. Jordán de Sajonía (f 1237), primer sucesor de Santo Domingo, escribió unas notables Epistulas spirituales (ed. Altaner, Leipzig 1925). Humberto de Romanis (f 1277), quinto maestro general, comentó la Regla y las Constituciones con mucha doctrina, piedad y unción; Expositio su- per Regulam Sancti Augustini et Constitutiones Fr. Praedicatorum. Hugo de San Caro (f 1263); con sus magníficos comentarios a la Sagrada Escritura se ha podido formar un excelente libro, De vita spirituali (P. Dionisio Mésard, O.P.; Pustet 1910), dividido en cuatro partes: vías purgativa, iluminativa, unitiva y vida espiritual de los sacerdotes. San Alberto Magno (f 1280), el gran maestro de Santo Tomás, escribió una cantidad asombrosa de libros sobre las materias más diversas (38 vo¬ lúmenes en 4.^ de la ed. Vivés, 1890-99), de los que interesa destacar aquí los Comentarios a Dionisio Areopagita, A San Juan, su precioso Ma- riale. Del santo sacrificio de la misa , Suma de Teología , Comentarios a las Sentencias , etc. Santo Tomás de Aquino (1225-1274), el Doctor Angélico , es indiscutible¬ mente la primera autoridad en Teología ascética y mística (Pío XI) y el maestro de todos los teólogos posteriores. Su obra ecuménica y su doctri¬ na objetiva rebasan los moldes de una determinada escuela para conver¬ tirle en el Doctor Común y Universal, como le llama la Iglesia, En sus obras se encuentran esparcidos los grandes principios de la Teología es¬ piritual y todas las cuestiones fundamentales de la ascética y mística cris¬ tianas. Véase principalmente su maravillosa Suma Teológica, los Comen¬ tarios a San Pablo, a los Evangelios, al Pseudo-Dionisio; su opúsculo De 7 Resumen histérico-bibliográfico perfectione vitae spiritualis y el Oficio del Santísimo Sacramento, rebosante de doctrina y de piedad. La teología especulativa y la mística experi¬ mental se dieron en el Doctor Angélico un abrazo estrechísimo, que ha dado a sus obras su solidez inconmovible y su perenne vitalidad. El maestro Eckart (c. 1260-1327) escribió muchas obras ascético-místicas, pero apenas han llegado a nosotros unos pocos fragmentos, pues a raíz de la condenación de algunas de sus proposiciones por Juan XXII—des¬ pués de la muerte de Eckart—fueron destruidas todas sus obras (cf, Denz. 501-529). Ejerció una gran influencia en sus discípulos Taulero y Susón. Juan Taulero (f 1361) es uno de los mayores místicos del mundo, que ejer¬ ció una gran influencia en los místicos posteriores, sobre todo en San Juan de la Cruz (cf. P. Grisógono, San Juan de la Cruz; su obra científica, intr., p.45). Expuso su doctrina en sus Sermones f que tuvieron una gran difusión a través de la traducción de Surío. Las famosas Instituciones divinas no fueron escritas por él, pero contienen un resumen de su doctrina (ed. P. Getino, Madrid 1922). Beato Enrique Susón (c.1295-1366): Libro de la eterna Sabiduría, Libro de la Verdad, Sermones, etc. Sus obras fueron publicadas en alemán por el P. Denifle, Die Schriften des heiligen H. Suso, y en francés por el P. Thi- riot, Oeuvres mystiques de H. Suso (Gabalda, París 1899). Hay ediciones españolas. Santa Catalina de Siena {1347-1380): su famosa obra El diálogo y sus pre- cíosas Cartas constituyen un riquísimo arsenal de doctrinas ascético-mís¬ ticas de primera calidad (ediciones españolas). San Vicente Ferrer (1346-1419) tiene varios opúsculos ascéticos, sobre todo su famoso Tratado de la vida espiritual, que corrió de mano en mano durante varios siglos (últ. ed. Valencia 1950). San Antoñino de Florencia (f 1459), en su opúsculo Regola di vita chris- tiana, da excelentes normas de santificación (ed. Florencia 1923). Jerónimo Savonarola (f 1498) escribió sus libros Tratado de la humildad, del orden, del amor a Jesús , la Simplicidad de la vida cristiana, sus precio¬ sos comentarios al Padrenuestro y a! Miserere, etc,, aparte de sus nota¬ bilísimos Sermones . Domingo Cavalca (f 1342), Specchio della croce, Disciplina delli spiritua- li, etc. : Jacobo Passavanti (f 1357), Specchio di vera penitenza (ed. Florencia 1924). Juan Dominici (f 1419), Libro d’amore di caritd, Regola del governo di cura famxliari (ed. Salvi, 1860). Juan de Torquemada (t 1468), Meditaciones sobre la vida de Cristo (1467), Cuestiones espirituales sobre los Evangelios (1478), De nuptiis spiritualibus (inédito). Beata Osana de Mantua (t 1505), Libro de su vida y de los dones espiritua¬ les recibidos de Dios. E) Escuela franciscana 12* Insiste sobre todo en la doctrina del amor y en la ne¬ cesidad de la propia abnegación y de la perfecta pobreza para imitar a Cristo, San Francisco de Asís (1181-1226), Opúsculos (ed. crítica, Quaracchi 1904), Obras completas (BAC n.4). San Antonio de Padua (t 1231) había muchas cosas de mística en sus Ser¬ mones dominicales et in solemnitatibus (ed. Locatelli, Padua 1895-1903), David de Augsburgo (f 1271) fue muy leído en su De exterioris et interioris s Resumen hhtórico-b'tblto,gráfico hominis reformatione (ed. Quaracchi 1899) y en Los siete grados de oración (en RAM [1933] p. 148-70), San Buenaventura {1221-1274); además de.sus obras, teológicas, tiene mu¬ chos tratados ascético-místicos, entre los que destacan el famoso Itinera¬ rio de la mente a Dios, el Breviloqiiium, el Incendio de amor (llamado tam¬ bién De triplici via ), el Lignum vitae, Vitís mystica, De sex alis Seraphim, etcétera. Ha ejercido grán influencia en toda la mística posterior, so¬ bre todo en su escuela. Véase Obras, ed. BAC, Madrid, Beato Raimundo Lulio (+ 1315) es un místico exaltado en su Libro del Ami¬ go y del Amado , que forma parte de su Blanquerna (ed. crítica, Palma dé Mallorca 1914). Véanse Obras literarias, ed. BAG n.31. .. . San Bernardino de Sena (1380-1444), Sermones, Scripta ascética (e d. Ro¬ ma 1903). . Enrique Harp (f 1477): su Theológia mystica fue puesta al principio en el Indice; pero¿ corregida por el dominico P. Philip (Roma .1586),- ejerció gran influencia en los siglos xvi y xvit. Beata Angela dé Foligno (f 1309): el famoso Libro de las visiones y, avisos consta de un Memorial, recogido por su confesor, y. de otros documen¬ tos. Describe principalmente la trascendencia soberana de Dios y los tor¬ mentos de Jesucristo. Santa Catalina de Bolonia (1413-1463) da en sus Revelaciones, con el tí¬ tulo De septem armis spiritualibus, excelentes medios prácticos para ven¬ cer las tentaciones. F) Autores independientes 13. Agrupamos aquí algunos de los más destacados escri¬ tores místicos que han ejercido influencia en la. espiritualidad cristiana, pero sin que se les pueda encuadrar en una determi¬ nada escuela. Los principales son: Juan Ruysbroeck (1293-1381), llamado el Admirable, es el fundador de la llamada escuela mística flamenca, que le tiene a él por principal y casi único representante: Su exaltado misticismo ejerció enorme influencia en los siglos posteriores, pero es oscuro y difícil en muchos de sus pasajes. Sus principales obras sdn el Espejo de salvación eterna, Libro de los siete sellos, Las galas de las bodas espirituales, El reino de los amantes, La peque¬ ña piedra, Las siete clausuras, Los siete grados de amor, etc..{Texto origi¬ nal, ed. crítica Ruysbroeck Genoetschap Mechelen, 4 vols. [1932-34]; tra¬ ducción latina de Surjo [1552]; varias traducciones castellanas.) Gerardo Groot (1340-1384) es autor de diversos opúsculos ascéticos. Gerlac Peters (1378-1411): Soífloquio encendido, dé doctrina parecida a la de la Imitación (éd. Rotterdam 1936)- Tomás de Kempis (i379-1471), a quien se atribuye con fundamento la ma¬ ravillosa Imitación de Cristo, el libro espiritual más leído del mundo. Es¬ cribió también Oraciones y meditaciones de la vida de Cristo, Soliloquio del alma, Los tires tabernáculos, La verdadera compunción, Disciplina de los claustros, etc.' (éd. crítica, 7 vols., Friburgo 1902-22). Juan Mauburno o Monbaer (f 1503) resumió las principales cuestiones de espiritualidad en su Rosetum exercitiorum spiritualium (1491). Pedro d'AillY: (1350-1420), Sermones y Tratados (De los.cuatro grados de la escuela espiritual, Espejo de la consideración, Compendio dé la contempla¬ ción, etc.), Defalsis prophetis (entre las obras de Gersón; t.i), San Lorenzo Justiniano (1318-1455), reformador de las congregaciones italianas y del clero secular, escribió muchas obras ascético-místicas, en- Resumen histórico-biblto,gráfico 9 trc las que destacan: De spirituali et casto connubio Verbi et aniniae, De perfectionis gradibus, De compunctione, De Itumilítate, De obedientia, De vita solitaria, De contemptu mundi, De incendio divini amoris, etc. /Opera ommcí, Venecía 1751). Walter Hilton (f 1396) escribió su famosa Escala de perfección (The Scale of Perfection), que le ha valido su título de jefe de la escuela inglesa. Juan Gersón (1363-1429): erró profundamente en algunas tesis nomina¬ listas («nullus est actus íritrinsece malus ex obiecto»), pero escribió exce¬ lentes obras espirituales: El libro de la vida espiritual del alma, El monte de la contemplación. Teología mística especulativa y práctica, Probación de los espíritus, La oración, Las pasiones del alma , Las tentaciones, La perfec¬ ción del corazón, etc. Suyos son también el precioso tratadito De parvulis ad Christum traheñdis y unas devotas Consideraciones sobre San José, que le colocan entre los primeros y más decididos promovedores de la devo¬ ción Josefina (Opera, ed; Dupin, 1706). Juliana de Norwigh (1342-t 1413?), Revelaciones del divino amor (Revela - tions of divine Love), nueva ed., Londres 1907. Santa Catalina de Genova (1447-1510): Dialogus de divino amore (dei que sólo es auténtica la p.i. a ) y el precioso Tratado del purgatorio, -3) Edad Moderna y Contemporánea Siglos XVI al XX Las antiguas escuelas—benedictina, dominicana y francis¬ cana—continúan difundiendo y concretando sus doctrinas. Sur¬ gen nuevas escuelas, como la carmelitana, la agustiniana, la ignaciana y la francesa 1 del siglo xvii. Se codifica y sistematiza la mística,; haciéndola más orgánica y científica. Empiezan lás discusiones de escuela. Se combaten las herejías místicas. A) Escuela benedictina 14. García de Cisñeros (1455-1510), abad de Montserrat, escribió su Ejercitatorio de la vida espiritual, que acaso inspiró a San Ignacio la pri¬ mera idea de sus Ejercicios espirituales (ed. Barcelona 1912). Ludovico Blosio (1506-1566) destaca sobre todo por su preciosa Institutio vitae spiritualis, en la que recoge todas sus doctrinas. Escribió también su Consolado pusillanimium , Conclave animae fidelis, etc., y una defensa de Taulero explicándolo en estilo más accesible (Opera omnia, 1632). Juan de Castañiza (f 1598) continuó en España la reforma de García de Cisñeros,' y escribió Lá perfección de Id vida cristiana y los cinco libros Institutionum divinae pietatis. Agusiín Baker (1575-1641) escribió varios opúsculos sobre la contempla¬ ción, coleccionados después bajo el título Sancta Sophia por D. Cressy ( i6 57 )' Armando de Rancé (f 1700), reformador del Cister (Trapenses), escribió De la sainteté et des devoirs de la vie monastique (1683) y su Réponse au traité des études monastiques (1692), contra Mabilion, que concedía de¬ masiada importancia a los estudios literarios en la vida monástica. Ma¬ billon contestó con sus Réflexions sur la réponse ... (1692). Juan Cardenal Bona (1609-1674) es famoso, sobre todo, por su excelente tratado De discretxone spifituum . Escribió también De divina psalmodia, Via compendii ad Deum , Manuductio ad caelum, Horologium asceticum, etc. 10 Resumen histérico-bibliográfico Domingo Schram (1658-1720)» Institutiones theologiae mysticae; es un exce- . lente tratado de ascética y mística, didáctico y piadoso a la vez (nueva edición, París 1868). Dom Próspero Guéranger (1S05-1875), restaurador de la Orden benedic¬ tina en Francia, escribió los nueve primeros volúmenes de su monumen¬ tal Año litúrgico, que tanto bien ha hecho a las almas. Hay un resumen, Catecismo litúrgico, por dom Leduc y dom Baudot (Mame 1921). Es¬ cribió también sus Conférences sur la vie chrétienne (1880). Cecilia Bruyére (f 1909), abadesa de Santa Cecilia, escribió La vie spiri- tuelle et Voraison d'aprés la Sainte Écriture et la tradition monastiqae (nueva ed. 1922). . Dom Vital Lehodey, abad cisterciense de Nuestra Señora de Gracia, des¬ taca por sus preciosas obras Los caminos de la oración mental (1908) y El santo abandono (1919). Hay ediciones españolas. Dom Cuthberto Butler (1858-1934) ha escrito Benedictine monachism (1919), Western Mysticism (1922), Ways of christian Ufe (Londres 1932). Dom Saviniano Louismet (1858-1926) tiene varias obras místicas: Essai sur la connaissance mystique, La vie mystique, Miracle et mystique, La con- templation chrétienne, etc. Dom Columba Marmión (1858-1923), insigne abad de Maredsous, es, aca¬ so, el autor místico contemporáneo más famoso del mundo. Su influencia ha sido enorme a través de sus preciosas obras: Jesucristo, vida del alma (1918), Jesucristo en sus misterios (1919), Jesucristo, ideal del monje (1922), Sponsa Verbi (1923) y La unión con Dios (extractos de cartas, 1934). Su vida fue escrita por dom Thibaut (París 1929). Dom Juan B, Chautard (f 1936) es el autor de la preciosa obrita El alma de todo apostolado , conocidísima en todo el mundo. Dom Andrés Malet ha escrito en forma compendiosa una notable obra, La vie surnatwrelle: ses éléynents, son exorcice (París 1934). Dom Anselmo Stolz (f 1942), Teología de la mística (ed. española, Ma¬ drid 1951), es una original y notable aportación a los estudios místicos. Dom Germán Morin, El ideal monástico y la vida cristiana de los primeros siglos (ed. española» Montserrat 1931). B) Escuela dominicana 15. Bautista de Crema (f 1534): Via di aperta veritá, Specchio interiore , Delta cognitione e vittoria di se esteso (1531), que adaptó al español Mel¬ chor Cano, etc. La crítica le ha restituido últimamente el tratado Detti notabili , atribuido a S. Antonio María Zacarías. Santa Catalina de.Ricci (1522-1590), Lettere (ed. Firenze 1890). Pablo de León (f; 1528), Guía del cielo (Alcalá 1553). Melchor Cano (t 1560), La victoria cte sí mismo (Valladolid, 1550), adap¬ tación de la obra de Crema. Juan de la Cruz (f c.1565). Diálogo sobre la necesidad de la oración (Sala¬ manca 1555). Felipe de Meneses (f 1572), Luz del alma (Valladolíd 1S54). Agustín de Esbarroya (f 1554), Purijicador de la conciencia (Sevilla 1550). Domingo Baltanás (f 1564), Apología de la oración mental (Sevilla 1556), Apología de la frecuentación de la sacrosanta Eucaristía y Comunión (Se¬ villa 1558), Doctrina cristiana (Sevilla 1555). Alonso Cabrera (1548-1598), Los escrúpulos y sus remedios (Valencia 1599; reed. P. Getino, Madrid 1918). Fray Luis de Granada (1505-1588) es el autor español que mayor número de ediciones ha alcanzado en el mundo entero, como ha demostrado el Resumen histórico-bibliográfico 11 P. Llaneza (Bibliografía del P. Granada , 4 vols., Salamanca 1926-28). Sus preciosas obras Guía de pecadores, De la oración y meditación, Memo¬ rial de la vida cristiana, Exposición del símbolo de la fe, etc.» no han per¬ dido todavía su frescura y actualidad, siendo para las almas manantial inexhausto de la más pura y acendrada devoción (Obras, ed. crítica deí P. Cuervo en 14 vols,, Madrid 1906SS). Bartolomé de los Mártires (i 514-1590), arzobispo de Braga» Compen - diwn spiritiudis doctrinae (1582), Srimulus pastorum (1564). Juan Gavaston (t 1623), El tratado de la Vida espiritual de San Vicente Ferrer declarado y comentado (Valencia 1626). Juan de Santo Tomás (1589-1644) es el mejor comentarista del Doctor An¬ gélico en la cuestión relativa a los dones del Espíritu Santo (In LII 68). Luis Chardon (1595-1651) escribió sus magníficas obras La Croix de Jésus (1647; reed. París 1937), Raccourci de Varí de méditer (1649), Médita- tiorts sur la Passion (1650). Tomás de Vallgornera (f 1665) coleccionó innumerables textos de Santo Tomás en su Mystica Tkeologia Divi Thomae (ed. Turín 1911)» inspi¬ rándose mucho en las obras del carmelita Felipe de la Santísima Tri¬ nidad. Juan Tomás de Rocaberti (f 1699), Ejercicio de meditaciones (Barcelo¬ na i668) r Teología mística (ibid., 1669). Vicente Contenson (1641-1674) es el autor de la famosa Theologia mentís et coráis, en 9 vols.; al final de cada cuestión se sacan las consecuencias prácticas o ascéticas. Beato Francisco de Posadas (f 1713), Triunfos de la castidad, contra los errores qüietistas de Molinos. Antonio Massoulié (1632-1706), Traite de la véritable oraison (1699), Traite de Vamour de Dieu (1703), contra el quietismo; Méditations de Saint Thomas sur les trois voies (ed. París 1934). Domingo Ricci, Homo interior (3 vols., 1709), contra los errores de Molinos. Alejandro Piny (1640-1709), La vía más perfecta (el santo abandono), La oración del corazón, La llave del puro amor, El estado del puro amor , La presencia de Dios, etc. Hay nueva edición española de la primera con el título El cielo en la tierra (Madrid 1947). J. B. Rousseau, Avis sur les divers états d'oraison (1710). Enrique Lacordaire (1802-1861), Vida de Santo Domingo (1840), Cartas , edición española: Obras completas, trad. P. Castaño (22 vols., Ma¬ drid 1926SS). Andrés María Meynard (1824-1904), Traité de la vie intérieure (1884), nueva edición adaptada por el P. Gerest (1923-25). Edición española del P. Castaño: La vida espiritual (Barcelona 1908). B. Froget, De Hiabitation du Saint-Esprit dans les ámes justes (1900). M. J. Rousset, Directorium asceticum, La vie spirituelle d'aprés la tradition et la doctrine des Saints (1902). Jacinto M. a Cormier (1832-1916), Instruction des novices (1905), Retraites, Lettres, Vie du P, Jandel, Entretiens sur la liturgie dominicaine, etc. Enrique Deniele (f 1908), La vida espiritual (colección de textos, de los místicos alemanes del siglo xiv). Edición Bilbao 1929. Ambrosio Gardeil (1859-1931), La structure de Vdme et Vexpérience mistique (magnífica obra en 2 vols., París 1927), La vraie vie ckrétienne (incom¬ pleta, París 1935), Los dones del Espíritu Santo en tos santos dominicos (traducción española del P. Urbano, Vergara 1907), Alberto M. a Weis (f 1925), Apología del cristianismo, en la que se ha¬ cen frecuentes incursiones al campo de la ascética y mística (Barcelo¬ na 1905-6). 12 Resumen histórico-bibliográfico Barthier, De laperfection ckrétienne et religieuse d'.aprés S. Thomas et S. Fran- ^ois de Sales (2 vols., 1902). M. A. Janvier (1860-1939), Exposition de la Morale Catholique, conferen¬ cias en Nuestra Señora de París (desde 1903 a 1923),. principalmente las conferencias sobre la charité et la perfection ckrétienne. Juan González Arintero (1860-1928) es el restaurador .de los estudios místicos en España. Sus obras Evolución mística , Cuestiones místicas, Ex¬ posición del Cantar de los Cantares, La verdadera mística tradicional, Grados de oración, Las escalas de amor, etc., se reeditan sin descanso. En 1921 fundó en Salamanca «La vida sobrenatural». Vicente Bernadot (1883-1941), De la Eucaristía a la Trinidad (Barcelo¬ na 1946), La Virgen María en mi vida (Barcelona 1941). Fundó en Fran¬ cia, en 1919, «La Vie Spirituelle». G. Gerest (1866-1941), Memento de vie spirituelle (1923). A. Lemonnyer (t 1932), Notre vie divine (París 1936). F. Joret (1884-1937), La contemplaron mystique (París 1923), Venfonce spi¬ rituelle (París 1931)» H. Petitot (f 1934), Introduction á la sainteté (París 1935), Santa Teresita de Lisieux (ed. española, Barcelona 1948). T. Richard, Théologie et piété d’ciprés S. Thomas (París 1935). . H. D. Noble, La amistad divina (ed. española, Buenos Aires 1944). ... R. Bernard, Le mystére de Marie (París 1933). Reginaldo Garrigou-Lagrange es una de las figuras más relevantes de la mística contemporánea: Perfection ckrétienne et contemplaron (2 vols., 1923), L’amour de'Dieu et la Croix de Jésus (2 vols,, 1929), La.providen¬ cia y la confianza en Dios (ed. española, Buenos Aires. 1942), Las tres edades de la vida interior (Buenos Aires 1944), Las tres conversiones y las tres vías (Juvisy 1933), La unión mística en Santa Catalina de Sena (1938), El Salvador y su amor por nosotros, La Madre del Salvador y nuestra vida interior (Buenos Aires 1947). Benito Lavaud, Uoeuvre mystique de Henri Suso, 5 vals. (LUF, Friburgo). Pedro-Tomás Dehau, La compassion de la Sainte Vierge (Lyón 1942), Le contemplatif et la croix (ibid., 1942), Le bon pasteur (ibid., 1942), En priére avec Marie (ibid., 1943), Des fieuves d*eau vive (ibid., 1941). Pío Regamey, La croix du Christ et celle du chrétien (Lyón 1944). M. M, Philipon, La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad (1937), obra verdaderamente egregia, de lo mejor que se ha escrito en estos tiempos; Santa Teresa de Lisieux (Barcelona 1952), Los sacramentos en la vida cristiana (Buenos Aires 1950),. La doctrine spirituelle de Dom Marmion (París 1954), preciosa síntesis de la espiritualidad del insigne abad benedictino, y Los dones del Espíritu Santo (1966). Ignacio G. Menéndez-Reigada (f 1951), Unidad específica de la contem¬ plación cristiana (Madrid 1926), De dirección espiritual (Salamanca 1934), Necesidad de los dones del Espíritu Santo (Salamanca 1939), .Los dones del Espíritu Santo y la perfección cristiana (Madrid 1948). Vicente Beltrán de Heredia, Corrientes de espiritualidad (Salamanca 1941). Sabino Lozano, Vida santa y ciencia sagrada (2. a ed. Salamanca 1942). . Victorino Osende, El tesoro escondido (1942), Album de un alma (Salaman¬ ca 1926), Contémplala (2. a ed. Pamplona 1947), Las grandes etapas de la vida espiritual (Salamanca 1953). Emilio Sauras, El Cuerpo místico de Cristo (BAO, Madrid 1952). Pablo Philippe, Doctrina mysiica S. Tkomae (Roma 1952). 13 Resumen histórico-bibliográfico C) Escuela franciscana 16, Alonso de Madrid (f 1521) escribió su precioso Arte para servir a Dios, verdadera joya de nuestra literatura ascético-mística, y el Espejo de ilustres personas (ed. BAC, n.38). Francisco de Osuna (f 0.1540), Primero , segundo y tercer Abecedario espi¬ ritual (1525*1530). El tercero lo usó Santa Teresa, a quien hizo mucho bien (ed. moderna, t.16 NBAE, Madrid); Ley de amor santo (BAC, n.38), que constituye su cuarto abecedario, resumen de los anteriores. Bernardino de Laredo (1482-1540), religioso lego, escribió su celebrada Subida del monte Sión, llena de luz, dulzura y colorido (BAC, n.44). Antonio de Guevara (1480-1545), Monte Calvario y Oratorio de religiosos y ejercicios virtuosos (BAC, n.44), dirigido a religiosos y seglares que quieren vivir santamente. Gabriel de Toro, Teología mística (1548). San Pedro; de Alcántara (1499-1562), Tratado de la oración, breve resu¬ men del libro de la Oración y meditación, de Fr. Luis de Granada (nueva edición, Salamanca 1926). Juan de Bonilla, Tratado de la paz del alma (Alcalá 1580). Miguel de Medina {1489-1578), Infancia espiritual (BAC, n.44). Beato Nicolás Factor (1520-1583), Las tres vías, breve tratadito de exal¬ tado misticismo, lleno de alegorías (BAC, n.44). Diego de Estella (1524-1578) escribió el famoso tratado de la Vanidad del mundo y sus Meditaciones devotísimas del amor de Dios (BAC, n.46). Juan de Pineda (f 1593?), Declaración del Pater noster (BAC, n.46). Fr. Juan de los Angeles (1536-1609) es uno de los mayores místicos fran¬ ciscanos en sus Triunfos del amor de Dios (NBAE, 20), Diálogos de la conquista del reino de Dios (ibid.), Consideraciones sobre los Cantares (ibid.). Manual de la vida perfecta (BAC, n.46), Esclavitud mariana (ibid.), etc. Diego Murillo (1555-1616), Instrucción para los principiantes y Escala es¬ piritual (ed. Salamanca 1907). Benito de Canfeld (f 1610), O.M.Cap., Régle de perfection (1609). Matías Bellintani de Salo (f 1611), Pratica delVorazione mentale (Asís *932-34)- Constantino de Barbanson, Sécrets sentiers de l'amour divin (1622; reedi¬ ción París 1932). José de Tremblay (f 1638), Introduction á la yie spirituelle par une méthode facile d’oraison (1626 y 1897). Ivo de París, Progrés del Vamour divih (1642), Les misericordes de Dieu (1645). Venerable María de Agreda (1602-1665), Mística ciudad de Dios , Escala para subir a la perfección, Leyes de la esposa (nueva ed. Barcelona 1911- 1920, 7 vols.). Pedro Pictaviense, Le jour mystique (3 vols., París 1671). Luis de Argentan (i 680), Conférences sur les grandeurs de Dieu; id., de Jésus-Christ; id., de la Ste. Vierge , Exercices du chrétien intérieur. Cardenal Brancati de Laurea (f 1693), De oratione christiana (1685), muy citado por Benedicto XIV. Diego de la Madre de Dios (1712), Arte mística (Salamanca 1713). Santa Verónica de Juliani (1660-1727), Diario (9 vols., Prato 1895-1928). Bernardo de Castelvetere, Direttorio místico (1750). Ambrosio de Lombez (t 1778), Traite de la paix intérieure , muy eficaz con¬ tra los escrúpulos (numerosas ediciones); Lettres spirituelles (Oeuvres complétes) (3 vols., París 1881-1882). Antonio Arbiol, Mística fundamental (Madrid 1761), Desengaños místicos 14 Resumen histórtco-bibliográfico (Madrid 1772). Cita mucho a San Juan de la Cruz, pero con frecuencia le interpreta mal. Luis de Bese, La science de la priére (Roma 1903); Eclaircissements sur les oeuvres de S. Jean.de/la Croix (1889); autor muy sólido y recomendable. Cardenal Vives y Tutó, Compendium theologiae ascetico-mysticae (1908). Adolfo de Denderwindeke, Compendium theologiae asceticae (1921), 2 vols. con amplia bibliografía. J. Heerinckx, Introductio in theologiam spiritualem (Roma 1931). Miguel de Esp lugas, Conferencias espirituales (1904). ívo de Mohon, Le don de Sagesse (París 1928). D) Escuela agustiniana 17. Se inspira con preferencia en las obras de San Agustín, La escuela cuenta como representantes suyos a algunos autores de la Edad Media (Ruysbroeck, Kempis, etc.), pero no pare¬ ce bien perfilada hasta la Edad Moderna. He aquí algunos de sus autores más notables: Santo Tomás de Villanueva (1488-1555), además de sus magníficos Sermo¬ nes, escribió varios opúsculos ascéticos (Obras, BAC, n.96). Beato Alonso de Orozco (i 500- i 59 i) tiene más importancia que el ante¬ rior en la historia de la mística; Vergel de oración y monte de contempla¬ ción ,, Desposorio espiritual, Libro de la suavidad de Dios y Regla de vida cristiana son sus principales obras (Madrid 1736, 4 vols.). Venerable Tomé de Jesús (1533-1582) escribió, entre otras, su bellísima obra Los trabajos de Jesús , difícilmente superable (varias ediciones). Fray Luis de León (f 1591), De los nombres de Cristo, La perfecta casada. Exposición del Cantar de los Cantares, Del libro de Job , etc. (Obras, BAC, n.3). Pedro Malón de Chaide (1530-1589), La conversión de la Magdalena, de exuberante colorido y maravilloso estilo, pero de mística un tanto arti¬ ficiosa (varias ediciones). Agustín Antolínez (1554-1626) comentó con mucha piedad las poesías místicas de San Juan de la Cruz en su famosa Exposición . Agustín de San Ildefonso (1585-1662), Tkeología mystica, scientiay sabidu¬ ría de Dios mysteriosa , oscura y levantada para muchos (Alcalá 1654). Enrique Flórez (1702-1773), el inmortal autor de la España Sagrada, escri¬ bió también algunas obras de mística, tales como el Libro de los libros y ciencia de los santos , Modo práctico de tener oración mental y su preciosa traducción de Los trabajos de Jesús, del Venerable Tomé. Tomás Rodríguez se muestra notable teresianista en sus Analogías entre San Agustín y Santa Teresa .(VaUadolid 1883). Graciano Martínez (f 1925), Libro de Santa Teresa, obra póstuma, que recoge sus artículos y estudios místicos. César Vaca, Guías de almas (3. a ed.); Haz meditación (2. a ed.); La vida reli¬ giosa en San Agustín (2 vols.). Para más abundante bibliografía agustiniana, véase P. Monasterio, Místi¬ cos agustinos españoles (El.Escorial 1929, 2 vols.). E) La escuela carmelitana i8* Aunque tenga algunos antecedentes históricos, propia¬ mente no aparece la escuela hasta el siglo xvi con Santa Teresa yiSan Juan de la Cruz. Es una espiritualidad altamente contem- 15 Resumen bistórico-bibliográfico plativa, en la que todo se ordena a la unión íntima con Dios mediante el desprendimiento de todo lo creado, el recogimiento y la vida de continua oración. Santa Teresa de Jesús (1515-1582) es, sin disputadla figura cumbre de la mística cristiana experimental. En sus obras se encuentra la más alta psi¬ cología mística que nos han legado los siglos. Sus admirables descripcio¬ nes, su maravillosa clasificación de los grados de oración y de otros cien fenómenos místicos no han sido superadas por nadie. Sus obras inmor¬ tales, traducidas a los principales idiomas del mundo, se reeditan sin des¬ canso y son alimento sólido y exquisito para las almas sedientas de Dios (Obras, ed. crítica del P. Silverio [9 vols,, Burgos. 1915-1926], y numero¬ sísimas ediciones). San Juan de la Cruz (i 542- 1 59 1) señala, con Santa Teresa, el momento cul¬ minante de la mística cristiana experimental, con la ventaja sobre la San¬ ta de que el Doctor Místico no se limita a exponer los fenómenos, sino que da la razón de los mismos, iluminándolos con los grandes principios de la filosofía y teología católicas ( Obras, ed. crítica P. Silverio [5 vols.. Burgos 1929-1931]; ed. manual BÁC, n.15). Juan de Jesús María Aravalles (1539-1609), Instrucción de novicios (reed., Toledo 1925) y Tratado de la oración (Toledo 1926). Antonio de la Cruz, Libro de la contemplación. (hacia 1595). Jerónimo Gracián de la Madre de Dios (1545-1614), gran amigo y discí¬ pulo de Santa Teresa, escribió su Dilucidario del verdadero espíritu (1604), Mística teología (1601), Vida del alma (1609), De la oración mental , etc. (Obras, ed. P. Silverio, 3 vols., Burgos 1932-1933). Santa María Magdalena de Pazzis (1566-1607), carmelita de la Antigua Observancia: Estasi e leitere scelte (ed. crítica, Firenze 1924). Juan de Jesús María (1564-1615), tercer general de la Orden, escribió su Instructio novitiorum (1605), Instructio magistri novitiorum (1608), Schola orationis et contemplationis (i6u), Theologia mystica (Opera omnia, Florencia 1771). Tomás de Jesús (1564-1627), Tratado de la oración mental (1610), De con- templatione divina (1620), De contemplatione acquisita (Milán 1922). Fue el que introdujo en su escuela la fórmula «contemplación adquirida», que tanta desorientación causó en los estudios místicos. Venerable Ana de San Bartolomé (f 1626), Vie (autobiografía) et instruc- tkms (París 1646; reed. 1895). José de Jesús María Quiroga (f 1629), Subida del alma a Dios (1656), Don que tuvo San Juan de la Cruz para guiar las almas a Dios (en Obras del Santo, ed, P, Gerardo, Toledo 1914, t.3). Juan de San Sansón (1571-1636), converso de la Antigua Observancia, tiene unas notabilísimas Obras espirituales (2 vols., Rennes 1658); cf. «La Vie Spirituelle» (1925-1926). Cecilia del Nacimiento (f 1646), De la transformación del alma en Dios , De la unión del alma con Dios (en Obras de San Juan de la Cruz, ed. Tole¬ do 1914» vol.3). Teresa de Jesús María (f 1648), Obras (ed. Madrid 1921). Nicolás de Jesús María (t c.1670?), Elucidatio Theologica (Alcalá 1631), en defensa de la doctrina de San Juan de la Cruz. Felipe de la Santísima Trinidad (t 1671), Summa theologiae mysticae en 3 vols. (1656; reed. París 1875), en la que se inspiró mucho el dominico Vallgomera. Antonio del Espíritu Santo (1674), su celebrado Directorium Mysticum 16 Resumen histótico-biblio gráfico (1677; reed, 1904) no es sino un compendio de La obra del P, Felipe de la Santísima Trinidad. Baltasar be Santa Catalina de Sena (1673): sus Splendori riflessidi sapien- za celeste (Bolonia 1671) son un comentario a las Moradas, de Santa Te¬ resa. José del Espíritu Santo (t 1674), portugués, escribió su Cadena mística carmelitana (Madrid 1678) y Enucleatio Theologiae mysticae, comentando al Areopagita (reed. Roma 1927). Mauro del Niño Jesús (i 618-1696), de la Antigua Observancia: L'entrée d la divine Sagesse (4 vols., Soignies 1921). Antonio de la Anunciación (f 1714), Disceptatio mystica de oratioñe el contemplatióne (Alcalá 1683); especie de texto de ascética y mística. Honorato de Santa María (1651-1729), Tradition des Peres et des auteurs ecclésiastiques sur la contemplation (2 vols., 1709), contra el quietismo; Motifs et pfatique de l'amour divin (1713). Francisco de Santo Tomás (f 1.707), Medula mystica (Madrid 1695). José del Espíritu Santo (f 1736), andaluz, escribió su monumental Cumts theologiae mystico-scholasticae, eh 6 vols. (nueva ed. Brujas, t,i.-4,i924s). Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), con sü Historia de uñ alma. Car¬ tas, Poesías, etc., ha hecho famosísimo en todo ¿1 mundo su «caminito» de la infancia espiritual (Obras completas, Burgos [3. a ed. 1950] y nume¬ rosas ediciones). Sor Isabel de la Trinidad (1880-1906), en su Recuerdos y Retiros, se mues¬ tra una de las almas más sublimes que han desfilado por los claustros car¬ melitanos (véase el magnífico estudio del P. Philipon, O.P., La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad), Alfonso de la Dolorosa, Pratique de Voraison mentóle et de la perfection d'aprés Ste . Thérése et S. Jean de la Croix (8 vols., Brujas 1909-1914). Wenceslao del Santísimo Sacramento, Fisonomía de un doctor (2 vols.. Sa¬ lamanca 1913). Aureliano del Santísimo Sacramento, Manuale Cursus asceti (3 vols., 1917)* Teodoro de San José, Essai sur Voraison. (Brujas 1923), L’oraison d’aprés VÉcole Carmeliiaine (2. a ed., Brujas 1929). Lucas de San José (1872-1936), La santidad en el claustro. La santa imagen del crucifijo, Confidencias a un joven , Desde mi celda , etc. Crisógono de Jesós Sacramentado (i 904-1945), San Juan de la Cruz: si¿ obra científica y literaria (2 vols,, Avila 1929), La escuela mística carmelita¬ na (Avila 1930), Vida de San Juan de la Cruz (BAC, n.15), Compendio de ascética y mística (Avila 1933), Gabriel de Santa María Magdalena (1893-1953), La mística teresxana (Florencia 1934), Santa Teresa , maestra di vita spirituale (1935), San Giovanni della Croce, Dottore delVamore divino (1937), La contemplazione acquisita (1938), etc. Etrén de la Madre de Dios, San Juan de la Cruz y el misterio de la Santísima Trinidad en la vida espiritual (Zaragoza 1947).. Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios (2 vols., ed. española, Vitoria I 95 I-I 952 ). F) Escuela ignaciana 19. Espiritualidad activa, enérgica, práctica, disciplinada; metodizada. Todo está previsto con exactitud matemática. A través de su recia contextura, se transparenta sin esfuerzo el Resumen htstórico-btblio gráfico 17 espíritu del férreo vascongado que la fundó. Tiende a formar la voluntad para la santificación personal y el apostolado. San Ignacio de Loyola (0.1491-1495, f 1556), fundador de la Compañía de Jesús y de la escuela de su nombre a través de sus famosísimós Ejercicios Espirituales, que han ejercida gran influencia en la espiritualidad poste¬ rior. Para conocer su espíritu hay que leer también su Autobiografía, su Diario espiritual, las Constituciones de la Compañía de Jesús y sus magní¬ ficas Cartas (Obras completas , ed/BAC, n,86), San Francisco Javier (f 1552) tiene unas bellísimas Cartas y otros escritos espirituales (BAC, n.101). San Francisco de Borja (1510-1572), Meditaciones (ed. 1912) y Diario espi¬ ritual (ed. Mon. Híst, 19 ri). Alonso Rodríguez (t 1616), Ejercicios de perfección y virtudes cristianas (3 vols.; numerosas ediciones); obra excelente, pero exclusivamente ascética. San Alfonso Rodríguez (1531-1617), hermano coadjutor de la Compañía, que se remontó a altísima contemplación, escribió su Autobiografía y varios opúsculos de sublime elevación mística (Obras espirituales, 3 vo¬ lúmenes, Barcelona 1885). Francisco Suárez (f 1617), De virtute et statu reltgionis (I-II, 1608-1609; III-IV, 1623-1625). Jacobo Alvarez de Paz (f 1620), De vita spiritudli eiusqueperfectione (1608), De inquisitione pacis (1617; reed. 1875). Fue uno de los primeros en usar el término «oración afectiva», que hizo fortuna en las escuelas, San Roberto Belarmino (1542-1621), De ascensione mentís ad Deum (1614), De gemiiu colúmbarum sive de bono lacrymarum (1617), De arte bene mo~ riendi (1620). Antonio Le Gaudier (f 1622), De natura et statibus perfectionis (1643; reed. Turín 1903). Luis de la Puente (f 1624), Meditaciones (1605), Gula espiritual (1609), acaso la mejor obra propiamente mística de la escuela; De la perfección del cristiano en todos sus estados (1612), Vida del P. Baltasar Alvarez (161 5; reed. Madrid 1920), Expositio mor alis et mystica in Canticum (1622). Luis Lallemant (f 1635), Doctrine spirituelle , recogida por su discípulo Rigoleuc (reed, 1924 y 1936); libro precioso, de lo mejor que ha produ¬ cido la escuela. Luis de la Palma (f 1641), Camino espiritual (1626; reed, Barcelona 1887), Historia de la pasión del Señor (varias ediciones). Miguel Godínez (f 1644), Práctica de la teología mística (ed. 1681; tradu¬ cida al latín por el P. Reguera; nueva ed. París 192a). Eusebio Nieremberg (f 1658), Diferencia entre lo temporal y eterno, Aprecio y estima.de la divina gracia (numerosas ediciones). Juan Surín (f 1665), Fondements de la vie spirituelle (1674; reed. París 1930), Questions sur Vamour de Dieu (ed. París 1930), Lettres spirituelles (ed. Tou- louse 1926). Las obras de este autor son'magníficas, pero su Catéchisme spirituelle (1657-1658) fue puesto en el Indice en 1695, ocho años después de la condenación de los errores de Molinos (quietismo) y cuatro antes de los de Fénelon (semiquietísmo). Las circunstancias históricas expli¬ can la inclusión del Catecismo en el catálogo de libros prohibidos por ciertas expresiones que en aquella época podían saber a quietismo, aun¬ que todavía hoy continúa en el Indice. Jacobo Nouet (f 1680), U.homme d'oraison (1674). Beato Claudio de la Colombiére (f 1682), Journal des retraites (1684). Tco!. perfección 3 18 Resumen histórico-bibliográfico Pablo Segneri (1624-1694), Concordia tra la fatica e la quiete nelí'orazione (168o), contra los errores de Molinos. Juan Pinamonti (f 1703), Opere spirituali (1706). Pedro Causade (f 1751), Instructions spirituellcs sur les divers états d'oraison (1741), El abandono a la Providencia (varias ediciones). Juan Bautista Scaramelli (1687-1752), Discernimiento de los espíritus ( 1753)» Directorio ascético (1754), Directorio místico (1754); obras muy extensas y recomendables, pero tocadas de no pocos errores de su época, deca¬ dente. Juan Nicolás Groo (1731-1803), Caracteres dé la verdadera devoción (1778), Máximas espirituales (1789), Meditaciones sobre el amor de Dios (1796), Manual de las almas interiores (1803), El interior de Jesús y María (1815). Es uno de los autores más sólidos y seguros de la escuela. Hay varias ediciones en español de sus obras. ' Benito Valuy (t 1869), Directorio del sacerdote (1854), Las virtudes del re¬ ligioso (ed. Barcelona 1931). Enrique Ramiére (f 1884), El apostolado de la oración {1860 ), El Corazón de Jesús y la divinización del cristiano (1891; ed. Bilbao 1936). José Mach (f 1885), Norau de vida cristiana (1853), Tesoro del sacerdote (1861). Augusto Poulain (f 1918), Des graces d’oraison (1901), obra muy útil-y celebrada (11 ed., París 1931), pero recoge únicamente el aspecto prico- lógico de la mística, omitiendo totalmente el teológico. Renato de Maumigny (t 1918), La práctica de la oración mental (1905; Edi¬ ciones Fax, Madrid 1943), en la que considera a la mística como algo anormal y extraordinario. Mauricio Meschler (1850-1912), Vida de Nuestro Señor (1890), Él don de Pentecostés (1887), La vida espiritual (ed. Herder, 1911), Ascética y Mística. Garlos de Smedt, Notre vie sumaturelle (1913). Jerónimo Seisdedos (f 1923), Principios fundamentales de la mística (5 volú¬ menes, 1913-1919); hizo un resumen-el P. Tarrago, Breve antología sobre la contemplación (Bilbao 1926). Mauricio de la Taille, L'oraison contemplative (1921). L. Peeters (1868-1937), Vers Vuníon divine (2. a ed., Lovaina 1931). Leoncio de Grandmaison (t 1926), Écrits spmtuels (3 vols., París 1933-34), La religión peYsonnelíe (París 1927). Germán FocH (f 1929), La vie intérieure (1924), Paix etjoie (1924), L'amour de la croix (1925), La vie cachee, etc. Raúl Plus, Dios en nosotros, Cristo en nosotros, Cristo eh nuestros prójimos , Vivir con Dios, La dirección espiritual, La fidelidad a la gracia, e te,, etc. Autor muy estimado y de estilo moderno y popular (Ediciones Españolas, Barcelona). J. Marechal (t 1941), Études sur la psychologie des mystiques '(I, 1924; II, 1937 )* Pablo de Jaegher, La vida de identificación con Jesucristo (6. a ed. española, Salamanca 1949). José de Guibert (1877-1942), Études de théologie mystique ( 1930), Theologia spiritualis ascética et mystica (ed. Roma 1939), Documenta ecclesiastica christianae perfectionis studium spectantia (Roma 1931), Lecciones de Teo¬ logía espiritual (Madrid 1953). Los PP. de la Compañía—con la colaboración de otros muchos religiosos, sacerdotes y seglares—están publicando desde hace años un notabilísimo Dictionnaire de Spiritualité (Beauchesne, París), que constituirá un pre¬ cioso e indispensable instrumento de trabajo. Resumen histórfco-biblto gráfico 19 G) Escuela salesiana %o r Propiamente, no constituye escuela aparte, siendo sub¬ sidiaria de varias escuelas afines, sobre todo de la francesa del siglo xvir. Pero agrupamos bajo este nombre a los principales autores que reconocen por jefe a San Francisco de Sales y si¬ guen las huellas de sú dulce y encantadora espiritualidad, San Francisco de Sales (1567-1622) es uno de los autores que más honda¬ mente han influido en la espiritualidad posterior a través de su Introduc¬ ción a Id vida devota (1609), de sus Cartas y Pláticas espirituales (Entre- tiens) t y, sobre todo, de su magnífico Tratado del amor de Dios (1616). Véanse Oeuvres completes (Annecy 1892SS) y la edición española de la BAC (ñ:tó9 y 127). Pedro Camus (obispo de Belley, f 1652), gran amigo del Santo, escribió El espíritu de San Francisco dé Sales (1641). Hay edición española moder¬ na (Barcelona 1947), Santa Juana Francisca F. de Chantal {1572-1641) fundó con San Fran¬ cisco de Sales las Religiosas de la Visitación (Oeuvres , con la «Vida», 8 vols., París 1874-80). Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), confidente del Cora¬ zón de Jesós: Autobiografía y otros escritos (Oeuvres , 3 vols., París 1915). San Juan Bosco (1815-1888), por su espíritu netamente salesiano y su gran número de opúsculos religiosos , merece ocupar un lugar destacado en esta escuela. José Tissot (f 1894), La vida interior, simplificada, preciosa obra escrita por un cartujo (varias ediciones españolas), El arte de utilizar nuestras faltas según San Francisco de Sales (1878). Enrique Chaumont (f 1896), Directions spirituelles de Saint Frangois de Sa¬ les (varios volúmenes sobre la oración, la humildad, la vocación religio¬ sa...), Monseigtieur du Segur , directeur des dmes (2 vols., 1884). F* Vincent, Saint Fran^ois dé Sales, directeur d’ames (1923). H) Escuela francesa del siglo XVII 2 i. Espiritualidad riquísima, fundada en el dogma de nuestra incorporación a Cristo, Verbo encarnado, por el sa¬ cramento del bautismo. Templos del Espíritu Santo por la gracia bautismal, debemos, én unión con el Verbo encarnado, glorificar a Dios, que vive en nosotros, y copiar las virtudes interiores de Jesús, destruyendo por completo al hombre viejo: «Hoc enim sentite in vobis quod et in Christo Iesu» (Phil 2,5); «... expoliantes vos veterem hominem... et induentes novum» (Col 3,9-10). Cardenal Pedro de Bérulle (1575-1629) es el fundador de la escuela y dé la Congregación del Oratorio en Francia. Su obra principal es su Discours de Vétat et des grandeurs de Jésus (1623), pero tiene también el Traite de Vabnégation y otros muchos opúsculos y caitas (Oeuvres com- plétes , reed. Migne 1856). Carlos de Condren (i 588’ i 64 i), Vidée du sacerdoce et du sacrifice (1643; reed. 1857). 20 Resumen histórho-biblio gráfico Francisco Bourgoing (1588-1662), Vérités et excellence de J.C. disposées en méditations (reed. 1892). San Vicente de Paúl (1.576-1660), fundador de la Congregación de la Mi¬ sión y de las Hijas de la Caridad, es afín por sus doctrinas a la. escuela francesa. Véase Biografía y escritos, ed. BAC, n.63. Juan Jacobo Olier (1608-1657), fundador de la Compañía de San Sulpicio y lino de los mejores expositores de la espiritualidad de la escuela.fran¬ cesa en su Catéchisme chrétien pour la vie intérieure (1656), íntroduction d la vie et aux vertus chrétiennes (1647), Traite' de SS. Ordres (1676), para preparar al seminarista a ser el religioso de Dios por su transformación en Jesús, Sumo Sacerdote, Sacrificador y Víctima; Journée chrétienne, para santificar el día en unión con Jesús; Lettres, etc. (Oeuvres, ed. Mi- gne 1856). Luis Bail (f 1669), sacerdote secular, Lathéologie affective de S. Thomas, obra muy notable en 4 vols. (París 1654); varías veces reimpresa. Luis Tronson; (1622-1700), Forma cleri, Examens particuliers, Traite de Vobéissance et de Vhumilité, Manuel du Séminariste (Oeuvres, ed. Migne 1857X San Juan Eúdes (1601-1680), fundador de la Congregación de Jesús y de María (Euditas), es incansable promotor de la devoción á los Sagrados Corazones, Sus principales obras son: La vie et le royanme de Jésus dans les dmes chrétiennes (1637), Le contrat de Vhomme avec Dieu par le saint baptéme, Le Coeur admirable de la Mere de Dieu (1681), Memorial de la vie ecclésiastique, etc. (Oeuvres, 12 vols., Vannes 1905SS). San Luis María Grignion de Montfort (1673-1716), fundador de la Com¬ pañía de María, destaca en sus obras principalmente el aspecto mariano de la escuela (Obras, ed. BAC, n.m). San Juan Bautista de la Salle (1651-1719), fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas: ExpHcation de la méthode d’oraison (1739), Méditations pour le temps de la rétraite (c.1725), Méditations pour tous les dimanches et fétes, etc. J. A. Emery (1732-1811 ) t L’Esprit de Ste. Thérése (1775). A. J. M. Hamon (i795 , -i874), Méditations d -Vusage du clergé et des fidéles (1872). V. P. Libermann (1803-1852), Instructions sur la vie spirituelle , sur l'oraison, L f oraison affective (Écrits spirituels, 1891), Lettres spirituelles (3 vols., 1874). H. J, Icard (f 1893), Doctrine de M. Olier (1889), Traditions de la Com- pagnie de Saint. Sulpice pour la direction des Grands Sétmnaires (1886). Monseñor Gay (1816-1892), Vida y virtudes cristianas , Elevaciones sobre la vida y doctrina de Nuestro Señor Jesucristo , Cartas de dirección, etc. (nu¬ merosas ediciones). G. Letourneau (t 1926), La méthode d’oraison mentale du Séminaire de S. Sulpice (1903). Jerónimo Ribet (1873-1909), La mystique divine distinguée des contrefafons diaboíiques et des analogies humaines (4 vols., París 1871-83), L’dscétique chrétienne (París 1887), Les vertus et les dons dans la vie chrétienne (Le- coffre 1901). ; Carlos Sauvé (f 1925), muy recomendable por sus magníficas «Elevacio¬ nes dogmáticas» sobre Dios íntimo , Jesús íntimo , el Corazón de Jesús , el Sacerdote íntimo, el Cristiano íntimo, etc., y su preciosa obrita États Mys¬ tique s (hay ediciones españolas, Barcelona, Librería Religiosa). L. Garriguet, La Virgen María {1916), El Sagrado Corazón de Jesús (1920). P. E. Lamballe (t 1914)» eudita, escribió La contemplación, o Principios Resumen histórico-bibliografko 21 de teología mística, obra muy notable y atinada (Tequi, París 1912; Bue¬ nos Aires 1944), P. Lhoumeau, La vie spiritúelle d Vécole de Saint Louis-Marie Grignion de Montfort (Bruges 1954). A. Tanquerey‘( 1854-1932), Compendio de Teología ascética y mística (1923- 24), traducción española de García Hughes (Désclée). I) Escuela Ügoriana 22. No existe tal escuela con caracteres específicos propios. Pero agrupamos bajo este título a San Alfonso y sus principales discípulos. Insisten ante todo en el amor de Dios, en la oración y en la mortificación. San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), además de gran moralista, es autor de numerosas y excelentes obras ascéticas: Visitas al Santísimo Sacramento (1745 ), Las glorias de María (1750), Del gran medio de la oración (1759), La verdadera esposa de Jesucristo (1760), Práctica del amor a Jesucristo (1768), etc. (ed, BAC, n.78 y 113). Jenaro Sarnelli (1702-1744), II mondo santificato, Discrezione degli spiriti , . Lettere spirituali, etc. (Obras, Nápoles 1877). Aqiíiles Desurmont (f 1898), La charité sacerdotales Le Credo et la Provi- dence, La vie vraiment chrétienne (Oeuvres complétes, 12 vols., París igoóss). J. Schrijvers (1876-1945), Los principios de la vida espiritual (París 1913; ed. española, Madrid 1947), EÍ don de sí, El amigo divino, La buena vo¬ luntad, Los que confían , Mensaje de Jesús al sacerdote , Mi madre, etc. (Hay ediciones españolas.) P. Dosda, U unión avec Dieu> ses commencements, ses progrés, sa perfection (París 1925). F. Bouchage, Pratique des vertus, Introduction d la vie sacerdótale, Catéchis- me ascétique et pastoral desjeunes cleros (Beauchesne, París 1916). J) Autores independientes 23. Continuamos bajo este epígrafe la lista de los autores del clero secular o de aquellos otros que por sus ideas indepen¬ dientes no pueden ser encuadrados en una determinada escue¬ la de espiritualidad. Beato Juan de Avila (1499?- i 569) es uno de los mayores místicos españo¬ les, por el que Santa Teresa sentía verdadera admiración. Ejerció gran influencia con su enseñanza oral y a través de sus hermosas obras Audi filia, Libro del Santísimo Sacramento , Del Espíritu Santo, De la Virgen María, etc., y de sus maravillosas Cartas (véanse Obras completas, ed. BAC, n.89.103). San Antonio María Zacarías (1502-1539), fundador de los bamabitas. Se le atribuía la obra Detti notabili (ed. 1583), que la crítica ha restituido al dominico Bautista de Crema. Pero conocemos su espíritu y doctrina a través de la obra Le lettere e lo spirito di S. A. M. Z . (ed. Roma 1909). Serafín de Fermo (f 1540), canónigo regular. Opere spirituali (Venetiis 1541). San Felipe NERr (1515-1595), fundador del Oratorio, Lettere, rime e detti memorabili {ed. Florencia 1922). Cf. Uesprit de S. PhiL de N. et son école ascétique por L. B. (París 1900). 22 Resumen historiep-bibliográfico Lorenzo Escupoli (f 1610) escribió el famoso Combate espiritual, muy es¬ timado por San Francisco de Sales (numerosas ediciones). Beato Juan Bautista de la Concepción (f 1613), reformador de la Orden de Trinitarios descalzos: Obras (4 vols., Roma 1830). San Miguel de los Santos (f 1625), trinitario, escribió su Breve tratado de la tranquilidad del alma (reed. 1915)./ Rafael de San Juan, trinitario. Camino real de la perfección cristiana (1691). Venerable María de la Encarnación (1599-1672), ursulina, Lettres (2 vols., 1681). Nueva ed. crítica por D. Jamet: til-2, Écrits spirituels (París 1929-30); t.3, Correspondance (París 1935). Del mismo: Le témoignage de Marie de Xlncarm (París 1932). Vicente Calatayud (f 1771), oratoriano, Div'us Thomas ... priscorum el re- centiorum errorum ... tenebras.mysticam théologiam obscurare molientes , angelice dissipans (6 vols., Valencia 1744); °bra de estilo recargado y ba¬ rroco contra el quietismo. Jacóbo Benigno Bossuet (1627-1704), obispo de Meaux, Elévations sur les mystéres, Méditations sur VÉvangile; Traite sur la concupiscence, Instruc - tion sur les états d’oraison (1617), Disputó con Fénelon sobre el «puro amor», y la Iglesia dio la razón a Bossuet. Francisco de Salignac de la Mothe Fénelon (1651-1715), arzobispo de Cambrai, Explica tion des máximes de Saints sur la vie intérieur (1697), Sentiments de piété, Avis, Lettres spirituelles (Obras, ed. 1823). En su con¬ troversia con el obispo de Meaux salió derrotado, sometiéndose humilde¬ mente al dictaméri de la Iglesia. Su libro Explication des máximes de Saints fue puesto en el Indice . Próspero Lambeftini (1675-1758), antes de su exaltación al supremo pon¬ tificado (Benedicto XIV de 1740 a 1758), escribió su celebrada obra De servorum Dei beatificátione et canonizatione (1734), en la que—en cuestio¬ nes de ascética y mística—reproduce con frecuencia la doctrina de Bran- cati de Laurea, De oratione christiana (1685). Huelga decir que no habla en ella como papa—no lo era todavía—, sino como simple autor par¬ ticular. San Pablo de lá Cruz (1694-1775), fundador de los pasionistas, Lettere (4 vols., ed. Roma 1924); cf. Florilegio spirituale (2 vols., 1914-16). P. Serafín (t 1879), pasionista, Principes de Théologie mystique (1873), Promptuarium super Passione Christi Dornínz. José Goefres (f 1848), Christliche Mystik (4 vols., 1836-48). Antonio Rosmini (1797-1855), Massime di perfezione (1830), Storia desamo¬ re (1834), Epistolario ascético (5 vols., 191-1-13), Manuale delVesercitato - re (1840). San José Cafasso (1811-1860), Meditazioni, Istruzioni per Esercizi spiritua- li al clero (2 vols., 1892-93). Federico Guillermo Fáber (1814-1892), Todo por Jesús, Belén , El Santísi¬ mo Sacramento,. La preciosa sangre, Al pie de la cruz, El Creador y la cria¬ tura, Progreso del alma , etc. Es uno de los autores más leídos del siglo pasado (numerosas ediciones). Beato Julián Eymard (1811-1868), fundador de la Congregación dei San¬ tísimo Sacramento, Le tres Saint Sacrement (4 vols., 1872-78).. San Antonio María Claret (1807-1870), fundador de los Misioneros Hi¬ jos del Corazón de María, La escala de Jacob, Avisos, Reglas de espíritu, etcétera, y muchos opúsculos religiosos. Antonio Chevfier (f .1879), Le prétre selon VÉvangile (1922). P. Giraud (f 1885), de los misioneros de La Salette r De Vunion á /.C. dans $a vie de victime (París 1870), De l’esprit et de. la vie de sacrifice dans.Vétat religieux (1873), Prétre et Hostie (1883), Resumen histórico-bibíiogYáfico 23 F. Dupanloué (f 1878), Journal intime (ed, París 1902). Juan H. Cardenal Newman (1801-1890), además de sus preciosos Sermo¬ nes, tiene la Apología (1864), Meditations and debotions (1895) y otros escritos espirituales. Enrique Cardenal Manning (f 1892), El sacerdocio eterno (ed. Barcelo¬ na 1889), La misión interna del Espíritu Santo, Las glorias del Sagrado Corazón, El pecado y sus consecuencias, etc. José Scheeben (f 1888), Las maravillas de la divina gracia (Buenos Aires 1945), inspirada en el P. Nieremberg; Los misterios del Cristianismo (Bar¬ celona 1950). Jaime Cardenal Gibbons (1834-1921), El embajador de Cristo (1896), Nues¬ tra herencia cristiana (1889; ed. Barcelona 1933). Mauricio d'Hulst (f 1896), Retraites sacerdotales, Conférences (1891SS), Lettres de direction (1905). Monseñor Lejeune, Manuel de théologie mystique (1897), Introduction á la vie mystique (1899), Hacia el fervor , etc. Santa Gema Galgani (f 1903), Cartas y éxtasis (numerosas ediciones). A. Devine, pasionista, A manual of ascetical theology (Londres 1902) y A manual of mystical theology (1903). L. Beaudenom (1840-1916), canónigo, Práctica progresiva de la confesión y de la dirección, Las fuentes de la piedad, Formación en la humildad, For¬ mación religiosa y moral de la joven cristiana. Meditaciones afectivas sobre el Evangelio (ed. española, Subirana, Barcelona). Carlos de Foucauld (1858-1916), Écrits spirituels (París 1923). Cardenal Mercier (1851-1926), A mis seminaristas (1908), Retiro pastoral (1910), La vida interior , llamamiento a las almas sacerdotales (1918). Alberto Farges (f 1926), Les phénomenes mystiques (1920), Les voies ordi - mires de la vie spirituelle (1925). J. Guibert (1857-1913), Retraite spirituelle (1909) y varios opúsculos tradu¬ cidos aí castellano: El carácter, La piedad, La pureza, etc. Monseñor Waffelaert (t 1932), obispo de Brujas, es el continuador de la escuela mística flamenca (Ruysbroeck) a través de sus Méditations théologiques (2 vols., 1910), L’unión de lame armante avec Dieu (1916), La colombe spirituelle (1919), etc. Elisabeth Leseur (1866-1914), La vida espiritual, Diario y pensamientos de cada día, Cartas sobre el sufrimiento (Ed. Españolas, Barcelona, Poliglota). Sor Angeles Sorazu (1873-1921), La vida espiritual (Valladolid 1924), Opúsculos marianos (ibid., 1929), Autobiografía (ibid,, 1929). Francisco Naval, C.M.F. (f 1930), Curso de Teología ascética y mística (1914; 8 . a ed. 1955). Eulogio Nebreda, C.M.F., De oratione (Bilbao 1922). Roberto de Langeac, Conseils d les ¿mes d'oraison (París, Lethielleux, 1929), excelente obra. Augusto Saudreau (f 1946) es uno de los autores más recomendables y que mayor influencia ha ejercido en nuestros tiempos: Los grados de la vida espiritual (ed. Barcelona 1929), El ideal del alma ferviente (Barcelona 1926), Vétat mystique (Angers 1921), La vie d’union d Dieu (Angers 1921), La piété á travers les ages (1927), La voie qui méne á Dieu, Manuel de spi- ritualité (1920), Les divines paroles (2 vols., 1936), reedición aumentada de la obra del dominico P. Saudreau. Martín Grabmann (1875-1949), Wesen und Grundlagen der Katholischen Mystik (München 1922). L. Paulot, Uesprit de sagesse (París 1927). Jacques Maritain, Los grados del saber (ed. española, Desclée); De la vie d’oraison (París 1933). ... haec et alia asceticae mysticaeque theologiae cepita si quis pernosse volet , ts Angelicum in primis Doctorem adeat oportebit. «... si alguno quisiere conocer a fondo estos y otros puntos fundamentales de la teología ascética y mística, es preciso que acuda, ante todo, al Angélico Doctor». (S. S. Pío XI en su encíclica Studiorum Ducem , del 29 de junio de 1923: AAS 15 [1923] p.320.) i# Nociones previas de terminología 24. Arintero, O.P., Cuestiones místicos (3.* ed.) p.i6-ro8; Ramírez, O.P., De Jiominis beatitudine (Salmanticae 1942) t.i p.3-89; Garrigou-Lagrange, O.P., Las tres edades de la vida intcripr (Buenos Aires 1944) p.1-26; Perfection chréticnne et contemplatioti (7. tl ed.) p.1-45 ; Menessier, S.L, Notes de.théologie spiritueile: «Vie Spir.» (1935, juíilet, sup.56-64); De Gui- jiert, S.I*> Théologia spirüualis ascética et mystica (Romae 1939) p.T-38; Válensin, S.I., L'of>- jet propre dé la théologic spiritueile: «Nouv. Rev,.Théol.* (1927} p.iói-91; Regamey, Refle¬ xivas sur la théologie spiritueile: «Vie'Spir.» (1938) t.58 sup.2r-32; 151 -66; Tanquerey, Teo¬ logía ascética^ mística (ed. española) p.2-34; Schrijveks, G.SS.R,/ Principios de la vida espi¬ ritual (ed. española, 1947) p.61-74; H. Heerinckx, O.F.M., Introductio in Thealogiam spiri- tualem Asceticam et Misticam (Romae 1931). 25. Ea el estudio de cualquier ciencia, se impone, ante todo, fijar con exactitud y precisión el sentido de los términos fundamentales que se em¬ plean en ella. Con frecuencia, las disputas y controversias entre los auto¬ res provienen de no haberse puesto previamente de acuerdo sobre la sim¬ ple significación de las palabras l . 1) La expresión vida espiritual puede tomarse en tres sentidos: a) Gomo opuesta a vida material,: y así hablamos de la actividad espiritual del hombre que piensa, razona y ama en el orden puramente natural (sentido lato). b) Para significar ía vida sobrenatural , como distinta de la vida puramente natural . En este sentido tiene vida espiritual toda alma en estado de gracia santificante (sentido estricto); c) Para expresar la vida sobrenatural vivida de una mane¬ ra más plena e intensa. Y así hablamos de espiritualidad, varón espiritual , etc., para significar la ciencia que trata de la.s cosas relativas a la espiritualidad cristiana, o el hombre que : se dedica a vivirla de intento o; como profesionalmente (sentido estric¬ tísimo). Nosotros la usamos siempre en este último sentido. 2) Entendemos por perfección cristiana la vida sobre¬ natural dé la gracia cuando ha alcanzado,, mediante sus prin¬ cipios operativos, un: desarrollo eminente con relación : al . grado inicial recibido en el bautismo o en la justificación del pecador. Ya precisaremos más en su lugar correspondiente. 3) Consideramos como ordinario y normal en el des¬ arrollo de la gracia, todo aquello que entra en sus exigencias intrínsecas, por muy elevadas y raras que sean de hecho sus últimas manifestaciones; y por extraordinario y anormal, todo aquello que, aunque conveniente a veces para la santificación 1 Cf. Balmes, El Criterio XIV, 5 - 28 Introducción general del alma o la edificación de los demás, no cae, sin embargo, dentro de las exigencias intrínsecas de la gracia. Á1 primer ca¬ pítulo pertenecen todas las gracias formalmente santificadoras del alma que las recibe; el segundo está formado, casi exclusi¬ vamente, por las gracias gratis dadas (visiones, revelaciones, milagros, profecías, etc.), que no se ordenan directamente a la santificación del individuo, sino a la utilidad de los demás 1 . 4) Lo sobrenatural puede serlo de dos modos: a) Substancialmente (quoad substantiam), o sea, lo que es de suyo intrínseca y entitativamente sobrenatúral , de tal manera que excede no sólo la causalidad dé todas las fuerzas eficientes creadas, sino la misma esencia y las exigencias naturales de toda naturaleza creada o creable (la gracia, las virtudes infusas, los dones del Espíritu Santo, el lumen gloriae); y b) En cuanto al modo (quoad modum), o sea, todo aquello que, siendo intrínseca y entitativamente natural , se ha produci¬ do, sin embargo, de un modo sobrenatural Tal es el caso del milagro (v.gr., en la resurrección de un muerto se le devuelve de un modo sobrenatural, milagroso, .su vida puramente na¬ tural). Hay un abismo entre ambas formas; lo sobrenatural quoad substantiam, aunque menos espectacular, vale infinita¬ mente más que lo sobrenatural quoad modum 3 , Pero es preciso tener en cuenta que, a veces, una operación sobrenatu¬ ral qúoad modum puede recaer sobre un acto ya sobrenatural quoad substan¬ tiam. Tal es el caso de los dones del Espíritu Santo, que imprimen su moda¬ lidad divina al acto, de las virtudes infusas, que ya es, de suyo, sobrenatural quoad substantiam. . . . 5) Las virtudes adquiridas son intrínseca y entitativa¬ mente naturales (quoad substantiam et quoad modum). Las in¬ fusas son intrínseca y entitativamente sobrenaturales, (quoad substantiam) ; pero, desligadas de la influencia de los dones del Espíritu Santo, o sea, manejadas y actuadas por el hombre, producen su acto al modo humano connatural al hombre. Los dones del Espíritu Santo son sobrenaturales en los dos sen¬ tidos (quoad substantiam et quoad modum) 4 . Volveremos am¬ pliamente sobré esto. 6 ) La oración se llama vocal cuando se realiza principal¬ mente con la palabra, como manifestación del espíritu inte¬ rior 5 ; y. mental , si se realiza únicamente con los actos interiores del entendimiento y de la voluntad. Esta última ser á discursiva 2 Cf. MI,iii,i. . 3 Cf. I-II,iii, 5 . 4 Cf. I-IL63 et 68. 5 Cf. 11 - 11 , 83 , 12 - 13 . 29 2 . Naturaleza de ¡a teoi. de la perfección cristiana o de meditación cuando proceda por vía de discurso o racioci¬ nio connatural al hombre, y será intuitiva, o de contemplación cuando proceda por simple intuición de la verdad, a la manera del conocimiento angélico Esta última es producida por los dones del Espíritu Santo, actuando en el alma con su modali¬ dad divina o sobrehumana. 7) Entendemos por vida ascética aquella etapa de la vida sobrenatural en la que el desarrollo de la gracia se va realizando por el ejercicio de las virtudes infusas al modo humano o discur¬ sivo; y por vida mística, aquella otra en la que ese desarrollo se realiza, predominantemente, por la influencia de los dones del Espíritu Santo, que imprimen a las virtudes infusas el modo divino o sobrehumano 7 . Otras cuestiones de terminología se irán examinando en sus lugares. correspondientes. 2. Naturaleza de la teología de la perfección cristiana a) El nombre 26. No hay uniformidad de criterio entre los autores para designar; con un nombre común la ciencia de la perfección cristiana.; Unos hablan de vida interior 8 ; otros, de vida espiri¬ tual 9 , o vida sobrenatural 10 ; otros, de teología espiritual n , o teología espiritual ascética y mística 12 ; otrós, de ascética y mística 13 o teología ascética y mística 14 ; otros, finalmente, de perfección y contemplación 15 . Todas estas denominaciones tienen sus ventajas y sus in¬ convenientes. Como quiera que sea, y a falta de un título defi¬ nitivamente consagrado por el uso, nosotros preferimos adop¬ tar el de Teología de la perfección cristiana . Nos parece que tiene la ventaja de recoger explícitamente tres cosas fundamentales que no aparecen con tanta claridad en otras denominaciones:. 1. '° Que estamos en presencia de una verdadera ciencia teológica , o sea, de una parte de la teología una . 2 . a Que su objeto y finalidad propia es exponer la doctrina de la perfección cristiana en toda su amplitud y extensión. Porque, aunque nuestra ciencia trate también de los medios 6 Cf, II-II,i8o. 7 Cf. Arintbro, Cu^sttonís místicas 6.* a.í p.635 (3. 8 ed.). 8 Así Meynard, Mercier y Tissot. 9 Le Gaudier, Schrijvers. 10 Ch, de Smedt. 11 Heerinckx. 12 De GuLbert. 13 Crisógono de Jesús. 14 Naval, Tanquerey. 15 Garrígou-Lagrange, 30 Introducción general para alcanzar la perfección, es cosa sabida y elemental que los medios se especifican por el fin. 3* a Nada se prejuzga de antemano sobre las tan discutidas relaciones entre la ascética y la mística, la necesidad de la contemplación infusa para la perfección cristiana, la unidad o dualidad de vías, etc., etc. Nos parece que estas ventajas justifican plenamente la de¬ nominación adoptada y la’ hacen preferible a todas las demás. b) Relaciones con las obras ramas de la teología 27. Precisemos ahora las relaciones de ésta con las otras ramas de la teología, o sea, con la dogmática , la moral y la pastoral 1. Teología dogmática. —Siendo la teología, esencial¬ mente una, como enseña Santo Tomás 16 , por la identidad de su objeto formal en todas sus partes, es forzoso que todas ellas estén íntimamente relacionadas entre sí. Por eso, nada tiene de extraño que la teología de la perfección sea subsidiaria, en una buena parte, de la teología dogmática. Toma de ésta los grandes principios de la vida íntima de Dios, que ha de ser participada por el hombre mediante la gracia y la visión beatí¬ fica; la doctrina de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma justificada; de la reparación por Cristo redentor de la naturaleza humana caída por el pecado de origen; de la gracia capital de Cristo; de la eficacia santificadora de los sacramentos, y otras semejantes, que son como las piedras, angulares del dogma católico. Tenía razón el cardenal Manning cuando de¬ cía que el dogma es la fuente de la verdadera espiritualidad cristiana. 2. Teología moral.— Pero más íntimas son todavía sus relaciones con la teología moral. Como advierte un gran teó¬ logo de nuestros dias 11 , es evidente que la teología moral y la teología ascética y mística—nuestra Teología de la perfección cristiana—tienen el mismísimo objeto formal primario. Porque el acto moral por esencia, que es el acto de caridad hacia Dios, es también el objeto primario de la teología ascética y mística. Sólo hay una diferencia modal y accidental, en cuanto que la teología moral considera ese acto de caridad en todo su des¬ arrollo, o sea, como incipiente, proficiente y perfecta; si bien la moral casuística se fija principalmente en la caridad incipiente , que trata de lo lícito e ilícito, o sea, de lo compatible o no’com- 16 Cf. 1,1,3. 17 Cf. Ramíkez, De hnminis beatitud'me t.i n.85. 31 2. Naturaleza de la teol. de la perfección cristiana patible con esa caridad inicial; y la ascética insista, sobre todo, en la caridad proficiente , acompañada del ejercicio de las demás virtudes infusas; y la mística trate principalmente de la caridad perfecta bajo la influencia predominante de los dones del Es¬ píritu Santo. Sin embargo, no hay entre todas estas partes de¬ partamentos irreducibles o estancos: es cuestión de mero pre¬ dominio de determinadas actividades comunes a todas 1 ellas. Ya Santo Tomás advertía que, aunque los activos se distinguían de los contemplativos, estos últimos son también activos en parte, y los activos son contemplativos a veces 18 . «Yerran» pues, los que entre la teología moral y la ascética y mística como ciencias quieren establecer una diferencia esencial por parte de su objeto primario, como erraría el que distinguiera específicamente la Psico¬ logía de la infancia, adolescencia y virilidad de un mismo hombre* 19 . 3. Teología pastoral. —Es aquella paite de la teología que enseña a los ministros de la Iglesia, a base de los principios revelados, de qué manera se han de conducir en la cura de das almas que Dios les ha confiado. Es ciencia eminentemente práctica, y se relaciona íntimamente con nuestra Teología de la perfección en cuanto que uno de los principales deberes del pastor de almas es llevarlas—al menos a las más fervientes— hasta la cumbre de la-perfección. Difieren, sin embargo, en que esta misión de perfeccionar a las almas constituye uno de los objetos parciales de la teología pastoral, mientras que la teología de la perfección lo tiene como objeto propio y ex¬ clusivo. ; Señalados los puntos de contacto y las diferencias principa¬ les de nuestra Teología de la perfección con las demás ramas de la teología, precisemos ahora el campo a que se extiende su estudio; o sea, dónde debe comenzar y terminar. c) Extensión o campo de la «Teología de la perfección» 28. A primera vista, e interpretando en un sentido dema¬ siado “restrictivo el nombre; mismo de Teología de la perfección , parece que debiera limitarse al estudio de las cuestiones que giran en tomo a la perfección misma o a las que la preparan in¬ mediatamente. Pero sería un gran error pensarlo así. Intima¬ mente relacionada como está con la dogmática y la moral, ha de abarcar forzosamente—si queremos tener una visión certe¬ ra y exacta de las cosas—un campo mucho más amplio que el He aquí sus propias palabras: «Activi a contcmplativis dist.jnguuntur, quanvis et contemplativi aliquid agunt et activi aliquid contemplentur alienando » (S. Thom., In IV Sen- tentiarum d.21, 1,2). i* Ramírez, ibid. 32 Introducción general que a primera vista parece exigir su objeto propio, formal y especificativo. Para justificar esta amplitud del panorama que ha de abar¬ car nuestra Teología de la perfección , permítasenos recoger aquí una página de un gran teólogo de nuestros días. Escuchemos al P, Garrigou-Lagrange: «Teología significa ciencia de Dios; y hay que distinguir la teología natural o teodicea , que conoce a Dios a la sola luz de la razón, y la teología sobrenatural, que procede de la revelación divina, examina su contenido y deduce las consecuencias de las verdades de la fe. Esta teología sobrenatural se llama dogmática en cuanto se ocupa de los misterios revelados, principalmente de la Santísima Trinidad, la encarna¬ ción, la redención, la Eucaristía y los otros sacramentos, la vida futura. Se llama moral en cuanto trata de los actos humanos, de los preceptos y consejos revelados, de la gracia, de las virtudes cristianas, teologales y morales, y.de los dones del Espíritu Santo, que son otros tantos principios de acción ordenados al fin sobrenatural que la revelación nos da a conocer. Con frecuencia, entre los modernos, ía teología moral, demasiado'sepa¬ rada, de la dogmática—a la cual ha abandonado los grandes tratados de la gracia, de las virtudes infusas y de los dones—ha quedado como mutilada y desgraciadamente reducida a la casuística que es la menos alta de sus aplicaciones; de esta forma ha venido a ser en muchas obras más bien la ciencia de los pecados a evitar que la de las virtudes a practicar y desarrollar bajo la acción constante de Dios en nosotros. Ha perdido así. mucho de su elevación y queda manifiestamente insuficiente para la dirección de las almas que aspiren a la unión íntima con Dios.. Por el contrario, tal como se expone en la Suma Teológica de Santo To¬ más, la teología moral conserva toda su grandeza y toda su eficacia para la dirección de las almas llamadas a la más alta perfección. Santo Tomás, en efecto, no considera la dogmática y la moral como dos ciencias distintas; la doctrina sagrada, para él, es absolutamente una, eminentemente especu¬ lativa y práctica, como la ciencia misma de Dios, de la que se deriva Por eso, en ía parte moral de su Suma, trata largamente no sólo de los actos hu¬ manos, de los preceptos y los consejos, sino también de la gracia habitual y actual, de las virtudes infusas en general y en particular, de los dones del Espíritu Santo, de sus frutos y bienaventuranzas, de la vida activa y con¬ templativa, de los grados de la contemplación, de las gracias gratis dadas, como el don de milagros, el de íenguas y de profecía; del éxtasis, como tam¬ bién de la vida religiosa y sus diversas formas. La teología moral así concebida contiene manifiestamente los princi¬ pios necesarios para conducir las almas a la más alta santidad. Y la teología ascética y mística no es otra cosa que la aplicación de esta gran teología moral a la dirección de las almas hacia una unión cada vez más íntima con Dios. Supone todo lo que enseña la doctrina sagrada sobre la naturaleza y las propiedades de las virtudes cristianas y los dones del Espíritu Santo y estudia las leyes y las condiciones de su progreso en vistas a la perfección . Para enseñar la práctica de las más altas virtudes, la perfecta docilidad al Espíritu Santo y conducir a la vida de unión con Dios, hace converger todas las luces de la teología dogmática y moral, de las cuales es ella la aplicación más elevada y su coronamiento. De esta forma se completa y acaba el ciclo formado por las diferentes ™ 1 , 1 , 2 - 8 . 33 2, Naturaleza de la leol. de la perfección cristiana partes de la teología, en la que aparece cada vez más su perfecta unidad , La ciencia sagrada procede de la revelación,, contenida en la Sagrada Escri¬ tura y eri la Tradición, conservada y explicada por el Magisterio de la Iglesia; ordéna todas lás verdades reveladas y sus consecuencias en Un cuerpo doc¬ trinal único, en el que los preceptos y consejos aparecen fundados sobre el misterio sobrenatural de la vida divina, del que la gracia es una participa¬ ción; Finalmente, demuestra cómo, por la práctica de las virtudes y la. doci¬ lidad al Espíritu Santo, el alma llega no solamente a creer los misterios reve¬ lados, sino a gustarlos, a apoderarse del sentido profundo de la palabra de Dios, fuente de todo conocimiento sobrenatural; a vivir en una unión por así decirlo continua con la Santísima Trinidad que habita en nosotros. La mística doctrinal aparece así verdaderamente como el coronamiento último de toda la ciencia teológica adquirida .y puede dirigir las almas por los ca¬ minos de la mística experimental . Esta última es ün conocimiento amoroso y sabroso, totalmente sobrenatural, infuso, que sólo el Espíritu Santo, con su unción, puede damos, y que es . como el preludio de la .visión beatífica. Tal es, manifiestamente, la noción, de la teología ascética y mística que se hicieron los. grandes maestras de la ciencia sagrada, particularmente Santo Tomás de Aquino» 21 . Pues, si esto es así, está fuera de toda duda que el campo de la Teología de la perfección coincide, en cierto modo, con el campo de toda la teología una. Nada puede excluir, aunque puede y debe insistir en lo que le corresponde de una manera propísima y especialísima. En su aspecto descriptivo y experi¬ mental, debe tomar a un alma tal como puede encontrarse inicialmente—aunque sea en pecado mortal—y enseñarle el camino que conduce paso a paso hasta las cumbres de la per¬ fección cristiana. Así concibió la vida espiritual la gran Santa Teresa de Jesús, que em¬ pieza hablando en las primeras moradas de su genial Castillo interior de las «almas tullidas... que tienen harta mala ventura y gran peligro» (c.i,8) y se extiende largamente en exponer «cuán fea cosa es un alma que está en pe¬ cado mortal» (c.2), para terminar, en las séptimas moradas, con las maravi¬ llas inefables de la unión con Dios transformativa 22 . No queremos decir con esto que nuestra Teología de la perfección deba comenzar tratando de la conversión del pe¬ cador ajeno a, toda práctica religiosa o que vive en la increduli¬ dad o paganismo. Creemos, con el P. De Guibert ¿ 3 , que el estudio de la conversión de ese pecador corresponde a la psi¬ cología religiosa, si se trata de describir sus modos, motivos y efectos; a la teología pastoral , si se trata de los medios con los que pudiera conseguirse, y a la misionología, . si se trata .de la conversión de un infiel o pagano. Pero, teniendo en cuenta la posibilidad del pecado, aun grave y mortal, en un alma piadosa 21 Garrigou-Laqrange, Perfection .. p.1-4. 22 Entre los autores que opinan del mismo modo se encuentran Sauoreau, Los grados de la vida espiritual (Barcelona 1929) n. 1-15; Marchetti, Le séitií de l’aseétique: «Rev. Ascét. et Myst.» (1920) p-36-46; y Heerinckx, Introductio m theologiam spiritualem n.6. 23 Theol. spirit. n.6. 34 Introducción general que aspira sinceramente a la perfección cristiana, creemos que un tratado completo de la vida espiritual debe abarcar el pa¬ norama íntegro de esta vida, desde, sus comienzos mismos (jus¬ tificación del pecador) hasta su coronamiento último en las grandes alturas de la unión con Dios. Nosotros asi lo haremos, en la tercera parte de nuestra obra, al recorrer las diversas etapas de la vida espiritual. d) Definición de la «Teología de la perfección» 29. Después de las nociones precedentes, ya podemos in¬ tentar una ¡definición de nuestra Teología de la perfección , Vea¬ mos, en primer lugar, las diversas definiciones que han propues¬ to los principales autores contemporáneos, El P. Garrigou-Lagrange da la siguiente definición des¬ criptiva: «La teología ascética y mística no es otra cosa que la aplicación de la teología moral a la dirección de las almas hacia una unión cada vez más íntima con Dios. Supone todo lo que enseña la doctrina sagrada sobre la naturaleza y las propiedades de las virtudes cristianas y de los dones del Espíritu Santo y estudia las leyes y las condiciones de su progreso en vistas a la perfección » 24 . En otra parte de sus obras dice así: «Esta parte de la teología es, sobre todo, un desarrollo del tratado del amor de Dios y del de los dones del Espíritu Santo, que tiene por fin exponer las aplicaciones que de eltos derivan y conducir las almas a la divina unión* 25 . El P. De Guibért: «Puede definirse la teología espiritual como la ciencia que deduce de los principios revelados en qué consiste la perfección de la vida espiritual y de qué manera el hombre viador puede tender a ella y ^conseguirla» 26 . Tanquerey se limita a decir que la ciencia de que vá a tratar tiene como «fin propio conducir las almas a la perfección cristia¬ na» 27 . Pero más adelante, al señalar la diferencia entre la ascé¬ tica y la mística, precisa un poco más su pensamiento, definien¬ do la ascética- como «la parte de la ciencia espiritual que tiene por objeto propio la teoría, y la práctica de la perfección cris¬ tiana desde stis comienzos hasta los umbrales de la contemplación infusa ». Y la 1 mística es aquella otra parte de la misma ciencia que «tiene por objeto propio la teoría y la práctica de la vida 24 Perfección ,... C.i ;\.i p.3. 25 Las tres edades... f.x 26 Theologia spiñUutlis n.Q. 27 Teología ascética y mhlica n.3 e). 35 2 . Nal maleza de la teol. de la perfección cristiana contemplativa desde la primera noche de los sentidos y la quietud hasta el matrimonió espiritual» 28 . Schrijvers afirma que da ciencia de la vida espiritual tiene por objeto orientar toda la actividad del cristiano hacia su per¬ fección sobrenatural» 29 . El P. Naval define la mística en general como «ía ciencia que tiene por objeto la perfección cristiana y la dirección de las almas hacia la misma» 30 . Como se ve, todas estas definiciones coinciden en lo subs¬ tancial, diferenciándose tarreólo en cuestión de matices o de¬ talles.. Recogiendo lo mejor de todas ellas y añadiendo la parte que le corresponde al elemento experimental proporcionado por los místicos—cuya gran importancia en nuestra ciencia es ma¬ nifiesta—nos parece que podría proponerse la siguiente de¬ finición: Es aquella parte de la sagrada teología que, fundándose en los prin¬ cipios de la divina revelación y en las experiencias de los santos, estudia el organismo de la vida sobrenatural, explica las leyes de su progreso y desarrollo y describe el proceso que siguen las almas desde los comienzos de la vida cristiana hasta la cumbre de la per¬ fección. Expliquemos un poco los términos de la definición. «Aquella parte déla sagrada teología...»—Con esto queda recogido lo que. heñios explicado más arriba, a saben que la teología de la perfección no se distingue de la teología una más que como la parte del todo. No hay entre ellas; distinción específica y esencial, sino tan sólo modal y accidental. Esta doctrina, como veremos, es de gran importancia teórica y práctica. «... que fundándose en los principios de la divina revelación...»— No sería teología si no fuera así. Sabido es que la teología no consiste en otra cosa que en deducir, con la razón iluminada por la fe, las virtualida¬ des de los datos revelados. Un gran teólogo moderno pudo definirla con sólo dos palabras: explicatio fidei 31 , es decir, el desarrollo o despliegue de los datos de la fe. «... y eri las experiencias de los santos,..»—La teología espiritual tiene dos aspectos muy distmtos entre sí, aunque perfectamente armónicos y coincidentes, bien que con profunda subordinación del uno al otro. El elemento fundamental es el dato revelado y las virtualidades en él conteni¬ das. Esto es lo que le da solidez y categoría' de verdadera ciencia teológica. Pero no es lícito prescindir del elemento o dato experimental proporcionado por los místicos, si no queremos construir un sistema apriorístico de espal¬ das a la realidad. Este elemento debe subordinarse enteramente al primero, hasta el punto de que el teólogo rechazará, sin más, cualquier dato que 28 Ibid., n.io y n. 29 Los principios... c.prel. a.i. 30 Curso de teología ascética y mística n.x (83 en la 8. a - ed.). 31 Cf. P. Marín Sola, O.P., La evolución homogénea del dogma católico p.812 (ed. BAC, n.84). 36 Introducción general venga del campo experimental si no concuerda y se armoniza perfectamente, con los datos ciertos 32 que proporciona la teología; pero es indudable, que tiene de suyo una gran importancia y se hace del todo indispensáble' para abarcar en. toda su extensión el panorama teórico-práctico de la vida sobrenatural, cuyas leyes y vicisitudes no podría explicar suficientemente el teólogo sin los datos preciosos que le proporcionan los que han acertado a vivirla. Por eso, a nosotros nos parece incompleta y manca cualquier definición de esta parte de la teología que no recoja e incorpore ese elemento experi¬ mental, que constituye una buena parte de la materia área quam de las in¬ vestigaciones del teólogo, «.♦. estudia el organismo de la vida sobrenatural...»—Eso es lo primero que debe hacer el teólogo antes de pasar al estudio del desarrollo o crecimiento de la vida cristiana. En esta primera parte, fundamental, el teólogo debe atenerse, casi exclusivamente, a los datos revelados . Unica¬ mente a base de ellos podrá establecer los cimientos inconmovibles de la vida cristiana, que no dependen del vaivén de las diversas experiencias o de los prejuicios de determinadas escuelas. «... explica las leyes de su progreso y desarrollo...»~^Señaladas ya las características del organismo sobrenatural, hay que precisar en seguida de: qué manera crece y se desarrolla progresivamente hasta alcanzar l¿ per¬ fección, El elemento teológico, a base de los datos revelados, conserva to¬ davía aquí su importancia preponderante y casi exclusiva-sobre el dato expe¬ rimental. «... y describe el proceso que siguen las almas...»—JLa teología es ciencia especulativa y práctica a la vez, aunque en su conjunto tenga más de especulativa que de práctica 33 . Sin embargo, esta parte de lá teología que trata dé las cuestiones relativas a la vida espiritual y perfección cris- tiaína tiene úna multitud de aspectos qué miran directa e inmediatamente a la práctica. No basta conocer los grandes principios de la vida sobrenatural y las leyes teóricas dé su progreso y desarrollo; es preciso examinar también de qué manera se verifica esa evolución y desarrollo en la práctica y cuáles son los caminos que! de hecho recorren las almas en su marcha hacía la perfección. Y, aunque es verdad que la acción de Dios sobre las almas es variadísima—y en este sentido puede decirse que cada alma tiene su camino —, pueden, no obstante,! descubrirse, en medio de esa riquísima variación de matices, ciertos rasgos comunes, que permiten señalar, al menos en. sus líneas fundamentales, las etapas que suele recorrer el desarrollo normal de la vida cristiana. Para esta parte descriptiva y experimental son absoluta¬ mente imprescindibles ios datos de los místicos experimentales. El teólogo debe recogerlos amorosamente, contrastarlos con los principios teológicos y formular las leyes teórico-prácticas que el director espiritual aplicará, des¬ pués a cada alma en particular bajo el dictamen de la prudencia. <<♦♦♦ desde los comienzos de la vida cristiana hasta la cumbre de la perfección»,—Ya hemos visto de qué manera nuestra ciencia tiene que abarcar, en su conjunto, todo el panorama de la vida espiritual sin excluir ninguna de süs etapas. Sin embargo, él blanco y finalidad fundamental a que apunta esta parte de la teología son las grandes alturas de la perfección 5 2 Subrayamos esta palabra para prevenir las apreciaciones demasiado precipitadas a que se sienten impulsados con frecuencia los teólogos especulativos. i 33 Ua- 3 - Importancia y necesidad de la teol. de la perfección 37 que deben alcanzar las almas. Tan importante es este aspecto,, que como res denominantur,a potiori (las cosas se denominan por lo más excelente que hay en ellas) le ha prestado a nuestra ciencia su mismo título y denominación. 3. Importancia y necesidad de la «Teología de la perfección» 30* La importancia extraordinaria (fie la Teología de la perfección se deduce de su misma naturaleza y excelencia. Nada puede haber para el hombre tan noble y elevado como el estudio de la ciencia que le enseña el camino y los medios para llegar a la íntima unión con Dios, su primer principio y úl¬ timo fin. En realidad, «una sola cosa es necesaria» (Le 10,42), que es la salvación del alma; pero solamente en el cielo sabre¬ mos apreciar la diferencia grandísima que existe entre la sal¬ vación conseguida en su grado ínfimo (cristianos imperfectos) o en el grado pleno y perfecto, que corresponde a los santos.. Estos últimos gozarán de un grado de gloria mucho más alto, y, sobre todo, glorificarán inmensamente más a Dios por toda la eternidad. Ahora bien, la consecución de la propia felicidad, plenamente subordinada a la glorificación eterna de Dios, cons¬ tituye la razón misma de la creación, redención y santificación del género humano. No hay, pues, ni puede haber objeto más noble e importante de estudio que el que constituye la esencia misma de nuestra Teología de la perfección. Su necesidad es manifiesta, sobre todo para el sacerdote, guía de almas. Sin un profundo conocimiento de las leyes especula¬ tivas de la vida cristiana y de las normas prácticas de dirección espiritual, caminará a ciegas en la sublime misión de llevar a las almas hasta la cumbre de la perfección. Contraería con ello una gravísima responsabilidad ante Dios al frustrar, acaso, más de úna santidad canonizable. Por eso, la Santa Iglesia ha dis¬ puesto el establecimiento de cátedras de teología ascética y mística en todos Tos grandes centros de formación del clero secular y regular 34 . Pero aun a los mismos fieles les resultará útilísimo el estudio de nuestra ciencia. Recuérdese la importancia que se ha con¬ cedido siempre en la Iglesia a la práctica excelente de la lectura espiritual. Pocas cosas, en efecto, estimulan y avivan tanto el deseo de la perfección como el contacto con los libros que sa¬ ben abrir horizontes y enseñan con método, claridad y precisión el camino de la íntima unión con Dios. El conocimiento de esos caminos facilita y completa la dirección espiritual y hasta 34 AAS (1031) 371. 38 Introducción general. podría suplirla— al menos en gran parte—en aquellos casos, no demasiado raros, en los que las almas se ven obligadas a carecer de director o no lo encuentran tan bueno como fuera de desear. Teniendo en cuenta la necesidad de estas almas, nosotros des¬ cenderemos con frecuencia, en el desarrollo demuestra obra, a detalles y consejos prácticos, que no serían menester en un libro destinado exclusivamente a los directores, 4. Modo de estudiarla 31. Al abordar el estudio de'esta ciencia, el alumno debe poseer, ante todo, un gran espíritu de fe y de piedad. Es tan ínti¬ ma y tan estrecha la relación entre la teoría y la práctica en el estudio de estas cuestiones, que el que no posea una fe viva y una intensa piedad, ni siquiera acertará a juzgar rectamente de los mismos principios especulativos. Hablando de la teología en general, escribe Santo Tomás las siguientes palabras, que deben aplicarse afortiori a nuestra Teología de la perfección «En las otras ciencias es suficiente que el hombre sea perfecto tan sólo intelectualmente; en ésta, en cambio, es preciso que lo sea también afectiva¬ mente; porque hemos de hablar de grandes misterios y explicar la sabidu¬ ría a los perfectos. Ahora bien: cada uno suele juzgar de las cosas según sus disposiciones; y así, el que está dominado por la ira juzga de muy distinto modo durante su arrebato que cuando ya se ha tranquilizado del todo. Por eso dice el Filósofo que cada uno busca su propio íin én las cosas a que se siente particularmente inclinado» 35 , Es preciso* además, tener en cuenta, durante el estudio, las íntimas relaciones de esta parte de la teología con la dogmᬠtica, moral y pastoral. Hay puntos fundamentales de doctrina que aquí nos limitamos a recordar, pero cuyo conocimiento perfecto exige un estudio profundo de aquellas otras partes de la teología donde encuentran su lugar propio y adecuado.. En ninguna otra ciencia como en la tcjoldgía tiene aplicación la célebre frase atribuida a Hipócrates: «El médico que no sabe más que medicina, ni medicina sabe». Hay que conocer a fondo la teología entera y las ciencias auxiliares para la direc¬ ción de las almas, entre las que ocupan lugar preeminente la psicología racional y empírica y la patología somática y psíqui¬ ca del sistema nervioso y enfermedades mentales. 35 ín Epist. ad Hebr . c.5 lect.2. 5. Método 39 5. Métodp 32. Siendo nuestra Teología de..la perfección una parte de la teología única; íntimamente relacionada con la dogmática y la moral—de las que toma sus principios fundamentales— y teniendo, por otra parte, mucho de ciencia práctica y expe¬ rimental, en cuanto que nos traza las normas concretas para conducir a las almas hasta la cumbre de la perfección, el método que debe emplearse en su estudio tiene que ser, a la vez, el estrictamente teológico --positivo y deductivo —y el inductivo o experimental, apoyado en la experiencia y en la observación de los hechos. Son grandísimos los inconvenientes que se siguen del empleo exclusivo de cualquiera de los dos métodos. El método descriptivo o inductivo, apoyado exclusivamente en los datos de los místicos experimentales, tiene los siguientes principales incon¬ venientes: 1) Olvida que la teología de la perfección es una rama de la teología una, para convertirla en una parte de la Psicología experimental. Con ello la rebaja increíblemente, haciéndola perder casi toda su elevación y grandeza. 2) No puede constituir por si verdadera ciencia. Proporciona cierta¬ mente materiales para constituirla, al ofrecemos un Conjunto de fenómenos tomados de lá experiencia que es precisó explicar; pero mientras no seña¬ lemos sus causas y las leyes a que obedecen, no. tenemos ciencia propiamente dicha. Y para señalar esas causas y leyes es del todo indispensable acudir a los grandes principios de donde parte el método deductivo. Sin esto, el di¬ rector de. almas tendría qué moverse dentro del campo de una casuística estrecha y desconcertante, sujeta inevitablemente a grandes perplejidades y equivocaciones. 3) Por lo mismo, se corre fácilmente el riesgo de conceder demasiada importancia a lo que, por muy espectacular que parezca, es secundario y accidental en la vida cristiana (fenómenos concomitantes, gracias gratis dadas), con perjuicio de lo que es básico y fundamental (gracia, virtudes y dones). De hecho, uno de los más. decididos partidarios de este método, aun admitiendo la verdad de la doctrina teológica de los dones del Espíritu Santo, prescinde casi por completo de ella por ser-dice—-«poco menos que estéril para los directores» 36 , puesto que no aclara los hechos ni las cues¬ tiones prácticas de dirección. Pero la mayor parte de los teólogos piensan, por el contrario, que esa doctrina es la única que permite resolver la cues¬ tión capital dé nuestra ciencia> que no es otra que la de determinar con toda precisión lo que pertenece al orden de la gracia santificante y entra en su normal desarrollo en sus formas eminentes, pero al alcánce de todos/de lo que pertenece a las gracias gratis dadas, que son las propiamente extraor¬ dinarias y anormales, como algo que rebasa las exigencias ordinarias de la gracia 37 . P. Poulaín, Des gráces d'oraisan c .6 n.io bis (u, h ed. p.103). 57 Cf. P. Garrigou-Lagrange, Perfection.. . p.g. 40 Introducción general El método analítico o deductivo presenta, a su vez, los siguientes inconvenientes cuando se le emplea exclusivamente: 1) Olvida que los grandes principios de la Teología de la perfección deben enfocarse a la dirección de las almas, y, por lo mismo, deben contras¬ tarse con los hechos experimentales. Sería un error contentarse con los prin¬ cipios de Santo Tomás, sin tener para nada en cuenta las admirables des¬ cripciones de los grandes místicos experimentales San Juan de la Crüz, Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Siena, San Francisco de Sales, etc., que tanto contribuyen a esclarecer y confirmar aquellos grandes principios teo¬ lógicos. 2 ) Se corre el riesgo de sentar como verdades inconcusas afirmaciones apriorísticas que no concuerdan con la experiencia ni son confirmadas con los hechos, estableciendo con ello un lamentable divorcio entré la teoría y la práctica, de funestas consecuencias en la dirección de las almas. . Se impone, pues, el doble método deductivo e inductivo, analítico-sintético, racional y experimental. Hay que estudiar, ante todo, la doctrina revelada tal cual la encontramos en la Escritura y la Tradición y en el Magisterio de la Iglesia. Hay que determinar después, a base del método deductivo, la natu¬ raleza de la vida cristiana, su organismo sobrenatural los mo¬ dos de su crecimiento, las leyes que lo presiden, en qué con¬ siste la verdadera perfección cristiana, qué es lo qúe entra en el desarrollo normal de la gracia santificante cómo una exi¬ gencia intrínseca de la misma y qué . es lo que hay que con¬ siderar como extraordinario y. anormal, por caer fuera de esas exigencias* y otras muchas cosas semejantes. A la vez hay que 'observar los hechos, recoger los datos de los místicos experi¬ mentales, examinar sus pruebas, luchas, dificultades, métodos : empleados para su perfeccionamiento y santificación, resulta¬ dos obtenidos, etc. Y con todo ello a la vista, se tendrá la ga¬ rantía de proceder con acierto al señalar y discernir lo esencial de lo accidental, lo ordinario de lo extraordinario, lo que es absolutamente indispensable para la santificación de cualquier alma de lo que: es variable y adaptable a los diferentes tempe¬ ramentos, circunstancias, estados de vida, etc. Unicamente así podrán darse normas de dilección precisas y exactas, que no obedecerán a unos cuantos principios apriorísticos ni a los resultados siempre provisionales y variables de una casuística raquítica y enfermiza, sino motivadas y apoyadas én los gran¬ des principios teológicos, contrastados con la experiencia' y trato directo de las almas. Tal es, nos parece, el único método legítimo que debe em¬ plearse en el estudio de esta rama de la teología, y a ese ideal procuraremos acercarnos en el desarrollo de nuestra obra. ó. Fuentes 41 6 . Fuentes El doble método que es menester emplear en el estudio de la Teología de la perfección nos lleva como de la mano a seña¬ lar sus fuentes. Pueden reducirse a la teologia y a la experiencia; pero es conveniente precisar un poco más. 33« A. Fuentes teológicas.—Hay que distinguir entre las que son comunes a todas las partes dé la teología y las que pertenecen más propiamente a nuestra Teología de la perfec¬ ción : 38 . Entre las comunes deben señalarse: 1) La Sagrada Escritura.—Los libros inspirados proporcionan los principios fundamentales sobre los que ha de construirse ia teología de la perfección. Allí se encuentra la doctrina especulativa; sobre Dios y el hom¬ bre, que es el fundamento de toda la vida espiritual. Se nos habla de la natu¬ raleza de Dios: de sus atributos—inmensidad, sabiduría, bondad, justicia, misericordia, providencia general y particular—, de sú vida íntima, de las procesiones de las divinas personas, de la encamación, redención, incor¬ poración a Cristo, gracia santificante, virtudes infusas, dones del Espíritu Santo, inspiraciones actuales, sacramentos, gracias gratis dadas, etc., y se nos habla del término final de la vida cristiana, que es la visión beatífica en la gloria. AI mismo tiempo, se nos intiman los preceptos—en los que consiste substancialmente la perfección—, acompañados de preciosos consejos para mejor conseguirla (sobre todo en los libros sapienciales y en. el Nuevo Tes¬ tamento). Se nos ponen delante los sublimes ejemplos de virtud que nos de¬ jaron los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento, y, sobre todo, los de Cristo, María y los apóstoles en el Nuevo. Y, por si algo faltara,, se pone a nuestra disposición un riquísimo arsenal de fórmulas de oración (salmos, himnos, doxologías, padrenuestro...) para exquisito alimento de nuestra piedad y vida interior. No cabe duda: la Sagrada Escritura es la fuente prin¬ cipal de la teología de la perfección—como de todas las restantes partes de la ciencia sagrada—y manantial inagotable de la más sólida y auténtica piedad. 2) La Tradición y el Magisterio de la Iglesia,— Es otra fuente primaria de la Teología en todas sus partes, que viene a completar el de¬ pósito de la divina revelación contenido en las Sagradas Escrituras. Sabido es que el testimonio de la Tradición se conserva y manifiesta auténticamente por la enseñanza de la Iglesia, ya sea con su Magisterio solemne (definicio¬ nes dogmáticas, símbolos y profesiones de fe), ya con su Magisterio ordi¬ nario, que se ejerce principalmente por la enseñanza y predicación de los pastores de la Iglesia esparcidos por el mundo entero, por lá práctica de la Iglesia en su liturgia, por los escritos de los Santos Padres , por el consen¬ timiento unánime de los teólogos, pox las Congregaciones Romanas bajo la vigilancia del Sumo Pontífice y por el consentimiento y unánime sentir del pueblo cristiano. 3 8 En realidad habría que incorporar aquí todo el tratado de los Lugares teológicos , com¬ pletándolo cbn algunos' otros que se relacionan óiás de cerca con nuestra Teología de la per¬ fección. Pero para no rebasar excesivamente los límites de esta obra, nos contentaremos con ligeras indicaciones. 42 Introducción general 3) La razón iluminada por la fe.— Aunque los principios funda¬ mentales en que se apoya la teología hayan sido revelados por Dios y ad¬ mitidos por la fe, la razón natural no es extraña a la ciencia sagrada, sino que es su auxiliar absolutamente indispensable, ya qúe es menester dedu¬ cir las conclusiones virtualmente contenidas en aquellos principios, y esto no puede hacerse sino a base del discurso de la razón iluminada por la fe. Es preciso, además, confirmar con las luces de la razón las verdades revé- ' ladas, mostrando—cuando no se pueda otra cosa—que nada hay en ellas que se oponga en lo más mínimo a sus legítimas exigencias; hay que plan¬ tear, en cada problema teológico, el estado de la cuestión; hay que decla¬ rar con comparaciones y analogías las verdades de la fe a fin. de hacerlas más inteligibles; hay que rechazar con argumentos de razón las objeciones de los incrédulos y racionalistas, que niegan las verdades de la fe y la rea¬ lidad sobrenatural de los fenómenos de la vida mística, etc., etc. El teólogo no puede prescindir en modo alguno de las luces de la razón, aunque su argumento fundamental ha de sacarlo siempre de las fuentes auténticas, de la divina revelación.. Además de estas fuentes primarias, comunes a toda la teología, el teólogo que trate de investigar y construir una Teo¬ logía. de la perfección tiene que tener en cuenta otras fuentes re¬ lacionadas de una manera más propia y particular con esta, parte de la teología que trata de la perfección. Las principa¬ les son: 4) LOS ESCRITOS DE LOS SANTOS Y MÍSTICOS EXPERIMENTALES.— -Apar¬ te del valor inapreciable que estos escritos tienen desde el punto de vista descriptivo de la vida espiritual, con frecuencia tienen todavía un nuevo valor por la autoridad que íes ha conferido la Iglesia al canonizar a sus auto¬ res y al declararles muchas veces doctores de la Iglesia. En este sentido tie¬ nen un valor incalculable para la teología de la perfección los escritos 1 espirituales de San Agustín, San Bernardo, Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, San Juan de la Cruz, San Francisco de Sales, San Alfonso María de Ligorio y otros muchos, que a la ciencia teológica—a veces en grado altísimo, como en San Agustín y Santo Tomás—juntaban una expe¬ riencia entrañable de los caminos de Dios. Y al lado de ellos hay que colo- : car a las grandes maestras de la vida de oración, tales como Santa Gertru¬ dis, Santa Brígida, Santa Catalina de Siena y, sobre todo, Santa Teresa de Jesús, de la que la misma Iglesia pide oficialmente en su liturgia que «sea¬ mos alimentados con el celeste pábulo de su doctrina» 39 . Ni puede limitarse el teólogo al estudio de los místicos experimenta¬ les que han alcanzado los honores de la canonización, ¿Qué duda cabe que es inapreciable el tesoro místico doctrinal encerrado eri bs obras del Pseudo-Dionisio Areopagita, de Casiano, de Hugo y Ricardo de San Víc¬ tor, del maestro Eckart, de Taulero, del Beato Susón, de Ruysbfóéck, de Géreón, de Dionisio el Cartujano, de Tomás dé Kempis, de Walter Hiltohj de García de Cisneros, de Blosio, de Fr. Luís de Granada, del Beato Juan de Avila, de Francisco de Osuna, de Bernardinio de Larédo, de Fr. Juan de los Angeles, de Juan de Jesús María, de Felipe de !a Santísima Trinidad, de José del Espíritu Santo, del Beato Alonso de Orozco, de Fr. Luis de León, de Pedro Malón de Chaide, de Luis de la Puente, de Alvarez de Paz, de Alonso Rodríguez, de Surín, de Scaramelli, de Olier, del cardenal Bérulle, 59 Cf. la oración litúrgica de la fiesta de la Santa (15 de octubre). 6. Fuentes 43 del P. Fáber, de D. Columba Marmion y del P. Arintero, para no citar más que a los más destacados y representativos de todas las tendencias, épocas y escuelas?. 5) Las . vidas de los santos proporcionan también datos preciosos para la parte descriptiva dé la vida espiritual, al ponernos delante los mo¬ delos y ejemplares que la misma Iglesia propone a nuestra imitación. Entre ellas destacan por su excepcional valor las autobiografías que escribieron los propios santos impulsados por la obediencia o las que tienen por autor a un santo, que habla de otro santo (v.gr., la vida de San Antonio Abad, escrita por San Atanasio, o la de San Francisco de Asís, por San Buena¬ ventura). 6 ) La historia de la mística o espiritualidad cristiana. —Es otra fuente importantísima de información para el teólogo- Porque, aunque la espiritualidad cristiana, como la gracia de Dios en que se funda, es y será siempre fundamentalmente la misma en todas las épocas y climas, ayuda mucho conocer la aplicación que de sus principios fundamentales se ha venido haciendo a través de los siglos, tendencias y esauelas de espiritua¬ lidad cristiana para contrastar procedimientos, prevenir ilusiones, evitar desviaciones, intensificar los medios que la experiencia ha demostrado ser más eficaces para la santificación de las almas, investigar lo que constituye el fondo común de todas las escuelas y lo que no pasa de ser una tendencia o apreciación particular de alguna de ellas en concreto. La historia es maes¬ tra de la vida; y acaso eñ ningún otro aspecto de la. misma el conocimiento de aquélla podrá suministramos datos más aleccionadores. 7) La HISTORIA DE LOS FENÓMENOS RELIGIOSOS DE LAS RELIGIONES falsas. —Es uriá fuente subsidiaria muchísimo menos importante que las demás, ya que los principios del cristianismo—única religión revelada— difieren substancialmente-de los de las religiones falsas. Los primeros son estrictamente sobrenaturales; los segundos, pura y simplemente naturales. Con todo, no deja de ser útil contrastar los fenómenos de la psicología reli¬ giosa del paganismo (estados internos de consolación o desolación, modos de oración, prácticas ascéticas y de penitencia, asociaciones de vida per¬ fecta, etc.), que responden muchas veces a exigencias de la psicología hu¬ mana, que el teólogo católico puede aprovechar para trasladarlas, debida¬ mente expurgadas de sus errores, al orden sobrenatural cristiano, o como fuente de información para mejor delimitar el campo sobrenatural de lo puramente natural o preternatural 40 . 34. B* Fuentes experimentales*—Entendemos aquí por fuentes experimentales no sólo las que proceden de la expe¬ riencia propia o ajena en los caminos de Dios, sino los precio¬ sos datos que nos suministran las ciencias fisio-psicológicas, que es menester tener en cuenta para la recta apreciación de mu¬ chos fenómenos sorprendentes que suelen producirse en la vida espiritual, sobre todo en los estados místicos. Entre ellas el teólogo ha de tener principalmente en cuenta: 1) La Psicología racional y experimental.—L a primera nos en¬ seña el funcionamiento de nuestras facultades externas e internas; de qué 40 Cf P. Marscwaí., Ess< 2¡ sur l'étudc comparte des mysticísmes: «Revue des Qucst. Scien- t ¡fiques* (1926) 2 p.Srss, y Btudes sur la psychologie des mystíques t .2 p.411-83. 44 Introducción genera! manera se elaboran nuestras ideas a base de la iluminación por el entendi¬ miento agente de los fantasmas de la imaginación; cuáles son las leyes que presiden nuestra vida afectiva y sentimental; naturaleza de nuestra alma y sus funciones como forma substancial del cuerpo y la influencia mutua y relaciones estrechísimas que. de esa unión substancial se derivan para ambos. La segunda—psicología experimental—complementa los principios de la racional con datos procedentes de la observación y análisis de los hechos en sujetos nórmales y patológicos. El estudio de los estados mor¬ bosos, tanto físicos como psíquicos, es de importancia capital para distin¬ guir con acierto lo sobrenatural de lo preternatural y de lo puramente na¬ tural en muchos fenómenos aparentemente sobrenaturales ó místicos. Hoy se ha comprobado mil veces que hay que atribuir a causas patológicas puramente naturales muchos fenómenos que antiguamente se atribuían a causas sobrenaturales o preternaturales {Dios o el demonio). Lo cual es de gran importancia para juzgar, v.gr,, de las llamadas infestaciones demo¬ níacas, de las visiones, locuciones, sequedades y arideces, euforias y conso¬ laciones, etc.,: que, sin negar, ni mucho menos, su posible trascendencia o sobrenaturalidad, muchas veces obedecerán a causas pura y simplemente naturales en un sujeto habitual o transitoriamente patológico 41 . 2 ) La experiencia propia.;— Ninguna otra fuente de información po¬ drá suplir enteramente a la experiencia propia para juzgar con acierto en los caminos de Dios. Se ha comprobado mil veces cuando escritores racio¬ nalistas han tratado de interpretar—acaso de buena fe, no hay inconvenien¬ te en admitirlo en algunos de ellos—-las experiencias de los místicos 42 . Totalmente ajenos a la vida sobrenatural, careciendo incluso de las luces de la fe, están radicalmente incapacitados para comprender la, vida cris¬ tiana. El elemento sobrenatural, que es el todo de esa vida, se les escapa por completo. Ni basta poseer la vida de la gracia en sus grados incipientes para juz¬ gar acertadamente de ciertos fenómenos místicos. Hay cosas que sólo se captan a base de una perfecta afinidad espiritual con ellas mismas. Es aquel principio tan fecundo y tantas veces recordado por Santo Tomás de que «cada uno suele juzgar de las cosas según sus disposiciones» 4 L En este mismo sentido escribía Báñez: «En igualdad de circunstancias será más docto en teología el que posea la caridad que el que no la tenga; porque sin ella no se poseen los dones del Espíritu Santo unidos a la fe, que ilu¬ mina la mente y-da inteligencia a los pequeñuelos» 44 . Y si esto es cierto aplicado al estudio de la teología en general, a fortiori hay que decirlo de la teología de la perfección. 3) El trato con las almas. —A la experiencia propia hay que añadir el trato directo y constante con las almas. Quien aspire a conocer a fondo los caminos de Dios, nó puede contentarse con el estudio teórico de la mís¬ tica, ni siquiera con la experiencia propia, aunque sea un santo de pri¬ mera categoría; se impone el trato directo y constante con las almas. No todas ascienden a : la cumbre de la perfección por el mismo sendero y con los mismos procedimientos ascético-místicos. No basta conocer un camino; es preciso conocer el mayor número posible de ellos. Y aunque esta induc- 41 Es útil a este respecto la. lectura del precioso libro dei P. J. deTonquedec ¿Acción diabólica o enfermedad? (Rabión y Fe, 1948). 42 Véanse, por ejémplo, los estudios de J. Baruzi, Saint Jean de la Croix et le probléme de Vexpérience mystique (París 1924) ; el del P. Roüsselot, Les mastiques espagtioles (2.® ed., París 1869); y et de H. Delackoix, Études d'histoire et de psychologie du mysticismc.. Les gran¬ des mastiques chrétiennes (París 1908), 43 ín Epist. ad Hebr. c.5 Iect.2. 44 Báñez, In 1 1.4 ád 2 confirmationem 2 arg. 7. División 45 ción tenga que ser forzosamente incompleta—ya que cada alma va por su camino, y es. imposible conocerlas todas—, sin embargo, de la constante observación de las diferentes vías por donde Dios santifica a las almas aprenderá el teólogo dos cosas muy importantes, a saber: a no proclamar en teoría determinados métodos y procedimientos como los únicos posibles y acertados para la santificación de las almas y a respetar en la práctica la iniciativa de Dios, que lleva a cada alma por un camino especial hacia la cumbre de la perfección. 7* División 35* No hay tampoco uniformidad de criterio entre los autores para la división de las diferentes partes de que debe constar nuestra ciencia. El P. De Guibert divide su Theologia spiritualis Ascética et Mystica en cuatro partes fundamentales; 1) Esencia de la perfección espiritual y de las causas que la promueven o impi¬ den. 2) Medios y ejercicios con los cuales el hombre tiende a la perfección. 3) Grados con los cuales suele Dios conducir al hombre a la perfección. 4) Diferentes estados de vida con los cuales puede el hombre tender a la perfección y ejercitarla 45 . El P. Schrijvers se fija en las cuatro causas: final, eficiente, material y formal, dividiendo a base de ellas sus Principios de la vida espiritual 46 . Tanquerey divide su Compendio de teología ascética y mís¬ tica en dos partes: una teórica, que titula «los principios», y otra más psicológica y experimental, de aplicación de los prin¬ cipios a base de «las tres vías» 47 . El P. Garrigou-Lagrange adoptó para Las tres edades de la vida interior la división en cinco partes: 1) Las fuentes de la vida interior y su fin. 2) La purificación del alma de los prin¬ cipiantes. 3) Los progresos del alma guiada por la luz del Es¬ píritu Santo. 4) De la unión de las almas perfectas con Dios. 5) De las gracias extraordinarias 48 , El P. Crisógono divide su Compendio de ascética y mística en cuatro partes: 1) Principios de la vida sobrenatural. 2) La ascética. 3) La mística. 4) Resumen histórico 49 . Otros autores proponen otras divisiones que, más o menos, se aproximan a las que acabamos de recoger por vía de ejem¬ plo 50 . 45 Cf. De Guibert, o.c., n . iz . 46 Cf. Schrijvers, o.c., p.73-4. 47 Cf. Tanquerey, o.c., n.48. 48 Cf. Gartugou-Lacrange, o.c., p-24-25. 49 Cf. P. Crisógono, o.c., pról. 50 Pueden verse muchas de ellas en Heerinckx, Jntroductio m Theohgiam Spiritualetn P-T3SSS. 46 Introducción general Nosotros vamos a dividir nuestra Teología de la perfec¬ ción en cuatro partes principales en la siguiente forma: Primera parte.: Principios fundamentales de la vida cris¬ tiana. fe > • t ' Segunda parte: El organismo sobrenatural y la perfección cristiana. Tercera parte: El desarrollo normal de la vida cristiana. Cuarta parte: Los fenómenos místicos extraordinarios. PRIMERA PARTE Principios fundamentales de la vida cristiana CAPITULO I El fin de la vida cristiana La consideración del fin es lo primero que se impone en el estudio de una obra dinámica cualquiera. Y siendo la vida cristiana esencialmente, dinámica y perfectibL —al menos en nuestro estado actual de viadores—, es preciso que ante todo sepamos adonde vamos, o sea, cuál es el fin que pre¬ tendemos alcanzar. Por eso, Santo Tomás comienza la parte moral de su sistema—el retomo del hombre a Dios—por la consideración del último fin 1 . A la vida cristiana se le pueden señalar dos fines, o, si se quiere, uno solo con dos modalidades distintas: un fin último o absoluto y otro próximo o relativo. El primero es la gloria de Dios* el ségundo, nuestra propia santificación. Varñós á exami¬ narlos separadamente. i. La gloria de Dios, fin último y absoluto de la vida cristiana 36 / Es clásica la definición de la gloria: clara notitia cum laude Por su misma definición, expresa, de suyo,' algo ex¬ trínseco al sujeto a quien afecta. Sin embargo, en un sentido menos estricto, podemos distinguir en Dios una doble gloria: la intrínseca, que brota de su propia vida íntima, y la extrínseca , procedente de las criaturas. La gloria intrínseca de Dios es la que El se procura a sí mis¬ mo en el seno de la Trinidad Beatísima. El Padre—por vía de generación intelectual—concibe de sí mismo una idea perfec- tísima: es su. divino Hijo, su Verbo, en el que se reflejan su misma vida, su misma belleza, su. misma inmensidad, su mis¬ ma eternidad, sus mismas perfecciones infinitas.; Y al contem¬ plarse mutuamente, se establece entre las dos divinas, personas —por víá de . procedencia—una corriente de. indecible amor,, torrente impetuoso de llamas que es el Espíritu Santo;. Es¬ te conocimiento y amor de sí mismo, esta alabanza eterna e 48 P.l. Principios fundamentales de la vida cristiana incesante que Dios se. prodiga a sí mismo en el misterio in¬ comprensible de su vida íntima, constituye la gloria intrínseca de Dios, rigurosamente infinita y exhaustiva, y a la que las criaturas inteligentes y el universo éntéro náda absolutamente pueden añadir. Es el misterio de su vida íntima en el que Dios encuentra una gloria intrínseca absolutamente infinita. Dios es infinitamente feliz en sí mismo, y nada absoluta¬ mente necesita de las criaturas, que no pueden aumentarle su dicha íntima. Pero Dios es Amor 2 , y el amor, de suyo, es comunicativo. Dios es el Bien infinito, y el bien tiende de suyo a expansionarse: bonum est diffusivum sui, dicen los filó¬ sofos. He ahí el porqué de la creación. Dios quiso, en efecto, comunicar sus infinitas perfecciones a las criaturas, intentando con ello su propia gloria extrínseca. La glorificación de Dios por las criaturas es, en definitiva, la razón última y suprema finalidad de la creación 3 , La explicación de esto no puede ser más clara, incluso a la luz de la simple razón natural privada de las luces de la fe. Porque es un hecho filosóficamente indiscutible que todo agente obra por un fin, sobre todo el agente intelectual. Luego Dios, primer agente inteligentísimo, tiene que obrar siempre por un fin. Ahora bien, como ninguno de los. atributos o acciones de Dios se distingue de su propia divina esencia, sino que se identifica totalmente con ella, si Dios hubiera intentádo en la creación un fin distinto de sí mismo, hubiera referido y subor¬ dinado su acción creadora a ese fin—porque todo agente pone su acción al servido del fin que intenta al obrar—, con lo cual se hubiera subordinado Dios mismo, puesto que su acción es El mismo. Y así, ese fin estaría por encima de Dios; es decir, que Dios no sería Dios. Es, pues, absolutamente imposible; que Dios intente con alguna de sus acciones un fin cualquiera distinto de sí mismo. Dios ha creado todas las cosas para su propia gloria; las criaturas no pueden exiátir sino en El y para El 4 . iil 2 i lo 4,16. 3 Belllsimamente expresa Santo Tomás de qué manera con su gloria intrínseca y extrín¬ seca se reúne en Dios en grado perfectísimo la plenitud de todás las felicidades posibles: «Cuanto de deseable hay en cualquier clase de felicidad, todo preexiste de modo más elevado en la bienaventuranza divina. Por lo que se refiere a la felicidad contemplativa, tiene la con¬ templación continua y certísima de sí mismo y de todas las otras cosas, y en cuanto a la activa, tiene el gobierno de todo el universo. De la felicidad terrena, que, según Boecio, consiste en placeres, riquezas, poderlo, dignidad y fama, por deleite tiene el goce de sí mismo y de todás las otras cosas; por riqueza, la omnímoda abundancia que la riqueza promete; por poderlo, la omnipotencia; por dignidad, el gobierno de todos los seres, y por fama, la admiración de todas las criaturas* (1,26,4): ■+ Cf. 1,44,4.—Nótese—para mayor inteligencia de la finalidad de la. creación^-que a Dios le conviene obrar por el fin no solamente ex parte operis sen operati , sino también ex parte operántis ;.aunque no como las criaturas, por el deseo o apetito de. un fin que no posee con perfección en realidad, sino por el solo amor del fin que ya posee siempre actualmente en si mismo, que no es otra cosa que su bondad identificada con su propia esencia. Por eso 49 C.l. El fin de la vida cristiana Y esto no solamente no supone un «egoísmo trascendental» en Dios-como se atrevió a decir, con blasfema ignorancia, úii filósofo impío—;sino que és el colmo de la generosidad y des¬ interés. Porque no buscó con ello su propia utilidad-—nada : absolutamente podían añadir las criaturas a su felicidad y per¬ fecciones infinitas-—, sino únicamente comunicarles su bondad. Dios ha sabido organizar de tal manera las cosas,' que las cria-, turas encuentran su propia felicidad glorificando a Dios. Por eso dice Santo Tomás que sólo Dios es infinitamente liberal y generoso: no obra por indigencia, como buscando algo que ne¬ cesita, sino únicamente por bondad, para comunicar a sus criaturas su propia rebosante felicidad 5 . Por eso la Sagrada Escritura está llena de expresiones en las que Dios reclama y exige para sí su propia gloria; «Soy yo, Yavé es mi nombre, que no doy mi gloria a ríiiigún otro, ni a los ídolos el honor que me es debido» (Is 42,8); «Es por mí, por amor de mí lo hago, porque no quiero que mi nombre sea escarnecido, y mi gloria a nadie se la doy» (Is 48,11); «Oyeme, Jacob, y tú, Israel, que yo te llamo; soy yo, yo,, el primero y aún también el postrero» (ibid., 12); «Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios; el que es, el que era, el que viene, el Todo¬ poderoso» (Apoc 1,8), etc., etc. ¡La gloria de Dios! He aquí el alfa y la omega, el principio y el fin de toda la creación. La misma encamación del Verbo y la redención del género humano no tienen otra finalidad última que la gloria de Dios: «Cuando le queden sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo se sujetará a quien a El todo se lo sometió, para que sea Dios todo en todas las cosas » (1 Cor 15,28). Por eso nos exhorta el Apóstol a no dar un solo paso que no esté encaminado a la gloria de Dios: «Ya comáis, ya bebáis o ya hagáis alguna cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (r Cor 10,31); ya que, en definitiva, no hemos sido predestinados en Cristo más que para convertir¬ nos en una perpetua alabanza de gloria de la Trinidad Beatísima: «Por cuanto que en El nos eligió antes de la constitución del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante El, y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su vo¬ luntad, para alabanza de la gloria de su gracia » (Eph 1,4-5; c f- v - 12 et 14). Todo absolutamente tiene que subordinarse a esta suprema finalidad. El alma misma no ha de procurar su salvación o santificación sino en cuanto que con ella, glorificará más y más a Dios. La propia salvación o santifica- dice Santo Tomás ( én^De po t. 3,15 ad 14): «La comunicación de la bondad no es el ultimo fin, sino la misma divina bondad, por amor a la. cual quiere Dios comunicarla; porque no obra por su bondad como apeteciendo lo que no tiene, sino como queriendo comunicar lo qué tiene; ya que no obra por el apetito de) fin, sino por amor al fin*. De donde resulta que el fin último dé todas las criaturas es la gloria de Dios, o, más exactamente, el misma Dios, a quien hay que glorificar, «Todo el universo—añade Santo Tomás en otro lugar con todas sus partes se ordena a Dios como a su último fin, en cuanto que en todaselt35"5é refleja la bondad divina por cierta imitación y para gloria de Dios», (cf. Ramírez, De homi- nis beatitudine t.x 0.932-38). 3 «El obrar a impulsos de alguna indigencia es exclusivo de agentes imperfectos, capaces de obrar y de recibir. Pero esto está excluido de Dios, el cual es la liberalidad misma, puesto que nada hace por su utilidad, sino todo por sola su bondad» (í,44,4 ad 1; cf. 19,2 ad 3), Ttol. perfección 4 50 P.I. Principios fundamentales de la vida cristiana ción no puede convertirse jamás en fin último. Hay que desearías y tra¬ bajar sin descanso en su consecución; pero únicamente porque Dios lo quiere, porque ha querido glorificarse haciéndonos felices, porque nuestra propia felicidad no consiste en otra cosa que en la eterna alabanza de la gloria de la Trinidad Beatísima 6 . Tal es la finalidad última y absoluta de toda la vida cristiana. En la práctica, el alma que aspire a santificarse ha de poner los ojos, como blanco y fin al que enderece sus fuerzas y anhelos, en la gloria misma de Dios. Nada absolutamente ha de prevalecer ante ella, ni siquiera el deseo dé la propia salvación o santificación, que ha de venir en segundo lugar, como el medio más oportuno para lograr plenamente aquélla. Ha de procurar pa¬ recerse a San Alfonso María de Ligorio, de quien se dice que «no tenía en la cabeza más que la gloria de Dios» 7 8 y tomar por divisa la que San Ignacio legó a su Cómpañía: «A la mayor gloria de Dios». En definitiva, esta actitud es la que han adoptado todos los santos en pos de San Pablo, que nos dejó la consigna más importante de la vida cristiana al escribir a los corintios: Omnia in gloriara Dei fácite: hacedlo todo a gloria de Dios s . La. santificación de nuestra propia alma no es, pues, el fin último de la vida cristiana. Por encima de ella está la gloria de la Trinidad Beatísima, fin absoluto de todo cuanto existe. Y esta verdad, con ser tari elemental para los que comprendan la trascendencia divina, no aparece, sin embargo, do¬ minando en la vida de los santos sino muy tarde, cuando ya su alma se ha consumado. por el amor en la unidad de Dios. Sólo en las cumbres de. la unión tráfisformante, identificados plenamente con Dios, sus pensamien¬ tos y quereres se identifican también con el pensamiento y el querer de Dios, Solamente Cristo y María, desde el instante primero de su existencia, han realizado con perfección este programa de glorificación divina, que es el término donde viene a desembocar todo el proceso de santificación acá en la tierra 9 . En la práctica, nada debe preocupar tanto a un alma que aspire a santi¬ ficarse como el constante olvido de sí misma y la plena rectificación de su intención a la mayor gloria de Dios. «En el cielo de mi alma—decía sor Isabel de la Trinidad—, la gloria del Eterno, nada más que la gloria del Eterno» 10 : he aquí la consigna suprema de toda la vida cristiana. En la cumbre más elevada de la montaña del amor la esculpió San Juan de la Cruz con caracteres de oro: «Sólo mora en este Mónte la honra y gloria de Dios». 2. La santificación del alma, fin prójimo y relativo de la vida cristiana 37. : Después de la glorificación de Dios, y perfectamente subordinada a ella, la vida cristiana tiene por finalidad la san¬ tificación de nuestra propia alma. El bautismo, puerta de entra¬ da en la vida cristiana, siembra en nuestras almas una «semilla de Dios»: es la gracia santificante. Ese germen divino está lla¬ mado a desarrollarse plenamente,, y ésa plenitud de desarrollo 6 Cf. sobre este magnífico asunto: Tissot, La vida interior simplificada p.i.* 1.1, y Phíli- j»on, O.P., La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad c.4. 7 Schrijvers, Los principios de la vida espiritual 1 p. 3 . a c.4. 8 1 Cor 10,31. 9 Cf, Philipon, o.c., c.4. ’ : * 10 Retiro de Laudem gloriae día 7. 51 C.2. La 5'uMUima Trinidad es, cabalmente, la santidad. Todos estamos llamados a ella—al menos con un llamamiento remoto y suficiente, como explica¬ remos en su lugar—, aunque en grados muy distintos, según la medida de nuestra predestinación en Cristo n . Ahora bien, ¿en qué consiste propiamente- la santidad? ¿Qué significa ser santo? ¿Cuál es su constitutivo íntimo y esencial? Son varias las fórmulas en uso para contestar a estas pre¬ guntas, pero todas coinciden en lo substancial. Las principales son las siguientes: a) La santidad consiste en vivir de una manera cada vez más plena el misterio inefable de la inhabitación trinitaria en nuestras almas. b) Consiste en la perfecta configuración con Jesucristo, en nuestra plena cristificación. c) En la perfección de la caridad, o sea en la perfecta unión con Dios por el amor. . d) En la perfecta conformidad de la voluntad humana con la. divina. De las dos últimas fórmulas hablaremos largamente en la segunda y tercera parte de nuestra obra 12 , Aquí vamos a expo¬ ner únicamente las dos primeras. CAPITULO II La Santísima Trinidad Dividiremos este capítulo en dos artículos: 1. ° La vida íntima de Dios. 2. ° La inhabitación'de la Trinidad en el alma del justo. ARTICULO i La. vida íntima de Dios 38» La razón humana, abandonada a sí misma, no hubiera podido sospechar jamás el misterio insondable de la vida íntima de Dios, Remontándose por la escala analógica del ser á través de las criaturas puede él entendimiento del hombre descubrir al Dios uno, Creador de todo cuanto existe, y precisar algunos de sus atributos más sublimes: su inmensidad, eternidad, sim¬ plicidad e 1 infinita perfección. Pero jamás acertará a sospechar, ni menos a descubrir, el menor vestigio de la vida íntima de lt Cf. Eph 4,7.13; Rom 12,3; x Cor 12,11, 12 Cf. Naturaleza de la perfección cristiana (n. 14755) y Conformidad con la voluntad de Dios (n.624ss). 52 jPJ. Principios fundamentales de la vida cristiana Dios. Sólo por divina revelación podrá asomarse el hombre a ese abismo sin fondo ni riberas* La revelación es un hecho. Dios ha hablado a los hombres, aunque*de una manera gradual y progresiva. En el Antiguo Testamento aparece claramente como Creador del universo y supremo Legislador de la humanidad, pero el misterio de su vida íntima permanece todavía oculto. Sólo cuando, llegada la plenitud de los tiempos, dejó de hablarnos a través de los pro** fetas y envió al mundo a su propio Hijo en forma humana, se descorrió por completo el velo, y el hombre contempló atónito el misterio inefable de la divina fecundidad: (¡Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nues¬ tros padres por ministerio de los profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien también hizo el mundo; y que siendo el esplendor de su gloria y la imagen de su substancia y el que con su poderosa palabra sustenta todas las cosas, des¬ pués de : hacer la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Ma¬ jestad en las alturas, hecho tanto mayor que los ángeles, cuanto heredó un nombre más excelente que ellos. ¿Pues a cuál dé los ángeles dijo alguna vez: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy?» {Hebr 1,1-5), Dios es Padre. Tiene un Hijo, engendrado por él en el eter¬ no hoy de su existencia. Contemplándose a sí mismo en el es¬ pejo purísimo de su propia divina esencia, el Padre engendra una Imagen perfectísima de sí mismo, que lo expresa y repro¬ duce en toda su divina grandeza e inmensidad. Imagen perfec¬ tísima, Verbo mental, Idea, Prototipo, Palabra viviente y subs¬ tancial del Padre, constituye una segunda persona en todo igual a la primera, excepto en la real oposición de paternidad y filia¬ ción, que hace que la primera sea Padre y la segünda Hijo . El hombre, al entender cualquier cosa, prorrumpe también en un verbo mental, que no es otra cosa que la idea de la cosa entendida. Pero esta suerte de generación intelectual, que da origen a nuestras ideas, es diferentísima de la generación inte¬ lectual que da origen al Verbo eterno en el seno del Padre. Porque, en el hombre, la acción de entender se distingue real¬ mente del hombre que entiende; es algo accidental, de naturaleza y existencia distintas del sujeto,, y va siempre acompañada de sucesión, de composición de acto y potencia, de movimiento, etc. En Dios, por el contrario, la acción de entender—lo mismo que la de amar—se identifica con su propia esencia divina, por¬ que su entender y su querer constituyen su.mismo ser. Por eso en las dos procesiones divinas, o sea, la que da origen el Hijo por vía de generación intelectual y la que da origen al Espíritu Santo por vía de amor procedente del Padre y del Hijo, no se da sucesión alguna, ni prioridad o posterioridad, ni com- C.2. La Santísima'Trinidad 53 posición de acto y de potencia, ni movimiento, ni diversidad alguna de tiempo o de naturaleza; sirio que son eternas con la misma eternidad de Dios, En las procesiones divinas se cumple en grado máximo aquel gran principio de Santo Tomás 1 en virtud del cual cuanto' úna naturaleza es más perfecta y elevada tanto más íntimas son sus emanaciones, hasta llegar en Dios a la total identidad de las procesiones con : la misma esencia di¬ vina 2 , - /: Por eso la segunda persona de la" Santísima Trinidad, el Hijo o Verbo del Padre, es Dios cómo el Padre, posee junta¬ mente con él y el Espíritu Santo la.plenitud de la divinidad. Es Dios de Dios, Luz de Luz , Dios verdadero de Dios verdadero , como decimos en el Credo de la misa. El mismo Cristo lo pro-’ clamó abiertamente cuando dijo: El Padre y yo somos una misma cosa (lo 10,30). La tercera persona de la tantísima Trinidad recibe en la Sagrada Escritura y en la tradición cristiana el nombre misterio^ so de Espíritu Santo. Es el lazo de unión entre el Padre y el Hijo, el Amor subsistente que les abraza y consuma en la unidad. El Padre—en efecto—^viendo reflejado en su propia divina esencia a su Verbo divino, que es la Imagen perfectísima de sí mismo, le ama con un amor sin límites, Y el Verbo, que es la Luz del Padre, su Pensamiento eterno, su Gloria, su Hermo¬ sura, el Esplendor de todas sus perfecciones infinitas, devuelve a su Padre un amor semejante,. igualmente eterno e infinito. Y al encontrarse la corriente impetuosa de amor que brota del Padre con la que brota del Hijo., salta—por decirlo así—un torrente de llamas, que es el Espíritu Santo: amor único, aun¬ que es mutuo, viviente y subsistente; abrazo, vínculo, beso inefable qué consume al Padre y al Hijo en la unidad del Es¬ píritu Santo. Tal es, en sus líneas fundamentales, y tal como podemos vislumbrarlo a través de los datos que nos proporciona la divi¬ na revelación, el misterio insondable.de la vida íntima de Dios, Escuchemos al gran maestro de la vida espiritual, dom Co¬ lumba Marmion, explicando con piedad y unción estas ideas tan elevadas y sublimes 3 : «Dios es la plenitud del ser, el océano sin riberas de ta perfección y de la vida. No podremos nunca figurarnos cómo es Dios, pues tan pronto como intentamos hacerlo, le atribuimos : una forma concreta, y, por consí- 1 Cf. Suma contra los gentiles IV i r. 2 Cf. Cuervo, O.P . 7 introducción a la cuestión 27 de la primera parte de la Suma Teo¬ lógica, edición bilingüe, BAC t.2 (Madrid 1948) P- 39 - 3 Cf. Jesucristo en sus misterio s 2. a cd. (Barcelona 1941) c.3 p. 35 - 37 - 54 PJ. Principios fundamentales de la vida cristiana guíente, con límites. Por mucho que queramos ensanchar esos límites, no alcanzaremos jamás la infinitud de Dios: Dios es el Ser mismo, el Ser ne¬ cesario, el Ser subsistente por sí mismo, que posee en su plenitud todas las perfecciones. Pues bien: he aquí una maravilla que nos descubre la revelación: En Dios hay fecundidad, posee una paternidad espiritual e inefable. Es Padre, y como tal, principio de toda la vida divina en la Santísima Trinidad. Dios, Inteligencia infinita, se comprende perfectamente; en uri solo acto ve todo lo que es y cuanto hay en El; de una sola mirada abarca, por así decirlo, la plenitud de sus perfecciones, y en una sola idea, en una palabra, que agota su conocimiento,. expresa ese mismo conocimiento infinito. Esa idea con¬ cebida por la inteligencia eterna, esa palabra por la cual se expresa Dios a Sí mismo, es el Verbo. La fe nos dice también que ese Verbo es Dios, porque posee, o mejor dicho, es con el Padre una misma naturaleza divina. Y porque el Padre comunica a ese Verbo una naturaleza no sólo seme¬ jante, sino idéntica a la suya, la Sagrada Escritura nos dice que le engendra, y por eso llama al Verbo el Hijo. Los libros inspirados nos presentan la voz inefable dé Dios, que contempla a su Hijo y proclama la bienaventuranza de su eterna fecundidad: «Del seno de la divinidad, antes de crear la luz, te engendré» (Ps ¿09,3); «Tú eres mi Hijo muy amado, en quien tengo to¬ das mis complacencias» (Me 1,11). Ese Hijo es perfecto, posee con el Padre todas las perfecciones divinas, salvo la propiedad de ser Padre. En su perfección iguala al Padre por la unidad de naturaleza. Las criaturas rio pueden comunicar sino una natura- raleza semejante a la suya: simili sibi. Dios engendra a Dios y le da su propia naturaleza, y, por lo mismo, engendra lo infinito y se contempla en otra persona que es su igual, y tan igual que entrambos son una misma cosa, pues poseen una sola naturaleza divina,, y el Hijo agota la fecundidad eter¬ na, por lo cual es una misma cosa con el Padre: Urdgenitus Dei Filias... Egó et Pater unum sumus (lo 10,30}. Finalmente, ese Hijo muy amado, igual al Padre y, con todo, distinto de El y persona divina como El, no se separa del Padre. El Verbo vive siem¬ pre en la inteligencia infinita que le concibe; el Hijo mora siempre en el seno del Padre, que le engendra. Mora por unidad de naturaleza y mora también por el amor que Padre e Hijo se tienen. De ese amor, como de principio único, procede el Espí¬ ritu Santo, amor substancial del Padre y del Hijo. Veis ahora cuál es el orden misterioso de las comunicaciones inefables de la vida íntima de Dios en ía Santísima Trinidad. El Padre, plenitud de la vida, engendra un Hijo; y del Padre y del Hijo, como de un solo princi¬ pio, procede el Espíritu de Amor. Los tres poseen la misma eternidad, la misma infinitud de perfección, la misma sabiduría, el mismo poder, la mis¬ ma santidad, porque la naturaleza divina es idéntica en las tres personas. Pero cada persona posee propiedades exclusivas: ser Padre, ser Hijo, proceder del Padre y del Hijo. Propiedades que establecen entre las perso¬ nas relaciones inefables y distinguen unas de otras. Existe un orden de ori¬ gen, sin que haya ni prioridad de tiempo, ni superioridad jerárquica, ni re¬ lación de dependencia. Así nos habla la revelación. No hubiéramos podido llegar a conocer tales verdades si no nos hubieran sido reveladas; pero Jesucristo no las quiso dar a conocer para; ejercicio de nuestra fe y mayor alegría de nuestras almas. Cuando contemplemos a Dios en la eternidad, veremos que es esen¬ cial a la vida infinita, y natural al Ser divino, ser uno en tres personas». j C.2. La Santísima Trinidad 55 ARTICULO 2 ~. La inhabitación de la Santísima Trinidad- EN EL ALMA DEL JUSTO . 39. S.Th., 1,43 ; SoAkez, De Trinitaie, 12,5; Terrien, La gracia y !cz gloria 1.4 (Ma¬ drid 1943); Froget, De l’habitation du Saint Esprit c/ans /es dmcs justes (París 1900); Gar- deil, La struclure de l'áme et Vexpérience myslique 2 (ig27) 6-87; Galtier, L'hábitañon en nous des Trois Personnes (Roma 1:950); Retailleau, La sainte Triníté dans les ames justes (Angers 1932); Philipon, La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad c.3; M. Cuervo, La inhabitación de la Trinidad en toda alma en gracia (Salamanca 1945). Vamos a examinar las siguientes cuestiones fundamenta¬ les: existencia , naturaleza, finalidad y modo de vivir el sublime misterio de la inhabitación divina en nuestras almas. 40. 1. Existencia.—La inhabitación de la Santísima Tri¬ nidad en el alma del justo es una de las verdades más clara¬ mente manifestadas en el Nuevo Testamento l . Con insisten¬ cia que muestra bien a las claras la importancia soberana de este misterio, vuelve una y otra vez el sagrado texto a inculcar¬ nos esta sublime verdad. Recordemos algunos de los testimo¬ nios más insignes: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendre¬ mos a él y en él haremos nuestra morada» (lo 14,23). «Dios es caridad, y el que vive en caridad permanece en Dios y Dios en él» (1 lo 4,16). «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno profana el templo de Dios, Dios le destruirá. Porque el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros» (1 Cor 3,16-17). « ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis?» (x Cor 6,19). «Pues vosotros sois templo de Dios vivo» (2 Cor 6,16). «Guarda el buen depósito por la virtud del Espíritu. Santo, que mora en nosotros» (2 Tim 1,14), Como se ve, la Sagrada Escritura emplea diversas fórmu¬ las para expresar la misma verdad: Dios habita dentro del alma en gracia. Con preferencia se atribuye esa inhabitación al Espíritu Santo, no porque quepa una presencia especial del Espíritu Santo que no sea común al £adre y al Hijo 2 , sino por una muy conveniente apropiación , ya que es ésta la gran 1 Gomo es sabido, aunque en el Antiguo Testamento hay algunos rastros y vestigios del misterio trinitario—sobre todo en la doctrina del «Espíritu de Dios» y de la «Sabiduría»—, sin embargo, la plena revelación del misterio de la vida íntima de Dios estaba reservada al Nuevo Testamento. 2 - Asi lo pensaron algunos teólogos, como Lessio, Petan, Tomassino, Scheeben, etc.; pero la inmensa mayoría afirman la doctrina contraria, que se deduce claramente de los datos de la fe y de la doctrina de la Iglesia (Dcnz. 281-703). Cf. Terrien, La gracia y la gloria 1.6 c.6 y apénd.5; Froget, De l T habitation du Saint Esprit dans fes ámes justes apénd. p.442s; Galtier, L’habitation en nous des trois Persormes p.r.Vc.1 (Roma 1950). 56 P.L Principios fundamentales de la vida cristiana obra del amor de Dios al hombre y es el Espíritu Santo Amor esencial en el seno, de la Trinidad Santísima. Los Santos Padres, sobre todo San Agustín, tienen página bellísimas comentando'el hecho inefable de la divina inhabita¬ ción en el alma del justo. 41. 2. Natüraleza*^Mucho han escrito y discutido los teólogos acerca de la naturaleza de la inhabitación de las divi¬ nas personas en el alma del justo. Nosotros vamos a recoger aquí las principales opiniones sustentadas por los teólogos; sin pretender dirimir una cuestión que sólo secundariamente afec¬ ta al objeto y finalidad de nuestra obra. He aquí esas opiniones: 1. a La inhabitación consiste formalmente en una unión física y amis¬ tosa entre Dios y el hombre realizada por la gracia, en virtud de la cual Dios, uno y: trino, se da al alma y está personal y substanciaimente presente en ella, haciéndola participante de su vida divina. He aquí cómo explica esta doctrina el P. Galtier, que es uno de sus de-. votos partidarios. La gracia es como un sello en materia fluida. Y así como ( es indispensable para la permanencia de la sigilación en la materia fluidaf la permanente aplicación del seLlo, ya que de lo contrario desaparecería la sigilación, de manera semejante para que permanezca la gracia en él alma —que es como la sigilación asimilativa del alma a la divina naturaleza—es menester que permanezca siempre esta divina naturaleza físicamente pre¬ sente 3 . ; Esta interpretación es rechazada por muchos teólogos por cuanto no parece trascender el modo común de existir que Dios tiene por esencia en todas las cosas creadas. 2. a Otros teólogos, desde el siglo xiv en adelante, interpretaron el pensamiento del Angélico Doctor como si hubiera puesto la causa formal de la inhabitación en el solo conocimiento y amor sobrenaturales, indepen¬ dientemente de la presencia de inmensidad, esto es, en la sola presencia intencional. Suárez quiso completar esta doctrina con la de la amistad sobre¬ natural, que establece la caridad entre Dios y el alma, y que reclama y exige, según él, la presencia real —no sólo intencional—de Dios en el alma;, de tal manera—dice—, que por la fuerza de esa amistad Dios vendría real¬ mente al alma aunque no estuviera ya en ella por ningún otro título (verbi¬ gracia, por la presencia de inmensidad) 4 . Pero esta explicación suarecianá no ha satisfecho a la mayor parte de los teólogos; porque la amistad, como quiera que pertenezca al orden afec¬ tivo, no se comprende cómo pueda hacer formalmente presentes a las per¬ sonas divinas. El amor en cuanto tal no puede hacer físicamente presente al amado, ya que es de orden puramente intenciona!. 3. a Un sector de la escuela tomista, a partir de Juan de Santo Tomás 5 , interpreta al Angélico Doctor en el sentido de que, presupuesta ante, todo la presencia de inmensidad, la gracia santificante, por razón de las operaciones de conocimiento y amor procedentes de la fe y la caridad, es la.causa formal de !á inhabitación de las divinas personas en el alma del justo. Según esta sentencia, el conocimiento y el amor rio constituyen la presencia de Dios en nosotros, sino que, presupuesta esta presencia por la general de inmen- 3 Cf. P. Galtier, La habitation en nous des trois Personnes (Roma 1950) p.2 17-240. 4 Cf. Suárez, De Trinitate 12,5,13. 5 Cf. Íoannes a S.Túoma, Curstts theoíogicus in I q.43 d.17, 57 C.2. La Santísima Trinidad sidad, la presencia especial de las personas divinas opusiste en su conocimien¬ to y amor sobrenaturales, o sea en las operaciones provenientes de la gracia. Esta teoría, mucho ¿nás aceptable que la anterior/ parece tener en con¬ tra, sin embargo, una dificultad insuperable. Si : las operaciones de conoci¬ miento y amor provenientes de la gracia santificante fueran la causa formal de la inhabitación trinitaria, habría que negar el hecho de la inhabitación en los niños bautizados antes del uso de la razón, en los justos dormidos o simplemente distraídos y en toda alma santa que dejara de pensar y de amar, en un momento dado, en las divinas personas. A esta dificultad replican los partidarios de esta teoría que aun en esos casos se daría cierta presencia permanente de la Trinidad por la posesión de los hábitos sobrenaturales de la fe y la caridad, capaces de producir esa presencia. Pero esta respuesta no satisface a muchos teólogos, por cuanto la posesión de esos hábitos sobre¬ naturales nos daría tínicamente la facultad O poder de producir la inhabi ta- ,ción al reducirlos al . acto, pero siempre sería verdad que mientras tanto no tendríamos inhabitación propiamente dicha. 4. a Otros teólogos 6 , finalmente, propugnan la uñióri de la primera y tercera de estas, teorías para explicar adecuadamente el hecho de la divina .inhabitación. Según ellos, las personas divinas se. hacen presentes de algún modo por la eficiencia y . conservación de la gracia santificante, ya que esta gracia nos da verdaderamente una participación física y fbrnial de la natu¬ raleza divina en cuanto tal^cosa que no ocurre en la eficiencia y conserva¬ ción de jas cosas puramente naturales—:y, por .lo mismo, nos dá una parti¬ cipación en el misterio de la vida íntima de Dios, aun conservando intacto el principio teológico certísimo de : que en las operaciones ad extra obra Dios como uno y no como trino. Presente ya de algún modo la Trinidad en el alma por la gracia, el justo entra en contacto con ella por las operaciones de conocimiento y amor que brotan de la misma gracia. Por la producción de la gracia, Dios se une al alma como principio; y por las operáciones de conocimiento y amor, el alma se une a las divinas personas como término de esas mismas operaciones. De donde Ja inhabitación trinitaria es un hecho oritológico y psicológico; en primer lugar ontológico (por la producción y.con- seryación de la gracia) y en segundo lugar psicológico (por el conocimiento y amor sobrenaturales). Como se ve, las opiniones son muchas, y acaso ninguna de . ellas nos dé una explicación enteramente satisfactoria del modo misterioso como se realiza la presencia real de las divinas , per¬ sonas en el alma del justo. En todo caso, para la vida de piedad y adelantamiento en la perfección, más que el modo como se realiza, interesa el hecho de la inhabitación, en el cual están absolutamente de acuerdo todos los teólogos católicos. Prescindiendo, pues, de las diversas teorías formuladas para explicar el modo de la divina inhabitación, vamos a señalar en qué se distingue la presencia de inhabitación de las otras pre¬ sencias de Dios que señala la teología. Pueden distinguirse, en efecto, hasta cinco presencias de Dios completamente distintas: i. a Presencia personal e hipostática. Es la propia y exclusiva de Jesucristo-hombre. En él la persona divina del 6 Cf. S. González, De «ratia n.zi 2: «SacraeTheoJogiae Summa» (vol.3 p.6n 2. a ed. BAC, 10 S 3 ). 58 PJ, Principios fundamentales de la vida cristiana Verbo no reside como en un templo, sino que constituye su propia personalidad, aun en cuanto, hombre. En virtud de la unión hipost.ática Cristo-hombre es una persona divina, de ningún modo una persona humana. 2. a Presencia eucarística. En la Eucaristía está pre¬ sente Dios de una manera especial que solamente se da en ella. Es el ubi eucarístico, que, aunque de una manera directa e in¬ mediata afecta únicamente al cuerpo de Cristo, afecta también indirectamente a lás tres divinas Personas de la Santísima Tri¬ nidad: al Verbo por su unión personal con la humanidad de Cristo, y al Padre y al Espíritu Santo por la circuminsesión o presencia mutua de las tres divinas Personas entre sí, que las hace absolutamente inseparables. 3. a Presencia de visión. Dios está presente en todas partes—como veremos en seguida—, pero no en todas se deja ver. La visión beatífica en él cielo puede considerarse como una presencia especial de Dios distinta de las demás. En el cielo está Dios dejándose ver . 4. a Presencia de inmensidad. Uno dé los atributos de Dios es su inmensidad, en virtud de la cual Dios, está realmente presente en todas partes, sin que pueda existir criatura o lu¬ gar alguno donde no se encuentre Dios. Y esto por tres ca¬ pítulos: a) ■ Por esencia, en cuanto que Dios está dando el ser a todo cuanto existe sin descansar un. instante, de manera parecida a como la fábrica de electricidad está enviando sin cesar el fluido eléctrico que mantiene encen¬ dida la bombilla. Si Dios suspendiera un solo instante su acción'conserva¬ dora sobre cualquier ser, desaparecería ipso fado ese ser en la nada, como la lámpara eléctrica se apaga instantáneamente cuando le cortamos la co¬ rriente, En este sentido Dios está presénte incluso en un alma en pecado mortal y en el mismísimo demonio, que no podrían existir sin esa presen¬ cia divina. b) Por presencia, en cuanto que Dios tiene continuamente ante sus ojos todos los seres creados, sin que ninguno de ellos pueda substraerse un solo instante a su mirada divina, c) Por potencia, en cuanto que Dios^tiene sometidas a su poder to¬ das las criaturas, Con una sola palabra las creó y con una sola podría ani¬ quilarlas. 5. a Presencia de inhabitación. Es la presencia espe¬ cial que establece Dios, uno y trino, en el alma justificada por la gracia, ¿En qué se distingue esta presencia de inhabitación de la presencia general de inmensidad? Ante todo hay que decir que la presencia especial de inha¬ bitación supone y preexige la presencia general de inmensidad, sin la cual no sería posible. Pero añade a esta presencia general C.2. La Santísima Trinidad 59 dos cosas fundamentales, a saber: la paternidad y la amistad divinas, la primera fundada en lá gracia santificante y la segun¬ da en la caridad . Vamos a explicar un poco estas realidades inefables. a) La paternidad. Propiamente hablando, no puede decirse que Dios sea Padre de las criaturas en el orden puramente natural. Es verdad que todas han salido de sus manos creadoras, pero este hecho constituye a Dios Autor o Creador de todas ellas, pero de ningún modo le hace Padre de las mismas. El artista que'esculpe una estatua én un trozo de madera o de mármol es el autor de la estatua, pero de ningún modo su padre. Para ser padre es preciso transmitir la propia vida, esto es, la propia naturaleza específica, a otro ser viviente de la misma especie. Por eso, si Dios quería ser nuestro Padre, además de nuestro Creador, era preciso que nos transmitiese su propia naturaleza divina en toda su plenitud—y éste es el caso de Jesucristo, Hijo de Dios por naturaleza—o, al menos, una participación real y verdadera de la misma: , y éste es el caso del alma justificada. En virtud de la gracia santificante , que nos da una parti¬ cipación misteriosa, pero muy real y verdadera de la misma naturaleza di¬ vina 7 , el alma justificada se hace verdaderamente hija de Dios, por una adopción intrínseca muy superior a las adopciones humanas puramente ju¬ rídicas y extrínsecas. Y desde ese momento. Dios, que ya residía en el alma por su presencia genera! de inmensidad, comienza a estar en ella como Padre y a mirarla como verdadera hija suya. Este es el primer aspecto de la pre¬ sencia de inhabitación, incomparablemente superior, como se ve, a la sim¬ ple presencia de inmensidad. La presencia de inmensidad es común a todo cuanto existe (incluso a las piedras y a los mismos demonios). La de inhabi¬ tación, en cambio, es propia y exclusiva de los hijos de Dios. Supone siem¬ pre la gracia santificante y, por lo mismo, no podría darse sin ella. b) La amistad. Pero la gracia santificante no va nunca soia. Lleva consigo el maravilloso; cortejo de las virtudes infusas, entre las que destaca, como la;más importante y principal, la caridad sobrenatural. Como expli¬ caremos en su lugar, la caridad establece una verdadera y mutua amistad entre Dios y los hombres: es su esencia misma 8 . Por eso ál infundirse en el alma, juntamente con la gracia santificante, la caridad sobrenatural, Dios comienza a estar en ella de una manera enteramente nueva: yaj^está sim¬ plemente como autor , sino también como verdadero amigo^Méahí el segun¬ do entrañable aspecto de la divina inhabitación. Presencia íntima de Dios, uno y>ríno, como Padre y como Amigo . Este es el hecho colosah^que constituye la esencia mis¬ ma de la inhabitación de lajüafítísima Trinidad en el alma jus¬ tificada por la gracia yja"caridad. 42. 3♦ Finalidad.—La inhabitación trinitaria en nuestras almas tiene una finalidad altísima, como no podía menos de ser así..Es el gran don de Dios, el primero y el mayor de todos los dones posibles, puesto que nos da la posesión real y verdadera 7 Cf. 2 Petr 1,4. 8 Cf. II-II 23,1. 60 P.I, Principios fundaméntalos de la vida cristiana del mismo Ser infinito de Dios. La misma gracia santificante, con ser un don de valor inapreciable, vale infinitamente menos que la divina inhabitación. .Esta última recibe en teología el nombré de gracia increada a diferencia de la gracia habitual o santifican¬ te, que se designa con el de gracia creada. Hay un abismo entre una criatura—por muy perfe cta que seá—y el mismo Creador. La inhabitáción equivale en el cristiano a la unión hipostá- tica en la persona de Cristo, aunque no sea ella, sino la gracia habitual, la que nos constituye formalmente hijos adoptivos de Dios. La gracia santificante penetra y empapa formalmente nuestra alma divinizándola . Pero la divina inhabitación es como la encarnación o inserción en nuestras almas de lo absoluta¬ mente divino: del mismo ser de Díof, tal combes en sí mismo, uno en esencia y trino en personas. Dos son las principales finalidades de la divina inhabita¬ ción en nuestras almas. Vamos a exponerlas en otrás tantas conclusiones. Conclusión i; a . La Santísima Trinidad inhabita en nuestras almas para hacemos participantes de su vida íntima divina y transfor¬ marnos en Dios. 43. La vida íntima de Dios consiste, como ya dijimos, en la procesión de las divinas personas—el Verbo, del Padre por vía de generación intelectual;'y el Espíritu Santo, del Padre y del Hijo por vía de: procedencia afectiva—y en la infinita complacencia que en ello experimentan las divinas personas entre sí. Ahora bien: por increíble que parezca esta afirmación, la inhabitación trinitaria en nuestras almas tiende, como meta suprema, a hacemos participantes del misterio de la vida ín¬ tima divina asociándonos a éi y transformándonos en Dios, en la medida en que es posible a una simple criatura. Escuche¬ mos a San Juan de la Cruz—doctor de la Iglesia universal—• explicando esta increíble maravilla 9 : «Este aspirar del aire e s una habilidad que el alma dice que le dará allí en la comunicación del Espíritu Santo; el éual, a manera de aspirar , con aquella su aspiración divina muy subidamente levanta el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Pa¬ dre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella le aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo. Porque no sería verdadera y total transformación si no se transfor¬ mase el alma en las tres personas de la Santísima Trinidad en revelado y ma¬ nifiesto grado . Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la trans¬ forma en sí, le es a ella de tan subido y delicado y profundo deleité, que no 9 San Juan de la Cruz, Cántico espiritual c.39 n.3-4 y 7. C.2. La Santísima Trinidad 61 hay que decirlo por lengua mortal, ni el entendimiento humano en cuanto tal puede alcanzar algo de. ello..: Y no hay que tener por imposible que el alma pueda úna cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como. Dios aspira en ella por modo participado. Porque dado que Dios le haga merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿que increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la mis¬ ma Trinidad? Pero por modo comunicado y participado, obrándolo Dios en Xa misma alma; porque esto es estar transformada en las tres personas en po¬ tencia y sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios, y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza... (Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadasf, ¿qué ha¬ céis? ¿En qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. jOh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que en tanto que buscáis grandezas y gloria os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» Hasta aquí, San Juan de la Cruz. Realmente el apostrofe final del sublime místico fontivereño está plenamente justi¬ ficado. Ante la perspectiva, soberana de nuestra total transfor¬ mación en Dios, el cristiano debería despreciar radicalmente todas las miserias de la tierra y dedicarse con ardor inconteni¬ ble a intensificar cada vez más su vida trinitaria hasta remon¬ tarse poco a poco a las más altas cumbres, de la unión mística con Dios. Es lo que sor Isabel de la Trinidad pedía sin cesar a sus divinos huéspedes: «Que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de Vos, joh mi Inmu¬ table!, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de vues¬ tro misterio». No se vaya a pensar, sin embargo, que esa total transfor¬ mación en Dios de que hablan los místicos experimentales como coronamiento supremo de la inhabitación trinitaria tiene un sentido panteísta de absorción de la propia personalidad en el torrente de la vida : divina. Nada más lejos de esto. La unión panteísta no es propiamente unión, sino negación abso¬ luta de la unión, puesto que uno de los dos términos—la. criatura-desaparece al ser absorbido por Dios. La unión mís¬ tica no es esto. El alma transformada en Dios no pierde ja¬ más su propia personalidad creada. Santo Tomás pone el ejem¬ plo, extraordinariamente gráfico y expresivo, del hierro can¬ dente que, sin perder su propia naturaleza de hierro, adquiere las propiedades del fuego y se hace fuego por participación 10 . 10 Cf. MI i í2,i; I 8,1; I 44,1, etc. 62 P.I. Principios fundamentales de ¡a vida cristiana Comentando esta divina transformación a base de la ima¬ gen del hierro candente escribe con acierto él P. Ramiére 11 : «Es verdad que en eL hierro abrasado está La semejanza del fuego, mas no es tal que el más hábil pintor pueda reproducirla sirviéndose le los más vivos colores; ella no puede resultar sino de la presencia y acción del mis¬ mo fuego. La presencia del fuego y la combustión del hierro son dos cosas distintas; pues ésta es una manera de ser del hierro, y aquélla una relación del mismo con una substancia extraña, Pero las dos cosas, por distintas que sean, son inseparables una de otra; el fuego no puede estar unido al hierro sin abrasarle, y la combustión del hierro no puede resultar sino de su unión con el fuego. Así él alma justa posee en sí misma una santidad distinta def Espíritu Santo; mas ella es inseparable de la presencia del Espíritu Santo ¿n esa alma, y, por tanto, es infinitamente superior a:, la más elevada santidad que pudiera alcanzar un alma en la que no morase el Espíritu Santoi Esta últi¬ ma alma no podría ser divinizada sino moralmente, por la semejanza de sus disposiciones con las de Dios; el cristiano, por el contrario, es divinizado físicamente , y, en cierto sentido, substancialmente, puesto que sin conver¬ tirse en una misma substancia y en una misma persona con Dios, posee en sí la substancia de Dios y recibe la comunicación de su vida». Conclusión 3. a La Santísima Trinidad inhabita eñ nuestras almas para darnos la plena posesión de Dios y el goce fruitivo de las divi¬ nas personas. 44. Dos cosas se contienen en esta conclusión, que vamos a examinar por separado: a) Para darnos la plena posesión de Dios. Decíamos al hablar de la presencia divina de inmensidad que, en virtud de la misma, Dios estaba íntimamente presente en todas las cosas—incluso en los mismos demonios del infierno—por esen¬ cia, presencia y potencia. Y, sin embargo, un ser que no tenga con Dios otro contacto que el que proviene únicamente de esta presencia de inmensidad, propiamente hablando no posee a Dios, puesto que este tesoro infinito no le pertenece en modo alguno. Escuchemos de nuevo al P. Ramiére 12 : «Podemos imaginarnos a un hombre pobrísimo junto a un inmenso teso¬ ro, sin que por estar próximo a él se haga rico, pues lo que hace la riqueza no es la proximidad, sino la posesión del oro. Tal es la diferencia entre el alma justa y el alma del pecador. El pecador, el condenado mismo, tienen a su lado y en sí mismos el bien infinito, y, sin embargo, permanecen en su indigencia, porque esté tesoro no les pertenece; al paso que el cristiano en estado de gracia tiene en sí el Espíritu Santo, y con El la plenitud de las gracias celestiales como un tesoro que le pertenece en propiedad y del cual puede usar cuando y como le pareciere ¡Qué grande es la felicidad del cristianol ¡Qué verdad, bien entendida por nuestro entendimiento, para ensanchar nuestro corazónl ¡Qué influjo «s. 11 Enrique Ramiére, S.I., Eí Corazón de Jesús y la divinización del cristiano (Bilbao 1936) p. 229-30. 12 O.c., p.aíó-i?. C.2. La.Santísima Trinidad 63 en nuestra vida entera si la tuviéramos constantemente ante los ojos! La persuasión que tenemos de Ja presencia real deí cuerpo de Jesucristo en el cópórT nos inspira el mas profundo Horror a la profanación de ese vaso dé metal. [Qué horror tendríamos también a la menor profanación de nuestro cuerpo, si no perdiéramos de.vista este dogma de fe, tan 1 cierto como el pri¬ mera, a saber, la presencia real en nosotros del Espíritu de Jesucristo f ¿Es por ventura el divino Espíritu menos santo que la carne, sagrada del Hom¬ bre-Dios? ¿O pensamos que da El’a la santidad de esos vasos de oro y templos materiales más importancia que a la de sus templos vivos y ta¬ bernáculos espirituales?» Nada, en efecto, debería llenar de tanto horror al. cristiano como la. posibilidad de perder este tesoro divino por el pecado mortal. Las mayores calamidades y desgracias que podamos ¡ imaginar en. el plano puramente humano y temporal—enfer- ' medadesj calumnias, pérdida de todos los bienes materiales, ¡ muerte de los.seres queridos, etc., etc,—son cosa de juguete ! y de risa comparadas con la terrible catástrofe que representa ■! para el alma un. solo pecado mortal. Aquí la pérdida es absoluta ¡ y rigurosamente infinita. b) Para darnos el goce fruitivo de las divinas per¬ sonas^ Por más que asombre leerlo, es ésta una de las finali¬ dades más entrañables de la divina inhabitación en nuestras almas. El príncipe de la teología católica, Santo Tomás de Aquino, escribió en su Suma Teológica estas sorprendentes palabras 13 : «No se dice que poseamos sino aquello de que libremente podemos usar y disfrutar. Ahora bien, ; sólo por la gracia santificante tenemos la potestad de disfrutar de la persona divina («potestatem fruendi divina persona»).» Por el don de la gracia santificante es perfeccionada la criatura racio¬ nal, no sólo para usar libremente de aquel don creado, sino para gozar de la misma persona divina («ut ipsa persona divina fr.uatun )», Los místicos experimentales han comprobado en la práctica la profunda realidad de estas palabras. Sarita Catalina de Siena, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, sor Isabel de la Trinidad y otros muchos hablan de experiencias trinitarias inefables. Sus descripciones desconciertan, a veces, a los teólogos especulati¬ vos, demasiado aficionados, quizá, a medir las grandezas de Dios con la cortedad de la pobre razón humana, aun iluminada por la fe 14 . 13 I 43,3 c et ad i. 14 En realidad, las discrepancias entre teólogos y místicos son más aparentes que reales. La experiencia mística, por su propia inefabilidad, no es apta para ser expresada con los pobres conceptos humanos. De ahí que los místicos se vean constreñidos a emplear un len¬ guaje inadecuado que, a la luz de la simple razón natural, parece excesivo e inexacto, cuando, en realidad, se queda todavía muy por debajo de la experiencia inefable que trata de ex¬ presar. Véase, por ejemplo, el texto de San Juan de la Cruz que vamos a citar inmediatamente, 64 PJ. Principios fundamentales de la vida cristiana Escuchemos algunos testimonios explícitos de los místicos experimentales; Santa Teresa: «Quiere ya nuestro buen Dios quitárle las escamas de los ojos y que vea y entienda algo de la merced que lé háce» aunque es por una manera extraña; y metida en aquella morada por visión intelectual, por cierta manera de representación de la verdad, se lé muestra la Santísima Tri¬ nidad, todas tres personas , con una inflamación que primero viene a su espíritu a manera de una nube de grandísima claridad, y estas personas dis¬ tintas, y por una noticia admirable que se da al alma, entiende con grandí¬ sima verdad ser todas tres personas una substancia y un poder y un saber y un solo Dios. De manera que lo que tenernos por fe, allí lo entiende el alma, podemos decir, por vista, aunque no es vista con los ojos del cuerpo ni del alma, porque no es visión imaginaria. Aquí se le comunican todas tres personas , y la hablan, y la dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor: que vendrían El y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos, jOh, válgame Dios! ¡Cuán diferente cosa es oír estas palabras y creer¬ las a entender por esta manera cuán verdaderas son! Y cada día se espanta más esta alma, porque nunca más le. pare ce se fueron de con ella, sino que notoriamente ve, de la manera, que qüeda dicho, que están en lo interior de su alma; en lo muy muy interior, en una cosa muy honda—que no sabe decir cómo es, porque no tiene letras—siente en sí esta divina compañía» 15 . San Juan de la Cruz. Ya hemos citado en la conclusión anterior un texto extraordinariamente expresivo. Oigámosle ponderar el deleite inefa¬ ble que el alma experimenta en su sublime experiencia trinitaria: «De donde la delicadez del deleite que en este toque se siente, es impo¬ sible decirse; ni yo querría hablar de ello, porque no se entienda que aque¬ llo no es más de lo que se dice, que no hay vocablos para declarar cosas tan subidas de Dios como en estas almas pasan, de las cuales el propio lenguaje es entenderlo para sí y sentirlo para sí, y callarlo y gozarlo el que lo tiene,., y así sólo se puede decir, y con verdad, que a vida eterna sabe; que aunque en esta vida no se goza perfectamente como en la gloria, con todo eso, este toque, por ser toque de Dios, a vida eterna sabe » 16 . Sor Isabel de la Trinidad. «He aquí cómo yo entiendo ser la «casa de Dios»: viviendo en el seno de lá tranquila Trinidad, en mi abismo interior, en esta fortaleza inexpugnable del santo recogimiento, de que habla San Juan de la Cruz. David cantaba: «Anhela mi alma y desfallece en los atrios del Señor» (Ps 83,3). Me parece que ésta debe ser la actitud de toda alma que se reco¬ ge en sus atrios interiores para contemplar allí a su Dios y ponerse en con¬ tacto estrechísimo con EL Se siente desfallecer en un divino desvanecimiento ante la presencia de este Amor todopoderoso, de esta majestad infinita que mora en ella. No es la vida quien la abandona, es. ella quien desprecia esta vida natural y quien se retira, porque siente que no es digna dé su esencia tan rica, y que se va a morir y a desaparecer en su Dios» 17 . Esta es, en toda su sublime grandeza, una de la finalidades más entrañables de la inhabitación de la Santísima Trinidad en nuestras almas: darnos una experiencia inefable del gran mís- 15 Santa Teresa, Mofadas séptimas 1,6-7. 16 San Juan de la Cruz, Llama de amor viva canc .2 n.21. 11 Sor Isabel de la Trinidad, Ultimo retiro de «Laudem gtoriae», día 16. Puede verse en Philipon, La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad, al final. C.2. La Santísima Trinidad 65 terio trinitario, a manera de pregusto y anticipo de la bienaven¬ turanza eterna. Las personas divinas se^ entregan al alma para que gocemos de ellas , según la asombrosa terminología del Doc¬ tor Angélico, plenamente comprobada en la práctica por los místicos experimentales. Y aunque esta inefable experiencia constituye, sin duda alguna, el grado más elevado y sublime de la unión mística con Dios, no representa, sin embargo, un favor de tipo «extraordinario» a la manera de las gracias «gratis dadas»; entra, por el contrario, en el desarrollo normal de la gracia santificante, y todos los cristianos están llamados a estas alturas y a ellas llegarían, efectivamente, si fueran perfectamen¬ te fieles a la gracia y no paralizaran con sus continuas resisten¬ cias la acción santificadora progresiva del Espíritu Santo. Es- cuchémos a Santa Teresa proclamando abiertamente esta doc¬ trina; «Mirad que convida el Señor a todos; pues es la misma verdad, no hay que dudar. Si no fuera general este convite , no nos llamara el Señor a todos 1 , y aunque nos llamara, no dijera: «Yo os daré de beber» (lo 7,37). Pudiera decir: venid todos, que, en fin, no perderéis nada; y a los que a mí me pa¬ reciere, yo los daré de beber. Mas como dijo, sin esta condición, a todos, tengo por cierto que a todos los que no se quedaren en el camino , no Ies faltará este agua viva » 18 . Vale la pena, pues, hacer de nuestra parte todo cuanto po¬ damos para disponernos con la gracia de Dios a gozar, aun en este mundo, de esta inefable experiencia trinitaria. Vamos a re¬ cordar los principales medios para ello. 4« Modo de vivir el misterio de la divina inhabitación Exponiendo la espiritualidad eminentemente trinitaria de sor Isabel de la Trinidad, señala con mucho acierto el P. Phili- pon la manera con que vivía este misterio la célebre carmelita de Dijon 19 . Sus rasgos esenciales pueden reducirse a estos cuatro; fe viva , caridad ardiente , recogimiento profundo y actos fervientes de adoración . Vamos a examinarlos brevemente uno por uno. a) Fe viva 45. Escuchemos al P. Philipon en el lugar citado: «Para avanzar con seguridad en «está ruta magnífica de la Presencia de Dios», la fe es el acto esencial, el único que nos da acceso al Dios vivo pero oculto. «Para acercarse a Dios es preciso creer» (Hebr 11,6); es San Pablo 18 Santa Teresa, Camino de perfección 19,15; cf. San Juan de la Cruz, Llama 9aac.2 v, 27 . 19 Cf. P. Philipon, La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad €.3. 66 P.L Principios fundamentales de la vida cristiana quien habla así- Y añade todavía: «La fe es la firme seguridad de lo que esperamos, la convicción de lo que no vemos» (Hebr ii,i). Es decir, que la fe nos hace de tal manera ciertos y presentes los bienes futuros, que por ella cobran realidad en nuestra alma y subsisten en ella antes de que los gocemos. San Juan de la Cruz dice que ella «nos sirve de pie para ir a Dios» y que es «la posesión en estado oscuro». Unicamente ella puede darnos luces verdaderas sobre Aquel a quien amamos, y nuestra alma debe esco¬ gerla como medio para llegar a la unión bienaventurada. Ella es la que vierte a raudales en nuestro interior todos los bienes espirituales». Esta fe viva nos ha de empujar incesantemente a recordar el gran misterio permanente en nuestras almas. El ejercicio de la presencia de Dios—c uya gran eficacia santificadora nos parece ocioso ponderar—cobra aquí todá su fuerza y su razón de ser. Es preciso recordar, con la mayor frecuencia que la debilidad humana nos permita, que «somos templos de Dios» y que «el Espíritu de Dios habita dentro de nosotros mismos». En reali¬ dad, éste debería ser el pensamiento único, la idea fija y obse¬ sionante de toda alma que aspire de verdad a santificarse. Este es el puntó de vista verdaderamente básico y esencial. Todo lo que nos distraiga o aparte de este ejercicio fundamental repre¬ senta para nosotros la disipación y el extravío de la ruta directa que conduce a Dios. No es preciso, para ello, sentir a Dios. La fe es enteramente suprasensible e incluso superracional. En el mejor de los casos, nos deja entrever a Dios en un misterioso claroscuro y, con fre¬ cuencia, no es otra cosa que un cara a cara en las tinieblas. El alma que quiera santificarse de veras ha de prescindir en abso¬ luto de sus sensibilidades y caminar hacia Dios, valiente y es¬ forzada, en medio de todas las soledades y tinieblas. Así lo practicaba la carmelita de Dijon 20 . «Soy la pequeña reclusa de Dios, y cuando entro en mi querida celda para continuar con Ei el coloquio comenzado, una alegría divina se apode¬ ra de mí. íAmo tanto la soledad con sólo Eli Llevo una pequeña vida de ermitana verdaderamente deliciosa. Estoy muy lejos de sentirme exenta de impotencias; también yo tengo necesidad de buscar a mi Maestro que se oculta muy bien. Pero entonces despierto mi fe y estoy muy contenta de no gozar de su presencia, para hacerle gozar a El de mi amor». Este espíritu de fe viva es el mejor procedimiento y el ca¬ mino más rápido y seguro para llevarnos a una vida de ardiente amor a Dios, que vale todavía mucho más. 20 Sor Isarel de la Trinidad, Carta a su hermana, del 15 de julio de 1906; cf. Pin- LIPON, l.C. C.2. L'i S,mirxitthi trinidad G7 b) Caridad ardiente 46. La caridad, en efecto, es mejor y vale más que la fe» En absoluto es posible tener fe sin caridad, aunque se trataría de úna fe" informe, sin valor santificante alguno. La caridad, en cambio, es la reina de todas las virtudes y va unida siempre, inseparablemente, a la divina gracia y a la presencia inhabitante de Dios. La caridad nos une más íntimamente a Dios que ninguna otra virtud. Es ella la única que tiene por objeto directo e in¬ mediato al mismo Dios como fin último sobrenatural. Y como Dios es la santidad por esencia y no hay ni puede haber otra santidad posible que la que de El recibamos, síguese que el alma será tanto más santa cuanto más de cerca se allegue a Dios por el impulso de su caridad. La fórmula tan conocida: la santidad es amor , expresa una auténtica y profunda realidad. Por eso el primero y el más grande de los preceptos de Dios te¬ nia que ser forzosamente éste: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con. todas tus fuerzas» (Deut 6,4; Me 12,30). La Sagrada Escritura y Ja tradición cristiana universal a través de los Padres de la Iglesia, los dóctores y los santos están de acuerdo unánimemente en conceder a la caridad la primacía sobre todas las virtudes. Ella es «la plenitud de la ley» en frase lapidaria de San Pablo (Rom 13,10). San Agustín pudo escribir, sin que nadie le desmintiera, aquella frase sim- plificadora: «Ama y haz lo que quieras». San Bernardo decía que «la : medida del amor a Dios es amarle sin medida», Y el gran teólogo de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, escribió rotundamente: «El amor es formalmente la vida del alma, como el alma es la vida del cuerpo» 21 . San Juan de la Cruz expresó en un pensamiento sublime la primacía del amor: «A la tarde te examinarán en el amor. Aprende a amar a Dios como Dios quiere ser amado y deja tu condición» 22 . He aquí una breve exégesis del espléndido pensamiento: a ) A la tarde, esto es, al declinar el día de nuestra vida mortal. b) Te examinarán en el amor: la caridad constituirá la asignatura única—o, al menos, la más importante—de la que habremos de responder ante el supremo examinador (cf.'Mt 25,34-40). c ) Aprende a amar a Dios como Dios quiere ser amado, esto es, «con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Deut 6,4), 21 «Caritas est formaliter vita animae, sicut et anima corporis» (II-II 23,2 ad 2). 22 San Juan de la Cruz, Auistw y sentencias n.57 (ed BAC). G8 P.J, Principios jundamcnf.aics de la vida cristiana d) Y deja tu condición: Deja ya tu condición humana, tus miras egoístas, tu manera de conducirte puramente natural. Deja ya tu vida de hijo de los hombres, para empezar a vivir de veras tu vida de hijo de Dios. Lo‘cual no quiere decir que para santificarse deba el cristiano ingresar en una orden religiosa de vida contemplativa para vivir lejos de las cosas de la tierra. Sería un gran error. La santidad es para todos, y en todos los estados y modos de vida se puede de hecho alcanzar. .La clave del secreto está en hacer todas las cosas por amor —«ora comáis, ora bebáis...», decía San Pablo (i Cor 10,3i)^-y aunque se trate un vivir s * n brillo y sin apariencia humana alguna. Este fue el último pensamiento que sor Isabel de la Trinidad ofreció a sus hermanas que recitaban junto a ella las oraciones de los agonizantes: «A_la_tard.e..de..la vida todo pasa; sólo permanece el_amor. Es; preciso hacerlo todo por a mor». Y Santa Teresita de Lisieux, la vísperadé'súTnuer- te, dijo a su hermana Celina que le pedía una palabra de adiós: Ya lo he dicho todo: lo úni co qu e vale es el^ amor . «Aquí comienza—escribe a este propósito el P. PhiJipon 23 —la dife¬ rencia entre los santos y nosotros. En sus acciones los santos buscan la gloria de su Dios, «ya sea que coman, ya que beban», mientras qué muchas almas cristianas no saben encontrar a Dios ni siquiera en la oración, porque se imaginan que la vida espiritual es cierta cosa inaccesible, reservada a un pequeño número de almas privilegiadas, llamadas «místicas», y lo com¬ plican todo. La verdadera mística es la del bautismo, en vistas a la Tri¬ nidad y bajo el sello del Crucificado, esto es, en la trivialidad de tod os los renunciamientos cotidianos». ~~ c) Recogimiento profundo 47, Es preciso, sin embargo, evitar la disipación del alma y el derramarse al exterior inútilmente. En cualquier género de vida en que la divina Providencia haya querido colocarnos, se impone siempre la necesidad de recogerse al interior de nuestra alma para entrar en contacto y conversación íntima con nues¬ tros divinos huéspedes.. Es inútil tratar de santificarse en medio del bullicio del mundo, sin renunciar a la mayor parte de sus placeres y diversiones, por muy honestos e inocentes que sean. Ni la espiritualidad monástica, ni la llamada «espiritualidad se¬ glar», podrán conducir jamás a nadie a la cima de la perfección cristiana si el alma no renuncia, al precio que sea, a todo lo que pueda disiparla o derramarla al exterior. Sin recogimiento, sin vida de oración, sin trato íntimo con la Santísima Trinidad presente en el fondo de nuestras almas, nadie se santificará jamás, ni en el claustro ni en el mundo. Deberían tener presen¬ te este principio indiscutible los que propugnan con tanto entu- 2^ L.<\, p T07 {1 edición francesa 1954). C.2. La Santísima Trinidad 69 siasmo una espiritualidad perfectamente compatible con todas las disipaciones de la vida mundana, so pretexto de que «hay que santificarlo todo» y de que el seglar «no puede santificarse a la manera de los monjes» y de que «no puede ni debe renunciar a nada de lo que lleva consigo la vida ordinaria en el mundo», a excepción, naturalmente, del pecado. Los que así piensan pueden tener la seguridad de que no llegarán jamás a la cum¬ bre de la perfección cristiana. Cristo se dirigió a todos los cris¬ tianos , y no solamente a los monjes, cuando pronunció aquellas palabras que no perderán jamás su actualidad: «Si alguno quie¬ re venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame» (Le 9,23). d) , Actos fervientes de adoración 48* El recogimiento hacia el interior de nuestra alma ha de impulsarnos a practicar con frecuencia fervientes actos de adoración a nuestros divinos huéspedes. Com o _es sabido, eL .meDtQ„SQbjceri at.i 1 ralno^consiste..erL-la„mer_a_pQ,sesióndelos_ hábitos infusos,, sino en.su ejercicio.-o actualización. 24 . Y cada. nuevo aumento de gracia santificante lleva consigo una nueva presencia de la Santísima Trinidad, o sea, una radicación más profunda en lo más hondo de nuestras almas 25 . Para ello, practiquemos con ferviente espíritu, llenándolas de sentido, nuestras devociones trinitarias: a) El «Gloria Patri et Filio». .., que tantas veces recita¬ mos distraídos, es un excelente acto de adoración y de alabanza de gloria de la Trinidad Beatísima. Dom Columba Marmión tenía adquirida la costumbre de asociar a cada Gloria Patri del final de los salmos la petición de sentirse y vivir cada vez más intensamente su filiación adoptiva. Es una excelente práctica, altamente santificadora. b) El «Gloria in excelsis Deo» de la misa es una magní¬ fica plegaria trinitaria, impregnada de alabanza y de amor. Mu¬ chas almas interiores hacen consistir su oración mental en irlo re¬ corriendo lentamente, empapando su alma de los sublimes pen¬ samientos que encierra, y dejando arder suavemente su corazón en el fuego del amor. c) El «sanctus, sangtus, sanctus», que oyeron cantar en el cielo a los bienaventurados el profeta Isaías (Is 6,3) y el vidente del Apocalipsis (Apoc 4,8), debería constituir para el cristiano, n fXCf. I II 71,«5. acl 1; II-II 70,3 ad 4, etc. pf. I 43.6 ad 2. . 70 PJ. Principios f mi clámenla} es de la ■vida cristiana ya desde esta vida, su himno predilecto de alabanza y de gloria de la Trinidad Beatísima. d) El símbolo «Quicumqují» es otro motivo bellísimo de santa y fecunda meditación del misterio trinitario. e) La misa votiva de la Santísima Trinidad era cele¬ brada con frecuencia por San Juan de la Cruz, «porque estoy firmemente persuadido—decía con gracia:—que la Santísima Trinidad es el santo más grande del cielo». En fin: hay otros muchos mediós^de fomentar en nosotros los actos de adoración a la Trinidad Beatísima. A muchas almas les va muy bien la meditación sosegada y afectiva de la sublime «elevación» de sor Isabel de la Trinidad: «|Gh Dios mío, Trini¬ dad que adoro!...» Otras se preocupan de multiplicar los actos de adoración , reparación, petición y acción de gracias que son los propios y específicos deí sacrificio como supremo acto de culto y veneración a Dios. Otras siguen otros procedimientos y emplean otros métodos que el Espíritu Santo les sugiere. Lo importante es intensificar, como quiera que sea, nuestro contac¬ to íntimo con las divinas personas que están inhabitando con entrañas de amor en lo más hondo de nuestras almas. CAPITULO III La configuración con Jesucristo Vamos a estudiar esta materia con la máxima amplitud que nos permite la índole de nuestra obra. La configuración .con_Cristo..esU> (1 lo 4,9). En adelante, Cristo será él tínico Camino para ir al Padre: «nadie viene al Padre sino por mí» (lo 14,6). Sin El no podemos hacer absolutamente nada: nihil (lo 15,5). Toda la preocupación del cristiano ha de consistir en vivir la vida de Cristo, en incorporarse a El, en dejar circular por sus venas, sin la menor resistencia, la savia vivificadora de Cristo. Por¬ que El es la vid y nosotros los sarmientos; y la vida del sar¬ miento depende de la unión con la vid, que le envía la savia vivificante. Separado de ella, se seca y es arrojado al fuego (lo 15,1-6). San Pablo no hallaba en el lenguaje humano palabras justas para ex¬ presar esta realidad inefable de la incorporación del cristiano a su divina Vid. La vida, la muerte, la resurrección del cristiano: todo ha de estar unido íntimamente a Cristo. Y, ante la imposibilidad de expresar estas realidades con las palabras humanas en uso, creó esas expresiones enteramente nue¬ vas, desconocidas hasta él, que no debían tampoco acabarle de llenar: «hemos muerto juntamente con Cristo»: commortui (2 Tim 2,11), y con El hemos sido sepultados: consepulti (Rom 6,4y,~"y~coh El hemos resucitado: come- suscitati (Eph 2,ó)ry"hemci$ - sido vivificados y plantados en El: convimficamT nos in Christo (Eph 2,5), et complantati (Rom 6,5), para • que“vivamos con El: et convivemus (2 Tim 2,11), a fin de reinar juntamente con El eterna¬ mente: et consedere fecit in caeíestibus in Christo íesu (Eph 2,6). Con razón, pues, dice el insigne abad de Maredsous dom Columba Marmion en su admirable libro Jesucristo , vida del alma: «Comprendamos que no seremos santos sino en la medida en que la vida de Cristo se difunda en nosotros. Esta es la única santidad que Dios nos pide; no hay otra. Seremos santos en Jesucristo, o no lo seremos de ninguna manera. La creación no encuentra en sí misma ni un solo átomo de esta santidad; deriva enteramente de Dios por un acto soberanamente libre de su omnipotente voluntad, y por eso es sobrenatural. San Pablo des¬ taca más de una vez la gratuidad del don divino de la adopción, la eternidad del amor inefable, que le resolvió a hacérnoslo participar, y e! medio admi¬ rable de su realización por la gracia de Jesucristo» 1 : Cristo es, pues, el único Camino para ir ai Padre, la única forma posible de santidad en el plan actual de la divina Pro- 1 Dom Columba Marmion, Jesucristo, vida del alma 73 C3. Configuración con Jesucristo videncia. Sólo por El, con El y en El podremos alcanzar la meta y el ideal intentado por Dios en la creación, redención y santrí^ alabanza de su propia gloría {cf. Eph 1,5-6). La Iglesia nos lo recuerda todos los días en uno de los momentos más augustos del sacrificio del altar: «Per ipsum, et cum ipso, et in ipso est tibí Deo Patri Omnipo- tenti in unitate Spiritus Sancti omnis honor et gloria ». Unica¬ mente a través de Cristo, su Hijo muy amado, acepta el Padre nuestro amor y nuestros homenajes. Por eso, los grandes santos, iluminados por Dios mismo de una manera especialísima para entender el «misterio de Cristo», querían como desaparecer y dejarse absorber por El para que Cristo viviese en ellos su propia vida. Sor Isabel de la Trinidad, una de las almas que más profundamente llegó a comprender este misterio, pide al mismo Cristo en una oración sublime «que me revistáis de vos mismo, qué identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, que me sumerjáis, que me invadáis, que os sustituyáis en mí, para que mi vida no sea sino una irradiación de vuestra vida». Quiere ser fascinada por El «para que yajio pue da salir de vues trqjnfluio». Y en un arraiíque^uBEme, de increíble atrevimiento y audaaa, le pide al Espíritu Santo que venga a ella «para que se haga en mi alma como una encarnación del Verbo». Quiere convertirse para Cristo en una especie de <(humanidad sobreañadida, en la cual renueve El todo su mis¬ terio». Quiere revestirse totalmente de Cristo, a fin de que el Padre «no vea en ella más que al Hijo muy amado, en el cual tiene puestas todas sus complacencias» 2 . ]Cuán equivocados están, pues, los que consideran la «devoción a Nues¬ tro Señor» como uno de tantos ejercicios de piedad, como el examen de con¬ ciencia o la lectura espiritual! Nuestra devoción e incorporación a Cristo es la piedra angular , el alfa y la omega, la substancia misma de nuestra vida sobrenatural. En realidad es ésta la verdadera ascética y la verdadera mís¬ tica, de la que las otras no son sino derivaciones y consecuencias. Las almas que quieran santificarse de veras harán bien en prescindir de las disputas y controversias de las diferentes escuelas de espiritualidad, para dedicarse a vivir de una manera cada vez más plena y profunda la vida misma de Cristo; que, si logran plenamente ese ideal, se habrán remontado, sin duda ninguna, a las más altas cumbres de la ascética y de la mística cristiana. En la cum¬ bre de la santidad se encuentran todos los santos, sin excepción, con estas dos únicas consignas: «Ya no soy yo quien vivo, sino Cristo en mí» (Gal 2,20): y «Sólo mora en este monte la honra y gloria de Dios» (San Juan de la Cruz). 2 Sor Isabel de la Trinidad, Elevación a la Trinidad. Véase en. Philipon, La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad c.g, con un admirable comentario. 74 P.i. Principios fundamentales dé U vida cristiana 2 . Jesucristo, Verdad 52* Pero Cristo no solamente es eL Camino : es también la Verdad, La verdad absoluta e integral. Sabiduría increada en cuanto Verbo, comunicó a su Humanidad santísima, y a través de ella a nosotros, todos .los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios. Esto nos lleva a hablar de la causalidad ejemplar de Jesucris¬ to, que ejercita sobre nosotros de tres maneras principales: a) en su persona; b) en sus obras, y c) en su doctrina. 53. a) En su persona.—He aquí cómo expresa esta idea sublime dom Calumba Marmion: «La filiación divina de Cristo es el tipo de nuestra filiación sobrenatural; su condición, su «ser» de Hijo de Dios, es el ejemplar del estado en que la gracia santificante debe establecemos. Cristo es Hijo de Dios por naturaleza y por derecho, en virtud de la unión del Verbo eterno con la naturaleza hu¬ mana. Nosotros lo somos por adopción y por gracia, pero realísimamente y con un título muy verdadero. Cristo tiene, además, la gracia santificante; la posee plenamente; a nosotros sólo fluye algo de esa plenitud con menor o mayor abundancia* pero en su substancia es la misma gracia la que llena el alma creada de Jesús y la que nos deifica a nosotros. Santo Tomás dice que nuestra filiación divina es una semejanza de la filiación eterna: quaedam .similitudo filiatiqnis jieterme. 3 - Tal es la manera primordial y sobreeminente con que Jesucristo es nuestro ejemplar; en la encarnación es constituido, por derecho, Hijo de Dios; nosotros debemos llegar a serlo por la participación de la gracia que sale de El, y que, deificando la substancia de nuestra alma, nos constituye en el estado de hijos de Dios. Este es el rasgo primero y radical de la seme¬ janza que debemos tener con. Jesucristo, el que, es Ja.Jbase y condición , de toda nuestra actividad sobrenatural? 4 . f 1 De manera que, según esto, «toda la vida cristiana, como ¡ ¡ toda la santidad, se reduce.a. ser..po.r..gracíOóIque jesús es por í j naturaleza:Hijo jde..Dios» 5 . Esta ha de ser la preocupación fun¬ damental del cristiano: contemplar a Jesús y asimilarse, ante todo y sobre todo, la actitud de hijo delante de su Padre celes¬ tial, que es también nuestro Padre. Nos lo ha dicho el mismo Cristo: «Subo a mi Padre y a vuestro Padre , a mi Dios y a vuestro Dios » (lo 20,17). «Estas realidades—dice todavía dom Columba Marmion—son precisa¬ mente las que constituyen la esencia del cristianismo. No entenderemos nada de lo que es perfección y santidad, y ni siquiera en qué consiste el simple cristianismo, mientras no estemos convencidos de que lo fundamental de él consiste en ser «hijos de Dios» y que esa cualidad o estado nos lo presta * 01,23,2 ad 3. 4 CounwBA Marmjon^ Jesucristo, vida del alma 11,2. 5 Id., /tísucrúío en su$ misterios IIÍ,6. 75 C.3. Configuración con Jesucristo la gracia santificante, por la cual participamos de la filiación eterna del Ver¬ bo encarnado. Todas las enseñanzas de Jesucristo y de los apóstoles están sintetizadas en esta verdad; todos los misterios de Jesús propenden a reali¬ zarla prácticamente en nuestras almas» 6 . Sin duda ninguna, ésta es la causalidad ejemplar más impor¬ tante que Cristo ejerce sobre nosotros, pero no es la única. Cristo es, además, nuestro modelo incomparable en sus obras , o sea, en sus virtudes admirables. 54. b) En sus obras.—Cristo practicó lo que enseñaba y enseñó lo que practicaba: «lo que Jesús hizo y enseñó», dice el autor de los Hechos de los Apóstoles 7 . Su vida y su doctrina formaban ún todo armónico y unitario, del que subía incesan¬ temente hacia el cielo una glorificación inmensa de Dios. Según Santo Tomás dé Aquino, el_ motivo princ ipal_jde la encarnación delVerbo fue la redención del género,, human o. 1 . Pero, aparte ~de esta finalidad fundamental, la encamación tuvo también otras finalidades altísimas, entre las que, sin duda nin¬ guna, figura la de darnos en Cristo un ejemplar y modelo acabadísimo de todas las virtudes. Y esto no sin un designio adorable de la divina Providencia. En efecto. Hablando en absoluto, el prototipo y ejemplar supremo de toda perfección y santidad es el Verbo Eterno, El es, si es lícito hablar así, el Ideal mismo de Dios. El Padre se contempla en el Verbo con infinita complacencia y amor. El es su Ideal viviente, espléndido, infinito, personal, en el que se complace infinitamente desde toda la eternidad. Por El han sido creados los ángeles, los hombres, el universo en¬ tero: todas las cosas fueron hechas por El, y sin El no se hizo nada de i_¿ 3j._ Meaí de Dios, es también el ideal de los ángeles y de los hombres; y lo seria por derecho propio de. todas cuantas criaturas quisiera Dios sacar de la nada a través de los siglos en todos los universos actuales o posibles. «¿Es posible que tengamos nosotros el mismo ideal de vida que Dios? - pregunta estupefacto un piadosísimo autor—. Sí, y no se nos concede el elegir obra menos elevada. Ve, alma mia, cuál es tu dignidad; mira si no¬ bleza te obliga... Pero este ideal sublime excedía en absoluto el alcance de la razón huma¬ na y aun para la misma fe estaba colocado a demasiada altura. Por eso se abajó, Se hizo hombre, niño, esclavo; quiso conocer las debilidades de nues¬ tros primeros años, nuestros trabajos, nuestras fatigas; la pobreza, la obscu¬ ridad, el silencio, el hambre, la sed, el dolor y la muerte. De todas nuestras Jesucristo en sus misterios III,6. 7 Act 1,1. * Cf. 76 P.L Principios fundamentales de la vida cristiana miserias, sólo una hay que no ha podido experiment ar: e l pe cado y ciertos desórdenes .morales, .que. del -pecado-se-deñvaifc- Ng_pudiencta . esta flaqueza, tomó su semejanza y llevó, su„pena,_. No tengo, pues, que subir al cielo para buscar allá el pensamiento de . Dios respecto de mí; no tengo que hacer, ¡oh Jesús mío!, sino contemplaros. Vos sois el ideal completo en el cual encuentro yo el mío» 9 . 55. c) En su doctrina,—Finalmente, Jesucristo ejercita sobre nosotros su papel de eterna Verdad comunicándonos, a través de su doctrina divina, el resplandor de su sabiduría infinita. La inteligencia de Jesucristo es un abismo donde la pobre razón humana, aun iluminada por la fe, se pierde y anonada. En Cristo existían cuatro clases de ciencia, completamente dis¬ tintas, pero perfectamente combinadas y armonizadas entre sí; la ciencia divina, que poseía plenamente en cuanto Verbo de Dios; la beatífica , que le correspondía como bienaventurado aun acá en la tierra; la infusa, que recibió de Dios y en grado incomparablemente superior al de los ángeles, y la adquirida, que fue creciendo, o manifestándovse cada vez más perfecta¬ mente, a todo lo largo de su vida 10 . Con razón se admiraba San Pablo al contemplar reunidos en Cristo todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2,3). Y estos tesoros infinitos no quiso reservárselos exclusiva¬ mente para sí. Plugo al Padre que fueran comunicados a los hijos adoptivos en la medida y grado necesarios para su vida de tales. El mismo Cristo le decía al Padre en la última cena: «Yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos ahora las recibieron, y conocieron verdaderamente que yo salí de ti, y creyeron que tú me has enviado» (lo 17,8). ¡Y qué doctrina la de Cristo! «Jamás hombre alguno habló como éste» (lo 7,46). Las más celebradas concepciones de los llamados «genios de la humanidad» palidecen y se esfuman ante un solo versículo del sermón de la Montaña. Su moral sublime, iniciada en las divinas paradojas de las bien- aventuranzas y rematada en el maravilloso sermón de las Siete Palabras que pronunció agonizante en la cruz, será siempre para la humanidad, sedienta de Dios, el código divino de la más excelsa perfección y santidad. El alma que quiera encontrar el verdadero camino para ir a Dios no tiene más que abrir por cualquiera de sus partes el Evangelio de Jesucristo y beber la Verdad a raudales. Los santos acaban por perder el gusto a los libros escri¬ tos por los hombres: «Yo—decía Santa Teresa del Niño Jesús—apenas en¬ cuentro algo en los libros, a no ser en el Evangelio. Ese libro me basta» 11 . 9 Satjvé, Jesús íntimo elev.s.* n.5 c.203-4 (Barcelona 1926). Cf. 111,9-12. 11 Cf. Novissima verba 15 de mayo, p.378 (Obras completas, Burgos 1950). C.3. Configuración con Jesucristo 77 3. Jesucristo, Vida 56 . Cristo es nuestro Camino y nuestra Verdad; pero ante todo y sobre todo es nuestra Vida. Hemos llegado al aspecto más profundo y al mismo tiempo más bello y conmovedor del «misterio de Cristo» con relación a nosotros. De tres maneras principales puede decirse que Cristo es nuestra Vida: en cuanto que nos mereció la gracia/vida sobre¬ natural del alma (causa meritoria); encuanto que esa vida brota de El (causa eficiente) y en cuanto que nos la comunica a nosotros (fuente de vida sobrenatural). Vamos a examinar estos tres aspectos. 57. a) Jesucristo, causa meritoria de la gracia , 12 .— El mérito de Cristo , con relación a nosotros está íntimamente ligado con su sacrificio redentor. Recordemos, siquiera sea brevísimamente, los hitos fundamentales dé su satisfacción in¬ finita, que nos mereció y restituyó la vida sobrenatural perdida por el pecado de Adán 1) Imposibilidad para el linaje humano de satisfacer condignamente el pecado de Adan. Dios podía, si.así lo hubiera querido, condonar graciosa¬ mente la deuda. Pero si exigía una satisfacción rigurosa, ad aequalitatem, la impotencia de todo el género humano era total y absoluta, habida cuenta de la distancia infinita.que separa al hombre de Dios. Sólo un Dios hecho hom¬ bre, podría salvar ese abismo infinito y ofrecer a la justicia divina una satis¬ facción plena y exhaustiva. En este supuesto, la encarnación del Verbo era absolutamente necesaria para !a : redención del género humano 14 . 2) «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (lo 1,14). Y al juntarse en Cristo las dos naturalezas, divina y humana, bajo una sola per¬ sonalidad divina—la del Verbo:—, todas sus acciones tenían un valor abso¬ lutamente infinito. Con la más ligera sonrisa de sus labios, con una simple aspiración brotada de su Corazón divino, hubiera podido jesús redimir mi¬ llones de mundos. Sin embargo, de hecho, la redención no se obró sino por el sacrificio de la cruz. Plugo así al Eterno Padre por designio inescrutable de su divina Providencia. Los teólogos se esforzarán en señalar sus conve¬ niencias 15 , pero su fondo último permanece absolutamente misterioso y oculto a nuestras miradas. 3) Cristo merece no solamente para sí, sino para nosotros, con riguroso mérito de justicia: de condigno ex toto : rigore iustitiae t dicen los teólogos. Ese mérito tiene su fundamento en la gracia capital de Cristo, en virtud de la cual ha sido constituido Cabeza de todo el género humano/en la libertad soberana de sus acciones todas y én el amor inefable con que aceptó su pa¬ sión para salvamos a nosotros. 4) La eficacia de sus satisfacciones y méritos es rigurosamente infinita y, por consiguiente, inagotable. Ello ha de producimos una confianza ilimi¬ tada en su amor y misericordia; A pesar de nuestras flaquezas y miserias, los 12 Cf. 111,4* 7 49. 13 Cf. Marmion, Jesucristo, vida del alma c; 3 . 14 Cf. 111,1,3 ad 2 ; 1 - 11 , 87 , 4 * 15 Cf. 111,46,3. 78 P.l r Principios fjtndamentales de la vida cristiana méritos de Cristo tienen eficacia sobreabundante para llevarnos a la cumbre de la perfección. Sus méritos son nuestros: están a nuestra disposición. El continúa en el cielo intercediendo sin cesar por nosotros: «semper vivens ad interpellandum pro nobis» (Heb 7,25). Nuestra debilidad y pobreza cons¬ tituyen un titulo a las misericordias divinas. Haciendo valer nuestros de¬ rechos a los méritos satisfactorios de su Hijo, glorificamos inmensamente al Padre y le llenamos de alegría, porque con eso proclamamos que Jesús es el único mediador que a El le plugo poner en la tierra. 5) A nadie, pues, le es lícito el desaliento ante la consideración de sus miserias e indigencias. Las inagotables riquezas de Cristo están a nuestra disposición (Eph 3*8)* «No te llames pobre teniéndome a mí», dijo el mismo Jesús a un alma que se quejaba de su pobreza. 58. b) Jesucristo, causa eficiente de nuestra vida so¬ brenatural*—Todas las gracias sobrenaturales que recibió el hombre después del pecado de Adán hasta la venida de Cristo al mundo se le concedieron únicamente en atención a El: intuitu meritorum Christi Y todas las que recibirá la humani¬ dad hasta la consumación de los siglos brotan del Corazón de Cristo como de su única fuente y manantial. Ya no tenemos gratia Dei, como la tienen los ángeles y, la tuvieron nuestros primeros padres en el estado de justicia original; la nuestra, la de toda la humanidad caída y reparada, es gratia Christi , o sea, gracia de Dios a través de Cristo , gracia de Dios cristi- ficada. Esa gracia de Cristo se nos comunica a nosotros de muchas maneras —vamos a verlo inmediatamente—; pero el manantial de donde brota es absolutamente único: el mismo Cristo, su humanidad santísima Unida per¬ sonalmente al Verbo. Esto es lo que significa la expresión: «Cristo, causa eficiente de la gracia o vida sobrenatural», 59* c) Jesucristo, fuente de vida sobrenatural.—jesús es fuente de vida, Sú santa humanidad es el instrumento uni¬ do 16 a su divinidad para la producción eficiente de la vida sobrenatural. Más aún: esa misma humanidad unida al Verbo puede ser también, si quiere, fuente de vida corporal. Nos dice el Evangelio que de El salía una virtud que curaba a los enfermos y resucitaba a los muertos: «virtus de illo exibat et sanabat omnes» (Le 6,19). El leproso,-el ciego de nacimiento, el paralítico, el sordomudo y, sobre todo, la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín y su amigo Lázaro podrían hablar¬ nos con elocuencia de Cristo como fuente de salud y de vida corporal. Como es sabido, la filosofía emplea, con relación a Jos instrumentos y desde el punto de vista que aquí nos interesa, la expresión instrumento unido para designar aquel que. está por su propia naturaleza unido a la causa principal que lo emplea (v.gr., el- brazo o la mano es instrumento unido al hombre para pintar o escribir); e instrumento separado aquel que de suyo está separado de la causa principal que lo emplea (v.gr., el pincel del artista o la pluma del escritor). 79 C.3. Configuración con Jesucristo Pero aquí nos interesa considerar a Cristo sobre todo en cuanto fuente de vida sobrenatural. En este sentido, a El debemos enteramente la vida. Para comunicamos la vida natural, Dios ha querido utili¬ zar instrumentalmenté a nuestros; padres carnales* Para comu¬ nicamos su misma vida divina no ha utilizado ni utilizará ja¬ más otro instrumento que .la humanidad santísima de Cristo. Cristo es nuestra vida: a El se la debemos toda. Ha sido cons¬ tituido por su Eterno Padre Cabeza, Jefe, Pontífice supremo, Mediador universal, Fuente y dispensador de toda gracia. Y todo esto, principalmente, en atención, a su pasión, en cali¬ dad de redentor dei mundo» por haber realizado con sus pade¬ cimientos y méritos la salvación del género humano: «Se ano¬ nadó tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz; por ¡o cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre , para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos» (Phil 2,7-10). El Evangelio nos muestra de qué manera utilizaba Cristo en su vida terrena su propia humanidad para conferir la vida sobrenatural a las al¬ mas. «Hijo—le dice al paralítico con su palabra —, tus pecados te son per¬ donados». Y al instante se produce el movimiento de sorpresa y de escán¬ dalo entre los que acababan dé oír la expresión. «¿Quién es este hombre que, pretende perdonar los pecados? Sólo Dios puede hacerlo». Y Cristo, que ad¬ vierte en su interior aquel movimiento de escándalo, les ofrece el argumento aplastante de que tiene plena potestad precisamente en cuanto hombre de perdonar los pecados: «¿Qué andáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu camilla y vete ? Pues para que veáis que el Hijo del hom¬ bre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados^-se dirige al paralíti¬ co™, yo te digo: levántate, toma tu camilla y yete a tu casa». Y al punto cum¬ plió exactamente lo que Cristo acababa de mandarle, en medio del pasmo y estupefacción de la gente 17 . Cristo emplea, sin duda ninguna, la expresión el Hijo del hombre con toda deliberación. Es cierto que nadie puede perdonar los pecados sino sólo Dios o aquel que haya recibido de El esa ¡potestad para utilizarla én nombre de Dios. Ahora bien: el que se atreva a perdonar los pecados, no en nombre de Dios, sino en nombre propio y prueba con un prodigio sobrehumano que tiene efectivamente plena potestad para ello, ha dejado fuera de toda duda que tiene personalmente la potestad misma de Dios; es decir, que es per¬ sonalmente Dios. Cristo es el Hijo «virtus de illo exibat, et sanabat omnes» (Le 6,19). «¿Cómo, pues, podríamos dudar de que cuando nos acercamos a El, aunque sea fuera de los sacramentos, por la fe, con humildad y confianza, sale de El un poder divino que nos ilumina, nos fortalece, nos ayuda y nos auxilia? Nadie se acercó jamás a Cristo con fe 23 «Haurietis aquas ín gaudío de fontíbus Salvatorís» (Is 12,3). 2 * 111,62,5 ad.2. 25 Sabido es que ola fe sin obras es muerta 1 », como dice el apóstol Santiago (2,26). Es me¬ nester que la fe esté vivificada por la caridad: «in caritate radicati et fundad», dice San Pablo inmediatamente después de haber dicho que Cristo habita por la fe en nuestros corazones (Eph 3,17)- Teol. perfección 5 82 P.I. Principios jundamentales de la vida cristiana y con amor sin recibir los rayos bienhechores que brotan sin cesar de ese foco de luz y de calor: virtus de illo exibat..A 26 . El alma, pues, que quiera santificarse ha de multiplicar e intensificar cada vez más este contacto con Cristo a través de una fe ardiente vivificada por el amor. Este ejercicio altamente santificador puede repetirse a cada momento, infinitas veces 3I día; a diferencia del contacto sacramental con Cristo, que sólo puede establecerse una sola vez al día. ARTICULO 2 Cómo vivir el «misterio de Cristo» 60. Hay una fórmula sublime que resume admirablemen¬ te todo lo que deberíamos hacer para escalar las más altas cumbres de la perfección cristiana. La emplea la Iglesia en el santo sacrificio de la misa y constituye por sí sola uno de sus ritos más augustos. El sacerdote, inmediatamente antes de pro¬ nunciar la incomparable oración dominical—el Padrenuestro—, recoge reverentemente la sagrada hostia depositada sobre la patena y, colocándola verticalmente sobre el cáliz descubierto, pronuncia estas sublimes palabras: «Per ipsum, et cum ipso, et in ipso, est tibí Deo Patri omnipotenti, in unitate Spiritus Sancti, omnis honor et gloria». ' Vamos a comentar esta breve fórmula y veremos cómo efectivamente está contenida en ella la quintaesencia de la vida cristiana y el camino único para llegar a la santidad. 61 • Idea general. —La glorificación de la Trinidad Bea¬ tísima es el fin absoluto de la creación del mundo y de la re¬ dención y santificación del género humano. Pero en la econo¬ mía actual de la Providencia y de la gracia esa glorificación no se realiza sino por Jesucristo, con Jesucristo y en El. De manera que todo lo que pudiere intentar el hombre para glorificar a Dios fuera de Cristo estaría completamente fuera del camino y sería completamente inepto para lograr esa finalidad. Todo se reduce, pues, a incorporarse cada vez más a Cristo para ha¬ cerlo todo «por El, con El y en El, bajo el impulso del Espíritu Santo, para gloria del Padre». Esta es toda la vida cristiana, Veámoslo más en particular. 62* «Per ipsum...»—Cristo es el único Camino (lo 14,6). Nadie puede ir al Padre sino por El (ibid.), ya que sólo El co¬ noce al Padre y aquel a quien El quisiere revelárselo (Mt 11,27). De manera que la preocupación fundamental, y casi po- 26 Markuon, Jesucristo, vida del alma, 1 , 4 , 4 . 83 C.3> Configuración con Jesucristo driamos decir la única, del cristiano que quiere santificarse no ha de ser otra que la de incorporarse cada vez más intensa¬ mente a Cristo para hacerlo todo por EL Es preciso que des¬ aparezcamos nosotros, o, mejor dicho—para quitar a la frase todo resabió panteísta—, es preciso incorporar de tal manera a Cristo todas nuestras buenas obras, que no nos atrevamos a presentar ante el Padre una sola de ellas sino por Cristo, a través de Cristo , por medio de Cristo. Esto complacerá al Eterno Padre y le dará una glorificación inmensa. No olvidemos que el Eterno Padre, en realidad, no tiene más que un solo amor y una sola obsesión eterna —si es lícito hablar así—: su Verbo. Nada le interesa fuera de Ei; y si nos ama infinitamente a nosotros, es «porque nosotros amamos a Cristo y hemos creído que ha salido de Dios»; absolutamente por nada más. Lo ha dicho expresamente el mismo Cristo: «E1 mismo Padre os ama porque vosotros me habéis amado y creído que yo he salido de Dios» (lo 16,27), ¡Sublime misterio, que debería convertir nuestro amor a Cristo en una especie de obsesión , la única de nuestra vida, como constituye la única de su Padre celestial y constituyó y constituirá siempre la única de todos los san¬ tos! ¿Qué otra cosa hace la Iglesia y qué nos enseña en su di¬ vina liturgia sino únicamente esto? A pesar de ser la esposa inmaculada de Cristo, en la que no hay la menor mancha ni arruga (Eph 5,27), la santa Iglesia no se atreve a pedirle nada al Eterno Padre en nombre propio , sino única y exclusivamente en el de su divino Esposo: per Dominum nostrum Iesum Christum Filium tuum ... Por Cristo: he ahí la primera gran preocupación que debe tener el cristiano en la realización de todas sus buenas obras. Sin eso andará fuera de caming, no dará un solo paso hacia adelante, no llegará jamás a la cum¬ bre de la santidad. ¡Qué desorientación, pues, la de los que ponen la «de¬ voción a Nuestro Señor», como uno de tantos medios de santificación, al lado del examen de conciencia o de la lectura espiritual! 63. «.*♦ et cum ipso...»-—Pero hacer todas las cosas por Cristo a través de Cristo, es poco todavía. Hay que hacerlas con El, en unión íntima con El. La divinidad de Cristo, el Verbo de Dios, está presente de manera permanente y habitual en toda alma en gracia. Y el Verbo puede utilizar continuamente la virtud instrumental de su humanidad santísima—a la que está unido hipostáticamen- te—para inundamos de vida sobrenatural. No olvidemos que Cristo, Hombre-Dios, es la fuente y manantial único de la gracia y que la gracia de Cristo que nos santifica a nosotros no es su gracia de unión —que es propia y exclusiva de El—, sino 84 P.l. Principios fundamentales de Ja vida cris liana su gracia capital , esto es, la gracia habitual, de que está llena su alma santísima, y que se desborda de El sobre nosotros como de la cabeza refluye la vida a todos los miembros de un organismo vivo b De manera que no es una sublime ilusión, tan bella como irrealizable, eso de hacer todas las cosas con Cristo; es una realidad profundamente teológica. Mientras permanezcamos en gracia, Cristo está con nosotros, está dentro de nosotros —física¬ mente con su divinidad, virtualmente con su humanidad san¬ tísima—, y nada se opone a que lo hagamos todo con El, jun¬ tamente con El, íntimamente unidos a EL ¡Qué valor y precio adquieren nuestras obras ante el Eterno Padre cuando se las presentamos de esta manera incorporados a Cristo y en unión íntima con El! Sin esta unión no valdrían absolutamente nada: nihil, dice expresamente el mismo Cristo (lo 15,5). Con El, en cambio, adquieren un valor absolutamente incomparable- Es la gotita de agua, que no vale nada por sí misma, pero que, arrojada al cáliz y mezclada con el vino del sacrificio, se con¬ vierte en la sangre de Jesús, con todo su valor redentor y santi- ficador rigurosamente infinito. Esta idea, complementaria de la anterior y preparatoria de la siguiente, constituía la tortura obsesionante de San Pablo. Aquel hombre extraordi¬ nario que recibió como ninguno luces vivísimas de Dios para asomarse un poco al abismo insondable del «misterio de Cristo» no sabía cómo expli¬ carle al mundo las incomprensibles riquezas encerradas en El: «investiga- biles divitias Christi» (Eph 3,8), y de qué manera el Eterno Padre nos ha enriquecido con ellas: «Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por amor vues¬ tro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza» (2 Cor 8,9), hasta lle¬ narnos en Cristo de la plenitud misma de Dios: «y estáis llenos de El» (Col 2, 10), «para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios» (Eph 3,19), Todos los esfuerzos del cristiano han de encaminarse a aumentar e intensificar cada vez más esta unión con Cristo. Ha de hacer todas sus cosas con Jesús, en entrañable unión con EL Oración, trabajo, recreo, comida, descanso..., todo ha de unirlo a Cristo para realizarlo juntamente con EL Un solo acto de Jesús glorifica más a Dios que le glorificarán, por toda la eternidad, todos los actos de todos los ángeles y bienaventurados juntos, incluyendo a la misma inmaculada Madre de Dios. ¡Qué riquezas tan in¬ sondables tenemos en Cristo y cuánta pobreza y miseria fuera de El! Aun cuando nos despedazáramos con disciplinas sangrientas, si no incorporᬠramos esos dolores a los de Cristo, no tendrían valor ninguno. Nuestra sangre es impura, y solamente mezclándose con la de Jesús puede tener algún valor ante Dios. Los santos se aprovechaban sin cesar de estas inefa¬ bles riquezas que el Eterno Padre ha puesto a nuestra disposición, y, a tra¬ vés de ellas, miraban con confiado optimismo el porvenir, sin que les asus¬ tase su pobreza, «No te llames pobre teniéndome a mí», dijo el mismo Cristo a un alma que se lamentaba ante El de su miseria. 1 111,8,5. C. 3 . Configuración con Jesucristo 85 64. «... et in ipso...»—Sublime es todo lo que acabamos de recordar, pero hay algo mucho más alto todavía. Hacer to¬ das las cosas por Cristo y con El es de un precio y valor in¬ calculable. Pero hacerlas en El, dentro de El, identificados con El, lleva hasta el paroxismo esta sublimidad y grandeza. Las dos primeras modalidades (por, con) son algo extrínseco a nosotros y a nuestras obras; esta tercera nos mete dentro de Cristo, identificándonos, de alguna manera, con El y nuestras obras con las suyas. Tema sublime, qué es menester tratar con toda serenidad y exactitud para no deformarlo, rebaján¬ dole de nivel, o no desbordarlo, cayendo en lamentables ex¬ travíos. Para vislumbrar un poco, siquiera sea desde muy leios, este misterio inefable es preciso recordar las líneas generales de nuestra incorporación a Cristo como Cabeza del Cuerpo místico. En virtud de esta incorporación —de la que no nos es lícito abrigar la menor duda, puesto que consta expre¬ samente en las fuentes mismas de la revelación—, el cristiano forma parte de Cristo . El Cristo total de que habla San Agustín es Cristo mds nosotros . El cristiano en gracia forma como una misma cosa con Jesús. Sarmiento de Cristo, vive de su misma vida, circula por sus venas la misma savia vivifica¬ dora de su divina Vid. Jesucristo no está completo sin nosotros. No alcanza su plenitud de Cristo total si no somos uno con El. Incorporados a El, somos partes integrantes de su unidad total. «Se dice: Chrlstianus alter Christus: el cristiano es otro Cristo, y nada más verdadero. Pero es preciso no equivocarse. Otro no sig¬ nifica aquí diferente. No somos otro Cristo diferente del Cristo ver¬ dadero. Estamos destinados a ser el Cristo único que existe: C/im- tus facti sumus, según dice San Agustín. No hemos de hacernos una cosa distinta de él; hemos de convertirnos en él» 2 . Teniendo en cuenta esta divina realidad, se comprenden menos mal aquellas misteriosas expresiones de San Pablo y del Evangelio: nuestros sufrimientos completan lo que falta a su pasión (Col 1,24); El es el que combate en nosotros (Col r,29) y el que triunfa. Cuando se nos persigue a nosotros, se le persigue a El (Act 9,5); el menor servicio que se nos preste, lo acepta y recompensa como si se lo hubieran hecho a El mismo (Mt 10,42; 25,34-46). El último y supremo anhelo de Cristo en !a noche de la cena es que seamos uno con El (lo 17,21) de una manera cada vez más perfecta, hasta que lleguemos a ser «consumados en la unidad» en el seno del Pa¬ dre (lo 17,23)- De manera que está fuera de toda duda que Cristo nos ha incorporado a sí, nos ha hecho miembros suyos. Nos hemos convertido en algo suyo , somos realmente su cuerpo. Dependemos enteramente de Cristo, Christi sumus; mejor aún, Christus sumus; no sólo de Cristo, sino Cristo. San Agus¬ tín no vacila en afirmarlo: «Concorporans nos sibi, faciens nos membra sua ut in illo et nos Christus essemus ... Et omnes in ilio et Christi et Christus sumus, qüia qüodammodo totus Christus, caput et corpüs est» Pues si esto es así, ya se comprende que el cristiano debe realizar todas sus obras de tal, no solamente por Cristo y con Cristo, sino en El, identi- 2 Plus, Crista en nosotros p.2. 3 San Agustín, In Ps. 26 enarr.2,2: ML 36,200. 86 P.L Principios fundamentales de la vida cristiana ficado con EL Ha,efe revestirse de tal manera de Jesucristo (Rom 13,14), que el Eterno Padre, al mirarle, le encuentre siempre, por así decirlo, re¬ vestido de Jesús, Era la suprema ilusión de sor Isabel de la Trinidad: «no veáis en mí más que al Hijo muy amado, en el que tenéis puestas todas vuestras complacencias»* Y para llegar a este sublime resultado íe había pe¬ dido a Cristo que «la substituyera»; y al Espíritu Santo, que realizara en su alma «como una nueva encarnación del Verbo», a fin de convertirse para El en «una nueva humanidad sobreañadida, en la cual renueve todo su misterio» 4 . No es, pues, una aspiración ilusa y extraviada la de querer hacer todas nuestras obras en Cristo, identificadas con las suyas. Es, por el contrario, una divina realidad, cuya actualización, cada vez más intensa y frecuente, elevará al cristiano hasta la cumbre de la santidad; hasta sentirse de tal manera dominado y poseído por Cristo, que se vea impulsado a exclamar como San Pablo: «mihi vivere Christus est>>: mi vida es Cristo (Phil 1,21), porque ya no soy yo quien vivo, sino Cristo en mí: «vivo autem, iam non ego; vivit vero in me Christus» (Gal 2,20), El cristianó ha alcanzado en¬ tonces su plenitud en Cristo (Eph 4,13), ha llegado a su completa y total critiificaáón, está en la cumbre misma de la perfección y de la santidad. Echemos ahora una breve ojeada al resto de la fórmula que estamos examinando. 65. «♦.. est...»—Fijémonos bien. La Iglesia emplea esta palabra est en indicativo, y no 5Ít, en subjuntivo. No se trata de la expresión de un deseo que no se ha realizado todavía, sino de la afirmación de un hecho que está presente ya en toda su realidad infinita. «En estos momentos, cuando la Iglesia está reunida en torno al altar para ofrecer el cuerpo del Señor que sobre él descansa, Dios recibe efectivamente toda honra y gloria» 5 . Y esto mismo ocurre con cualquier acción del cristiano que suba al cielo por Cristo, con El y en El. La más pequeña de sus acciones adquiere de esta manera un valor en cierto modo infinito y glorifica inmensamente a Dios. El cristiano, no nos cansaremos de repetirlo, debería tener como preocupación úni¬ ca la de su constante incorporación a Cristo. Unicamente de esta forma se mantendría continuamente en la línea recta de su santificación, flechada directamente a Dios sin el menor rodeo ni desviación. Es éste, indudablemente, el punto de vista fundamental en que ha de colocarse cualquier alma que aspire a santificarse en poco tiempo. Por aquí no se rodea, se va directamente al fin. 66. «... tibí Deo Patri omnipotenti...» —Todo se ordena, finalmente, al Padre. La gloria de su Padre celestial tenía obse¬ sionado a Cristo. No quiere que se cumpla su propia voluntad 4 Sor Isabel de la Trinidad, Elevación a la Santísima Trinidad. 5 Jungmann, S.I., El sacrificio de la misa tr.2 n.373 (ed. BAG 1951). C. 3 ' Configuración con Jeíucris/o 87 si se ha de oponer en lo más mínimo a la de su Padre (Mt 26,39); trabaja únicamente por agradarle (lo 8,29); vive únicamente por EÍ y para El (lo 6,58); y si, llegado el momento, pide a su Padre que le gloriíique, es únicamente para que El pueda glo¬ rificar también al Padre (lo 17,1). La primera palabra que de Jesús niño recoge el Evangelio es ésta: «¿No sabíais que yo debo ocuparme en las cosas de mi Padre?» (Le 2,49); y la última que pronunciaron sus labios moribundos en lo alto de la cruz fue esta otra: «Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Le 23,46), Jesucristo vivió y murió pensando en su Padre celestial. El cristiano ha de parecerse a su divino Modelo én todo, pero principalmente en esta aspiración continua a su Padre ce¬ lestial, San Pablo nos . lo recordó al decirnos—estableciendo con ello la jerarquía de. valores en todo cuanto existe—«todas las cosas son vuestras; pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios» (1 Cor 3,22-23), Y un poco más adelante, en la misma epístola, completa su pensamiento cuando escribe: «Es preciso que El (Cristo) reine hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies...»; pero «cuando le queden sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo se sujetará a quien a El todo se lo sometió, para que sea Dios todo en todas las cosas » (ibid., 15, 25-28). La gloria de Dios es el fin último, absoluto, de toda la obra divina de la creación del mundo, redención y glori¬ ficación del género humano. En el cielo es donde se cumplirá en toda su perfección e integridad aquello de San Juan de la Cruz: «Sólo mora en este monte la honra y gloria de Dios». 67. «... in unitate Spiritus Sancti...» —Esta gloria de Dios, como es obvio, no pertenece exclusivamente a la persona del Padre. Es la gloria de la divinidad, del Dios Uno y Trino de la revelación. Por consiguiente, esa gloria que recibe el Padre por Cristo, con El y en El, pertenece también al Espíritu Santo, lazo divino que une al Padre y al Hijo en un inefable vínculo de amor que los consuma a los tres en la unidad de una misma esencia. 68 . «... omnis honor et gloria». —Omnis , todo honor y gloria. Es porque, ya lo hemos dicho, en el plan actual de la economía de la gracia, toda la gloria que ha de recibir la Tri¬ nidad Beatísima de los hijos de los hombres ha de subir hasta ella por Cristo, con El y en EL No cabe la menor duda. En el per ipsum de la santa misa tenemos una fórmula sublime de santificación. El cristiano que se dedique a vivirla encontrara en ella un programa acabadísi- 38 P.I. Principios fundamentales de la vida cristiana mo de perfección y un maná escondido que alimentará su vida espiritual y la irá incrementando hasta llevarla a su plena expansión y desarrollo en la cumbre de la santidad. CAPITULO IV La Virgen María y nuestra santificación 69. Santo Tomás de Aquino, Collationes de Ave María; San Alfonso María de Lr- cokío, Glorias de María ; San Juan Eúdes, Le Coeur admirable; San Luis María Grignion de Montfort, La verdadera devoción a la Santísima Virgen; El secreto de María; El secreto admirable del Santísimo Rosario (en ed. BAC, n.m); Olier, Vic intérieure de la tres Sainte Vierte; Perardi, La Virgen Madre de Dios y la vida cristiana; Señeri, El devoto de la Virgen María ; V. Agreda, Mísíicd ciudad de Dios; Garrtguet, La Vierge Marie; Hugon, Marte, pleine .de gráce; Arintero, Influencia de la Santísima Virgen en la santificación de las almas; La verdadera mística tradicional, apéndice; Terrien» La Madre de Dios y de ios hombres; Merkelbach, Mariología; Garricou-Lagrange/LéI Madre del Salvador y nuestra vida in¬ terior; Alastruey, Tratado de la Virgen Santísima; Sauvé, La intimidad de Marta; Lhou- meau, La vie spirituelle a Vécole de Saint Louis-Marie Grignion de Montfort. Para la doctrina estrictamente teológica, véase la magnifica colección de Estudios Marianos que viene publi¬ cando la Sociedad Mariológica Española desde 1942. «Una de las razones por que tan pocas almas llegan a la plenitud de la edad en Jesucristo es porque María, que ahora como siempre es la Ma¬ dre de Jesucristo y la Esposa fecunda del Espíritu Santo, no está bastante formada en sus corazones. Quien desea tener el fruto maduro y bien for¬ mado, debe tener el árbol que lo produce; quien desea tener el fruto de la vida, Jesucristo, debe tener el árbol de la vida, que es María. Quien desea tener en sí la operación del Espíritu Santo, debe tener a su Esposa, fiel e indisoluble, la divina María... Persuadios, pues, que cuanto más miréis a María en vuestras oraciones, contemplaciones, acciones y sufrimientos, si no de una manera clara y distinta, al menos con mirada general e imper¬ ceptible, más perfectamente encontraréis a Jesucristó, que está siempre con María, grande y poderoso, activo e incomprensible, y más que en el cielo y en cualquier otra criatura del universo» 1. Estas palabras de uno de los más autorizados intérpretes de la devoción a María nos dan ocasión para examinar el papel importantísimo de la Santísima Virgen en la santificación de las almas. María es, sencillamente, el camino más corto y se¬ guro para llegar a Cristo, y por El al Padre; y ahí está conteni¬ da toda nuestra santidad. Dios ha hecho lo que ha querido. Y ha querido asociar de tal modo a María a la empresa divina de la redención y santifi¬ cación del género humano, que, en la actual economía, sin ella no sería posible lograrlas. No se trata, pues, de una devo¬ ción más, sino de algo básico y fundamental en nuestra vida cristiana. Por eso hemos querido recoger el papel de María en nuestra santificación en esta primera parte de nuestra obra, que trata de los principios fundamentales de la vida cristiana. 1 San Luis María Grignion de Montfort, La verdadera devoáón c.5 a.5 n.164-65 P- 53 1 - 3 ^ (ed. BAC). C.4. María y núes ira santificación 89 i. Fundamento de la intervención de María en nuestra santificación 70. Todos los títulos y grandezas de María arrancan del hecho colosal de su maternidad divina. María es inmaculada, llena de gracia, Corredentora de la humanidad, subió en cuer¬ po y alma al cielo para ser allí la Reina de cielos y tierra y la Mediadora universal de todas las gracias, etc,, porque es la Madre de Dios . La maternidad divina la coloca a tal altura, tan por encima de todas las criaturas, que Santo Tomás de Aquino, tan sobrio y discreto en sus afirmaciones, no duda en calificar su dignidad de en cierto modo infinita 2 . Y su gran comentarista el cardenal Cayetano dice que María, por su maternidad divina, alcanza los límites de la divinidad 3 . Entre todas las criaturas, es María, sin duda ninguna, la que tiene mayor «afinidad con Dios», Y es porque María, en virtud de su maternidad divina, entra a formar parte del orden hipostático, es un elemento indispen¬ sable—en la actual economía de la divina Providencia—para la encarnación del Verbo y la redención del género humano. Aho¬ ra bien: como dicen los teólogos, el orden hipostático supera inmensamente al de la gracia y la gloria, como este último su¬ pera inmensamente al de la naturaleza, humana y angélica y aun a cualquier otra naturaleza creada o creable. La materni¬ dad divina está por encima de la filiación adoptiva dé la gracia, ya que ésta no establece más que un parentesco espiritual y místico con Dios, mientras que la maternidad divina de María establece un parentesco de naturaleza , una relación de consangui¬ nidad con Jesucristo , y una, por decirlo así, especie de afinidad con toda la Santísima Trinidad 4 . La maternidad, divina, que termina en la persona increada del Verbo hecho carne, supera, pues, por su fin, de una manera infinita, a la gracia y la gloria de todos los elegidos y a la plenitud de gracia y de gloria recibida por la misma Virgen María. Y con mayor razón supera a todas las gracias gratis dadas o carismas, como son la profecía, el conocimiento de los secretos de los corazones, el don de mila¬ gros o de lenguas, etc., porque todos estos dones son inferiores a la gracia santificante, como enseña Santo Tomás 5 . 2 He aquí sus propias pabbras: *La humanidad de Cristo por razón de su unión con Dios; la bienaventuranza creada., que consiste en la fruición de Dios, y la Santísima Virgen, por el hecho de ser Madre de Dios, tienen cierta dignidail infinita, por ser Dios un. bien infi¬ nito» (1,25,6 ad 4). 3 ^Solamente (Ja Santísima Virgen María) toca las fronteras de la divinidad por su propia operación natural (adfitxcsdeitalisproptia operalione naturaíi attigitj, en cuanto que concibe, engendra, da a luz y alimenta con su propia leche al mismo.Dios» (Cayetano, ln.íí-II 103, 4 ad 2). 4 Cf. Hugon, Mane, píeme de gráce (5.* ed.) p.63. 5 Cf. P. Garrígou-Lagrange, La Madre del Salvador p.i. R c.x a.3. Cf. I-II.111,5. 90 P.L Principios fundamentales de la vida cristiana De este hecho colosal—María Madre del Dios redentor— arranca el llamado principio del consorcio, en virtud del cual Jesucristo asoció íntimamente a su divina Madre a toda su misión redentora y santificados Por eso, todo lo que El nos mereció con mérito de rigurosa justicia —de condigno ex toto rigore iustitiae— } nos lo mereció también María, aunque con distinta clase de mérito 6 . 2 . Oficio de María Santísima en nuestra santificación 71. No conocemos nada tan sintético, tan exacto y a la vez tan práctico y piadoso sobre este asunto como la argumen¬ tación de San Luis María Grignion de Montfort en su pre¬ cioso librito El secreto de María 7 . Ofrecemos al lector una sín¬ tesis de aquellos razonamientos, con frecuencia a base de sus mismas palabras. 1) Necesidad de santificarse por medio de María.— a) Es volun¬ tad de Dios que nos santifiquemos. b) Para santificarse hay que practicar las virtudes. c) Para practicar la virtud necesitamos la gracia de Dios. d) Para hallar Ja gracia de Dios hay que hallar a María. 2) ¿Por qué así?— a) Porque sólo María ha hallado gracia delante de Dios, ya para sí, ya para todos y cada uno de los hombres en particu¬ lar. Ni los patriarcas, ni los profetas, ni todos los santos de la Ley antigua pudieron hallarla en esta forma. b) Porque María dio el ser y la vida al Autor de la gracia, y por eso se la llama Mater gratiae . c) Porque Dios Padre, de quien todo don perfecto y toda gracia des¬ ciende como de su fuente esencial, dándole a su divino Hijo, le dio a María todas las gracias. d) Porque Dios la ha escogido como tesorera, administradora y dis¬ pensadora de todas las gracias, de suerte que todas pasan por sus manos; y conforme al poder que ha recibido, reparte Ella a quien quiere, como quiere, cuando quiere y cuanto quiere las gracias del Eterno Padre, las vir¬ tudes de Jesucristo y los dones del Espíritu Santo. e) Porque así como en el orden de la naturaleza ha de tener el niño padre y madre, así en el orden de !a gracia, para tener a Dios por Padre, es menester tener a María por Madre. f) Porque así como María ha formado la Cabeza de los predestina¬ dos, Jesucristo, a ella pertenece formar los miembros de esta Cabeza, que somos los cristianos; que no forman las madres cabezas sin miembros ni miembros sin cabeza. Quien quiera, pues, ser miembro de Jesucristo, lleno de gracia y de verdad, debe dejarse formar por María mediante la gracia de 6 Cuál sera la naturaleza del mérito de María con rpJadón a nosotros, es cuestión todavía discutida entre los teólogos. Algunos ven tan sólo un mérito de conveniencia (de congruo); otros afirman que se trata dé un mérito estricto, aunque no según todo el rigor de la justicia, sino únicamente por cierta proporcionalidad (de condigno ex condignitalc)+ A nosotros nos parece que llevan razón estos últimos. 7 Corren en España numerosas ediciones. Nosotros utilizamos la de la BAC (n.m) p.268-300. C. 4 . María y nuestra santificación 91 Jesucristo, que en ella plenamente reside, para comunicarla de lleno a los miembros verdaderos de Jesucristo y a los verdaderos santos. g) . Porque el Espíritu Santo, que se desposó con María y en ella, por ella y de ella formó su obra maestra, el Verbo encarnado, Jesucristo, como jamás ha repudiado a María y ésta sigue siendo su verdadera esposa, con¬ tinúa produciendo todos los días en ella y por ella a los predestinados por verdadero, aunque misterioso modo. h) Porque, como dice San Agustín, en este mundo los predestinados están encerrados en el seno de María y no salen a luz hasta que esa buena Madre les conduce a la vida eterna. Por consiguiente, así como el niño recibe todo su alimento de la madre, que se lo da proporcionado a su de¬ bilidad, así los predestinados sacan todo su alimento espiritual y toda su fuer¬ za de María. i) De dos maneras puede un escultor sacar al natural una estatua o retrato: labrándola en materia dura e informe o vaciándola en un molde. El primer procedimiento es largo, difícil, expuesto a muchos peligros; un golpe mal dado de cincel o de martillo basta, a veces, para echarlo todo a perder. Pronto, fácil y, suave es el segundo, casi sin trabajo y sin gastos, con tal de que el molde sea perfecto y que represente al natural la figura; con tal de que la materia de que nos servimos sea manejable y de ningún modo re¬ sista a la mano. Ahora bien: el gran molde de Dios, hecho por el Espíritu Santo para formar al natural un Dios-Hombre por la unión hipostdtica y para formar un hombre deificado por la gracia , es María. Ni un solo rasgo de divinidad falta en este molde; cualquiera que se meta en él y se deje manejar recibe allí todos los rasgos de Jesucristo, verdadero Dios; y esto de manera suave y proporcionada a la debilidad humana, sin grandes trabajos ni angustias; de manera segura y sin miedo a ilusiones, pues no tiene aquí parte el demo¬ nio ni tendrá jamás entrada donde esté María; de manera, en fin, santa e inmaculada , sin la menor mancilla de culpa. ¡Cuánto va del alma formada en Jesucristo por los medios ordinarios, que, como los escultores, se fía de su propia pericia y se apoya en su indus¬ tria, al alma bien tratable, bien desligada, bien fundida, que, sin estribar en sí, se mete dentro de María y se deja manejar allí por la acción del Es¬ píritu Santo! ¡Cuántas tachas, cuántos defectos, cuántas tinieblas, cuántas ilusiones, cuánto de natural y humano hay en la primeral ¡Cuán pura , divina y semejante a Jesucristo es la segunda! j) Porque María es el paraíso dé Dios y su mundo inefable, donde el Hijo de Dios entró para hacer maravillas, para guardarle y tener en él sus complacencias. Un mundo Ira hecho para el hombre peregrino, que es la tierra que habitamos; otro mundo para el hombre bienaventurado, que es el cielo; mas para sí mismo ha hecho un paraíso y lo ha llamado Ma¬ ría. Por eso es ella templo de la Santísima Trinidad y sagrario de Dios vivo. ¡Feliz el alma a quien el Espíritu Santo revela el secreto de María para que le conozca, y le abre este huerto cerrado para que entre en él, y esta fuente sellada para que de ella saque el agua viva de la gracia y beba en larga vena de su corriente! Esta alma no hallará sino a Dios solo, sin las criaturas, en María; pero a Dios, al par que infinitamente santo y subli¬ me, infinitamente condescendiente y al alcance de nuestra debilidad. En todas partes está Dios y en todas se le puede hallar; pero en ninguna pode¬ mos hallarle tan cerca y tan al alcance de nuestra debilidad como en Ma¬ ría. En todas partes es el pan de los fuertes y de los ángeles, pero en María es el pan de los niños a . 8 De esta hermosa idea se desprende que el mejor modo de practicar el espíritu de ín- fnn<:ia espiritual (que tanto inculcó Santa Teresa del Niño Jesús) es abandonarse totalmente 92 PJ. Principios fundamentales de la vida cristiana k) En fin: nadie imagine—como ciertos falsos iluminados—que Ma¬ ría, por ser criatura, es impedimento pata la unión con el Creador. No es ya María quien vive; es Jesucristo solo, es Dios solo, quien vive en ella. La transformación de María en Dios excede a la de San Pablo y todos los otros santos, más que el cielo a la tierra. Por eso, cuanto más unida está un alma a María, tanto mas íntimamente permanece unida a Dios, que habita en ella. Quien encuentra a María, encuentra en ella a Jesús, y en Jesús a Dios. No hay camino más seguro y rápido para encontrar a Dios que buscarlo en María. Según el orden establecido por la divina Sabiduría, como dice Santo Tomás, no se comunica Dios ordinariamente a los hombres, en el orden de la gracia, sino por María. Para subir y unirse a El preciso es valerse del mismo medio de que El se valió para descender a nosotros, para hacerse hombre y comunicamos sus gracias; y ese medio tiene un nombre dulcísi¬ mo: María. Para entrar en los planes de Dios es, pues, necesario tener una devoción entrañable a María. Ella nos conducirá a Jesús y trazará en nuestras almas los rasgos de nuestra configuración con El, que constituyen la esencia misma de nuestra santidad y perfección. He aquí cómo demuestra esta verdad San Luis María Grig- nion de Montfort 9 . Al hablar de los motivos para tener una gran devoción a María, dice que uno de los principales es porque conduce a la unión con Nuestro Señor. Y afirma que éste es el camino más fácil, más breve, más perfecto y más seguro. Camino fácil : es el camino que Jesucristo ha abierto viniendo a nosotros, y en el que no hay obstáculo alguno para llegar a El. La unción del Espí¬ ritu Santo lo hace fácil y ligero. Camino corto: ya porque en él no se extravía nadie, ya porque por él se anda con más alegría y facilidad y, por consiguiente, con más prontitud. En el seno de María es donde los jovencitos se convierten en ancianos por la luz, por la santidad, por la experiencia y por la sabiduría, llegando en pocos años a la plenitud de la edad en Jesucristo. Camino perfecto: pues María es la más santa y la más perfecta de todas las criaturas, y Jesucristo, que ha venido de la manera más perfecta a nos¬ otros, no ha tomado otro camino en tan grande y admirable viaje. Camino seguro: porque el oficio de María es conducirnos con toda se¬ guridad a su Hijo, así como el de Jesucristo es llevamos con seguridad a su Eterno Padre. La dulce Madre de Jesús repite siempre a sus verdaderos devotos las palabras que pronunció en las bodas de Caná enseñándonos a todos el camino que lleva a Jesús: «Haced todo lo que El os diga» (lo 2,5). Pero para lograr estas ventajas y saludables efectos es pre¬ ciso practicar una devoción a María sólida y verdadera. Veamos en qué consiste. en brazos de María como un niñito en los de su madre.'Nadie necesita tanto de los cuidados de una madre como los niños pequeñitos. l> Cf. La ver dadora, devoción a ía Santísima Virgen c. 5 a .5 P.522SS (ed. BAG). C.4, Maña y nuestra santificación 93 3» La verdadera devoción de María 72. Todavía en esta sección vamos a recoger las ideas de San Luis María Gíignion de Montfort en su admirable libro La verdadera devoción a la Santísima Virgen , que es la obra maestra de la devoción a María, precioso vademécum que debe andar continuamente en manos de todos los amantes de María. Después de un primer capítulo en el que se habla de la ne¬ cesidad de la devoción a María para la salvación y santificación y de un segundo en el que se exponen algunas verdades fun¬ damentales en tomo a la devoción a la Virgen, describe San Luis en el capítulo tercero las características de la verdadera y falsa devoción. He aquí un breve resumen de sus ideas, que deben ser largamente meditadas en su fuente original. 1, Caracteres de la falsa devoción a María.—Siete son las clases de falsos devotos de María que señala San Luis: a) Los devotos críticos: gente orgullosa y altanera que se dedica a criticar las prácticas sencillas e ingenuas de devoción a María, tachándolas con ligereza de antiteológicas o exageradas. b) Los devotos escrupulosos: que temen rebajar a Cristo si ensalzan demasiado a María, sin advertir que jamás se honra tanto a Jesucristo como cuando se honra a María, ya que sólo vamos a ella como medio más seguro y camino más recto para hallarle a El. c) Los devotos exteriores: que hacen consistir toda su devoción a María en algunas prácticas exteriores; se cargan de medallas, y escapularios, pertenecen a todas las cofradías, asisten a todas las procesiones, rezan dis¬ traídamente interminables oraciones...; pero sin esforzarse en enmendar su vida, en corregir sus pasiones y en imitar las virtudes de María. Sólo aman lo sensible de la devoción, sin gustar lo que tiene de sólido; si les falta el sentimentalismo, creen que ya no hacen nada, se desalientan, lo abandonan todo o lo hacen rutinariamente. d) Los devotos presuntuosos: que se amparan en su pretendida de¬ voción a María para vivir tranquilos en sus vicios y pecados, pensando que Dios les perdonará, que no morirán sin confesión y no se condenarán por¬ que rezan la corona, o llevan el escapulario, o pertenecen a la cofradía de ía Virgen, etc. Estos tales cometen una gravísima injuria contra María, como si ella estuviera dispuesta a autorizar el crimen o a ayudar a crucificar a su divino Hijo, salvando, de todas formas, a los que quieren vivir en pe¬ cado. Gran señal de reprobación llevan todos éstos encima. e) Los devotos inconstantes: que por ligereza cambian sus prácticas de devoción o las abandonan completamente a la menor tentación, sequedad o disgusto. Ingresan en todas las cofradías, pero bien pronto dejan de cum¬ plir los deberes y prácticas que imponen. f) Los devotos hipócritas: que ingresan en las cofradías y visten la librea de María para ser tenidos por buenos. g) Los devotos interesados: que no recurren a María más que para ganar algún pleito, para curar de una enfermedad o pedirle otros bienes tem¬ porales, fuera de los cuales se olvidan de ella. 94 P.L Pr/? 7 Cíff/os fundamentales de la vida cr i si i ana 2. Caracteres de la verdadera devoción a María*—Después de des¬ cubrir y reprobar las falsas devociones a María, señala San Luis las caracte¬ rísticas de la verdadera. Las principales son cinco: a) Devoción interior: esto es, nacida del espíritu y del corazón. Pro¬ viene de la estima que se hace de la Santísima Virgen, de la alta idea que nos formamos de su grandeza y del amor sincero y entrañable que le profesamos. b) Devoción tierna: es decir, llena de confianza en la Santísima Vir¬ gen, como la del niño en su cariñosa madre. Ella nos hace recurrir a María en todas las necesidades de alma y cuerpo, en todos los tiempos, lugares y cosas con gran sencillez, confianza y ternura: en las dudas, para que nos ilu¬ mine; en los extravíos, para volver al buen camino; en las tentaciones, para que nos sostenga; en las debilidades, para que nos fortifique; en las caídas, para que nos levante; en los desalientos, para que nos infunda nuevos áni¬ mos; en los escrúpulos, para que los disipe; en las cruces, trabajos y contra¬ tiempos de la vida, para que nos consuele. Siempre y en todo recurriendo a María como Madre cariñosa y llena de ternura. c) Devoción santa: o sea, a base de evitar el pecado e imitar las virtu¬ des de María, principalmente su profunda humildad, su fe vivísima, su obe¬ diencia ciega, su oración continua, su mortificación total, su pureza divina, su candad ardiente, su paciencia heroica, su dulzura angélica y su sabiduría ce¬ lestial, que son las diez principales virtudes de la Santísima Virgen. d) Devoción constante: o sea, que consolida el alma en el bien y hace que no abandone fácilmente sus prácticas de devoción; le da ánimo para oponerse a los asaltos del mundo, del demonio y de la carne; le hace evitar la melancolía, el escrúpulo o la timidez; íe da fuerzas contra el desaliento. Y no quiere esto decir que no caiga y experimente algún cambio en lo sensi¬ ble de su devoción, sino que si tiene la desgracia de caer, se vuelve a levan¬ tar en seguida, tendiendo la mano a su bondadosa Madre; y si carece de gusto y devoción sensible, no se desazona por ello, porque el verdadero devoto de María vive de la fe en Jesús y en su cariñosa Madre, y no de los sentimientos corporales, e) Devoción desinteresada: es decir, que no sirve a María por espíritu de lucro o interés ni por su bien temporal o eterno del cuerpo o del alma, sino únicamente porque ella merece ser servida, y Dios en ella. Ama a María no tanto por los favores que de ella recibe o espera recibir, sino prin¬ cipalmente porque ella es digna de todo nuestro amor. Por eso la sirve y ama con la misma fidelidad en sus contratiempos y sequedades que en las dulzuras y fervores sensibles: igual amor le profesa en el Calvario que en las bodas de Caná. [Cuán agradables y preciosos son ante Dios y su santísima Madre estos devotos suyos que no se buscan a sí mismos en ninguno de los servicios que les prestan! 4* Principales devociones marianas 73. Con estas disposiciones hemos de practicar las devo¬ ciones marianas, escogiendo entre ellas las que nos inspiren mayor devoción, se acomoden mejor a las obligaciones de nues¬ tro estado y exciten más nuestra piedad hacia ella. He aquí las principales: a) El santísimo rosario : devoción mariana por excelencia, riquísimo sartal de perlas que desgranamos a los pies de María, 95 C.4. María y nuestra santificación guirnalda suavísima de rosas con que ceñimos su Corazón inmaculado, clarísima señal de predestinación para todos los que le recen devota y diariamente, prenda y garantía de las más fecundas bendiciones divinas, al que María ha vinculado en nuestros días—en Lourdes y en Fátima principalmente—la salvación del mundo. Ningún devoto de María que se precie de tal omitirá un solo día el rezo del santísimo rosario—al me¬ nos una tercera parte—aunque por circunstancias inesperadas tenga que omitir cualquiera otra práctica de devoción mañana: el rosario las suple todas y a él no le suple ninguna. b) Los cinco primeros sábados , a los que la Virgen del Ro¬ sario de Fátima ha vinculado una regaladísima promesa análo¬ ga a la de los primeros viernes en honor del Sagrado Corazón de Jesús. He aquí sus propias palabras, dirigidas a Lucía, la afortunada vidente de Fátima, el día io de diciembre de 1921: «Mira, hija mía, mi Corazón todo punzado de espinas, que los hombres en todo momento le clavan con sus blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, procura consolarle y haz saber que yo prometo asistir a la hora de la muerte, con las gracias necesarias para la salvación eterna, a todos aquellos que en los primeros sábados de cinco meses consecutivos se confiesen, reciban la sagrada comunión, recen la ter¬ cera parte del rosario y me hagan compañía durante un cuarto de hora me¬ ditando en los quince misterios del rosario con intención de darme repa¬ ración» En orden a la conversión de los pecadores y a la perseve¬ rancia final de los justos es eficacísima también la devoción de las Tres Avemarias, como se ha comprobado muchísimas veces en la práctica. c) El Ave María y el Angelus , cuya piadosa y frecuente recitación llena de gozo a María al recordarle la escena de la anunciación y su título supremo de Madre de Dios; la letanía lauretana , en la que se recorren los títulos y grandezas de María al mismo tiempo que se implora su protección; la Salve, Regi¬ na, bellísima plegaria, llena de suavidad y de ternura; el Sub tuum praesidium y el O Domina mea!, fórmulas que destilan amor, confianza y entrega total a María; el Acordaos, de San Bernardo, que, sin duda, recrea los oídos de María por la confianza in¬ quebrantable en su maternal misericordia que con ella le ma¬ nifestamos; y, sobre todo, el Magníficat , cántico sublime que el Espíritu Santo hizo brotar del corazón de María para en¬ grandecer las maravillas que el Altísimo realizó en ella «por haberse fijado en la humildad y pequeñez de su esclava». d) El oficio parvo de la Santísima Virgen, verdadero bre- 10 Del Manual Oficial del Peregrino de Fdtima } editado por orden del obispo de Leirla, 13 de mayo de 1939. 96 P.I, Principios fundamentales de la vida cristiana viario de las almas enamoradas de María, en el que se ensalzan sus grandezas utilizando las fórmulas incomparables de la li¬ turgia oficial de la Iglesia. e) El escapulario y la medalla de la Virgen, que son como un escudo protector y prenda de una especial bendición de María para todos los que sepan llevarlos con espíritu de filial devoción y para imitar mejor sus virtudes. Entre los escapula¬ rios destaca por su antigüedad y veneración el de la Virgen Santísima del Carmen, al que María vinculó una promesa de salvación que, al igual que la de los cinco primeros, sábados, no obtendrán los que pretendan apoyarse en ella para vivir tranquilamente en pecado; y entre las medallas se ha impuesto, principalmente, en todo el orbe católico la llamada Milagrosa , que inspiró la Santísima Virgen a la humilde hija de la Caridad Santa Catalina Labouré. 5 * Métodos de vida mariana Vamos a decir unas palabras sobre dos métodos excelentes da vida mariana que se han propuesto a los fieles con la bendi¬ ción y aliento de la santa Iglesia: la santa esclavitud mariana y la piedad filial mariana . a) La santa esclavitud mariana 11 74. Es un método de santificación propuesto por San Luis María Grignion de Montfort a base de una entrega total a María. «Consiste—explica el Santo—en darse todo entero, como esclavo, a María y a Jesús por ella; y, además, en hacer todas las cosas por María, con María, en María y para Ma¬ ría» 12 . Este método lleva consigo esencialmente dos cosas: a) un acto de entrega total o perfecta consagración a María, que es el acto radical y más importante de todos, en virtud del cual co¬ mienza para el alma como un estado nuevo (a semejanza del religioso en el día de su profesión); y b) esforzarse en vivir en adelante conforme a las exigencias de esa entrega total , buscan¬ do en todas las cosas la unión con María; es decir, haciéndolo todo por, con, en y para María, a fin de unirnos por ella más íntimamente a Jesús. He aquí cómo explica el Santo el alcance de este acto, que, 1J Cf. San Lujs María Grígnion df Montfort, obras citadas, y el precioso estudio de Lwoume.uj, La vic spiriludle á Vécoie de S«mt Louis-Marie Grignion de Montfort, donde se expone ampliamente este sistema de espiritualidad mariana. 12 Cf. El secreto de María p.2.* n.2S p.279 (ed. BAC). 97 C.4. María y núes ira santificación . salvo el voto y sus consecuencias, se parece, mucho al acto heroi¬ co en favor de las almas del purgatorio: - «Hay que escoger un día señalado para entregarse, consagrarse y sacri¬ ficarse; y esto ha de ser voluntariamente y por amor, sin encogimiento, por entero y sin reserva alguna: cuerpo y alma; bienes exteriores y fortuna, como casa, familia, rentas; bienes interiores del alma, a saber: sus méritos, gracias, virtudes y satisfacciones. Es preciso notar aquí que con esta devoción se inmola el alma a Jesús por María como un sacrificio,- que ni en orden religiosa alguna se exige, de todo cuanto el alma más aprecia y del derecho que cada cual tiene de disponer a su arbitrio del valor de todas sus oraciones y satisfacciones; de suerte que todo se deja a disposición de la Santísima Virgen, que a voluntad suya lo aplicará para la mayor gloria de Dios, que sólo ella perfectamente conoce. A disposición suya se deja todo el valor satisfactorio e impetratorio^ de las buenas obras; así que, después de la oblación, qué de ellas se ha hecho, aunque sin voto alguno , de nada de cuánto bueno hace es ya uno dueño; la Virgen Santísima puede aplicarlo ya a un alma del purgatorio para ali¬ viarla o libertarla, ya a un pobre pecádor para convertirle. También nuestros méritos los ponemos con esta devoción en manos de la Santísima Virgen; pero es para qué nos los guarde, embellezca y aumente, puesto que ni los méritos de la gracia santificante ni los de la gloria podemos unos á otros comunicarnos. Dárnosle, sin embargo, todas nuestras oracio¬ nes y obras buenas, en cuanto son satisfactorias e impetratorias , para que las distribuya y aplique a quien le plazca, Y si después de estar así consagrados a la Santísima Virgen deseamos aliviar a alguna alma del purgatorio, salvar a algún pecador,. sostener a alguno de nuestros amigos con nuestras ora¬ ciones, mortificaciones, limosnas o sacrificios, preciso es pedírselo humil¬ demente a ¿lia y estar a lo que determine, aunque rio''lo conozcamos; bien persuadidos de que: el valor de nuestras acciones, administrado por las ma¬ nos mismas de que Dios se sirve para distribuimos sus gracias y dones, no podrá menos de aplicarse a la mayor gloria suya.. He dicho que consistía esta devoción en entregarse a María en calidad de esclavo; y es dé notár que hay tres clases de esclavitud. La primera és es¬ clavitud de naturaleza; buenos y malos son de esta manera siervos de Dios. La segunda es esclavitud forzada; los demonios y los condenados son de este modo esclavos de Dios. La tercera es esclavitud de amor y voluntaria; y con ésta debemos consagramos a Dios por medió de María del modo más perfecto con que puede una criatura consagrarse a su Creador»* 3 . En cuanto al segundo elemento esencial—vida de unión íntima con María—, el que se ha entregado a ella por esclavo ha de hacerlo todo: Por María: o sea, que hay que acudir siempre a Nuestro Señor por medio dé María, sin atrevernos a comparecer nunca ante El sin ir acompañados de su Madre, que lo es también nuestra. Con María : o sea, tomando a la Virgen por modelo acabado de todo lo que se ha de hacer. En María: es decir, entrando y morando en el Corazón de 13 El secreto de María p;2.* n.29-32 p.279-80 (ed. BAG). 98 P.I. Principios fundamentales de la vida cristiana María, en sus intenciones y sentimientos, de tal manera que sea ella como nuestra atmósfera, nuestro mundo, el aire en que vivimos y respiramos. Para María: no buscándonos en nada a nosotros mismos, sino haciéndolo todo para gloría de María, como fin próximo, y a través de ella, para honra y gloria de Dios, como fin último y absoluto. Como se. ve, se trata de un acto muy excelente y heroico, de honda trascendencia y repercusión en toda nuestra vida espi¬ ritual, a la que traza una dirección eminentemente mariana, muy concreta y determinada. Por lo mismo, no debe hacerse con demasiada ligereza y prontitud, sino después de madura reflexión y de acuerdo con el director espiritual. Porque, aunque es cierto que no lleva consigo ün verdadero voto que obligue a su cumplimiento por la virtud de la religión, sería poco serio e irreverente volverse fácilmente atrás de la palabra empeñada o vivir como si no se hubiese hecho tal consagración o no se la hubiera dado el sentido profundo que tiene. Pero los que, mo¬ vidos por un especial atractivo del Espíritu Santo, y con la expresa autorización de su director espiritual, se decidan a hacer esta entrega total a María, con todas sus inmensas reper¬ cusiones, no duden un instante de' que—como explica admira¬ blemente San Luis—la Santísima Virgen les amará con par¬ ticular predilección, les proveerá con esplendidez y largueza de todo cuanto necesiten en alma y cuerpo, les guiará con mano firme por los caminos de la santidad, les defenderá y protegerá contra los peligros y asechanzas de sus enemigos, intercederá continuamente por ellos ante su divino Hijo y les asegurará su perseverancia, prenda y garantía de su felicidad eterna 14 , b) La piedad filial mariana 1 5 75 * . Enteramente paralelo y similar al método de esclavi¬ tud mariana que acabamos de exponer, pero muy distinto en la manera de enfocar la vida de consagración total a María, existe el método de piedad filial mariana , propagado principalmente, aunque no exclusivamente, por los marianistas siguiendo las huellas de su fundador, el P, Guillermo José Chaminade. Casi todo lo que acabamos de decir en torno a la santa es¬ clavitud mariana es válido aplicado a la corriente de la piedad 14 La verdadera devoción a la Santísima Virgen c.6 a.2 p.550 56 (ed. BAC). * 5 Sobre esta magnífica forma de piedad mariana pueden leerse con fruto las obras del marianísta francés Neubert Mt ideal, Jesús, Hijo de María (3. a ed. Carabanchel Alto 1949); La devoción a María (Madrid 1950); Notre Mere , pour la mieux connaitre (ed. X. Mappus, ig4T), etc.; y la de los marianistas españoles Bernardo Cueva, Doctrina y vida marianas (Ma¬ drid 1953), y Félix Fernández, La piedad filial mariana (Madrid 1954). 99 C.4. María y nuestra santificación filial, hasta el punto de que «al hacer suyo, en cierta ocasión, un acto de consagración a María del P. Gaüifet, autor esclavista, conserva el P. Chaminade todo el texto de la oración, pero reem¬ plaza cuidadosamente la expresión esclavo por. la de hijo» 16 . Sin embargo, nos parece que no habría captado el verdadero sentido de la piedad filial mariana el que se limitase exclusivamente a ese cambio de terminología o de actitud interior. No se trata únicamente de amar a ‘María como hijo, de imitarla como hijo, de vivir continuamente por ella, con ella, en ella y para ella como hijo-, etc. Sin duda que todo eso se requiere para ser y vivir como hijo auténtico de María. Pero el movimiento de piedad filial mariana aspira a mucho más que todo eso, Quiere amar a María, no con nuestro propio corazón, que siempre resultará demasiado pequeño y des¬ proporcionado, aunque lo pongamos a los pies de María en su máxima ten¬ sión, sino con el corazón mismo de su divino Hijo'Jesús. Esto no es una ilusión ni una quimera, si tenemos en cuenta que Cristo habita realmente por la fe en nuestros corazones (Eph 3,17), y que toda alma en gracia recibe conti¬ nuamente su influjo vital como miembro de su Cuerpo místico, del cual es El la divina Cabeza. Nada impide, por consiguiente, que nos unamos ínti¬ mamente a los sentimientos filíales de Jesucristo para con $u Madre con el fin de que; al amar nosotros a litaría, sea el mismo Cristo quien la ame en nosotros. De manera que la piedad filial mariana tiende en primerísimo lugar a identificamos con Cristo cada vez más, hasta transformamos en El y poder exclamar con toda verdad: «Ya no soy yo quien vivo, sino Cristo en mí; ya no soy yo quien amo a María, sino Cristo quien la ama en mí*. De esta suerte, por así decirlo, completaremos en nosotros lo que falta al amor filial de Jesús para con María en relación a los miembros de su Cuerpo místico, que es la Iglesia (cf. Col 1,24)4 Los fundamentos dogmáticos de este espléndido método de piedad mariana son principalmente estos tres: a) La maternidad espiritual de María sobre todos nos¬ otros. b) El misterio de nuestra incorporación a Cristo por la gracia y como miembros de su Cuerpo místico. c) La obligación de imitar a Jesús como Hijo de María. Hay que aspirar a tener en nuestros corazones los mismos sentimientos que Jesucristo tuvo en el suyo (Phil 2,5), con lo cual nuestra piedad mariana no será sino una participación y extensión de la piedad filial de Jesús para con su Madre san¬ tísima; y como Jesús se hizo Hijo de María para salvar, a la humanidad, hay que concluir que la piedad filial mariana ha de ser eminentemente apostólica. María ducel ha de set el grito de combate del verdadero hijo de María. No podemos detenernos aquí en exponer ampliamente otros rasgos her¬ mosísimos de este método de espiritualidad mariana, que la misma Iglesia parece proponer a todos los cristianos al decir en el mismo Código canónico que «deben todos los fieles honrar con filial devoción a la Santísima Virgen 16 P. Félix Fernández, S.M., o.c., p.120. 100 P.L Principios fundamentales de la vida cristiana María» (en. 1276). Sin embargo, sería un error tratar de reclamar para una determinada forma dé devoción mar i ana la exclusiva o el monopolio sobre todas las demás. Es preciso respetar la inclinación particular de cada alma, bajo la moción directa del Espíritu Santo, que no lleva a todos por el mismo camino. El alma debe seguir el atractivo especial de la gracia y seguir el método de piedad mariana que más eficaz le resulte para desprenderse por completo de sí misma y entregarse totalmente a María bajo el título de Rei¬ na de cielos y tierra o él dulcísimo de Madre de Jesús y Madre nuestra. CAPITULO V La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo 76. Pío XII, ene. Myslici corpnris; Concilio Vaticano II, Constitución dogmático sobre la Iglesia; Congar, Ensayos sobre el misterio de la Iglesia (Barcelona) ; Sacras, £1 Cuerpa místico de Cristo (BAG, Madrid); H. de Lubac, Meditación sobre la Iglesia (Bilbao); Mersch, Le Corp mystique du Ckrist (Bruselas); Mura, El Cuerpo místico de Jesucristo (Salamanca); Journet, Teología de la Iglesia (Bilbao); Cerfaüx, La Iglesia en San Pablo (Bilbao);. Cle- riss'ac. El misterio de la Iglesia (Madrid). 77. Después de haber expuesto la doctrina trinitaria, cris- tológica y mariológica en orden a nuestra vida cristiana, se impone la consideración de la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo. Ella completa y cierra el ciclo de la obra salvífica de Dios con relación al hombre y establece el punto de partida de nuestro retorno hacia Dios. La doctrina del Cuerpo místico de Jesucristo consta expre¬ samente en las fuentes de la divina revelación. El apóstol San Pablo habla repetidas veces de este sublime misterio, sobre todo en la carta primera a los fieles de Corinto. He aquí el pa¬ saje más importante y explícito l : «Así como siendo el cuerpo uno tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo» con ser muchos, son un cuerpo único, así es también Cristo. Porque también todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu, para constituir un solo cuerpo, y todos, ya judíos, ya gentiles, ya siervos, ya libres, hemos bebido del mismo Espíritu. Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: «Porque no soy mano no soy del cuerpo», no por eso deja de ser del cuerpo. Y si dijere la oreja: «Por¬ que no soy ojo no soy del cuerpo», no por eso deja de ser del cuerpo. Si todo el cuerpo fuera ojos, ¿dónde estarla el oído? Y si todo él fuera oídos, ¿dónde estaría el olfato ? Pero Dios ha dispuesto los miembros en el cuerpo, cada uno de ellos como ha querido. Si todos fueran un miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, pero uno solo el cuerpo. Y no puede el ojo decir a la mano: «No tengo necesidad de ti». Ni tampoco la cabeza a los pies: «No necesito de vosotros». Aún hay más: los miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios; y a los que parecen más viles los rodeamos de mayor honor, y a los que tenemos por indecentes los tratamos con mayor decen¬ cia, mientras que los que de suyo son decentes no necesitan de más. Ahora 1 Cf. 1 Cor 12,12-23. 101 C.5. La Iglesia, Cuerpo místico bien: Dios dispuso el cuerpo dando mayor decencia al que carecía de ella, a fin de que no hubiera escisiones en el cuerpo, antes todos los miembros se preocupen por igual unos de otros. De esta suerte, si padece un miembro, todos los miembros padecen con él; y ú un miembro es honrado, todos los otros a una se gozan. Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo* y cada uno en parte, según laMísposición de Dios en la Iglesia». En tomo a esta sublime doctrina, expondremos los siguientes puntos fundamentales: 1. Idea general de la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo. 2. Cristo, cabeza del Cuerpo místico. 3. El cristiano, miembro del Cuerpo místico de Cristo. i. Idea general de la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo 78* Si quisiéramos ofrecer al lector una visión panorámica de la teología de. la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo, no podríamos presentarle nada tan completo y sintético como la encíclica de Pío XII sobre ese mismo asunto. Ante la imposi¬ bilidad de recogerla en su texto íntegro—por falta material de espacio—, ofrecemos el siguiente esquema, muy comple¬ to y detallado 2 . Primera parte: La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo . A. Cristo quiso constituir la iglesia 1. Adán había sido creado en gracia, que se transmitiría a sus descendientes. Pero pecó y manchó con el pecado origi¬ nal a todos los hombres, haciéndoles perder aquel tesoro di¬ vino y, con él, el derecho a la vida eterna. 2. El Verbo de Dios tomó entonces la naturaleza humana y nos ganó como a consanguíneos suyos, no sólo la justificación, sino una inefable abundancia de gracias. 3. Estas gracias pudo repartirlas por sí mismo al género humano, pero quiso hacerlo por medio de una sociedad: ésa es la Iglesia. B. La Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo 1. La Iglesia es un cuerpo: a) Uno, indiviso, visible, orgánico, jerárquico. b) Provisto de sacramentos con que subvenir a las nece¬ sidades individuales y sociales, c) Cuyos miembros son no sólo los jerarcas ni sólo los 2 Cf. Pío XII, encíclica Mystíri corporis Ckristi, edición de la Acción Católica Española* 102 PJ. Principios fundamentales de la vida cristiana carismáticos, sino todos los bautizados que profesan la verda¬ dera fe y no han sido apartados de la Iglesia por sí mismos o por la legítima autoridad, aunque sean pecadores. d) Y están trabados entre sí orgánica y jerárquicamente, incluso entre quienes no están dotados de la potestad de orden. Así poseen especial dignidad en la sociedad cristiana los pa¬ dres, los padrinos del bautismo y los seglares que prestan su colaboración a la jerarquía eclesiástica. 2. La Iglesia es el cuerpo de Cristo: a) Porque Cristo es su fundador: — Que comenzó a edificarla cuando predicaba el Evangelio. — Y la consumó en la cruz al abolir la ley vieja y extender la Iglesia a los gentiles. — Promulgándola el día de Pentecostés. b) Porque Cristo es su cabeza: — Por razón de su excelencia como Hombre-Dios. — Por razón de su gobierno, pues nos instruyó cuando moraba en la tierra, concedió a los apóstoles y sucesores la potestad de enseñar, regir y santificar, y en la actualidad dirige a la Iglesia de manera invisible y extra¬ ordinariamente por sí mismo, y de manera visible y ordinaria por el papa y los obispos. — Por razón de la mutua necesidad, pues Cristo quiso condicionar los frutos de la redención a la colaboración de los fieles. Por razón de la semejanza de naturaleza, pues Cristo se hizo consan¬ guíneo nuestro, y a su vez nos quiere semejantes a £1. — Por razón de la plenitud y perfección de los dones celestiales. — Por razón del influjo que ejerce sobre la Iglesia, al iluminarla y san¬ tificaría como autor y causa de la santidad. c) Porque Cristo es su sustentador: — Por razón de su misión jurídica, pues es El quien por la Iglesia bau¬ tiza, enseña, gobierna, etc. — Por razón del Espíritu Santo, que es él alma del Cuerpo místico y que Cristo concedió a la Iglesia como fuente de todo don. d) Porque Cristo es su Salvador: — Salvador de todos. — Pero especialmente de los fieles. — Y en cuya obra salvadora podemos nosotros prestarle ayuda. 3. La Iglesia es un Cuerpo místico: a) No físico , como el nacido de María y oculto en la Eucaristía: — En el cuerpo físico, cada parte no goza de subsistencia propia; en el místico, cada miembro goza de su propia personalidad. — En el cuerpo físico, los miembros tienen como suprema finalidad C.5. La Iglesia, Cuerpo místico 103 sólo el bien del conjunto; en el místico, el fin último es e! bien de cada uno de los miembros o personas. b) Ni puramente moral, con elementos exclusivamente ju¬ rídicos y sociales: — En el cuerpo moral el principio de unidad es el fin común y la cola¬ boración mutua bajo una autoridad; en el místico se da un nuevo elemento sobrenatural e infinito (el Espíritu Santo) que actúa como principio de unidad. — Por eso la Iglesia supera inmensamente a toda otra sociedad pura¬ mente natural, aunque ésta reconozca también a Dios como autor. c) Por consiguiente, hay que rechazar los errores: — de los que se forjan una Iglesia escondida e invisible. — de los que la consideran como una simple creación humana. — de los que desprecian la Iglesia «jurídica» en oposición a lo que lla¬ man «Iglesia de la caridad». — de los que creen deficiente su constitución jurídica, sin tener en cuenta que a ella pertenecen también los pecadores, de quienes las deficien¬ cias proceden. Segunda parte: Unión de los fieles con Cristo A. Semejanzas bíblicas La unión de Cristo y de los fieles se compara en la Es¬ critura: a) A la del vínculo matrimonial (Eph 5,22-23). b) A la de los sarmientos y la vid (lo 15,1-5). c) A la del organismo de nuestro cuerpo (Eph 4,16). d) A la unión inefable del Padre y del Hijo (lo 17,21-23). Vínculos de la unión 1. Jurídicos y sociales: a) El fin: la santificación de sus miembros. b) La fuente: la Santísima Trinidad. c) Los sacramentos, que alimentan la vida cristiana. d) Las leyes de la Iglesia, que la rigen y gobiernan. e) El Papado, representación viviente de Cristo. 2. Las virtudes teologales: a) La fe. b) La esperanza. c) La caridad, afectiva y efectiva, para con Dios y el pró¬ jimo. 104 P.l, Principios fundamentales de la vida cristiana C. La Iglesia «plenitud» de Cristo a) Cristo-cabeza forma en unión de sus miembros el «Cristo total»: — Por eso Cristo encuentra en su Iglesia su plenitud y complemento. — Por eso Cristo desde el cielo ve ante sus ojos y tiene unidos a sí a todos los miembros de la Iglesia con mucha más claridad y mucho más amor que una madre conoce y ama al hijo que lleva en su regazo, que cualquiera se conoce y ama a sí mismo. b) El amor de Cristo a los fieles se manifiesta principal¬ mente: — Por la fundación de la Iglesia. — Por la donación del Espíritu Santo, que habita en nosotros. — Por la institución de la Eucaristía. Tercera parte: Exhortación pastoral A. Errores sobre la doctrina del Cuerpo místico Hay que rechazar como perniciosos errores en torno a la doctrina del Cuerpo místico de Cristo: a) El falso misticismo de quienes juntan y reúnen en una misma persona física al Redentor y a los redimidos; y atribu¬ yendo a los hombres propiedades divinas, hacen a Cristo su¬ jeto de errores y concupiscencias. b) El falso quietismo de quienes atribuyen toda la vida espiritual del cristiano a la acción del Espíritu Santo, desde¬ ñando la libre cooperación del hombre. c) La falsa persuasión de que no hay que hacer tanto caso de la confesión frecuente de los pecados veniales, puesto que tenemos la confesión general que la Iglesia hace cada día por sus sacerdotes en nombre de los fieles. d) La falsa opinión de los que afirman que valen muy poco o nada las oraciones privadas de los fieles, para valorar tan sólo la oración común o pública hecha en nombre de la Iglesia. e) La afirmación de que hay que dirigir las oraciones al Eterno Padre por medio de Cristo, pero no al mismo Cristo. B, Exhortación a amar a la Iglesia i. Con amor sóltdo: a) Amando no sólo los sacramentos y solemnidades litúr¬ gicas, sino los mismos sacramentales y los diversos ejercicios de piedad. 105 C.5. ta iglesia, Cuerpo misino b) Observando sus leyes, incluso las que prescriben ciertas mortificaciones, como el ayuno y la abstinencia. c) Y amando a todos los miembros de la Iglesia, aunque algunos sean indignos y aun pecadores* a. Viendo a Cristo en la Iglesia: a) No sólo en el papa, los obispos y los sacerdotes, que forman la jerarquía. b) Sino también en todos los fieles, especialmente en los enfermos, en los heridos, en los débiles, en los niños y en los pobres. 3. Imitando el amor de Cristo a la Iglesia: a) En la plenitud del afecto, que no excluye a ninguna raza o estirpe, rii a los mismos enemigos, ni a los hombres que todavía no están unidos con nosotros en el cuerpo de la Igle¬ sia, pero que están llamados a ella y a la eterna salvación cómo nosotros. b) En la perseverancia en trabajar incansablemente en la edificación e incremento de la misma Iglesia, mediante la co¬ laboración de todos: sacerdotes, religiosos, miembros de la Acción Católica, asociaciones piadosas, padres y madres de familia* c) En la oración incesante, como Cristo practicó y ense¬ ñó, por los miembros de la Iglesia, por los paganos, por los hermanos separados—que deben entrar en la Iglesia, pero libre y espontáneamente—, por los gobernantes, responsables del bien de los pueblos, y por la paz. 4. Padeciendo con Cristo: a) Supliendo con ello lo que falta a su dolorosa pasión en pro de su Cuerpo místico, que es la Iglesia (cf. Col 1,24). El ganó tesoros infinitos, pero la distribución de estos tesoros depende no poco de nuestras mortificaciones y buenas obras. b) Levantando nuestros ojos al cielo y ofreciendo a Dios nuestros dolores, enfermedades, persecuciones, angustias, ca¬ lamidades de todo orden, etc., por el bien de todo el Cuerpo místico y de la humanidad entera. C. Invocación final a María, Madre de la Iglesia La Santísima Virgen María tiene especial relación con el Cuerpo místico de Cristo: a) Ella dio su consentimiento, en representación de todo el género humano, a la encarnación del Verbo, uniendo al 106 P.L Principios fundamentales de la vida cristiana Hijo de Dios con la naturaleza humana en una sola hipóstasis o persona. b) Ella dio a luz a Cristo, cabeza del Cuerpo místico. c) Ella presentó al recién nacido a los judíos y gentiles como Profeta, Rey y Sacerdote, d) Ella consiguió de Cristo el primer milagro en las bo¬ das de Caná, en Virtud del cual sus discípulos creyeron en El (lo 2,ir). e) Ella ofreció a Cristo en el Calvario por los pecados de los hombres, conquistando por un nuevo título de dolor y de gloria la maternidad espiritual sobre todos los miembros de Cristo. f) Ella consiguió que el Espíritu Santo se comunicara con dones prodigiosos a la Iglesia el día de Pentecostés. g) Ella, en fin, como Reina de los mártires, sufrió inmen¬ sos dolores y más que todos los fieles «cumplió lo que resta que padecer a Cristo en pro de su Cuerpo místico, que es su Iglesia» (Col 1,24). Hasta aquí el resumen esquemático de la encíclica Mystici corporis Christi t del inmortal pontífice Pío XII. Veamos aho¬ ra más detalladamente el papel de Cristo como cabeza del Cuerpo místico. 2 * Cristo,* cabeza del Cuerpo místico 3 79, Jesucristo es la cabeza del Cuerpo místico que es su Iglesia. Consta expresamente en la divina revelación: «A El sujetó todas las cosas bajo sus pies y le puso por cabeza de todas las cosas en la Iglesia, que es su cuerpo » (Eph 1,22-23; cf. 1 Cor I2ss). La prueba de razón la da Santo Tomás en un magnífico artículo que responde a la pregunta: «Si a Cristo, en cuanto hombre, le corresponde ser cabeza de la Iglesia» 4 . Al pasar a demostrarlo, establece el Doctor Angélico una analogía con el orden natural. En la cabeza humana, dice, podemos consi¬ derar tres cosas: el orden, la perfección y el influjo sobre el cuer¬ po. El orden, porque la cabeza es la primera parte del hombre empezando por la superior. La perfección, porque en ella se contienen todos los sentidos externos e internos, mientras que en los demás miembros sólo se encuentra el tacto. El influjo, finalmente, sobre todo el cuerpo, porque la fuerza y el movi¬ miento de los demás miembros y el gobierno de sus actos pro- 3 Cf. nuestra obra Jesucristo y la vida cristiana (BAC, Madrid 1961) n.88-89, donde expo¬ nemos largamente esta doctrina. * Cf. 111,8,1. CJ- La Iglesia, Cuerpo místico 107 cede de la cabeza por la virtud sensitiva y motora que en ella domina. Ahora bien: todas estas excelencias pertenecen a Cristo es- pirituálmente; luego le corresponde ser cabeza de la Iglesia. Porque: a) Le corresponde la primacía de orden , ya que es El el «primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,29) y ha sido constituido en el cielo «por encima de todo principado, potes¬ tad, virtud y dominación y de todo cuanto tiene nombre, no sólo en este siglo, sino también en el venidero» (Eph 1,21), a fin de que «tenga la primada Sobre todas las cosas» (Col 1,18). b) Le corresponde también la perfección sobre todos los demás, ya que se encuentra en El la plenitud de todas las gra¬ cias, según aquello de San Juan (1,14): «Le'hemos visto lleno de grada y verdad». c) Le corresponde, finalmente, el influjo vital sobre todos los miembros de la Iglesia, ya que «de su plenitud recibimos todos grada sobre gracia» (lo 1,16). San Pablo recogió en un texto sublimé estas tres funciones de Cristo como cabeza de la Iglesia cuando escribe a los colo- senses (1,18-20): «El es la cabeza del cuerpo de la Iglesia; El es el principio, el primogé¬ nito de los muertos, para que tenga la primacía sobre todas las cosas (oRr den), y plugo al Padre que en El habitase toda la plenitud (perfección) y por El reconciliar consigo, pacificando por la sangre de su cruz todas las cosas, así las de la tierra como las del cielo» (influjo). En otra parte, prueba Santo Tomás que Cristo es cabe¬ za de la Iglesia por razón de su dignidad , de su gobierno y de su causalidad 5 . Y la razón formal de ser nuestra cabeza es la plenitud de su gracia habitual , connotando la gracia de unión. De manera que es esencialmente la misma la gracia per¬ sonal por la cual el alma de Cristo es santificada y aquella por la cual justifica a los otros en cuanto cabeza de la Iglesia; no hay entre.ellas más que una diferencia de razón 6 . Extensión de la gracia capital de Cristo 80. ¿Hasta dónde se extiende esta gracia capital de Cris¬ to? ¿A quiénes afecta y en qué forma o medida? Santo Tomás afirma terminantemente que se extiende a los ángeles y a todos s Cf De veritate q.29 a.4. 6 Lo dice expresamente Santo Tomás: *Et ¡deo eadem est secimdum essentiam gratia personalis qua anima Christi est iustificata et gratia eivis secundum quam est caput Ecclesiae iustrficans alios: diífert tamen secundum rationem» (III,8,5). 108 P,l, Principios fundamentales de la vida cristiana los hombres (excepto los condenados), aunque en diversos grados y de muy distintas formas, Y asir 1) Cristo es cabeza de los ángeles.™ Consta expresamente en la Sa¬ grada Escritura, Hablando de Cristo, dice el apóstol San Pablo: «El es la cabeza de todo principado y potestad» (Col 2,10). La prueba de razón la da Santo Tomás, diciendo que donde hay un solo cuerpo hay que poner una sola cabeza. Ahora bien: el Cuetpo místico de la Iglesia no está formado por sólo los hombres, sino también por los án¬ geles, ya que tanto unos como otros están ordenados a un mismo fin, que es la gloria de la divina fruición. Y de toda esta multitud es Cristo la cabeza, porque su humanidad santísima está personalmente unida al Verbo y, por consiguiente, participa de sus dones mucho más perfectamente que los án¬ geles e influye en ellos muchas gracias, tales como la gloria accidental, ca- rismas sobrenaturales, revelaciones de los misterios de Dios y otras seme¬ jantes. Luego Cristo es cabeza de los mismos ángeles 7 . 2) Cristo es cabeza de todos los hombres, pero en diversos grados. He aquí cómo lo explica Santo Tomás 8 9 : a) De los bienaventurados lo es perfectísimamente, ya que están uni¬ dos a El de una manera definitiva por la confirmación en gracia y la gloria eterna. Dígase lo mismo de las almas del purgatorio, en cuanto a la confir¬ mación en gracia. b) De todos los hombres en gracia lo es también perfectamente, ya que por influjo de Cristo poseen la vida sobrenatural, los carismas y dones de Dios y permanecen unidos a El como miembros vivos y actuales por la gracia y la caridad. c) De los cristianos en pecado lo es de un modo menos perfecto, en cuanto que, por la fe y la esperanza informes, todavía le están unidos de alguna manera actual. d) Los herejes y paganos, tanto los predestinados como los futuros ré- probos, no son miembros actuales de Cristo, sino sólo en potencia; pero con esta diferencia: que los predestinados son miembros en potencia que ha de pasar a ser actual, y los futuros réprobos lo son en potencia que nunca pasará a ser actual o lo será tan sólo transitoriamente. e) Los demonios y condenados de ninguna manera son miembros de Cristo, porque están definitivamente separados de El y ni siquiera en po¬ tencia le estarán jamás unidos. 3, El cristiano, miembro del Cuerpo místico de Cristo 81. Como acabamos de decir, Cristo es la cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo místico. Echemos ahora una mirada sobre eí cristiano como miembro de ese Cuerpo místico. Tres son las condiciones indispensables para incorporarse plenamente a la Iglesia como miembro del Cuerpo místico de Jesucristo: estar bautizado, profesar íntegramente la fe cató¬ lica y no haberse separado de la Iglesia ni estar excomulgado. Escuchemos a Pío XII proclamando esta doctrina 7 Cf. III.8,4. s Cf. 111,8,3. 9 Encíclica Mjystici corpnris Chr.sti 11.21; cf. D 2286. C. 5 . La Iglesia, Cuerpo místico 109 «Entre los miembros de la Iglesia sólo se han de contar de hecho los que recibieron las aguas regeneradoras del bautismo» profesan la verdadera fe y no se han separado miserablementé ellos mismos de la contextura del cuerpo ni han sido apartados de él por la legítima autoridad a causa de gravísimas culpas». Detallando un poco más, el concilio Vaticano II promulgó la siguiente doctrina «A esta. sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su organización y todos los medios de salvación establecidos en ella, y- en su cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los obispos, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del go¬ bierno y comunión eclesiástica. No se salva, sin embargo, aunque esté im corporado a la Iglesia, quien, no perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia «en cuerpo», pero no «en corazón». Pero no olviden todos los hijos de la Iglesia, que su excelente condición no deben atribuirla a los méritos propios, sino a una gracia singular de Cristo, a la que, si no res¬ ponden con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad» (cf. Le 12,48). Estas últimas palabras del concilio Vaticano II han de ha¬ cer reflexionar seriamente al cristiano sobre su gran responsa¬ bilidad como miembro del Cuerpo místico de Cristo. Porque si es verdad que pertenecer a la Iglesia es su mayor timbre de gloria y gracia espéciálísima de Cristo, no lo es menos que esa su excelsa condición lleva consigo tremendas responsabili¬ dades. En la Iglesia todo es social y colectivo. Todo cuanto de bueno o de malo haga o deje de hacer el cristiano repercute inevi¬ tablemente en toda la Iglesia para aumentar o disminuir su propia vitalidad sobrenatural . De manera semejante a como una sola gota de agua que se añada o se quite hace subir o bajar el nivel de una serie de vasos comunicantes, cualquier acto de virtud —por pequeño e insignificante que sea—realizado por un cris¬ tiano hace subir el nivel sobrenatural de toda la Iglesia; lo mis¬ mo que cualquier pecado de comisión o de omisión—por muy venial e insignificante que sea—disminuye y recorta algo de aquella vida divina que Cristo nos mereció con su sangre pre¬ ciosa y que circula incesantemente por las venas de la Iglesia. ¡Tremendo misterio, tan sublime en su aspecto positivo como aterrador en el negativo! El cristiano debería tener constantemente ante sus ojos esta proyección social inherente a todos sus actos para regular por ella las actividades todas de su vida. Nada debería .alejar¬ nos tan radicalmente del pecado como la consideración del 10 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia n,i4, promulgada por Pablo VI el 21 de noviembre de 1964, ... 110 P.l. Principios fundamentales de la vida cristiana daño que con él inferiríamos a toda la Iglesia, y pocas ideas deberían impulsarnos a procurar con tanto empeño nuestra propia santificación como el pensamiento de que con ella au¬ mentaremos la energía sobrenatural de todo el Cuerpo místico de Cristo. Esta proyección social de toda la vida del cristiano como miembro de la Iglesia, no anula, sin embargo, en modo algu¬ no, su propia personalidad individual. Así como en el orga¬ nismo corporal cada uno de los miembros contribuye y cola¬ bora al bien de todo el cuerpo, pero conservando su autono¬ mía funcional, propia (v.gr., el corazón impulsando la sangre, el cerebro dirigiendo la vida sensitiva, etc.); de manera seme¬ jante el cristiano, como miembro del Cuerpo místico de Cristo, ha de contribuir al bien de toda la Iglesia conservando y per¬ feccionando su propia personalidad individual. Ello quiere de¬ cir que ha de trabajar, ante todo y sobre todo, en su propia santificación individual, como condición indispensable y medio más necesario para influir sobrenaturalmente sobre todo el conjunto de la Iglesia. Sería un gran error—en efecto—sacrificar la propia e in¬ dividual santificación so pretexto de entregarse de lleno al ser¬ vicio del prójimo. Una actividad apostólica tan intensa y tre¬ pidante que nos obligara, por ejemplo, a suprimir nuestra vida de oración o reducirla a límites demasiado estrechos, sería de consecuencias muy funestas no sólo con relación a nosotros mismos, sino incluso con relación a toda la Iglesia. Es preciso proclamar con fuerza estos principios, que, por desgracia, se echan en olvido con demasiada frecuencia, entre la agitación, y el torbellino de una actividad apostólica demasiado indiscreta y febril. El ejercicio del apostolado—que obliga a todo cris¬ tiano sin excepción no nos autoriza a olvidarnos de nos¬ otros mismos, ni debe dispensarnos jamás del ejercicio de la oración callada y solitaria, del trato íntimo y sosegado con Dios, sin el cual es del todo imposible la perfección y la santi¬ dad. Por lo demás, nunca seremos tan útiles al prójimo y a toda la Iglesia de Cristo como cuando tratemos en serio de incrementar nuestra vida de oración y de trato con Dios. Es¬ cuchemos a San Juan de la Cruz proclamando con fuerza esta doctrina 12 : «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho 1 1 *La responsabilidad de diseminar la fe incumbe a todo discípulo de Cristo en su parte» (Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, nt.17). Cf. el n.667 de esta obra. 12 Cf. Cántico espiritual, anotación para la canción 29. 111 C.5. La Iglesia, Cuerpo místico harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración, aunque no hubiesen llegado a tan alta como ésta. Cierto, entonces harían más y con menos trabajo con una obra que con mil, mereciéndolo su oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ella; porque de otra manera, todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a envanecer la sal (Mt 5,13), que, aunque más parezca que hace algo por de fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios». SEGUNDA PARTE El organismo sobrenatural y la perfección cristiana En esta segunda parte de nuestra obra expondremos los elementos que constituyen el organismo de la vida sobrena¬ tural y precisaremos en qué consiste la perfección cristiana y sus relaciones con la vida mística, procedente de la actuación de los dones del Espíritu Santo en el alma justa. Dividiremos nuestro estudio en cuatro capítulos: 1. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural. 2. La perfección cristiana. 3. Naturaleza de la mística. 4. Relaciones entre la perfección y la mística. CAPITULO I Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural Nociones previas Antes de comenzar el estudio de nuestro organismo sobre¬ natural es conveniente tener en cuenta ciertas nociones elemen¬ tales sobre la vida natural y sobrenatural del hombre. i« La vida natural del hombre 82* El hombre es un ser misterioso que se compone de cuerpo y de alma, de materia y de espíritu, íntimamente aso¬ ciados para formar una sola naturaleza y una sola persona. De él se ha dicho con justicia que es un mundo en pequeño, un microcosmos , síntesis admirable de la creación entera. «El hombre—dice hermosamente San Gregorio—tiene algo de todas las demás criaturas; porque tiene el ser como las piedras, la vida como los árbo¬ les, la sensibilidad como los animales y la inteligencia como los ángeles» h El hombre—en efecto—existe como los seres inanimados; se nutre, crece y se reproduce como las plantas; como el ani- 1 San Gregorio, Hom. 29 super Evang.: ML 76,1214. C.l . Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural 113 mal, conoce los objetos sensibles, se dirige a ellos por el apetito sensitivo, con sus emociones y pasiones, y se mueve coi> movi¬ miento inmanente y espontáneo; como el ángel—en fin—pero en grado inferior y de diferente manera, conoce intelectual¬ mente el ser suprasensible bajo la razón de verdadero , y su vo¬ luntad se dirige hacia él bajo el concepto de bien racional. El mecanismo y funcionamiento de todos estos elementos vitales en su triple manifestación vegetativa , sensitiva y racional cons¬ tituye la vida natural del hombre. Estas tres manifestaciones de su vida natural no están sobrepuestas o desvinculadas entre sí, sino que se compenetran, se coordinan, y complementan mutuamente para concurrir a un mismo fin, que no es otro que la perfección natural de todo el hombre. .; 2 . La vida sobrenatural 83, No hay en la naturaleza del hombre ningún elemento que exija o postule, próxima o remotamente, el orden sobrena¬ tural. La elevación a este orden es un favor de Dios totalmente gratuito, que rebasa y trasciende infinitamente las exigencias de la naturaleza 2 . Hay, sin embargo, una estrecha analogía entre el orden natural y el sobrenatural. Porque la gracia no viene a destruir la naturaleza ni a colocarse al margen de ella, sino precisamen¬ te a perfeccionarla y elevarla. El orden sobrenatural constituye para el hombre una verdadera vida, con un organismo seme¬ jante al de la vida natural. Porque así como en el orden natu¬ ral podemos distinguir en la vida del hombre cuatro elementos fundamentales, a saber: el sujeto, el principio formal de su vida, sus potencias y sus operaciones, de manera semejante en¬ contramos todos esos elementos en el. organismo sobrenatu¬ ral. El sujeto es el alma; el principio formal de su vida sobrena¬ tural es, la gracia santificante; las potencias son das virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo, y las operaciones..son los actos de esas virtudes y dones. Con ello tenemos ya perfila¬ do en sus líneas fundamentales el camino que vamos a recorrer en este capítulo. Vamos a examinar por separado cada una de las siguientes cuestiones: 1) La gracia santificante. 2) Las potencias sobrenaturales. 3) Las gracias actuales. 2 Cf. n.1001-1007 1009 1021 1023S 1079 r6715. Tcol. perfección 6 114 PJL El organismo sobrenatural y la perfección cristiana Con esto 1 habremos examinado todos los elementos esen¬ ciales de nuestro organismo sobrenatural en su doble aspecto estático y dinámico. ARTICULO i La gracia santificante I. Nociones previas de psicología 84* No son necesarias aquí más que unas brevísimas no¬ ciones de psicología acerca del alma humana , que es el sujeto donde radica nuestra vida sobrenatural. El alma humana es una sustancia espiritual que en su ser y en su obrar es, de suyo, independiente de la materia; si bien, mientras permanece unida al cuerpo, se sirve de los órganos corporales para el ejercicio de ciertas funciones. Con todo, el alma no es una sustancia completa ni puede propiamente lla¬ marse «persona». El yó t la persona, no es el cuerpo solo ni el alma sola, sino el compuesto que resulta de la unión sustancial entre los dos. Sabemos no sólo por la razón y la sana filosofía 3 , sino in¬ cluso por la solemne declaración dogmática de la Iglesia 3 4 , que el alma es la forma sustancial del cuerpo. En virtud de esta información sustancial, el hombre tiene el ser de hombre,/de animal, de viviente, de cuerpo, de sustan¬ cia y de ser. Por consiguiente, el alma le da al hombre todo el grado esencial de perfección y, además, comunica al cuerpo el acto del ser con que ella existe 5 . El alma no es inmediatamente operativa 6 . Como sustancia que es, se nos da en el orden del ser, no en el de la operación. Como toda sustancia, necesita para obrar de potencias o facul¬ tades—el entendimiento y la voluntad—, que emanan de la esencia del alma como de su propia raíz aunque se distinguen realmente de ella y mutuamente entre sí 8 . Tal : es el sujeto donde asienta y descansa nuestra vida so¬ brenatural. La gracia, que es el principio formal de ella, radica en la esencia misma de nuestra alma de una manera, estática. Las virtudes y los dones, que son el elemento dinámico sobre - 3 Cf. 1,76,1. 4 Lo definió expresamente el concilio de Viena; cf. D 481. 5 Thesú thom , 16. Es una de las 24 tesis tomistas propuestas por la Sagrada Congrega¬ ción de Estudios como normas de dirección completamente seguras (cf. AAS 6,383ss). 115 C.l. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural natural, residen en las potencias, o facultades precisamente para elevarlas también al orden sobrenatural. De momento no hace falta nada más. II. La gracia santificante en sí misma 8 5. El principio formal de toda nuestra vida sobrenatural es la gracia santificante . Soberana, aunque accidental participa¬ ción de la naturaleza misma de Dios, al infundirse en nuestra alma, nos eleva al rango de hijos suyos y herederos de la gloria. «Somos hijos de Dios—exclamaba San Pablo—; y, siendo hijos, somos también herederos: herederos de Dios y coherederos con. Cristo» K Y en su magnífico sermón del areópago insiste en que somos de la raza de Dios: Siendo, pues, linaje de Dios ... 10 . Esta misma verdad hace resaltar Santo Tomás cuando, comen¬ tando la expresión de Sarf Juan «ex Deo nati sunt», escribe: «Esta generación, por cuanto es de Dios, nos hace hijos de Dios» 11 . Vamos a examinar la naturaleza de la gracia, el sujeto don¬ de radica y los efectos que produce en el alma, Son las tres cuestiones fundamentales para nuestro objeto. 1. Naturaleza de la gracia santificante 86. Puede definirse la gracia diciendo que es una cualidad sobrenatural inherente a nuestra alma que nos da una participación física y formal—aunque análoga y acciden¬ tal — de la naturaleza misma de Dios. Examinemos los elementos de esta definición. 1) Es una cualidad.—La cualidad, en filosofía, es «un accidente dis¬ positivo de la sustancia». Pero se distinguen comúnmente cuatro especies de cualidades. Si disponen a la sustancia bien o mal en sí misma , tenemos el hábito y ía disposición; si la disponen en orden a la acción, se llaman poten¬ cia e impotencia; en orden a la recepción son la pasión y lú cualidad pasible , y en orden a í¿x cantidad no son otra cosa que la forma y la figura. Salta a la vista que la gracia santificante no puede pertenecer a ninguna de las tres últimas especies de cualidad, ya que no se ordena directamente a la operación, como la potencia e impotencia, ni es accidente corpóreo, como la pasión, la cualidad pasible, la forma y la figura. Tiene, pues, que perte¬ necer—al menos reductiyamente —al primer género de cualidad; y, dentro de él, al hábito, no a ía simple disposición, ya que se trata de una cualidad de suyo permanente y difícilmente movible. 2) Sobrenatural.—Es evidente. La gracia es el principio formal de nuestra vida sobrenatural, aquello que nos eleva y constituye en ése orden. . 3 Rom 8,16-17. 10 Act .17,29. 11 S. Thom., Comnumt. in Evang. lo. 1,13. 116 P.Il, El organismo sobrenatural y la perfección cristiana En cuanto sobrenatural, está mil veces por encima de todas las cosas natu¬ rales, trascendiendo y rebasando la naturaleza toda y haciéndonos entrar en la esfera de lo divino e increado. Santo Tomás ha podido escribir que la más mínima participación de la gracia santificante, considerada en un solo individuo, supera y trasciende el bien natural de todo el universo 12 , 3) Inherente a nuestra alma.—Lo negaron los protestantes con su teoría de la justificación por imputación extrínseca de los méritos de Cristo; pero es verdad de fe definida por el concilio de Trento 13 , Santo Tomás lo razona profundísimamente, apoyándose en un principio teológico sublime: «el amor de Dios infunde y crea la bondad en las cosas» 14 . En este principio radicada principal diferencia que distingue el amor humano -del divino. En nosotros, el amor nace del objeto bueno, real o aparente, al paso que Dios crea ía bondad del objeto por el mero hecho de amarlo. Y como el amor se complace en aquello que se le. asemeja, de ahí que la gracia, por la cual Dios nos ama con amor de amigo, nos eleve en cierto modo a su rango, nos deifique mediante una participación formal de su misma naturaleza di¬ vina: «Es necesario que sólo Dios, deifique, comunicando su divina natura¬ leza por cierta participación de semejanza» 15 . Más brevemente: Dios ama con amor sobrenatural absoluto al hombre que le es grato y caro; pero como el amor de Dios es causa de lo que ama, síguese que tiené que producir, en el hombre que le es de esa manera grato, la razón de esa bondad sobrena¬ tural, es decir,-la gracia 16 . 4) Que nos da una participación física y formal—aunque anᬠloga y accidental—de la naturaleza misma de Dios,—La participación no es otra cosa que la asimilación y expresión inadecuada en una cosa infe¬ rior de alguna perfección existente en una cosa superior. «Porque—dice a este propósito Santo Tomás—lo que es totalmente alguna determinada cosa, no participa de ella, sino que se identifica con ella. Pero lo que no es total¬ mente esa cosa, pero tiene algo de ella, se dice propiamente que participa de ella» 17 . La participación puede ser moral o física. La física se subdivide en vir¬ tual y formal; y la formal puede ser unívoca o análoga . Son conceptos cono¬ cidos que no es menester explicar 18 . Teniendo en cuenta todos estos elementos, decimos que la gracia san¬ tificante nos da una participación física y formal, aunque análoga y acciden¬ tal, de la naturaleza divina. a) Participación físíca y formal.— Que ella nos hace participantes de la naturaleza divina, es una verdad que consta expresamente en la Sa- 12 «Bonum gratiae unius maius est quam bonum naturae totius universa (1-11,113,9 ad 2). 13 «Si alguno dijere que los hombres son justificados solamente por la imputación de la justicia de Cristo o por la sola remisión de los pecados, excluida la gracia y la caridad que se difunde por el Espíritu Santo en sus corazones y a eílcs se adhiere o que la gracia por la que somos justificadas es tan sólo el favor o benevolencia de Dios, sea anatema* (D 821). 14 1 , 20 , 2 - , 14 10,1; cf. De veritate q.27 a.i, 17 Metaphys. I.lect.To. 18 Sin embargo, en gracia a los no iniciados en filosofía, vamos a poner algunos ejemplos aclaratorios. Cada uno dé los miembros de una corporación participa moralmente de su buena o mala fama. La luna participa físicamente de la luz del sol. Las flores y frutos están virtual- mente contenidos en el árbol que los ha de producir, y aun en la semilla del mismo. La ani¬ malidad es participada formalmente por el hombre y el bruto (los dos son animales, aunque difieran específicamente entré si).. Si la participación formal se dice.o.predica de todos los sujetos participantes del mismo y {mico modo (como la humanidad se dice de todos los hombres en idéntico sentido), tenemos una participación unívoca ; si, por el contrario, se predica de varios sujetos de modo diferente o proporcional (como el ser se predica de Dios, del ángel, del hombre, de los animales, plantas y piedras, pero de modo diferente c en distinta propor¬ ción), tenemos una participación análoga. C.l. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural 117 grada Escritura. Dice el apóstol San Pedro: «Y nos hizo merced de precio¬ sas y' ricas promesas para hacernos así partícipes de la divina naturalezas (2 Petr 1,4). No cabe hablar más claro ni de una manera más explícita. Lo confirma la liturgia de la Iglesia al cantar en el prefacio de la As¬ censión refiriéndose a Cristo: «Subió al cielo para hacemos partícipes de su divinidad ¡Con qué persuasiva elocuencia trata de inculcarlo en él alma de sus oyentes el gran San León Magno!: «Conoce, cristiano, tii dignidad y, hecho partícipe de la divina naturaleza, no quieras volver a la vileza de tu antigua. condición* 19 . ' 7 ^ Pero es preciso examinar aquí él modo cón ^ue la gracia santificante participa dé la naturaleza divina. Dios no es semejante a las criaturas, ya que El y sólo El es eí ser por esenciáí siendo todas las criaturas seres por participación. Pero, no obs¬ tante, las criaturas son; dé alguna manera, semejantes a Dios; porque como todo agente produce algo semejante a sí, es necesario que en el efecto este la semejanza de la forma agente 2 9. Sin embargo, no se puede decir que las criaturas sean semejantes a Dios por comunicación en la forma según ja misma razón de género y de especie, sino únicamente según cierta ana¬ logía, en cuanto que Dios es el ser por esencia, y las criaturas por partici¬ pación 21. Ahora bien: hay tres géneros de criaturas que imitan analógicamente a Dios y le son de alguna manera semejantes: 1 a) Las criaturas irracionales .-^-Participan de la perfección divina en cuanto tienen ser, y esta tan remota semejanza se llama vestigio; porque así como por ei vestigio o impresión del pie se puéde rastrear, siquiera imper¬ fectamente, al autor dé esa huella, así por las criaturas se puede rastrear al Creador. En este sentido, se dice que las criaturas irracionales son como la huella; el rastro, el vestigio del Creador 22 . b) Las criaturas racionales, en cuanto dotadas de inteligencia , imitan y representan las perfecciones de Dios de una manera más expresa y deter¬ minada; y por esto se llaman imagen natural de Dios. c) Las almas en gracia, en cuanto que están unidas a Dios con amor, de amistad , le imitan de una manera muchísimo más perfecta, y por eso se llaman y son propiamente imagen sobrenatural de Dios. Esta imagen de Dios como autor del orden sobrenatural, ¿exige para ser perfecta una verdadera participación física y formal de la naturaleza misma de Dios? Indudablemente que sí. Aparte dé que es éste un dato precioso que se desprende inmediatamente de la revelación, he aquí las ra¬ zones teológicas que lo abonan: i> Las operaciones propias de alguna naturaleza superior no pueden hacerse connaturales a una naturaleza inferior sin que ésta participe dé aqué¬ lla de algún modo, toda vez que el efecto no puedé ser jamás superior a su causa y ¡a, operación sigue al sen Pero las operáciones propias de Dios—al menos algunas de ellas, tales como la visión beatífica, el amor beatífico, etc.— se hacen de algún modo connaturales al hombre por la gracia. Luego es evi¬ dente qu¡e el hombre participa de algún modo por la gracia de la naturaleza misma dé Dios física y formalmente. 2. a De la gracia brota una inclinación a Dios tal como es en sí mismo'. Ahora bien: toda inclinación se funda y radica en alguna naturaleza y mani¬ fiesta su condición. Pero una inclinación al orden divinó en sí mismo no San León Magno, Serm. 21 c.3: ML 54.192. 20 «Necesse est quod in efFectu sit similituclo fonnáe agentis» (1,4,3)- 21 1,4,3 ad 3. 22 S.Thom., In I Sent. d.3 q - 2 a 10. 118 P. 1 I. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana puede fundarse en una naturaleza de orden inferior; luego tiene que fundarse en una naturaleza divina, a! menos por participación . Y esa participación tiene que ser física y formal, puesto qué física y formalmente brota de ella aquella inclinación. . 3. a Por la naturaleza misma de las virtudes infusas. Las virtudes infu¬ sas—como veremos más adelante—son como las potencias o facultades para obrar sobrenaturalmente. Pero como la operación sigue al ser, una opera¬ ción sobrenatural brotada vitalmente del alma supone en ella ¡a presencia de una naturaleza sobrenatural, que no puede ser otra cosa que una partici¬ pación física y formal de la naturaleza misma de Dios. Y no se diga que, mediante una gracia'actual, puede un pecador reali¬ zar un acto sobrenatural sin necesidad de poner la gracia habitual en su alma. Esta objeción no invalida nuestro argumento, ya que en él hablamos de un acto brotado del alma de una manera connatural y sin violencia, no ✓del empuje violento al acto Segundó sin pasar por las disposiciones próxi¬ mas habitúales. Nos falta examinar en qué sentido decimos que la participación de la naturaleza divina por la gracia, aunque física y formal, es, sin embargó, análoga y accidental . b) Participación análoga. —Significa que la naturaleza divina no se nos comunica unívocamente, como el Padre la transmite a su Hijo por vía de generación natural eterna o como en Cristo la humanidad subsiste en la di¬ vinidad. El hombre por la gracia no se hace Dios ni por generación natural, ni por unión hipostática o personal, ni por una disolución panteísta de nues¬ tra sustancia en la divina, sino por una participación analógica , en virtud de la cual lo que existe en Dios de un modo infinito es participado por el alma en grado limitado o finito. «La gracia—escribe Santo Tomás—no es otra cosa que cierta semejanza participada de la divina naturaleza» 23 . El hierro metido en la fragua conserva su naturaleza de hierro y toma sola¬ mente las propiedades del fuego; el espejo iluminado por el sol no adquiere la naturaleza del sol, pero refleja su mismo resplandor. De semejante ma¬ nera, dice San León, «la dignidad original de nuestra raza está en que la forma de la divina bondad brille en nosotros como en un resplandeciente* espejo» 24 . c) Participación accidental.— La razón, clarísima, la da Santo To¬ más en las siguientes palabras; «Toda sustancia constituye, o bien la naturaleza misma del obje¬ to del que es sustancia, o al menos una parte de esta naturaleza... Ahora bien: como la gracia está por encima de la naturaleza humana, no es posible que. sea sustancia o forma sustancial del alma, sino únicamente una forma accidental o sobreañadida. En efecto: lo que es sustancial en Dios se comunica accidentalmente al alma que par¬ ticipa de la divina bondad» 25, Y esa comunicación accidental de lo que en Dios es substancial, es precisamente la gracia. Por otra parte, el concilio Tridentino enseña expresamente—como ya viraos—que la gracia habitual es inherente al corazón del hombre 16 . Ahora bien, lo que se inhiere en otro no es sustancia, sino accidente , como enseña la más elemental filosofía. Ni esto rebaja en nada la dignidad de la gracia con respecto a las sus : 23 111,62,1. 24 Serm. 12 (al. ii) de ieitmio c.i: ML 54,168. 25 T-II, 110,2 ad 2. 26 D 821. 119 C'l. Naturaleza y organismo, de la vida sobrenatural tancias naturales, puesto que, siendo un accidente sobrenatural, rebasa y trasciende por su propia esencia, infinitamente, todas las sustancias na¬ turales creadas o creables. No olvidemos aquellas palabras de Santo Tomás que hemos citado más arriba: «El bien sobrenatural de un solo individuo es mayor que el bien natural de todo el universo» 27 . Tal es la incomparable altura a que nos levanta , la gracia santificante. Para comprender menos imperfectamente esta di¬ vina grandeza es preciso examinar los admirables efectos que prodüce la gracia en el alma justificada; pero antes de señalar¬ los, veamos dónde reside, esto es, cuál es el sujeto de la misma. 2, Sujeto de la gracia 87. Esta cuestión hay que resolverla en función de aquella otra que se suscita al preguntar si la gracia se distingue o no de la caridad. Los teólogos que niegan su distinción real 28 afir¬ man que la gracia reside en la voluntad como,en su sujeto: pro¬ pio. Los que, por el contrario, afirman la distinción real entre la gracia y la caridad 29 ponen esta virtud en la voluntad, y la gracia santificante en la esencia misma del alma. Es esta última, indudablemente, la verdadera sentencia. He aquí los argumen¬ tos que lo prueban: 1,° La regeneración del hombre se hace por la gracia santi¬ ficante, Pero la regeneración afecta antes a la esencia del alma que a las potencias, porque la acción generativa se termina en la esencia. Luego la gracia reside en la esencia del alma- 30 -. 2. 0 Los accidentes espirituales que dan el ser se adhieren a la sustancia del alma y los que se ordenan a la operación se reciben, en las potencias, Pero la gracia santificante, confiere al alma el ser sobrenatural y la caridad se ordena a obtar. Luego la gracia santificante deberá adherirse a la esencia misma del alma, y la caridad a una de sus potencias, esto es, a la voluntad. 3. 0 «Toda perfección de las potencias del alma tiene razón de virtud» 31 . Pero, la gracia santificante no tiene razón de vir¬ tud ni se ordena por sí misma a la-acción- 32 . Luego la gracia santificante no es perfección de las potencias del alma, sino de su propia esencia. 21 1-11,113,9 ad 2. 28 Tales son, entre otros, Pedro Lombardo, Enrique de Gante, Escoto, Durando, Bacón y Biel. Santo Tomás (I-IT, 110,3 sed. contra; 111), Egidio Romano, Argentina, Capréolo, Medina, Soto, Suárez, Valencia, Salmanticenses y la mayor parte de los teólogos modernos. . 30 I-II, 110,4 sed contra. 31 I-JI,no,4 c. 32 1-11,110,3. 120 P.IL El organismo sobrenatural y la perfección cristiana 3* Efectos de la gracia santificante Examinada, siquiera sea tan someramente, la naturaleza de la gracia y el sujeto donde reside, veamos ahora cuáles son los admirables efectos que produce en el alma justificada. Ello .nos acabará de dar una idea .un poco menos imperfecta de las incalculables riquezas encerradas en esa misteriosa participación de la naturaleza misma de Dios. 88 . El primer efecto de la gracia santificante es darnos esa participación de la . naturaleza divina, de la que ya hemos ha¬ blado. Esta es la raíz y fundamento de todos los demás efectos procedentes de la gracia. Ahora bien: entre estos efectos ocupan lugar de preferencia, por su trascendencia soberana, los tres que señala San Pablo en su carta a los Romanos: «Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en él temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción por el que clamamos: lAbba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos /ujos de Dios . Y si hijos, también herederos ; herederos de Dios, coherederos de Cristo» (Rom 8,15-17). Apoyados en este sublime texto paulino, vamos a señalar los tres principales efectos que produce en nuestras almas la gracia santificante: 89. i.° La gracia nos hace verdaderamente hijos adoptivos de Dios.—Para ser padre es preciso transmitir a otro ser la propia naturaleza específica. El artista que fabrica una estatuario es el padre de aquella obra inanimáda, sino únicamente el autor. En cambio, los autores de nuestros días son verdaderamente nuestros padres en el orden natural, porque nos transmitieron realmente, por vía de generación, su propia naturaleza humana. ¿Es esta filiación natural de Dios la que se nos comunica por la gra¬ cia santificante? De ninguna manera. Dios Padre no tiene más que un solo Hijo, según la naturaleza: el Verbo Eterno. Sólo a El le transfiere eterna¬ mente, por una inefable generación intelectual, la naturaleza divina en toda su infinita plenitud. En virtud de esta generación natural, la segunda per¬ sona de la Santísima Trinidad posee la misma esencia divina de! Padre, es Dios exactamente como El. Por eso, Cristo, cuya naturaleza humana está hipostáticamente unida a la persona del Verbo, no es hijo adoptivo de Dios, sino hijo natural én todo el rigor de la. palabra 33 . . Nuestra filiación divina por medio de la gracia es de muy distinta na¬ turaleza, No se trata de una filiación natural, sino de una filiación adop¬ tiva. Pero es menester entender realmente esta verdad para no formarse una idea raquítica y empequeñecida de su sublime grandeza. Vamos a ex¬ plicarla un poco. La adopción consiste en la admisión gratuita de un extraño en una fa¬ milia, que le considera en adelante como hijo y le da derecho a la herencia de los bienes. La adopción humana exige tres condiciones. a) Por parte del sujeto , la naturaleza humana, porque se requiere una seinejanza de naturaleza con el padre adoptivo. Nadie puede adoptar una estatua o un anima!. 33 1,37,2; 111,23,4. C.L Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural ' 121 b) Por parte del adoptante, un amor gratuito y de libre elección. Nadie tiene derecho a ser adoptado, y, por lo mismo, nadie tiene obligación de adoptar! c) Por parte de los frenes es menester un verdadero derecho a la he¬ rencia del padre, adoptivo; de lo contrarió/ la adopción sería puramente ilusoria y ficticia. Ahora bien; la gracia santificante ños confiere una adopción divina que, realizando plenamente todas estas condiciones, las rebasa' y supera cón mucho. Porque las adopciones puramente humanas o legales vienen a reducirse, en último análisis, a una ficción jurídica, totalmente extrín¬ seca a la naturaleza dél adoptado, que le confiere—verdad—ante la so¬ ciedad humana los derechos de lós hijos,’ pero sin infundirle la sangre de la familia, sin que en su naturaleza y personalidad humana sé produzca realmente ninguna inmutáción intrínseca. En cambio, al adoptarnos hijos suyos. Dios Uno y Trino 34 nos infunde la gracia santificante, que nos dá, como hemos visto, una participación misteriosa,, pero .realísima y formal, de su propia naturaleza divina. Se trata, de una adopción intrínseca, que pone en nuestra alrnáv física y formalmente, úna realidad divina, que hace circular (empleando un lenguaje metafórico, que envuelve una idealidad ; su¬ blime) la sangre misma de Dios en lo más íntimo de nuestras almas. En virtud de este injerto divino, el alma se hace participante de la misma, vida de Dios.. Es .una verdadera generación, un nacimiento espiritual que imita la . generación natural y que recuerda, analógicamente, la: generación .eterna del Verbo de Dios. En una palabra; como dice expresamente el evangelista San Juan, ja gracia santificante no nos da únicamente el derecho a llamarnos hijos de Dios, sino que nos hace tales en realidad: «Ved qué amor nos ha mostrado reí. Padre, que seamos llamados hijos: de Dios, y lo seamos» ^. ¡Inefable maravilla que, parecería.increíble si no constara expresamente en la divina revelación! 90. 2. a Nos hace verdaderamente herederos dé- Dios.—Es : una consecuencia inevitable de nuestra filiación divina adoptiva. Lo dice expresa¬ mente San Pablo: «Si hijos, también herederos») (Rom 8,17). ¡Pero cuán diferente es, también por este capítulo, la filiación adoptiva de la gracia de las adopciones puramente humanas o legales! Entre los hombres los hijos no heredan sino cuando muere el padre, y tanto menor es la herencia cuan¬ tos más son los herederos. Pero nuestro Padre vivirá eternamente, y con El poseeremos uña herencia tal qué, a pesar del número de los participantes, no experimentará jamás ninguna mengua o disminución. Porque esta he¬ rencia, al menos en el principal de sus aspectos, es rigurosamente infinita. Es el mismo Dios, uno en esencia y trino en personas, el objeto fruitivo principal de nuestra herencia eterna de hijos adoptivos. «Tu recompensa será muy grande»: et merces tua magna nimis 36 , dijo Dios a Abraham y re¬ pite a cada alma en gracia. La visión beatífica y el goce fruitivo de Dios que lleva consigo: tal es la parte principal de la herencia qué corresponde, por la gracia, a los hijos adoptivos de Dios. Se les comunicarán, después de . esto, todas''.las riquezas de la divinidad, todo lo que constituye la feli¬ cidad misma de Dios y le proporciona un goce sin fin: son las perfecciones infinitas, inagotables, de la divinidad. Finalmente, Dios pondrá a nuestra disposición todos sus bienes exteriores: su honor, su gloria, sus dominios, su realeza. Todo esto proporcionará al alma una felicidad y dicha inexplica¬ bles, que colmará plenamente, en abundancia rebosante, todas sus aspira¬ ciones y anhelos, 34 Cf. 1,45,6; 111,23,2. 35 1 lo 3,1. 3fi Gen 15,1, 122 PJI. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana Y todo ello lo recibirá el alma como herencia debida a título de jus¬ ticia. La gracia es enteramente gratuita; pero una vez poseída nos da la capacidad de merecer el cielo a título de justicia. Porque la operación sigue la naturaleza del ser y el valor de una obra proviene ante todo de la digni¬ dad del que la efectúa; y, siendo la gracia una forma divina inherente al alma justificada, cualquiera acción sobrenatural de la que la gracia sea la raíz y el fundamento, dice una relación intrínseca a la gloria y lleva con¬ sigo la exigencia de la misma. Hay un perfecto paralelismo entre la gra¬ cia y la gloria. Están las dos situadas en el mismo plano, son sustancial¬ mente una misma vida. No hay entré ellas más que una diferencia de grado: es la misma vida en estado inicial o en estado consumado. El niño no difiere específicamente del hombre maduro: es un adulto en germen. Esó mismo ocurre con la gracia y con la gloria. Por eso pudó escribir Santo Tomás estas profundísimas palabras: <¡la gracia no es otra cosa que un comienzo de la gloria en nosotros» 37 . 91. 3. 0 Nos hace hermanos de Cristo y coherederos con El,—Es la tercera afirmación de San Pablo en el texto de la Epístola a los Romanos que hemos citado más arriba. Y esta relación se deriva inmediatamente de las otras dos anteriores. Porque, como dice San Agustín, «el que dice «Padre nuestro» al Padre de Cristo, ¿qué le dice a Cristo sino «hermano nuestro»? Por el hecho mismo de que la gracia nos comunica una participación de la vida divina que Cristo posee en toda su plenitud, es forzoso que ven¬ gamos a ser hermanos suyos. Quiso hacerse nuestro hermano según la humanidad para hacernos hermanos suyos según la divinidad: «Ut nos divinitatis suae tribueret esse participes» 59 . Dios nos ha predestinado —afirma San Pablo—para «ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos» 40 / Ciertamente que no somos hermanos de Cristo según la naturaleza, ni somos hijos de Dios en la forma misma con que.lo es El. Cristo es el. primogénito entre sus hermanos, pero también el Hijo unigénito del Padre. En el orden de la naturaleza es El el Hijo único; pero en el de la adopción, y la gracia es El nuestro hermano mayor, a la vez que nuestra Cabeza y la causa de nues¬ tra salud. Por esta razón el Padre se digna miramos como si fuésemos una mis¬ ma cosa con su Hijo. Nos ama como a El, lo tiene por hermano nuestro y nos confiere un título a su misma herencia. Somos coherederos de Cristo. El tiene derecho natural a la herencia divina, ya que es el Hijo, «a quien constituyó heredero de todo, por quien también hizo el mundo» 41 . Ahora bien: «convenía que aquel para quien y por quien son todas las. cosas, que se proponía llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por las tribula¬ ciones al Autor de la salud de ellos. Porque todos, así el que santifica como los santificados, de uno solo vienen, y, por tanto, no se avergüenza de lla¬ marlos hermanos, diciendo: Anunciaré tu nombre a mis hermanos , en me¬ dio de la asamblea te alabaré» 4 L Por esta causa, esos hermanos de Cristo han de compartir con El el amor y la herencia del Padre celestial. Dios nos ha modelado sobre Cristo: nosotros somos con El los hijos de un mis¬ mo Padre que está en los cielos. En definitiva, todo acabará realizándose el supremo anhelo de Cristo: que seamos uno con El, como El es uno con 37 11-11,24,3 ad 2. 38 ín lo. tr.21 11.3: ML 35,1565. 39 Prefacio de la Ascensión. 40 Rom 8,29. 43 Hebr i,2. 42 Hebr 2,10-12. ■HWMMM i 123 C.l. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural el Padre celestial 4 - 5 . ¡Realidades divinas que debieran enloquecemos de gratitud y de amor! Estos tres son los efectos principales de la gracia, pero no los únicos. He aqui algunos más: 92. 4. 0 Nos da la vida sobrenatural.—Esa participación física y for¬ mal de la naturaleza misma de Dios—que constituye la esencia misma dé la gracia—rebasa y trasciende infinitamente el ser y las exigencias de toda naturaleza creada o creable, humana o angélica. Con ella se eleva el hombre, no ya sobre el plano de lo humano, sino incluso sobre la misma naturaleza angélica. Entra en el planodelo divino, se hace como de la familia de Dios , empieza a vivir a lo divino. Lá gracia, por consiguiente, le ha co¬ municado una nueva vida sobreañadida, infinitamente superior a la de la naturaleza: una vida sobrenatural. 93 » S ° Nos hace justos y agradables á Dios.—Participación física como es de la naturaleza misma dé Dios : , la gracia’ nos da forzosamente una participación de la justicia y santidad divinas, ya que todos los atribu¬ tos de Dios están realmente identificados con su propia esencia divina. Por eso, la gracia santificante es absolutamente incompatible con el pecado mortal, que supone precisamente la privación de esa justicia y santidad Por eso, la gracia nos hace gratos y agradables a Dios, al contemplar en nosotros una irradiación de su hermosura/ un resplandor de su propia santidad. Lo enseñó hermosamente el concilio de Trento al decir que la justifica¬ ción del pecador por la gracia santificante «no es tan sólo la remisión de los pecados, sino también la santificación y renovación interior del hombre por la voluntaria recepción de la gracia y de los dones, por lo que el hombre de injusto se hace justó, y de enemigo, amigo», Y un poco más abájo añade que la única causa formal de esa justificación «es la justicia de Dios, no la que le hace a El justo, sino la que nos hace justos a nosotros; o sea la que, dada por él, nos renueva interiormente y hace que no solamente se nos repute como justos, sino que nos llamemos tales y lo seamos en verdad» 44 . 94. 6.° Nos da la capacidad para el mérito sobrenatural.—Sin la gracia, las obras naturales más heroicas no tendrían absolutamente ningún valor en orden a la vida eterna 45 .. Un hombre privado de la gracia es un cadáver en el orden sobrenatural, y los muertos nada pueden merecer. El mérito sobrenatural supone radicalmente la posesión de la vida sobrena¬ tural. Este principio es de un alcance incalculable en la vida práctica.: ¡Cuánto dolor, cuánto sufrimiento que podría tener un valor extraordinario en.orden a la vida eterna es completamente estéril y baldío por afectar a un alma privada de la gracia santificante! Mientras el hombre esté en pecado mor¬ tal, está radicalmente incapacitado para merecer ábsolutamente nada en el orden sobrenatural. 95. 7. 0 Nos une íntimamente con Dios.-^-Unidos ya con Dios en el simple orden natural por la acción conservadora divina, que le hace real¬ mente presente en todos los seres por esencia, presencia y potencia 45 , la gracia santificante viene a incrementar hasta lo indecible esta unión con Dios y a transformarla y ; elevarla a otro plano' infinitamente superior. En 45 lo 17,21-24. 44 Denz. 799 , 11 45 Cf. I Coi- 13,1*3. Cf. 1-11,114,2. 46 I,8,1-3. 124 PJl, B} organismo sobrenatural y la perfección cristiana virtud de esta nueva unión, Dios está realmente presente en el alma justi- iicada en calidad de amigo (ya no solo como Creador y Conservador), es¬ tableciéndose .una corriente mutua de amor y de amistad entro el alma y Dios y una especie de mutua /rans/urión de vidas : «Dios es caridad, y el que vive en caridad permanece en Dios y Dios en él» 47 . No cabe imaginar una unión más íntima con Dios fuera de la personal o.hipostática, que es propia y exclusiva de Cristo. Los últimos grados de desarrollo que pueda, alcanzar la gracia en esta,vida, la misma unión indisoluble procedente de la visión beatífica en la patria,, no son. sustancialmente diferentes de la que se'establece entre Dios y un alma que acaba de ser justificada por la infu-, sión de la gracia en su grado ínfimo.. Hay entre una y otras una diferencia de grado, pero dentro de la misma línea sustancial. |Tal es la inconcebible altura a que nos eleva la simple posesión del estado de gracia! 96. 8.° Nos hace templos vivos de la Santísima Trinidad.—És una consecuencia de todo cuanto venirnos diciendo, que consta expresamente en la divina revelación. IJ1 mismo Cristo se dignó revelarnos el misterio inefable: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada*A 8 , Es la realidad increada, riguro¬ samente infinita, que lleva consigo inseparablemente la gracia santificante. La inhabitación de las divinas personas en el alma justificada recibe en teología el nombre degrada increada. Es evidente, en efecto, que esa mha-. bitación es una realidad[infinita e increada, puesto que. es el mismo Dios; y no es menos claro y evidente que esa divina inhabitación se nos concede de una manera enteramente gratuita, es decir, sin que la reclame mérito alguno por nuestra parte: es una gracia insigne de Dios. Luego se trata, evidentemente, de una gracia increada. Ahora bien: esa gracia increada supone necesariamente la presencia en el alma de otra gracia creada , hasta el punto de que aquélla no sería posible sin ésta. Escuchemos al Doctor; Angélico explicando profundísimamente esta doctrina 49 : «El tránsito de la no posesión del Espíritu Santo a la posesión del mismo no se explica sin un cambio y mutación real que se obre, o .en el don mis¬ mo, o en el donatario. Pero como el Espíritu Santo—que es el Don que la criatura recibe—es pon su naturaleza absolutamente inmutable, forzoso es que el donatario, o sea, la criatura a quien se da el Espíritu Santo, experi¬ mente un cambio o mutación interior que la perfeccione y capacite para recibir y posesionarse del divino Espíritu. Ese cambio o mutación interior lo experimenta el alma por una cualidad creada, de orden sobrenatural, que recibe el nombre de gracia santificante, sin la cual el don del Espíritu Santo sería imposible para ella»., Esta gracia creadaTr^que no es otra que la gracia. habitual o. santificante, como se la designa comúnmente—-es la que formalmente nos santifica —por eso se llama santificante—y nos hace hijos de Dios por adopción. En. este sentido es para nosotros de mayor precio y valor que la misma inhabitación trinitaria, ya que ésta, aunque de suyo vale infinitamente más por tratarse de una realidad increada, no nos santifica formalmente —o sea, por informa¬ ción intrínseca y ontológica—, ya que Dios no puede ser forma de ningún ser creado, toda vez qué la forma constituye una parte de la esencia de ese ser y Dios no puede ser en modo alguno parte de ningún ser creado. La misma unión hipostática en Cristo no se verificó por in/ormación de la na¬ turaleza divina én la naturaleza humana de Cristo, sino por asunción o ele¬ vación de la naturaleza humana a la unión personal con el Verbo. 49 Santo Tomás, In II Sent . d.26 q;i a.i.; 47 1 lo 4,16. 48 lo 14.23. C.l. Naturaleza y organismo deM vida sobrenatural 125 ARTICULO 2 Las potencias sobrenaturales 97* Examinado ya el elemento estático o principio .formal de nuestra vida sobrenatural, que es la gracia santificante, en su naturaleza íntima y en sus principales efectos, veamos ahora el elemento dinámico, esto es, las potencias o facultades sobre¬ naturales, que no son otras que las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. Ya hemos dicho que hay una perfecta analogía entre nues¬ tro organismo natural y el sobrenatural, Y así como en el pri¬ mero nuestra alma no es inmediatamente operativa por su pro¬ pia esencia, sino que se vale para obrar de sus potencias o fa¬ cultades—entendimiento y voluntad—, que emanan de ella como de su propia raíz, algo semejante ocurre en nuestro or¬ ganismo sobrenatural. La gracia santificante, que constituye como la esencia de ese organismo sobrenatural, no es inmedia¬ tamente operativa, no es un elemento dinámico, sino estático; no se nos da en el orden de la operación, sino en el orden del ser. La razón es porque, aunque la gracia sea. de suyo un acci¬ dente—como ya hemos dicho—, hace, no obstante, las veces de sustancia en el orden sobrenatural; y por eso, a semejanza de las sustancias, necesita valerse para obrar de üiiá suerte de potencias sobrenaturales , que son infundidas por Dios en el alma juntamente con la misma gracia, de la que son insepara¬ bles 1 . Y estas potencias sobrenaturales no son otra cosa que las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. Este elemento dinámico de nuestra vida sobrenatural es tan importante en la teología de la perfección que es forzoso examinarlo con la amplitud que el caso requiere 2 . 1 A excepción de la fe y de la esperanza, que pueden subsistir sin la gracia, aunque de manera informe, como veremos más adelante. 2 Damos aquí por supuesto todo lo referente al tratado de las virtudes m genere y al de las virtudes naturales o adquiridas. 1 El lector podrá encontrar información suficiente sobre ello en cualquiera de los buenos manuales de moral que circulan entre nosotros, sobre todo en los de los PP. Prümmer y Merkelbach, O.P., que interpretan muy bien el pensamiento de Santo Tomás. Puede consultarse también nuestra Teología mordí para sentares (BAC 166). 126 P.ll. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana I. Las virtudes infusas El primer elemento dinámico de nuestra vida sobrenatural lo constituyen las virtudes infusas. He aquí el orden que vamos a seguir en nuestro estudio: 1. Existencia y necesidad. 2. . Naturaleza. 3. Su distinción de las naturales o adquiridas. 4. Propiedades generales, 5. División fundamental. Al final enumeramos, en forma de cuadros sinópticos, todas las virtudes morales que señala Santo Tomás en la Suma Teológica , agrupándolas en tomó a su principal y señalando brevísimamente la función u oficio de cada una dé ellas. 1. Existencia y necesidad 98* Su existencia y necesidad se desprenden de la natura¬ leza misma de la gracia santificante. Semilla de Dios, la gracia es un germen divino que pide, de suyo, crecimiento y desarrollo hasta alcanzar su perfección. Pero como la gracia no es por sí misma inmediatamente operativa-—aunque lo sea radicalmente , como principio remoto de todas nuestras operaciones sobrena¬ turales—, síguese que de suyo exige y postula unos principios inmediatos de. operación que fluyan de su misma esencia y le sean inseparables. De lo contrario, el hombre estaría elevado al orden sobrenatural tan sólo en el fondo de su alma, pero no en sus potencias o facultades operativas. Y aunque, en absoluto, Dios podría elevar nuestras operaciones al orden sobrenatural mediante gracias actuales continuas, se produciría, no obstante, una verdadera violencia en la psicología humana por la tremenda desproporción entre la pura potencia natural y el acto sobre¬ natural a realizar. Ahora bien: esta violencia no puede conci- liarse con la suavidad de la Providencia divina, que mueve a todos los seres en armonía y de acuerdo con su propia natura¬ leza. De ahí la necesidad de ciertos principios operativos sobre¬ naturales para que el hombre pueda tender al fin sobrenatural de una manera perfectamente connatural , con suavidad y sin violencias. Oigamos al Doctor Angélico exponer esta doctrina: «No es conveniente que Dios provea en menor escala a los que ama para comunicarles el bien sobrenatural, que a las criaturas a tas que sólo comunica el bien natural. Pero a las criaturas naturales de tal manera las provee, que no se limita a moverlas a los actos naturales, sino que también C.l. Naturaleza, y organismo de la vida sobrenatural 127 Ies facilita ciertas formas y virtudes» que son principio de actos» para que por ellas se inclinen a aquel movimiento; y de esta forma, los actos a que son movidos por Dios se hacen connaturales y fáciles sl esas criaturas. Con mucha mayor razón» pues, infunde a aquellos que mueve a conseguir el bien sobrenatural y eterno ciertas formas o cualidades sobrenaturales para que, según ellas, sean movidos por él suave y prontamente a la consecución de ese bien eterno» 5 ^ ' Más adelante, al examinar en particular las virtudes teolo¬ gales y morales, veremos el fundamento^escriturario de la existencia de las virtudes infusas y las diferentes opiniones de los antiguos teólogos sobre este particular. 2 . Naturaleza 99. Pueden definirse diciendo que son hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del alma para dis¬ ponerlas a obrar según el dictamen de la razón iluminada por la fe* Examinemos por separado los elementos de la definición. Hábitos operativos...—Es el elemento genérico de la definición, co¬ mún a todas las virtudes naturales y sobrenaturales 3 4 ; Desde el punto de vista psicológico, el hábito operativo es cuna cuali¬ dad difícilmente movible que dispone al sujeto para obrar fácil, pronta y deleitablemente». Da al sujeto facilidad para obrar, porque todo hábito es un aumento de energía en orden a su correspondiente acción; le da pron¬ titud , porque constituye úna como segunda naturaleza, en virtud de la cual se lanza el sujeto a la acción rápidamente; y le causa, finalmente, placer, porque de suyo lo produce siempre toda operación pronta, fácil, perfecta¬ mente connatural. ... infundidos por Dios en las potencias del alma,*.—Aquí tenemos una de las más radicales diferencias con las virtudes adquiridas: por razón de la causa eficiente 5 . Las virtudes naturales o adquiridas se engendran en el hombre a fuerza de repetir actos. En las sobrenaturales o infusas, IáT única causa productora es la infusión divina; de ahí su nombre de virtudes infusas. Y decimos que son ínfundidas por Dios en las potencias del alma .por¬ que se trata de hábitos operativos ordenados inmediatamente a la acción. Tienen por misión sobrenaturalizar las potencias, elevándolas al orden de la gracia y haciéndolas capaces de producir actos sobrenaturales. Sin ellas —o bien sin lá gracia actual, que tiene el poder de suplirlas en algunos casos, v.gr., en el pecador antes de la justificación—sería tan imposible al hombre hacer un acto de virtud sobrenatural como lo es al animal hacer un acto de inteligencia o de razón: trasciende y rebasa sus fuerzas naturales. Por aquí se ve, una vez más, la estrecha semejanza y analogía entre nues¬ tro organismo psicológico natural y el organismo sobrenatural. Santo To¬ más se complace en repetirlo: 3 1 - 11 , 110 , 2 . 4 Cf. MI,55. s 1-11,63,4 (sed contra y ad 3). 128 P.IL El organismo sobrenatural y la perfección cristiana «Como de láesencia del alma brotan sus potencias, que son prin¬ cipios de operación, así también de la misma gracia brotan las vir¬ tudes eii las potencias del alma, por las cuales esas potencias se mue¬ ven a los actos sobrenaturales» 6 . ... para disponerlas a obrar según el dictamen de la razón ilumi¬ nada por la fe.— Este es el principal elemento de diferenciación espe¬ cífica con las virtudes adquiridas: por razón de su objeto formal. Las vir¬ tudes infusas disponen las potencias para seguir el dictamen no de la sim¬ ple razón natural—como las virtudes adquiridas—, sino de la razón ilumi¬ nada por la fe. Los motivos de obrar de las adquiridas son pura y simple¬ mente natúraíes. Los de las infusas son de suyo estrictamente sobrenaturales. De ahí el abismo que separa a unas y otras virtudes por razón de su objeto o motivo formal, que es el elemento más característico en toda diferencia¬ ción específica. Examinemos ahora otra cuestión interesante. ¿Cómo se unen las virtudes infusas a las potencias naturales para cons¬ tituir con 'ellas un solo principio de operación? Para contestar a esta pregunta hay que tener en cuenta que —como acabamos de decir—las virtudes infusas tienen por misión perfeccionar las potencias naturales elevándolas al orden sobrenatural. Por consiguiente, el acto virtuoso sobrenatural brotará de la unión conjunta de la potencia natural y de la vir¬ tud infusa que viene a perfeccionarla. En cuanto acto vital tie¬ ne su potencia radical en la facultad natural, que la virtud in¬ fusa viene a completar esencialmente dándole la potencia para el acto sobrenatural. De donde todo el acto sobrenatural brota de la potencia natural en cuanto informada por las virtudes infusas , o sea, de la potencia natural elevada al orden sobrenatural. La potencia radical es el entendimiento o la voluntad; y el prin¬ cipio formal próximo— todo él—es la virtud infusa correspon¬ diente. 3, Diferencias entre las virtudes naturales y sobrenaturales 100. Las principales son las siguientes: ;i. a Por razón de su esencia.- —Las naturales son hábitos propiamente dichos, que no dan la potencia para obrar—ya la tiene la facultad de por sí—, sino sólo la facilidad de la opera¬ ción. Las sobrenaturales, en cambio, dári la potencia para obrar sóbreiiaturalmente—sin ella sería imposible, a menos de una violenta gracia actual—, pero no siempre la facilidad omnímo¬ da para el acto, como explicaremos en seguida. 2. a ' Por razón de la causa eficiente^— Las. naturales se adquieren por los principios de la naturaleza y nuestros propios actos; las sobrenaturales han de ser infundidas por Dios. MI,no, 4 ad 1. C ,1 . Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural 129 3. a Por razón de la causa final. —Con las virtudes na¬ turales, el hombre se condúce rectamente en orden a las cosas húmanaá y realiza los actos convenientes a su naturaleza ra¬ cional. Las sobrenaturales—en cambio—se nos dan para con¬ ducirnos rectamente en orden a nuestra condición de hijos adoptivos de Dios destinados a la vida eterna y en orden a ejer¬ cer los actos sobrenaturales convenientes a la naturaleza di¬ vina participada 7 . 4. a Por razón de su objeto formal. — En las naturales es el bien según la regla y luz de la razón natural, o la conformi¬ dad con el fin natural. En las sobrenaturales és el bien según la regla y luz sobrenatural de la fe, ó la conformidad con el fin sobrenatural. Es, pues, evidente que las virtudes infusas son específica- mente distintas; y extraordinariamente superiores a sus corres¬ pondientes naturales o adquiridas. Veamos ahora las principales propiedades de las virtudes infusas, que nos darán a conocer mejor su naturaleza misma. 4. Propiedades generales de las virtudes infusas, roí Prescindiendo de las cuatro propiedades que les son comunes con las virtudes adquiridas—a saber: a) que consisten en el medio entre dos ex¬ tremos (excepto las teologales, y aun éstas por razón del sujeto y del modo); b) que en estado perfecto están unidas entre sí por la prudencia (las infusas también por la caridad); o) que son desiguales en perfección; y d) que las que no incluyen imperfección perduran después de esta vida en lo que tienen de formal 8—, vamos a recoger brevemente algunas características propias de las virtudes infusas. Las principales son las siguientes: 1. ^ Acompañan siempre a la gracia santificante y se infunden juntamente con ella. —Es doctrina común entre los teólogos, aunque no está expresamente definida por la Igle¬ sia, como veremos al tratar en particular de la existencia de las virtudes teologales y morales. 2 . a Se distinguen realmente de la gracia santifican¬ te. —Basta recordar que la grada es un hábito entitativo que se infunde en la esenda misma del alma; y las virtudes, hábitos operativos que se infunden en las potencias, distintas realmente del alma 9 . 3. a Se DISTINGUEN ESPECÍFICAMENTE DE SUS CORRESPON¬ DIENTES adquirí das. —Ya lo hemos demostrado más arriba. 7 1-11,63,3. » cf. 1-11,64-67. 9 Cf. I-II,no,4 ad z. 130 P.Il, El organismo sobrenatural y la perfección cristiana 4. a Las poseemos imperfectamente. —Es ésta una pro¬ piedad que estudiaremos ampliamente—al tratar de la necesi¬ dad de los dones del Espíritu Santo—y que tiene gran impor¬ tancia en orden a la necesidad de la mística para la perfección cristiana. Santo Tomás habla claramente de ello 10 . 5. a Aumentan con la gracia.—Es cosa clara en la Sa¬ grada Escritura y en la enseñanza de la Iglesia. San Pablo es¬ cribe a los fieles de Efeso (4,15): «Crezcamos en caridad»; a los filipenses (1,9): «Yo ruego para que vuestra caridad se acre¬ ciente más y más en conocimiento y en toda discreción»; a los romanos (15,13): «Para que abundéis en esperanza por la vir¬ tud del Espíritu Santo», etc., etc. San Pedro escribe (2.^3,18): «Creced en la gracia y en el conocimiento de Nuestro Señor y salvador Jesucristo». Y, en fin, la santa Iglesia pide a Dios en su liturgia «aumento de fe, esperanza y caridad» 11 . Pero ha¬ blaremos más largamente de todo esto al estudiar en su lugar correspondiente el desarrollo de la vida sobrenatural con todas las cuestiones a él anejas. 6. a Nos DAN POTENCIA INTRÍNSECA PARA LOS ACTOS SOBRE¬ NATURALES, PERO NO LA FACILIDAD EXTRÍNSECA PARA ELLOS.- Ya lo hemos dicho más arriba. Esto explica por qué el pecador arrepentido experimenta grandes dificultades en la práctica de las virtudes opuestas a sus antiguos vicios. Es necesario para que esas dificultades desaparezcan que las virtudes infusas sean ayudadas por las. adquiridas; no por cierto intrínsecamente —porque el hábito natural de las virtudes adquiridas es abso¬ lutamente incapaz de perfeccionar intrínsecamente el hábito sobrenatural de las virtudes infusas—, pero sí extrínsecamente , removiendo los obstáculos, o sea, las inclinaciones perversas y la concupiscencia desordenada. Removidos estos obstáculos, las virtudes infusas empiezan también a obrar pronta y deleita¬ blemente 12 . 7. a Desaparecen todas—excepto la fe v la esperan¬ za—por el pecado mortal. —La razón es porque estas virtu¬ des son como propiedades fundadas en la gracia santificante; de donde, al destruirse o desaparecer la gracia, tienen que des¬ aparecer ellas también. Solamente permanecen—aunque en es¬ tado informe e imperfecto—la fe y la esperanza, como un último esfuerzo de la misericordia infinita de Dios para que el pecador pueda más fácilmente convertirse n , Pero, si se peca directa- 10 Cf. 1-11,68,2. 11 «... da nobis ñdei, sjdcí et caritatis augmentum» (dom. 13 post Pentec.). 12 Cf. S. Thom., De virtut. in com. a. 10 ad 14. 13 Cf. D 838 y 1407, y 1-11,71,4. 131 C.l. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural mente contra ellas, desaparecen también, quedando el alma totalmente desprovista de todo rastro de vida sobrenatural. 8. a No PUEDEN DISMINUIR DIRECTAMENTE. -Esta dismi¬ nución, en efecto, no podría sobrevenir más que por el pecado venial o por cesación de los actos de la virtud correspondien¬ te, ya que el pecado mortal no las disminuye, sino que las destruye totalmente. Ahofa bien: no pueden disminuir por el pecado venial, porque éste es una desviación del camino recto que conduce a Dios, pero dejando a salvo la tendencia al último fin sobrenatural, que es el propio de las virtudes infu¬ sas (cf, n.201). Ni pueden disminuir por cesación de los actos, puesto que", tratándose de virtudes infusas, así como no fue¬ ron causadas por los actos humanos, tampoco pueden dismi¬ nuir por simple cesación de los mismos. Sin embargo, indirec¬ tamente , las virtudes infusas disminuyen por los pecados ve¬ niales, en cuanto que éstos amortiguan el fervor de la caridad, impiden progresar en la virtud y predisponen para el pecado mortal 14 . Tales: son las principales propiedades de las virtudes infu¬ sas. Veamos ahora su división fundamental. 5. División de las virtudes infusas 103. Es análoga a la de los hábitos naturales. Unas orde¬ nan las potencias al fin, otras las disponen con relación a los medios. Lo primero especifica a las virtudes teologales; lo se¬ gundo, a las morales. Las primeras responden, en el orden de la gracia, a lo que son en el de la naturaleza los principios naturales, que ordenan al hombre a su fin natural; las segundas responden a las virtudes adquiridas, que le perfeccionan con relación a los medios. Una vez más aparece aquí la estrecha semejanza y analogía entre el orden natural y el sobrenatural. Hagamos ahora un breve estudio in genere de cada uno de estos grupos. El estudio detallado de cada una de las virtudes lo reservamos para la tercera parte de nuestra obra. A. Las virtudes teologales 103. 1. Existencia.—La^xistencia de las virtudes teo¬ logales consta claramente én la Sagrada Escritura. He aquí unos cuantos textos inequívocos de San Pablo: «El amor de Dios—la caridad—se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado# (Rom 5,5). n Cf. IMI,24,10. 132 PJL El organismo sobrenatural y la perfección cristiana «Porque sin la fe.es imposible agradar a Dios» (Heb 11,6). «Ahora permanecen estas tres cosas: ía fe, la esperanza, la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad» (i Cor 13,13)* No cabe hablar con mayor claridad y precisión, Después de la Sagrada Escritura viene el Magisterio de la Iglesia. Inocencio III dice que discuten los teólogos si los niños reciben en el bautismo las virtudes infusas; pero nada resuel ¬ ve 15 . Clemente V en el concilio de Viena lo enseña como .más probable, pero sin definirlo expresamente ió . Por fin, el con¬ cilio de Trento enseña con fórmulas equivalentes que el hom¬ bre recibe con la gTacia otros dones de fe, esperanza, caridad, etcétera 17 . Como los actos no se infunden, hay que . concluir que se trata de hábitos permanentes, o sea, de virtudes infusas. Sobre si esa existencia está o no expresamente definida, discuten los teólogos. Entre otros, Vega, Ripalda, Suárez y Benedicto XIV dicen que sí, aludiendo al concilio de Trento. Pero Soto, Medina y Báñez dicen que no entró en el ánimo del concilio definirlo expresamente , aunque lo dijo equi¬ valentemente. Se trata, pues, por lo menos de una verdad próxima fideu Biílot dice que es una conclusión teológica certísima. Por lo demás, ningún teólogo antiguo ni moderno lia negado jamás la existencia de las virtudes teologales. Solamente el Maestro de las Sentencias, Pedro Lombardo, erró al identificar la caridad con el mismo Espíritu Santo, con lo cual quedaba destruida como virtud. La existencia de las virtudes teologales es. postulada por la naturaleza misma de la gracia santificante. No siendo ella in¬ mediatamente operativa—como ya vimos-—, necesita princi¬ pios operativos sobrenaturales para crecer y desarrollarse has¬ ta alcanzar su perfección. Ahora bien; entre estos principios, unos deben referirse al fin sobrenatural (virtudes teologales) y otros a los medios a él conducentes (virtudes morales infusas). Es una razón que tiene su fuerza, principalmente, habida cuen¬ ta de la suavidad de la Providencia divina,, que nos es conocida por la revelación. 104. 2. Naturaleza.—Las virtudes teologales son prin¬ cipios operativos con los cuales nos ordenamos directa e inme¬ diatamente a Dios como fin último sobrenatural. Tienen al mismo Dios por objeto material y uno de los atributos divinos por objeto formal . En cuanto estrictamente sobrenaturales, sólo Dios puede infundirlas en el alma, y su existencia única¬ mente puede ser conocida por la revelación 18 . . 13 Cf. D 410. Cf. D483. 17 Cf. D 799 800 y 821. 13 Cf. 1-11,62,1. C.l . Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural ; 133 105. 3. Número.—Son tres: la fe, la esperanza y la caridad. La razón del número ternario .es porque con ella se realiza perfectamente Ja unión inmediata con Dios, que exige su naturaleza de virtudes teologales. Porque la fe nos lo da a conocer y nos une con El como Primera Verdad:, «sub ratione Veri»; la esperanza nos lo hace desear como Bien sumo para nosotros; y la caridad nos une con El con amor de amistad, en cuanto infinitamente bueno en Sí mismo. Y no puede haber nuevos aspectos en la unión con Dios, puesto que, aunque las perfecciones divinas sean infinitas, no pueden ser alcanzadas por los actos humanos más que bajo la razón de Verdad—por la inteligenciado bajo la razón de Bien—por la voluntad—. Y únicamente esta última admite un desdoblamiento: bien para nosotros (esperanza) o en Sí mismo (caridad) 19 . Que jas virtudes teologales sean distintas entre sí, es cosa que no puede ponerse en duda, puesto que pueden separarse realmente. La fe puede subsistir sin la esperanza y la caridad (v.gr., en él que hace un acto de deses¬ peración, pero sin perder la fe); la esperanza puede subsistir sin la caridad (aunque no sin la fe) por cualquier pecado mortal que no vaya directamente contra la fe o la esperanza; la caridad subsistirá eternamente en el cielo sepa¬ rada de la fe y de la esperanza, que habrán desaparecido 2i) ; y, por fin, en este mundo, la fe y la esperanza pueden subsistir sin la caridad, lo cual ocurre siempre que se comete un pecado mortal que no vaya directamente contra ellas. Claro que en todos estos casos la fe y la esperanza permanecen en el alma en estado informe —ya que, como veremos más adelántenla cari¬ dad es la forma de todas las virtudes—, y no tienen*. por lo mismo, propia y verdadera razón de virtud 21 . Esto nos lleva como de la mano a examinar el orden entre las virtudes teologales. Santo Tomás dedica a ello un artículo 22. 106* 4. Orden entre ellas.—Sé pueden distinguir dos órdenes: el de generación y el de perfección . Por el orden de ge¬ neración u origen 23 , lo primero es conocer (fe); luego, desear (esperanza), y luego, conseguir (caridad). Y esta gradación es por razón de los actos. Por razón de los hábitos es también la misma: la fe se antepone a la esperanza y ésta a la caridad, ya que el entendimiento precede a la voluntad y el amor imper¬ fecto al perfecto. Según el orden de perfección, la caridad es la más excelente de todas, 24 , porque es la que más íntimamente nos une con Dios y la única de las tres qué permanecerá eternamente en la patria, cuanto á las otras dos, Medina y Báñez dicen que 1» Cf. MI.62.3- 20 Cf. 1 Cor 13,8. 21 :cf. 1-11,65,4. 22 Cf. 1-11,62,4. 23 Se trata, naturalmente, de una prioridad de naturaleza, no de tiempo, ya que las virtudes infusas se infunden todas a la vez con la gracia. 24 «Maior autem horum est caritas* (1 Cor 13,13). 134 p.U, El organismo sobrenatural y la perfección cristiana iri se t como virtud teológica, es más excelente la fe que ia espe¬ ranza, porque mira o dice relación a Dios más eh sí mismo que la esperanza, que nos lo presenta como un Bien para nosotros (no destaca tanto el motivo teológico) y, además, porque es el fundamentó de la esperanza. Aunque, por otra parteóla espe¬ ranza está más cerca de la caridad; y en este sentido es más per¬ fecta que la fe. 107 5. Sujeto de las virtudes teologices.—Según la doctrina de Santo Tomás, compartida por la casi totalidad de los teólogos, la fe reside en el entendimiento; y la esperanza y la caridad, en la voluntad 25 . Entre los místicos, San Juan de la Cruz—a pesar de ser eminentemente tomista en toda su doctrina 26 —-puso la virtud de la esperanza en la memoria, sin duda porque le venia bien para hablar de la purificación de esa potencia, no con ánimo de apartarse de Santo Tomás y de la doctrina común en teología 27 . B. Las virtudes morales infusas 108. 1. Existencia.—La existencia de las virtudes mo¬ rales infusas fue negada por algunos pocos antiguos (v.gr., Es¬ coto, Durando, Biel y algún otro nominalista), pero hoy es admitida por la casi totalidad, de los teólogos, siguiendo las huellas de San Agustín, San Gregorio y Santo Tomás. Tiene su fundamento en la Sagrada Escritura. Así, en el libro de la Sabiduría se nos dice que nada hay .que sea más útil a la vida del hombre que la templanza, la prudencia, la jus¬ ticia y la fortaleza: fcY si amas la justicia, los frutos de la sabiduría son las virtudes, porque ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza, las virtudes más provechosas para los hombres en la vida» 2$. Y el apóstol San Pedro, inmediatamente después de ha¬ blarnos de la gracia como de una participación de la natura¬ leza misma de Dios:—«divinae consortes naturae»—, nos dice que hemos de poner todo nuestro empeño «por mostrar en j nuestra fe virtud, en ja virtud ciencia, en la ciencia templanza, / en la templanza paciencia, en la paciencia piedad, en la piedad fraternidad y en la fraternidad caridad» 29 . 2 5 Cf. 11 - 11 , 4 , 2 ,' 18,1; 24, r. 2 Don del Espíritu Santo correspondiente: Consejo (52,1-3). p ^ 1 * Bienaventuranza correspondiente: Los misericordiosos (a.4). vicios OPUESTOS 1. Manifiestamente con-, trarios (53). Imprudencia (a. 1 -2)... Negligencia (54), { Precipitación (a.3). Inconsideración (a.4). Inconstanáa (a. 5). ( Prudencia de la carne (a. 1-2). r u [Dolo (a.4). ^ * 3 '. \ Fraude (a.5). Excesiva solicitud (a.6-7). 140 P.II. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana 114. LA JUSTICIA Y SUS DERIVADAS 'S La justicia ( 11 - 11,5 8)> cuyo objeto es el derecho ($y), tiene: A) Partes integrales (79): a) Hacer el bien (no cualquiera, sino el debido a otro)* '■ b) Evitar el mal (no cualquiera, sino el nocivo a otro)., B) Partes subjetivas (o especies): a) Para dar lo suyo a la comunidad: Justicia legal (58,5-6). b) Individualmen- fDél príncipe a los súbditos: Distributiva . te: Justiáa paro. ticular. .I-Entre personas privadas: Conmutativa. Partes potenciales (So): | Con respecto a Dios: Religión (81) L a) Por defecto dej Con respecto a los padres: Piedad (101). igualdad.] Con respecto al superior:/Duíía (103). I Observancia (102). \Obediencia (104). b) Por falta del dé¬ bito estricto,,.. "Por ios beneficios recibidos: Gratitud (106). Por las injurias recibidas: Justo castigo (108). En las promesas: Fideli- En orden a la verdad: F ^ u Veracidad (109 )A E \ las P. alabras , y hechos j y Simplicidad (109,11 ad l 4; 111,3 ad 2). En el trato con los demás: Afabilidad o amis¬ tad (114/ Para moderar el amor a las riquezas; Liberali¬ dad (117). Para apartarse con justa causa de la letra de la , ley: Equidad o epiqueya (120). Don del Espíritu Santo correspondiente^Piedad (121,1). Bienaventuranza correspondiente : La mansedumbre (a.2). 1 A la cual, supuesto el pecado, se añade la penitencia, de la que habla Santo Tomás en 1 tercera parte de la Suma (<3*85 a. 1-3). Contra las partes potenciales de la justicia: Contra la justicia conmutativa: C.l. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural 141 VICIOS OPUESTOS A LA JUSTICIA: Contra la justicia ñn genere »: Injusticia (59) Contra la justicia distributiva: Acepción de personas (63) f Homicidio (64). f a) Contra las personas..... A Mutilación (6 S .i). 1 Flagelación (a.2), [jEncarcelamiento (a.3), LW Contra las cosas: Hurto y rapiña (66). fPor parte de los jueces (67). i.° De obra,. 2. 0 De palabra: a) Enjuicio. Fuera de juicio.. Por parte de los acusadores (68). Por parte de los reos (69). Por parte de los testigos (70). Por parte de los abogados (71). f Contumelia (72). Difamación (73). Murmuración (74). j Irrisión (75). [ Maldición (76). En las conmutaciones voluntarias. , . .. Superstición (92). Culto indebido (93). Idolatría (94). Adivinación (95). Vana observancia (96). Tentación de Dios (97). Perjurio (98). Sacrilegio (99). ¡^Simonía (100). . ■ a) Contra la religión b) Contra c) Contra d) Contra e) Contra f) Contra la verdad gj Contra h) Contra i) Contra \ Amor excesivo (a.4). la obediencia: Desobediencia (105). la gratitud: Ingratitud ( 107). el justo castigo. . f Crueldad. i Excesiva indulgencia (108,2 ad 3). ? Mentira (no). Simulación e hipocresía (m). Jactancia (112). Ironía (o falsa humildad) (113). la amistad . /Adulación (115). \ Litigio o espíritu de contradicción (1 ió) : . la liberalidad. . JAvaricia (118). I Prodigalidad (119). la epiqueya: Fariseísmo legalista (120,1 ad 1). 142 P.ll. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana II5. LA FORTA La fortaleza (11-11,123) tiene: LA FORTALEZA Y SUS DERIVADAS p -3 & & Un acto principal: el martirio (124). No tiene partes subjetivas (128), por tratarse de una materia muy espe¬ cial y del todo determinada . Partes integrales y potenciales , -n . /Con respecto al fin: Magnanimidad (129). a) Para acometer. | A , os medios; Magnificencia (, 34 ). Contra los males presentes. { Paciencia (136,1-4)» Longanimidad (a. 5)» , . ~ . . I ^ onira prese ^^Longanimidad (a.5). b; Para resistir. ■ • j . . t , íPerseverancia (137,1.2.4). lEn el ejercicio de la virtud.^^^ Don del Espíritu Santo correspondiente: Fortaleza (139,1). p ■ í> L 'l b Biemventuranza correspondiente: Hambre y sed de justicia (a. 2) VICIOS OPUESTOS CTimidez (o cobardía) (125). a) A la misma fortaleza. < impasibilidad (126). \Audacia (temeridad) (127). !"Presunción (130), , 1 ai ’ -j j J Ambición (131). b) A la magnanimidad.-¡ Vanaglori? (l3a) . v Pusilanimidad (133)* c) A la magnificencia.! . . .(Tacañería (135.1). L Despilfarro (a.2/ d) A la paciencia 1 2 . /Insensibilidad. llmpacienaa. $ A la perseverancia. /Inconstancia (138,1). % \Pertinacia( a.2). Il6. ' LA TEMPLANZA Y SUS DERIVADAS p "CÁJ j La templanza (II-II,i4i) tiene: A) Partes integrales: a) Vergüenza (o temor al oprobio) {144/ b) Honestidad (o amor al decoro) (145). B) Partes subjetivas (o especies): , P 1 i . " /En la comida: Abstinencia (146). a) Sobre la nutrición ...... ( £n , a bebida; Sobriedad (149). t , « 1 , .. / Temporalmente: Castidad (i51). b) Sobre la generación.{ Fatuamente: Virginidad (152). 1 Son las mismas virtudes, que, si se refieren a los peligros de muerte, constituyen las partes integrales de Ja fortaleza, y si a otras materias menos difíciles, son sus partes poten- cialcs. _ 2 Es sorprendente que no hable Santo Tomás de estos vicios en la Surtía Teológica. 143 C.l . Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural C) Partes potenciales: a) Continencia, contra las delectaciones del tacto (155). b) Mansedumbre , contra la ira (157). c) Clemencia, contra el rigor del castigo (157). "En la estima de sí mismo: Humildad (161). En el deseo de la ciencia: Estudiosidad (166). En los movimientos del cuerpo: Modestia cor¬ poral (168,1). En los juegos y diversiones: Eutrapelia {168,2). En los vestidos y adornos: Modestia en el orna¬ to (169). Don del Espíritu Santo correspondiente: Temor (142,1 ad 3; cf. q.19)...r , Bienaventuranza correspondiente: Pobres de espíritu (19,12) "5 ' d) Modestia (160).. VICIOS OPUESTOS Contra la templanza en general. . . . f Insensibilidad (142,1). L Intemperancia (142,2-4). Contra la abstinencia. Gula (148). Contra la sobriedad. Embriaguez (150). Contra la castidad. Lujuria (153-4). Contra La continencia. Incontinencia (156). Contra la mansedumbre. Ira (158). Contra la clemencia... Crueldad (159). Contra !a humildad.. . Soberbia (162). Contra la estudiosidad... Curiosidad y negligencia (167). Contra la modestia corporal... Afectación y rusticidad , Contra la eutrapelia. Necia alegría y excesiva austeridad (j 68,3-4) * Contra la modestia en el ornato. Lujo excesivo y desaliño ( 169). Tal es, según el Doctor Angélico, el maravilloso cortejo de las virtudes infusas que acompañan siempre a la gracia santi¬ ficante. Con ellas todas las potencias y energías del hombre quedan elevadas al orden de la gracia. En cada potencia, y con relación a cada objeto específicamente distinto, hay un hábito sobrenatural, que dispone al hombre para obrar conforme al principio de la gracia y desarrollar con esa operación la vida sobrenatural. Sin embargo, a pesar de tanta profusión y riqueza, todavía no está completo el organismo sobrenatural. No bastan las vir¬ tudes infusas para dar a las potencias del alma toda la perfec¬ ción posible en el orden sobrenatural. Con ellas podemos, sin duda alguna, seguir perfectamente el dictamen de la razón ilu¬ minada por la fe; pero por encima de este criterio, sobrenatural en su esencia, pero humano en cuanto al modo, podemos y de¬ bemos estar prontos para seguir el dictamen y la moción directa e inmediata del Espíritu Santo mismo. Tal es la razón de ser de los dones del Espíritu Santo, que vamos inmediatamente a estudiar. 144 P.11. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana II. Los dones del Espíritu Santo Dada la gran importancia de los dones del Espíritu Santo en la Teología de la perfección cristiana, vamos a estudiarlos con la mayor amplitud que nos permita la índole de nuestra obra. El orden de nuestro estudio será el siguiente: 1. Nociones previas. 2. Existencia. 3. Número. 4. Naturaleza. 5. Distinción específica de las virtudes infusas. 6. ¿Admiten un doble modo de operación? 7. Necesidad de los dones. 8. Relaciones mutuas. 9. Relaciones con las virtudes infusas. 10. Relaciones con los frutos del Espíritu Santo y las bienaventuranzas. 11. Duración, 12. Síntesis de la doctrina general sobre los dones. 1. Nociones previas 117. Don en general es «todo aquello que úna persona da a otra por propia liberalidad y con benevolencia» 1 . Decimos «por propia liberalidad» para significar que el don excluye, por parte del donante, toda razón de débito, no sólo de justicia, sino incluso de gratitud o de cualquier otra especie. Y añadi¬ mos «con benevolencia» para recoger la intención del dador de beneficiar a quien recibe gratuitamente su don.. La exclusión de toda obligación de justicia o de gratitud, o—lo que es lo mismo—su absoluta gratuicM, es del todo necesaria para la razón de don; de otra manera no se distinguiría de la recompensa o del premio. De igual modo, no debe llevar consigo la exigencia de alguna compensación o recompensa por parte del que lo recibe gratuitamente con respecto a su generoso bienhechor. No se trata de una operación do ut des, sino de una entrega por completo gratuita que no exige nada en retorno. Es irretornable, como dice Santo Tomás citando al Filósofo 2 . Sin embargo, la noción de don no excluye la gratitud por parte del qué lo recibe, como consta por la experiencia cotidiana; solamente excluye la exigencia de esa gratitud. Más aún; a veces requiere también el buen uso del mismo, lo cual depende de la naturaleza del don o de la intención del donante, como cuando lo da, verbi¬ gracia, para que se perfeccione el que lo recibe con su uso. Tales son, sobre todo, los dones que iDios da a sus criaturas. ii 8. Los dones de Dios. —El primer gran don de Dios es el propio Espíritu Santo, que es el amor mismo con que 1 Esta definición es équivalente a la que da el P. Gasdetl: «Donner, c'est accorder át quelqu'un, gratuitement et bénévolemént, la propriété d'une chose» (cf. DTC, art. Dons col. 1728). 2 1-11,68,1 obi.3. Cf. Aristóteles, Topic. IV,4; I2sai8. 145 C.l . Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural Dios se ama y nos ama. De El dice la.liturgia de la Iglesia que es el don del Dios Altísimo: «Altissimi donumDei» A El Es¬ píritu Santo es el primer don de Dios, no sólo en cuanto que es el Amor in divinis, sino también en cuanto está éri nosotros por misión o envío. En otras palabras: él Espíritu Santo es el primer don de Dios, no sólo personalmente,, sino también esen¬ cialmente. Vamos a explicarlo un poco. El amor de Dios puede considerarse de tres maneras: a) Esencialmente , y en este sentido conviene por igual a las tres divinas personas., b) Nocionalmente, y así considerado, no es otra cosa que Ja «espiración activa», común al Padre y al Hijo, que da origen al Espíritu Santo pór vía de procedencia. c) Personalmente , y de este modo significa la «espiración pasiva^, que no es otra cosa que el Espíritu Santo mismo. De semejante manera, el don—dice Billuart 4 —puede considerarse de tres modos distintos: . a) Esencialmente, o sea la cosa misma que se da gratuitamente. b) Nocionalmente, o sea en cuanto importa origen pasivo del que ofrece el don. c) Personalmente, o sea en cuanto conviene a una persona como nom¬ bre propio. - Esto supuesto, decimos que el Espíritu Santo es el primer don de Dios personalmente (aludiendo al tercer miembro de la primera serie) y esencial¬ mente (primer miembro de la segunda serie). De este primer gran don proceden todos los demás dones de Dios; toda vez que, en último análisis, todo cuanto Dios da a sus criaturas, tanto én el orden sobrenatural como en el. mismo natural, no son sino efectos totalmente gratuitos de su ; libérri¬ mo e infinito amor. En sentido amplio, por consiguiente, todo cuanto hemos re¬ cibido de Dios son «dones del Espíritu Santo».. Pero esta ex¬ presión genérica puede tener varios sentidos específicos, que es preciso determinar. Cuatro son los principales 5 : 1) En sentido amplísimo , dones del Espíritu Santo son todos aquellos dones de Dios que no incluyen aquel primer don que es el Espíritu Santo mismo. Tales son, ante todo, los do¬ nes naturales hechos por Dios a las criaturas. 2) En sentido impropio son aquellos dones que, sin incluir todavía necesariamente aquel primer gran don ni suponer al 3 Himno Veni Creator. 4 Gf. vol.2 p.138 (ed. 1904). 5 Esta división está fundada en la siguiente doctrina de Santo Tomás: «Aunque todos los dones naturales y gratuitos nos los haya dado Dios por amor, que es su primer don; sin embargo, no en todos los dones se nos da el Amor mismo, sino solamente en el don que es una semejanza y participación de aquel amor, o sea, en el don de la caridad® (l Sent. d.r8 a.3 ad 4). Teol. ptrftcción 7 146 P.IL El organismo sobrenatural y la perfección cristiana alma en posesión, obligada de la gracia y la caridad, pertenecen, no obstante, al orden sobrenatural. Tales son principalmente: a) Las gracias gratis dadas. b ) Las gracias actuales prevenientes. c) El temor servil de Dios. d) La atrición sobrenatural. e) La fe y la esperanza informes, 3) En sentido propio son dones del Espíritu Santo todos aquellos que incluyen el primer gran don de Dios y suponen al alma o la constituyen en la amistad y gracia de Dios. Ta¬ les son: a) La gracia santificante. bj La caridad. c) La fe y la esperanza informadas por la caridad. d) Las virtudes morales infusas. e) Los siete dones del Espíritu Santo. 4) Estos últimos son propiamente los «dones del Espíritu Santo» en sentido estricto y formalísimo , y son los únicos que vamos a estudiar largamente en las siguientes páginas. 2. Existencia de los dones del Espíritu Santo X19. La existencia de los dones del Espíritu Santo sólo puede constarnos por la revelación, ya que se trata de realidades sobrenaturales que rebasan y trascienden por completo la sim¬ ple razón natural 0 , Santo Tomás parte de este supuesto en la cuestión especial que dedipa a los dones en la Suma Teológica, diciendo que en lo refereníe a ellos debemos seguir el modo de hablar de la Sagrada Escritura, en la que se nos revelan: «¡n qua nobis traduntur» 7 . Veamos, pues, ante todo, el fundamento escriturario de la existencia de los dones. Después examinaremos brevemente la doctrina de la Tradición, el Magisterio de la Iglesia y las sen¬ tencias de los teólogos, que fueron elaborando poco a poco la teología de los dones a base de los datos revelados interpretados por la Tradición. 6 «La sabiduría pagana no conoció los dones del Espiritu Santo de que habla Santo To¬ más; su conocimiento sólo se alcanza por la revelación divina» (Juan ds Santo Tomás, De doriis Spiritus Sancti, versión del P. I. C. Meocndez-Reigada, c.i p.27)- ? Cf. I-II, 68 ,r. 147 C.í. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural a) La Sagrada Escritura.—Es clásico el texto de Isaías (11,1-3): *Y brotará una vara def tronco de Jesé, y retoñará de sus raíces un vástago, • sobre el que reposará el espíritu de .Yahvé: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Yáhvé;' Y pronunciará sus decretos en el temor de Yahvé.» Este texto es claramente mesiánico y propiamente de sólo el Mesías habla. Pero, no obstante, los Santos Padres y la misma Iglesia lo extienden también a los fieles de Cristo en virtud del principio universal de la economía de la gracia qué enuncia San Pablo cuando dice: «Porque a los que de antes conoció, a ésos los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre n muchos hermanos». (Rom • 8,29). De donde se infiere que todo cuanto hay de perfección en Cristo, nuestra Cabeza, si es comunicable } se encuentra tam¬ bién en sus miembros unidos a El por la gracia. Y es evidente que los dones del Espíritu Santo pertenecen a las perfecciones, sobrenaturales comunicables, teniendo en cuenta, además, la necesidad que tenemos de ellos, como veremos en su lugar. Por lo tanto, como la gracia en las cosas necesarias es tan pró¬ diga, por lo menos, como la naturaleza misma, hay qué con¬ cluir rectamente que los siete espíritus que el profeta vio des¬ cansar sobre Cristo son también patrimonio de todos cuantos permanezcan unidos a El por la caridad 8 , Además de este texto, que los Santos Padres y la misma Iglesia han interpretado como clara revelación de los dones del Espíritu Santo, suelen citarse por los autores otros muchos tex¬ tos del Antiguo y del Nuevo Testamento 9 . Nosotros preferi¬ mos omitirlos, no sólo por no entrar en nuestros planes una in¬ vestigación a fondo sobre el verdadero sentido de esos textos, sino porque nos parece evidente que a base de ellos—por lo menos de la gran mayoría—no se pueden hacer , sino cabalas y conjeturas desprovistas de.todo fundamento serio. Es preciso reconocer que la doctrina de los dones en la Sagrada Escritura se apoya casi exclusivamente en el texto de Isaías; si bien ese 5 Por lo demás, el texto de Isaías ofrece no pocas dificultades exegéticas. Si prescindié¬ ramos de las interpretaciones de los Santos Padres, de los teólogos y de Ja misma. Iglesia —que han elaborado la doctrina de los dones hasta ponerla del todo en claro—/quedaríamos poco menos que a oscuras con sólo los datos escriturarios. ' ; 9 .He aquí los principales lugares alegados: a) Del Antiguo Testamento: Gen 41,38; Ex 31,3; Num 24,2; Deut 34,9;‘Iud 6,34;- Ps 31,8; 32,9; ii8,I2o; 118,144; 142,10; Sap7,a8; 7,7; 7,22:9,17; 10,10 ; Eccli i-s,S;Ts 11,2; 6t,i ; Mich 3,8. ' . b) Del Nuevo Testamento: Le 12,12; 24,25; lo 3,8; 14,17; 14,26; Act 2,2; 2^38; Rom 8,14; 8,26; 1 Cor 2,10; 12,8; Apoc 1,4; 3 ,W 4j5í 5,6. 148 PJÍ. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana texto, explicado, confirmado y sacado a plena luz por los San¬ tos Padres, el Magisterio de la Iglesia y la elaboración de los teólogos escolásticos, nos da un fundamento firmísimo sobre la existencia de los dones, no solamente en Cristo, sino también en cada uno de los cristianos en gracia. A eminentes teólogos les parece que esta doblé existencia está formalmente revelada en la Sagrada Escritura 10 ; y los que no se atreven a decir tanto reconocen que se trata, por lo menos, de una conclusión certí¬ sima y próxima fideu b) Los Santos Padres. —Tanto los Padres ..griegos como los latinos hablan frecuentemente, de los dones del Espíritu Santo, aunque, con diversos nombres: dona¿ muñera, charismata, spiritus, virtutes, etc. .Entre los. Padres griegos destacan San Justino, Orígenes, San Cirilo de Alejandría, San Gregorio Na- cianceno y Dídimo el Ciego, de Alejandría. Entre los latinos, la primacía se la lleva San Agustín, seguido muy de cerca por San Gregorio Magno; pero se encuentran también muy buenas cosas sobre íos dones en San Victorino, San Hilario, San Am¬ brosio y San Jerónimo. No podemos detenernos a recoger los textos u ; pero en ellos se van perfilando casi todas las cuestiones relativas a la teología de los dones, que elaborarán más tarde poco a poco los teólogos escolásticos hasta llegar a Santo To¬ más, en el que encontramos una síntesis completa y acabada. c) El Magisterio de la Iglesia.— Vamos a subdividirlo en tres partes: i. a , concilios; 2'.*, liturgia, y 3. a , otros docu¬ mentos. i. a Concilios .—Solamente en un concilio ha hablado la Iglesia claramente de los dones del Espíritu Santo: eñ el sínodo romano celebrado en el año 382 bajo el papa San Dámaso. Sobre 10 AI P. Aldama, S.L, le parece que no se trata de una conclusión elaborada a base de una premisa de fe y otra de razón, $ino : de una consecuencia que se desprende de dos ver¬ dades formalmente reveladas, a saber: la existencia de los dones en Cristo como Mesías (Is 11,2) y la afirmación de San Juan dé que El está lleno de gracia y de verdad y de esa plenitud par¬ ticipamos todos (lo 1,14-16). He aquí sus palabras: «El sentido - consecuente. supone una deducción hecha a base de úna premisa de razón. Y ése no es el caso aquí. Se trata más bien de dos verdades igualmente reveladas en la Sagrada Escritura: Por una de ellas.se nos des¬ criben los exuberantes tesoros del organismo espiritual del Mesías; por la otra, se nos dice que de la plenitud de sus gracias, diríamos de la vida de ese organismo en acción, participa¬ mos nosotros, Al comparar ios Santos Padres ambas verdades, al aproximarlas entre sí, se abre a nuestros ojps en magnífica perspectiva la plenitud del sentido revelado y nos damos cuenta de que la palabra de .Dios nos ha enseñado realmente la existencia de los dones del Espíritu Santo nq sólo en Cristo, sino también en los cristianos. Es decir, que no estamos ante un sentido consecuente, sino ante un sentido pleno (sensus plenior}. Ésta solución nos parece armonizar mejor los datos de la tradición patrística» (Los dones del Espíritu Santo: problemas y controversias en la actual teología de los dones, en.RET, enero-marzo 1949, p.5). l] El lector que quiera conocer más a fondo el fundamento escriturario y patrístico sobre la existencia'de los dones consultará con provecho a los PP. Gardeil en DTC, art. Doro du Saint Esprit C0L1728S; París, De. donis Spiritus Sancti irj genere, apud Marietti, 1930; Ferre- ro, Los dones del Espíritu Santo (Manila 1941); Touzard, en «Revue Biblique», abril 1899, etc. 149 C,V. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural si habló o no de ellos el concilio de Trento, nada se puede afir¬ mar con certeza; es'cuestión que ésta todavía por resolver,. He aquí el texto del sínodo romano: «Se dijo: Ante todo hay que tratar del Espíritu septiforme que descansa en Cristo* .-o ■ - ggív \-V r ; - ¿ Espíritu de sabiduría; Cristo virtud de Dios y sabiduría,; de Dios {i Cor 1,24), _ .. . . Espíritu de entendimiento: Te daré entendimiento y te instruiré en él ca¬ mino por donde andarás (Ps 31,8). Espíritu de consejo: Y se llamará su nombre ángel del gran consejo ( 1 $ 9,6; LXX). “ Espíritu de fortaleza: Virtud o fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,24), Espíritu de ciencia: Por la eminencia de la ciencia dé Cristo Jesús (Eph 3,19). Espíritu de verdad: Yo soy el camino, la vida y la verdad (lo 14,6), Espíritu de temor (de Dios): El temor del Señor es prinápio de la sabidu¬ ría (Ps 110,10)» En el texto anterior: a) se habla de los dones del Espíritu Santo propiamente dichos; b) se enumeran, con Isaías, los siete dones 13 ,y c) se explica cada uno de ellos por la misma Sagrada Escritura en cuanto convienen plenísimamente a Cristo; He aquí ahora las palabras del concilio de Trento que se prestan a diversas interpretaciones 14 : «A esta disposición o preparación, síguese la justificación misma, que no es sólo remisión de lps pecados (can.ii), sino también santificación y reno¬ vación del hombre interior, por la voluntaria recepción de la gracia y de los dones, de donde el hombre se convierte de injusto en justo y de enemigo en amigo, para ser heredero según la esperanza de la vida eterna (Tit 3,7)» 15 . De estas palabras nos parece qüe puede colegirse razona¬ blemente lo siguiente: a) el concilio no habla particularmente de los dones ni los nombra expresamente; pero es evidente que en la palabra donorum se alude a ellos al menos remota y gené¬ ricamente; b) es probable que los Padres del concilio tratasen de aludir en ese texto a los dones del Espíritu Santo propiamente dichos, teniendo en cuenta que en la época de Trento la noción 12 «Dictum est: Prius agendum est de Spiritu septiforrne, qui in Christo requiescit, Spiritus sapientiae: C/m'stus Dei virtus et Dei sapientia (t Cor 1 ,24)*, Spiritus intellectus: íntellectu dabo ¿ibi, et instruam te in vía, in qua ingredieris (Ps 31,8). Spiritus consilií: Et voca- bitur ti ornen eiu$. magni consilii ángelus (Is 9,6;.LXX). Spiritus virtutis (ut supra): Dei virtus et Dei sapientia (1 Cor 1,24)- Spiritus scientiae: Propter etninentiam Christi scientiae lesa apastoli (Eph 3,19). Spiritus veritatis.- Ego vía et vita et veritas (To 14,6). Spiritus timoris (Dei): ím'tium sapientiae timor Domiui (Ps iio,io> (D 83). 13 Con la variante de decir spiritus veritatis en vez de pictatis, y spiritus virtutis en vez de fortitudinis, que es del todo equivalente. 14 Véase, por ejemplo. Perrero, O.P., en RET (1945) p.43-44; y Aldama, S.Í., en «Estudios Eclesiásticos» (enero-junio 1946) p.24i-44. 15 «Haoc dispositionem seu praeparatíonem iustificatlo ipsa consequítur, quae non est sola.peccatorum remissio (can.11),. sed et sanctificatio et renovatio interioris hominis per vo luntariam susceptionem gratiae ei donorum , unde homo ex iniusto fit iustus et ex inimico amicus, ut sit heres secundum spem vitae aeternae (Tit 3,7)*» (D 799)* 150 P.II. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana de los dones era familiar a los Padres del concilio y a toda la Iglesia» como consta por la liturgia 16 , y c) de las palabras del concilio se desprende que esos «dones» (sean los que fueren) se infunden y reciben juntamente con la gracia. 2. a Liturgia.— Mucho más claro es el Magisterio de la Iglesia por medio de la liturgia. En él himno Veiii Creator se nos habla del septiforme don del Espíritu Santo: «Tu septiformis muñere I «Tú.septiforme en los dones, digitus Patemae dexterae...» ' dedo de la diestra de Dios...» En la preciosa sequentia de la misa de Pentecostés se le pi¬ den al Espíritu Santo sus siete sagrados dones: «Da tuis fideíibus «Da a tus fieles iri Te confidentibus que confían en ti sacrum septenarium». e! sagrado septenario». Y en el himno de vísperas vuelve la alusión a los dones: «Te nunc Deüs piissime «Te rogamos, piadosísimo Dios, vultu precamur cernuo con el .rostro humillado, illapsa nobis caelitus nos infundas los dones Iargire dona Spiritus». celestiales del Espíritu». Al administrar el sacramento de la confirmación, el obispo, con las manos extendidas sobre los confirmandos, exclama: «Envía sobre ellos desde el cielo tu septiforme Espíritu Santo Paráclito: Espíritu de sabiduría y de entendimiento, Espíritu de consejo y de fortale¬ za, Espíritu de ciencia^/de piedad; llénalos con el Espíritu de tu amor» * 7 , donde la Iglesia, en el momento solemne de la administración de un sacramento, recoge y aplica a cada uno de sus fieles el famoso texto mesiánico de Isaías. 3. a Otros documentos eclesiásticos ,— a) El Catecismo del concilio de Trento —que de tanta autoridad goza entre los teó¬ logos—dice que «estos dones del Espíritu Santo son para nos¬ otros como una fuente divina en la que bebemos el conocimien¬ to vivo de los mandamientos de la vida cristiana y por ellos podemos conocer si el Espíritu Santo habita en nosotros» 18 . b). En todos los catecismos católicos del mundo se habla de los dones del Espíritu Santo como patrimonio de .todos los fieles. 16 Nos parece, por lo mismo, un poco exagerada la afirmación de Sudrez: mon cst verisi- mile, ibi Joqui GoncUium de specialibus donis Spiritus Sancti» (cf. De gratia 1-16 c.io n.4 in fine). 17 «Emitte in eos septiformem Spiritum tuum Sanctum Paraclitum de caelis: Spiritum sapíentiae et intellectus, Spiritum consUii et fortitudínis, Spiritum scientiae et pietatis; adinn- pie eos Spiritu timoris tui» (Pont. Rom,, De s. sacram. Corrfirm. confer.). 18 Catecismo del Concilio de Trento p.i.* c.g § 3. C.l , Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural 151 c) Finalmente, el papa León XIII, en su admirable encí¬ clica sobre el Espíritu Santo Divinum illud munus, del . 9 de mayo de 1897, recogió, haciéndolo suyo, el testimonio de. la tra¬ dición católica sobre le.existencia, necesidad, naturaleza:y efec¬ tos maravillosos de los dones: «El justo que vive de la vida de la gracia y que opera mediante las vir¬ tudes, como otras tantas facultades, tiene absoluta necesidad de los siete do¬ nes , que más comúnmente son llamados dones del Espíritu Santo. Mediante estos dones, el espíritu del hombre queda elevado y apto para obedecer con más facilidad y presteza a las inspiraciones e-impulsos del Espíritu Santo. Igualmente, estos dones son de tal eficacia, que conducen al hombre al más alto grado de santidad'; son tan excelentes, que permanecerán ín¬ tegramente en el cielo, aunque en grado más perfecto. Gracias a ellos es movida el alma y conducida a la consecución de las bienaventuranzas evan¬ gélicas, esas flores que ve abrirse la primavera como señales precursoras de la eterna beatitud...o í9 . Como se ve, en el citado texto el Papa hace suya la doctrina tradicional sobre los dones y la propone con su magisterio ordina¬ rio a toda la Iglesia . Tiene, pues, un gran valor dogmático. d) Los teólogos escolásticos. — En este punto concreto de la mera existencia de los dones, la opinión de los teólogos sólo nos interesa en cuanto testigos de la Tradición, ya qué ellos no pudieron crear una doctrina que trata de realidades sobre¬ naturales. La teología de-los dones sufrió una lenta y trabajosa elabo¬ ración por los teólogos escolásticos a través de los siglos, Pero su existencia fue umversalmente admitida por todos, salvo ra¬ rísimas excepciones, que vienen a confirmar la regla general. Hoy día, la doctrina sobre la existencia de los dones del Espí¬ ritu Santo se ha impuesto de tal manera en todas las escuelas católicas, que no hay un solo teólogo que la niegue. Discuten largamente sobre su naturaleza y su funcionamiento, pero su existencia—repetimos—es universal mente admitida por todos. Conclusión general sobre la existencia de los dones.— El testimonio de toda la Tradición, apoyado con sólido fun¬ damento en la Sagrada Escritura, lleva a una certidumbre abso¬ luta sobre la existencia de los dones del Espíritu Santo en todos *9 Cf. León XíII, encíclica Divinum iUud munus, hacia el fin. He aquí el texto latino del párrafo por nosotros citado: «Hoc ampliue homini justo, vitam scilicet viventi divinae gratiae et per congruas viitutes tanquam facultates agenti, opus plañe est septenis Mis quae proprie dicuptur Spiritus Sancti donis . Horum enim beneficio instruitur animus et munitur ut eius vocibus atque impulsioni facilius promptiusque obsequatur; haec propterea dona tantas surtí efficacitatis ut eum ad fastigium sanctimoniae adducant, tantaeque excellentíae ut in cae- lesti regno eadem, quamquam perfectius perseverent. Ipsorumque ope charismatura. provo- catur ánimus et effertur ad appetendas adipiscendasque beatitudines evangelicae, quae, perindé ac flores verno temore erumpentes, indices ac nuntiae sunt beatitatis perpetuo men¬ suras». Este texto nos habla: i.°, de la necesidad de los dones: opus plañe est; 2. 0 , de su na¬ turaleza: nos hacen dóciles al Espíritu Santo; 3.°. de sus efectos: pueden conducimos a la cumbre de la santidad. 152 P.II. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana los fieles en gracia, Más aún: no faltan teólogos de gran autori¬ dad, qué afirman que esta existencia es: una verdad de fe 20 . Porque, aunque la. Iglesia, no la haya definido expresamente ¿ teniendo en cuenta, sin embargo, la constante doctrina de los Padres a través del laTgo período patrístico, el sentir de la Igle¬ sia en su liturgia y en la administración de los sacramentos, el consentimiento unánime, de los teólogos y el sentir también unánime de todos los fieles del mundo que lo aprendieron así desde pequeñitos en el catecismo, parecen dar suficiente fun¬ damento para pensar que se trata—en...efecto—de una verdad de fe propuesta por el Magisterio ordinario de la Iglesia. Y los que no se atreven a decir tanto, afirman que se trata, por lo menos, de una conclusión teológica certísima y « próxima fidéi ». 3, Número de los dones 120* Es otra cuestión discutida entre exegetas y teólogos. Dos son las . principales dificultades que dan pie a estas vacila¬ ciones: a) en la Sagrada Escritura es clásico el número siete para significar cierta plenitud indeterminada, y’ b) en el texto masorético de Isaías no se enumeran siete, sino seis dones; falta el don de piedad. Los exegetas modernos se inclinan a pensar que el texto de Isaías se refiere a una plenitud indeterminada: es la plenitud de cualidades de gobierno, que pertenecen al Mesías como Rey 2l . Los Santos Padres y los teólogos escolásticos insisten, por el contrario, en el/número septenario, y a base de estos siete dones establecen sus . clasificaciones y paralelismos con las vir¬ tudes infusas. Santo Tomás dedica en la Suma Teológica un artículo ingenioso para justificar ese número 22 . ¿Qué pensar de todo ello? A nuestro parecer, lo siguiente: i.° Es cierto que en. la Sagrada Escritura el número siete 20 Entre ellos, Juan de Santo Tomás, el mejor comentarista del Angélico Doctor en la doctrina de los dones. He aqui sus palabras: «Ex quibús colügitur non solum esse de fide haec septem dona seu spiritus qui Ln Christo fuerunt, súpefnatuialia fuissé, quia Isaías expresse et ad litteram loquitur de Christo, sedetiam de fide esse qyod in tfobis dantur haec dona et quod supernaturalia smt». Cf. Ioannis a Sancto Thoma, Cursus Theologicus t.6 d.18 a.2 n.4 p.583 (ed. Vives, 1885). El P. Aldama, S.I., es del mismo parecer: «Prout iacet, thesís dicenda est de fide divina et catholica: cum satis affirmetur in liturgia et in magisterio ordinario, ut videbimus» {cf, Sa¬ cra e Theologiae Summa [ed. BAG] vol.3 p,72ó [2.» ed. 1953]). 21 He aquí cómo lo explica Touzard: «Le symbolisrae du chiffre sept est anclen, et, selon la remarque .des comentateurs, l’emploi de ce chiffre dans le pasage qui nous occupe, a pour but de mettre enrelief la plénrlude de l'influence divine dans le rameau sorti du tronc brisé d’Isaie» («Revue Biblique* [1899] p.250). . . Por su parte, el P. Ceuppens hace la misma observación: «In tribus.ergo documentas (o sea el texto masorético, la versión siríaca Pessita y el «Targum* de los judíos) septem termini dantur quibus sex tantum dona exprimuntur. Numerus septenarius apud Hebraeos fuit semper numerus consécratus ad multitudinem vel plenitudinem designandara; unde non impossibile videtur Isaíam septem adraisisse términos ad donorum plenitudinem signi- ¡ficandam* («Angelicum* [1928] p.526-7). 22 1 - 11 , 68 , 4 - 153 C.1* Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural se emplea muchas veces en significación de plenitud, y acaso tenga, este sentido en el texto de Isaías; pero dé aquí no se puede sacar argumento decisivo contra el número septenario de los dones» En efecto: hay dos clases de plenitudes. Una del todo inde¬ terminada, que identifica el término «plenitud» con un número indefinido, que no se sabe cuál es. Y hay otra plenitud que» ciñéndose a un número concreto y determinado, expresa, con él todas las realidades posibles en aquel orden de cosas. Ahora bien: la interpretación unánime de los Santos Padres, las enseñanzas claras y explícitas de la Iglesia en su liturgia, en la administración de los sacramentos y en las encíclicas ponti¬ ficias y el consentimiento casi unánime de los teólogos escolás¬ ticos, obligan—nos parece—a interpretar la plenitud expresada por Isaías en este segundo sentido. Así como los sacramentos son siete, ni más ni menos, y en ellos se encierra la plenitud de las gracias que Dios concede a los hombres ex opere operato , así los dones del Espíritu Santo, siendo siete hábitos distintos, ni más ni menos, recogen la plenitud de las mociones del divino Espíritu que se nos hayan de comunicar a través de ellos 23 . 2.° En cuanto a que én el texto masorético iio se enumeren; sino seis dones, nada se sigue contra la existencia del don de piedad. Se han propuesto diversas hipótesis para explicar su omisión en el texto masorético 24 ; pero sea de.ellas lo que fuere, es cierto que el don de piedad consta en. la Vulgata—que tiene sobre sí el peso de una declaración de la Iglesia, que afir¬ ma que no contiene errores dogmáticos— 25 , en la versión de los Setenta, en la tradición patrística, en las enseñanzas oficia¬ les dé la Iglesia y en el sentir unánime de los teólogos escolás¬ ticos. Apartarse o prescindir del peso enorme de todo esto por ciertas oscuridades en el texto masorético, nos parece franca¬ mente excesivo. Algunos exegetas olvidan, a veces, que la Ságrada Escritura río es la única fuente de la divina revelación y que hay muchísimas cosels formalmente reveladas en la Sa¬ grada Escritura qué no aparecieron a plena luz, sino a través de las intérpretaciones dé los Santos Padres y dél Magisterio de la Iglesia. Este es el caso del don de piedad. Sea lo que fiiere 23 Esta explícadóri, propuesta por él P, Aldama (en RET, enero-marzo p.26, y en Sacrae Theologiae Summa vol.3 p.730, 2. a ed. BAC 1953). «os parece enteramente satis¬ factoria. 24 Véase, por ejemplo, Ferrero, Los dones del Espíritu Sanio (Manila 1941), donde se exponen Varias de estas hipótesis. Una de ellas es ésta: «Se debe distinguir éntre el texto hebreo primitivo, que desconocemos; y el texto masorético, q ue tenemos actualmente. LosLXX, anteriores a ia Massora, pueden muy bien haber conservado y transmitido a ; la posteridad el texto hebreo original sin los defectos que más tarde se pudieron infiltrar en él texto maso¬ rético» {p.64). - : 25 Gf. D 785-787. 154 P.II. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana del texto de Isaías, San Pablo describe maravillosamente esa realidad que la teología conoce con el nombre de don de piedad al' escribir a los romanos: «Porque los que son movidos por el Espíritu de Dios» ésos son hijos de Dios. Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios» (Rom 8,14-16). Por todas estas razones, preferimos atenernos al sentir de la Tradición en torno al don de piedad y al número septenario de los dones, aunque esta cuestión tenga escasa importancia para nuestro objeto. Más que el número exacto de los dones, interesa conocer su naturaleza y funcionamiento, que vamos a examinar a continuación. 4. Naturaleza de los. dones 121/ He aquí la definición de los dones, que nos da a co¬ nocer su esencia o naturaleza íntima: Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano. Vamos a explicar la definición palabra por palabra. Los dones del Espíritu Santo, en el sentido propio y estricto de la palabra, según hemos explicado más arriba Son hábitos sobrenaturales. Es doctrina común entre los teólogos, salvo contadísimas excepciones 27 . He aquí las pruebas; 1. a En el famoso texto de Isaías (11,2) se ños dice—según la exégesis científica moderna 28 —que los dones son conferidos a modo de hábitos , como se desprende claramente del término requiescet, que expresa permanencia habitual 29 . Luego análo¬ gamente se confieren a los miembros de Cristo también de modo, permanente o habitual. La misma fe nos enseña la pre¬ sencia permanente del Espíritu Santo en toda alma en gracia (1 Cor 6,19), y el Espíritu Santo no está nunca sin sus dones 80 . 2. a Los Santos Padres están concordes en afirmar que los dones del Espíritu Santo constituyen un grupo específico de gracias o dones habituales. San Agustín y San Gregorio lo 2 * Cf, n.ti8. 27 Tales son, principalmente, Hugo de San Víctor, Vázquez, Brancato de Laurea; el abate de Bellevue, y, en cierto sentido, el cardenal Billot que, aunque admite que los dones son hábitos, los confunde 1 prácticamente con Ja inspiración de la gracia actual. 28 Cf. P. Ceuppens, O.P., De donis Spiritus Sancti apud I$aiam , en la revista Angelicum 5 (1^28) p.537. 29 «Et requiescet super eum... («y reposará sobre él...). Cf. 1-11,68,3 sed contra. CJ. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural 155 afirman expresamente al exponer su doctrina de la conexión de los dones con la caridad 3i . 3. a Santo Tomás expone la razón teológica en la siguiente forma 32 : «Como ya dijimos, los dones son perfecciones del hombre por las cua¬ les se dispone a seguir bien la moción del Espíritu Santo. Y es evidente, por lo ya dicho, que las virtudes morales perfeccionan la facultad apetitiva en cuanto que de alguna manera participa de la razón, es decir, en cuanto es naturalmente apta para ser movida por el imperio racional. Así, pues, los dones del Espíritu Santo son para el hombre en su relación con el Espí¬ ritu Santo lo mismo que las virtudes para la facultad apetitiva en su rela¬ ción con la razón. Ahora bien, las virtudes morales son hábitos que disponen a la facultad apetitiva para obedecer prontamente a la razón. Luego tam¬ bién los dones de Espíritu Santo son ciertos hábitos por los cuales el hombre se perfecciona para obedecer prontamente al Espíritu Santo». Infundid os por Dios. Es cosa clara y evidente si tene¬ mos en cuenta que se trata de realidades sobrenaturales, que el alma no podría adquirir jamás por sus propias fuerzas, ya que trascienden infinitamente todo el orden puramente natu¬ ral. Luego, o no existen los dones, o tienen que ser necesaria¬ mente infundidos por Dios. En las potencias del alma. Son el sujeto donde residen, lo mismo que las virtudes infusas cuyo acto sobrenatural vienen a perfeccionar los dones dándole la modalidad divina o sobre¬ humana propia de ellos. Para recibir y secundar con facilidad. . Es lo propio y característico de los hábitos , que perfeccionan las potencias precisamente para recibir y secundar con facilidad la moción del agente que los mueva. Las mociones propias del Espíritu Santo, que es quien los mueve y actúa directa e inmeditamente como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son movi¬ das o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de una gracia actual. Al modo divino o sobrehumano, como veremos amplia¬ mente más abajo. Veamos ahora una interesante dificultad que se puede formular contra los dones del Espíritu Santo como hábitos. Su solución nos ayudará a comprender mejor la natu¬ raleza de los mismos como tales. Dificultad .—Los dones del Espíritu Santo perfeccionan aí hombre para ser movido por el mismo Espíritu Santo, como hemos dicho. Pero en cuanto movido por el Espíritu Santo, el hombre se convierte en mero ms- 31 Santo Tomás se apoya en un texto de San Gregorio Icf. 1-11,68,3 ad i), M Gf. 1-11,68,3. 156 P.1I. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana truniento sayo; luego los dones del Espíritu Santo no son hábitos, puesto que éstos perfeccionan al agente principal, pero nq al instrumento (v.gr., el hábito de tocar el piano perfecciona al pianista, pero no. al piano) 33 . Respuesta. —Esa razón es válida para el instrumento completamente inerte, al que no corresponde moverse, sino únicamente ser movido (como el cepillo y la garlopa). Pero el hombre no es tal instrumento, sino que de tal. manera es movido por el Espíritu Santo, que también se mueve a sí mismo en cuanto dotado de libre albedrío; y por eso necesita del hábito 34 . De donde se deduce que los dones del Espíritu Santo no son hábitos puramente activos ni puramente pasivos, sino.más bien pasivo-activos.. Con relación a la moción divina son hábitos receptivos o pasivos, pero con rela¬ ción a la reacción vital del alma son hábitos activos. En resumen; así como el hombre por las virtudes adquiridas se dispone para ser movido fácil, pronta y deleitablemente por la simple, razón natural en orden a los actos naturalmente buenos, y por las virtudes infusas para ser movido por la razón iluminada por la fe a los actos sobrenaturales al modo humano , así por los dones del Espíritu Santo el hombre justo se con¬ naturaliza—por así decirlo—con los actos a que es movido por especial instinto del Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano 35 . ; Vamos a ver ahora otra cuestión importantísima para de¬ terminar la naturaleza de los dones: su diferencia con las vir¬ tudes infusas» 5, Si los dones se distinguen de las virtudes infusas 122. Santo Tomás, 1-11,68 ,i ; cf. 55,3 y 4. 63 >3; 9,4 y 6; fallí Scnt. CÍ.34Q.1 a.i c. etad 2; cf. ad 4 et 5, etc.; Gáhdeil: DTG, t.4 art. Dbiis; Dom Lottin: «Recherches de Théol. An- cienne et Módiévalc» (1929) p.41-97, y «Revue d’Ascétique et de Mystique» 11 (1930) P.269S; J. JBonneioi, Le Sainl-Esprit et ses dons selon S.BonauenluTe (París T929); Biard, Le dona du S. E. d’aprós S.Thomas et S.Paul (Avignon 1930); Dr. Carolo Weis, De septem donis Spir, Sancti (Vierta 1895); P. París, O.P., o.'c., P.19-2S y 58$; P. Aldama, S.Í., La distinción entre las virtudes y los dones del Espíritu Santo en los siglos XVI y XVI/: «Gregorianum* (1935) p.562-76; I. G. Menéndez-Reígada, O.P., Unidad especifica de la contemplación cristiana (Madrid 1926) p-t8s; y Diferencias generales éntre virtudes y dones: «Ciencia Tomista» (julio- diciembre 1946) y «La Vida Sobrenatural (julio-agosto 1944): P.Ferrero, Q.P.; RET (1943) P 4Í7-33 y (1945) P-39S y S6is. 1234 He aquí una cuestión verdaderamente capital en la teología de los dones que es preciso examinar cuidadosamente. El orden de nuestro estudio será el siguiente: después de expo¬ ner la doctrina de Santo Tomás, señalaremos ias principales coincidencias entre las virtudes y los dones y sus irreductibles diferencias. La doctrina de Santo Tomás. —Hasta llegar a Santo Tomás, la opinión de los teólogos anduvo en esto bastante desconcertada. No se ponían de ^ Cf. MI 68,3 obj.2. 34 He aquí las palabras de Santo Tomás: «Ad secundum dicendum, quod ratio illa pro- cedít de instrumento, cuius non est agere, sed soium agí. Tale autem instrumentum non est homo, sed sic agitar a Spiritu Sancto, quod etiam agit, inquantum est liberi arbitrii; unde indiget habítu» (1-11,68,3 ad 2). 35 «Per dona nbbis, ut ita lóquar, cónnaturaíizantur actus ad quos movemur ex speciali instinctu Spiritus. Sancti sicut per virtutes morales adquisitas, vel infusas, actus honesti ordinís naturalis vel supernaturalis fiunt nobis connaturales. Sed propter haoc causam virtutes habent rationem habitus; ergo et simiiíter dona Spiritvis Sancti» (Gonf.t, Clypeús Thenl. t.3 tr. de virt. et donis d.6 a.x p.i). 157 C, 1 . Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural acuerdo sobre si los dones eran realmente distintos de las virtudes o sólo se distinguían de ellas con una distinción de razón 3 L Pero con la maravi¬ llosa síntesis de Santo Tomás, puede decirse que Ja distinción real, especí¬ fica entre las virtudes y los dones adquirió definitivamente carta de Natu¬ raleza en la teología católica. Es cierto que sonarán todavía algunas, voces discordantes, sobre todo de la escuela escotista en torno! a su jéfe; pero la teoría del Angélico Doctor irá prevaleciendo cada vez más 37 hasta apode¬ rarse por completo del campo teológico sin distinción dé escuelas ni matices: Hoy día son tan pocas las excepciones, que puede decirse que es, ésta la sen¬ tencia unánime de todos los teólogos católicos, ... El Doctor Angélico estudia esta cuestión en su comentario a las Sentencias 38 , en la Suma Teológica 3 9 y en otros lugares se¬ cundarios 40 . La doctrina es exactamente la mismas—a pesar de cierta variación en las fórmulas, cómo veremos más adelante— pero no cabe -duda que es en la Suma Teológica donde nos da su pensamiento definitivo. Veamos, pues, én primer lugar la doctrina que én ella expone 41 . Empieza el Doctor Angélico recogiendo las opiniones erró¬ neas que sobre la naturaleza de los dones habían formulado algunos antiguos. He aquí esas opiniones; 1. a Los dones no se distinguen de las virtudes, 2. a Loa dones perfeccionan la razón; y las virtudes, la voluntad. 3. a Las virtudes se ordenan a obrar Bien; y lós dones, a resistir lás tentaciones, 4>. Las virtudes sé ordenan sencillamente a obrar bien; y los dones, a conformamos con Cristo principalmente en su pasión. Santo Tomás rechaza todas éstas interpretaciones erróneas por las siguientes razones: A la r. tt : ¿Por qué entonces ciertas virtudes se llaman también dones y otras no? (v.gr., hay un don de temor t y ninguna virtud de ese nombre). Señal de que son cosas distintas, A la 2. a ; Eso podría ser verdad si todos los dones fueran intelectivos y todas las virtudes afectivas, Pero rio es así. A la j, a ; También las .virtudes ofrecen resistencia a las tentaciones con¬ trarias. No vale esa distinción. A la 4. a : El mismo Cristo nos impulsa a que nos conformemos con El según la humildad, la mansedumbre y la caridad 42 , que son vírtudes^-no 36 Cf, Dom Lorrm, Les dons du Saint-Esprit...: «Recherche de Théologie Ancienne et Médiévale» (enero de I92g) p.41'97. ' . 37 El P. J. A. de Aldama, S.I., estudia la opinión de los teólogos sobre esta cuestión durante los siglos xyi y xvii. He aquí la conclusión a que llega el ilustre jesuíta: «Por lo mis¬ mo, la distinción real entre las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo es, sin duda, en lós siglos xvi y xvn sententia communiar theologomm». Cf. «Gregorianimx* (i935) P-576. 34 Cf. III Sent. d.34 q.i a i. 3 ^ Cf. 1 - 11 , 68 ,:. 40 Cf. ín Isaiam c.ti; Ad Gal. c.5 lect.S. 4 1 1-11,68,1. 42 Mt 1 1,29 : «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazónu; y lo 13,34: «Amaos los unos a los otros como yo os he amador ¡ ^ - 15S P.ll, El organismo, sobrenatural y la perfección cristiana dones—que resplandecieron principalmente en su sagrada pasión. Luego tampoco es válido ese criterio de distinción. Rechazados los errores, pasa Santo Tomás a exponer la verdadera doctrina. Hela aquí: En primer lugar es curiosísimo el argumento de autoridad que expone en el sed contra. Cita a San Gregorio, quien en los Morales distingue perfectamente los siete dones de las tres vir¬ tudes teologales y de las cuatro cardinales. Los primeros esta¬ rían significados por los siete hijos de Job; las segundas, por sus tres hijas, y las terceras/por los cuatro ángulos de la casa 43 . Como se ve, la exégesis de San Gregorio no puede ser más in¬ genua y pintoresca, pero no cabe duda sobre su convicción de que los dones se distinguen de las virtudes, que es lo que Santo Tomás quiere probar por la autoridad de San Gregorio. En el cuerpo del artículo empieza por advertir que, si nos lijamos sólo en el nombre de dones , rio podemos encontrar di¬ ferencia con las virtudes infusas, porque también ellas son dones (genéricamente) que hemos recibido gratuitamente de Dios. «Por eso—continúa Santo Tomás—■, para distinguir los dones de las vir¬ tudes, debemos seguir el modo de hablar de la Sagrada Escritura, la cual nos habla de ellos no con el nombre de dones, sino con el de «espíritus»). Así lo dice Isaías, 11,2: «Requiescet super eum spiritus sapientiae et intellectus», etcétera. Por cuyas palabras se nos da manifiestamente a entender que estos siete espíritus allí enumerados están en nosotros por inspiración divina; y toda inspiración significa cierta moción del exterior . Es, pues, de considerar que en el hombre hay un doble principio mo¬ tor: uno interior, que es la razón, y otro exterior, que es Dios... Y es cosa evidente que todo cuanto se mueve tiene que ser proporcionado a su mo¬ tor; y ésta es precisamente la perfección del móvil en cuanto tal, la dispo¬ sición que le permite ser bien movido por su motor. Por eso cuanto más alto es el motor, tanto más perfecta se requiere la disposición en el móvil para recibir su acción; y así vemos que el discípulo necesita estar mejor preparado para poder captar una doctrina más alta de su maestro. Ahora bien: es manifiesto que las virtudes humanas perfeccionan al hombre en cuanto que es propio del hombre gobernarse por su razón en su vida inte¬ rior y exterior. Es, pues, necesario que haya en el hombre ciertas perfeccio¬ nes superiores que le dispongan para ser movido divinamente ; y estas perfec¬ ciones se llaman dones, no solamente porque son infundidas por Dios, sino porque por ellas el hombre se hace capaz de recibir prontamente ia inspira¬ ción divina, según la palabra de Isaías (50,5): «El Señor me ha abierto los oídos... y yo no me resisto, no me echo atrás»; y eL Filósofo mismo dice que «los que son movidos ipor instinto divino no deben aconsejarse por la razón humana, sino que deben seguir la inspiración interior, que procede de un principio más alto» que !a razón humana. Y por esto dicen algunos que los dones perfeccionan al hombre para actos superiores a los de las virtudes» 44 , 43 Cf. San Gregokio. Morales I c.27 (al 12 in vet.280: ML 75,544 G). 44 1 - 11 , 68 ,*. C.l. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural 159 Este es el artículo del Santo. En realidad, nada es necesario añadir a. una doctrina tan clara y luminosa. Pero para mayor abundamiento, dada la importancia de la materia, investiga¬ remos más despacio las razones profundas en que se apoya la distinción específica entre las virtudes y los dones. Para comprender mejor las diferencias entre las virtudes y los dones nos ayudará a conocer cuáles son sus elementos comunes; o sea, en qué convienen unas y otros. 124. Coincidencias entre las virtudes y los dones. —Las principa¬ les son las siguientes: ¡ a) Convienen en el género . Tanto unas como otros son hábitos opera¬ tivos : dicen orden esencial a la acción y por ella se tienen que especificar* b) Tienen la misma causa eficiente : Dios en el orden, sobrenatural, Son hábitos mfwsos «per se», totalmente sobrenaturales. c) Tienen el mismo sujeto «in quo>> : las facultades humanas, . En ellas residen las virtudes y los dones. d) Tienen el mismo objeto material (materia «circa qvam»): toda la materia moral, que es común a las virtudes y a los dones. e) Tienen la misma Causa final (fin remoto): la perfección sobrenatural del hombre, incipiente en este mundo y consumada en el otro. Tales son las. principales coincidencias entre las virtudes y los dones. Pero al lado de estas coincidencias— ninguna .de las cuales compromete la diferencia específica entre unas y otros, por ser todas extrínsecas, a excepción del género y del objeto material, que no son elementos especificativos—tene¬ mos las siguientes irreductibles diferencias: 125, Primera diferencia: la causa MOTORA.—La causa eficiente, en cuanto hábitos, es la misma: Dios, autor de . todo el orden sobrenatural. Pero la causa motora es completamente distinta. En las virtudes es la misma razón humana (ilustrada por ía fe, si se trata de virtud infusa, y siempre bajo la previa moción de Dios, que en el orden sobrenatural representa una gracia actual ); en los dones, en cambio, la causa motora es el mismo Espí¬ ritu Santo, que mueve el hábito de los dones como instrumentos directos suyos. Por eso del hábito de las virtudes infusas podemos usar cuando nos plazca—presupuesta la. gracia actual, que a nadie se niega—, mientras que los dones sólo actúan cuando el Espíritu Santo quiere moverlos 45 . 136. Segunda diferencia: el objeto formal 46 .—Como es sabido, el objeto formal es eí propiamente especificativo de un acto o de un hábito. 45 La diferencia específica que se deriva de este argumento entre las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo es tan clara y manifiesta, que ha sido admitida hasta por el P. Crisógono, a pesar de favorecer tan poco a sus teorías. He aquí sus palabras:. «La diferencia entre los dones y las virtudes se funda en el diverso principio motor a que unos y otros hábitos se refieren. Mientras las virtudes disponen para seguir el dictamen de la razón, los dones acondicionan para seguir el del Espíritu Santo. Esta diferencia de prin¬ cipio es la que exige diferencia de disposición y de razón formal en Jos actos, aunque el objeto material sea el mismo. Es manifiesto que los hábitos que dispongan, para recibir y seguir la influencia del Espíritu Santo han de ser específicamente distintos de aquellos que disponen pará los dictámenes de la razón, aunque sea iluminada por la fe». Cf. P. Crísócoño, Com¬ pendio de ascética y mística p.19 (r.* ed.). 46 Cf. P. Menéndez-Reigada, Los dones del Espirilu Santo y la perfección cristiana c.3 nota G. 160 P.Il,: El organismo sobrenatural y la perfección cristiana Un acto o un hábito, pueden tener común con otros actos y hábitos las dos causas extrínsecas (eficiente y final) y hasta la causa material (que es un demérito genérico, no específico), sin que haya diferencia específica. entré ellos; pero si difieren por su objeto formal, la diferencia específica es clarí¬ sima aunque convengan en todo lo demás. Tal ocurre precisamente con las virtudes infusas y loa dones del Espíritu Santo. Unas y otros tienen —como ya hemos dicho—la misma causa eficiente (Dios, autor del orden sobrenatural), la misma causa final (la santificación del alma, y en defini¬ tiva, la gloria de Dios) y la misma causa material , ya que los dones no tie¬ nen materia propia, sino que tienen por misión perfeccionar el acto de las virtudes sobre sus materias respectivas. Y, sin embargo, la diferencia espe¬ cífica aparece clarísima por el objetó formal, que es completamente distinto. Vamos a verlo. El objeto formal es doble: a) aquel por el cual el acto se constituye en su propia naturaleza, inconfundible con cualquier otro, bajo una razón de¬ terminada (obiectúm «que*, ratio «subqua»); y b) aquel que es terminativo del acto o hábito bajo Iarmisma razón de ser (óbiectum «quod»)* Por ejemplo: el acto de robar tiene por objeto formal constitutivo (obiectúm quó) tomar lo ajeno, que es su causa formal y lo que esencialmente constituye el robo; y por objeto formal terminativo (obiectúm quód), la cosa ajena. El que esta cosa sea dinero o un objeto cualquiera, eso es el objeto material. Aplique¬ mos a nuestro caso estas nociones elementales. a) Objeto fortnal terminativo : (obiectúm fórmale «quod») .—El objeto for¬ mal terminativo de los actos humanos, en cuanto morales, es el bien honesto (bonum Honestum), en contraposición al bien útil y al deleitable, que, en cuanto tales; no pueden ser norma de moralidad. Bajo este aspecto no di¬ fieren las virtudes y los dones, porque ambos tienden a ese bien honesto de un modo general. Ya sea que obremos por las virtudes o por los dones, siempre practicamos ese bien honesto. Claro que esé bien tiene dos aspectos muy distintos según recaiga so¬ bre él la regla de la razón iluminada por la fe o la regla del Espíritu Santo mismo. Pero esto cae de Heno dentro del objeto formal quo, o ratio sub qua, que es el elemento diferencial propiamente especificativo, como vamos a ver, b) Objeto formal constitutivo («obiectúm quo»), —El objeto formal quo, o ratio sub qua, e s totalmente distinto en las virtudes y los dones. En las virtudes infusas^ la regla próxima e inmediata de sus actos es la razón hu¬ mana iluminada por la fe; de tal manera que ún acto es bueno si se acomoda a ese dictarrien y es malo si se aparta de él. En los dones, en cambio, la regía próxima e inmediata de sus actos es el mismo Espíritu Santo, que los go¬ bierna y mueve directamente como instrumentos suyos, imprimiéndoles la dirección y haciendo, t>or consiguiente, que el acto se produzca no por ra¬ zones humanas, sino por razones divinas , que escapári y trascienden la esfe¬ ra de la razón humana aun iluminada por la fe. El acto de los dones brota de unnaotivo formal completamente distinto y, por lo mismo, arguye necesaria¬ mente distinción específica con el de las virtudes. Ahora bien: como es sa¬ bido, los .hábitos se especifican por sus actos, y éstos por sus objetos for¬ males. A objetos formales específicamente distintos corresponden actos es¬ pecíficamente distintos; y a éstos corresponden hábitos también específica¬ mente distintos. Esto es elemental en filosofía. 127. Tercera diferencia: modo humano y modo divino^,— Esta di¬ ferencia se sígu e necesariamente de las dos anteriores. La operación tiene que tener el mismo modo que la causa motora que la impulsa y la norma o 47 Para estas últimas diferencias cf. P. T. G. Menéndez-Reigaoa, Diferencias generales entre dones y virtudes.* La Vida Sobrenatural (julio-agosto de 1944)* 161 C.l. Naturaleza y organismo, de la vida sobrenatural regla a que se ajusta. Teniendo las virtudes infusas por motor al hombre y por norma o regla la razón humana iluminada por la fe,, necesariamente han de imprimir a sus actos el modo humano que les corresponde. En cambia —y por la misma razón—teniendo los dones por causa motora , y por nor¬ ma o regla al mismo Espíritu Santo, necesariamente tienen que revestir sus actos el modo correspondiente. a esa regla y a ese motor, esto es, el modo divino o sobrehumano. De esta tercera diferencia se deducen dos consecuencias de importancia excepcional en teología ascética y mística: a) la imperfección radical de las virtudes infusas por la modalidad, hu¬ mana de su obrar y la necesidad imprescindible de que los dones del Espí¬ ritu Santo vengan en su ayuda para proporcionarles su modalidad divina, sin la cua! jamás las virtudes infusas podrán alcanzar su plena perfección y desarrollo; y b) imposibilidad de una operación de. los dones al modo humano , toda vez que su modalidad divina es precisamente un elemento de diferenciación específica con las virtudes infusas. Una operación de los dones del Espíritu Santo ál modo humano envuelve verdadera contradicción. 128. Cuarta diferencia: uso a- nuestro arbitrio a al arbitrio di¬ vino.— Otra diferencia que se desprende de las anteriores. De las virtudes podemos usar cuando queramos, según consta por lá experiencia (v.gr., po¬ demos hacer cuando queramos un acto de fe, esperanza, caridad, o de cual¬ quier otra virtud infusa). De los dones, en cambio, no podemos usar cuando queramos, sino sólo cuando quiere el Espíritu Santo mismo. La razón de esto es muy clara. Todos aquellos hábitos de los cuales es regla y motor la razón humana (aunque sea iluminada por la fe) están so¬ metidos a nuestro libre albedrío en cuanto a su ejercicio, porque son actos nuestros en toda su integridad ^ Mas los dones son hábitos que no confie¬ ren al alma más que la facilidad para dejarse mover por el Espíritu Santo, que, como ya hemos visto, es la única causa motora de los mismos, sin que el alma pueda hacer otra cosa que cooperar a esa moción—aunque de una ma¬ nera consciente y libre—no poniendo ningún obstáculo y secundando con docilidad el impulso del Espíritu Santo, que mueve los dones como causa principal, limitándose el hombre al papel de simple instrumento,. aunque consciente y libre. En orden a la actuación de los dones, nosotros no podemos hacer otra cosa qüe disponernos— refrenando, v.gr., el tumulto de las pasiones, el. afecto a las criaturas, el tropel de distracciones y fantasmas de la imaginación que dificultan la acción de Dios, etc.—para, que el propio Espíritu Santo pue¬ da actuarlos cuando le plazca. En este sentido, podemos decir que nuestros actos son causa dispositiva de la actuación de los dones. Es lo que Santa Teresa quería decir cuando escribe.con tanta precisión.y exactitud: «La primera oración que sentí, a mi parecer,. sobrenatural, que. llamo yo lo que con industria ní diligencia no se puede adquirir aunque mucho se procure, aunque disponerse para . ello sí y debe de hacer mucho al caso...» 4Sr . Es necesario—en efecto—que el sujeto se disponga para que los dones actúen en él; no con una disposición propia y formal, que ésa la da el mis¬ mo don, sino quitando los impedimentos que en él pueda haber (sicut re- 48 Aunque siempre, desde luego, bajo la previa moción divina: natural, si se trata de virtudes adquiridas, y sobrenatural (grada actual), si se. trata de virtudes infusas. . 49 Santa Teresa, Relación r.° ai P. Rodrigo n .3. 162 p,U, El organismo sobrenatural y la perfección cristiana movcns prohíbeos , ve] causa «per accidens»), a fin de que esa docilidad al Espíritu Santo pueda hacerse real (pasando al acto) y no ser sólo potencial (por la posesión del simple hábito de los dones). Y, en cierto sentido, nues¬ tros actos pueden ser también causa meritoria de la actuación de los dones siquiera sea de una manera remota, en cuanto que con nuestros actos sobre¬ naturales podemos merecer el aumento de la gracia, de las virtudes infusas y de los mismos dones del Espíritu Santo en cuanto hábitos . Y a medida que los dones vayan creciendo en perfección, más fácilmente actuarán y con mayor intensidad, y vencerán mejor las resistencias o indisposiciones que encuentren a su paso, a la manera que ún gran fuego prende fácilmente en un leño aunque esté verde o mojado. Pero sea cual fuere el grado de perfección habitual que los dones hayan alcanzado en nosotros, su actuación estará siempre completamente fuera deí alcance de nuestro-libre albedrío. El Espíritu Santo los actuará cuando quiera y como quiera, sin que nosotros podamos hacerlo jamás por nuestra cuenta. Es manifiesta por este capítulo la diferencia entre las virtudes y los dones. 139 . Quinta diferencia: estado activo y estado pasivo. —Esta dife¬ rencia nace también de la primera, y no es más que una consecuencia de ella. En el ejercicio de las virtudes infusas—en efecto—, el alma se encuentra en pleno estado activo . Sus actos se producen al modo humano y tiene plena conciencia de que es ella la que obra cuando y como le place: es ella, senci¬ llamente, la causa motora y principal de sus propios actos, aunque siempre, : desde luego, bajo la moción divina—que nunca falta—en forma de una gra¬ cia actual. El ejercicio de los dones es completamente distinto. El Espíritu Santo es la única causa motora y principal que mueve el hábito de los dones, pa¬ sando el alma a la categoría de simple instrumento , aunque consciente y libre. El alma reacciona vitalmente al recibir la moción de los dones—y de esta manera se salva la libertad y el mérito bajo la acción donal—, pero sólo para secundar la divina moción, cuya iniciativa,y plena responsabilidad co¬ rresponde por entero al ; Espíritu Santo mismo, que actúa como única causa motora y principal. Por eso tanto más perfecta y limpia resultará la acción donal cuanto el alma acierte a secundar con mayor docilidad esa divina moción adhiriéndose fuertemente a ella sin torcerla ni desviarla con movi¬ mientos de iniciativa humana, que no harían sino entorpecer la acción san- tificadora del Espíritu Santo, Síguese de aquí que el alma, cuando sienta la acción del Espíritu Santo, debe reprimir su propia iniciativa humana y reducir su actividad a secundar dócilmente la moción divina, permaneciendo pasiva con relación a ella. Esta pasividad—entiéndase bien—sólo lo es con respecto al agente divino; pero en realidad se transforma en una actividad vivísima por parte del alma, aunque única y exclusivamente para secundar la acción divina, sin alterarla ni modificarla con iniciativas humanas. En este sentido puede y debe decir¬ se que el alma obra también instrumentalmente lo que en ella se obra, pro¬ duce lo que en ella se produce, ejecuta lo que en ella el Espíritu Santo eje¬ cuta. Se trata, sencillamente, dé una actividad recibida 50 , de una absorción ele la actividad natural por una actividad sobrenatural, de una sublimación de las potencias a un orden divino de operación, que nada absolutamente tiene que ver con la estéril inacción del quietismo. Por donde se ve que la moción divina de los dones es muy distinta de la moción divina que pone en marcha las virtudes infusas. En la moción divina de las virtudes, repetimos una vez más, Dios actúa como causa prin- 50 <«En los dones del Espíritu Santo lá mente humana no se comporta como motor, sino como movida* (II-II 52,2 atl 1). C.l. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural 163 cipaí primera, pero al hombre le corresponde la plena responsabilidad de La acción corno causa principal segwida enteramente subordinada a la prime¬ ra; por eso los actos de las virtudes son totalmente nuestros, pues parten de nosotros mismos, de nuestra razón y de nuestro libre albedrío, aunque siempre—deáde luego—'bajo la moción de Dios cómo causa primera, sin la cual ningún ser en potencia puede pasar al acto en él orden natural ni en el sobrenatural. Pero en el caso de los dones, la moción divina que los pone en marcha es muy distinta: Dios actúa no como causa principal primera, sino como causa principal única, y el hombre deja de ser causa principal se¬ gunda, pasando a la categoría de simple causa instrumental del efecto que el Espíritu Santo producirá en el alma como causa principal única. Por eso los actos procedentes de tos dones son materialmente humanos, pero formal¬ mente divinos, de la misma manera que la melodía que un artista arranca de su arpa es materialmente del arpa, pero formalmente del artista que la maneja. Y esto no disminuye en nada el mérito del alma que produce instru¬ mentalmente ese acto divino secundando dócilmente la divina moción, ya que no actúa como un instrumento muerto o inerte—como el cepillo del carpintero o la pluma del escritor—, sino como un instrumento vivo y cons¬ ciente que se adhiere con toda la fuerza de su libre albedrío a la moción di¬ vina, dejándose conducir por ella y secundándola plenamente 51 . La pasivi¬ dad del alma bajo la moción divina de los dones es tan sólo relativa, o sea, tan sólo con respecto a la iniciativa del acto, que corresponde única y ex¬ clusivamente al Espíritu Santo; pero, una vez recibida la divina moción, el alma reacciona activamente y se asocia intensísimamente a ella con toda la fuerza vital de que es capaz y con toda la plenitud de su libre albedrío. De esta manera se conjugan y completan mutuamente la iniciativa divina, la pasividad relativa del alma, la reacción vital de la misma, el ejercicio del libre albedrío y el mérito sobrenatural de la. acción. De manera que, por la moción divihá de los dones, el Es¬ píritu Santo, inhabitante en el alma, rige y gobierna inmedia¬ tamente nuestra vida sobrenatural. Ya no es la razón humana la que manda y gobierna; es el Espíritu Santo mismo, que actúa como regla , motor y causa principal única de nuestros actos virtuosos, poniendo en movimiento todo el organismo de nues¬ tra vida sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo.. 51 Lo dice expresamente .Santo Tomás al contestar a una objeción sobre la necesidad de los dones como hábitos. He aquí la objeción y su respuesta: Objeción: «Los dones del Espíritu Santo perfeccionan al hombre en cuanto que obra movido por el Espíritu de Dios, como ya dijimos. Pero el hombre, movido por el Espíritu de Dios, se comporta respecto de El como instrumento; y es el agente principal, no el instrumento, el que debe ser perfeccionado por un hábito. Luego los dones del Espíritu Santo no son hᬠbitos». Respuesta: «El argumento sería válido en el caso de un instrumento cuya misión no fuera actuar, sino únicamente ser actuado. Pero el hombre no es un' instrumento de este gé¬ nero, sino que de tal modo es movido por el Espíritu Santo, que también él obra o se mueve, por cuanto está dotado de libre albedrío. Luego necesita de un hábito* (I-íI 68,3 ad 2). Santo Tomás repite esta misma doctrina en otros muchos lugares, Véase, por ejemplo, con respecto a la humanidad de Cristo, instrumento del Verbo divino, que se movía, sin embar¬ go, por propia volwitad secundando la acción del Vetbo (111 18,1 ad z). 164 P.IL El organismo sobrenatural y la perfección cristiana 6 . ¿Admiten los dones del Espíritu Santo un doble modo de operación? 130. . Los autores partidarios de un doble camino para al¬ canzar la perfección cristiana, a saber: uno puramente ascético, a base del ejercicio de las virtudes infusas a nuestro modo hu¬ mano con ayuda de la gracia ordinaria—que sería el camino normal y ordinario para la inmensa mayoría de jos cristianos—; y otro místico , bajo la influencia de los dones del Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano —que sería del todo anormal y extraordinario, reservado a unos pocos aristócratas del espíri¬ tu—, tropezaban con una gran dificultad para fundamentar su teoría de la doble vía o doble camino de perfección; el testi¬ monio unánime de la tradición cristiana reclamando la actua¬ ción de los dones del Espíritu Santo como condición indispen¬ sable para que las virtudes infusas—teologales y morales— puedan alcanzar su plena expansión y desarrollo, tal como lo reclama la perfección cristiana. Para superar tamaña dificultad, algunos autóres^-entre los que destacó el P. Crisógono de Jesús Sacramentado, C. D,— intentaron demostrar que los dones del Espíritu Santo admi¬ ten un doble modo de operación, o sea, pueden actuar de dos maneras: una al modo divino, propio y característico de la mística; y otra al modo humano, que no rebasaría las fronteras de la ascética . De esta manera se salvaría la necesidad de los dones para la perfección cristiana sin tener que salir de la vía puramente ascética, que sería suficiente, por lo mismo, para llevarnos a la cumbre de la perfección sin necesidad al¬ guna de la mística. Esta teoría de la doble modalidad de los dones del Espíritu Santo está hoy completamente desacreditada. Ningún teólogo serio la admite ni puede admitirla, ya que está llena de absurdos y contradicciones. Los principales son tres: a) . Sería inútil y superflua, dado que fuera posible. . b) Es filosóficamente imposible. c) Es teológicamente absurda. He aquí las pruebas, brevemente resumidas 52 : i.° Sería inútil y superflua.— En primer.lugar, esa ac¬ tuación de los dones del Espíritu Santo al modo humano—dado que fuera posible—sería del todo inútil y superflua o vendría a multiplicar los entes sin necesidad. Porque una de dos: o esa 52 En. las anteriores ediciones de esta obra estudiábamos este asunto mucho más exten¬ samente, En ésta nos limitamos a este breve resumen, por haber perdido casi todo su interés al haber abandonado sus mismos partidarios la peregrina teoria de la doble operación donal. C.l. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural 165 actuación de los-^ dones al modo humano se confunde con el modo humano de las virtudes infusas, o no. Si. lo primero, es inútil y superfina, coiiio es claro y evidente; si lo segundo, tenemos una multiplicación de entes sin necesidad, ¿Para qué queremos una operación de los dones al modo humano tenien¬ do a nuestra disposición, con ayuda de la simple gracia ordi¬ naria, el modo humano de Tas virtudes infusas? ¿Qué podrá añadir a las virtudes infusas esa actuación de los dones al modo humano? ¿La entidad sobrenatural? Ya la tienen las virtudes infusas de por sí. ¿El modo humano de actuar ?Tam- bién lo tienen las virtudes manejadas por el hombre. Pues si nada les pueden añadir—toda vez que es imposible distinguir en los dones otras formalidades que la quoád substántiam y la quoad modum , que en este caso coincidirían con el quoad sufcí- stantiatri y quoád modum de las virtudes infusas—, ¿quién no ve que esto es multiplicar los entes sin necesidad alguna y que en buena filosofía es preciso rechazar estas multiplicaciones innecesarias? ¿f 2. 0 Es filosóficamente imposible,— En segundo lugar, si los dones del Espíritu Santo pudieran tener una operación al modo humano, esta operación sería específicamente distinta de su operación al modo divino, como es obvio y proclama el mismo P, Crisógono, Ahora bien: todo el mundo sabe—es eler mental en filosofía escolástica—que dos operaciones específica¬ mente distintas arguyen, por necesidad ontológica, dos hábitos específicamente distintos, como quiera que los hábitos se' distin^ guen y especifican precisamente por sus operaciones, 'como éstas se distinguen y especifican por sus objetos 53 . Luego si. los dones del Espíritu Santo—que son hábitos , como ya hemos visto, de acuerdo con Santo Tomás y el mismo P. Criéógono— pudieran tener un acto al modo humano, distinto específica¬ mente de su acto al modo divino , se seguiría inevitablemente que un solo y mismo hábito tendría dos actos específicamente distintos , lo cual es inaudito e ininteligible en filosofía escolás¬ tica, Esto sería tan estupendo como si con sólo los ojos corpo¬ rales pudiéramos ver y oír indistintamente. Para admitir esta doctrina sería menester renunciar a los principios más elemen¬ tales e inconcusos de nuestra filosofía perenne 53 Lo dice expresamente Santo Tomás y es doctrina corriente en filosofía escolástica, como sabe todo el mundo: «Diversitas vero obiectorum secundum speciem,'facit diverái- tatem actuura secundum speciem et per consequens habituum* (ef. I-II,54,i ad i; ibid., a.2; 1 / 77 , 3 , etc.). 54 D. Bajldomero Jiménez Duque, en un articulo aparecido en RET (octubre-diciem¬ bre 1941, p.963-83) rechaza el argumento de la doble operación de los dones con las siguien¬ tes palabras: «Para afirmar ese principio de un hábito, como son Jos dones, creemos que hay que negar más de la mitad de los principios filosóficos y teológicos del tomismo». Estamos completamente de acuerdo. 160 P.IL El organismo sobrenatural y ia perfección cristiana Pero no acaban aquí todavía los inconvenientes de esa pe^ regrina teoría. Veamos lo que resulta de ella trasladándola al terreno de la teología, esto es, examinando la naturaleza y finalidad de los dones en cuanto instrumentos del Espíritu Santo. 3. 0 Es teológicamente absurda. —Pongamos el argu¬ mento en forma. Una actuación de los dones del Espíritu San¬ to que destruya la naturaleza y finalidad de los mismos es teo¬ lógicamente absurda. 'Pero la actuación de los dones al modo humano destruiría su propia naturaleza y finalidad. Luego es teológicamente absurda. La mayor es una condicional evidente. Vamos a probar la menor. Según la doctrina de Santo Tomás—en este punto admitida por todas las escuelas—, los dones del Espíritu Santo son hᬠbitos sobrenaturales que, movidos directa e inmediatamente por el mismo Espíritu Santo como instrumentos suyos, tienen por finalidad perfeccionar el acto de las virtudes infusas. Has¬ ta aquí no hay discusión entre los autores de las diferentes escuelas. Ahora bien: la operación de los dones al modo humano des¬ truiría totalmente estas dos cosas: la naturaleza y la finalidad de los mismos. a) Destruiría su naturaleza. —Si los dones del Espíritu San¬ to pudieran tener una operación al modo humano, paralela a la de las virtudes infusas, se seguiría lógica e inevitablemente que en esa modalidad humana podríamos actuar a nuestro ar¬ bitrio los dones del Espíritu Santo, con ayuda de la simple gra¬ cia ordinaria, puesto que el modo humano—aun en el orden sobrenatural—es connatural a nosotros: no trasciende la regla de la razón ni las fuerzas del alma elevada por la gracia a ese orden sobrenatural. Y así, sin más ayuda que la, de la simple gracia ordinaria, podríamos realizar un acto perteneciente al don de sabiduría o al de entendimiento al modo humano con la misma sencillez y facilidad con que realizamos un acto de fe, de esperanza o de caridad sobrenatural. Ahora bien: sí un hábito con dos operaciones específicamente distintas era algo ininteligible en filosofía, una actuación de los dones del Es¬ píritu Santo producida por el mismo hombre con ayuda de la sim¬ ple gracia ordinaria sería una verdadera enormidad en teolo¬ gía. Todos los teólogos sin excepción—cualquiera que sea ia escuela a que pertenezcan—proclaman la imposibilidad abso¬ luta de que podamos actuar por nuestra propia cuenta los C.l. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural 167 doaes del Espíritu Santo; se requiere en cada caso una inter¬ vención especial del Espíritu Santo independientemente de toda iniciativa humana . Lo exige así la naturaleza misma de los dones, instrumentos directos e inmediatos del mismo divino Es¬ píritu, no del alma en gracia como las virtudes infusas. Pero hay más todavía. Si los dones pudieran tener un modo humano, en esa modalidad humana , dejarían de ser los instru¬ mentos directos del Espíritu Santo que ha conocido toda la tradición teológica—no podrían serlo, porque el modo depende de la regla y del motor, como demuestra Santo Tomás 55 — para convertirse en instrumentos del hombre , o, si se quiere, del alma en gracia, como las virtudes infusas. Dígasenos si esto no es destruir completamente la naturaleza misma de los dones tal como los ha conocido siempre la teología católica de todas las escuelas. Pero es que no quedaría destruida solamente su naturaleza, sino que, por una consecuencia lógica e inevitable, desaparece¬ ría también la finalidad misma de los dones. He aquí por qué. b) Destruiría su finalidad, —Segúri el Doctor Angélico—ló hemos indicado ya y lo veremos ampliamente en su lugar co¬ rrespondiente—, los dones tienen por finalidad perfeccionar el acto de las virtudes infusas, proporcionándoles la «atmósfe¬ ra divina» que necesitan para su pleno crecimiento y desarrollo. Ahora bien: una operación de los dones al modo humano sería completamente incapaz de conseguir este fin, sobre todo con relación a las virtudes teologales, en cuyo perfecto des¬ arrollo consiste principalmente la perfección cristiana. Por¬ que las virtudes teologales, como dice el Angélico Doctor 56 , son de suyo mas perfectas que los dones, y si necesitan de ellos para alcanzar su pleno desarrollo y perfección es porque las virtudes infusas (tanto teologales como morales) son movidas por el hombre al modo humano , y es preciso que este lastre y sedimento humano que inevitablemente se mezcla en sus ope¬ raciones a la manera ascética (en la que permanecen las virtudes como abandonadas d sí mismas) desaparezca y substituya por el modo divino, totalmente sobrenatural, que le comunicarán los dones, haciéndolas actuar místicamente . Unicamente en¬ tonces las virtudes infusas producirán actos perfectos, del todo divinos, como corresponde y reclama su naturaleza estricta¬ mente sobrenatural, sin mezcla ni argamasa de elementos y resabios humanos. Pero si los dones del Espíritu Santo, al acudir en ayuda de las virtudes teologales, les prestaran un 55 Cf, III Sent. dlst.j a.3*ic; d.34 <&.'i a*3 rcs P- 1 - 11 , 68 , 8 . 168 P.U. El organ 'tsmo.sobrenatural y la perfección cristiana modo humano, nada absolutamente habríamos adelantado en orden al perfeccionamiento de esas virtudes. Sus actos conti¬ nuarían tan imperfectos y enfermizos como antes, ¿Como una operación de los dones al modo humano podría perfeccionar el acto de las virtudes teologales, si ese modo sería absoluta¬ mente idéntico al que ya tienen esas virtudes manejadas por el hombre, siendo ellas, por lo demás, superiores a los dones? ¿Quién no ve que esto es absurdo y contradictorio? ¿Tendre¬ mos, o no razón al calificar esa teoría de teológicamente absurda? Por cualquier lado que se mire es, pues, claro y evidente que los dones del Espíritu Santo no tienen ni pueden tener más que un solo modo de operación: el divino o sobrehumano, que exige su naturaleza misma de instrumentos directos e inmedia¬ tos del mismo Espíritu Santo, * * * Y vamos ahora a estudiar otra cuestión interesantísima, a saber: la necesidad de los doiies para la perfección cristiana e incluso para la misma salvación eterna. 7, Necesidad de los dones del Espíritu Santo Vamos a establecer las tres siguientes conclusiones: 1. a Los dones del Espíritu Santo son necesarios para la perfección de las virtudes infusas. 2. a Son necesarios para la misma salvación eterna. 3. a No son necesarios para todos y cada uno de los actos saludables. La conclusión más importante en teología mística es la pri¬ mera, que vamos a examinar cuidadosamente 57 . Conclusión i.?* Los dones del Espíritu Santo son necesarios para la perfección dé las virtudes infusas. 131. El argumento general es muy sencillo. Los dones son necesarios para la perfección de las virtudes infusas si éstas tienen Ciertos defectos que no pueden corregir por sí mismas, sino solamente bajo la influencia de los dones. Pero éste pre¬ cisamente es el caso de las virtudes infusas. Luego. . . La premisa mayor de este silogismo condicional es evidente. Si las virtudes no pueden por sí mismas corregir ciertas imper¬ fecciones que les acompañan y estas imperfecciones desapare¬ cen bajo la influencia de los dones, es claro y evidente que los 37 Cf. el magnífico estudió del P. Ignacio G. Menéndez^Reigada Necesidad de ios dones del Espíritu Santo (Salamanca 1940), en el que principalmente nos inspiramos para redactar estas conclusiones, y donde encontrará el lector una amplia información sobre esta materia. 169 C.l. Naturaleza y organismo de ia vida sobrenatural dones son necesarios para la perfección de las virtudes. Sobre esta condicional no. cabe discusión. La que hay que demostrar es la premisa menor. Ante todo no olvidemos que las virtudes infusas son hábi¬ tos. Es preciso, pues, examinar los motivos de imperfección que pueden encontrarse en los hábitos para ver si algunos de esos motivos se encuentran en las virtudes infusas. Cinco son los principales motivos de imperfección que pue¬ den encontrarse en un hábito: 1. ° Cuando el hábito no alcanza todo su objeto material! Tal es el caso de un estudiante de teología que no ha estudiado todavía algún tratado de la misma. Sabe algo de teología, tiene el hábito de la misma, pero incompleta e imperfectamente. 2. ° Por la falta de intensidad con que el hábito alcanza su objeto (v.gr., el estudiante que ha recorrido todo el panorama de una asignatura, pero floja y superficialmente). 3. 0 Por el poco arraigo que tiene en el sujeto (v.gr*, lo ha practicado poco). Estas tres imperfecciones se encuentran eri las virtudes, pero pueden corregirlas por sí mismas. No necesitan la ayuda de los dones para extenderse a nuevos objetos, para aumentar la intensidad de los actos o para multiplicarlos. . 4. 0 Por la imperfección intrínseca, esencial, del hábito mismo. Tal ocurre, v.gr., con la virtud de la fe (es oscura,: o de non visis) y con la esperanza (es de non possessis). Este defecto ni pueden corregirlo las virtudes ni los dones; sería destruir el hábito mismo en cuanto tal. 5, 0 Por la desproporción entre el hábito y el sujeto donde residen. Y aquí tenemos precisamente el caso de las virtudes infusas. Sabido es, en efecto, que las virtudes infusas son hábitos sobrenaturales, divinos, y el sujeto en que se reciben es el alma humana, o más exactamente, sus potencias o facultades. Ahora bien: como, según el conocido aforismo de las escuelas, «quid- quid recipitur ad modum recipientis recipitur» («lo que se re¬ cibe al modo del recipiente se recibe»), las virtudes infusas, al recibirse en el alma, se rebajan y degradan, vienen a 1 adquirir nuestro modo humano— por .su acomodación ál funcionamiento psicológico natural del hombre—y están como ahogadas en esa atmósfera humana, que es casi irrespirable para ellas. Y ésta es la razón de que las virtudes infusas, a pesar de ser mucho más perfectas en sí mismas que sus correspondientes virtudes adquiridas, no nos hacen obrar con tanta facilidad como éstas, precisamente por la imperfección con que poseemos los hábitos 170 P.ll. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana sobrenaturales. Se ve esto muy claro en un pecador que se arre¬ piente y confiesa después de una vida desordenada; vuelve fᬠcilmente a sus pecados a pesar de haber recibido con la gracia todas las virtudes infusas. Ahora bien: es claro y evidente que, si poseemos imperfec¬ tamente en el alma el hábito de las virtudes infusas, los actos que provengan de él serán también imperfectos, a no ser que un agente superior venga a perfeccionarlos. He ahí la finalidad de los dones del Espíritu Santo. Movidos y regulados, no por la razón humana, como las virtudes, sino por el Espíritu Santo mismo, proporcionan a las virtudes infusas—sobre todo a las teologales—la «atmósfera divina» que necesitan para desarrollar toda su virtualidad sobrenatural También se puede ver esta necesidad por el motivo formal que impulsa el acto de las virtudes infusas. Mientras el objeto o motivo formal no. rebase la regla de la razón humana, aun ilu¬ minada por la fe, será siempre un motivo imperfecto aunque se practique materialmente la misma obra que se practicaría bajo la moción de los dones, toda vez que les faltará esa modalidad divina, que procede del motivo o regla superior característica de los dones. Y no es que las virtudes infusas sean imperfectas en sí mis¬ mas. Al contrario, de suyo son realidades perfectísimas, estric¬ tamente sobrenaturales y divinas. Las virtudes teologales son incluso más perfectas que los dones mismos del Espíritu Santo, como dice Santo Tomás 59 . Pero las poseemos imperfectamente todas ellas —como dice también el mismo Angélico Doctor 60 — a causa precisamente de esa modalidad humana , que se les pega inevitablemente por su acomodación al funcionamiento psico¬ lógico natural del hombre cuando son regidas por la simple razón iluminada por la fe. De manera que la imperfección de las virtudes infusas no está en ellas mismas—son perfectísimas—, sino en el modo imperfecto con que nosotros las poseemos, a causa de su misma perfección trascendental y nuestra propia imperfección huma¬ na, que Ies imprime forzosamente el modo humano de la simple razón natural iluminada por la fe. De ahí la necesidad de que los dones del Espíritu Santo vengan en ayuda de las virtudes infusas, disponiendo las potencias de nuestra alma para ser mo¬ vidas por un agente superior—el Espíritu Santo mismo—, que las hará actuar de un modo divino, esto es, de un modo total¬ mente proporcionado al objeto perfectísimo de las virtudes Cf. I•'11,68,2.“Esta: es la razón—como ya hemos dicho—de la perfecta inutilidad de una operación de los dones al modo humano , suponiendo que fuera posible. s» «1-11,68,2. C.l . Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural 171 infusas. Bajo la acción de los dones, las virtudes infusas esta¬ rán—por decirlo así— Gen su propio ambiente». Entre todas las virtudes infusas—por esta misma razón—, las que más necesitan el auxilio de los dones son las teologales, en las que consiste principalmente la perfección cristiana cuando llegan a su perfecto desarrollo. Por su misma naturaleza per- fectísima están reclamando el modo divino de los dones. Por¬ que esas virtudes nos dan una participación del conocimiento sobrenatural que tiene Dios de sí mismo—la fe—y de su mis¬ mo amor—la caridad—haciéndonoslo desear como supremo Bien para nosotros—la esperanza—. Estos objetos altísimos, absolutamente trascendentes y divinos, se ven forzosamente constreñidos a una modalidad humana mientras permanecen gobernados y regidos por la razón humana aunque sea ilumi¬ nada por. la fe. Están , pidiendo, reclamando, exigiendo por su propia perfección divina la regulación también divina de los dones. Este es el argumento de Santo Tomás para probar la necesidad de los dones, incluso para la salvación. He aquí sus propias palabras: «Pero, en orden al fin último sobrenatural, al cual ¡a razón mueve en cuanto que en cierto modo e imperfectamente está informada por las virtudes teologales, no basta la sola moción de la razón si no inter¬ viene también el instinto o moción superior del Espíritu Santo, según ía palabra del Apóstol (Rom 8,14 y 17 ): «Los que son movidos por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios; y si hijos, también he¬ rederos» 61 . Y este argumento vale también para las virtudes morales infusas; pues aunque éstas, por razón de su objeto inmediato, no trascienden la regla de la razón—ya que no se refieren in¬ mediatamente al fin sobrenatural, sino a los medios para alcan¬ zarle^—, están ordenadas de suyo a un fin sobrenatural y reciben de la caridad su forma y su vida en ese orden trascendente 62 , Necesitan, por . tanto, para ser perfectas recibir un modo, divino que las adapte y acomode a la trascendencia de esa orientación al fin sobrenatural y las convierta en «virtudes heroicas o divi¬ nas», según expresión de Santo Tomás tomada del. Filósofo. Por eso los dones abarcan toda la materia de las virtudes infu¬ sas, tanto teologales como morales, acerca de cuyo objeto ma¬ terial puede siempre existir un acto de los dones perfeccionando el de la virtud 63 . «Sed in ordine ad finem ultimum supernaüiralem, ad quem vatio movet secundum ctuod est aUquaiiier et imperfecta infórmala per virtutes theologicas, non sufficít ipsa motio rationis nisi dcsuper adsit ¿nstíncfus et tnotio Spiritus Sancti, secundum illud (Rom 8,14 et T7): «Qui Spíritu Dei aguntur, hí filii Dei sunt... et heredes* ( 1 - 11 , 68 , 2 ). <52 1 - 11 , 65 , 2 ; II-ir.23,7-8. . «I11 ómnibus viribus hominís, quae possunt esse principia humanorum actuüm, sica 1 : sunt vírtutes ita etiam sunt dona* (1-11,68,4). 172 P.IL El organismo sobrenatural y la^erfección cristiana Completemos esta doctrina, rechazando las principales ob~ jeciones que contra ella podrían formularse» • Primera . objeción. — ¿Cómo los dones podrán perfeccionar las virtu¬ des teologales, siendo inferiores a ellas, como dice expresamente el Doctor Angélico? 64 . :■ Respuesta. —No pueden perfeccionarlas intrínseca o formalmente, pero sí extrínsecamente, por razón del sujeto imperfecto donde residen las virtudes. Los dones vienen a elevar al sujeto al plano absolutamente divino de las virtudes teologales, dándole su posesión plena y perfecta. Vienen a elimi¬ nar la atmósfera humana, que las esta ahogando, y proporcionarles la atmós¬ fera divina, cjue las permitirá crecer y desarrollarse plenamente. Lo que perfeccionan los dones no es tanto la virtud misma cuanto la potencia en que reside para acomodarla y connaturalizarla con ia misma virtud bajo la acción de un agente superior. De aqiií se deduce, una vez más, la necesidad de los dones para la per¬ fección cristiana. Sin ellos, las virtudes infusas—-sobre todo. las teologales— no podrán desarrollar toda su virtualidad y permanecerán raquíticas y en¬ fermizas.; No por culpa de ellas, sino por razón, del sujeto donde residen, que no las deja crecer y expansionarse por sus miras egoístas y razonamien¬ tos humanos. Y en este sentido son precisamente las virtudes teologales las que más necesitan de los dones, a causa de su misma perfección tras¬ cendental, que postula y exige una modalidad divina que sólo los ! dones Ies podrán proporcionar. Segunda objeción. —Para que las virtudes infusas se desarrollen y per¬ feccionen basta con que produzcan sus actos cada vez con mayor intensi¬ dad y conato. Pero esto puede ser efecto de una gracia actual independien¬ temente de los dones. Luego éstos no son necesarios para la perfección de las virtudes. Respuesta. —La gracia actual, acomodándose al modo humano de las virtudes infúsaselas hará crecer y desarrollarse dentro de esa línea de moda¬ lidad humana . Pero para que salgan de ese modo humano—que siempre será imperfecto por mucho que se desarrolle—y adquieran la modalidad divina que les corresponde como virtudes sobrenaturales, se requiere un nuevo hábito capaz de recibir la moción directa del Espíritu Santo, que ele¬ vará las virtudes a un modo divino , que la razón humana, aun informada por la fe, jamás podría alcanzar 65 . Instancia. — ¿Y es que el Espíritu Santo no puede producir dilecta¬ mente en las virtudes el modo divino sin el hábito de los dones? Respuesta.- —Si admitimos que el Espíritu Santo quiera mover violen¬ tamente a la criatura racional haciéndola salir de su modo connatural sin dotarla de las disposiciones necesarias para recibir una modalidad superior con suavidad y sin violencias, sí; de lo contrario, no. Esta es precisamente la razón tantas veces alegada por Santo Tomás para probar la necesidad de los hábitos infusos—como vimos más arriba—: la suavidad y blandura de la divina Providencia, que mueve a todos los seres de acuerdo con sus disposiciones próximas , naturales o sobrenaturales. Por ló demás, esta ob¬ jeción hay que resolverla en función de la existencia de los dones como hábitos infusos, que ya dejarnos demostrada en su lugar correspondiente. Cf. 1 - 11 , 68 , 8 . . 65 Cf. Juan de Santo Tomás, Cursus 77 i«>!o£¡ci¿s t.6 q,7o d.i8 a.2 § 44.49.S0 (ed. Vivés [París 1885] p.596-98), donde se examinan, y resuelven magistralmente estas y otras obje¬ ciones. C. 1 , Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural 173 Quede, pues, sentado que los dones del Espíritu Santo son necesarios para que las. virtudes infusas alcancen sú plena per¬ fección y desarrollo. Por lo demás, está sentencia es común¬ mente admitida por todas las . escuelas de espiritualidad cris¬ tiana 66 , Conclusión 2.*: Los dones del Espíritu Santo son necesarios, en cierto sentido, incluso para la salvación. 132. El Doctor Angélico, como .es sabido, se plantea ex¬ presamente esta cuestión en la Suma Teológica: «Si lo dones son necesarios al hombre para la salvación» 67 . La contestación es afirmativa. Para probarlo se fija precisamente Santo Tomás en la im¬ perfección con que poseemos las virtudes infusas, como acaba¬ mos de ver en la conclusión anterior. Escuchemos, en primer lugar, al Doctor Angélico, y después, haremos una breve glosa o comentario: «Los dones son, como ya hemos dicho, ciertas perfecciones que dispo¬ nen al hombre a seguir con docilidad las inspiraciones divinas. De donde en todás aquellas cosas en las que el instinto de la razón no es suficiente es necesaria la inspiración del Espíritu Santo y, por consiguiente, sus do¬ nes. La razón humana es perfeccionada por Dios de dos maneras: en pri¬ mer lugar, con una perfección natural (como la virtud adquirida dé sabi¬ duría), y .en segundo. lugar, por una perfección sobrenatural, la de las vir¬ tudes teologales. Y aunque esta segunda perfección sea superior a la, pri¬ mera, sin embargo, poseemos la primera de un modo más perfecto que la segunda, porque el hombre posee plenamente su razón natural, mientras que sólo de una manera imperfecta conocemos y arriamos a Dios, Ahora bien: cualquiera que posea perfectamente una naturaleza, una forma o una virtud puede obrar por sí mismo en ese orden de operación, aunque siempre, desde luego, bajo la moción de Dios,, .que obra interior¬ mente en todo agente natural o libre. Pero, el que no posee sino imperfec¬ tamente un principio cualquiera de actividad (naturaleza, forma o; virtud), no puede obrar por sí mismo a no ser movido por otro. En el orden físico, el sol, que es perfectamente lúcido, puede iluminar por sí mismo; pero la luna, que posee imperfectamente la naturaleza de la luz, no ilumina sino en cuanto iluminada por el sol. En el orden intelectual, el médico, que co¬ noce perfectamente su arte, puede obrar por sí mismo; pero el estudiante de medicina, que no está suficientemente instruido, necesita !a dirección y asistencia de su maestro. Así, pues, para las cosas que caen bajo el domi¬ nio de la razón, y con relación a su fin connatural, el hombre puede obrar por el juicio de su razón; y si, aun eri este orden, el hombre fuera ayudado por una inspiración especial de Dios (per spécialem instinctum), esto sería efecto de una misericordia sobreabundante, más allá de lo necesario (hoc erit superabundantis bonitatis). De donde, como dicen los filósofos, no todos 66 Véase Incluso el mismo P. Ckisóoono, Compendio de ascética y mística p.2'1 (i. a ed,), donde dice expresamente que los dones tienen por misión «perfeccionar los actos de las virtudes#. MI,68,2. 174 P.ÍL El organismo sobrenatural y la perfección cristiana los que tienen las virtudes morales adquiridas tienen también las virtudes heroicas y divinas. Pero, en orden al fin último sobrenatural, la razón humana, que nos mueve a él en cuanto informada de alguna manera e imperfectamente (ali- qualiter et imperfecte) por las virtudes teologales, no es suficiente por sí misma, sino que necesita el instinto y la moción del Espíritu Santo, según aquello de San Pablo: «Los que son movidos por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios... y herederos» (Rom 8,14 et 17 ); y en el salmo se dice: «Tu espíritu es bueno: lléveme por tierra recta» (Ps 142 , 10 ); porque nadie puede llegar a la herencia de aquella tierra bienaventurada a no ser movido y conducido por el Espíritu Santo . Y, por lo mismo, para conseguir aquel fin es necesario al hombre el don del Espíritu Santo» 68 , Esta es la doctrina del Angélico Doctor. A muchos les ha parecido excesiva, pero es porque confunden la cuestión de iure con. la de facto. De hecho, muchos se salvan sin los actos de los dones, aunque no sin sus hábitos 69 ; pero esto es comple¬ tamente accidental y en nada compromete la tesis general. De suyo, en el desarrollo de la vida cristiana la actuación más o menos intensa de los dones es moralmente y a veces física¬ mente necesaria para conservar la gracia y, por consiguiente, para la salvación. Tal es, v.gr., el caso del martirio: o se hace un acto heroico de fortaleza dando intrépidamente la vida por la fe (lo cual apenas se concibe sin el don de fortaleza perfeccio¬ nando la virtud en su acto más difícil), o se comete un pecado mortal apostatando. Y de manera semejante hay muchos otros casos en los que o se hace un acto heroico o se pierde la gracia (v.gr., él caso de Santo Tomás al ser tentado por la mala mujer en el castillo de Rocaseca). La razón, de esta necesidad es la señalada por el mismo Santo Tomás: la insuficiencia de la ra¬ zón, aun iluminada por la fe, para conducimos sin tropiezos al fin sobrenatural. Pero, además, hay otra razón muy clara que se toma de la corrupción de la naturaleza humana como conse¬ cuencia del pecado original. Las virtudes no residen en una na¬ turaleza sana, sino en una mal inclinada por el pecado. Y aun¬ que las virtudes, en cuanto depende de ellas, tienen de suyo fuerza suficiente para vencer todas las tentaciones que se les opongan, no pueden defacto , sin la ayuda de los dones, vencer las tentaciones graves que pueden sobrevenir inesperadamente y de súbito en un momento dado. En estas situaciones impre¬ vistas, en las que la caída o la resistencia es cuestión de un ins¬ tante, no puede el hombre echar mano del discurso lento y ™ 1 - 11 , 08 , 2 . 69 He aquí algunos cíe esos casos: a) Los niños bautizados que mueren antes del uso de la razón. Se salvan sin los actos de las virtudes ni de los dones, aunque no sin sus hábitos, b) Los que se arrepienten a Ja hora de la muerte y mueren en seguida; y c) Los que viven una vida tibia (sin actuación manifiesta de los dones) y mueren en grada. Ya sabemos que las virtudes pueden - sin ios dones produdr actos imperfectos. Si no se presentan ocasiones difíciles que requieran la ayuda de los dones, esto bastará para salvarse, pero siempre quasi per igrum, como dice San Pablo (x Cor 3,15). C.l. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural 175 trabajoso de la razón, sino que es preciso que se mueva rápida¬ mente, como por instinto sobrenatural, esto es, bajo la influen¬ cia y moción de los dones del Espíritu Santo. Sin esa moción de los dones, la caída es casi segura, dada la inclinación viciosa de la naturaleza humana, herida por la culpa original Claro que estas situaciones embarazosas y difíciles no son frecuentes en la vida del hombre. Pero de aquí no se sigue que los dones del Espíritu Santo no sean necesarios para la salva¬ ción, sino que no lo son para todos y cada uno de los actos sa¬ ludables. Y ésta es precisamente la doctrina que vamos a re¬ coger en nuestra tercera conclusión. Conclusión 3. a : Los dones del Espíritu Santo no son necesarios para todos y cadíi. uno de los actos saludables. 133 * Esta cuestión parece haber surgido modernamente por una falsa interpretación de la doctrina de Santo Tomás en el ad secundum de este mismo artículo que acabamos de comentar. He aquí las palabras mismas del Santo: <*A lo segundo hay que decir que el hombre no está perfeccio¬ nado de tal manera por las virtudes teologales y morales en orden al fin sobrenatural que no necesite ser movido siempre por cierto superior instinto del Espíritu Santo, como consta por la razón ya expuesta» 70 . De la simple lectura de este texto parece desprenderse que el Doctor Angélico requiere la acción de los dones para todo acto saludable. Pero es cosa clara que no puede tener ese sentido sí—como es elemental en buena exégesis—se atiende al contexto y a la doctrina inequívoca del Santo en los lugares paralelos. Santo Tomás quiere decir que el hombre no está perfeccionado de tal modo por las virtudes teologales y morales, que no tenga necesidad, a veces , de ser inspirado por el maestro interior. Sabido es que la palabra siempre puede tener dos sentidos muy distintos; siempre y en cada instante (semper et pro semper), y siempre, pero no en cada instante (semper sed non pro semperJ. Indudablemente, Santo Tomás la emplea aquí en este segundo sentido; Convengamos en que la redacción del texto de la Suma es oscura y difícil de traducir; pero el pensamiento del Santo es claro, sobre todo teniendo en cuenta el contexto del artículo y la doctrina general de la Suma 71 . He aquí las pruebas: 1, a Santo Tomás dice en este artículo que los dones son necesarios, porque sin ellos conocemos y amamos imperfectamente a Dios. Luego sin ellos le conocemos y amamos aunque sea imperfectamente. Luego no son necesarios para todo acto saludable. 2 . a En el ad tertium dice el Santo que sin los dones, la razón humana no puede repeler la estulticia natural quantum ad omnia . Luego, sí no pue- 70 «Ad secundum dicendum, quod per virtutes theologícas et morales non ita perficítur homo ín ordine ad ultimum finem quin semper indigeat moveri quodam superiori instinctu Spiritus Sancti, ratione iam dicta» (1-11,68,2 ad 2). 71 Entre los autores partidarios de la necesidad de los dones para todo acto saludable se cuentan: Lekmkuhl, Theol. Mor. t.i n.689 (ed. 1885); Cardenal Manning, Pella mis- sione dello Sp. Santo (ed. 1878) 0,7; Gaume, Catech . Perseverantiae; y Mqns. Piefrot: *L’ami du Clergé* (1892, 1898 y 1900), que fue refutado por el P. -Froget, O.P., en «Revue Tho- miste* (1902). 176 PJl. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana de «en. cuanto a todo»), síguese que lo puede «en cuanto a algo». Luego no son necesarios los dones para todo acto de virtud. El pensamiento de Santo Tomás es, pues, claro teniendo en cuenta el contexto del artículo. Por otra parte; es cosa cierta qüe se puede hacer un acto sobrenatural de fe con una gracia actual, sin ninguna ayuda de los dones del Espíritu Santo. Tal es el .caso de un cristiano en. pecado mortal, que ha perdido los dones del Espíritu Santo juntamente con la. caridad, y que, no obstante, puede hacer todavía actos de fe sobrenatural bajo el in¬ flujo de una gracia actual 72 , Es, pues, del todo claro que los dones del Espíritu Santo no son nece¬ sarios para todos y cada uno de los actos saludables, aunque sean nece¬ sarios a todo lo largo de la vida para los actos perfectos y para vencer ciertas tentaciones graves e imprevistas que podrían comprometer nuestra salvación, como hemos visto en la conclusión anterior. Terminado el estudio .de la necesidad de los dones, veamos ahora cuáles son sus relaciones, mutuas. 8 . Relaciones mutuas entre los dones del Espíritu Santo 134. Santo Tomás estudia las relaciones mutuas entre los dones en tres artículos de esta cuestión 68 de : la. Prime1 secúndete; en el 4, donde pregunta si los dones están convenientemente enumerados en el famoso texto de Isaías; en el 5, donde habla de la conexión de los dones, y en el 7, al preguntar si la digni¬ dad de los dones responde al orden en que los enumera Isaías. Veamos brevemente la doctrina de estos artículos. Artículo 4. Si ios dones del Espíritu Santo están convenien¬ temente enumerados .—La respuesta es afirmativa, fundada en la autoridad de Isaías (i 1,2). En el cuerpo dél artículo establece el ¡Santo un paralelismo entre las virtudes morales y los dones, para concluir que en todas las facultades del hombre que pueden ser principios de actos humanos hay que poner al lado de las virtudes sus corres¬ pondientes dones. Pero hay que tener en cuenta que Santo Tomás cambia de pensar en la Secunda secundae con respecto a la clasificación de los cuatro primeros dones 73 , y asigna do¬ nes, además, a las virtudes teológicas, cosa desconocida en la Prima secundae^ donde la clasificación se hace únicamente por analogía con las virtudes intelectuales y morales 74 . He aquí la clasificación definitiva recogiendo ambos lugares: 72 Cf, sobre esta cuestión P, Gardeil: DTC, art. Dons col. 1779. 73 Cf. 11 - 11 , 8 , 6 , donde advierte expresamente Santo Tomás que sobre esta cuestión ha cambiado de pensar: »Sed diligenter intuenti... Et ideo oportet aliter eorum distinctionem accipere», 74 Esto no quiere, decir—naturalmente—que én la Prima secundae no se consideren relacionados los dones con Jas virtudes teologales, antes al contrario, se nos dice que «omnia dona pertinent ad has tres virtutes, sicut quaedam derivationes praedictarum virtutum* (1-11,68,4 ad 3): pero se prescinde de ellas al hacer la clasificación. Por eso el Santo se corrige a sí mismo en ia Secunda secundae. C.l. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural 177 En la razón.•< En la virtud ape¬ titiva . Para penetrar la verdad: Entendimiento. Para juz -f De las cosas divinas: Sabiduría. . De las cosas creadas: Ciencia. a) gar . Iec- J b) tameri- ^ De la conducta práctica: Consejo. 1) En orden a los demás (Dios, padres, patria): Piedad. 2 ) En orden] a si mis mo (a) > Contra el temor.de los peligros: * Fortaleza: b) Contra la concupiscencia desorde¬ nada: Temor. Este artículo está íntimamente relacionado con el 7, donde habla el Santo de la dignidad de los dones comparados entre sí. Veámoslo brevemente. Artículo 7. Si la dignidad de los dones corresponde a la enumeración de Isaías .—La respuesta es con distinción por la autoridad de San Agustín. La enumeración de Isaías, tal como se lee en la Vulgata, es la siguiente: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, temor. Santo Tomás dice que el profeta pone la sabiduría y el en¬ tendimiento como primeros sin más; pero el consejo y la for¬ taleza los pone antes que la ciencia y piedad por razón de la materia sobre que versan, pero no por razón dé los principios y de los actos. Por razón de sus, : actos propios, los dones hay que clasificarlos de la siguiente manera: En la vida contemplativa f 1 ) Sabiduría___ j 2 ) Entendimiento. 1 3 ) Ciencia... [ 4 ) Consejo....... í 5 ) Piedad. . En la vida activa. i 6 ) Fortaleza ^ 7 ) Temor.. 1 Corresponden a las virtu- I des intelectuales. J 1 Corresponden a las virtu- ¡ . des morales. Atendiendo a la materia sobre que versan, el orden es el de Isaías, con la siguiente distribución; Acerca de las cosas arduas Acerca de las cosas comunes 1 ) Sabiduría. J 2 ) Entendimiento. 1 3 ) Consejo, 4 ) Fortaleza. f 5 ) Ciencia. <¡ 6 ) Piedad. ^ 7 ) Temor. Te o!, perjecciói 8 178 PJl, . El organismo sobrenatural y la perfección cristiana Artículo 8 , Si los dones del Espíritu Santo existen en mutua conexión .—Solución afirmativa por la autoridad de San Gre- gorio. Santo Tomás lo prueba diciendo que así como las virtudes perfeccionan las facultades del alma para ser gobernadas por la razón, así los dones las perfeccionan para ser gobernadas por el Espíritu Santo. Pero como el Espíritu Santo está en nosotros por la gracia y la caridad, síguese que el que está en caridad posee al Espíritu Santo juntamente con sus dones. Luego los dones están todos en conexión con la caridad, como las virtudes morales están todas unidas en la prudencia. No es posible sin la caridad poseer ninguno de los dones del Espíritu Santo, ni dejar de poseerlos todos juntamente con ella. Esto nos lleva como de la mano a examinar la cuestión de las relaciones de los dones con las virtudes teologales y morales. 9. Relaciones de los dones con las virtudes teologales y morales 135, Santo Tomás examina estas relaciones en el artícu¬ lo 8, donde pregunta si hay que preferir las virtudes a los dones. Contesta el Santo con distinción. Los dones son más per¬ fectos que las virtudes intelectuales y morales, pero las virtudes teologales son más perfectas que los dones. El razonamiento para probarlo es muy sencillo. Los dones son con respecto a las virtudes teologales—por las cuales el hombre se une al ! Espíritu Santo como principio motor—lo que las virtudes morales son con respecto a las intelectuales, por las cuales se perfecciona la razón, que es el principio motor de las virtudes morales. Por consiguiente, así como las virtudes intelectuales son. más perfectas que las morales, a quienes rigen y gobiernan, así las virtudes teologales son más perfectas que los dones del Espíritu Santo, a quienes regulan 75 . Pero si com¬ paramos los dones con las otras virtudes intelectuales y morales, los dones son más perfectos, ya que perfeccionan las facultades del alma para seguir el impulso del Espíritu Santo, mientras que las virtudes perfeccionan la razón humana o las otras fa¬ cultades en orden a seguir el impulso de la misma razón. Es manifiesto que a motor más perfecto corresponden más per¬ fectas disposiciones en el móvil 76 . De este artículo conviene destacar lo siguiente: a) Los dones son a las virtudes teologales lo que las vir¬ tudes morales son a las intelectuales. ■ 7 5 Cf. el ad 3 del a.4 de esta misma c.68. ™ MI,68,8. C.l. Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural 179 b) Las virtudes teologales son más perfectas que los do¬ nes porque tienen por objeto inmediato al mismo Dios, mien¬ tras que los dones se refieren únicamente a la docilidad en se¬ guir las inspiraciones del Espíritu Santo. Pero los dones son muy superiores a las virtudes intelectuales y morales, porque con ellos nos regulamos por el Espíritu Santo mismo, mien¬ tras que con aquéllas nos regulamos por nuestra propia razón. c) Por los dones las facultades del alma quedan perfecta¬ mente preparadas y dispuestas a seguir los impulsos del Espí¬ ritu Santo. d) Las virtudes intelectuales y morales preceden a los dones en el orden de la generación o disposición, porque, es¬ tando el hombre bien dispuesto a seguir el dictamen de la razón, se prepara y dispone para recibir la moción divina de los dones (ad 2). Veamos ahora las relaciones de los dones con los frutos del Espíritu Santo y las bienaventuranzas evangélicas. 10 . Relaciones de los dones con los frutos del Espíritu Santo y las bienaventuranzas evangélicas Santo Tomás estudia largamente las bienaventuranzas evan¬ gélicas y los frutos del Espíritu Santo, dedicándoles dos cues¬ tiones enteras a continuación de la de los dones 77 . Nosotros vamos a limitarnos a unas someras indicaciones, suficientes para nuestro objeto, pero que no dispensan de la atenta lectura y meditación del texto bellísimo de la Suma . Vamos a comenzar con los frutos, que son más perfectos que los dones, pero no tanto como las bienaventuranzas evan¬ gélicas. 1. Los frutos del Espíritu Santo 136. Cuando el alma corresponde dócilmente a la mo¬ ción interior del Espíritu Santo, produce actos de exquisita virtud que pueden compararse a los frutos de un árbol. No todos los actos que proceden de la gracia tienen razón de fru¬ tos, sino únicamente los más sazonados y exquisitos, que llevan consigo cierta suavidad y dulzura. Son sencillamente los actos procedentes de los dones del Espíritu Santo 78 . Lo dice expre¬ samente Santo Tomás: 77 cf. 1-11,69 y 70. 78 Aunque no exclusivamente. Pueden proceder también de las virtudes. Según Santo Tomás, son frutos del Espíritu Santo todos aquellos actos virtuosos en los que el alma llalla consolación espiritual: «Sunt enim fructus quaecumque virtuosa opera, in quibus homo delectatur» (1-11,70,2). 180 P.H. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana «Así, pues, nuestras obras, en cuanto son efecto del Espíritu Santo, que obra en nosotros, tienen razón de fruto ; pero en cuanto se ordenan al fin de ía vida eterna tienen, más bien, razón de flor. Por lo que se dice en la Escritura (Eccli 24 , 23 ): «Y mis flores dieron sabrosos y ricos frutos» 79 . Se distinguen de los dones como el fruto se distingue de la rama y el efecto de la causa. Y se distinguen también de las bienaventuranzas en el grado de perfección; estas últimas son más perfectas y acabadas que los frutos. Por eso todas las bien¬ aventuranzas son frutos, pero no todos los frutos son bienaven¬ turanzas 80 . Los frutos son completamente contrarios a las obras de la carne, ya que la carne tiende a los bienes sensibles, que son inferiores al hombre, mientras que el Espíritu Santo nos mue¬ ve a lo que está por encima de. nosotros 81 . En cuanto al número de los frutos, la Vulgata enumera doce 82 < Pero en el texto paulino original sólo se citan nueve: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, man¬ sedumbre, templanza 83 . Es que—como dice muy bien Santo Tomás, de acuerdo con San Agustín 84 —el Apóstol no tuvo intención de enumerarlos todos; quiso únicamente mostrar qué género de frutos producen las obras de la carne y cuáles otros producen las del Espíritu, y para ello cita unos cuantos por vía de ejemplo. Sin embargo—añade Santo Tomás—, to¬ dos los actos de los dones y de las virtudes pueden reducirse, de alguna manera, a los frutos que enumera el Apóstol 85 . 2 * Las bienaventuranzas evangélicas 137, Más perfectas todavía que los frutos son las bien¬ aventuranzas evangélicas. Ellas señalan el punto culminante y el coronamiento definitivo—acá en la tierra—de toda la vida cristiana. Al igual que los frutos, las bienaventuranzas ño son hábi¬ tos, sino actos 86 . Como los frutos, proceden de las virtudes y de los dones 87 . Peró son actos tan perfectos, que hay que atri¬ buirlos a los dones más que a las virtudes 88 . En virtud de las 79 1-11,70,1 ad 1. 80 1 - 11 , 70 , 2 . 81 I-IÍ.70,4. 82 Gal 5,22-23: «Fructus autem Spiritus est: caritas gaudium, pax, patientia, benigní- tas, bonitas, longanimitas, mansuetudo, fides, modestia, continentia, castitas». 83 Cf. Biblia NAcar-Golunca (BAG). Eplatola-a los Gálatas 5,22. 84 1-11,70,3 ad 4; cf. a.4 c. 85 I I 1,70,3 ad 4. «7 1-11,69,1 ad 1. 88 1-11,70,2: us t.x ¿o q.184; Vallgórnera, q.4 d.i; Tanqtjekey, Teología ascética 11.296-330; Garrigou- Lagrange, Perfectian... c.3. y Tres edades ... 1,8-14; Fonck, art. Perfectian en DTG t.12 col.mgs; De Guibert, Theologia spiritualis n.40-125; Mercier, La vida interior conf.3. 147. Veamos, ante todo, la doctrina de Santo Tomás en la Suma Teológica. Comienza el Doctor Angélico preguntando si la perfección de la vida cristiana consiste especialmente en la caridad 2 . Como se ve, va directamente al fondo de la cuestión, prescindiendo de toda clase de prenotandos y de cuestiones secundarias. La respuesta, como es sabido, es afirmativa. Lo prueba en primer lugar por la autoridad de San Pablo: «Pero por encima de todo esto, vestios de la caridad, que es vinculo de perfección» (Col 3,14); porque la caridad—comenta el Angélico Doctor— en cierto modo liga a todas las demás virtudes en una unidad perfecta. En el cuerpo del artículo establece la prueba de razón, que no puede ser más sencilla. Si un ser alcanza su perfección cuando llega a su propio fin, hay que concluir que la perfección cristia¬ na consiste especialmente en la caridad, ya que es ella precisa¬ mente la virtud que nos une directamente con Dios en cuanto último fin sobrenatural. Expuesta brevemente la doctrina del Angélico, veamos de ampliarla un poco más. Vamos a proceder por conclusiones para mayor claridad y precisión. 1 Cf. n-11,184,1. 2 n-n, 184,1. C.2. La perfección cristiana 189 Conclusión i. a : La perfección cristiana consiste especialmente en la perfección de la caridad. ¿ ' 148. Precisemos, ante todo, el sentido de la cuestión. No queremos decir que la perfección cristiana consista íntegra y exclusivamente en la per¬ fección de la caridad, sino que es ella el elemento principal , el mas esen¬ cial y característico de todos. En este sentido hay que decir que la medida de la caridad en el hombre es la medida dé su perfección sobrenatural; de tal manera que el que ha conseguido la perfección del amor de Dios y del prójimo puede ser.llamado «perfecto» en el sentido más genuino de la palabra fsimpliciter ) r mientras, que sólo, lo sería relátivamente (secundum quid) si lo fuera tan sólo en alguna otra virtud 3 . Esto último, por lo demás, es imposible en el orden sobrenatural, dada la conexión de las virtudes in¬ fusas con la gracia y la caridad 4 , Valor de la tesis .—Entendida de esta manera, la presente conclusión les parece a muchos teólogos casi de fe '(próxima fidei) por el evidente tes¬ timonio de la Sagrada Escritura: y el consentimiento unánime de la Tradi¬ ción 5 . De hecho es admitida sin discusión por todas las escuelas de espiri¬ tualidad cristiana. Prueba de la tesis. i.° Por la Sagrada Escriturares una de las verdades más inculcadas en las páginas inspiradas. El mismo Cristo nos dice que del amor de Dios y del prójimo pende toda la Ley y los Profetas 6 . Los textos de San Pablo son muy explícitos y abun¬ dantes. He aquí algunos de ellos: «Pero por encima de todo esto, vestios de la caridad, que es vínculo de perfección » 7 . «El amor es el cumplimiento de la Ley» 8, «Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza, la caridad; pero la más excelente de ellas, es la caridad» 9, «Arraigados y fundados en la caridad para que podáis comprender en unión con todos los santos...» 10 . «El fin del Evangelio es la caridad» 11 , La misma fe recibe todo su valor de la. caridad: «Pues en Cristo ni vale la circuncisión ni vale el prepucio, sino la fe ac¬ tuada por la caridad» l2 . Las demás virtudes nada son sin ella etc., etc. 3 «Simpliciter ergo in spirítuali vita perfectus est qui est in caritate perfectus. Secundum quid, autem, perfectus dici potést, secundum.'quodcumque quod spi ritual ivitae adiungitur» (S.Thom., De perfectione vitae spirituaiis j). . «Et ideo secundum cáritatem simpliciter attenditur perfectio christianae vitae, sed secun- dum alias virtutes secundum quid» (Il-II,i&4,r ad 2). * Cf. I-H,6s. 5 ;Cf. De Guibert, Theologia Spiritualis n.50. 6 Mt 22,35-40; Me 12,28-31. 7 Col 3U4- 8 Rom 13,10. 9 i Cor I 3 U 3 * 10 Eph 3,17-18. 11 1 ad Tim 1,5. 12 Gal 5,6. 13 Cf. 1 Cor 13,1-3. 190 P.ll, El organismo sobrenatural y la perfección cristiana La prueba escriturística de nuestra tesis es, pues, del todo segura y firme 14 . 2. 0 Por el Magisterio de la Iglesia.— Esta misma doc¬ trina, ampliamente comentada y desarrollada por los Santos Padres 15 , ha sido sancionada por el Magisterio de la Iglesia. En la bula Ad Conditorem, de Juan XXII, se leen las siguientes palabras: «Porque, como la perfección de la vida cristiana principal y esencialmente consiste en la caridad , que es llamada por el Apóstol vínculo de perfección (Col 3,14) y que une y junta de algún modo al hombre con su fin...» Como veremos en seguida, el papa recoge la doctrina de Santo Tomás empleando sus mismas palabras. 3. 0 Por la razón teológica. —La prueba de razón la da Santo Tomás, diciendo que la perfección de un ser consiste en alcanzar su último fin, más allá dél cual nada cabe desear; pero es la caridad quien nos une con Dios, último fin del hom¬ bre; luego en ella consistirá especialmente la perfección cristia¬ na. Escuchemos sus mismas palabras: «Se dice de un ser cualquiera que es perfecto cuando alcanza síi propio fin, que es la perfección última de las- cosas. Ahora bien: la caridad es quien nos une a Dios, fin último del alma humana; pues, como dice San Juan, el que vive en caridad permanece en Dios , y Dios en él (1 lo 4,16). Por consi¬ guiente, la perfección de la vida cristiana se toma especialmente de la ca¬ ridad» 17 . La razón fundamental que nos acaba de dar Santo Tomás se aclara y complementa examinando la naturaleza misma y los efectos de la caridad. Sólo ella nos une enteramente con Dios como último fin sobrenatural. Las demás virtudes preparan y comienzan esa unión, pero no pueden acabarla y consumarla, ya que las virtudes morales se limitan a apartar o aminorar los obstáculos que nos impiden el paso hacia Dios y nos acercan a El tan sólo indirectamente , estableciendo el orden en los me¬ dios que a El nos conducen i8 . Y en cuanto a la fe y la esperanza, nos unen ciertamente con Dios—como virtudes teologales que son—, pero no como último fin absoluto, o sea, como sumo Bien infinitamente amable por sí mismo—motivo perfectísimo de la caridad—, sino como primer principio, del que nos viene el conocimiento de la verdad (fe) y la perfecta bienaventuranza 14 Para una prueba escriturística más abundante: Prat, Théologie de S. Paul II P-404S (ed.14); y Van Roey, De virtute caritalis q.r c.3. 15 Véanse numerosos testimonios en Rouet de Journel, Enchiridion asceticum (ed.3) n.&9 687 734 787 789 1262 1314 etc. «Gum enim perfectio vitae christianae principaliter et essentialiter w caritate comistat, quae ab Apostoio «vincuium perfectionis» dicitur (Col 3,14) et quae unit seu iungit aiiquaJi- ter hominem suo tini...» (cf. De Guíbert, Documenta Écclesiastica chnslianae perfectionis studium spectantia n.266). 17 lI-II t i 84,1. 18 1 - 11 , 63,3 ad 2. 191 C.2. La perfección cristiana (esperanza). La caridad mira a Dios y nos une a El como fin; la fe y la esperanza le miran y nos unen a El como principio 19 / La fe nos da un conocimiento de Dios necesariamente oscuro e imperfecto ( de non visis ) y la esperanza es también radical¬ mente imperfecta (de non possessis), mientras que lá caridad nos une con El ya desde ahora de una manera perfectísima, dándonos la posesión real de Dios 20 y estableciendo una co¬ rriente de mutua amistad entre El y nosotros 21 . Por eso, la caridad es inseparable de la gracia, mientras qué la fe y la es¬ peranza son compatibles, de alguna manera, con el mismo pe¬ cado mortal (fe y esperanza informes) 22 . La caridad, en fin, supone la fe y la esperanza, pero las supera en dignidad y per¬ fección 23 . Está, pues, fuera de toda duda que. la caridad constituye la esencia misma de la perfección cristiana. La caridad supone y encierra todas las demás virtudes, que carecen sin ella de valor, como dice expresamente San Pablo 24 . Sin embargo, es preciso entender rectamente esta doctrina para no incurrir en lamentables confusiones y errores. Del hecho de que la per¬ fección cristiana consista especialmente en la caridad, rio se sigue en modo alguno que el papel de las otras virtudes sea puramente accidental o que no entren a formar parte bajo ningún aspecto de la esencia misma de la perfección. Specialiter no quiere decir totaliter, ni hay que confundir la esencia metafísica con la esencia física de una cosa 25 . La esencia metafísica de la perfección cristiana se salva con la simple perfección de la caridad; pero para su esencia física, tota! o integral, se requieren todas las demás virtudes infusas en el mismo grado de perfección que la caridad. No hemos de olvidar—en efecto—que las virtudes morales, y con ma¬ yor razón la fe y la esperanza, tienen también su excelencia propia aun consideradas en sí mismas independientemente de la caridad (aunque no sin su compañía). Porque, aunque todos los actos de la vida cristiana pue¬ dan y deban ser imperados por la caridad, muchísimos de ellos, sin em¬ bargo, son actos elícitos de las otras virtudes infusas; y es evidente que puede haber diversidad de grados de perfección en la manera de producir¬ se el acto elícito de alguna virtud aun prescindiendo del mayor o menor influjo que haya podido tener sobre él la caridad imperante. De hecho, cuando la Iglesia quiere juzgar de la santidad de algún siervo de Dios cuya beatificación se demanda, no se fija únicamente en la caridad, sino también en el ejercicio de las demás virtudes en grado heroico. Ello quiere decir bien a las claras que las virtudes infusas; son todas ellas partes integrantes de la .perfección cristiana. Vamos a precisarlo en una nueva conclusión. i? 11 - 11 , 17 , 6 . 20 1-11,66,6. 21 1 WI, 23 ,T.—Cf. lo 14,23; Cant 2,16; 6,2; 7,10. 22 11-11,24,12 c et ad 5.—Cf. 1-11,65,4. 23 11-11,23,6. 24 CF, I Cor r3, ■ 2 5 En filosofía escolástica—como es sabido—se entiende por constitutivo metafísica de una cosa aquella propiedad o predicado que se concibe como el primero y más noble de esa cosa y es como la fuente o principio de todas las demás perfecciones. Y por constitutivo físico se entiende el conjunto de todas las propiedades y perfecciones que corresponden a esa cosa en el orden real. 192 PJI, El organismo sobrenatural y la perfección cristiana Conclusión 2. a : La perfección cristiana consiste integralmente en el acto elícito de la caridad y en los de las demás virtudes infusas en cuanto imperados por la caridad y en cuanto son de precepto 149 . Prenotandos. i * Hay que distinguir en las virtudes cristianas lo que es de precepto grave, lo que es de precepto léve y lo que es de consejo . En cuanto son de precepto grave están per se en conexión esencial con la caridad, dé tal manera que sin ellas dejaría de existir la caridad misma por el pecado mortal que supone la transgresión de un precepto grave. En< cuanto son de precepto leve (v.gr., de; no decir una pequeña mentira), se requieren no para la esencia misma de la caridad, pero sí para su perfec¬ ción, ya que esa perfección es incompatible con el pecado venial Volunta¬ rio que supone la transgresión de un precepto leve. Pero en Lo que tienen de puro consejo están únicamente en conexión accidental con la caridad y la perfección, ya que sin esos actos de puro consejo la sustancia de la caridad y aun de la misma perfección pueden permanecer intactas. 2.° El acto de las virtudes infusas puede considerarse de dos modos: a) en sí mismo (acto elícito), y b) en cuanto imperado por la caridad. Un acto de humildad practicado únicamente como tal acto de humildad es un acto elícito de esa virtud; y ese mismo acto practicado por amor a Dios es un acto elícito de la virtud de la humildad y, a la vez, un acto imperado de la virtud de la caridad. 3. 0 La esencia de una cosa—como ya hemos dicho—puede tomarse en dos sentidos; a) en abstracto, por el principió formalísimo: esencia meta¬ física, y b) en concreto, física, total, integralmente. 4. 0 La perfección puede considerarse habitualmente (en acto primero) y actualmente (en acto segundo). La primera es la perfección sustancial o radical , la segunda es la perfección accidental o simpliciter, que es la que propiamente nos interesa aquí. Para la primera basta el simple estado de gracia, para la segunda se requiere un grado notable de desarrollo de los principios activos que emanan de la gracia. Todo esto supuesto, decimos que la perfección actual (o sea Iá perfec¬ ción simpliciter , o en acto segundo) consiste esencialmente (en el sentido de esencia física, integral), no en sólo el acto elícito dé la misma caridad (esen¬ cia metafísica, formalísima), sino también en los actos de las demás virtudes infusas; no en sí mismos (en este sentido pertenecen tan sólo secundaria y accidentalmente), sino en cuanto imperados por la caridad (o sea en cuanto realizados por amor de Dios) y én cuanto son de precepto (río de simple consejo). Prueba de la tesis.— He aquí los. principales argumentos: i.° Porque la perfección cristiana no puede considerarse como una for¬ ma simple, sino como un todo moral integrado por el conjunto de condicio¬ nes que perfeccionan la vida del cristiano. Se trata evidentemente de una plenitud , que supone la sumisión o rectificación perfecta de toda nuestra vida moral. Y como esta rectificación total no se consigue con sólo la cari¬ dad, que se refiere únicamente al fin, sino que supone también la plena rec¬ tificación de los medios que se ordenan a ese fin, sometiendo y rectificando las pasiones desordenadas, que obstaculizan y dificultan el acto de la cari¬ dad, síguese que los actos de todas las demás virtudes infusas—que se re¬ fieren precisamente a esos medios 2 entran a formar parte de la esencia 26 Cf. Passerini, O.P., De staíflms kominum in II- 11,184,1. 27 O al mismo fin, pero considerado como principio (fe y esperanza). Cf. 11-11,17,6. C. 2 . La perfección cristiana 193 misma de la perfección cristiana siquiera sea considerándola de una manera física o integral. 2. a La perfección cristiana—como enseña Santo Tomás 28 —consiste esencialmente en los preceptos , no en los consejos- Pero como además de la caridad hay otras muchas virtudes preceptuadas , hay que concluir que tam¬ bién ellas deben entrar en el concepto esencial de la perfección cristiana. En efecto, hay en las virtudes infusas una multitud de aspectos pre¬ ceptuados; unos gravemente (v.gr. f la virtud de la fortaleza nos manda su¬ frir el martirio antes que renegar de la fe) y otros levemente (v.gr,, la virtud de la veracidad nos prohíbe decir una pequeña mentira). Sólo con el cum¬ plimiento de esos deberes se hace posible la existencia de la caridad o la perfección de la misma. Porque la caridad inicial, indispensable, sustan¬ cial, es incompatible con cualquier pecado mortal, y la caridad perfecta es incompatible o excluye positivamente el pecado venial . Lo cual supone ne¬ cesariamente el ejercicio de todos los aspectos de las virtudes infusas grave o levemente preceptuados. Excluye solamente los actos virtuosos de puro consejo, aunque también éstos son Utilísimos, y de alguna manera hasta ne¬ cesarios, como veremos en su lugar correspondiente. 3-° Porque sólo de este modo pueden justificarse las expresiones de la Sagrada Escritura que atribuyen un papel esencial a los actos de las de¬ más virtudes, tales como la fe, la guarda de los mandamientos, la obedien¬ cia, la paciencia, la humildad, etc., y la práctica de la Iglesia-en la beati¬ ficación de los siervos de Dios, que responde al heroísmo en todas las vir¬ tudes cristianas y no solamente en la caridad, Sin embargo, es preciso no perder nunca de vista que los actos de las demás virtudes infusas entran en la esencia de la perfección cristiana, no en sí mismos—en este sentido sólo pertenecen a ella secundaria y acciden¬ talmente—, sino en cuanto imperados por la caridad, que es la forma de to¬ das las demás virtudes 29 . En efecto: la función propia de la caridad como forma de todas las de¬ más virtudes consiste en dirigir y ordenar ai último fin sobrenatural los actos de todas ellas, aun los de la fe y la esperanza, que sin ella serían informes a pesar de conservar su propia .forma específica. Escuchemos las palabras mismas de Santo Tomás: «En las realidades morales, la forma de un acto viene principal¬ mente de su fin: la razón de ello estriba en que el principio de los actos morales es la voluntad, cuyo objeto y cuya forma, por así de¬ cirlo, es el fin. Ahora bien: la forma de un acto sigue siempre la forma del agente que produce ese acto.. Es preciso, pues, que, en moral, lo que da a un acto su ordenación al fin le dé también su forma. Ahora bien: está bien claro, después de lo que acaba de decirse (en el artículo precedente), que la caridad ordena los actos de todas las demás virtudes a su último fin. Y en esto da ella forma a los actos de todas las demás virtudes, y, por consiguiente, se dice que es forma de las demás virtudes , ya que no se habla de virtudes más que por relación a actos formados» 30 . 26 IMr,i 8 4 , 3 . 29 Cf. 11-11,23,8.—Aí decir que la caridad es la forma de todas las virtudes, no queremos decir que sea la forma intrínseca y esencial (como imaginaron Durando y algunos escotistas), sino tan sólo ía forma extrínseca y accidental, como enseña Santo Tomás (effective, dice en el ad i de este artículo). Podemos distinguir en las virtudes infusas tres principios informa¬ tivos diferentes: uno radical, que es Ja gracia habitual o santificante, que es como la raiz de todos los demás hábitos infusos; otro esencial o intrínseco, que es la forma específica propia y determinada de cada virtud en particular; y otro extrínseco o accidental, que es la caridad, que las ordena y orienta al fin. sobrenatural. Sólo en este tercer sentido se dice que la caridad es la forma dé todas las demás virtudes. *0 11 - 11 , 23 , 8 . 194 P.IL El organismo sobrenatural y la perfección cristiana Ahora bien: ¿de qué manera la caridad ejerce este, imperio sobre las demás virtudes infusas en orden al fin sobrenatural? ¿Es un mero empuje exterior, como desde fuera, o les comunica intrínsecamente algo de su pro¬ pia virtualidad? Desde luego hay que rechazar la doctrina que hace de la caridad la forma intrínseca y esencial de todas las demás virtudes. Es imposible que lo sea, ya que entonces todas las virtudes serían esencialmente una sola con la caridad, si no queremos admitir el absurdo de que una misma virtud tuviera dos formas sustanciales distintas 31 . Pero tampoco hay que pensar que el impulso de la caridad hacia el fin sobrenatural sea puramente exte¬ rior al acto de las demás virtudes. En virtud de este impulso se deriva de la caridad y se recibe pasivamente en los actos de las demás virtudes un modo real e intrínseco , por el cual tanto esos mismos actos como las virtudes de donde brotan 32 se perfeccionan y dignifican 33 . Claro que, si no hubiera materia dirigible al fin, la forma directora no tendría nada que informar y no podría ejercitarse en cuanto ta!. La cari¬ dad tendría que limitarse única y exclusivamente a su propio acto. Por consiguiente, hay que concluir que la perfección cristiana no es una forma simple, sino una plenitud moral , constituida principalmente por el acto de la caridad y secundariamente por los actos preceptuados de las demás vir¬ tudes infusas bajo el impulso de la caridad, que las orienta y dirige al fin último sobrenatural. Sentadas estas premisas, ya podemos establecer una nueva interesantí¬ sima conclusión. Conclusión 3. a : La perfección cristiana se irá incrementando a me¬ dida que la caridad produzca más intensamente su propio acto elícito e impere el de las demás virtudes de una manera más in¬ tensa, actual y universal, 150* Dos partes tiene esta nueva conclusión, que vamos a examinar por separado. Prtmera.—L a perfección cristiana se irá incrementando a medida que la caridad produzca más intensamente su propio acto elícito. 31 «La caridad—dice expresamente Santo Tomás—se dice que es forma de las demás virtudes no ejemplar o esencialmente, sino eficientemente, en cuanto impone a todas la forma del modo que hemos dicho» (11-11,23,8 ad 1). Y Cayetano comenta profundamente: «La caridad no informa eficientemente tan sólo en cuanto impera y ordena, ya que esto es común a todo el que impera y ordena; sino en cuanto que la participación pasiva de sti imperio y ordenación es como la forma que constituye a los actos de Jas demás virtudes en su propio ser de virtud (in esse virtuoso simpliciter > (ibid.). 32 La caridad, en efecto, no informa tan sólo el acto de las demás virtudes, sino también la misma virtud en cuanto hábito; «Caritas non solum actum fidei, sed ipsa fidem infórmate, dice expresamente Santo Tomás en De veritate (i4,$ ad 9). Propiamente informa el acto ; pero por derivación (ex consequenti) informa el hábito mismo de la virtud, que es de suyo un hábito operativo. 53 Véase cómo lo explican los insignes Salmanticenses: 1 uPuccat mortaliter religíosus qui firmtter statuit non tendere ad perfectionem, vel mdlo modo de ea curare» (Theol . Kíoralis 1,4 n.16). 6i Il-ll,i 86 ,r ad 3 et 4 .—-Cf. CIC cn .487 y 593- Suppí. 35,i ad 3. 207 C,2. La perfección cristiana el pecado del simple religioso sin órdenes. Siempre queda, sin embargo, que el religioso no clérigo está obligado a las observancias regulares, a las que no están obligados los clérigos» 65 . Ahora bien: esto supuesto, es muy fácil establecer el argu¬ mento. Si el religioso lego que descuida gravemente su perfec¬ ción peca mortalmente— como dice San Alfonso de Ligorio—y, en igualdad de condiciones, el sacerdote secular que falta a sus deberes («si aliqúid contrarium sanctitati agat») peca más gravemente que el religioso lego, síguese que la transgresión del precepto de la perfección—si es una transgresión plena, consciente y deliberada—constituye para el sacerdote secular un verdadero pecado mortal 66 . Otra cosa es. tratándose de seglares. También ellos están obligados a tender a la perfección cristiana, como hemos visto más arriba. Pero no en virtud de una obligación especial —como el religioso, en virtud de sus vo¬ tos, o el sacerdote, en virtud de su ordenación—, sino únicamente por la obligación general contenida en el primer mandamiento del decálogo y en las exigencias de su bautismo. En virtud de estos principios, para que un seglar quede libre de una transgresión grave del precepto general basta con que posea la caridad en su grado ínfimo 67 , poniendo los medios necesarios para no perderla y sin despreciar ni excluir positivamente la perfección cris¬ tiana 6 **, lo cual supone en la práctica cierta tendencia a la perfección y el ejercicio de ciertas obras supererogatorias 69 . Cosa que no bastaría al reli¬ gioso o sacerdote, ya que ellos están obligados a la perfección no solamente por aquella obligación general común a todos los cristianos, sino también por una obligación especial t aunque procedente de diversos títulos: ía pro¬ fesión religiosa o la ordenación sacerdotal. La obligación general podrían cumplirla con esas disposiciones mínimas que hemos exigido a los seglares, pero faltarían evidentemente a la obligación especial , que les liga a la per¬ fección en cuanto religiosos o sacerdotes. «5 Il-li, 184,8. 6 Nótese, sin embargo, que, según la sentencia más probable, tanto para el sacerdote como para el religioso, la obligación especial de tender a la perfección cristiana se identifica con la de cumplir digna y santamente los diversos deberes de la vida sacerdotal o religiosa, que de suyo son eficacísimos para llevarles a la cumbre de la perfección. En virtud del precepto de la perfección están obligados únicamente a cumplir esos deberes cada vez mejor, siguiendo el ritmo del desarrollo de la caridad, que debe crecer hasta la muerte, como enseña Santo Tomás (cf. 11-11,24,7-8). 67 Escuchemos a Santo Tomás explicando con admirable precisión esta doctrina: «Como lo que cae bajo precepto puede ser cumplido de diversas maneras, no se quebranta, el manda¬ miento por no cumplirlo del mejor modo. La perfección del amor divino cae bajo precepto en toda su extensión, de suerte que no se excluye de él ni siquiera la perfección del cielo, como observa San Agustín. Pero el que llegue de cualquier manera a esa perfección, se libra de la transgresión del precepto. El grado ínfimo del amor de Dios consiste en no amar nada con más intensidad que a Dios, ni tanto como a El, ni contra El. Quien no tenga este grado de perfección, no cumple el precepto en manera alguna. Pero hay otro grado de amor perfecto —el del cielo—al que na se puede llegar en esta vida, como ya se ha dicho. Quien no lo tiene, es evidente que no quebranta el precepto. Ni tampoco lo quebranta el que no llegue a los gra¬ dos intermedios de la perfección, con tal de que llegue al ínfimo (que consiste—como acaba de decir—en no amar nada con más intensidad objetiva que a Dios, ni tanto como a El, ni con¬ tra El) - <11-11,184,3 ad 2). 68 Sí la excluyese positivamente y por desprecio, es indudable que aun el seglar quebran¬ taría'gravemente el precepto de la perfección cristiana (cf. 11-11,186,2 ad 2). 69 Es doctrina común, recogida por Suárez en las siguientes palabras: «Apenas puede moralmente acontecer que un hombre aun secular tenga el firme propósito de no pecar nunca mortalmente, sin que, por lo mismo, haga alguna obra de supererogación y tenga el propó¬ sito formal o virtual de hacerla* (cf. Suáhez, Dc Religione t.4 l.i c.4 n.T2). 208 P.H. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana Para redondear ahora un poco más la doctrina general sobre la obligatoriedad de la perfección para todos los cristianos, vamos a recoger algunas advertencias de Santo Tomás, espar¬ cidas en diferentes lugares de sus obras acerca de la obligato¬ riedad de lo más perfecto para nosotros hic et nunc. Planteemos la cuestión en forma, C) ¿Es OBLIGATORIA PARA TODOS LA PRÁCTICA DE LO MÁS PERFECTO EN UN MOMENTO DETERMINADO ? 158. La cuestión es más compleja de lo que a primera vista pudiera parecer. Pero, recogiendo algunos principios es¬ parcidos en diferentes lugares de sus obras, podemos recons¬ truir el pensamiento del Angélico Doctor 70 . He aquí esos principios: i,° Contestando a una objeción, advierte en la Suma Teo¬ lógica que quebrantaría el precepto del amor todo aquel que, satisfecho de poseer la perfección sustancial de la caridad en su grado ínfimo, despreciase sus grados superiores y su perfección total 71 , 2. 0 Pero es poco todavía el simple no despreciar la perfec¬ ción. Para cumplir plenamente el precepto es preciso querer llegar a ella. Escuchemos a Santo Tomás: «La perfección de la caridad es doble. Hay una perfección externa, que consiste en actos exteriores como signo de las disposiciones interiores, por ejemplo, la virginidad y la pobreza voluntarias, y a esta perfección (que es la materia propia de los consejos) no están todos obligados. Pero hay una perfección interna de la caridad, que consiste en el amor interior de Dios y del prójimo.,.; y a esta perfección están todos obligados a tender aunque no la posean actualmente todavía. En efecto: si alguno no quisiese ya amar a Dios más de lo que le ama, de ninguna manera cumpliría el precepto de la caridad» 3. 0 ¿Será, pues, obligatorio aspirar siempre a lo más per¬ fecto y practicarlo en realidad? Veamos la respuesta del An¬ gélico Doctor: «Hay que distinguir. El bien mejor puede considerarse como materia de acción o como objeto de amor. No estamos obligados al bien mejor en el plano de la acción, pero sí lo estamos en el plano del amor. La razón es muy sencilla. Toda regla de acción quiere una materia determinada y precisa . Pero si alguien estuviese obligado a practicar el bien mejor, estaría obli¬ gado a lo indeterminado. Luego en lo que se refiere a los actos exteriores, como no podemos estar obligados a lo indeterminado, no lo estamos tam- 70 Gf. P. Lemonnyer, O.P., en la traducción francesa de la Suma Teológica, tomo La vie húmame p.ssos; y P, L G, Menéndez-Reigada, O.P., en De dirección espiritual p.iS7s. 71 II-II,i 86,2 ad 2. 72 Cf. S.Thom., In Epist. ad Hebraeos 6,1. C.2. La perfección cristiana 209 poco al bien mejor. Por el contrario, en el plano del amor estamos obligados al bien mejor en toda su extensión» 7 3 . Como se ve; vamos avanzando poco a poco. En la primera cita, Santo Tomás nos advertía que no se puede despreciar la perfección; en la segunda, que hay que desearla, y en la terce¬ ra, que hay que ; arr^r el bien mejor. Pero ¿quedará reducido todo a esto? La aspiración a lo más perfecto; ¿se limitará a una simple tendencia afectiva y sentimental, á un puro romanticismo «en el plano del amor», a un «quisiera», sin llegar jamás al «quiero» enérgico y rotundo? Oigamos nuevamente a Santo Tomás: «No puede llamarse perfecta la voluntad si no es tal que, presentán¬ dose la ocasión oportuna, se reduzca al acto. Pero, si no se presenta la oca¬ sión, él defecto de; la perfección que provendría de! acto exterior es rimpii- citer involuntario, con tal que la voluntad esté firmemente dispuesta a obrar si pudiera» 74 ; Este principio luminosísimo de Santo Tomás nos da la clave definitiva para la verdadera solución dél problema que hemos planteado. La voluntad interior no es verdadera volun¬ tad si, llegada la ocasión oportuna, no se traduce en obras. Por consiguiente, mal podrá decir uno que ama interiormente el bien mejor o lo más perfecto si, llegado el caso de poderlo oportunamente practicar, se abstiene de hacerlo sin motivo razonable. La razón alegada por Santo Tomás para probar que no nos obliga lo más,perfecto en el plano de la acción es —como hemos.visto—la ¡de que nadie está obligado a lo incierto e in¬ determinado. ¡Son tantas las. cosas que podríamos hacer en cada instante más perfectas de suyo que la que de hecho esta¬ mos haciendo! Pues por lo mismo que son tantas, tan inciertas y tan indeterminadas, no pueden obligamos en la práctica ni hay culpa alguna en omitirlas, empleando ese tiempo en una acción en sí misma menos perfecta. Pero he aquí que, de mo¬ mento, se nos presenta un bien mejor desprovisto totalmente de su incertidumbre e indeterminadón. Habida cuenta de to¬ das las circunstancias de lugar, tiempo, condición del sujeto, obligaciones del propio estado, etc., se nos presenta franca¬ mente como hacedero y como lo mejor para nosotros en un momento dado: hic et nunc. En este caso ya no se trata de lo más perfecto objetiva o materialmente, que es algo indetermi¬ nado e incierto, sino de lo más perfecto subjetiva o formalmente, quedes ya del todo determinado y concreto. Presentándose lo 7 3 S.Thom., In Evang. Matthaei 19,12. 74 1-11,20,4: «Non est perfecta voluntas nisi slt talís quae, opportunitate data, operetur. Si vero possibiíitas desit, volúntate exsistente perfecta yt operaretur si posset, defectus per- féctionis quae est ex actu exterior! est simpliciter involuntarium». 'icol, pafección 0 210 P.I1, El organismo sobrenatural y la perfección cristiana más perfecto en esta forma determinada y concreta, estamos obligados a practicarlo, so pena de incurrir en una positiva resistencia a la gracia. Y el resistir positivamente a. la gracia sin motivo racional—y nunca lo habrá si se trata de verdadera inspiración del Espíritu Santo—no puede menos de envolver para un cristiano alguna falta, por lo menos del tipo de imper¬ fección, si no.queremos admitir ahí un verdadero pecado venial. En la mayoría de los casos se tratará, desde luego, de una ne¬ gligencia culpable y, por consiguiente, de un verdadero pecado venial. Y en los caoss en que así ocurra está claro que esto basta para justificar, la doctrina de la obligatoriedad de lo más perfecto cuando se presenta como viable y conveniente hic et nunc y habida cuenta de todas las circunstancias internas y ex¬ ternas del sujeto. Dé lo . contrario, habría qué decir que el Espíritu Santo nos autoriza a cometer culpables negligencias. Esto nos lleva de la mano a examinar brevemente el con¬ cepto de «imperfección», con el que terminaremos esta materia de la obligatoriedad de la perfección cristiana. D) Concepto de imperfección 159. Como es sabido, hay dos opiniones que se disputan el campo entre los teólogos. La primera sentencia afirma que no existen imperfecciones positivas distintas del pecado venial, o sea que todas las imperfecciones positivas son verdaderos pecados veniales. La segunda afirma que el pecado venial y la imperfección (aun positiva) son dos cosas distintas, o sea que hay imperfecciones que no son de suyo pecado venial 75 . Tales serían, principalmente, la omisión de un acto bueno no preceptuado (simple consejo) y el modo remiso, flojo, de cum¬ plir un precepto (o sea con menos intensidad de fervor de la que se hubiera podido tener). ¿Qué hay que pensar de todo esto? Nos parece que la verdad integral puede lograrse en una síntesis armónica que recoja los elementos válidos de una y otra opinión. Vamos a explicar de qué manera. En teoría , nos parece que no se puede , negar cierta diferencia entre el pecado venial y la imperfección aun positiva . Si poseyendo, v.gr., el hᬠbito de la caridad con una intensidad de 30 grados hacemos un acto de sólo 20 grados de intensidad, hemos obrado remisamente, y hemos come¬ tido, por lo mismo, una imperfección , pero no es lícito decir que hemos cometido un pecado venial. El pecado venial es malo, y el acto por nosotros realizado es bueno, siquiera lo sea menos de lo que hubiera podido ser. Ni 75 Defienden, entreoíros, la primera sentencia Passerini, Billuart, Hugueny, Vermeersch, etcétera; y la segunda, Lugo, Salmanticenses, Garrígou-Lagrange, Cathrein, Idcliard, etc. 211 C.2. La perfección cristiana vale decir que estamos obligados a practicar lo que hic et nunc aparece ante nosotros como más perfecto, y que, por consiguiente, dejándolo de hacer o practicando lo menos perfecto sin motivo razonable, deja de ser bueno para nosotros. No. En este caso, junto con la imperfección procedente del acto menos perfecto podrá haber un pecado venia! de imprudencia, pereza, falta de caridad para consigo mismo, etc., pero el acto bueno imperfecto no dejará de ser bueno* aunque imperfecto. Cuando rezamos el rosario u otra oración voluntaria, estamos realizando una buena acción, aunque acaso vaya acompañada de pecados veniales procedentes de distracciones voluntarias. De lo contrario, habría que decir que el pecado venial sobreveniente co¬ rrompe totalmente la obra buena haciéndola mala ; en cuyo caso sería me¬ jor no rezar (ya que se trata de oraciones voluntarias) que rezar imperfec¬ tamente, lo cual parece absurdo. No hay que confundir lo que es menos bueno en sí con lo que es malo, en sí, ni tampoco lo que es menos bueno para nosotros hic et nunc con lo que es malo para nosotros hic et nunc » El bien menor no es un mal, como el mal menor no es un bien. No se deben con¬ fundir el bien y él mal, ni tampoco los preceptos y consejos 76 . Sin embargo dé'todo ésto, en la práctica será muy difícil decir dónde termina la menor generosidad y dónde empieza la negligencia y la pereza. En la mayoría de los casos habrá de hecho verdadera negligencia, verdadera imprudencia, verdadera pereza y verdadera falta de caridad para consigo mismo y, por consiguiente, verdadero pecado venial. Claro que este pe¬ cado venial adyacente no comprometerá la bondad (aunque menor) del acto bueno imperfecto, pero es algo que se le añade inseparablemente , y, por lo mismo, hay obligación de evitarlo. Pero si, desatendiendo esta obli¬ gación, practicamos, no obstante, la obra buena imperfecta, esta obra no dejará de ser buena en cuanto tal, siquiera sea menos buena de lo que pu¬ diera ser y vaya acompañada de ciertos pecados veniales, que proceden no de la misma obra—sería contradictorio—, sino de las malas disposiciones del sujeto. Hay obligación de evitar la imperfección por estos pecados ad¬ juntos , pero no por la imperfección misma, que de suyo no es un mal, sino un bien, aunque menor 77 . En resumen, y recogiendo ahora la conclusión que se desprende de todo cuanto acabamos de decir en estas dos últimas cuestiones, nos parece que lo más perfecto hic et nunc para nosotros nos obliga tan sólo bajo im¬ perfección, pero no bajo pecado venial, aunque de suyo esa imperfección vaya o pueda ir acompañada de algunos pecados veniales, procedentes de las malas disposiciones del sujeto, y haya obligación de evitarla por esos 76 La transgresión de un precepto grave es pecado mortal; la de un precepto leve, pecado venial, y la de un simple consejo, imperfección. Identificar la imperfección con el pecado venial equivaldría a suprimir en el orden práctico toda clase de consejos, que resultarían puras entelequias abstractas. 77 He aquí cómo distingue e! cardenal Mercier el pecado mortal.del venial y de la im¬ perfección: : *E 1 petado mortal es la repudiación del fin. El pecado venial es el desliz de una voluntad que, sin apartarse totalmente del fin, se desvía de á. La imperfección no se opone al fin, ni tampoco se aparta, sino que solamente es la ne¬ gación de un progreso en dirección al fin. El pecado venial deja de hacer un bien que podría y debería hacerse; es, pues, la priva¬ ción de un bien, y, por lo mismo, es un mal, ya que el mal, según su definición, es la priva¬ ción de un bien. La imperfección es la no-adquisición de un bien, la simple ausencia de un bien, la nega¬ ción de un bien; hablando, pues, en rigor, ella no es un muí. Que el hombre no tenga alas no es ningún mal (físico), sino que es simplemente la ausen¬ cia de un bien. Que el hombre no tenga ojos es la privación de un órgano que debería tener, y esto ya es un mal (físico). Estas mismas nociones se aplican al orden moral» (cf. Cardenal Mercier, La vida in¬ terior p.79, ed. Barcelona 1:930). 212 p,Il, El organismo sobrenatural y la perfección cristiana otros pecados, pero no por sí misma, ya que, en definitiva, la imperfección no es un mal , sino un bien, aunque menor. De esta manera, nos parece que pueden armonizarse:lasados senten¬ cias, recogiendo lo qué cada una tiene de verdadera y: rechazando,sus ex¬ tremismos y exageraciones. Nadie está autorizado para cometer imperfec¬ ciones; hay que evitarlas a todo trance. Pero no porque la. imperfección sea un mal (en teoría no lo es), sino porque casi siempre va acompañada de otros males (pecados veniales adjuntos), que es obligatorio, evitar. ;. 4, Los grados de la perfección cristiana 160. Examinadas la naturaleza y obligatoriedad de la per¬ fección cristiana, veamos ahora cuáles son sus grados. Ante todo hay que tener en cuenta que, no consistiendo formalmente la perfección cristiana en otra , cosa qué en íá perfección de la caridad, los grados de una y otra han de coin¬ cidir en lo fundamental. Se hace, pues, preciso examinar cuᬠles son los grados fundamentales en el desarrollo y expansión de la caridad. Al plantearse el Doctor Angélico la cuestión de los dife¬ rentes grados de la caridad, parte de la división clásica a base de las tres vías o etapas fundamentales de la vida espiritual: purgativa, iluminativa y unitiva. Santo Tomás modifica un poco la terminología, pero es para sustituirla por otra del todo equivalente con el fin de relacionarla más de cerca con .la vir¬ tud de la caridad. Para él—lo mismo que para San Agustín—, la caridad puede encontrarse en tres grados fundamentales: incipiente, proficiente y perfecto. Vamos a señalar las carac¬ terísticas de cada uno de ellos, estableciendo previamente nues¬ tra tesis, Tesis i En el desarrollo de la caridad se distinguen tres grados funda¬ mentales: incipiente, proficiente y perfecto 78 , 161* En el argumento sed contra cita Santo Tomás el co¬ nocido texto de San Agustín: «la caridad, una vez nacida, se alimenta; alimentada, se fortalece; fortalecida, se perfecciona » 79 , Son exactamente los tres grados correspondientes a los princi¬ piantes, los aprovechados y los perfectos. En el cuerpo del artículo, vuelve una vez más el Angélico Doctor a la analogía, para él tan querida, con el orden natural. En el crecimiento y desarrollo físico-psicológico dé la vida humana se pueden distinguir tres etapas fundamentales: la infancia, la adolescencia y la madurez, que se caracterizan por 78 11 - 11 , 24 , 9 . . • 79 «Caritas cum fuerit nata, nulritur; cum fuerit natrita, roboratur; cum fuerit roborata, pcrficitUT* (S.August., In Ep. I lo. tr.5 n.4: ML 35,2014). 213 C.2. La perfección cristiana la aparición y ejercicio de nuevas actividades cada vez más perfectas. Pues algo parecido ocurre con el crecimiento de la caridad. Aunque puedan distinguirse én él infinidad de mo¬ mentos, pueden encuadrarse todos dentro del marco de tres etapas fundamentales, caracterizadas por otras tantas preocu¬ paciones fundamentales de la conciencia. Escuchemos las pa¬ labras mismas del Angélico Doctor: «En el primer grado, la preocupación fundamental del hombre debe ser la de apartarse del pecado y resistir a sus concupiscencias, que se mueven en contra de la caridad. Y esto pertenece a los incipientes , en los que la cari¬ dad ha de ser alimentada y fomentada para que no se corrompa. En el segundo grado, el hombre ha de preocuparse principalmente de adelantar en el bien. Y esto corresponde a los proficientes, que han de pro¬ curar que la caridad aumente y se fortalezca en su alma. En el tercer grado, en fin, el hombre ha de procurar unirse intimamente a Dios y gozar de EL Y ésto pertenece a los perfectos que «desean morir para estar con Cristo» (cf. Phil 1,23). Como vemos que. ocurre en el mo¬ vimiento corporal, en el que lo primero es abandonar el punto de partida, lo segundo acercarse al término y lo tercero descansar en Esta es la magnífica doctrina del Angélico, admirable de precisión y exactitud. Con todo, no hay que perder nunca de vista que—como advierte muy bien el mismo Santo Tomás 81 — estas etapas no son más que puntos de vista esquemáticos, que se limitan a caracterizar, por las notas más típicas y destacadas, los aspectos infinitamente variados de la vida cristiana. La curva de la vida sobrenatural es muy sinuosa y sus etapas tienen infinidad de matices y transiciones muy variables en cada individuo. No hemos de imaginar nunca que estos tres grados fundamentales son como otros tantos departamentos cerrados a cal y canto, de tal manera que los principiantes no tengan jamás participación alguna, siquiera sea fugaz y transitoria, en las gracias, del segundo y aun del tercer grado 82 « Sucede con frecuencia que Dios les da a los mismos princi¬ piantes gracias particulares que son como relámpagos: de la vía unitiva y arras de la perfección de la caridad. Y de modo semejante, en el camino de los proficientes o aprovechados pueden ocurrir choques y retrocesos provocados por la natu¬ raleza mal inclinada o excursiones más o menos intensas ha¬ cia la vida de unión perfecta. En fin, en la misma edad de los perfectos puede ser necesario volver a la lucha contra las malas «o IÍ-11,24,9. 61 11-11,24,9 ad i, ad 2 et ad 3 . 82 £s muy conocido el famoso texto de Santa Teresa a este respecto: «No habéis de entender estas moradas una en pos dé otra, como cosa enhilada, sino poned los ojos en el centro, que es la pieza o palacio adonde está el rey... Déjela andar por estas moradas arriba y abajo y a los lados, pues Dios la dio tan gran dignidad... Por eso digo que no consideren pocas piezas, sino un millón» (Santa.Teresa, Moradas primeras c.2 n.8 y 12); 214 PJL El organismo sobrenatural y la perfección cristiana inclinaciones y ejercitarse en la práctica de ciertas virtudes que no estaban tan arraigadas como se hubiera podido creer. La psicología humana es demasiado compleja para encasillarla en cuadros demasiado concretos y rígidos. En la tercera parte de nuestra obra describiremos larga¬ mente estas etapas fundamentales y los principales fenómenos que les acompañan. 5. Si la perfección cristiana es posible en esta vida • 162. Otra cuestión hay que examinar ahora íntimamente relacionada con las anteriores. La doctrina de que la caridad puede crecer indefinidamente en esta vida es ciertamente su¬ blime y dilata hasta el infinito las aspiraciones del alma gene¬ rosa y ardiente, pero parece envolver un inconveniente muy grave. Porque si, por mucho que se desarrolle, no encuentra jamás su tope en esta vida, parece qué hay que concluir que la perfección cristiana es imposible, ya que no cabe imaginar un grado de caridad tan perfecto que no pueda serlo más. No escapó a la perspicacia del Doctor Angélico esta obje¬ ción. El mismo la plantea y resuelve en dos lugares diferentes de la Suma Teológica ; en el primero, con relación a la. cari¬ dad 83 , y en el segundo, con relación al hombre 84 . Nosotros vamos a refundir la doctrina de los idos artículos, que es fun¬ damentalmente la misma. Ello nos dará ocasión para redon¬ dear la doctrina de los límites de la perfección y precisar hasta qué punto o en qué sentido se puede hablar de perfección acá en la tierra. Veamos en primer lugar la solución, y después examina¬ remos las objeciones. En el argumento sed contra del segundo artículo establece Santo Tomás la tesis de la posibilidad de la perfección con una prueba irrefutable de autoridad. La ley divina no puede man¬ dar imposibles; pero Cristo en el Evangelio nos manda ser perfectos como nuestro Padre celestial (Mt 5,48); luego es in¬ discutible que la perfección puede ser alcanzada en esta vida. En el cuerpo del artículo, recogiendo y mejorando la doc¬ trina del lugar anterior, resuelve la cuestión a base de unas luminosas distinciones. Escuchemos sus palabras: «La perfección de la vida cristiana—como ya hemos dicho—consiste en la caridad. Pero la perfección importa y supone cierta universalidad, toda vez que—como dice el Filósofo—es perfecto aquel a quien nada le falta. 8 3 11-11,24,8: «Utrum: caritas in hac vita possit esse perfecta». 84 11-11,184,2: «Utruiri aliquis in hac vita possit esse pérfectus». 215 C.2. La perfecciójí cristiana Ahora bien; de tres maneras podemos considerar la perfección de la ca¬ ridad- En primer lugar absolutamente, lo cual supone la totalidad del amor, no sólo por parte del que ama, sino incluso por relación al objeto amado, o sea, que Dios es amado tanto cuanto es amable; y esta perfección de la caridad es imposible a las criaturas, siendo privilegio exclusivo de Dios, en el que se encuentra el bien integral y esencialmente. En segundo lugar puede haber una perfección de la caridad que res¬ ponda a la totalidad absoluta tan sólo por parte del que ama, en cuanto que su afecto tiende a Dios siempre en acto y con todas sus fuerzas. Y esta perfección no es posible en esta vida, pero lo será en la patria. Y hay, finalmente, otra tercera perfección que no responde a la tota¬ lidad ni por parte del objeto amado ni por parte deí qué ama en el sentido que acabamos de explicar (tendencia siempre actual)* sino únicamente a la exclusión de todas las cosas que impiden el movimiento del amor divino, según aquello de Agustín: «El veneno de la caridad es el deseo desordenado; su perfección, la ausencia de tales deseos». Y ésta es la perfección que se puede alcanzar en esta vida. Y esto de dos modos: excluyendo todo lo que contraría a la caridad, como es el pecado mortal, que es el grado de perfec¬ ción mínimo para que la caridad pueda subsistir y, por lo mismo, es nece¬ sario para la misma salvación, y excluyendo, además, todo aquello que im¬ pide a la voluntad dirigirse a Dios con todas sus fuerzas («sed etiam omne illud quod impedit ne áffectus mentis totaliter dirigatur ad Sin lo cual la caridad no es perfecta, aunque puede existir en los incipientes y proficientes)) s 5 . Esta es la doctrina del Angélico, que, para mayor claridad, vamos a recoger en el siguiente resumen esquemático: ^a) Absoluta, por parte del que ama y del objeto amado: Perfección exclusiva de Dios. La perfección cris¬ tiana puede con-^ siderarse según la totalidad. l b) i) Absoluta, con la máxima intensi¬ dad siempre actual: Los bien¬ aventurados. Por parte del< que ama .... a) 2 Relativa, por exclusión de los impe-< d imentos . . . b) Que destru¬ yen la cari¬ dad: Todos los justos. Que retar¬ dan o amino¬ ran la tota¬ lidad del afec¬ to: Los per¬ fectos en esto vida. De modo que, según la doctrina del Angélico Doctor, para ser perfecto en esta vida se requiere la exclusión de todo aque¬ llo que impida la totalidad dé la tendencia afectiva hacia Dios: «omne illud quod impedit ne áffectus mentis totaliter dirigatur ad Deum». A primera vista pudiera parecer que el Angélico *5 11-11,184,2. 216 P.ll. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana se contenta con demasiado poco; pero, penetrando bien el sentido de sus palabras, aparece muy claro qué se trata de una perfección sublime. Esa totalidad de la tendencia afectiva ha¬ cia Dios excluye de suyo no solamente el pecado venial, sino incluso las imperfecciones deliberadas, o sea, el modo remiso voluntario de obrar. Exige obrar con el alma, en su máxima tensión ► No de una manera constante y siempre actual, que no es posible en está vida, pero sí por la tendencia habitual a la práctica de lo más perfecto , excluyendo—en cuanto la flaqueza humana lo permita—las imperfecciones voluntarias y el modo remiso de obrar. Claro que dé aquí no se sigue en modo alguno que «desde el momento en que exista la más leve imperfección voluntaria no puede decirse que hay ausencia de defectos, y, ! por consiguiente, no podrá decirse tampoco que hay perfección» 8É> . Es indudable que no se requiere tanto. Ello haría dél todo imposible la perfección cristiana en esta vida, dada la miseria y flaqueza humanas. Aun en las más altas cumbres de la perfección caben desfallecimientos y negligencias voluntarias, como puede comprobarse plenamente éñ las vidas de los santos. Aun los teólogos que admiten la confirmación en gracia de las almas llegadas a la unión transformativa, suelen hacer la reserva de que esa confirmación se refiere únicamente a los pecados mortales, no a los veniales, ni mucho menos a las imperfecciones voluntarias. «En muchas cosas ofendemos todos », nos dice el apóstol Santiago; y San Juan añade; «Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mis¬ mos y la verdad no estaría en nosotros» 87 , Y la razón es porque, aun cuando las facultades y potencias del alma transformada estén habitualmente, y en cuanto a su ser, ordenadas a Dios, no pueden estarlo de manera tan per¬ fecta, que no se distraigan ni desvíen jamás hacia los bienes creados, come¬ tiendo con ello imperfecciones y pecados veniales, ya que sólo la visión beatífica agota totalmente la capacidad del alma , impidiéndola por lo mismo la más mínima desviación o distracción. Es tan imposible la más mínima imperfección en el cielo, como en la tierra evitarlas todas. Es una conse¬ cuencia inevitable de tener o no tener agotada la capacidad del alma por la posesión inamisible y perfecta del Bien infinito. Este es precisamente el fundamento de la impecabilidad intrínseca de los bienaventurados 86 Asi habla el P. Crisógóno (cf. Compendio de Ascética y Mística p.41), quien, al exa¬ minar el elemento negativo de la perfección.—ausencia de imperfecciones voluntarias—, dice que este elemento «tiene que ser idéntico en todas las almas perfectas. La ausencia de defectos o no existe o, si existe, es fuerza que sea total, absoluta, universal. Si entre dos almas perfectas puede haber diferencia en el grado de caridad sin que ninguna de ellas deje de ser perfecta, en la ausencia de defectos voluntarios no puede existir diferencia alguna: todas las almas perfectas han de estar igualmente exentas de defectos consentidos; el más mínimo que existiese en una de ellas, destruiría.la perfección, porque ya no habría ausencia de defectos». No podemos suscribir estas palabras. Mientras estamos en esta vida es de fe que no po¬ demos evitar todos Iqs pecados, veniales, a no ser por un especialisimo privilegio, como lo tuvo la Santísima Virgen (D 833), ni mucho menos, por consiguiente, todas las imperfecciones voluntarias. Y una de dos: o hay que concluir que la perfección no es posible en esta vida (contra la tesis tradicional, que es también la del propio P. Crisógóno), o es forzoso admitir que ciertas imperfecciones voluntarias (e incluso verdaderos pecados veniales) no son incom¬ patibles con el estado de perfección. De hecho los tuvieron los santos más grandes, con la sola excepción, por especialisimo privilegio, de la Santísima Virgen María, Madre de Dios. 87 lac 3,2; 1 ío 1,8, 88 Cf. 1-11,4,4; Suarez, De beatitudine d.io sect.i; Billuaut, De ultimo fine d .2 a.4 § 2. 217 C.2. La perfección cristiana Claro que estas imperfecciones y pecadillos veniales no hacen descender al alma transformada del estado sublime en que se encuentra, porque son actos transitorios que ño dejan rastro en el alma, ya qUe son rápidamente consumidos por el fuego de la caridad en que se abrasan. Son como gótitas de agua, que cayeran en un gran fuego, las. cuales quedarían consumidas en un instante y darían ocasión de que se avivase más la llama, porque el acto de la caridad, al advertir algo que le es contrario, sale con más ím¬ petu para destruirlo'^. Veamos ahora las objeciones que se pone y resuelve Santo Tomás en el artículo referente a la perfección .de la caridad 90 , Ello completará esta doctrina con nuevos matices y detalles. Primera objeción.— Parece que la caridad no puede ser perfecta en esta vida. En efecto: si'alguien fue perfecto en el rriundo, fueron cierta¬ mente los apóstoles; pero el mismo San Pablo nos dice que todavía no lo era (Phil 3,12-13); luego no es.posible en esta vida la perfección de la ca¬ ridad. Respuesta,— El Apóstol se refiere a la perfección total y absoluta, que es propia de la patria (ad 1). . Segunda objeción. —En este mundo no podemos vivir sin pecado, como dice el Apóstol (1 lo 1,8); luego no es posible la perfección de la caridad, que es contraría al pecado. Respuesta:—E sto lo dice el Apóstol de los pecados venidles,, que no contrarían el hábito de la caridad, sino sólo el acto; y así no repugna a la perfección de la vía, sino sólo a la perfección de la patria (ad 2). De donde se sigue una vez más que, según Santo Tomás, los pecados veníales—y a fortiori las imperfecciones voluntarias—no son en absoluto incompatibles con la perfección que es posible alcanzar en esta vida: <«et ita non repugnant perfectioni viae, sed perfectíoni patriae». Tercera objeción.—Lo que ya es perfecto no puede crecer más; pero la caridad en esta vida puede crecer indefinidamente; luego la caridad no puede llegar a ser perfecta én esta vida. Respuesta,— La perfección de esta vida no es la perfección ábsoluta. Por eso puede indefinidamente crecer (ad 3). La objeción presente—en efecto—parte de un falso supuesto. Ni Santo Tomás ni ningún teólogo han considerado jamás la perfección que puede alcanzarse en esta vida como una perfección absoluta, sino tan sólo relativa. La primera no es posible en este mundo—y en uno de sus. aspectos (por parte del objeto amado) tampoco en el otro, por ser propia y .exclusiva de Dios—; pero la relativa es posible aun en esta vida, ya que ella no excluye, sino que supone necesariamente la posibilidad de nuevos avances y progresos* en el camino de la unión con Dios. 6 * La perfección cristiana y la predestinación 163. Vamos a plantear ahora otra grave cuestión íntima¬ mente relacionada con las anteriores. Hemos visto que la perfección cristiana no puede, consistir 831 Cf P. I. G. Menéndez-Reigada, De dirección espiritual p,78-79. : «o Cf. IMI j2 4,8. 218 P.IL El organismo sobrenatural y ¡a perfección cristiana en la perfección absoluta de la caridad por parte del objeto amado, ya que Dios es infinitamente amable, y nunca podrá ser amado tanto como merece. Tampoco puede consistir en el último grado de caridad po¬ sible en esta vida, ya que no existe tal grado, pues, como par¬ ticipación que es de la misma caridad divina, no tiene término posible, pudiendo aumentar indefinidamente, como ya he¬ mos visto. Ni tampoco puede consistir en un grado que responda a la capacidad del alma, ya que, como enseña Santo Tomás cada nuevo aumento de caridad va ensanchando la capacidad del alma, cuya potencia obediencial en manos de Dios es, por otra parte, inagotable. . Luego si el grado de caridad que constituye la perfección no es determinado ni por la naturaleza de la caridad, ni por su relación al objeto, ni por su relación al sujeto, ¿quién es el que determina ese grado para cada alma? No hay otra respuesta posible que ésta: la voluntad libérri¬ ma de Dios. Se trata sencillamente de uno de los aspectos más arcanos de la divina predestinación. Dios distribuye sus gra¬ cias entre sus criaturas en grados diferentísimos, sin más con¬ sejero que su voluntad omnímoda: prout vult, dice el apóstol San Pablo 92 . Son misterios insondables que escapan en absoluto a la pobre razón humana 93 . Pero en cuanto nosotros podemos al¬ canzar estas cosas, la razón más profunda de esta a primera vista desconcertante desigualdad la insinuó San Pablo en su maravillosa visión del Cuerpo místico de Cristo cuando escri¬ bía a los fieles de Efeso: «A cada uno de nosotros ha sido dada la gracia en la medida del don de Cristo... El constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a éstos evangelis¬ tas, a aquéllos pastores y doctores para la perfección consumada de los santos , para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo , hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hiio de Dios, cual varones perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo» 94 . No cabe duda. Según el apóstol San Pablo, la desigual dis¬ tribución de las gracias tiene, ante todo, una finalidad de con- 91 11-11,34,7 ad 2: «Capacitas creaturae rationalis per caritatem augetur, quia per ipsam cor dilatatur...;.et ideo adhuc ulterius manet habilitas ad maius augmenturm. 92 1 Cor 12,11: «Todas estas cosas las obra el único y mismo Espíritu, que distribuye a cada uno según quiere ». Santo Tomás expone la; misma doctrina con relación a la caridad; «La cantidad de la ca¬ ridad no depende de la condición de la naturaleza o de la capacidad natural de la virtud, sino únicamente de la voluntad del Espíritu Santo, que distribuye sus dones como Quiere * ( 11 - 11 , 24 , 3 J cf. 111 , 7 , ro). 93 Cf. Rom ir,3.3: «O altitudo...!» 94 Eph 4,7 y 11,13. Texto español de la versión Nácar-Colunga. Cf. todo el c.12 de la epístola r a los Corintios. 219 C.2. La perfección cristiana junto , está hecha en vistas a la totalidad del Cuerpo místico de Cristo. Tocamos aquí uno de los misterios más insondables de nuestra fe: nuestra predestinación en Cristo. Pudiera de¬ cirse que el Dios de la predestinación no ha tenido en cuenta, al realizar la de los hombres, más que una sola realidad inmen¬ sa: Cristo en su doble aspecto personal y místico. Todo lo demás desaparece y se esfuma ante la mirada de Dios, si es lícito emplear este lenguaje. Y precisamente porque todo está subordinado y orientado a Cristo es forzoso que haya entre sus miembros un ordenadísimo desorden, una disonancia ar¬ moniosísima—si se nos permiten estas paradojas—, con el fin de obtener la belleza suprema, la grandiosa sinfonía del con¬ junto total 95 . Si a esto añadimos, que la formación del Cuerpo de Cristo no esrtodavía la finalidad última de la creación, sino que pl Cristo total—la Cabeza y los miembros—está subordi¬ nado y orientado a la gloria de Dios, finalidad suprema, alfa y omega de los planes de Dios en sus operaciones ad extra 96 , habremos recogido en sus líneas esenciales el maravilloso plan divino de nuestra predestinación en Cristo, único que puede damos una idea finalista—siquiera sea remota y oscura para nuestra pobre inteligencia—del angustioso problema de la des¬ igualdad con que Dios reparte sus gracias entre los hijos de los hombres. Unicamente cuando contemplemos cara a cara a Dios en la visión beatífica veremos maravillosamente armo¬ nizadas en la eminencia de la esencia divina la iniciativa de Dios y la libertad del hombre, los derechos inalienables del Creador y la cooperación meritoria de la criatura. 7. Lo que supone siempre la perfección cristiana 164. Pero ya que tengamos que partir del supuesto de la desigualdad en la distribución de las gracias, ¿podremos de alguna manera averiguar cuál es el grado determinado por Dios para cada alma en particular? De ninguna manera. Como quiera que no hay por parte de la criatura ni de la misma gracia título alguno que exija un determinado grado de perfección, síguese que es del todo imposible averiguarlo ni siquiera conjeturalmente. Depende única y exclusivamente de la voluntad libérrima dé Dios, que no puede sernos conocida más que por divina revelación. 95 cf. 1,47.1; Mi,txa, 4 . 96 Léanse seguidos estos dos versículos de San Pablo: «Todo es vuestro; y vosotros, de Cristo, y Cristo, de Dios» {i Cor 3,22-23). —«Cuando le queden sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo se sujetará a quien a El todo se lo sometió, para que sea Dios todo en todas las cósase (i Cor 15*28). 220 j PJI. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana Sin embargo, dejando, intactos estos principios inconmovi¬ bles, podemos hacer cuatro afirmaciones muy importantes: 1. a La perfección cristiana supone siempre un desarrollo eminente de la gracia. 2. a Supone también la perfección de las virtudes infusas. 3. a Requiere siempre purificaciones pasivas * 4. a Implica necesariamente vida mística más o menos in¬ tensa. Vamos a demostrar cada una de estas cuatro afirmaciones: i. ft La perfección cristiana, a la que todos estamos llamados, supone siempre un desarrollo eminente de la gracia. 165, Nos parece que ésta primera afirmación puede de¬ mostrarse plenamente cbn los datos mismos de la divina reve¬ lación* Aquel «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» del Evangelio 97 , supone un ideal altísimo, de suyo inaccesible para el hombre por tratarse de una ejemplaridad rigurosamente infinita* Y este ideal deslumbrador, sin límites ni fronteras posibles, lo presenta el Señor absolutamente a to¬ dos los hombres * Cristo pronunció esas palabras en el sermón del Monte, dirigiéndose a todos los que habían de creer en El, sin excepción alguna. Hay otro argumento escriturario sacado todavía del sermón del Monte* Cristo comienza su sermón ofreciendo a todos el ideal altísimo de las «bienaventuranzas» 98 , qué—según vimos, de acuerdo con Santo Tomás "—suponen una perfección emi¬ nente, como coronamiento y remate que son de todo el edificio de nuestra santificación* Luego la santidad que Cristo nos propone a todos como ideal a realizar supone un desarrollo eminente de la gracia hasta alcanzar la perfección altísima de las «bienaventuranzas» evangélicas* Aparte dél argumento sacado de la Sagrada Escritura, se ve claro que tiene que ser así por analogía con lá vida natural, que exige un desarrollo completo de todas sus virtualidades para que pueda llamarse perfecta. En el orden sobrenatural, lo mismo que en el natural, el raquitismo es lo anormal y defec¬ tuoso. Ahora bien: ¿cómo se compaginan estos datos de la revelación y de la razón natural con aquellos otros que nos da San Pablo acerca de los dife¬ rentes grados de perfección a que Dios nos tiene predestinados «en la me¬ dida del don de Cristo»? 100 Suponiendo—para sensibilizar las cosas—que 97 Mt 5,48. M Mt 5,1-10. ” Cf. I-Ifóo- 100 Eph 4,7. 221 C.2. jla perfección cristiana el desarrollo eminente de la gracia inicial recibida en el bautismo se en¬ cuentre en el gradó lo, los que estén predestinados por Dios «según la me¬ dida del don de Cristo» para el grado 20, o el 30, o el 40, ¿habrá que decir que no están, llamados a la perfección, ya que la perfección se encuentra por hipótesis en el grado 50, y ellos sólo alcanzarán dé hecho aquellos 20, 30 ó 40 a que están predestinados en Cristo?' Para resolver esta dificultad es preciso distinguir cuidadosamente entre llamamiento y predestinación- En efecto; nó es lo mismo llamamiento que predestinación , cómo nó lo es tampoco voluntad antecedente de Dios y volun¬ tad consiguiente. La voluntad antecedente corresponde al llamamiento, la vo¬ luntad consiguiente es la que produce la predestinación. Y aquí tenemos lá clave para la solución dél problema, como vamos a ver inmediatamente. Es un hecho qüe Dios no nos tiene predestinados e todos para un mismo y único grado de perfección, como no nos tiene tampoco predestinados a todos a la gloria; ¿^predestinaciones infrustrable por parte de la criatura, ya que es una consecuencia de la voluntad consiguiente de Dios, a la que nada se resiste; y es un hecho de experiencia cotidiana que muchísimos cristianos mueren ¿irt haber llegado a la perfección cristiana, e incluso algunos de ellos muerén impenitentes y con manifiestas señales de reprobación. ¿Quiere esto decir que rio estaban llamados por Dios á la perfección o a la vida eterna? Dé riinguria manera; afirmarlo sería un error mariifiesto con respecto a la perfección y próximo a la herejía con respecto a la vida eterna. El apóstol Sari Pablo nos dice expresamente que Dios quiere la salvación de todos los hombres: « omhes homines vult salvos fieri et ad agnitionem veritatis ve- riire» 201 , y esta misma enseñanza ha sido recogida por los concilios 102 y es doctrina unánime de todos los teólogos católicos. En cuanto al llama¬ miento universal á la perfección, sin estar expresamente definido, consta claramente en las fuentes mismas de la revelación—como hemos visto—y es admitido también unánimemente por todas las escuelas de espiritualidad cristiana. ■ ¿Cómo se explica, pues, el hecho innegable—consta por la experiencia diaria—dé que muchos cristianos mueran sin haber alcanzado lá perfec¬ ción, y algunos incluso con señales manifiestas de condenación eterna? La clave de la solución está en la distinción que hemos dado más arriba entre llamamiento y predestinación y entre voluntad antecedente y voluntad consiguiente de Dios. Prescindiendo del problema de la predestinación a la gloria (que no constituye el objeto dé nuestro estudio, y que, por lo demás, sé resuelve con los mismos principios que vamos a establecer) y concretándonos al del lla¬ mamiento universal a la perfección cristiana, la solución nos parece que es la siguiente: Es cierto que todos estamos llamados a los grados más altos de santidad y. perfección de uná manera remota y suficiente por la voluntad antecedente de Dios («remóte et secundúm yoluntatem Dei antecedentem», según el len¬ guaje técnico de las escuelas), Pero de Una manera próxima y eficaz, como efecto de la voluntad consiguiente de Dios—a la que corresponde la predes¬ tinación en concreto, Con todas las circunstancias individuales—, cada uno 101 1 Tim 2 A' ' 102 Hé aquí, por ejemplo, las palabras del concilio Carisíaco (año 853) contra Gotes- calcó y predestinadranos; «Dios omnipotente quiere que todos los hornbres sin excepción se sal¬ ven (1 Tim 2,4), aunque no todos se salven. Ahora bien, Qúe algunos se salven es don del que salva; pero que algunos se pierdan es merecimiento de los que se pierden» 1 (D 3x8.— Cf. n.794S 1096 1380 1382 etc.). Nó aparece con toda'claridad que los concilios lo hayan definido expresamente, pero es doctrina ciertfsima y unánime entre los teólogos católicos, y no podría negarse, por lo menos, sin manifiesta temeridad, y probablemente sin verdadero error en la fe. 222 P.U. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana de los predestinados tiene señalado por Dios el grado de perfección a que ha de llegar conforme al grado .de gloria a que le tiene destinado. 103 . De he¬ cho, en la práctica, sólo los predestinados a la cumbre de la perfección alcanzarán infaliblemente ese grado, ya que la voluntad consiguiente de Dios es infrustrable por la criatura 104 . Los demás*—o sean, los no predestina¬ dos a la cumbre de la perfección—resistirán de hecho a aquel llamamiento remoto y suficiente, y se irán quedando atrás por el camino. En otros térmi¬ nos más científicos: «de iure, remóte, sufficienter et secundum voluntatem Dei antecedentem», todos estamos llamados a la perfección cristiana y a todos se nos dan las gracias suficientísimas para obtenerla ciertamente si nosotros no ponemos obstáculo a la gracia y cooperamos libremente a la acción divina; pero «de facto, proxime, efficaciter et secundum voluntatem Dei consequentem», no todos estamos predestinados a la perfección cristiana. Una cosa es estar llamado y otra muy distinta ser de hecho escogido; lo dice expresamente el Evangelio 10S . Es el misterio insondable de la divina pre¬ destinación y elección que ninguna inteligencia creada podrá descifrar ja¬ más en esta vida 10ó . ; Pero este tremendo misterio en nada compromete nuestras conclusio¬ nes: todos estamos llamados a la perfección cristiana, que consiste en un desarrollo eminente de la gracia inicial recibida en el bautismo. De hecho, la mayoría de los cristianos—lo estamos viendo todos los días—mueren sin haber alcanzado la perfección cristiana. ¿Quiere esto decir que no estaban llamados a ella? De ninguna manera. No lo estaban de una manera próxima y eficaz según la voluntad consiguiente de Dios, porque en este caso la hu¬ bieran alcanzado, infaliblemente, ya que a la voluntad consiguiente de Dios corresponden las gracias actuales eficaces, que son infrustrables por las cria¬ turas, aunque sin comprometer su libertad. Pero lo estaban indudablemente con un llamamiento remoto y suficiente según la voluntad antecedente de Dios, como consta clarísimamente por la revelación y el consentimiento unánime de todas las escuelas de espiritualidad cristiana. Según esta vo¬ luntad antecedente—que, como explican los teólogos, es una voluntad se¬ ria, sincera, aunque por culpa del hombre no llegue a producir su efecto final—, Dios llamaba a esos cristianos que mueren imperfectos a una per¬ fección eminente de la gracia y de la caridad, siquiera fuera en grados dife¬ rentes. La voluntad antecedente —repetimos—es una voluntad seria, «con toda la seriedad que hay en la cara de un Dios crucificado» 107 , a la que corresponde un diluvio de gracias actuales suficientísimas para alcanzar aquel grado de perfección eminente. Dios no tiene la culpa de que esos cristianos imperfectos hayan resistido voluntariamente a esas gracias suficientes y no hayan alcanzado de facto el grado eminente de perfección cristiana que con ellas hubieran de iure podido alcanzar. Sería completamente inmoral el exigir a Dios que nos santifique a todos por las buenas o por las malas, tanto si cooperamos como si no cooperamos a su acción divina. Y dígase lo mismo con respecto al otro problema, más pavoroso todavía, de nuestra salvación eterna. Dios quiere sincerísimamente que todos los hombres se salven, y, en consecuencia, a todos les da las gracias suficientes para ello,, incluso al más embrutecido salvaje perdido en una selva tropical. Pero Dios no puede ni 103 Oigamos a Santo Tomás: «Cada una de las criaturas racionales de tal manera es conducida por Dios a la bienaventuranza, que también es conducida por predestinación divina a un determinado grado de bienaventuranza. Y, por tanto,.conseguido aquel grado, no puede pasar a otro más alto 1 » (1,62,9). 10 * Cf. 1,19,6 c. et ad 1. tos ^Muchos son Jos llamados y pocos los elegidos* (Mt 20.16 y 22,14.—Cf. Apoc 17,14). 106 «Por qué a éste le trae y al otro no, no quieras juzgarlo si no quieres errar* (San Agus¬ tín, Super Jo. 6,44 tr.26: ML 35,1607), 107 Cf. Gar-Mar, Sugerencias p.2. a «Oradón pavorosa*. 223 C.2. La perfección cristiana debe salvar—permítasenos esta expresión tan audaz—al que se empeñe te¬ nazmente en resistir a su gracia abusando del privilegio augusto de su liber¬ tad. Una salvación universal de todos los hombres sin excepción (buenos y malos) llevaría inevitablernente a una de estas dos terribles consecuencias: o a qué la voluntad humana no es libre ni, por consiguiente, responsable, o a que está autorizada para burlarse de Dios 108 . Quede, pues, sentado que todos estamos llamados a la perfección cris¬ tiana, lo mismo que todos estamos llamados a la salvación eterna. Muchos no llegarán de hecho a la perfección y otros ni siquiera se salvarán; pero la culpa estará únicamente en ellos por haber resistido voluntariamente a las gracias 1 su/icterctes, á.cuyo buen uso estaban vinculadas las gracias eficaces , que des hubieran conducido hasta la cumbre de la perfección o hasta el puerto de salvación 109 . El problema, pues, no se plantea con relación al número mayor o menor de los que alcanzarán de hecho la perfección cristiana, sino únicamente a las exigencias de iure de la misma gracia. El que muchos no salgan de la infan¬ cia, en nada compromete el llamamiento general a la virilidad, tanto en el orden natural como en el sobrenatural. Y la virilidad cristiana (o, lo que es lo mismo, la perfección cristiana) supone siempre un desarrollo eminente de la gracia santificante con relación al grado inicial que todas recibimos por igual en el bautismo, como enseña Santo Tomás lí0 . Sin ese grado emi¬ nente será posible la salvación eterna, pero de ninguna manera la perfección , en el sentido que le dan ordinariamente a esa palabra los teólogos y el pue¬ blo cristiano en general. Veamos;ahora brevemente las otras tres afirmaciones. 2. a La perfección cristiana supone siempre !a perfección de las virtu¬ des infusas. IÓ6* Es un corolario obvio de la naturaleza misma de la perfección, que consiste precisamente—como hemos visto más arriba—en el pleno desarrollo de las virtudes infusas, principalmente de la caridad , que es la primera y más importan¬ te de todas. Luego o no habrá perfección cristiana, o tendrá que ser a base del perfecto desarrollo de las virtudes infusas. Tan claro y evidente es esto, que nos parece ocioso insistir teniendo en cuenta, además, que nadie lo discute. 108 Cf. Sebtillanges, O.P., Catecismo de ios incrédulos 1.5 c.3 p-374 (ed. española, 1934). 109 Son innumerables los lugares de la Sagrada Escritura donde se nos dice que Dios no quiere la perdición de nadie, sino' que esto depende únicamente de la voluntad perversa del hombre. Véanse, por ejemplo, los siguientes textos: «Por mi vida, dice el Señor, Yahvé, que yo no me gozo en la muerte del impío, sino en que se retraiga de su camino y viva» (Ez 13, 11); «Porque piadosa y compasivo es el Señor; perdona los pecados y salva en el tiempo de la tribulación» (Eccli 2,13); «Volveos a mi y seréis salvos» (Is 45,22); «El cual (Dios) quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,4); /'Pa¬ cientemente os aguarda, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan a peniten¬ cia» (2 Petr 3,9), etc,, etc. 1 10 HI-69,8.—Se trata, naturalmente, del bautismo de los párvulos (que lo reciben todos con idénticas disposiciones), no del bautismo dé adultos, en el que cabe recibir mayor o menor gracia inicial según las disposiciones del que lo recibe (bajo la influencia de gracias actuales más o menos grandes). Acaso sería mejor buscar el punto inicial de referencia en el grado ‘mínimo de gracia indispensable para la justificación con el ñn de incluir también en él a los que reciben la justificación fuera del bautismo. 224 PJI, El organismo sobrenatural, y ia perfección cristiana 3. a La perfección cristiana requiere siempre purificaciones pasivas. 167* Según San Juan de la Cruz y los hechos de la expe¬ riencia diaria en el trato con las almas, «píór más que el princi¬ piante en mortificar en sí se ejercite todas estas sus actuaciones y pasiones, nunca del todo, ni con mucho,-puede, hasta que Dios lo hace en él pasivamente por medio de la purificación de la dicha Noche » 111 . Volveremos ampliamente sobre esto al tratar de la necesi¬ dad de las purificaciones pasivas, donde quedará plenamente demostrado. 4. a La perfección cristiana implica también necesariamente vida mística. 168. Esta proposición no es más que lina consecuencia de las dos anteriores. El argumento para probarlo no puede ser más sencillo. Aparte de que las purificaciones pasivas, según el sentir unánime de todas las escuelas, son de orden místico, las virtudes infusas, como hemos visto más arriba y veremos todavía más extensamente, no pueden alcanzar su perfección sino bajo la influencia de. los dones del Espíritu Santo actuando al modo divino o sobrehumano. Es así que esta actuación de los dones del Espíritu Santo al modo divina o sobrehumano constituye la esencia misma de la mística. Luego es imposible la perfección de las virtudes-—y, por consiguiente, la perfec¬ ción cristiana—fuera de la mística. La prueba de la menor de este silogismo va a constituir por sí sola el siguiente capítulo. CAPITULO III Naturaleza de la mística i* Introducción y cuestiones de método 169. Vamos a abordar ahora una de las cuestiones más fundamentales en la teología de la perfección cristiana, acaso la más importante de todas desde el punto de vista teórico o especulativo. Estamos firmemente persuadidos de que la in¬ mensa mayoria.de las controversias místicas que han dividido y tienen todavía divididas a las principales escuelas de espiri¬ tualidad cristiana proceden y arrancan, ante todo¿ de no haberse puesto previamente de acuerdo sobre los términos mismos del 111 San Juan de la Cruz, Noche oscura l.i c.7 n.s. C.3. Naturaleza de la mística 225 problema: qué haya de entenderse por mística ■ en el sentido técnico y riguroso de la palabra. Hacemos^completamente tras las siguientes palabras de ün teólogo contemporáneo: ' «Aquí el problema central, iba a decir único, es el entendernos sobré éí contenido mismo del problema, sobre el objeto alrededor del cual gira todo él. ¿Qué es la «mística*? ¿En qué consiste , por lo tanto, el «problema místico»?... Digo que es el único problema porque en realidad todas las cuestiones suscitadas en su torno dependen por completo de la definición que se haga de;aquél. y- v y' ;v ' ' Así, por ejemplo, el problema práctico de si la vida mística es el término normal de la perfección, de si el llamamiento, al rrténos remoto, a la místi¬ ca es universa), ó, lo que es lo mismo, si el camino de la perfección es ascé¬ tico y místico a la par> sin que existan dos distintos, uno puramente ascético y otro ascético-místico, este problema práctico se reduce sin más en sú so¬ lución a este otro más sencillo: ¿Qué se entiende por «mística»? El resto serán solamente consecuencias» *. Estamos completamente de acuerdo, sobre todo si a este enfoqué certero del problema corresponde en su desarrollo un método rigurosamente teológico, científico, racional, único que. no deja ningún cabo , por atar ni escapatoria posible; Se ha abusado muchísimo en estos últimos tiempos ¡del método de autoridad— citas de místicos experimentales—, qué rio ; .há con¬ ducido a ningún resultado práctico ni conducirá jamás por ser completamente inepto., para llegar a un principio de solución o de acuerdo. El ilustre teólogo que acabamos de 1 citar escribe estas palabras, que hacemos también completamente nuestras; «Desde luego, hay que convenir que los problemas místicos han de es¬ tudiarse, en cuanto pueden estudiarse—y volvemos a las cuestiones de método—, sobre una base de principios teológicos casi exclusivamente 2 3 . Al menos en muchos extremos podremos precisar qué no pueden ser esos fenó¬ menos^. Los datos experimentales son tan vagos e imprecisos por lo inefa¬ bles y lo profundamente psicológicos que se presentan, que apenas pueden suministramos una luz elemental e indispensable» 4 . A título de ejemplo, y como prueba evidente de cuanto ve¬ nimos diciendo, vamos a copiar los siguientes textos de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa, que han invocado centena¬ res de veces las diferentes escuelas de espiritualidad cristiana para probar con la autoridad de los sublimes reformadores carmelitas afirmaciones completamente contrarias. Escuchemos a San Juan dé la Cruz: : «Porque no a todos los que se ejercitan de propósito en el camino del espíritu lleva Dios a contemplación, ni aun a la mitad; el porqué, El lo sabe» 5 , 1 Baldomero Jiménez Duque, Acerca de la mística: RET (abril-junio i$47)‘ p.222. 2 Subrayamos nosotros. 3 Subraya el autor: 4 Baldomero Jiménez Duque, Problemas místicos en tornó a la figura de San Juan de la Cruz: RET vol.i (iq4T) p.970. 5 Noche oscura I,o,q (ed. BAC). 226 P.II. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana «Y aquí nos conviene notar la causa por qué hay tan pocos que lleguen a tan alto estado de perfección de unión de Dios. En lo cual es de saber que no es porque Dios quiera, que haya pocos de estos espíritus levantados, qué antes querría que todos fuesen perfectos, sino que halla pocos vasos que sufran tan alta y subida .obra» Con Santa Teresa ocurre exactamente lo mismo. Escuche¬ mos sus mismas palabras: «Así que no porque en esta casa todas traten de oración han de ser to¬ das contemplativas. Es imposible, y será desconsolación para la que no lo es no entender esta verdad, que esto es cosa que lo da Dios; y pues no. es necesario para la salvación, ni nos lo pide de apremio, no piense se lo pedirá a nadie; que por eso no dejará de ser muy perfecta si hace lo que queda dicho» 6 7 . Y un poco más abajo, al final del capítulo 19 del mismísimo Camino de perfección , escribe la gran santa de Avila: «Mirad que convida el Señor a todos , pues es la misma verdad no hay que dudar. Si no fuera general este convite, no nos llamara el Señor a todos, y aunque los llamara no dijera; Yo os daré de beber . Pudiera decir; Venid todos, que, en fia, no perderéis nada, y a los que a mí me pareciere, yo los daré de beber. Mas como dijo, sin esta condición, a todos, tengo por cierto que todos los que no se quedaren en el camino no les faltará esta agua viva. Dénos el Señor, que la promete, gracia para buscarla como sé ha de buscar, por quien Su Majestad es» 8 . Como se ve, a base de textos de místicos experimentales es imposible llegar a nada sólido y estable. Los textos de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa alegados eñ primer término no pueden ser más claros a favor de la escuela que niega el llama¬ miento universal a la mística, y los alegados en segundo tér¬ mino no pueden ser más terminantes y decisivos en favor de ese llamamiento universal. Si no tuviéramos otro criterio de investigación que el de los textos de los místicos, ¿a qué carta nos tendríamos que quedar? 9 Si esto ocurre con San Juan de 6 Llama de amor viva caoc-2 n.27- 7 Camino de perfección J7,2. * Camino de perfección ig,is. 9 Verdad es que en la misma Santa Teresa y en el mismo San Juan de la Cruz pueden encontrarse elementos de juicio suficientes para fallar ¿1 pleito con plena garantía de acierto. La Santa se encarga ella misma de deshacer esa aparente contradicción ai comenzar el c.20 del.Camino de perfección, o sea, inmediatamente después del segundo texto que acabamos de citar. Y lo hace de una manera clarísima, transparente; que hace del todo imposible cualquier tergiversación en sentido contrarío. He aquí sus mismas palabras: «Parece que me contradigo en este capítulo pasado de lo que había dicho, porque cuando consolaba a las qué no llegan aquí, dije que tenía el Señor diferentes caminos por donde iban a El, así como había muchas moradas. Así lo torno ahora a decir, porque como entendió Su Majestad nuestra flaqueza, proveyó como quien es. Más no dijo: *Por este camino vengan unos y por éste otros»; antes fue tan grande su misericordia, que a nadie quitó procurarse venir a esta fuente de vida a beber» (Camino de perfección c.20 n.i). El pensamiento de Santa Teresa —precisamente en el momento de deshacer con toda ad¬ vertencia y cuidado su propia contradicción aparente —es clarísimo a favor del llamamiento universal a la mística. Y en cuanto a San Juan de la Cruz, cualquiera que lo lea desapasionada¬ mente, puede advertir con toda claridad que la intención del Sahto.es llevar al alma hasta las cumbres de la unión mística con Dios: v esa unión con Dios—lo dice en cien lugares CJ. Naturaleza de la-7nntica . 227 la Cruz y Santa Teresa, que son las dos figuras cumbres de la mística experimental y los que con mayor precisión y exactitud se expresan, ¿a qué desbarajuste llegaríamos si empezáramos a citar abundantemente a los demás y quisiéramos construir un sistema teológico doctrinal , a base únicamente, de esas citas y afirmaciones de místicos experimentales? Frente a una serie abundante y escogida de textos que parecen decisivos en favor de una tesis cualquiera, podría oponerse, sin dificultad y sin esfuerzo, otra serie no menos abundante y escogida para pro-^ bar precisamente ía contraria. Por eso, nosotros preferimos francamente el método rigu¬ rosamente teológico, a base de principios ciertos y de conclu¬ siones lógicamente deducidas. Unicamente de esta forma se puede pisar terreno firme y estable, capaz de resistir cualquier ataque, venga de donde viniere.-Los datos de los místicos serán acogidos siempre con gran interés y veneración, pero sólo en cuanto sean compatibles con las verdades ciertas deducidas ciertamente de principios ciertos . Las afirmaciones que se apar¬ ten de estas verdades teológicamente demostradas habrá que rechazarías .a priori hágalas quien las haga, ya que es imposible que una verdad venga a contradecir a otra, puesto que todas ellas derivan, como de su fuente única, de la primera y eterna Verdad, en la que no cabe contradicción. Y, puestos a escoger entre una conclusión teológicamente cierta y una afirmación contraría de un místico experimental, es forzoso quedarse con la primera, ya que el principio teológico del que se deduce aquella conclusión tiene su fundamento último en la divina revelación. Lo contrario sería caer en un inmanentismo mís¬ tico incontrolable, que nos llevaría por el camino más corto y expedito a toda clase de delirios e ilusiones. Vamos, pues, siguiendo este criterio, a precisar con toda exactitud y rigor teológico el constitutivo esencial de la mís¬ tica, que nos dará la clave para la solución de todos los demás problemas planteados, y que no son, en realidad, sino conse¬ cuencias y corolarios inevitables de este problema fundamental. de sus obras—no püede lograrse sino a base de las purificaciones pasiuas, que son de carácter francamente místico , como reconocen todas las escuelas de espiritualidad. Luego para San Juan dé la Cruz rio es posible la perfección cristiana fuera de la mística. 2 28 P.lí. El organismo sobrenatural y la. perfección cristiana 2. El constitutivo esencial de la mística A, Estado actual de la cuestión' 17 q. Antes de formular nuestra tesis y pasar a su demos¬ tración, vamos á examinar detenidamente el estada actual de la cuestión. Vamos a escuchar el parecer dé los teólogos más representativos y figuras más destacadas entre los modernos autores de espiritualidad de todas lás escuelas y : tendencias. Nos limitaremos sólo a los teólogos y autores especulativos de mística, prescindiendo de los místicos experimentales—al me¬ nos per se, ya que muchos lo fueron indudablemente también en él terreno práctico—pertenecientes á nuestro- siglo o a ! la última parte del siglo pasado. Es en éstos últimos tiempos cuan¬ do se empezó a estudiar a fondo éstas cuestiones á base de los modernos métodos de investigación crítica. En este sentido, el parecer de los teólogos modernos tiene un gran valor, muy superior de suyo al de los antiguos teólogos místicos, que no disponían de tantos elementos de juicio ni hablaban con la precisión y rigor crítico que hoy se exige. Muchos dé los teólo¬ gos que vamos a citar han hecho estudios profundos a todo lo largo de la historia de la Teología mística cristiana, y están, por lo mismo, en condiciones inmejorables para decimos qué deba entenderse por mística en el sentido técnico y riguroso de la palabra. Como vamos a ver, hay una gran variedad de fórmulas én¬ tre los autores. Pero a través de todas ellas—por lo menos de la inmensa mayoría 1 —se puede vislumbrar claramente un fondo común constante, perfectamente definido, sóbre la naturaleza o constitutivo esencial de la mística cristiana. Discuten larga¬ mente los autores si la mística es o no necesaria para la perfec¬ ción cristiana y otros problemas relacionados con éste; pero acerca de su naturaleza o constitutivo intimó, el acuerdo es casi total, como vamos a ver inmediatamente. Muchos de los autores que vamos a citar identifican la mís¬ tica con la contemplación infusa—cosa que no es del -todo exac¬ ta, como veremos más adelante-^y de ella hablan propiamente; pero de todas formas, siendo la contemplación infusa el acto místico por excelencia, sus palabras expresan claramente el concepto que se han formado de la mística, que es lo que, ante todo, nos proponemos investigar aquí. Vamos a agrupar a los autores por las diferentes órdenes religiosas a que pertenecen—que no coinciden exactamente con las diferentes «escuelas de espiritualidad», ya que hay auto- C.3. Naturaleza de la mística 229 res religiosos que se apartan de lá corriente general de su orden y otros que no pertenecen a ninguna—, recogiendo al final él testimonio de los : representantes del clero secular y demás autores independientes.... 171* Benedictinos; Dom Vital Lehodey.—P ara el insigne abad cisterciense de la Trapa de Bricquebéc, «la oración mística es una contemplación pasiva, y mejor aún, una contemplación manifiestamente sobrenatural, infusa y pasiva; don¬ de Dios, que hace sentir en general su presencia al alma , es por modo inefable conocido y poseído en una unión amorosa, que comunica al alma el reposo y la paz e influye en los sentidos» 10 . Dom Columba Marmion.—No trata expresamente el célebre abad de Maredsous en ninguna de sus obras de mística propiamente dicha, aunque la haya—y altísima—en todas ellas. Pero sabemos por el testimonióle dom Thibáut, su historiador y confidente íntimo, que dom Marmion veía en. la contemplación infusa «el complemento normal—aunque gratuito—de toda la vida espiritual» 11 . He aquí, sin embargo, un precioso fragmento de una carta de dom Marmion, en la que nos dice lo que sentía a este respecto y nos da una definición exacta y precisa de la contemplación mística: «Podría haber presunción y temeridad en desear por sus propias fuerzas ya una plenitud de unión, que sólo depende de la libre y soberana voluntad de Dios, ya los fenómenos accidentales que a veces acompañan a la con¬ templación. ' Pero si se trata de la sustancia misma de lá contemplación, es decir, del conocimiento purísimo , simplícisimo y perfectisimo que Dios da allí de sí mismo y de sus perfecciones y del amor intenso que resulta para el alma, entonces aspire con todas sus fuerzas a poseer un tan alto grado de oración y a gozar de la contemplación perfecta. Dios es el principal autor de nuestra, santidad, obra poderosamente en sus comunicaciones, y no aspirar a ella sería no desear timar a Dios con toda nuestra alma , con todo nuestro espíritu , con todas nues¬ tras fuerzas , con todo nuestro corazón» 12, Dom J. Huijben,—L a esencia de la mística consiste para él en «uña como percepción confusa de la realidad misma de Dios. Esta percepción confusa de la realidad divina puede revestir diferentes matices. A veces lo que percibirá o sentirá el alma será la proximidad de Dios, otras su presen¬ cia, otras su acción, otras su mismo ser, según qüe la experiencia de lo di¬ vino sea más o menos profunda» 13 . Dom Anselmo Stolz. —«Es preciso afirmar que existe cierta unanimi¬ dad en la definición de io místico en .sus líneas esenciales. Se admite general¬ mente que la captación experimental de la presencia de Dios y de su operación en el alma es esencial a la vida mística ». Más adelante precisa aún más su pensamiento: « Mística es una expe¬ riencia transpsicológica de la inmersión en la corriente de la vida divina, inmersión que se realiza en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía». Finalmente, dom Stolz está firmemente persuadido de : que la mística entra en el desarrollo normal de la gracia: «La mística, como plenitud del 10 Cf. Los caminos de ¡a oración mental p,3- a c.4 p.314. 11 Cf. Dom Raymond Thibaut, O.S.B., La umón con Dios según las chftas de dirección espiritual de dom Columba Marmion (Editorial Difusión, Buenos Aires) p.224. 12 Cf. Dom Thibaut, o.c., p.225, 13 Cf. «La vie spirituelie» (supl. a agosto-septiembre 1930) pf 34 l- 230 PAL El organismo sobrenatural y la perfección cristiana ser cristiano, no es algo extraordinario ni un segundo camino para la san¬ tidad que sólo unos pocos escogidos son capaces de recorrer. Es el camino que todos deben andar. Y si las almas no llegan en esta vida a profundizar en su ser cristiano y en su conocer por fe hasta la experiencia de lo divino, se verán forzadas a despojarse de todos los impedimentos que entonces arras¬ tren en el lugar de purificación de la otra a fin de prepararse para la unión con Dios en la visión beatífica» 14 . Dom Cuthber Butler. —En su hermoso libro El misticismo de Occidente (Western Mysticisme) investiga la doctrina mística de la Iglesia primitiva de Occidente, y va extrayendo algunas definiciones de la contemplación y de la mística de los diversos tratadistas místicos y Santos Padres de esa pri¬ mera época,,He aquí algunas de ellas: «Una intuición intelectual directa y objetiva de la realidad trascendente», «El establecimiento de relaciones conscientes con el absoluto». «Unión del alma con el absoluto en cuanto es posible en esta vida». «Percepción experimental de la presencia y ser de Dios en el alma». «Unión con Dios no meramente psicológica, sino ontológica, espíritu con Espíritu» 15 , Dom S. Louismet,— «En sí, la teología mística es de orden experimen¬ tal. Es un fenómeno que tiene lugar en toda alma fiel y ferviente. Consiste sencillamente en . ia experiencia de un alma peregrina aún sobre la tierra que llega a gustar a Dios y experimentar por sí misma cuan suave es: «Gústate et videte quoniam suavis est Dominus», como dice el salmista (Ps 33,9)». Y un poco más abajo añade todavía completando su pensamiento: «La vida mística es la vida cristiana normal, la vida cristiana en su plenitud, la vida cristiana como debería ser vivida por todos los hombres, en todos los países, en medio de las circunstancias más diversas J< \ 172, Dominicos: R. P. Gardeil, —El gran teólogo dominico plantea el problema de la experiencia mística en los siguientes términos: «¿Podemos tocar a Dios en esta vida por un contacto inmediato, tener de El una experiencia verdadera¬ mente directa y sustancial? Los santos lo afirman, y sus descripciones de la oración de unión, del éxtasis, del «matrimonio espiritual» están del todo llenas de esta suerte de percepción cuasi-experimental de Dios en nosotros » 17 . R. P. Garrigou-Lagrange. —El antiguo profesor del Angelicum dis¬ tingue entre mística doctrinal, que es aquella «que estudia las leyes y las con¬ diciones del progreso de las virtudes cristianas y de los dones del Espíritu Santo en vistas a la perfección» 1S , y mística experimental , que es «un cono¬ cimiento amoroso y sabroso del todo sobrenatural, infuso , que sólo el Es¬ píritu Santo por su unción puede damos, y que es como el preludio de la visión beatífica» 19 . R. P. Joret. —Para el P. Joret, el elemento esencial del estado místico es el amor infuso . Este amor infuso con frecuencia va precedido de una luz infusa pasivamente recibida en el alma, pero no es del todo necesaria. Es¬ cuchemos sus palabras: 14 Dom Anselmo Stol.7 , Teología de la mística (Madrid 1951) p.16 294 y 299. 13 Dom Cuthber Bütler, Western Mysticisme , cit. por el Rvdmo. P. Albino: «La vida sobrenatural# (julio-agosto 1945) p.252-3. i» La i )k mystique (Tours 1922) pref. p.xo, y c.t p.36. 17 La structure de Váme et l'cxpérience mystique t.2 p.235 (2. a ed. rg27). 18 Perfection chrétienne et contemplaron t.i p.3 (7. a ed.). Ibid., p.4. C.3. Naturaleza de la mística 231 «Mas si la meditación contemplativa» fruto de las virtudes, tiene su principio en la caridad, la contemplación mística procede de los dones y toma de ellos su origen. En el primer caso se trata de un amor activo, bus¬ cado, excitado por nuestro esfuerzo; en el segundo es un amor pasivo que ha brotado como espontáneamente, que parece habérsenos dado ya hecho. Se explica teológicamente esta experiencia diciendo que en el primer caso había simplemente una gracia actual cooperante , y en el segundo, una gra¬ cia operante: el alma ha sido movida totalmente por el Espíritu Santo y no ha tenido que hacer otra cosa sino consentir a esta moción. ¿No ha habido antecedentemente una luz infusa pasivamente recibida para dirigir este amor? Sí, parece lo más frecuente; es una intuición mística que nos hace mirar a Dios como nuestro fin último, como nuestro todo. Pero esto no es necesario. Según San Juan de la Cruz, un acto ordinario de nuestra virtud de la fe puede ser suficiente. El alma experimentaría entonces un toque de amor en la voluntad sin haber experimentado el toque de co¬ nocimiento en ía inteligencia». Y un poco más abajo añade: «AI menos, el sentimiento de la realidad di¬ vina parece existir siempre en la vida mística » 20 . R. P, Gerest, —«La vida mística parece caracterizarse por la acción de Dios sobre el alma y sus facultades por la fe, el amor y la oración. De esta suerte, toda la actividad del alma y de sus potencias se emplea en recibir y utilizar esta dominación divina para seguir su dirección y traducirla en to¬ dos los actos de la vida hasta el punto de poder decir verdaderamente: Ya no soy quien vivo, sino Dios en mí*' 21 . R. P. Arintero, —El gran restaurador de los estudios místicos eh Es¬ paña nos dice en sus Cuestiones místicas que el constitutivo íntimo de la vida mística «es el predominio de los dones en la psicología sobrenatural, o sea, el proceder las más de las veces bajo la altísima moción y dirección del Es¬ píritu Santo» 22 . Y en su magnífica Evolución mística había escrito ya que la mística no es otra cosa que la vida consciente de la gracia , o sea, «cierta experiencia íntima de los misteriosos toques e influjos divinos y de la real presencia vivificadora del Espíritu Santo 23 . Rvdmo. P; Albino Menéndez-Reigada.—-«Lo místico es la actuación en nosotros de los dones del Espíritu Santo, o la operación del Espíritu Santo en nosotros por medio de sus dones, o la perfecta incorporación con Cristo como miembro de su Cuerpo místico». Y un poco más adelante añade completando su pensamiento al recoger el elemento experimental: «Podría, pues, acaso definirse así la mística diciendo que es un predo¬ minio tal de la gracia en las acciones, que haga mds o menos perceptible en ellas su propio modo sobrenatural y divino » 24 , R. P. Fr. Ignacio Menéndez-Reigada.— El que fue profesor de Místi¬ ca en la Facultad de Teología de San Esteban de Salamanca pone la esencia de la mística en la misma vida de la gracia vivida de un modo consciente. Se caracteriza principalmente por la «actuación de los dones de sabiduría y entendimiento, por los cuales el hombre comienza a tener conciencia de que posee a Dios y está unido con El, experimentando ensila vida de Dios» 25 . 20 Cf. «La vie spiñtuelle» (supl, a noviembre 1920) P-Í99 y iox]. 21 Cf. «La vie spirituelle* (sup!. a abril 1930) p.[^r]. 22 Cuestiones místicas 6. a a.i p.635 (ed, 3. a }. 23 Evolución mística p,i. R c.i p.iS (ed. BAC). 2+ Cf. «La vida sobrenatural* (noviembre-diciembre 1944) p.441-2. 2 5 Cf. RET í enero-marzo 1046) 0.09. 232 p.n. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana .... R. P. Sabino Lozano.— «Vida mística y vida predominantemente de los dones del Espíritu Santo son la; misma cosa'* 26 . R. P, Marceliáno Ll amera* —Resumé su pensamiento en los siguientes puntos, qüe considera, con razón, «las nbcionés místicas generales de la teología tomista»: 1. Vida mística es la actividad donal de la gracia; es decir, la vida de la gracia bajo el régimen del Espíritu Santo por sus dones. Floración divina del árbol donal. 2. El constitutivo de la vida mística es la actuación de los dones* : 3. Acto místico es todo acto donal. 4. Estado místico es la actividad donal permanente o habitual en el alma. O la situación del alma en actividad donal permanente o habitual. 5. Distintivo o característica de lá vida mística es el modo sobrehumano de obrar; y del estado místico, el predominio de este modo sobrehumano. La sintomatología mística tiene como manifestaciones más generales y apreciables: a) La pasividad del alma actuada por Dios. b) La experiencia muy varia de la vida de Dios en el alma. 6. Alma mística lo es radicalmente toda alma cristiana en gracia; y de hecho, la que vive vida donal. 7. Toda alma es llamada, por ley general, a la vida mística y puede y debe aspirar a ella. 8 . En particular , la señal principal de llamada o introducción de un alma en el estado místico, es la incapacitación pasiva para practicar a su modo la vida espiritual. 9. En la vida habitualmente ascética, sobre todo si es' ferviente, hay frecuentes intervenciones dónales, más o menos notables. En la vida habi- tualmehte mística; hay intervalos ascéticos, más o menos prolongados. Y, des¬ de luego, sé practican en ella todas las virtudes de la vida ascética, con más perfección, sobre todo interior, como dirigidas por el Espíritu Santo. 10. Contemplación mística es una intuición amorosa prolongada dé Dios infundida por el Espíritu Santo mediante los dones de inteligencia y sabi¬ duría. 11. Gracias místicas normales u ordinarias son las que actúan los dones del Espíritu Santo, sin exceder las posibilidades de su actividad. Son extra¬ ordinarias las que exceden o se reciben al margen de la actividad donal. Es¬ tas gracias extraordinarias, aunque innecesarias, en general, no siempre son gratis dadas o para bien ajeno, sino santiíicativas del alma que las recibe, y quizás precisas o al menos convenientes para ella por causas peculiares. 12. Gracia actual donal. La fuerza motriz de la vida mística es la gracia actual donal que la actúa y rige 27 , 173. Carmelitas: R. P. Gabriel de Santa María Magdalena.— El sabio carmelita bel¬ ga, profesor que fue del Colegio Internacional de Santa Teresa en Roma, cree que la mística se caracteriza, ante todo, por la contemplación infusa: «Se está de acuerdo en nuestros días en reconocer que la contemplación infusa, entendida en toda su amplitud, es el hecho saliente y característico del dominio dé la mística» 28 . 16 Vida santa y ciencia sagrada c.2 p. 14.(2.* ed,),.-. ■ . 27 Cf. La vida sobrenatural y la acción del Espíritu Santo: RET (octubre-diciembre 1947) P- 473 - 5 - 2 « Cf. «Etudes Carmélítaines» (abril 1933) p.r.—En otro artículo de revista, el P. Ga¬ briel repite una vez más su tesis acariciada: «En ella—en la contemplación—no hay otra cosa que una actividad intensa de las virtudes teologales, virtudes preciosas que ponen núes- C.3. Naturaleza de la mística 233 El P. Gabriel, está convencido de que la mística entra en el desarrollo normal y ordinario de la vida de la gracia; y escribió un notabilísimo artículo en La vie spirituelle para demostrar que ése es d pensamiento genuino y auténtico de San Juan de la Cruz 2 V . R. P. Jerónimo de la Madre de Dios.— La mística consiste para él en un conocimiento experimental de Dios que se explica por el amor infusó. Pero con ciertas restricciones. He aquí sus palabras: «Este conocimiento experimental, ¿es el elemento distintivo de todo es¬ tado místico? A mi parecer, no. No parece ser la propiedad constitutiva de este estado, sino una de sus propiedades consecutivas, Un proprium éi i el sentido filosófico de la palabra. Y digo lo mismo dél «sentimiento de la pre¬ sencia dé Dios»; no constituye la nota esencial dél estado místico aunque en una forma o en otra acompañe a la contemplación... Dios es para las almas contemplativas siempre, pero sobre todo durante los ratos en que son elevadas a la contemplación—rsea sabrosa o árida—, la realidad . He aquí por qué prefiero a la expresión «sentimiento de la pre¬ sencia de Dioc>» esta otra: «sentimiento de la realidad de Dios » 30 . R. P. Crisógono dé Jesús Sacramentados— No precisa de una mane¬ ra total y completa el concepto que se había formado de la mística eh nin¬ guna parte de sus obras. Pero, reuniendo dos o tres textos, podemos llegar a reconstruir su pensamiento. Helos aquí: «La mística como práctica es el desarrollo de la gracia realizado por operaciones cuyo modo está fuera de las exigencias de la misma gracia, ó sea por medios extraordinarios» 3 L «... la mística es un modo del desarrollo de la.gracia y está esencialmente constituida por conocimiento y amor infusos...» 32 «La contemplación infusa es una intuición afectuosa de las cosas divi¬ nas que resulta de una influencia especial de Dios en el alma» 33 . R. P. Claudio de Jesús Crucificado.-— «Teología mística experimental es un conocimiento intuitivo y amor de Dios infundidos en negación y os¬ curidad de toda luz natural del entendimiento, y por los cuales éste percibe un ser y bondad indecible, pero* real y presente en el alma, un ser y bondad sobre todo ser y bondad» 34 . R. P. Lucinio del Santísimo Sacramento.— Para el P. Lucínio'la ex¬ periencia mística es un simple efecto del modo sobrehumano de los dones del Espíritu Santo. He aquí sus propias palabras: «Que el modo sobrehumano de actuar los dones sea Ja nota caracterís- tra alma en contacto con Dios, acompañada de un delicado influjo de los dones del Espí¬ ritu Santo*.. Y añade todavía: «Podemos, pues, concluir diciendo que la vida mística es la vida de amor perfecto que transforma al alma en Dios y que va acompañada connatural¬ mente con el florecer de la contemplación» (cf. Che cosa é la vita mística?: «Vita cristiana» [enero-febrero 1948] p.io-n y 16). 29 Cf. L'unión de transformation dans la doctrine de Saint Jean de la.Croix : «La vie spí- rituelle* (supl. a marzo de 1925) p,[137-44]* -Véase también en la misma revista su artículo L'union transformante, aparecido en mayo de 1927, p.223-54-, El simple^enunciado de ios títulos de las tres partes en que divide su precioso artículo sugiere muy bien el pensamiento fundamental del mismo. He aquí esos títulos: i.° La unión transformante, centró de pers¬ pectiva eri la doctrina del Santo (San Juan de la Cruz). 2. 0 La unión, transformante, expan- sionamiento perfecto de la grada, de las virtudes y de los dones. 3. 0 La unión transformante, diversamente participada. 30 Cf. «La vie spirituelle» (supl. a septiembre de 1929)^^282]. 31 Compendio de Ascética y Mística p.3. D preámb. p.iSS (1.* ed.). 32 Ibid., P 3. a a.í p.ióo. 33 Ibid., p.3.* a.2 p.164. 34 Cf. Hacia una definición clara y precisa de la Teología mística: RET vol.i (1940) p.598 • 234 PJ 1 . El organismo sobrenatural y ¡a perfección cristiana tica de la mística, no lo dicen solamente los doctores carmelitas. Es tesis común» El Congreso Teresiano de Madrid.— Como representante y portavoz auténtico de la escuela mística carmelitana, se ha invocado siempre la auto¬ ridad del famoso Congreso Teresiano, celebrado en Madrid en marzo de 1923. He aquí íntegramente las conclusiones aprobadas del tema 5, en las que se recoge la doctrina de la escuela referente a la contemplación: 1. a La contemplación infusa es la operación mística por excelencia. 2. * Esta contemplación es el conocimiento experimental de las cosas di¬ vinas producida por Dios sobrenatwralmente en el alma y el estado de mayor aproximación y unión entre el alma y Dios que en esta vida puede alcanzarse, 3. a Consiguientemente es en el orden de los medios el último ideal y como la última etapa de la vida cristiana en este mundo en las almas llama¬ das a la unión mística con Dios. 4. a El estado de la contemplación se caracteriza por el predominio cre¬ ciente de los dones del Espíritu Santo y por él modo sobrehutnano con que por su medio se ejecutan todas las buenas acciones, 5. a Como las virtudes encuentran su última perfección en los dones y éstos en la contemplación alcanzan su actuación perfecta, resulta que la contem¬ plación es el camino ordinario de la santidad y de la virtud habitualmente heroica 36 . 3 5 Gf. «Revista de Espiritualidad» (1946) P-556—Nótese la singular importancia de esta declaráción. El P. Lucinio afirma que el modo sobrehumano de actuar de los dones del Espíritu Santo es la nota típica y característica de la mística. Y dice que esto no es doctrina únicamente de los doctores carmelitas, sino que es una tesis común. Creemos efectivamente que ésa es la verdad. Y nos parece, además, que esa «tesis co¬ mún» podría muy bien ser el punto de convergencia y la base fundamental de una «entente* entre las diversas escuelas de espiritualidad cristiana, que tan provechosa resultaría en la práctica para todos. Es una lástima grande que, admitiendo todos una cosa tan básica y fundamental, 110 acabemos de ponernos de acuerdo en otras muchas cosas que, a nuestro parecer, no son sino corolarios y consecuencias inevitables de esa cuestión capital. Nos¬ otros creemos ver en ese principio admitido por el P. Lucinio y presentado por él como «tesis común», la base teológica fundamental sobre la que descansa y se apoya la escuela ' mística tomista. Porque sí la mística no es otra cosa que la simple actuación de los dones del Espíritu Santo al modo, sobrehumano, como quiera que creemos haber demostrado que ese modo sobrehumano es el único posible en los dones, todo, aquel que posea los dones posee ya los principios de la experiencia mística; y como los dones actuaran normalmente en todos ios cristianos en gracia, llegará un momento en que todos ellos—si no oponen obstáculo a la gracia— entra*dn normalmente en el estado místico, que se caracteriza precisamente por la actuación predominante de los dones del Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano. De donde se siguen la «unidad de la vida espiritual» y el «llamamiento universal a la mís- tica», tesis capitales de la escuela mística tomista. 36 Cf. «El Monte Carmelo* (mayo 1023) p.211. Repetímos aquí lo que acabamos de decir en la nota anterior. No nos explicamos las divergencias irreductibles que subsisten todavía entre las escuelas místicas carmelitana y tomista después de esas conclusiones tan claras y explícitas, en las que todos estamos de acuerdo. No sabemos si las anteriores conclusiones recogen o no el auténtico sentir de la escuela carmelitana, aunque hemos de creer que sí cuando ellos mismos lo afirman. Pero si sabemos áertamente que en ellas está recogido el espíritu auténtico de la escuela tomista en sus tesis fundamentales. Si exceptuamos la res¬ tricción insinuada en la conclusión tercera al aludir a das almas llamadas a la unión mística con Dios* (que parece suponer que no todas lo están), en todo lo demás la escuela tomista está completamente de acuerdo con esas conclusiones, hasta el punto de que no sabríamos expresarlas con mayor fuerza ni precisión ninguno de Jos que nos honramos en pertenecer a ella. Siempre hemos creído firmísimamente que la mística (o, si se quiere, la contempla¬ ción, que es su operación «por excelencia», como dice el Congreso Teresiano) es un «conoci¬ miento experimental de las cosas divinas producido por Dios sobrenaturalmente en el alma; que ella es el último ideal y como la última etapa de la vida cristiana en este mundo*; que «el estado de contemplación se caracteriza por el predominio creciente de los dones del Espirita Santo y por el modo sobrehumano con que por su medio se ejecutan todas las buenas acciones»; y, finalmente, la escuela tomista ha defendido tenazmente la necesidad absoluta de la mística para la perfección cristiana, fundándose precisamente en que «las virtudes encuentran su última perfección en los dones , y éstos en la contemplación alcanzan su actuación perfecta»: de donde resulta—como dice admirablemente el Congreso Teresiano—« que ¡a contemplación es el camino ordinario de la santidad y dé la virtud habitualmente heroica *, Repetimos: no sabemos si en esas conclusiones estará bien recogido el pensamiento de la C.3. Naturaleza de la mística 235 174* Jesuítas: R. P. De Maumigny. —Define la contemplación infusa como «una mi¬ rada simple y amorosa a Dios con la que el alma, suspensa por la admi¬ ración y el amor, le conoce experimentalmente y gusta, en medio de una paz profunda, un comienzo de la.bienaventuranza eterna»? 7 , R. P. Poulain. —«Los estados místicos que tienen a Dios por objeto llaman ante todo la atención por la impresión de recogimiento, de unión que hacen experimentar. De ahí el nombre de unión mística. La verdadera diferencia con los recogimientos de la oración ordinaria es que, en el estado místico, Dios no se contenta con ayudarnos a pensar en El y a recordarnos su presencia, sino que nos da de esta presencia un conocimiento intelectual experimental; en una palabra, nos hace sentir que entramos realmente en co¬ municación con él. Sin embargo, en los grados inferiores (quietud), Dios no lo hace sino de una manera bastante oscura. La manifestación tiene, tan¬ to más de nitidez a medida que la unión es de orden más elevado» 38 . R. P. De la T'Aílle.—EI P. Mauricio de la Taille pone la esencia de la mística en una experiencia de lo divino. Para él, la contemplación viene del amor: es una mirada amorosa. Pero ¿qué es lo que distingue este amor del amor implícito en todo acto de fe? No es su mayor perfección o inten¬ sidad. El amor del contemplativo puede ser menor que el de un simple fiel. Pero este amor contemplativo es un amor «conscientemente infusó... El místico tiene conciencia de recibir de Dios un amor ya del todo hecho (tout fait) ... El alma se sabe y se siente investida por Dios con este amor, Y por esto... siente la presencia de Dios en sí misma ... El alma recibe el don de la mano misma del Dador, que está allí presente, por lo mismo, dé una manera que el alma experimenta » 39 . R. P. Kleutgen.™ Cree hallar ia esencia de la mística en una miste¬ riosa unión con Dios, en la que el alma es elevada, por un efecto extraor¬ dinario de la gracia, a una contemplación más alta de Dios y de Las cosas divinas, a las que viene a conocer no sólo por fe, sino experimentalmente 40 . R. P. Bainvel. —«El estado místico está constituido por la conciencia de lo sobrenatural en nosotros» 41 . R. P. Maréchal. —«Fundándonos en las declaraciones unánimes de los contemplativos—únicos testigos de sus experiencias internas—, creemos que la alta contemplación implica un elemento nuevo, cualitativamente distinto de las actividades psicológicas .normales y de la gracia ordinaria; queremos decir la presentación activa, no simbólica, de Dios en el alma con su correlativo psicológico: la intuición inmediata de Dios por el alma » 42 , * R. P. De Guíbert. —Según el antiguo profesor de la Gregoriana, en la contemplación mística «el alma experimenta la presencia de Dios en sí misma. La inhabitación y acción de Dios la conocía antes indirectamente por el testimonio de la fe; ahora experimenta que se da verdaderamente... Esta directa y experimental percepción de Dios presente es general, confusa , no escuela mística carmelitana, pero es indudable que recogen admirablemente el de la escuela tomista. ¡Lástima grande que, admitiendo todos estos puntos fundamentales, nos empeñe¬ mos todavía en mantener nuestras discrepancias inexplicables! 37 La práctica de la oración mental tr.2 p.i. a c.io (2. a ed. p.332). 3S Des gráces d'oraison c.5 n.3. 3 9 Citado por Bainvel en su «Introducción* a la 10. a ed. de la obra del P. Poulain Des graces d’oraison n.25 p.56. 4U Citado por el P. Claudio, carmelita, en R.ET vol.i (1940) P-S91-2. 41 Cf. «Revuc Ascétique et Mystique» (enero 1923) p.45. 42 Études sur la Psychologie des Mystiques t.j p,253. 236 P.IL El organismo, sobrenatural y la perfección cristiana aporta conceptos nuevos, no enseña cosas nuevas, sino que se constituye por una profunda e intensa intuición a la vez simple y riquísima; la volun¬ tad es atraída ño coñ varios afectos distintos, sino que es arrebatada y como paralizada en Un sólo acto simple, por el que se ádhiere toda a Dios. Todo esto lo recibe el alma pasivamente; con ningún esfuerzo podría obtener este don, ni prever de ningún modo cuándo habrá de recibirlo, ni retenerlo cuando se desvanece, ni volver a producirlo cuando ya lo gozó-.» 43 R. P. De GraNdmaison.—«E l hombre tiene el sentimiento o sensación de entrar, no por un esfuerzo, sino por un llamamiento, en contacto inme¬ diato, .sin imagen, sin discurso, aunque no sin luz, con una Bondad in¬ finita» 44 . R. P. Valensin. —Según el profesor de la Facultad de Teología de Lyón, la mística, «desde el punto de vista psicológico, lleva consigo, junto con un sentimiento inefable de la presencia de Dios, un recogimiento en Dios que puede llegar hasta la absorción de las potencias del alma, emigrando, por decirlo así, de la región de las sombras y de las imágenes hacia las rea¬ lidades divinas». ' Y añade a renglón seguido estas luminosas palabras: «Para definir teológicamente la característica esencial es preciso remon¬ tarse de los efectos a la causa y aclarar la naturaleza misma de esta causa no ya con las solas luces de la experiencia, sino también con las de la doc¬ trina. Desde este puntó de vista teológico, la oración de que hablamos será llamada mística , en el sentido de que el alma penetra con ella en lo que hay de más profundo y misterioso en el trato íntimo del Hijo de Dios con la Trinidad adorable, que le ayuda a orar en el Espíritu Santo, en nombre de Jesús, al Padre y a esbozar desde aquí abajo la unión que causará su bea¬ titud. Así, la teología mística, definida por su objeto formal, se presentará como la ciencia del ser divino viviendo por su gracia en el cristiano y ele¬ vándole, con las colaboraciones humanas que él suscita, hasta su perfec¬ ción, mientras que habrá que reservar el nombre de teología ascética a la ciencia de esas colaboraciones sobrenaturalizadas por las iniciativas del Es¬ píritu de Dios. Y puesto que el problema de las esencias es metafísico, diremos, pues, de la mística—entendida como acabamos de hacerlo—que es la ontología de la vida espiritual. Y añadiremos—para mejor trazar las fronteras—que la ascesís será la lógica, y el ascetismo la metodología » 45 . R. P. Pacheu.—«Es una posesión experimental de Dios, una comunica¬ ción que Dios hace de sí mismo a sus almas privilegiadas, y en la que el alma recibe este puro favor divino, gratuito, sin poderse elevar por sí mis¬ ma cualquiera que sea su aplicación o esfuerzo personal»; En este estado, el alma es llamada «pasiva», no porque esté ociosa, pri¬ vada de conocimiento, anonadada; al contrario, se encuentra en un acre¬ centamiento prodigioso de vida, sus actos de conocimiento y de amor so¬ brepasan los actos ordinarios de sus facultades. Pero «recibe, no toma nada por su cuenta; no entra,: sino que es introducida; no obra, sino que es puesta en acción, non agit sed ogitur» 46 . 43 Theologia spiritualis ascética et myslica q .7 sect.i. a 11.382. 44 jRtfíigion personneile (París 1927) c -5 § 2 45 Cf. *La vie spirituelle* (supl, a marzo 1930) p.[139-40]• 46 Psychologie des Mystiques (París 1901) p.41. Las últimas palabras las toma el P, Pacheu del P. Bonniot. 237 C.3. Naturaleza de la mutua 175 * Autores independientes: R. Py ScHRijVERS, C-SS.R»—-«La contemplación es esencialmente un co¬ nocimiento y un amor producidos directamente por Dios, gracias a los dones del Espíritu Santo, en las facultades de la inteligencia y de la volun¬ tad. Toda contemplación verdadera es, pues, necesariamente infusa ». Y un poco más abajo, al precisar la naturaleza de las gracias místicas en general, escribe el docto redentorista belga: «El más frecuente de estos signos parece ser la suavidad experimentada al contactó con Dios. Son raras, creo, las almas contemplativas que no hayan gustado a Dios de esta manera al menos algunas veces. Esta ex¬ periencia íntima de Dios es tan característica, que el alma que ha sido favo¬ recida con ella, aunque sólo sea transitoriamente, la distingue fácilmente de las consolaciones ordinarias y conserva de ella una profunda impresión» 47 , R, P. Iyo de Mohon, O.M.C.—«La teología mística es un conocimien¬ to infuso experimental y amoroso de Dios producido en nosotros por los dones intelectuales del Espíritu Santo, muy particularmente por el don de sabiduría» 4 ®. . ' “ . . ' R. P. Teótimo de San Justo, O.M.C.—«En mi humilde sentir, ef es¬ tado místico, está constituido esencialmente por el conocimiento amoroso infusóles decir, por una alta idea de Dios, habitualmente general y .con¬ fusa, cón el amor pasivo y persistente». Y uií poco más abajo añade: «¿De dónde proviene;en el alma el estado místico? De la plena expan¬ sión de los dones del Espíritu Santo, particularmente del don de sabiduría» 49 , R. P. Cayré, A.A.—El ilustre agustino asuncionista, autor de la fa¬ mosa Patrología , cree qué la esencia de la mística importa los siguientes elementos: \\ M' * a) «Un cierto sentido de Dios producido en el alma por Dios mismo. San Agustín nos ofrece la fórmula: sentiré Deum, tener el sentimiento dé Dios. b) Uri tal sentimiento supone la presencia de Aquel que se manifiesta de alguna manera, no solamente como ser perfecto, sino como huésped del alma. Aunque la gracia no es percibida en sí misma, Dios es aprehendido (saisi): en cuanto inhábitante en el alma : capitur habitans, dice todavía mag¬ níficamente San Agustín, Un tal don no puede venir más que de Dios; el sentido místico de .Dios es evidentemente sobrenatural... c) El sentido místico de Dios es también completamente distinto de las consolaciones sensibles, que suponen la gracia como todo verdadero movimiento de piedad, pero que son también, en gran parte, efecto dé la actividad humana, según la doctrina de Santa Teresa» 50 . R. P, Lamballe {eudista).—Hace suya la siguiente definición de San Francisco de Sales; .. «La contemplación no es otra cosa que una amorosa, simple y perma¬ nente atención del espíritu a las cosas divinas» 51 . R. P. Lucas (eudista).—«Todo el mundo está de acuerdo con Santo To¬ más en enseñar que la contemplación infusa es un efecto. de ios dones del Espíritu Santo». 47 Cf. «La vie spirítuelle 1 * (supl. a septiembre de ig2g) P.Í284].—Véase también su obra Los principios de la vida espiritual, donde expone con mayor amplitud esas mismas ideas. 48 Le don de sagesse (París 1928) p. 19. 49 Cf. «La vie spirituelle* (supl. a diciembre 1929) p.[i52-3].. . 50 Cf. «La vie spirituelle» (supl. a junio 1930) p.[i32-3]. 51 La contemplation (París: 1912) p.48.—Cf. San Francisco de Sales, Amor de Dios .6 c.3. 238 P.H, El organismo sobrenatural y la perfección cristiana En cuanto a los estados místicos en general, óice que «son aquellos,en los que predominan los dones del Espíritu Santo, y en los que el alma tiene conciencia de recibir ún amor «ya del todo hecho», según la expresión del P. De la Tailíe» 52 . R. P. BouLEXTEix.-^La mística consiste en «un conocimiento y un amor misterioso que nos hacen percibir a Dios de una manera verdaderamente inefable» 53 . R. P. Naval, C.M.F.—«Mística propiamente dicha en el terreno expe¬ rimental es el conocimiento intuitivo, junto con el amor intensísimo dé Dios, obtenidos por infusión divina, 6 sea por medios extraordinarios de la divina Providencia» 54 . R. P. Augusto A. Ortega, C.M.F.—«Parece ser que la mística, entre otras notas que pueden asignársele, es ir tomando conciencia de la presen¬ cia de Dios en el alma de una manera .sobrenatural hasta llegar al pleno conocimiento y goce de Dios por amor, que se cumple en la otra vida», Y unas líneas más abajo añade: «La vida mística, tal como aparece des¬ arrollada en los místicos experimentales, se nos muestra como el desenvol¬ vimiento natural y lógico de la gracia santificadora» 55 . Monseñor Ribet.— «La teología mística, desde el punto de vista, sub¬ jetivo y experimental, nos parece que puede ser definida: una atracción sobrenatural y pasiva del alma hada Dios que proviene de una iluminación y de un incendio (embrasement) interiores, que previenen a la reflexión, sobrepasan el esfuerzo humano y pueden tener sobre el cuerpo una reper¬ cusión maravillosa e irresistible» Stí . Monseñor Saudreau.— «Hay en el estado místico y en todo estado mís¬ tico este doble elemento: conocimiento superior de Dios, que, aunque ge¬ neral y confuso, da una muy alta idea de sus incomprensibles grandezas; y amor no razonado, pero intenso, que Dios mismo comunica, y al cual el alma, a pesar de todos sus esfuerzos, no podría elevarse jamás» 57 . Monseñor Paulot. —«¿Qué es la contemplación? Un conocimiento de amor, oscuro, infuso, simple, debido sea a la connaturalidad del alma con Dios, fruto del ejercido predominante del don de sabiduría, sea a la gracia actual operante, correspondiente a este don» 58 . Monseñor Farges. —Es uno de los autores que más ha fluctuado en sus opiniones, hasta cambiar Completamente de pensar con motivo de una controversia con el P. Garrigou-Lagrange, en la que Mons. Farges reco¬ noció noblemente que llevaba la razón el sabio dominico 59 . Su última pa¬ labra parece ser ésta: «Hay estados contemplativos caracterizados por el predominio, en gra¬ dos diversos, de los dones del Espíritu Santo, y en los que el alma es más pasiva que activa, y que son requeridos para la más eminente santidad. En esto estamos todos de acuerdo » 60 . s2 Cf. «La vie spirituelle* fsupl. a diciembre 1930) p.íi57-9L 53 La déjmition de la mystique: «Revue Augustiníenne* {15 noviembre 1906). (Citado por Arintero. Cuestiones místicas 6A a.2 p.657 3. a ed.) 54 Curso de Teología ascética y mística n.3 (85 en Ja 8.“ ed.). 55 P. Ortega, Razón teológica y experiencia mística p.76 (Editora Nacional, 1944). 56 La mystique divine t.i p.26 (ed. 1895). 57 L’état mystique c. 8 n.óop.m (ed. 1903). «La vie spirituelle* (supl. a octubre 1929) p.r30-3i]. 5 » Cf. P. Garrigou, Perfection chrétienne et contemplation ap.t p.[i a 51].'. 6. 73 Fíjese bien el lector: se trata de un estado contemplativo, místico en toda la extensión de la palabra. 74 Noche obscura 2,6,2. 75 Es preciso notar, sin embargo, que también en el periodo de las ^noches* cabe la ex- periendade Dios, porque en ellas hay paréntesis de conciencia sobrenatural, es decir, ocasio¬ nes en que se percibe la influencia divina, ya luminosa y deleitable, ya punficadora y dolorosa. Tiene efectivamente, a veces, el alma dara concíenda de que es Dios quien la aflige, aunque en largos periodos purificatorios esté lejísimos de poder relacionar con Dios lo que le ocurre, convencida de que es su culpa y miseria Ja sola explicación. 244 P.IL El organismo sobrenatural y la perfección cristiana a toda esperanza (puesto que la mantiene en pie a pesar de que le parece ver claro que ha perdido a Dios para siempre), y su caridad es superior a toda ponderación; llegan incluso a resig¬ narse a ir al infierno con tal de que en él puedan seguir amando y glorificando a Dios. Por donde se ve que el único elemento místico que no falla nunca—ni siquiera en estas terribles noches —es la actuación sobrehumana de los dones, precisamente intensísima eií estos estados purificativos.. En cambio, falta en absoluto el sentimien¬ to o experiencia de lo divino, que es sustituido por un estado psicológico diametral mente contrario. De todas formas, es cierto—y lo admitimos de muy buena gana—que, si excluimos estas noches y algún otro fenómeno purificativo aislado, la experiencia de lo divino es el. efecto más ordinario y frecuente de la actuación sobrehumana de los dones. Vamos a examinar la naturaleza de esta experiencia, y en se¬ guida precisaremos por qué unas veces se produce y otras ño a pesar de actuar en uno y otro caso los dones del Espíritu Santo con su modalidad divina o sobrehumana, «♦«♦una experiencia...»—Esta es una de las diferencias más radicales entie el estado místico y el ascético. El asceta vive la vida cristiana de una manera puramente humana , sin tener más conciencia de ella que la que le da la reflexión y el discurso^ El místico, en cambio, experimenta en sí mismo —fuera de las excepciones señaladas—la realidad inefable de esa vida de la gracia. «Los místicos son los testigos de la presencia amorosa de Dios en nosotros» (De Grandmaison). ¡Qué her¬ mosamente y con qué admirable precisión lo dice Santa Tere¬ sa! Hablando en las Séptimas moradas de la altísima comunica-. ción de la Santísima Trinidad al alma transformada, escribe la insigne reformadora del Carmelo: «De manera que lo que tenemos por fe, allí Ib entiende el alma, pode¬ mos decir, por vista aunque no es vista con los ojos del cuerpo ni del alma, porque no es visión imaginaria. Aquí se le comunican todas tres Personas, y la habían, y la dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor: que vendría El y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos (lo 14 , 23 ). ¡Oh, vélame Dios! ¡Cuán diferente cosa es oír estas palabras y creerlas, a entender por esta ma¬ nera cudn verdaderas son! Y cada día se espanta más esta alma, porque nunca más le parece se fueron de con ella, sino que notoriamente ve, de la manera que queda, dicho, que están en lo interior de su alma; en lo muy muy inte¬ rior, en una cosa muy honda, que no sabe decir cómo es, porque no tiene letras, siente en sí esta divina compañía » 76 . 76 Moradas séptimas 1,6-7. C.3. Naturaleza de la mística es. Es verdad que no siempre las comunicaciones místi tan altas como ésta, pero siempre producen—fuera de 1< ficaciones pasivas o noches del alma—un sentimiento mental de la vida de la gracia. Oír y creer : he ahí lo propio y característico del asceta. Entender de una manera inefable , ex¬ perimental : he ahí el privilegio del místico. Recuerde el lector el caso admirable de sor Isabel de la Trinidad, que llegó a experimentar la inhabitación de Dios en el alma antes de haber oído hablar jamás de ella 77 . «... pasiva**.»—Es otra nota típica de la experiencia mística. El místico tiene conciencia clara de que la experiencia que está gozando no ha sido producida por él. Se limita a recibir una im¬ presión producida por un agente totalmente extraño a él. Está bajo la influencia pasiva de una experiencia que no ha sido producida por él 78 , ni podrá retenerla un segundo más de lo que quiera el misterioso agente que la está produciendo 79 < «En efecto—escribe a este propósito el P. Joret—, leed atentamente las descripciones que nos han dejado las personas favorecidas del cielo, y llegaréis muy pronto a descubrir, entre tantos elementos variables, este fondo constante de su contemplación. Esta aparece siempre y ante todo cómo una experiencia sentida a través de una especie de pasividad psicoló- gica del amor que domina y entraña toda su vida. Los místicos tienen la impresión, más o menos sensible, de una intervención en cierto modo extraña a ellos , y que se levanta, no obstante, de las profundidades de su ser para unificarlos en una tendencia a Dios y en una cierta fruición de El, que establece la paz en su alma» Este es un hecho psicológico admitido por todas las escuelas como nota típica de la experiencia mística: la pasividad del alma. Ya en el más remoto tratado de mística propiamente di¬ cha que poseemos, el clásico De divinis nominibus, del Pseudo Areopagita, se encuentra la famosa expresión patiens divina , que repetirán después todos los teólogos y maestros de la vida espiritual como nota típica y característica de los estados mís¬ ticos 81 . Claro que se trata de una pasividad relativa , o sea, única¬ mente por relación a la causa agente principal, que es el Es- 77 Cf. P. Philipon, La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad c.i n.S y c.3 n.i. 78 «Sólo consiente la voluntad en aquellas, mercedes que goza* (Santa. Teresa, Vida 17*1 ) 7E> «No osa bullirse ni menearse, que de éntre las manos le parece que se le ha de ir aquel bien; ni resolgar algunas veces no queda. No entiende la pobrecita que, pues ella por sí no pudo nada para atraer a si a aquel bien, que menos podrá detenerle más de lo que el Señor qui¬ siere» (Santa Teresa, Vida 15,1). 80 La contemplaron mystiqiw d'aprés Saint Thomas d'Aquin (Desclée, LiUe-Bruges ig27). p.103. : 8J - Cf. De divinis nomimbus c.2: MG 3,648. En la traducción, latina se lee el siguiente texto: . «... partim etiam diviniore quadam inspiratione hausit istá non diecendo tantum, verum etíam divina patiendo assecutus, necnon eorum (si dictu fas sít) campassione , ad illam quae doceri nequit fidem mysticam atque unionem informatus* (col. 647)* 2 ^4-6 PJI. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana pfritu Santo; pero no de una pura pasividad, ya que el alma reacciona vitalmente bajo la moción del Espíritu Santo— «con¬ siente la voluntad», dice Santa Teresa en el texto que acabamos de citar—, cooperando a su divina acción de una manera com¬ pletamente libre y voluntaria . De esta manera se salva la liber¬ tad y el mérito bajo la acción de los dones. «4*, de Dios o de su acción divina en el alma...»—Unas veces el alma siente al mismo Dios inhabitando dentro de sí de una manera clarísima e inequívoca, como en el texto de Santa Teresa citado más arriba. Otras es su divina acción 82 , que la va hermoseando y perfeccionando con maravillosos primores. Diríase que siente en lo más hondo de su espíritu el contacto del dedo del divino Artista, que va dibujando en él los rasgos de la fisonomía de Cristo, El alma se acuerda sin esfuerzo de aquella estrofa del Verá Creator Spiritus en que se habla del dedo de la diestra del Padre— digitus paternae dexterae 83 —, que es eí Espíritu Santo, que está .trazando en ella los rasgos divinos de la silueta adorable de Cristo. Veamos ahora cuál es la razón de que los dones del Espíritu Santo produzcan de suyo esa experiencia pasiva de lo divino y por qué dejan de producirla en las pruebas pasivas o noches del alma. La razón de lo primero es muy sencilla. La experiencia mística es producida por los dones a causa de su modalidad di¬ vina o sobrehumana . Y precisamente porque las virtudes infusas, aun las teologales, actúan en el estado ascético bajo el régimen de la razón . o sea al modo humano , es imposible que puedan producir bajo ese régimen la experiencia de lo divino. Expliquemos un poco estas ideas. Es doctrina constante de Santo Tomás—seguido en esto por todas las escuelas—que la unión del alma con Dios, inicia¬ da en lo esencial por la gracia santificante, se activa y perfec¬ ciona por actos de conocimiento y amor sobrenaturales, o sea por el ejercicio de las virtudes infusas, principalmente de la fe y de la caridad 84 . Ahora bien: las virtudes infusas, como es sabido, aunque son estrictamente sobrenaturales en cuanto a su esencia , no lo son en cuanto al modo de obrar . No porque de suyo no exijan a 2 En definitiva. Dios mismo también. Ya que, como es sabido, en Dios no se distinguen realmente el ser y el obrar (cfi, v.gr., 1-11,3,2 ad 4.^ 83 En la liturgia dominicana se lee dextrae Dsi tu digitus, 84 «Unió nostra ad Deum est per operationem; jnquantum scilicet eum cognoscimus et amamus...» (111,6,6 ad i). «Gratia coniungit nos Deo per raodum assimilationis; sed requiritur quod uniamur ei per operationem intellectus et affectus» (De caritate 2 ad 7). Ó. 3. Naturaleza de la mística 247 y reclamen una mpdalidad divina, que es la única proporcio¬ nada y conveniente a su naturaleza estrictamente sobrenatural, sino por la imperfecta participación con que las posee el alma en gracia, como explica Santo Tomás 85 y dejamos ya expuesto en su lugar correspondiente. Esta participación imperfecta pro¬ cede de la regla humana, a que las virtudes infusas, abandona¬ das a sí mismas, se ven obligadas a someterse. Las virtudes infusas—en efecto—■, abandonadas a sí mis¬ mas, o sea desligadas de la influencia de los dones, se ven obli¬ gadas a actuar al modo humano , siguiendo la regla de la razón, que es quien las gobierna y maneja, aunque siempre, desde luego, bajo la influencia de una gracia actual que Dios a nadie niega 86 . De ahí que esté en nuestro mano—con ayuda de esa gracia actual—poner en ejercicio estas virtudes y realizar cuan¬ do nos plazca actos de fe, esperanza, caridad o de cualquier otra de las virtudes infusas. Estos actos, aunque sobrenatu¬ rales o divinos en su esencia, se producen a nuestro modo connatural humano , y por eso no nos dan ni nos pueden dar una experiencia pasiva de lo divino. El alma no tiene más con¬ ciencia de esos actos que la que resulta de la reflexión y el discurso, después de realizados o la simple advertencia psico¬ lógica actual mientras los está realizando. La experiencia mís¬ tica escapa en absoluto a sus posibilidades. Muy otra es la naturaleza y funcionamiento de los dones. Como ya vimos al estudiarlos en sí mismos, los dones son so¬ brenaturales no sólo en cuanto a su esencia (quoad substantiam), sino también en cuanto al modo de obrar (quoad modum ope- randi), ya que no están sujetos a la moción de la razón huma¬ na—como las virtudes infusas—, sino que los mueve directa e inmediatamente el Espíritu Santo mismo. Y si en cuanto a su esencia son inferiores a las virtudes teologales—aunque son superiores, aun en este sentido, a las virtudes morales 87 '—■, en cuanto al modo de obrar son superiores a todas las virtudes infusas, ya que el modo propio y característico de los dones—el único que cabe en ellos, como ya dejamos ampliamente demos¬ trado en su lugar—es el divino o sobrehumano. Ahora bien: este modo divino es Un elemento completa¬ mente extraño a nuestra psicología humana. No es un modo connatural a nuestra manera de ser y de obrar, sino del todo ss Mf,68,2. 36 La gracia actual, como vimos en su lugar, es un don de Dios que, en cuanto eficaz, nadie puede estrictamente merecer. Pero la misericordia de Dios nos la ofrece «para ayudar¬ nos én el cumplimiento del deber de cada momento, algo asi como el aire entra incesantemente en nuestros pulmones para permitimos reparar la sangre» (P. Garrigou-Lagrange, Las tres edades t.r p.104). 8 7 1 - 11 , 68 , 8 ; cf. a.4ad 3. 248 p.U. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana distinto y trascendente. Y por eso, al producirse un acto de los dones 88 el alma percibe ese elemento extraño como algo del todo ajeno a ella, esto es, como algo que ella no ha producido por sí misma ni tiene facultad de retenerlo un segundo más de lo que quiera el agente misterioso que lo ha producido. Y esto es cabalmente la experiencia pasiva de lo divino que veníamos buscando. La intensidad de esta experiencia depende siempre de la intensidad con que haya actuado el don. Por eso-—como vere¬ mos más adelante—, los actos místicos imperfectos que co¬ mienzan a darse en el estado ascético no suelen producir otra cosa que una «rafaguilla o gustillo))—como ha dicho alguien con mucho acierto—, que apenas puede calificarse de verda¬ dera experiencia mística. La explicación es clara: el don ha actuado, pero imperfectamente, con poca intensidad, por no permitir otra cosa la disposición imperfecta del sujeto. De suyo ha producido una experiencia de lo divino , pero tan débil e im¬ perfecta, que el alma apenas repara en ella. Si se trata de uno de los dones intelectivos, habrá un acto transitorio de con¬ templación infusa, pero en grado muy incipiente y, por lo mismo, casi imperceptible. Oigamos a San Juan de la Cruz explicando hermosamente esto: «Aunque verdad es que a los principios que comienza este estado casi no se echa dé ver esta noticia amorosa t y es por dos causas: la una, porque a los principios suele ser esta noticia amorosa muy sutil y delicada y casi in¬ sensible; y la otra, porque, habiendo estado habituada el alma al otro ejer¬ cicio de la meditación, que es totalmente sensible, no echa de ver ni casi siente estotra novedad insensible que es ya pura de espíritu, mayormente cuando, por no lo entender ella, no se deja sosegar en ello, procurando lo otro más sensible; con lo cual, aunque más abundante sea la paz interior amorosa, no se da lugar a sentirla y gozarla. Pero cuanto más se fuere habi¬ tuando el alma en dejarse sosegar, irá siempre creciendo en ella y sintiéndose más aquella amorosa noticia general de Dios, de que gusta ella más que de todas las cosas, porque le causa paz, descanso, sabor y deleite sin trabajo» 89 . Tal es, en efecto, la naturaleza de la experiencia mística. Al principio, sutil y delicada, casi insensible, por efecto de la actuación imperfecta de los dones del Espíritu Santo; después, poco a poco, esa actuación se va intensificando en grado y multiplicándose en número, hasta que acaba por imponerse y predominar en la vida del alma. Es entonces cuando el alma 88 Es preciso que los dones actúen para poderlos percibir. No basta poseerlos en cuanto hábitos. Las realidades entitativas no se perciben, sino sólo las dinámicas. Por eso nuestra alma no percibe su propia esencia sino a través de los actos del entendimiento, ni los hábitos que modifican sus potencias sino por sus propios actos (cf. 1,87-1-2). Y ésta es la rasón por que no percibimos la gracia santificante, aunque es divinísima en si misma, por ser una rea¬ lidad entitativa; ni las virtudes infusas, porque actúan a nuestro modo humano¿ desligadas de la influencia de los dones. 8 * Subida 11 , 13 , 7 - C.3- Naturaleza de la mística 249 ha entrado en pleno estado místico , cuya característica esencial es precisamente el predominio de los actos de los dones al modo divino sobre el simple ejercicio de las virtudes infusas al modo humano, que era la nota típica y característica del estado ascético 90 . De suyo, pues, los dones del Espíritu Santo, si no hay ningu¬ na razón en contra por parte de Dios o de las disposiciones del alma , tienden a producir una experiencia de lo divino en vir¬ tud de esa su modalidad divina extraña a nuestra psicología humana. Pero caben excepciones, tanto por parte de la mo¬ ción divina como de las disposiciones del alma, y esto es ca¬ balmente lo que ocurre en las purificaciones pasivas o noches del sentido y del espíritu. La moción divina de ios dones tiene por finalidad en estas noches purificar el alma de todos sus apegos sensibles (en la del sentido) e incluso de los deleites espirituales que produce la contemplación (en la del espíritu). Se impone, pues, un tipo de moción que no solamente deje de proporcionarle la experiencia de Dios (siempre llena de suavidad y deleite), sino que le dé el sentimiento contrario, o sea de ausencia y abandono de Dios, que le producirá una tor¬ tura de gran valor purificativo. En estos casos, el don se limi¬ tará a producir su efecto esencial y primario, que es disponer al alma para el ejercido sobrehumano de las virtudes, dejando de producir sú segundo efecto, accidental y secundario—que es la experiencia de lo divino —, por una lógica y natural exi¬ gencia de la purificación que Dios intenta hacer en el alma. El Espíritu Santo es dueño de sus dones y puede hacer con ellos lo que quiera, Y unas veces los actúa en toda su plenitud (por decirlo así), produciendo sus dos efectos, el esencial (mo¬ dalidad divina o sobrehumana) y el accidental (experiencia sentida de Dios), y otras veces se limita a ejercitarlos única¬ mente en su aspecto esencial, dejando por completo en sus¬ penso el accidental y hasta produciendo en el alma un efecto diametralmente contrario. Si a esta diferencia por parte de la divina moción añadimos las disposiciones del alma en el período de las noches pasivas, quedará del todo en claro por qué no percibe en esos estados la 90 Estamos completamente de. acuerdo con las siguientes palabras del P. Lucinio, C.D., que ya hemos citado en parte: «Que el modo sobrehumano de actuar los dones del Espíritu Santo sea la nota característica de la mística, no lo dicen solamente los doctores carmelitas. Es tesis común. En realidad, por dicha sobrenaturalidad experimenta el místico las realidades divinas que pasivamente y sin industria de parte suya Dios Je da a gustar, mientras que antes, como sucede a la mayor parte de los cristianos, no era posible tener experiencia de las mis¬ mas cosas divinas por la connaturalidad en que estaban mezcladas con su actividad normal. Por eso, el místico tiene una perspectiva de la predestinación muy distinta (puede verse en San Juan de la Cruz) de ia que tenemos todos nosotros, que, si sintiéramos los dones, sen¬ tiríamos la gracia» («Revista de Espiritualidad» ft04ol p.RSó). 250 P,ll t El organismo sobrenatural y la perfección cristiana divina moción de los dones. Porque—como explica admirable¬ mente San Juan de la Cruz en el texto que hemos citado últimamente—, al comenzar las primeras luces de la contem¬ plación (noche del sentido) t el alma no está acostumbrada a aquella luz «muy sutil y delicada y casi insensible» que se le co¬ munica en puro espíritu; y como, por otra parte, se encuen¬ tra imposibilitada para el ejercicio discursivo de la meditación a la que estaba acostumbrada, se queda aparentemente sin lo uno y sin lo otro, o sea completamente a oscuras; hasta que, dejándose sosegar y limitándose a mantener su espíritu en una sencilla mirada amorosa , vaya percibiendo, cada vez con más fuerza, la moción divina de los dones, que le proporcionarán, finalmente, al salir por completo de la noche del sentido, una franca e inequívoca experiencia de lo divino . En la noche del espíritu ocurre algo parecido. Dios se pro¬ pone llevar la purificación del alma hasta sus últimas conse¬ cuencias antes de admitirla a la unión transformativa o matri¬ monio espiritual. Y para ello aumenta extraordinariamente la potencia de la luz infusa. La pobre alma, cegada por tanta luz, no acierta a ver más que el cúmulo de miserias e imperfec¬ ciones de que está completamente llena, y que antes de reci¬ bir esa luz extraordinaria era incapaz de percibir; bien así «como el agua que está en un vaso, que, si no le da el sol, está muy claro; si da en él, vese que está todo lleno de motas», según el bello símil de Santa Teresa 91 . El contraste entre la santidad y grandeza de Dios y su miseria y pequeñez es tan grande, que le parece claramente que nunca será posible llegar a unirse la luz con las tinieblas, la santidad con el pecado, el todo con la nada, el Creador con la pobre criatura. Esto le causa una tortura espantosa, que constituye el fondo sustancial de la noche del espíritu 92 . No advierte la pobre alma que es precisamente la intensidad de luz contemplativa quien le pro¬ duce aquel estado. Ella no ve más que grandezas inefables por un lado y miseria y corrupción por otro. Se cree irremisible¬ mente perdida y apartada de Dios. Y, sin^embargo, sigue prac¬ ticando en grado heroico, de una manera más sobrehumana que nunca, las virtudes infusas, sobre todo las teologales, de las que vive sustancíalmente. Los dones están actuando en su alma intensísimamente, produciendo su efecto esencial, que es esa modalidad divina o sobrehumana con que el alma ejercita las virtudes; pero dejando de producir, por una consecuencia lógica de la purificación y de las disposiciones del alma, su 91 Vida 20,28. 92 San Juan de la Cruz, Noche, 11 , 5 , 5 . C.3. Naturaleza de la mística 251 efecto accidental y secundario, que no es otro que la experien¬ cia sentida de Dios, _ De suyo, puesj, los dones del Espíritu Santo tienden a pro¬ ducir, si no hay nqda que lo impida por parte de Dios o del alma , una experiencia pasiva de lo divino: es su efecto accidental o secundario. Pero puede haber por alguna de esas partes, o por ambas a la vez, razones u obstáculos que les impidan,-ese efecto accidental, manteniendo intacto su efecto primario y esencial, que es la modalidad divina o sobrehumana con que por su me¬ dio se vive la vida cristiana. 3. Cuestiones complementarias De todo 1 cuanto acabamos de decir se desprenden algunas consecuencias importantes, que es menester recoger aquí para acabar de comprender la verdadera naturaleza de la mística. He aquí las principales brevemente expuestas: i. a No es \o mismo «acto místico» que «estado místico». 177 . En efecto: la experiencia mística—como acabamos de ver—es producida por la actuación de los dones del Espíritu Santo a causa de su modalidad divina , que es completamente extraña a nuestra psicología hu¬ mana, Por consiguiente, hay acto místico —más o menos intenso o mani¬ fiesto—siempre que actúa en el alma un don cualquiera del Espíritu Santo. Porque la actuación de ese don al modo divino —que es el único posible, como ya vimos en su lugar correspondiente—dará al alma, si no hay nada que lo impida, de una manera más o menos intensa, pero realísimá, la experiencia pasiva de lo divino , qüe es lo que constituye, desde el punto de vista psico¬ lógico, el fenómeno más frecuente y ordinario de la mística. Pero es evidente que no basta alguna que otra.actuación aislada de los dones para constituir el alma en el estado místico. Un estado es de suyo algo fijo, estable, permanente, habitual, que no puede compadecerse con sólo algunos actos débiles, transitorios y pasajeros. No hay estado místico hasta que la actuación de los dones sea tan intensa y frecuente, que empiece a predominar sobre el simple ejercicio de las virtudes infusas al modo humano. Claro que la expresión estado místico es menester entenderla rectamente, porque en algún sentido podría ser falsa. Precisamente por tratarse de un simple predominio del régimen de los dones, esa expresión no puede enten¬ derse nunca de una manera absoluta, sino únicamente relativa . No se trata de una situación psicológica propiamente habitual, sino tan sólo de un modo predominante de obrar. El estado místico entendido de un modo permanente y habitual, sin ningún género de intermitencias, no se da jamás. Los dones del Espíritu Santo no están actuando continua e ininterrumpidamente en ningún místico por muy elevado que esté. Los dones actúan en el alma del místico de una manera cada vez más intensa y frecuente, pero nunca de un modo permanente e ininterrumpido. La razón es clara; para que actúen se nece-, sita en cada caso una moción especial del Espíritu Santo—sólo El puede moverlos directa e inmediatamente—equivalente a la moción de las gracias actuales , que son de suyo transitorias y pasajeras. Por eso, cuando los teólogos y místicos experimentales hablan del esta¬ do tnistico, entienden la palabra estado en un sentido amplio, haciéndola 252 PJI, El organismo sobrenatural y la perfección cristiana equivalente a un estado habitual de simple predominio de los dones. Quiere decirse con esto que de ordinario , habitualmente, predominan en el alma del místico los actos de los dones por encima de su iniciativa privada, que pondría en ejercicio—con ayuda de la gracia—las virtudes infusas al modo humano. Entendida en este sentido, esa expresión es exacta y verdadera* y tiene la ventaja de sugerirnos inmediatamente la idea de un alma que vive ya, las más de las veces, bajo la. regia y moción de ios dones del Espíritu Santo. De manera que, reduciendo a fórmulas precisas y breves la distinción entre acto y estado místico, podríamos dar las siguientes definiciones: a) Llamamos acto místico a la simple actuación , más o menos intensa, de un don del Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano. b) Entendemos por estado místico el manifiesto predominio de la actua¬ ción de los dones al modo divino sobre el simple ejercicio de las virtudes infusas al modo humano. El olvido de esta distinción tan sencilla ha dado, origen a la mayor parte de los errores en que han incurrido muchos autores de espiritualidad sobre todo en estos últimos tiempos. 2. a No es lo mismo «mística» que «contemplación infusa». 178 , Son muchos los autores que hablan indistintamente de ambas cosas como si se tratara de una sola y misma realidad; pero, hablando con precisión, son dos cosas distintas y hasta separables en cierto sentido. No puede haber contempláción infusa sin mística, ya que es ella—la contem¬ plación—el acto místico por excelencia; pero puede haber mística sin con¬ templación infusa. La razón de esta aparente antinomia es muy sencilla. Todos los teólogos están de acuerdo en afirmar que la contemplación infusa es producida por los dones intelectivos— sobre todo los de sabiduría y entendimiento—, no por los dones afectivos. Esto es doctrina común y admitida por todos Ahora bien: en la práctica puede darse perfectamente el caso de que actúe en el alma alguno de los dones afectivos (el de piedad por ejemplo) y producir en ella un acto místico, sin que produzca la contemplación infusa, ya que ésta procede únicamente de los dones intelectivos. Y ño hay incon¬ veniente en que estos actos de los dones afectivos se multipliquen e inten¬ sifiquen hasta el punto de introducir al alma en el «estado místico», sin que en ella se produzca—al menos de una manera clara y manifiesta—el régimen habitual de la oración contemplativa 94 . Tal es, nos parece, el caso de la 93 Véase, por ejemplo, repetir esta doctrina al mismo P. Crisógono. Hablando de la gracia actual que pone en movimiento los dones intelectivos para producir la contemplación, escribe: «Esta gracia actual es recibida en los hábitos de los dones de entendimiento, ciencia y sabiduría, que al recibirla se actúan según su operación extraordinaria, como corresponde a esa gracia e influencia divina que reciben. Esa operación de los dones, que se realiza de un modo sobrehumano, es el acto mismo de contemplación infusa» (Compendio de Ascética y Mística p.165): 94 Véase sobre esto mismo el notable artículo de M. Jacques Maritain Une question sur la vie mystiquc et la contemplaron, publicado en «La vie spirituelle» (marzo 1923), P.Ó36-50, y las sabias advertencias puestas a continuación por el P. Garrigou-Lagrange. He aquí un párrafo de ese artículo, en el que el profesor del Instituto Católico de París resumía admira¬ blemente la misma doctrina que acabamos de exponer: *La notion de vie ou d'ordre mystique a une extensión plus grande que celle de contem¬ plation, du moins sfil s'agit de la contemplation proprement dite, fruit du don de Sagesse. Car si tous les dons du Saint-Esprit son connexes entre eux et grandissent avec la charité (elle-méme supérieure aúx Dons), cependant l'exercice de tel don peut briller davantage chez l'un ou chez J’autre, et une áme en qui apparaissent avant tout les Dons qui se rapportent a Taction (Conseil, Forcé, Crainte.,.) sera entrée dans l'ordre my$tique sans étre parvenue pour cela á la contemplation. proprement dite, qui dépend principal.cment des Dons d'lntel- ligence. et de Sagesse» (p.639-40). Estamos completamente de acuerdo. C.3. Naturaleza de la mística 253 angelical Santa Teresita de Lisieux, que era perfectamente mística , pues esta¬ ba plenamente poseída por el Espíritu Santo a pesar de no. gozar habitual¬ mente de las dulzuras de la contemplación. En ella destacó:de.una manera extraordinaria—como todo el mundo sabe—el don de piedad; que es pre¬ cisamente uno de los dones afectivos, no intelectivos, y es incapaz!;, por lo mismo, de producir la contemplación. Sin embargo, es preciso advertir que no es esto lo ordinario en las vidas de los santos. Regularmente no suelen entrar en el estado mis tico—al me¬ nos de una manera plena y perfecta—sin que reciban de hecho la contem¬ plación infusa. La razón es porque los dones del Espíritu Santo—como ya vimos, de acuerdo con Santo Tomás—están en conexión íntima con la ca¬ ridad, y juntamente con ella crecen todos a la vez como los dedos de una mano 95 . Por . consiguiente, aunque pueden darse perfectamente actos mís¬ ticos no contemplativos por la actuación de alguno de los dones afectivos, es muy difícil, y aun podríamos decir moralmente imposible, que el alma entre en pleno estado místico sin que actúen alguna vez los dones intelecti¬ vos, produciéndola contemplación infusa. De lo contrario, parece que esos dones intelectivos no tendrían razón de ser ni finalidad alguna en esas almas si hubieran de permanecer siempre ociosos y sin actuar jamás. Y así vemos cómo efectivamente de hecho, en la práctica, aun en aquellos santos en los que han predominado claramente los dones afectivos, se ha produci¬ do con frecuencia la contemplación infusa. La misma Santa Teresita de Lisieux—para no salir del caso citado—confesó a su hermana mayor, sor Inés de Jesús, que había gozado varias veces de oración de quietud— segundo grado de contemplación infusa, según Santa Teresa de Jesús q U? sabía por experiencia lo que es el «vuelo del espíritu», fenómeno contemplativo elevadísimo, de orden extático, como explica la insigne Doctora Mística 97 . 3. a La ascética y la mística se compenetran mutuamente, de tal ma¬ nera que no se da nunca puro estado ascético o puro estado místico. El asceta procede a veces místicamente, y el místico, ascéticamen¬ te. Llamamos, sin embargo, estado ascético a aquel en el que predominan los actos ascéticos, y estado místico a aquel en el que predominan los actos místicos. 179 . Es otra consecuencia clara de la doctrina expuesta más arriba. Los dones del Espíritu Santo pueden actuar, y actúan de hecho, en pleno estado ascético, produciendo transitoriamente un acto místico, aunque acaso débilmente y de uña manera casi insensible, sobre todo en los comienzos de la vida espiritual, por no permitir otra, cosa la disposición imperfecta del alma que lo recibe 98 . Y al contrario: las almas místicas, aun las que han lie- 95 1 - 11 , 68 , 5 : cf. 66,3. 96 Cf. Santa Teresa, Relación al P. Rodrigo Alvarez n.4. 91 Cf. Moradas sextas c .5, y Relación al P. Rodrigo n.n,—He aquí los textos referentes a Santa Teresita, según pueden verse en la Norissima verba, anotación perteneciente al 11 de julio; p.409 de las Obras completas (3,■■ ed. Burgos 1950): «Me recordó-^habla sor Inés de Jesús—algunos de sus pasos de oración mental las noches de verano durante el silencio rigu¬ roso, y me dijo haber comprendido por experiencia lo que es «vuelo dé espíritu». Aún me habló de otra gracia similar recibida en la ermita de Santa Magdalena, en el huerto del mo¬ nasterio, por julio de 1889, que fue seguida de muchos días de quietud Nótese que en julio de 1869 se encontraba todavía la Santa en pleno año de noviciado. 9S Veamos cómo expone esta doctrina el P. Garrigou-Lagrange. Después de haber explicado por qué los dones del Espíritu Santo intervienen en la vida ascética por lo general de un modo latente y paco intenso (a saber, por los pecados veniales, que ponen obstáculo a la acción del Espíritu Santo; por falta de recogimiento, etc.), escribe el célebre profesor del Angelicum; «Sin embargo, a veces en la vida ascética y en los principiantes la inspiración del Espíritu Santo y el modo de obrar sobrehumano se manifiestan suficientemente, sea que se trate de los dones inferiores, por ejemplo, el don de temor o de ciencia, para hacer¬ nos ver la gravedad del pecado, sea que se trate de iluminaciones pasajeras del don de enten- 254 P.II, El organismo sobrenatural y la perfección cristiana gado a las más altas cumbres de la unión transformativa, necesitan a veces proceder a la manera de ascetas por no experimentar en algún momento dado la influencia sobrenatural del Espíritu Santo. Santa Teresa habla her¬ mosamente de esto último cuando dice que «no hay estado de oración tan subido que muchas veces no sea necesario tornar al principio» ", y cuando advierte a sus monjas que, aun a las almas llegadas a las sublimes alturas de las Séptimas Moradas de su Castillo interior, «algunas veces las deja Nuestro Señor en su natural» Oigamos al P. Arintero exponer esta misma doctrina: «Eri resumen, conforme dijimos ya en la Evolución mística, lo que en realidad constituye el estado místico es el predominio de los dones del Espíritu Santo (y sus consecuencias: los frutos ya maduros y sazonados de las bienaventuranzas) sobre la simple fe viva ordinaria, con sus correspondientes obras de esperanza y caridad, mientras que el de éstas sobre aquéllos caracteriza el estado ascético. Pero a veces el buen «asceta», movido del divino Espíritu, puede proceder mística¬ mente aunque él no lo advierta; así como, por el contrario, los mís¬ ticos, por muy elevados que se hallen, cuando por algún tiempo se les retira el Espíritu—aunque les deja ricos de grandes afectos y frutos, que dan a todos sus actos más intensidad y valór—deben, proceder y proceden a manera de ascetas... Así, el alma que marcha todavía por las sendas más ordinarias produce, a veces, verdaderos actos místicos, como un místico en mu¬ chas ocasiones los produce ascéticos; y esos actos se le acrecientan hasta que poco a poco, purificada e iluminada ella, vienen a con¬ vertírsele como en habituales. Y cuando esto suceda, cuando ha¬ bitual mente produzca actos de virtud y, negada ya a sí misma, casi de ordinario se deje mover sin resistencia de los toques y soplos'del Espíritu santificador, que, como a un instrumento músico muy afina¬ do, a su gusto la maneja, arrancando de ella divinas melodías, enton¬ ces podremos decir que se halla ya en pleno estado místico, aunque a ratos o a temporadas tenga aún que descender al ascético » 101 . dimiento o de sabiduría, para manifestamos la grandeza de Dios o de sus mandamientos. Entonces hay allí actos místicos aislados y de breve duración que no constituyen un estado; de este modo hay actos de contemplación infusa en aquello que muchos llamaron contem¬ plación adquirida. ,Mas por lo regular en la vida ascética la inspiración del Espíritu Santo y el modo sobre¬ humano de obrar permanecen latentes. Sin embargo, no hay que decir que loa dones no obran entonces al «modo suprahumano»; este triodo existe , pero permanece escondido. Hemos dicho que es como cuando una brisa ligera acompaña el trabajo de los remadores: se tiene más conciencia de obrar que de ser movido? (Perfectian chrétienne et contemplation p.770-1). 99 Santa Teresa, Vida 13.15. Santa Teresa, Moradas séptimas 4,1. 101 P. Autntero, Cuestiones místicas 6.* a.3 p.663,4 Í3-* ed.).—He aquí cómo expone esta doctrina el sabio P. Joret, O.P.: «Un ser en el que todos sus movimientos fuesen única¬ mente pasivos, no ha existido jamás, fuera de la imaginación de los quietistas. Las mociones divinas a las cuales el alma presta su docilidád caracterizan cuando predominan el estado místico, como el predominio de las acciones virtuosas producidas por la propia iniciativa humana constituyen el estado ascético. Pero el alma que se encuentra en el estado ascético obra a veces místicamente, y, al contrario, el alma mística no cesa jamás completamente de obrar a la simple manera ascética? (La contemplation mystique d’aprés Saint Thomas d’Aquin P-K> 3 ). C.3. Naturaleza de la mística 255 Esto nos lleva como de la mano a la cuarta consecuencia. 4 * a La mística está tan lejos de ser una grada anormal o extraordina¬ ria—como las gracias «gratis dadas»— , que comienza, por el con¬ trario, en pleno estado ascético, y todos los cristianos participan más o menos de ella aun cuando se encuentren en los albores mis¬ mos de la vida espiritual. 180 . Esta consecuencia, en realidad, no es más que un corolario y confirmación de la anterior. Si en el simple asceta se producen a veces actos místicos y el místico más encumbrado tiene que. descender a veces a los actos ascéticos, síguese que entre la ascética y la mística no hay una barrera infranqueable para nadie. Sino que el paso de la una a la otra se hace de una manera completamente normal e insensible, puesto que la mística no se diferencia de la ascética más que por el predominio de ciertos actos que ya empiezan a producirse, aunque sea raramente y con poca intensidad, en los comienzos rpismos de la vida cristiana. He aquí un texto del P. Arin- tero exponiendo ésta doctrina; «Puesto que los dones, en mayor o menor grado, son infundi¬ dos—según ya vimos—con la misma gracia santificante y crecen con la caridad, todos cuantos viven en ésta pueden, mediante'ellos, obrar, a veces, heroica y místicamente . Y así, aunque en estado muy remiso, en los mismos albores de la vida espiritual se inicia la mística, y ésta, en realidad, comprende, en cierta manera, todo el desarrollo de la vida cristiana y todo el camino de la perfección evangélica, por más que sus manifestaciones principalísimas (que son las que suelen lla¬ mar la atención y, por lo mismo, tomarse como típicas) se reserven casi todas para la vía unitiva , en la que el alma tiene ya como el hábito del heroísmo y de lo divino, y en la que ejercitándose con per¬ fección en las más dificultosas prácticas de la virtud, ya claramente obra supra modum humanum » 102 . Esta doctrina, llena de luz y de armonía, devuelve a la vida cristiana toda la grandeza y sublimidad que admiramos en la época de la Iglesia pri¬ mitiva, donde el espíritu cristiano alcanzó indudablemente su máximo fio» recimiento y esplendor. En la época de los apóstoles y de los primeros siglos del cristianismo, lo «sobrenatural»—entendido en el sentido más im¬ presionante, como sinónimo de heroico o sobrehumano—era la asmósfera normal que se respiraba en 3a Iglesia de Jesucristo. Fue después cuando se fueron introduciendo complicaciones y divisiones en lo que de suyo era fácil y sencillo. Se alteraron y complicaron los caminos del Señor y em¬ pezaron a escasear los santos. Desde el punto de vista de la doctrina ascético- mística, la época de mayor confusión y desbarajuste comienza en los primeros años del siglo xvu y se extiende casi hasta principios, de nuestro siglo, en tos que comenzó la reacción de retomo a los grandes principios de la verdadera mística tradicional. Hoy en día, la verdad se ha abierto paso de tal manera, que son ya poquísimos los autores espirituales de alguna autoridad y representación que se empeñan todavía en presentar a la mís¬ tica como un fenómeno del todo anormal y extraordinario, reservado por una providencia arcana de Dios para un pequeño grupo de aristócratas del espíritu. La inmensa mayoría de los autores afirma, por el contrario, que entre la ascética y la mística no hay una barrera infranqueable para nadie. No son dos caminos independientes que conduzcan cada uno á su manera hasta la cumbre de la perfección cristiana, sino únicamente dos etapas de 102 Cuestiona místicas 6.* a,3 p.663 (3. a ed,). 250 P.II. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana un solo, camino de perfección, que todos deben recorrer por grados cada vez más intensos hasta llegar a ia santidad. La mística comienza, en cierto modo, en los comienzos de la vida cristiana, ya qué en lo que tiene de esen¬ cial coincide con la simple actuación de los dones del Espíritu Santo, que todos los cristianos hemos recibido en el bautismo y permanecen habitual¬ mente en todas las almas en gracia. He aquí lo que vamos a ver un poco más extensamente en el capítulo siguiente. CAPITULO IV Relaciones entre la perfección cristiana y la mística i. Planteamiento e importancia de la cuestión 181. Una de las cuestiones actualmente más controver¬ tidas entre las diversas escuelas de espiritualidad cristiana es, sin duda, la relativa a las relaciones entre la mística y la per¬ fección cristiana. Dos son las principales sentencias que tienen divididos a los teólogos en esta importantísima cuestión. La primera pro¬ pugna la unidad de vía a todo lo largo de la vida espiritual, con¬ siderando la ascética y la mística como dos etapas de un solo y mismo camino que todos deben recorrer; para alcanzar la perfección; de tal suerte que la etapa ascética sirve como de base y preparación a la mística, en la que únicamente puede lograrse la plena perfección de la vida cristiana. La segunda sentencia, por el contrario, afirma la dualidad de vías —la de la ascética y la de la mística—, por cualquiera de las cuales se puede llegar indistintamente hasta las más altas cumbres de. la perfección cristiana; pero de tal manera, que la vía ascética es la normal y común según la providencia ordi¬ naria de Dios, y, por lo mismo, es la que todos deben seguir y practicar, a menos de ser llevados por El—en virtud de un arcano de .su providencia extraordinaria—por los senderos de la mística, que viene a constituir así un camino del todo anor¬ mal y extraordinario. A nadie puede ocultársele la importancia excepcional de esta cuestión,, no sólo en el orden teórico y de las ideas, sino hasta en el práctico y de los hechos, puesto que de la solución que sé dé a este problema en el orden especulativo depende en bueña parte—si queremos ser lógicos—la dirección y encauce que haya de darse a las almas en su marcha hacia la santidad h 1 Sin embargo, no deben llevarse jamás al campo de la dirección espiritual estas disputas C.4. Relaciones entre la perfección cristiana y la mística 257 2. Sentido de la cuestión 182. Ante todo es preciso que señalemos bien el verda¬ dero sentido de la cuestión, pues no todos la entienden de la misma manera 2 . a) Hay quien cree que lo que se trata de averiguarles si hay una o varias especies de santidad, determinadas por la evolución de una o varias especies de gracia santificante, No es ésta la cuestión. La gracia santificante es una, tanto para los que afirman como para los que niegan la unidad de la vida espiritual, puesto que no hay ni puede haber otro modo . de participación de la naturaleza divina que, siendo una. verdadera participación formal bajo el concepto de naturaleza*'seamás perfecto sin dejar de ser accidental. No se trata, pues, de saber si existe en la vía mística una gracia santificante específicamente distinta de la que. corresr ponde a la vía ascética. En este sentido, todos los teólogos, cual¬ quiera que sea la escuela a que pertenezcan, admiten la unidad de la vida espiritual, puesto que una es la gracia, una la fe y una la caridad, que constituyen esa vida desde el principio hasta el fin. b) Tampoco se trata de saber si existe en la vía mística, y sólo en ella, un llamamiento a la perfección desconocido en la vía ascética. O más claramente todavía: no se trata de saber si todas las almas—-sean o no místicas—están llamadas a la perfección cristiana. Todas las escuelas de espiritualidad con¬ testan afirmativamente a esta pregunta y en esto están todas de acuerdo. Lo que se discute es si esta perfección cae exclusiva¬ mente bajo el dominio de la mística o si puede alcanzarse tam¬ bién sin salir de las fronteras de la vía ascética. c) Finalmente, no tratamos de averiguar la cuestión de factos i son muchos o pocos los que de hecho caminan por las vías místicas—, sino únicamente la cuestión de iure^o sea, si los estados místicos entran de suyo en el desenvolvimiento normal de la gracia santificante o si són efecto^-por el contra¬ rio—de una providencia anormal y extraordinaria, fuera en absoluto de las vías comunes abiertas a todos los cristianos en gracia. Descartados los falsos planteamientos de la cuestión, exr pongamos ahora el verdadero enfoque del problema. Hace¬ mos completamente nuestras las siguientes palabras del pa- y controversias, limitándose el director a la aplicación de los grandes principios comunes a todas las escuelas (cf. n.687). 2 Cf. P. Crxsógono, La perfection et la myslique scJon les principes de .Smrtt-TTiomüs (Bru- ges 1332). 258 PJL El organismo sobrenatural y la perfección cristiana dre Crisógono, a pesar de que nuestras conclusiones van a ser del todo opuestas a las suyas: «Todos estamos llamados a la perfección cristiana. La perfección, o sea el desenvolvimiento de la gracia y de las virtudes en el alma, es el tér¬ mino de la vida espiritual. Para llegar a esta perfección, ¿es necesario que el alma experimente los fenómenos místicos o puede conseguirla sin haber experimentado ninguno? En otros términos: la ascética y la mística, ¿son dos partes de un mismo y único camino que lleva al término de la vida espi¬ ritual—la perfección de la caridad—o son dos caminos diferentes que con¬ ducen al mismo término? Como se ve, la cuestión no se pone con relación al principio o al tér¬ mino de la vida espiritual. Ni en el uno ni en el otro puede existir diferencia específica, puesto que la gracia y la caridad no pueden ser sino esencial¬ mente unas. La discusión se refiere a los medios necesarios a emplear para que el principio de la vida espiritual que es la gracia llegue al término de este camino, a su perfecto desenvolvimiento: la perfección de la caridad. Por esto mismo la expresión empleada para designar la cuestión que nos ocupa nos parece impropia. Sería más exacto decir que se trata de la unidad de la vía espiritual más que de la unidad de la vida espiritual L 3. Conclusiones Teniendo en cuenta los principios que hemos ido sentando en las páginas precedentes, nos parece que las relaciones prin¬ cipales entre la perfección cristiana y la mística pueden sinte¬ tizarse en las siguientes conclusiones: 1. a La mística entra en el desarrollo normal de la gracia. 2. a La plena perfección cristiana se encuentra únicamen¬ te en la vida mística. 3. a Todos estamos llamados, al menos remota y suficien¬ temente, a la vida mística. Vamos a examinarlas cada una en particular. Conclusión 1 . a ; La mística entra en el desarrollo normal de la gracia santificante. 183. Teniendo en cuenta los principios establecidos an¬ teriormente, esta conclusión se impone por sí misma con evi¬ dencia palmaria. Basta recordar en qué forma recibimos la gracia santificante, qué se entiende por desarrollo normal de la misma y en qué consiste la mística. i.° Como es sabido, la gracia santificante se nos da en forma de se¬ milla , de germen sobrenatural, que pide y exige, por su misma naturaleza, crecimiento y desarrollo. Esto es tan claro y evidente, que es tesis indis- cutida y unánime en las diferentes escuelas de espiritualidad cristiana. Si la gracia se nos infundiera en el alma ya perfectamente desarrollada, sería inútil y absurda la obligación que todos tenemos de tender a la per- 3 Cf. P. Crisógono, o.c. t p.7-8. C.4. Relaciones entre ¡a perfección cristiana y la m'níica 250 fección. De donde se seguiría que ia ascética y la mística en cuanto ciencias no existirían ni tendrían razón de ser. 2 .° Sabemos también—lo hemos visto ampliamente-—en qué consiste la mística . Es sencillamente la actuación de los dones del Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano que produce ordinariamente una expe¬ riencia pasiva de lo divino. También este punto es universalmente admitido por todos, salvo algu¬ nas diferencias de matices que no afectan al fondo substancial de las cosas. Los que niegan el llamamiento Universal a la mística alegarán la posibilidad de una modalidad humana en los dones u otro subterfugio cualquiera, pero todos admiten substancialmente—lo hemos visto con toda claridad en el largo recorrido del capítulo anterior—que la mística es producida por ia modalidad divina o sobrehumana de los dones. 3, 0 Hay también perfecto acuerdo entre todas las escuelas acerca de lo que debe entenderse por desarrollo normal de la gracia santificante. Todo lo que esté dentro de las exigencias de la gracia entra evidentemente en el desarrollo normal >y. r ordinario de la misma, Y todo lo que esté fuera y al margen de las exigencias de la gracia será algo anormal y extraordinario en el desarrollo de la misma. Sobre esto estamos todos de acuerdo 4 . Ahora bien: ¿quién puede negar que la simple actuación de los dones del Espíritu Santo erstá perfectamente dentro de las exigencias de la gracia? ¿Quién osará decir que la simple actuación de un don del Espíritu Santo es un fenómeno «anor¬ mal» y «extraordinario» en ia vida de la gracia? ¿Valdría la pena tomar en serio y pararse a refutar semejante afirmación? De hecho, nadie hasta ahora se ha atrevido a decir seme¬ jante cosa. Todas las escuelas de espiritualidad cristiana reco¬ nocen y proclaman que la simple actuación de un don del Es¬ píritu Santo no puede catalogarse entre los fenómenos extra¬ ordinarios— como se catalogan, por ejemplo, las gradas gratis dadas —, sino que es algo perfectamente normal y ordinario en la vida de la gracia 5 . Y precisamente porque se dan cuenta de las consecuencias inevitables que se siguen de ese hecho tan claro y evidente, los que niegan el llamamiento universal a la mística se apresuran a decir que los dones pueden actuar de dos maneras: una al modo humano —que no rebasa ni trasciende las fronteras de la ascética—y otra al modo divino , que es el propio y característico de la mística. Por consiguiente—con¬ cluyen—, del hecho, admitido por todos, de que la actuación de los dones del Espíritu Santo entre en el desarrollo normal y 4 Cf; P. Crisógono, Compendio de Ascética y Mística p.i.* c.2 á-a'.. 5 ¿Cómo podría ser de otra manera, teniendo en cuenta que, como enseña Santo Tomás, una participación más o menos intensa de los dones es necesaria incluso para la salvación? (cf. 1-11,68,2).—El mismo P. Poulain—adversario decidido del llamamiento universal a la mística—admite la perfecta normalidad de la actuación de los dones en toda alma en gracia, y cita a Suárez (De grafía 1.6 c.io n.4) y a Bíllot (De virtutibus infusis a.63 p. 160-70), que enseñan que los dones deben actuar y actúan a todo lo largo de la vida cristiana (cf. Des gráces d'oraison VI,19 bis). Por eso, los teólogos que niegan el llamamiento universa) a la mística se apresuran a explicar Ja intervención de los dones en la vida ascética por su actuación al modo humano, y de esta manera tratan de soslayar la tremenda dificultad que se les venía enci¬ ma, y que echaría por tierra su tesis fundamental. 2G0 PAL FJ organismo sobrenatural y la perfección cristiana ordinario de la gracia no se puede concluir que la mística entre también—al menos de una manera necesaria—en ese desarrollo normal, porque puede tratarse de una actuación de los dones al modo humano, que puede darse y se da de hecho en pleno estado ascético. Esta explicación—nos complacemos en reconocerlo—sería irreprochable si fuera verdadera, pero ya sabe el lector que a nosotros nos parece completamente falsa y errónea en toda la extensión de la palabra. Efectivamente. Como ya dejamos demostrado en su lugar correspondiente (cf. n.i3o), los dones del Espíritu Santo no tienen ni pueden tener úna operación al modo humano. No es que no la tengan de hecho; es que no la pueden tener de ningu¬ na manera por ser incompatible con la naturaleza misma de los dones. Ya vimos ampliamente que esa actuación de los dones al modo humano, además de ser inútil y superfina (dado que fuera posible), es filosóficamente imposible (destruiría la na¬ turaleza misma de los hábitos) y teológicamente absurda (des- truiría la naturaleza misma de los dones). Por consiguiente, o los dones no actúan— y entonces estamos fuera de la cuestión— o actúan forzosamente al modo divino , y entonces estamos den¬ tro de la cuestión y dentro de la mística , porque esa actuación al modo divino producirá forzosamente un acto místico—e s su misma definición—aunque pueda ser muy varia su intensidad y duración. En el estado ascético, los dones actúan raras veces, imperfectamente y con poca intensidad por nó permitir otra cosa la disposición imperfecta de las almas que en él se encuen¬ tran. El modo sobrehumano de los dones ciertamente se pro¬ duce aún en este casó, pero de una manera débil, imperfecta, latente , como gusta decir el P. Garrigou-Lagrange 6 . Todo se reduce a que el alma, con ayuda de la gracia, vaya disponién¬ dose cada vez mejor para que los dones intensifiquen y multi¬ pliquen su actuación. No tienen que cambiar de especie, no necesitan ningún otro elemento sobreañadido a su naturaleza íntima. Basta solamente que ese ejercicio, latente e imperfecto en el estado ascético, se intensifique y multiplique para que el alma entre insensible y gradualmente en pleno estado místico, cuya característica esencial consiste precisamente en el simple predominio de la actuación de los dones del Espíritu Santo al modo divino sobre el simple ejercicio o predominio de las vir¬ tudes infusas al modo humano, que es lo típico y característico de: la ascética. 6 Véase n.179, nota 98. Cá. Relaciones ^entre la perfección cristiana y }a mis lie a 2 fíl Esta explicación, exigida por la naturaleza misma de las cósasenos parece que no tiene vuelta de hoja. Mientras no se nos demuestre que la simple actuación de los dones del Espíritu: Santo es un fenómeno «anormal» y «extraordinario» en; la vida de la gracia—y estamos bien seguros de. que nadie lo podrá hacer jamás—, descansaremos tranquilos en nuestra conclusión como en una fortaleza inexpugnable. Conclusión 2. a : La plena perfección cristiana se encuentra únicamente en la vida mística, 184+ He aquí otra conclusión que se deduce a triodo de corolario dé los principios teológicos que hemos establecido más arriba. Recordemos algunas ideas fundamentales; 1. a La perfección cristiana, según todas las escuelas de espiritualidad, consiste en el pleno desarrollo de la gracia santificante recibida en el bautis¬ mo en forma de semilla o germen, ■ 2. a Este desarrollo se verifica por el crecimiento de las virtudes infu¬ sas, teologales y morales, principalmente de la caridad, que es la virtud por. excelencia, y cuya perfección coincide con la perfección misma de la vida cristiana. 3. a El estado místico se caracteriza por la actuación predominante de los dones del Espíritu Santoral modo divino ó Sobrehumana sobre el ejercicio pre¬ dominante de las virtudes infusas al modo humano', qué es lo que caracteriza al estado ascético. 4. a Las virtudes infusas, tanto teologales como morales» "no pueden alcanzar su perfección sino bajo la influencia de los dones del Espíritu Santo, ya que sin ellos no podrán sálirde la modalidad humana a que se ven obliga¬ das a someterse en el estado ascético a causa del régimen y gobierno de la razón humana, que las domina y controla en ese estado. Solamente la moda¬ lidad divina de los dones proporciona a las virtudes infusas la atmósfera propicia que reclaman y exigen por su propia excelencia y perfección, sobre todo las teologales, que son virtudes de suyo divinas, que se ahogan y asfixian en esa atmósfera humana tan desproporcionada a su naturaleza. Todo esto lo hemos estudiado y demostrado largamente en sus lugares correspóndientes. Ahora bien: esto supuesto,: la conclusión se impone con la fuerza lógica de uri silogismo. Helo aquí formulado a la manera escolástica con toda, precisión: Las virtudes infusas no pueden alcanzar su perfección sino bajo la; influencia de los dones del Espíritu Santo actuando so¬ bre ellas al modo divino o sobrehumano. Es así que esa actua¬ ción de. los dones del Espíritu Santo al modo divinó o. sobrehu¬ mano constituye precisamente lá esencia misma de la mística. Luego las virtudes infusas no pueden alcanzar su perfección fuera de la vida mística. Ahora bien: como la perfección cristiana, coincidecon la perfección de las virtudes infusas, sobre todo dé 1 á caridad t si 2G2 PJI. El organismo sobrenatural y la. perfección cristiana estas virtudes no pueden alcanzar su perfección sino en la vida mística, síguese inevitablemente que la perfección cristia¬ na es.imposible fuera de esa vida mística. Y esto es cabalmente lo que queríamos demostrar. Esta segunda conclusión, oscurecida y. olvidada durante los tres últimos siglos de decadencia de la mística, se ha abierto paso otra vez con fuerza arrolladora entre los autores de espi¬ ritualidad cristiana de nuestros días. Como ya hemos dicho, son muy pocos los de alguna representación y autoridad que siguen manteniendo las doctrinas de la decadencia, y, desde luego, ninguno de ellos acierta a oponer un solo argumento serio a la magnífica construcción teológica del Angélico Doc¬ tor, que cbincide totalmente con la de los grandes místicos ex¬ perimentales. Veamos lo brevemente con respecto a las tres grandes lumbreras de la mística experimental: San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús y San Francisco de Sales, cuyas doctrinas coinciden totalmente con los principios del Angélico Doctor, como han demostrado, entre otros, los PP. Garrigou- Lagrange 7 y Lamballe 8 , 185, San Juan l de la Cruz.—El pensamiento de San Juan de la Cruz no puede ponerse en duda, sí—como es elemental en sana crítica—se atien¬ de al conjunto y totalidad, de su sistema, francamente orientado hacia la mística como término normal e indispensable para llegar a la perfección cristiana. Fijarse en un texto aislado, desentendiéndose del conjunto de su sistema y poniéndose frente, a él, , podrá ser muy cómodo para defender cual¬ quier tesis preconcebida, pero no es serio, ni siquiera respetuoso, para el genuino y. auténtico pensamiento del gran místico fontivereño. Para todo el que lea sin prejuicios ni apasionamientos las obras del Místico Doctor es cosa evidente que, según él, nadie puede llegar a la perfección cristiana, «por mucho que lo. procure», sino a base de las purificaciones pasivas, que son de orden.francamente místico según todas las escuelas. Queremos trans¬ cribir aquí dos textos del Místico Doctor que se comentan por sí solos: «Porque por más que el principiante en mortificar en si se ejercite en todas estas sus acciones y pasiones, nunca del todo r ni con mucho , puede, hasta que Dios lo hace en él pasivamente por medio de la pur¬ gación de la dicha noche» 9. «Pero de estas imperfecciones tampoco* como de las demás, sé puede el alma purificar cumplidamente hasta que Dios la ponga en la pasiva purgación de aquella. obscura noche que luego diremos. Mas conviene al alma, en cuanto pudiere, procurar de su parte hacer por purgarse y perfeccionarse, porque merezca que Dios la ponga en aquella divina cura, donde sana el alma de todo lo que ella no alcan¬ zaba a remediarse. Porque por más que el alma se ayude, no puede ella activamente purificarse de manera que esté dispuesta en la menor parte pára la divina unión de perfección de amor, si Dios no toma la mano 7 Gf. Perfection chrétienne etlcoritemplatior} passim. & Gf. La contenipiation c. 2 , , 9 Noche, obscura 1,7,5. 1 C.4. Relaciones entre la perfección cristiana y la mística 263 y la purga en aquel fuego obscuro para ella como y de la manera que habernos de decir » 1 Como se ve» el pensamiento de San Juan de la Cruz es clarísimo para todo el que sepa leer. No puede expresarse con mas fuerza la necesidad de las purificaciones místicas para alcanzar la perfección. San Juan de la Cruz parte del supuesto de un alma que trabaja y se esfuerza seriamente por purificarse de sus imperfecciones» esto es, de un alma que ha llegado a la cumbre del ascetismo; y de esa alma generosa que hace todo cuanto puede, de ésa. precisamente dice el Santo que no puede disponerse en la xnenor parte para la divina unión de perfección de amor—y esto «por más que el alma se ayude»—-hasta que Dios lo hace pasivamente en ella mediante las purificaciones místicas. Querer soslayar la dificultad diciendo que el .Santo dice eso «solamente de los que se han de santificar por la vía mística», eso sí que .es «retorcer y dar tormento a. las palabras del Místico Doctor» * 1 . Para San Juan de la Cruz, la perfección cristiana es absolutamente imposi¬ ble fuera de los estados místicos 12 . 186 . Santa Teresau^Otro tanto hay que decir de la Mística Doc¬ tora, tan de acuerdo siempre con San Juan de la Cruz. A Santa Teresa le parecían «pajitas» y «consideracioncillas» todo lo que nosotros podemos hacer por vía ascética en los caminos de Dios 13 . Y que la mística sea el término normal de la vida cristiana, y, por lo mismo, no esté reservada para unos cuantos aristócratas del espíritu, sino abierta plenamente a todas las almas en gracia, no sólo lo dice equivalentemente en cien lugares de sus obras í4 , sino que ella misma se encarga de advertir expresamente a todos que la fina¬ lidad que persigue ai escribir sus libros—aparte de la razón de obedecer— no es otra que la de «engolosinar a las almas en un bien tan alto» I5 . En cuanto a ciertas contradicciones aparentes en que incurre la gran Santa al afirmar en algún pasaje lo que al parecer había negado en otros, la misma Santa Teresa explica con toda claridad y precisión el verdadero alcance y sentido de sus palabras. He aquí él pasaje donde ella misma explica su propio pensamiento y aparentes contradicciones: «Parece que me contradigo en este capítulo pasado de. lo que había dicho, porque cuando consolaba a las que no llegaban aquí dije que 10 Noche obscura 1,3,3- 11 Cf. P. Crisógono, San Juan de la Cruz, su obra científica y literaria t.i p.222-26. 12 Ni vale oponer—como se ha hecho muchas veces—el famoso texto de Ja Noche obscura (1,9,9) • «porque no a todos los que se ejercitan de propósito...#, donde el Santo parece?negar el llamamiento universal a la mística. No vale ese texto, porque la interpretación que se le ha ele dar nos lá da el mismísimo San Juan de la Cruz en La llama de amor viva (cánc.2- n.2?) cuando afirma que la causa de que sean tan pocos los contemplativos es únicamente Ja. falta de generosidad de las almas, no la voluntad de Dios, que antes querría que todos ló fuesen (cf. ambos textos en el n.169 de esta obra). Nótese, además, que la redacción de la Llama de amor viva es posterior a la de la Noche obscura. La Noche la tenía terminada el Sonto en .1583, y la Llama la redactó durante su primer vicariato provincial (1585-87), residiendo en Granado (cf. Vida y obras de San Juan de la Cruz (BAC, 2.* ed,] p.537 y 1158). Es, pues, en la Llama y no eri la .Noche donde hay que buscar el pensamiento definitivo del Santo. 13 «Mas hacen aquí al caso unas pajitos puestas con humildad (y menos serán que pajtts si las ponemos nosotros)...» (cf. Vida 15,7).—«... el mismo Señor la da de manera bien diferente de la que nosotros podemos ganar con nuestras consideracioncillas, que no son nada en compa¬ ración de una verdadera humildad con luz que enseña aquí el Señor, que hace una confusión que hace deshacer» (Vida is,*4; cf. 311,23). 14 He aquí uno de los más egregios de esos lugares:. •Mirad que convida el Señor a todos: pues es la misma verdad, no hay que dudar. Si no fuera general este convite, no nos llamara el Señor a todos , y aunque los llamara» no dijera: •Yo os daré de beber». Pudiera decir: Venid todos, que, en fin, no perderéis nada; y los que a mi me pareciere, yo los daré de beber. Mas como dijo, sin esta.condición, a topos, tengo por cierto que todos los que no se Quedaren en el camino no les faltará este agua viva* (Camino de perfección 19,15). 15 «Que sabe Su Majestad que después de obedecer es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto* (Vida 18,8).' 264 PJl. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana tenía el Señor diferentes caminos por donde iban a El, así como había muchas moradas. Así lo tomo a decir ahora, porqué, como en¬ tendió Su Majestad nuestra flaqueza, proveyó como quien es. Mas no. dijo: Por. este camino vengan unos y por éste otros; antes fue tan . grande su misericordia, que a.nadie quitó procurase venir a esta fuente de inda a beber ¡Bendita sea por siempre y con cuánta rat^Ón me lo .. quitara a. mí!» X 6 Nótese la singular importancia de ese; pasaje para comprender el auten¬ tico y genuino sentir de Santa Teresa, És Iá Santa misma quien, dándose perfécta ; cuenta de que lo que acaba de afirmar en el párrafo anterior {que es el más claro y expresivo del llamamiento universal a la : 'mística, simbo¬ lizada en el «agua» de la contemplación), parecía envolver contradicción con lo que antes había dicho «consolando a las qué rio llegaban aquí», sé propone aclarar y precisar sui pensamiento, dándonos la interpretación auténtica que haya de darse a süs palabras. Y puesta a'ello y'expresándose con todo cui¬ dado y exactitud, perfectamente a sabiendas de lo qué va a decir, noé dice que el Señor nos convida a todos á beber el agua limpia y cristalina de la mística contemplación: «... no dijo: Por este camino vengan unos y por éste otros; antes fue tan grande su misericordia, que a nadie quitó procurase venir a esta fuente de vida a beber». El más exaltado defensor del llamamiento uni¬ versal a la mística no acertada a expresarse con. mayor energía y precisión. A menos de ponerse arbitrariamente contra la evidencia misma, no puede negarse que Santa Teresa es decididamente partidaria deí llamamiento uni¬ versal a la mística. 187 . San Francisco de Sales,—En cuanto a San Francisco de Sales, véase la hermosa demostración hecha por el P. Lambalfe en su obra ya citada 17 , donde el santo Obispo de Ginebra nos dice con su lenguaje encan¬ tador que «la oración se llama meditación hasta que produce la miel de la devoción; después de esto, se convierte en contemplación... La meditación es madre del amor, pero la contemplación es su hija,.. La santa contempla¬ ción es el fin y término (la .fin et le but) al que tienden todos esos ejercicios y todos se reducen a ella» 1B . Esta sublime doctrina de Santo Tomás, San Juan de la.Cruz, Santá Teresa de Jesús y San Francisco de Sales es también la de San Buenaventura—como ha demostrado recientemente un ilustre franciscano 19 —, la de Santa Catalina de Siena, dél maes¬ tro' Eckart, de Taulero, de Susón, de Ruysbroeck, de Blosio, del Beato Juan de Ávila, del P. Lapuente y, en general, la de todos los .teólogos, i místicos anteriores .al siglo xvn, época en que empezó la desorientación y decadencia. En nuestros días, repetimos, han vuelto a abrirse paso las doctrinas genuinas de la verdadera mística tradicional, y ya vuelven a difundirlas por el mundo las figuras más prestigiosas de la espiritualidad con¬ temporánea de todas las órdenes religiosas y escuelas teoíógi- i 6 Caminó de-perfección 20,1. 17 La cortterÁplation .-—Cf. c.2 § 5: «Sentimcnt de Saint Fi-angois de Sales: hi contemplatiou est la terme auquel tendent: tuus Íes exerciLes de la víe spirituelle*: San Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios 1.6 c¡3 y 6. 19 El P. Ignacio .Omaechevarría, O.F.M., Teología mística de San Buenaventura, estu¬ dia publicado comio iritróducción general al t.4'de-lás" ; Obrüs , ' como lo es el llamamiento a la perfección, que no puede conseguirse fuera de la mística. Pero como este llamamiento a la perfección, corresponde —conio ya vimos ampliamente en su lügar—a la voluntad de Dios ante¬ cedente , que se frustra muchas veces por culpa del hombre, síguese que no todos los llamados llegan de facto a la vida mística, sino únicamente aquellos que, además de ser llamados, han correspondido fielmente a Jas inspiraciones de la gracia y han sido conducidos a ella por la infalible gracia eficaz, que es efecto infrustrable de la voluntad consiguiente de Dios. La fórmula del Evangelio: «muchos son los llamados y pocos los escogidos» (Mt 20 , i 6), vale tanto para el llamamiento a la vida eterna como para el lla¬ mamiento a la perfección. Todos estamos llamados a la una y a la otra según la voluntad anteceden te de Dios, y a todos se nos dan las gracias suficientes para conseguir ambas cosas si nosotros queremos; pero Dios no tiene obli¬ gación de darnos, ni nos da de hecho a todos, las gracias infrustrobles, que nos llevarían de hecho infaliblemente a la salvación eterna y a las cumbres mismas de la perfección cristiana. Ya dijimos en su lugar correspondiente que Dios no puede ni debe (si es lícito hablar así) salvarnos a todos, ni mucho menos está obligado a elevarnos hasta la cumbre de la perfección, por el absurdo inevitable y la gran inmoralidad que de ahí se seguiría. Porque si correspondiendo a la gracia lo mismo que no correspondiendo, si vi¬ viendo castamente lo mismo que revolcándose en toda cíase de inmundi¬ cias, si cumpliendo exactamente la ley de Dios lo mismo que quebrantando sus mandamientos, etc., Dios estuviera obligado a darnos a todos las gra¬ cias eficaces para levantarnos de nuestros pecados voluntariamente cometidos y alcanzar de hecho infaliblemente la salvación eterna y hasta un puesto eminente en el cíelo por haber alcanzado también la perfección cristiana, 22 Gf. el c.s: L’appel á la. contemplation ou á la vie mystique, sobre todo Jos tres primeros artículos (p 419-76 en la 7. a ed. francesa^. C.4- Relaciones entre la perfección cris liana y la mística 267 se seguiría dé una manera terriblemente lógica que el hombre estaría auto¬ rizado para burlarse de Dios, Ya puede pecar impunemente, entregarse tran¬ quilo a toda clase de desórdenes y quebrantar a su gusto todos los preceptos del decálogo] llegará un día en que Dios tendrá que darle las gracias eficaces para arrepentirse, se arrepentirá de hecho, se salvará eternamente, y después de haberse reído de Dios ocupará tranquilamente un puesto cerca del trono de su infinita majestad, ¿Quién ño ye que esto es absurdo e inmoral y que Dios no puede hacer eso sin dejar de ser infinitamente justo e infinitamente santo? Evidentemente, Dios no puede ni debe salvarnos a todos, ni. mucho menos hacernos santos a todos. ,Dios exige^-tiene que exigir, forzosamente— que el hombre corresponda libremente a. la gracia, haga de...su parte todo lo que pueda para—al menos—no poner ningún obstáculo a la acción divina, que quiere salvarle o santificarle. Si así lo hace, obtendrá infaliblemente esas cosas—está expresa en la Sagrada Escritura la promesa divina—; pero si se empeña en resistir a la gracia y en sembrarle el camino de obstáculos o, al menos, en andar con flojedad y tibieza en los caminos de Dios, ¿podra ma¬ ravillarse nadie de que Dios, en justo y razonable castigo, le prive de las gracias eficaces enwista del mal uso.de las gracias suficientes que tan pródiga y abundantemente había derramado sobre él ? Y. no se diga que Dios de hecho ha derribado del caballo a alguno de sus perseguidores precisamente en el momento en que le perseguía. Dios puede hacer—si quiere libremente hacerlo—un alarde de misericordia so¬ bre tal o cual alma en particular a pesar de la ausencia y aun contrariedad de disposiciones por parte de ella, Pero no tiene obligación de hacerlo con nadie en particular, ni siquiera es conveniente que lo haga con muchos, por el grave riesgo a que expondría el cumplimiento de sus mandamientos si esas gracias tumbativas fuesen demasiado frecuentes y ordinarias. Dios puede, si quiere, disponer interiormente a un pecador para que se arrepienta y deje de serlo, pero no tiene obligación ni es conveniente siquiera que lo haga con todos o con muchos. ¿Que por qué—puesto a hacerlo con sólo unos pocos—escoge a éste con preferencia a aquél? A San Pablo se le ocurrió esa misma pregunta, y él mismo, bajo la luz divina de la inspiración profé- tica, nos dio la espléndida respuesta: «¡Oh hombre! ¿Quien eres tú para pedir cuentas a Dios?» 2? Y antes que San Pablo nos había dicho Cristo en la parábola del Evangelio:«¿No puedo hacer lo que quiero de mis bienes?» 24 Es el arcano indescifrable de la divina predestinación, que, según la fórmu¬ la de Santo Tomás, depende únicamente de la voluntad omnímoda de Dios 25 . Todo esto supuesto, en el llamamiento a la vida mística, lo mismo que en la vocación a la vida cristiana, cabe distinguir un llamamiento exterior (por el Evangelio, la predicación, la dirección espiritual, la lectura, etc.) y un llamamiento interior (por una gracia de iluminación y de atracción) 26 , El llamamiento exterior será general si se dirige a todos indistintamente, y particular o individual si se dirige a una persona determinada. Este se¬ gundo es posterior y más concreto que el primero, a quien viene precisa¬ mente a completar. Así, por ejemplo, todos los paganos están llamados de una manera general a la vida cristiana por el Evangelio antes que tal o cual sea llamado en particular o individualmente (v.gr., por el . misionero de Cristo). La vocación puede ser especial, que es aquella que se dirige únicamente 23 Rom 9,?.o. 24 Mt 2o¿i5. .. ^ ■ 25 *... non babet rationem msi divinano volúntateme... ‘'dependet ex simplici divina volúntate» (1,23,5 ad 3). 2Í Cf. S.Thom., / Sfnt. d.4r q.i a.2 ad 3; y en Epist. ad Rom, c.S lect.6. 268 PJl. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana. a un grupo reducido de hombres (v.gr„ ía vocación al sacerdocio); especia- lísima, .si. se dirige a muy contadas almas y para obras muy concretas (verbi¬ gracia, para fundar una orden religiosa), y única (como la vocación de María a !a maternidad divina o la de San José para padre adoptivo de Jesús y esposo virginal de. María). La vocación interior . puede ser remota o próxima, y esta última puede ser suficiente y eficaz; Si las virtudes y los dones no pueden, alcanzar su pleno desarrollo sino en la vida mística, estarán llamados a ella, al menos con llamamiento remoto, todos los que posean aquellas virtudes y dones, esto es, todas las almas en gracia. El llamamiento próximo lo tendrán únicamente cuando se reúnan en ellas las tres señales clásicas de que habla San Juan de la Cruz tomándolas de Taulero 27 . Este llamamiento próximo será suficiente si el alma de hecho resiste a él, y será eficaz si hace entrar al alma de hecho en la vida mística 28 . La vocación próxima puede subdividirse en temprana (como «a su hora» correspondiente) o tardía (como la de los trabajadores dé lá viña llamados a última hora) En'fin# una vocación próxima y eficaz a la vida mística puede subdivi- dirse todavía según se refiera a los grados más altos de lá misma ó tan sólo a sus grados inferiores, 'lo cual depende éri cada caso de la divina predesti¬ nación. Para mayor claridad vamos a recoger todas estas divisiones y subdivi¬ siones en el siguiente cuadro sinóptico, que hay que leer de abajo hacia arriba para seguir el progreso ascensional: El llamamiento á la vida mística puede ser: Interior... Próximo (las tres señales de Tau-j lero y San Juan de la Cruz).. A los grados supe- Eficaz (tempra-J riores, no o tardío).:] A los grados infe- riores. Suficiente : al cual muchos resisten. «Mu¬ chos son los llamados y pocos los es- , cogidos» (Mt 20 , 16 ). Remotó : por el simple estado.de gracia (la gracia es eí ger¬ men de la mística, cómo lo es de la gloria). F . • /Individual (v.gr., por el director espiritual). . XGenerál (v.gr., por la Sagrada Escritura). Estas distinciones elementales arrojan niucha luz para resolver acerta¬ damente el problema que nos ocupa/Muchas veces, por ejemplo, se inter¬ preta erróneamente el pensamiento de San Juan de lá Cruz, que parece negar en* un pasaje fainoso el llamamiento universal a la mística. Aten¬ diendo al contexto y a los principios de su sistema, aparece muy claro qué 27 Cfi n.212; véase SaÑ Juán de ia Cruz, Sufcida del Monte Carmelo 11,13; y Noche obscura J,g. —En cuanto a Taulero, véase el libro que resume su doctrina: Las instituciones divinos C.3S (p.2r4. en la ed. del P. Getino, Madrid 1922). 2 8 Nótese que esta doctrina es válida tanto si se toman las expresiones de suficiente y eficaz en sentido tomista como en sentido motinista. En el sentido molinísta. Ja eficacia de la gracia provendrá exclusivamente de la criatura (ab extrínseco); en el tomista, lo habrá sido por si misma (ab intrínseco). Tero en uno y otro caso, el alma habrá entrado de hecho en la vida mística. Ocioso nos parece advertir que nosotros las empleamos en el más puro sentido tomista. 29 Cf. Mt 20,6-7. C.4. Relaciones entre la perfección cristiana y la mística 269 niega tan sólo el llamamiento próximo y . eficaz, pero de ninguna manera el llamamiento remoto , ni siquiera el próximo ¡ suficiente . El que de hecho esas almas así llamadas «no pasen adelante», se debe únicamente a su falta de ge¬ nerosidad y de fidelidad a la gracia, como explica muy bien el mismo San Juan de la Cruz en otro pasaje no menos famoso que el anterior 30 .. Todo esto supuesto, nos parece que en la práctica, de hecho, la verdadera solución del problema que nos hemos planteado se encuentra recogida en las siguientes conclusiones: 1. a Todos estamos llamados a la mística, como a la nor¬ mal expansión de la gracia santificante, con un llamamiento remoto y suficiente por el mero hecho de estar en gracia de Dios, Razón: El niño está llamado a la virilidad por el mero hecho de nacer. La gracia es el germen de la mística. 2. a Si el alma es fiel y no pone obstáculos a los planes de Dios, llegará un momento en que ese llamamiento remoto se convertirá en próximo suficiente por la presencia de las tres famosas señales enseñadas por Taulero y San Juan de la Cruz (cf. n.554). Razón: Los dones del Espíritu Santo, convenientemente desarrollados como hábitos, están reclamando su actuación de una manera cada vez más apremiante. 3. a Ese llamamiento próximo suficiente se convertirá en próximo eficaz si el alma al recibir el primero corresponde fiel¬ mente a él y no pone ningún obstáculo a la acción divina. Razón: Dios da siempre la gracia eficaz a quien no resiste a la suficiente, 4. a La mayor o menor altura que el alma deberá alcanzar dentro de la vida mística dependerá conjuntamente del grado de fidelidad o de correspondencia por parte del alma y de la libre determinación de Dios según el grado de santidad á que la tenga predestinada. Razón: El grado de gracia y de gloria lo ha determinado Dios para cada uno por la divina predestinación. Nos parece que estas conclusiones no pueden ser rechaza¬ das razonablemente por nadie. En ellas está recogido con toda fidelidad el pensamiento de Santo Tomás, que coincide plena¬ mente con el de las más grandes figuras de la mística cristiana experimental. 30 Véanse en el n.ióg los dos famosos textos, de los cuales el segundo—escrito en fecha posterior—es la explicación auténtica del primero, hecha por el propio San Juan de la Cruz, 270 P.lí. El organismo sobrenatural y la perfección cristiana Advertencia importante.—En las ediciones anteriores de esta obra añadíamos a continuación una serie de objeciones contra la doctrina que acabamos de exponer y su correspondiente refutación. En adelante pre¬ ferimos omitir esas objeciones, ya que la doctrina que hemos expuesto—de acuerdo con la verdadera teología mística tradicional—se ha impuesto de tal modo en las escuelas católicas que han desaparecido prácticamente todos sus antiguos impugnadores. TERCERA PARTE £1 desarrollo normal de la vida cristiana INTRODUCCION 189. Examinados ya los grandes principios de la vida cris¬ tiana, se impone ahora la consideración, del proceso de su des¬ arrollo, o sea, la práctica de la misma. He ahí el objeto de esta tercera parte de nuestra Teología de la perfección cris¬ tiana. El enfoque de esta parte, de amplitud vastísima, es muy vario entre los autores. Algunos dividen la materia a base de las tres vías tradicionales: purgativa , iluminativa y unitiva , y en torno a ellas van describiendo el estado y principales carac¬ terísticas de las almas a medida que las van atravesando- 1 * Otros consideran estos tres períodos primero en la ascética y después en la mística, haciendo de cada una de ellas un cami¬ no distinto, que conduce igualmente—dicen—a la cumbre de la perfección 2 . Otros describen todo el proceso de la vida es¬ piritual en torno a la vida de oración 3 . Otros, finalmente, prescinden más o menos del orden cronológico en que pueden producirse los fenómenos, para agrupar en secciones homogé¬ neas los principales medios de santificación 4 . Todos estos procedimientos—si prescindimos del segundo, que nos parece del todo inadmisible—tienen sus ventajas, e inconvenientes. La ventaja principal de los que siguen el pro¬ ceso de las tres vías tradicionales es que se acercan más a los hechos, tal como suelen producirse en la realidad. Pero tiene el serio inconveniente de aislar demasiado esos tres aspectos de la vida espiritual, que en la práctica nunca forman depar¬ tamentos estancos e irreductibles, sino que se compenetran y complementan de tal suerte que en cualquier momento o etapa de la vida espiritual se encuentran aspectos de purifica- 1 Por ejemplo, Saudreau en Los grados de la vida espiritual y Tanqtjerey en su Teolo¬ gía ascética y mística. 2 El P. Crisógono en su Compendio de Ascética y Mística. El P. Naval habla de las tres vías únicamente en la parte ascética, y ya no vuelven a aparecer en la mística (cf. Curso de Ascética y Mística ). 3 Así el P. Arintero en sus Grados de oración. 4 Así lo hacen, aunque con distintos métodos y orientaciones, el P. Garrigou-Lagrange en Perfectioti et contempiation y en Las tres edades de la vida espiritual; el P. De Guibert en Theologia spiritualis ascética et mystica, y el P. Schrijvers en Los principios de la vida espi¬ ritual. .272 P.II1. Desarrollo normal de la vida cristiana ción, iluminación y unión. De ahí las repeticiones inevitables y toques continuos de atención sobre puntos ya tratados a. que se ven obligados esos autores. Los que hacen girar todo el proceso de la vida espiritual en torno a los grados de oración se apoyan en la experiencia—que así lo confirma—y en un texto de San Pío X en el que expre¬ samente se declara que hay una relación íntima entre los gra¬ dos progresivos de oración que señala Santa Treesa y el cre¬ cimiento en toda la vida espiritual 5 . Pero tiene el inconve¬ niente de dejar sin resolver muchos problemas concomitantes que van surgiendo a derecha e izquierda o de perder de vista los grados de oración si se quieren llenar esas lagunas. Los que prefieren agrupar los asuntos por. secciones ho¬ mogéneas proceden con mucha claridad y evitan enojosas re¬ peticiones. Pero se ven precisados a estudiar por separado co¬ sas que en la vida real van íntimamente unidas.. En resumen: que no hay ni nos parece que pueda haber un método que reúna todas las ventajas y evite todos los inconvenientes. La vida es¬ piritual es muy misteriosa y compleja, y ofrece en su desarrollo tan variados matices al combinarse la acción divina con la especial psicología de una. determinada alma, que es empresa poco menos que imposible tratar de reduciría a esquemas y categorías humanas. El Espíritu Santo sopla donde quiere (lo 3 , 8 ) y lleva a cada alma por caminos muy distintos hasta la cumT bre de la perfección. En realidad puede decirse que cada alma tiene su. propio camino, que nunca se repite del todo en ningún caso. De todas formas, algún método hay que seguir para proceder con cierto orden y sobre todo con la máxima claridad pasible en estas intrincadas cuestiones. Por eso, aun reconociendo sus inconvenientes y lamentando tener que incurrir en ellos por ser absolutamente inevitables, vamos a seguir el procedimiento de estudiar ios asuntos por secciones homogéneas. Teniendo en cuenta la índole de nuestra obra y su finalidad pedagógica , nos parece que este procedimiento es el más adecuado para poner orden y claridad en estas difíciles materias. He aquí nuestro plan: después de una ojeada rápida y es¬ quemática a todo el proceso de la vida espiritual, dividiremos esta tercera parte de nuestra obra en tres grandes libros: 1 .? Aspecto negativo de la vida cristiana. 2. 0 Aspecto positivo, 3. 0 La perfección cristiana en los diversos estados de vida. 5 He aquí las palabras de San Pío X: Oocet enim (S. Theresia): gradus orationis quot numerantur, veluti tottdem superiores in christiana perfectione ascensos esse» (en carta al Ge¬ neral de los Carmelitas Descalzos del 7 de marzo de 1914; véase en De Guibert, Documenta Ecelesiaslica christiamc peifectionis studium spectantia n.636). Introducción 273 Idea general del desarrollo de la vida cristiana 190. Cada alma—lo acabamos de recordar—sigue su pro¬ pio camino hacia la santidad bajo la dirección e impulso su¬ premo del Espíritu. Santo.. No hay dos fisonomías enteramente iguales en el cuerpo ni en el alma. Con todo, los maestros de la vida espiritual han intentado diversas clasificaciones atendien¬ do a las disposiciones predominantes de las almas, que no de¬ jan de tener su utilidad al menos como punto de referencia para precisar el grado aproximado de vida espiritual en que se encuentra una determinada alma. Este conocimiento tiene mu¬ cha importancia en la práctica, ya que la dirección que hay que dar a un alma que camina por los primeros grados de la vida espiritual es rhuy distinta de la que conviene a almas más adelantadas y perfectas. Tres son, nos parece, las principales clasificaciones que se han propuesto a todo lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana: la clásica de las tres vías: purgativa, iluminativa y unitiva; la del Doctor Angélico, a base de los tres grados de principiantes, aprovechados y perfectos 6, y la de Santa Teresa de Jesús en su genial Castillo interior o libro de las Moradas . Reuniendo en una sola estas tres clasificaciones, nos parece que se puede proponer el siguiente cuadro esquemático de toda la vida cristiana 7 : En la ronda del castillo 8 a) Ausencia total de vida cristiana 191. Son las almas de los pecadores endurecidos, que vi¬ ven habitualmente en pecado, sin preocuparse de salir de él. La mayoría de ellos pecan por ignorancia o fragilidad , pero no faltan quienes se entregan al pecado por fría indiferencia y has¬ ta por obstinada y satánica mplicia. En algunos casos, ausencia total de remordimientos y voluntaria supresión de toda ora¬ ción o recurso a Dios. 6 cf. 11-11,24,9. 7 Nos inspiramos principalmente en Santo Tomás de Aquino, en Santa Teresa de Jesús, en la excelente obra de Saudreau Los grados de la vida espiritual y en el esquema de Dom Chautard en su célebre obrita El alma de todo apostolado p,4 § f. 8 Alude a un conocido texto de Santa Teresa en su Castillo interior : «Hay muchas almas que se están en la ronda del castillo..., que no se les da nada de entrar dentro ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar. (Moradas primeras 1,5). Teoi. perfección 11 274 P.HL Desarrollo normal de la vida cris liana b) Barniz cristiano Pecado mortal .—Considerado como de poca importancia o fácilmente perdonable, se ponen imprudentemente en toda clase de ocasiones peligrosas y sucumben a cualquier tentación con la mayor facilidad. Prácticas de piedad .—Misa dominical, omitida frecuente¬ mente con pretextos fútiles; confesión anual—omitida a veces— hecha rutinariamente,. sin espíritu interior, sin ánimo de salir definitivamente del pecado. A veces, algunas oraciones voca¬ les sin atención, sin verdadera piedad y pidiendo siempre cosas temporales: salud, riquezas, bienestar... Vía purgativa: caridad incipiente 192 . Cuando el alma comienza a desear con toda sinceridad vivir cris¬ tianamente, entra en la ufa purgativa o primer grado de caridad. Sus dis¬ posiciones fundamentales las describe Santo Tomás con las siguientes pala¬ bras: «En el primer grado, la preocupación fundamental del hombre es la de apartarse del pecado y resistir a sus concupiscencias, que se mueven en contra de la caridad. Y esto pertenece a los incipientes , en los que la caridad ha de ser alimentada y fomentada para que no se corrompa» 9 . Veamos ahora los grados en que puede subdividirse, 1. Las almas creyentes (primeras moradas de Santa Teresa) Pecado mortal— Débilmente combatido, pero sincero arre¬ pentimiento y verdaderas confesiones. Con frecuencia, ocasio¬ nes peligrosas voluntariamente buscadas. Pecado venial —Ningún esfuerzo para evitarlo. Se le con¬ cede muy poca importancia. Prácticas de piedad .—Las preceptuadas por la Iglesia. Al¬ gunas omisiones. A veces, algunas prácticas de supererogación. Oración .—Puramente vocal , pocas veces y con muchas dis¬ tracciones. Peticiones humanas, de intereses temporales, rara vez de tipo espiritual. 2. Las almas buenas (segundas moradas) Pecado mortal —Sinceramente combatido. A veces, sin em¬ bargo, ocasiones peligrosas, seguidas de alguna caída. Sincero arrepentimiento y pronta confesión. 9 He aqui el texto latino: oDiversi gradas caritatis distinguuntur secjndum diversa studia ad quae homo perducitur per caritatis augmentum. Nam primo quidem incumbit horruni studium principal^ ad recedendum a peccato et resistenduin concupiscentes eius, quae in eontrarium caritatis movent. Et hoc pertinet ad incipientes , in quibus caritas est nu- trienda vel fovenda ne corrompa tur» (11-11,24,9). I niroducáón 275 Pecado venial .—A veces, plenamente deliberado, Lucha dé¬ bil, arrepentimiento superficial, recaídas constantes en la mur¬ muración, etc. Prácticas de piedad .—Frecuencia de sacramentos (primeros viernes, fiestas principales, etc.)- A veces, misa diaria, pero con poca preparación. Rosario familiar, omitido con facilidad. Oración .—Por lo general, oraciones vocales. A veces, algún rato de meditación, pero con poca fidelidad y muchas distrac¬ ciones voluntarias. 3. Las almas piadosas (terceras moradas) Pecado mortal— Rarísima vez. Vivo arrepentimiento, con¬ fesión inmediata,- precauciones para evitar las recaídas. Pecado venial —Sinceramente combatido. Examen particu¬ lar, pero con poca constancia y escaso fruto. Prácticas de piedad— Misa y comunión diarias, pero con cierto espíritu de rutina. Confesión semanal, con escasa en¬ mienda de los defectos. Rosario en familia. Visita al Santísimo. Vía crucis semanal, etc. Oración .—Meditación diaria, pero sin gran empeño en ha¬ cerla bien. Muchas distracciones. Omisión fácil, sobre todo cuando surgen sequedades u ocupaciones, que se hubieran po¬ dido evitar sin faltar a los deberes del propio estado. Con fre¬ cuencia, oración afectiva, que tiende a simplificarse cada vez más. Comienza la noche del sentido , como tránsito a la vía ilu¬ minativa. Via iluminati va : caridad proficiente 193 . Cuando el alma se ha decidido a emprender una vida sólidamen¬ te piadosa y adelantar en el camino de la virtud, ha entrado en la vía ilu¬ minativa. Su principal preocupación, según Santo Tomás, es crecer y.ade¬ lantar en la vida cristiana, aumentando y corroborando la caridad 10 . He aquí los grados en que se subdívide. 4. Las ahnas fervientes (cuartas moradas) Pecado mortal— Nunca. A lo sumo, algunas sorpresas vio¬ lentas e imprevistas. En estos casos, pecado mortal dudoso, se¬ guido de un vivísimo arrepentimiento, confesión inmediata y penitencias reparadoras. * «Secundum autem studíum succedit, ut homo principaliter intendat ad hoc quod in bono proficiat. Et hoc studíum pertinet ad proficientes, qui ad hoc principaliter ínteridunt ut ;n eis caritas per augmentum roboretur». (II-1 r¿ 24 / 9 )- 276 P.UÍ. Desarrollo normal de la vida cristiana Pecado venial .—Seria vigilancia para evitarlo. Rara vez de¬ liberado. Examen particular dirigido seriamente a combatirlo. Imperfecciones ,—El alma evita examinarse demasiado sobre esto para no verse obligada a combatirlas. Ama la abnegación y la renuncia de sí mismo, pero hasta cierto punto y sin gran¬ des esfuerzos. Prácticas de piedad.—Misa y comunión diarias con fervorosa preparación y acción de gracias. Confesión semanal diligente¬ mente practicada. Dirección espiritual encaminada a adelantar en la virtud. Tierna devoción a María. Oración .—Fidelidad a ella a pesar de las arideces y sequeda¬ des de la noche del sentido . Oración de simple mirada, como transición a las oraciones contemplativas. En momentos de particular intensidad, oración de recogimiento infuso y de quietud . 5. Las almas relativamente perfectas (quintas moradas) Pecado venial. —Deliberadamente, nunca. Alguna vez por sorpresa o con poca advertencia. Vivamente llorado y seria¬ mente reparado. Imperfecciones .—Reprobadas seriamente, combatidas de co¬ razón para agradar a Dios. Alguna vez deliberadas, pero rápi¬ damente deploradas. Actos frecuentes de abnegación y de re¬ nuncia, Examen particular encaminado al perfeccionamiento de una determinada virtud. Prácticas de piedad .—Cada vez más simples y menos nume¬ rosas, pero practicadas con ardiente amor. La caridad va te¬ niendo una influencia cada vez más intensa y actual en todo lo que hace. Amor a la soledad, espíritu de desasimiento, ansias de amor a Dios, deseo del cielo, amor a la cruz, celo desintere¬ sado, hambre y sed de la comunión. Oración .—Vida habitual de oración, que viene a constituir como la respiración del alma. Oración contemplativa de unión . Con frecuencia, purificaciones pasivas y epifenómenos místicos. Vía unitiva: caridad perfecta 1 ^ 4 . Guando la vida de oración constituye como el fondo y la respi¬ ración habitual de un alma, aun en medio de sus ocupaciones y deberes del propio estado, que cumple fidelísimamente; cuando la íntima unión con Dios y el llegar a la cumbre de la perfección cristiana; constituye la ilusión supre¬ ma de su vida, ha entrado en la vía unitiva. Su preocupación fundamental, según Santo Tomás de Aquino, es unirse a Dios y gozar de El u . He aquí los dos principales grados que la constituyen: 1 í «Tertium autem studium est üt homo ad hoc principattter intendat ut Deo inhaereat et cofruatur. Et hoc pertinct ad perfectos, quí cuphint dissolvi et esse cum Chrísto (U-U,z^,g). introducción 277 6 . Las almas heroicas (sextas moradas) Imperfecciones.— Deliberadas; niirica. A veces, impulsos se- miadvertidos, pero rápidamente rechazados. Prácticas de piedad— Cumplen con fidelidad exquisita todas las que lleva consigo su estado y condición de vida, pero no se preocupan sino de unirse cada vez más íntimamente con Dios. Desprecio de sí mismo hasta el olvido; sed de sufrimientos y tribulaciones («o padecer o morir»): penitencias durísimas y ansias de total inmolación por la conversión de los pecadores. Ofrecimiento como víctimas. Oración— Dones sobrenaturales de contemplación casi ha¬ bitual. Oración de unión muy perfecta, con frecuencia extática, Purificaciones 'pasivas, noche del espíritu. Desposorio espiritual. Fenómenos concomitantes y gracias gratis dadas. 7. Los grandes santos (séptimas moradas) Imperfecciones— Apenas aparentes.. Prácticas de piedad .—En realidad se reducen al ejercicio del amor: «Que ya sólo en amar es mi ejercicio» (San Juan de la Cruz). Sü amor es de una intensidad increíble, pero tranquilo y sosegado; nó chisporrotea ya la llama, porque se ha converti¬ do en brasa. Paz y serenidad inalterables, humildad profundí¬ sima, unidad de miras y simplicidad de intención: «Sólo mora en este monte la honra y gloria de Dios» (San Juan de la Cruz). Oración .—Visión intelectual—«por cierta manera de repre¬ sentación de la verdad» (Santa Teresa)—de la Santísima Trini¬ dad en el alma. Unión transformante. Matrimonio espiritual. A veces, confirmación en gracia. # # * 195 El P. Garrigou-Lagrange 12 propone el siguiente es¬ quema del desarrollo de la . vida espiritual a base de los tres grados fundamentales de principiantes , proficientes y perfectos: Principiantes ... (Vía purgativa, vida ascética).. \ Virtudes iniciales: Primer grado dé la caridad, templanza, castidad, paciencia; primer grado cíe humildad. Dones del Espíritu Santo. Más bien latentes. Inspiraciones a raros intervalos. Poca atención aún a aprovecharse, poca do- 12 Cf. Perfeclion et contemplctlion p.VlII. 278 P.ÍÍI. Desarrollo normal de la vida cristiana cilidad. El alma tiene conciencia, sobre todo, de su propia ac¬ tividad, Purificación activa del sentido y del espíritu, o sea, morti¬ ficaciones externas e internas. Oración adquirida oración vocal, oración discursiva, oración afectiva, que se simplifica cada vez más, llamada oración adqui¬ rida de recogimiento. Moradas de Santa Teresa . Primeras y segundas. Proficientes (Via iluminativa, umbral de la vida mística) Virtudes sólidas . Segundo grado de la caridad, obediencia, humildad más profunda; espíritu de consejo. Dones del Espíritu Santo . Comienzan a manifestarse, sobre todo, los tres dones inferiores de temor, ciencia y piedad . El alma, más dócil, aprovecha más las inspiraciones e iluminacio¬ nes internas. Purificación pasiva del sentido, bajo el influjo especialmente de los dones de temor y de ciencia. Pruebas concomitantes. Oración infusa inicial . Actos aislados de contemplación in¬ fusa en el curso de la oración adquirida de recogimiento. Des¬ pués, oración de recogimiento sobrenatural y de quietud . In¬ fluencia manifiesta del don de piedad. Moradas de Santa Teresa. Terceras y cuartas. Perfectos (Via unitiva, vida mística) Virtudes eminentes y heroicas . Tercer grado de la caridad, perfecta humildad, gran espíritu de fe, abandono, paciencia casi inalterable. Dones del Espíritu Santo. Los dones superiores se manifies¬ tan más visible y frecuentemente. El alma está como dominada por el Espíritu Santo. Gran pasividad, que no excluye la acti¬ vidad de la virtud. Purificación pasiva del espíritu , bajo la influencia especial¬ mente del don de entendimiento. Pruebas concomitantes en las que se manifiestan los dones de fortaleza y de consejo. Oración infusa de unión simple, de unión completa (a veces extática) y de unión transformante, bajo el influjo cada vez más intenso del don de sabiduría. Gracias concomitantes. Moradas de Santa Teresa . Quintas, sextas y séptimas. Introducción 279 Tal es, en sus líneas fundamentales* el camino que suelen recorrer las almas en su ascensión a la santidad. Dentro de él caben infinidad de,matices—no hay dos almas que se parezcan enteramente—, pero el director experto que se fije cuidadosa¬ mente en las características generales que acabamos de descri¬ bir podrá averiguar con mucha aproximación el grado de vida espiritual alcanzado por una determinada alma. Vamos a examinar ahora con todo detalle los dos aspectos fundamentales de la vida cristiana: el negativo, o sea, lo que hay que evitar o combatir, y el positivo, o sea, lo que hay que practicar o fomentar. Ya hemos dicho que ambos aspectos van juntos en la práctica y resultan de hecho inseparables; pero por necesidades pedagógicas y en aras, sobre todo, de la claridad y precisión, vamos a examinarlos por separado en los dos libros que constituyen esta tercera parte de nuestra Teología de LA PERFECCIÓN. LIBRO PRIMERO Aspecto negativo de la vida cristiana 196. El aspecto negativo de la vida cristiana consiste en luchar y desembarazarse de todo cuanto pueda constituir un es¬ torbo en el camino de .nuestra santificación. Hay que. recoger también en él las .pruebas de Dios o purificaciones pasivas (noches del sentido i y del espíritu), que tienen por objeto com¬ pletar la purificación; del alma que ella por sí sola no podría conseguir del todo. : Teniendo en cuenta estos principios, vamos a; dividir este primer libro en seis capítulos, subdivididos cada uno de ellos en sus artículos correspondientes. He aquí en esquema el camino que vamos a recorrer: Capítulo I,—Lucha contra el pecado (mortal y venial) y contra las im¬ perfecciones. Capítulo II.—Lucha contra el mundo. Capítulo III.—Lucha contra el demonio. Capítulo IV.— Lucha contra la propia carne. Tentaciones. Obsesión, -Posesión. Capítulo V.—Purificación activa de las potencias: I.—De los sentidos. II.—De las pasiones. III.—De las potencias del alma Capítulo VI.—Las purificaciones pasivas /Externos. /Internos. { Entendimiento. Voluntad. { Noche del sentido. Noche del espíritu. c,L lucha contra el pecado 281 CAPITULO I La lucha contra el pecado 197 S. Th., 1-11,71-89; Vallgornera, Mystica Theologia q.2 d!i «.3-4; AlvarezdePaz- De abiectionc peccatorum; Antonio del Espíritu Santo, Directoríum Mysticum d.i sectil í Monseñor D’Hujlst, Caréme 1892; P. Jañvíer, Carctne 1907, i. a cónf.; Córeme 1.908, entera; Saudreau, Los grados de la vida espiritual prel. c.i. 198- El pecado es el «enemigo número uno», de nuestra santificación y en realidad el enemigo única, ya que todos los demás en tanto lo son en cuanto ..provienen del pecado o con¬ ducen a él. : El pecado, como es sabido, es-«una transgi'esión voluntaria de la ley de Dips», Supone siempre tres elementos esenciales: materia prohibida (o al .menos estimada como tal), advertencia por parte del entendimiento y consentimiento o aceptación por parte de la voluntad. Si la materia es grave y la advertencia y el consentimiento son plenos, se comete un pecado mortal ; si la materia es leve o la advertencia y él consentimiento han sido imperfectos, el pecado es venial. Dentro de cada una de estas dos categoría hay infinidad de grados. El estudio detallado de todo esto corresponde a; la Teología moral. Aquí vamos a recoger únicamente [o que se relaciona ..más de cerca con la em¬ presa de nuestra propia santificación. Examinaremos principalmente la.ma¬ nera de combatir el pecado mortal, el venial y las imperfecciones voluntarias. A R 'T I C U L O 1 El. PECADO MORÍ AL 199. 1. Los pecadores»—Son legión, por desgracia,..los hombres que viven habitualmente en pecado mortal. Absorbi¬ dos casi por entero por las preocupaciones de la vida, metidos en los negocios profesionales, devorados por una sed insaciable de placeres y diversiones y sumidos en üna ignorancia religiosa que llega muchas veces a extremos increíbles, no se plantean siquiera el problema del más allá. Algunos,, sobre todo si han recibido en su infancia, cierta educación cristiana y conservan todavía algún resto dé'fe, 'suelen reaccionar ante la muerte próxima y reciben con dudosas disposiciones los últimos sa¬ cramentos antes de comparecer ante Dios; pero otros muchos descienden al sepulcro tranquilamente, sin plantearse otro ! pro¬ blema ni dolerse de otro mal que el de tener que abandonar para siempre esté mundo, en el que tienen hondamente arrai¬ gado el corazón. 282 P.llL Desarrollo normal de la vida cristiana Estos desgraciados son «almas tullidas—dice Santa Teresa— que, si no viene el mismo Señor.á mandarlas se levanten, como al que hacía treinta años que estaba en la piscina, tienen harta mala ventura y gran peligro» h En gran peligro están—pn efecto—de eterna condenación. Si la muerte les sorprende en ese estado, su suerte será espan¬ tosa para toda la eternidad. El pecado mortal habitual tiene ennegrecidas sus almas de tal manera, que «no hay tinieblas más tenebrosas ni cosa tan oscura y negra que no lo esté mu¬ cho más» 2 . Afirma Santa Teresa que, si entendiesen los peca¬ dores cómo queda un alma cuando peca mortalmente, «no se¬ ría posible ninguno pecar, aunque se pusiese a mayores traba¬ jos que se pueden pensar por huir de las ocasiones» 3 . Sin embargo, nó todos los que viven habitualmente en pe¬ cado han contraído la misma responsabilidad ante Dios. Po¬ demos distinguir cuatro clases de pecados, que señalan otras tantas categorías de pecadores, de menor a mayor. a) Los pecados de IGNORANCIA. —No nos referimos a una ignorancia total e invencible—que eximiría enteramente del pecado—, sino al resultado de una educación antirreligiosa o del todo indiferente, junto con una inteli¬ gencia de muy cortos alcances y un ambiente hostil o alejado de toda in¬ fluencia religiosa. Los que viven en tales situaciones suelen tener, no obs¬ tante, algún conocimiento de la malicia del pecado. Se dan perfecta cuenta de que ciertas acciones que cometen con facilidad no son rectas moral¬ mente. Acaso siénten, de vez en cuando, las punzadas del remordimiento. Tienen, por lo mismo, suficiente capacidad para cometer a sabiendas un verdadero pecado mortal que los aparte del camino de su salvación. Pero al lado de todo esto es preciso reconocer que su responsabilidad está muy atenuada delante de Dios. Si han conservado el horror a lo que les parecía más injusto o pecaminoso; si el fondo de su corazón, a pesar de las flaquezas exteriores, se ha mantenido recto en lo fundamental; si han prac¬ ticado, siquiera sea rudimentariamente, alguna devoción a la Virgen apren¬ dida én los días de su infancia; si se han abstenido de atacar a la religión y sus ministros, y sobre todo, si a la hora de la muerte aciertan a levantar el corazón a Dios llenos de arrepentimiento y confianza en su misericordia, no cabe duda que serán juzgados con particular benignidad en el tribunal divino. Si Cristo nos advirtió que se le pedirá mucho a quien mucho se le dio (Le 12 , 48 ), es justo pensar que poco sé le pedirá a quien poco recibió. Estos tales suelen volverse a Dios con relativa facilidad si se les presenta ocasión oportuna para ello. Como su vida descuidada no proviene de ver¬ dadera maldad, sino de una ignorancia profundísima, cualquier situación que impresione fuertemente su alma y les haga entrar dentro de sí puede ser suficiente para volverlos a Dios. La muerte de un familiar, unos sermo¬ nes misionales, el ingreso ¿n un ambiente religioso, etc., bastan de ordi¬ nario para llevarles al buen camino. De todas formas, suelen continuar toda su vida tibios e ignorantes, y el sacerdote encargado de velar por ellos de¬ berá volver una y otra vez a la carga para completar su formación y evitar al menos que vuelvan a su primitivo estado. 1 Moradas primeras 1,8. 3 Ibid., 11,2, ^ Ibíd, II,i. 283 LJ c.l. La lucha contra el pecado b) Los pecados de FRAGILIDAD. —Son legión las personas suficiente¬ mente instruidas en religión para que no se puedan achacar sus desórdenes a simple ignorancia o desconocimiento de sus deberes. Con todo, no pecan tampoco por maldad calculada y fría. Son débiles, de muy poca energía y fuerza de voluntad, fuertemente inclinados a los placeres sensuales, irrefle¬ xivos y atolondrados, llenos de flojedad y cobardía. Lamentan sus. caídas, admiran a los buenos, «quisieran» ser uno de ellos, pero Ies falta el coraje y la energía para serlo en realidad. Estas disposiciones no les excusan del pe¬ cado; al contrario, son más culpables que los del capítulo anterior, puesto que pecan con mayor conocimiento de causa, Pero en el fondo son más dé¬ biles que malos. El encargado de velar por ellos ha de preocuparse, ante todo, de robustecerlos en sus buenos propósitos, llevándolos a la frecuencia de sacramentos, a la reflexión, huida de las ocasiones, etc., para sacarlos defi¬ nitivamente de su triste situación y orientarlos por los caminos del bien. c) Los pecados de frialdad E indiferencia. —Hay otra tercera cate¬ goría de pecadores habituales que no pecan por ignorancia, como los del primer grupo, qi les duele ni apena su conducta, como a los del segundo. Pecan a sabiendas de que pecan, no precisamente porque quieran el mal por el mal—o sea, en cuanto ofensa de Dios—, sino porque no quieren re¬ nunciar a sus placeres y no les preocupa ni poco ni mucho que su conducta pueda ser pecaminosa delante de Dios. Pecan con frialdad, con indiferencia, sin remordimientos de conciencia o acallando los débiles restos de la misma p»ara continuar sin molestias su vida de pecado. La conversión de estos' tales se hace muy difícil. La continua infidelidad a las inspiraciones de la gracia, la fría indiferencia con que se encogen de hombros ante los postulados de la razón y de la más elemental moralidad, el desprecio sistemático de los buenos consejos que acaso reciben de los que les quieren bien, etc., etc., van endureciendo su corazón y encalleciendo su alma, y sería menester un verdadero milagro de la gracia para volverlos al buen camino. Si la muerte les sorprende en ese estado, su suerte eterna será deplorable. El medio quizá más eficaz para volverlos a Dios sería.conseguir de ellos que practiquen una tanda de ejercicios espirituales internos o los admirables cursillos de cristiandad con un grupo de personas afines (de la misma pro¬ fesión, situación sdcial, etc.). Aunque parezca extraño, no es raro entre esta clase de hombres la aceptación «para ver qué es eso» de una de esas tandas de ejercicios o cursillos, sobre todo si se lo propone con habilidad y cariño al¬ gún. amigo íntimo. Allí les espera—con frecuencia—la gracia tumbativa’ de Dios. A veces se producen conversiones ruidosas, cambios radicales de con¬ ducta, comienzo de una vida de piedad y de fervor en los que antes; vivían completamente olvidados de Dios. El sacerdote que haya tenido la dicha de ser el instrumento de las divinas misericordias deberá velar sobre su con¬ vertido y asegurar, mediante una sabia y oportuna dirección espiritual, el frutó definitivo, y permanente de aquel retorno maravilloso á Dios. Algo pa¬ recido a esto suele ocurrir en los admirables «cursillos de cristiandad». d) Los pegados de obstinación y de malicia. —Hay, finalmente, otra cuarta categoría de pecadores, la más culpable y horrible de todas. Ya no pecan por ignorancia, debilidad o indiferencia, sino por refinada malicia y satánica obstinación. Su pecado más habitual es la blasfemia, pronunciada precisamente por odio contra Dios. Acaso empezaron siendo buenos cris¬ tianos, pero fueron resbalando poco a poco; sus malas pasiones, cada vez más satisfechas, adquirieron proporciones gigantescas, y llegó un momento en que se consideraron definitivamente fracasados. Ya en brazos de la deses¬ peración vino poco después, como una consecuencia inevitable, la defección 284 PJU. Desarrollo normal de la vida cristiana y apostasía. Rotas las últimas barreras que les detenían al borde del precipi¬ cio* se lanzan, por una especie de. venganza contra Dios y su propia concien¬ cia * a toda cíase de crímenes y desórdenes. Atacan fieramente a la religión —de la que acaso habían sido sus ministros—, combaten a la iglesia, odian a los buenos* ingresan en las sectas anticatólicas, propagando sus doctrinas malsanas con celo y ardor inextinguible, y, desesperados por los gritos de su conciencia—^ue chilla a pesar de todo—, se hunden más y más en el pecado. Es el caso de Juliano el Apóstata, Voltaire y tantos otros menos co¬ nocidos* pero no menos culpables, que han pasado su vida pecando contra la luz con obstinación satánica* con odio refinado a Dios y a todo lo santo. Diríase que son como una encamación del .mismo Satanás. Uno de estos desgraciados llegó a decir en cierta ocasión: «Yo no creo en la existencia del infierno; pero si lo hay y voy a él* al menos me daré el gustazo de no inclinarme nunca delante de Dios» Y otro, previendo que quizá a la hora de la muerte le vendría del cielo la gracia del arrepentimiento* se cerró volunta¬ riamente a cal y cantó la posibilidad de la vuelta a Dios, diciendo a sus amigos y familiares: «Si a la hora de !a muerte pido un sacerdote para con¬ fesarme, no me lo traigáis; es que estaré delirando». La conversión de uno de estos hombres satánicos exigiría un milagro de la gracia mayor que la resurrección de un muerto en el orden natural. Es inútil intentarla por vía de persuasión o de consejo; todo resbalará como el agua sobre el mármol o producirá efectos totalmente contraproducentes. No hay otro camino que el estrictamente sobrenatural: la oración, el ayuno, las lágrimas* el recurso, incesante a la Virgen María* abogada y refugio de pecadores. Se necesita un verdadero milagro* y sólo Dios puede hacerlo. No siempre lo hará a pesar de tantas súplicas y ruegos. Diríase que estos des¬ graciados han rebasado ya la medida de la paciencia de Dios y están destina¬ dos a ser* por toda la eternidad, testimonios vivientes de cuán inflexible y rigurosa es la justicia divina cuando se descarga con plenitud sobre los que han abusado definitivamente de sü infinita misericordia. Prescindamos de estos desgraciados, cuya conversión exi¬ giría un verdadero milagro de la gracia* y volvamos nuestros ojos otra vez a esa muchedumbre inmensa de ios que pecan por fragilidad o por ignorancia; a esa gran masa de gente que en el fondo tienen fe* practican algunas devociones superficia¬ les y piensan alguna vez en las cosas de su alma y de la eterni¬ dad, pero absorbidos por negocios y preocupaciones munda¬ nas* llevan una vida casi puramente natural, levantándose y cayendo continuamente y permaneciendo a veces largas tem¬ poradas en estado de pecado mortal. Tales son la inmensa ma¬ yoría de los cristianos de «programa mínimo» (misa domini¬ cal, confesión anual, etc.), en los. que está muy poco desarro¬ llado el sentido cristiano, y se entregan a una vida sin horizon¬ tes sobrenaturales, en la qué predominan los sentidos sobre la razón y la.fe y en la que se hallan muy expuestos a perderse. ¿Qué se podrá hacer para llevar estas pobres almas a una vida más cristiana* más en armonía con las exigencias del bau¬ tismo y dé sus intereses eternos? Ante todo hay que inspirarles im gran horror al pecado mortal. 285 L.l c.l. La lucha contra el pecado 200. 2. El horror al pecado mortal.—Para lograrlo, nada mejor, después de la oración, que la. consideración de su gravedad y de sus terribles consecuencias. Escuchemos en primer lugar a Santa Teresa de Jesús: «No hay tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan obscura y negra que no lo esté mucho más (había del alma en pecado mortal)... Ninguna cosa le aprovecha, y de aquí viene que todas las buenas obras que hiciere, estando así en pecado mortal, son de ningún fruto para alcanzar gloria... Yo sé de una persona (habla de sí misma) a quien quiso Nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando pecaba mortalmente. Dice aquella persona que le parece, si lo entendiesen, no sería posible ninguno pecar, aunque se pusiese a mayores trabajos que se pueden pensar por huir de las ocasiones... ¡Oh almas redimidas por la sangre de Jesucristo! ¡Entendeos y habed, lástima de vosotras! ¿Cómo es posible que entendiendo esto no procuráis quitar esta pez de este cristal? Mirad que, si se os acaba la vida, jamás tomaréis a gozar de esta luz. '¡Oh Jesús! ¡Qué es ver a un alma apartada de ella! ¡Cuáles quedan los pobres aposentos del castillo! |Qué turbados andan los sentidos, que es la gente que vive en ellos! Y las potencias, que son los alcaides y ma¬ yordomos y maestresalas, ¡con qué ceguedad, con qué mal gobierno! En fin, como a donde está plantado el árbol, que es el demonio, ¿qué fruto puede dar? Oí una vez a un hombre espiritual que no se espantaba de cosa que hiciese uno que está en pecado mortal, sino de lo. que no hacía. Dios por su misericordia nos libre de tan gran mal, que no hay cosa mientras vivimos que merezca este nombre de mal, sino ésta, pues acarrea males eternos para sin fin» 4 « Advertencias al director espiritual He aquí un breve esquema de las ideas que deberá incul¬ carle a un alma el sacerdote encargado de sacarla del pecado mortal habitual: i. a El pecado mortal debe ser un mal gravísimo cuando Dios lo castiga tan terriblemente. Porque, teniendo en cuenta, que es infinitamente justo , y por serlo no puede castigar a nadie más de lo que merece, y que es infinita¬ mente misericordioso , y por serlo castiga siempre a los culpables menos de lo que merecen 5 -, sabemos ciertamente que por un solo pecado mortal: ; a) Los ángeles rebeldes se convirtieron en horribles demonios para toda la eternidad. b) Arrojó del paraíso a nuestros primeros padres y sumergió a la hu¬ manidad en un mar de lágrimas, enfermedades, desolaciones y muertes. c) Mantendrá por toda la eternidad el fuego del infierno en castigo de los culpables a quienes la muerte sorprendió en pecado mortal. Es de fe. d) . Jesucristo, el Hijo muy amado, en el que tenía el Padre puestas sus complacencias (Mt 17,5), cuando quiso salir fiador por el hombre culpable, hubo de sufrir los terribles tormentos de su pasión, y, sobre todo, experimen¬ tar sobre sí mismo—en cuanto representante dé la humanidad pecadora— la indignación de la divina justicia, hasta el punto de hacerle exclamar en 4 Moradas primeras 11,1.2.4 y 5. _ 5 Cítra cortdígnum, dice Santo Tomás hablando incluso de los demonios y. condenados del infiemo (cf. Suppl. gq,2 ad 1). 286 P.UU Desarrollo normal de la vida cristiana medio de un incomprensible dolor: <« ¡Dios mío. Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mt 27,46), 2. a La razón de tbdo esto es porque el pecado, por razón de ía injuria contra el Dios de infinita majestad y de la distancia infinita que de El nos separa, encierra una malicia en cierto modo infinita .3. a El pecado mortal produce instantáneamente estos desastrosos efec¬ tos en el alma que lo comete: a) Pérdida de ía gracia santificante, de las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo, Supresión del influjo vital de Cristo, como el sarmiento separado de la vid, b) Pérdida de la presencia amorosa de la Santísima Trinidad en el alma. c) Pérdida de todos los méritos adquiridos en toda la vida pasada. dj Feísima mancha en el alma fmacula animae), que la deja tenebrosa y horrible. e) Esclavitud de Satanás, aumento de las malas inclinaciones, remordi¬ mientos de conciencia. f) Reato de pena eterna. El pecado mortal es el infierno en potencia. Es, pues, como un derrumbamiento instantáneo de nuestra vida sobre¬ natural, un verdadero suicidio del alma a la vida de la gracia. Con estas ideas bien pensadas y asimiladas, y, sobre todo, con la ayuda de Dios, que debe implorar humildemente en la oración, el alma irá adqui¬ riendo un horror cada vez más grande hacia el pecado mortal, hasta deci¬ dirse a romper definitivamente con él y quedar en disposición de morir antes que volverlo a cometer. # * Pero no basta simplemente esta decisión de la voluntad. El alma es muy débil todavía, y es preciso que se fortalezca con el empleo de los medios negativos y positivos para adquirir las fuerzas y energías que le faltan. Hay que aconsejarle que huya con grandísimo cuidado de toda clase de ocasiones peligrosas, frecuente los sacramentos, haga examen diario de conciencia para prevenir las sorpresas y evitar las caídas, tenga una tier¬ na devoción a María, procure estar siempre provechosamente ocupada (para combatir la ociosidad, madre de todos los vi¬ cios) y pida diariamente a Dios la gracia eficaz para no ofen¬ derle. De todas estas cosas tratamos ampliamente en otros lugares, y a ellos remitimos al lector que quiera más abundan¬ te información 6 7 . ARTICULO 2 El pecado venial Después del pecado mortal, nada hay que debamos evitar con más cui¬ dado que el pecado venial. Aunque sea mucho menos horroroso que el mortal, está situado todavía en la línea del mal moral, que es el mayor dé 6 «Peccatum contra Deum commísum quandam infinitatem habet ex infinítate divinae maiestati.w, dice expresamente Santo Tomás (III, 1,2 ad 2). 7 Gf. nuestro índice alfabético de materias. 287 L.l c.l. La lucha contra el pecado todos los males. Ante él palidecen y son como si no fueran todos cuantos males y desgracias de orden físico puedan caer sobre nosotros y aun sobre el universo entero. Ni la enfermedad ni la misma muerte se le pueden com¬ parar. Y la ganancia de todas las riquezas del mundo y el dominio natural de la creación entera no podrían compensar la pérdida sobrenatural que ocasiona en el alma un solo pecado venial. Es preciso, pues, tener ideas claras sobre su naturaleza, clases, malicia y lamentables consecuencias, con el fin de concebir un gran horror hacia él y poner en práctica todos los medios para evitarlo. 201. i. Naturaleza del pecado venial.— Es una de las cuestiones más difíciles que se pueden plantear en teología. Para nuestro propósito basta saber que, a diferencia del peca¬ do mortal, se trata de una simple desviación, no de una total aversión del último fin; es una enfermedad, no la muerte del alma 8 . El pecador que comete un pecado mortal es como el viajero que, pretendiendo ilegar a un punto determinado, se pone de pronto completamente de espaldas a él y empieza a caminar en sentido contrario. El que comete un pecado ve¬ nial, en cambio, se limita a hacer un rodeo o desviación del recto camino, pero sin perder la orientación fundamental ha¬ cia el punto adonde se encamina. 202. 2. División.—Se distinguen tres clases de pecados veniales: a) Por su propio género , o sea los que por su misma natura¬ leza: no: envuelven sino un leve desorden o desviación (v.gr., una pequeña mentira sin perjuicio para nadie). b) Por parvedad de materia, o sea aquellos pecados que de suyo están gravemente prohibidos, pero que po t la pequenez de la materia no envuelven sino un ligero desorden (v.gr., el robo de una pequeña moneda). c) Por la imperfección del acto, o sea cuando faltan la ple¬ na advertencia o el pleno consentimiento en materias que con ellos serían de suyo graves (v.gr., pensamientos obscenos se- miadvertidos o semideliberados). La simple multiplicación de los pecados veniales, de suyo no los hace cambiar de especie. Mil pecados veniales no equivaldrían jamás a un solo pecado mortal. Sin embargo, un pecado venial podría convertirse en mortal por varias capítulos: a) Por conciencia errónea o también seriamente dudosa acerca de ía ma- licia grave de una acción que se ejecuta temerariamente 9 . b) Por sufin gravemente malo (como el que injuria levemente, al pró¬ jimo con el fin de hacerle pronunciar una blasfemia). 8 r-íl.72,5. y Y a'sí, v.gr., el que creyera wrúneamenlc que una acción de suyo licita es un pecado mortal; peca mort.almente si la comete. Y lo mismo d que duda seriamente si lo será o no: es preciso que salga de la duda (v.gr., estudiando, preguntando a un sacerdote, etc.) antes de lanzarse temerariamente a la acción. 288 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana c) Por peligro próximo de caer en pecado mortal si comete el venial (como el que se deja llevar un poco de la ira sabiendo que suele acabar inju¬ riando gravemente al prójimo). d) Por escándalo grave que ocasionará verosímilmente (como un sacer¬ dote que por simple curiosidad entrara en plena fiesta en una sala de baile de mala fama). / e) Por desprecio formal de upaley que obliga levemente 10 . /) Por acumulaáónalejmateria que puede llegar a ser grave; v.gr., el que comete varios hurtos pequeños hasta llegar a materia grave: en el último comete pecado mortal (y ya en el primero si tenía intención de llegar poco a poco a la cantidad grave). 203* 3. Malicia del pecado venial. —Es cierto que hay un abismo entre el pecado mortal y el venial. La Iglesia tiene condenada la siguiente proposición de Bayo: «No hay ningún pecado por su propia naturaleza venial, sino que todo pecado merece pena eterna» V 1 . Con todo, el pecado venial constituye de suyo una verdadera ofensa contra Dios , una desobediencia vo¬ luntaria a sus leyes santísimas y una grandísima ingratitud a sus inmensos beneficios. Se nos pone delante, de un lado, la voluntad de Dios y su gloria, y de otro, nuestros gustos y ca¬ prichos, y jpreferimos voluntariamente. estos últimos! Es cier¬ to que no los preferiríamos si supiéramos que nos iban a apar¬ tar radicalmente de Dios v (y en esto se distingue el pecado ve¬ nial del mortal, que salta por encima de todo y se aparta por completo de Dios volviéndole la espalda); pero es indudable que la falta de respeto y de delicadeza para con Dios es de suyo grandísima aun en el pecado venial. Con razón escribe Santa Teresa: «Pecado muy'de advertencia, por chico que sea, Dios nos libre de él. iCuánto más que no hay poco, siendo contra una tan gran Majestad y viendo que nos está mirando! Que esto me parece a mí es pecado sobrepensado y como quien dice: Señor, aunque os pese, haré esto; ya veo que lo veis y sé que no lo queréis y lo entiendo; mas quiero más seguir mi antojo y apetito que no vuestra voluntad. Y que en cosa de esta suerte hay poco, a mí no me lo parece por leve que sea la culpa, sino mucho y muy mucho» 12 . Tan grave es, en efecto, la malicia dé un pecado venial en cuanto ofensa de Dios, que no debería cometerse aunque con él pudiéramos sacar todas las almas del purgatorio y aun ex¬ tinguir para siempre las llamas del infierno. Con todo, hay que distinguir entre los pecados veniales de pura fragilidad , cometidos por sorpresa o con poca advertencia y deliberación, y los ; que se cometen fríamente , dándose per- 10 El desprecio se llama formal si recae sobre la autoridad misma, material si sobre otro aspecto diverso, v.gr., sobre la cosa mandada, que parece de poca importancia, etc. En el primer caso hay siempre un grave desorden si se hace con toda advertencia y deliberación contra la autoridad misma en cuanto tal 11 Cf. Den?.. 1020. 12 Camino 41,3. 289 L.l c.í, La lucha contra el pecado fecta cuenta de que con ello se desagrada a Dios. Los primeros nunca los podremos evitar del todo i' 3 ; y .Dios, qué conoce muy. bien elbáfró. de que estamosHechos, sé ápiadá fácilmen¬ te de nosotros. Lo único que cabe; hacer con relación a esas faltas de pura fragilidad y flaqueza 1 es tratar áe -disminuir su número hasta donde sea posible y evitar él desaliento, que sería fatal para el adelanto en la perfección y qué supone siempre un fondo, de amor propio ; más o menos disimulado. . Escuche¬ mos sobre este punto a San Francisco de Sales: «Aunque es razón sentir disgusto.y pesar de haber cometido algunas.fal¬ tas, no ha de ser este, disgusto agrio, enfadoso,: picante y colérico; y asi es gran defecto el de aquellos que, en viéndose, encolerizados,; se impacientan de su impaciencia misma y se enfadan de su mismo enfado. Créeme; pilotea, que así como a un hijo, le hacen más fuerza las recon¬ venciones dulces y cbrdiales de su padre qué no sus iras y enfados, así tam¬ bién, si nosotros reprendemos a nuestro corazón cuando: comete alguna falta, con suaves y pacíficas reconvenciones, usando más de compasión que de enojo y animándole a fa enmienda, conseguiremos que conciba un arrepen¬ timiento mucho más profundo y penetrante que el que pudiera concebir entre el resentimiento, ia ira y la turbación,.,. ¡i,, Cuando cayere,, pues, tu corazón, levántale suavemente, humillándote mucho en la presencia de Dios con eí conocimiento de tu miseria, sin admi¬ rarte de tu caída; pues ¿qué extraño es que la enfermedad sea enferma, y la flaqueza flaca, y.la miseria miserable? Pero, sin embargo, detesta de todo corazón la ofensa que has hecho a Dios y, llena de ánimo y de confianza en su misericordia, vuelve a emprender el ejercicio dé aquella virtud que has abandonado» l4 . Haciéndolo así, reaccionando prontamente contra esas fal¬ tas de fragilidad con un arrepentimiento, profundo, pero lleno de mansedumbre, de humildad y confianza en la misericordia del Señor, apenas dejan huella en el alma y no representan un obstáculo serio 5 en el camino de nuestra santificación. Pero cuando los pecados veniales se cometen fríamente, dán¬ dose perfecta cuenta, con plena advertencia :y deliberación, re¬ presentan ún obstáculo insuperable para el perfeccionamiento del alma, Imposible dar un paso firme én.el camino de la san¬ tidad. Esos pecados cometidos córi tanta indelicadeza y desen¬ fadó contristan . al Espíritu Santo, . como dice San Pablo (Eph 4, 30), y ¡paralizan, por completo su actuación santificadora en eí alma.: Escuchemos al P. Lallemant: «Un¡o se pasma al ver tantos religiosos que, después de haber vivido cuarenta y cincuenta años en gracia, diciendo misa todos los días y practi¬ cando. todos los santos ejercicios de la vida religiosa y, por consiguiente, po¬ seyendo todos los dones dél Espíritu Santo en un gradó físico muy elevado 13 Se necesitaría para ello un privilegio especial de Dios, como el que recibió la Santí¬ sima Virgen María. Está definido por el concilio de Trento (cf. Denz. 833). 14 Vida devota p.3.* c.9 «De la mansedumbre con nosotros mismos». =. 290 P.llL . Desarrollo, normal de la vida cristiana y correspondiente a esta , suerte de perfección de la gracia que los teólogos llaman gradual , o,de acrecentamiento físico; uno. se pasma,. digo,.al ver que estos religiosos nada de los dones del Espíritu Santo dan a conocer en sus actos y ¿n su conducta; al ver que su vida es completamente natural; que, cuando se Ies reprende o se les disgusta, muestran su resentimiento; que ma¬ nifiestan tanta solicitud, por las alabanzas, por la estima y el aplauso, del mundo, se deleitan en ello, aman y buscan sus comodidades y todo lo que halaga el amor propio. No hay por 'qué' 1 pasmarse; los pecados veniales que cometen continúa- mente tienen como atados los dones del Espíritu Santo; no es maravilla que no se vean en ellos los efectos. Es verdad que estos dones crecen, juntamente con la caridad habitualmente y en su ser físico, mas no actualmente y en la perfección que responde al fervor de la caridad y que aumenta en nosotros el mérito, porque los pecados veniales, oponiéndose al fervor de la caridad, impiden la operación de los dones del Espíritu Santo. Si estos religiosos procuraran la pureza del corazón, el fervor de la ca^ ridad crecería en ellos más y más y ios dones del Espíritu Santo brillarían en toda su conducta; pero jamás se les verá aparecer mucho, viviendo como viven sin recogimiento, sin atención a su interior, dejándose llevar y arrasa trar de sus inclinaciones, no evitando sino los pecados más graves y descui¬ dando las cosas pequeñas» f 5 » . " Nos ayudará todavía a comprender la malicia del pecado venial deliberado la consideración de los lamentables efectos que trae consigo en esta vida y en la otra. , 204. 4. Efectos del pecado venial deliberado 16 — En esta vida.~Cu 3 .tro son—en- esta vida—las principales con¬ secuencias del pecado venial cometido con frecuencia y deli¬ beradamente: 1. a Nos priva dé muchas gfacias actuales que el Espíritu Santo tenía vinculadas a nuestra exactitud y fidelidad, destruidas por el pecado venial voluntario. Esta privación determinará unas veces la caída en una tentación que hubiéramos evitado con esa gracia actual de que hemos sido privados; otras, la negación dé un nuevo avance en la vida espiritual; siempre, una dis¬ minución .del grado dé gloria etérna que hubiéramos podido alcanzar con la resistencia a aquella tentación o con aquel crecimiento espiritual. /Sólo a la luz de la eternidad—cuando ya no haya remedio—-nos daremos, cuenta de qiie se trataba de un tesoro infinitamente superior al mundo entero. ¡Y lo perdimos alegremente por el antojo y capricho de cometer ún pecado venial! 2. a Dismiitote el fervor de la caridad y la generosidad en el servi¬ cio dé Dios. Este fervor y generosidad supone un sincero deseo de la per¬ fección y un esfuerzo constante hacia ella, cosas del todo incompatibles con el pecado venial voluntario, que significa una renuncia al ideal de supera¬ ción y una parada voluntaria en la lucha empeñada para ello. 3. a Aumenta las; dificultades para el ejercicio dé la virtud, —Es una resultante de las dos consecuencias anteriores. Privados de muchas gra¬ cias actuales que necesitaríamos para mantenemos en el camino del bien y disminuido nuestro fervor y generosidad en el servicio de Dios, el alma se va 15 P. Lalxemant, Leí doctrine spirituelle príncipe c .3 a.' 3 * >16 Cf. Tanquerey/ TeQbgia..ascélica.n.‘72g-3S' 291 L.í c.l. La lucha contra el pecado debilitando poco a poco y perdiendo cada vez más energías. La virtud apare¬ ce más difícil, la cuesta que conduce a la cima resulta cada vez más escar¬ pada, la experiencia de los pasados fracasos—de los qué tínicamente ella tiene la culpa—descorazona al alma y, a poco qué él mundo ¿traiga con sus se¬ ducciones y el demonio intensifique sus asaltos, lo echa todo a rodar y aban¬ dona el camino de la perfección y acaso se entrega sin resistencia al pecado. De donde: 4. a Predispone para el pecado mortal. —Es afirmación clara del Es¬ píritu Santo que «el que desprecia do pequeño,, poco a poco se precipitará» (Eccli 19,1). La experiencia confirma plenamente eT oráculo divino. Rara vez sé produce la caída vertical de un alma llena de vida y pujanza sobre¬ naturales, por violento que sea el ataque de sus enemigos. Casi siempre, las. caídas que dejan al alma maltrecha junto al polvo del camino se han ido pre¬ parando poco a poco. El alma ha ido cediendo terreno al enemigo, ha ido perdiendo fuerzas con sus imprudencias voluntarias en cosas que estimaba de poca monta, han ido disminuyéndose las luces e inspiraciones divinas, se han desmoronado poco á'poco las defensas que guardaban-la fortaleza de nuestra alma, y llega un momento en que el enemigo, con un furioso asalto, se apodera de la plaza. En la otra vida. —El pecado venial tiene, además, una la¬ mentable repercusión en el purgatorio y en el cielo. i.° En el purgatorio. —La única razón de ser de las penas del purga¬ torio es el castigo y la purificación del alma, Todo pecado, ‘además de la culpa, lleva Consigo un reato de pena, qúe hay que satisfacer en esta vida o en la; otra. El reato de peña procedente de los pecados mortales ya perdo¬ nados en cuanto a la culpa y el de los veniales perdonados o no en esta vida: fie ahí el combustible que alimenta el fuego del purgatorio. «Todo se paga», ■decía Napoleón en Santa Elena; y en ninguna cosa se cumple mejor ésta, sen¬ tencia qüe en lo relativo al pecado. Dios no puede renunciar a su justicia, y el alma tendrá que pagar hasta él último céntimo antes de ser admitida al goce beatífico. Y las penas que en el purgatorio tendrá que sufrir por esas faltas , que ahora tan ligeramente comete calificándolas de «bagatelas», de «escrúpulos» y de. peccata minuta exceden a las mayores que en este mundo se pueden sufrir. Lo dice expresamente Santo Tomás l7 , y sus razones que¬ dan plenamente confirmadas si tenemos en cuenta que las penas de esta vida, por terribles que sean, son de tipo puramente natural , mientras que las del purgatorio pertenecen al orden sobrenatural de la gracia y la gloria; hay un abismo entre ambos órdenes, y tiene que haberlo, por consiguiente, entre las penas correspondientes. 2. 0 En el cielo.— Los aumentos de gracia santificante de que el alma quedó, privada en este vida por la substracción de tantas gracias actuales en castigo de sus pecados veniales, tendrán una repercusión eterna. El alma tendrá en el cielo una gloria menor de la que hubiera podido alcanzar con un poco rriás de cuidado y fidelidad a la gracia y, lo que es infinitamente más lamentable todavía, glorificará menos a Dios por toda la eternidad. El grado de gloria propio y dé glorificación divina está en relación directa con el grado de gracia conseguido en esta vida. jPérdida irreparable, que constituiría un verdadero tormento para los bienaventurados si fueran capaces de sufrir! 17 «En el purgatorio hay dos ctoses de penas: una de daño, que consiste en retardarles la hora de la divina visión; y otra de sentido, que consiste en el tormento del fuego corporal Y una y otra son tan grandes, que la más pequeña pena del purgatorio excede a la mayor de este mundo* (SuppL a la Sama, cuestión de purgatorio a.3). . 292 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana 205, 5. Medios de combatir el pecado venial.— Ante todo es menester concebir un grán horror hacia él. No daremos un solo paso firme y serio en el caminó de nuestra santificación hasta que lo consigamos plenamente. Para ello nos ayudará mucho considerar despacio las razones que aca¬ bamos de exponer sobre su malicia y fatales consecuencias. Hemos de volver a la carga una y otra vez en la lucha contra el pecado venial, sin abandonarla un instante con el pretexto de «tomar aliento». En realidad, con esas paradillas y vacacio¬ nes en la vida de fervor y de vigilancia continua,, quien «toma aliento» es el pecado, azuzado por nuestra indolencia y cobar¬ día. Hay que ser muy fieles al examen de conciencia, . general y particular; hemos de incrementar nuéstro espíritu, de sacrificio y de oración; hemos de guardar el recogimiento exterior e inte¬ rior én la medida máxima que nos permitan las obligaciones del propio estado; hemos de recordar, en fin, el ejemplo de los santos, que se hubieran dejado matar antes que cometer un solo, pecado venial : deliberado. Guando logremos arraigar en nuestra alma esta disposición de un modo permanente y ha¬ bitual; cuando estemos dispuestos, con prontitud y facilidad, a practicar cualquier sacrificio que sea necesario para evitar un pecado venial deliberado por mínimo que parezca, habremos llegado al segundo grado negativo de la piedad, que consiste en la fuga del pecado venial. No es empresa fácil. Si el primer gradó-fuga absoluta del pecado mortal—cuesta ya tantas lu¬ chas, ¿qué decir de la fuga absoluta del pecado venial? Pero por difícil que sea, es perfectamente posible irse acercando a ese ideal con la lucha constante y la humilde oración hasta conseguirlo en la misma medida éri que lo consiguieron los santos 18 . ARTICULO 3 La IMPERFECCIÓN 206. El tercer grado de perfección, en el aspecto negativo de la palabra, es la ausencia de imperfecciones voluntarias . • Aunque es cuestión vivamente discutida entre, los teólogos, creemos que la imperfección, aun voluntaria,, es. distinta del pecado venial 19 . Un acto en sí bueno no deja de estar en la línea del bien aunque hubiera podido ser mejor. El pecado ve¬ nial, en cambio, está en la línea del mal, por mínimo que sea. Hay un verdadero abismo entre ambas líneas. En teoría, pues, 18 Cf. Tissút, La vida interior simplificada p.i.® i. 3 c.i. 19 Cf, n.159, donde explicamos las rabones que tenemos para pensar asi. ■■ ■. L.l c.l. La lucha contra el pecado 293 la distinción entre pecado venial e imperfección nos parece 'muy clara. Sin embargo, en la práctica, la imperfección plenamente voluntaria trae consecuencias muy funestas en la vida espiri¬ tual y es de suyo suficiente para impedir el vuelo de un alma hacia la santidad. Escuchemos a San Juan de la Cruz, que es acaso quién con más claridad y precisión ha hablado de las imperfecciones. Por de pronto, el Santo distingue muy bien entre pecado venial e imperfección; para él son dos cosas perfectamente dis¬ tintas. He aquí sus palabras con todo su contexto: «Pero todos los demás apetitos voluntarios , ahora sean de pecado mortal , que son los más graves; ahora de pecado venial , que son menos graves; ahora sean solamente de.imperfecciones f que son ios menores, todos se han de vaciar y de todos ha el alma de carecer para venir a esta total unión por mínimos que sean. Y la razón es porque el estado de esta divina unión consiste en tener el alma, según la voluntad , con total transformación en la voluntad de Dios, de manera que no haya en ella cosa contraria a la voluntad de Dios, sino que en todo y por todo su movimiento sea voluntad solamente de Dios» 20. El Santo acaba de apuntar la razón fundamental por la que es preciso renunciar en absoluto a las imperfecciones volun¬ tarias. Y a continuación expone con más amplitud su pensa¬ miento en la siguiente forma: «Pues si esta alma quisiese alguna imperfección que no quiere Dios, no estaría hecha una voluntad de Dios, pues el alma tenía voluntad de lo que no la tenía Dios. Luego claro está que para venir el alma a unirse con Dios perfectamente por amor y voluntad ha de carecer primero de todo apetito de voluntad por mínima que sea. Esto es, que advertidamente y conocida¬ mente no consienta con la voluntad en imperfección y venga a tener poder y libertad para poderlo hacer en advirtiendo» (íbid n.3). Como se ve, el Santo subraya con fuerza la voluntariedad de esas imperfecciones para distinguirlas de las de pura fra¬ gilidad e inadvertencia, que es imposible evitar del todo. Siga¬ mos escuchándole: «Y digo conocidamente porque sin advertirlo y conocerlo,; o sin ser en su mano, bien caerá en imperfecciones y pecados veniales y en los apetitos naturales que habernos dicho; porque de estos tales pecados no tan volunta¬ rios y subrepticios está escrito que el justo caerá siete veces en el día y se levan¬ tará (Prov 24,16). Mas los apetitos voluntarios, que son pecados veniales de advertencia, aunque sean de mínimas cosas, como he dicho, basta uno que no se venza para impedir» (ibid. t n.3). Claro que es preciso distinguir entre 'algún acto aislado, aunque sea voluntario, y el hábito arraigado de voluntaria im- 2 <> Sub¿<áa 1,11,2. 294 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana perfección. Este último es el que impide la perfecta unión con Dios. Lo dice expresamente el Santo: «Digo no mortificando el tal /i<íbilo, porque algunos ¿icios, a veces, de diferentes apetitos aún no hacen tanto cuando los hábitos están mortificados. Aunque también éstos ha de venir a no los haber, porque también proceden de hábito de. imperfección. Pero algunos hábitos de voluntarias imperfeccio¬ nes en que nunca acaban de vencerse, éstos no solamente impiden la divina unión, pero el ir adelante en la perfección» (Ibid. r n.3). Y a continuación, por vía de ejemplo, señala algunas de estas imperfecciones voluntarias: «Estas imperfecciones habituales son: como una común costumbre de hablar mucho, un asimientillo a alguna cosa que nunca acaba de querer vencer, así como a persona, a vestido, a libro, celda, tal manera de comida y otras conversacioncillas y gustillos en querer gustar de las cosas, saber y oír y otras semejantes» (Ibid>, n.4). Y vuelve otra vez a la carga para ponderar los daños que esos hábitos de imperfecciones voluntarias causan al alma, em¬ pleando el bello símil del ave atada a un hilo que la impide le- vantar el vuelo: «Cualquiera de estas imperfecciones en que tenga el alma asimiento y hábito es tanto daño para poder crecer e ir adelante en la virtud, que, si cayese cada día en otras muchas imperfecciones y pecados veniales sueltos que no proceden de ordinaria costumbre, de alguna mala propiedad ordina¬ ria, no le impedirán tanto cuanto el tener el alma asimiento a alguna cosa. Porque en tanto que le tuviere, excusado es que pueda ir el alma adelante en perfección aunque la imperfección sea muy mínima. Porque eso me da que una ave esté asida a un hilo delgado que a un grueso; porque, aunque sea delgado, tan asida se estará a él como al grueso en tanto que no le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar; pero por fácil que es, si no le quiebra, no volará. Y así es el alma que tiene asimiento en alguna cosa, que, aunque más virtud tenga, no llegará a la libertad de la divina unión» (Ibid., n.4). Esta magnífica doctrina del sublime místico fontivereño encuentra su mejor confirmación en la doctrina tomista del crecimiento de los hábitos. Según Santo Tomás 21 ,.la caridad y todos los demás hábitos infusos no crecen más que por un acto más intenso que el hábito que actualmente se posee 22 . Ahora bien: la imperfección es, por su propia naturaleza, un acto remiso, o sea, la negáción. voluntaria del acío más intenso. Imposible, pues, dar un paso en la perfección si,no se renuncia a las imperfecciones voluntarias. 21 Cf. n.285,12. a y 361, donde explicamos largamente esta doctrina, 22 Esa mayor intensidad obedece al empuje de una gracia actual también más intensa que el hábito; de lo contrario, sería imposible (nadie da lo que no tiene). De donde se deduce la importancia decisiva de la oración, ánico procedimiento que tenemos a nuestro alcance para impetrar esas gracias actuales, que, como ya explicamos en su lugar, escapan al mérito propiamente dicho (cf. 0.285,14.®). 295 L.J c.l. Í^í lucha contra el pecado Y ésta es la causa de que en la práctica se frustren tantas santidades en potencia y escaseen tanto los verdaderos santos. Son legión las almas que viven habitualmente en gracia de Dios, que jamás caen en pecados mortales y se esfuerzan in¬ cluso en evitar los veniales. Y, sin embargo, se las ve paraliza¬ das en la vida espiritual; pasan los años y continúan igual o acaso con mayores imperfecciones cada vez. ¿Qué es lo que ocurre para explicar este fenómeno? Sencillamente, que no se han preocupado de desarraigar sus imperfecciones voluntarias; no han tratado de quebrar «el hilo delgado» que las tiene suje¬ tas a la tierra, y por eso no pueden levantar el vuelo hacia las alturas. ¡Con qué acento de compasión y de tristeza lo lamen¬ ta San Juan de la Cruz!: «Y así, es lástima ver algunas almas, como unas ricas naos cargadas de riquezas, y obras, y ejercicios espirituales, y virtudes, y mercedes que Dios las hace, y por no tener ánimo para acabar con algún gustillo, o asimiento, o afición—que todo es uno—, nunca van adelante ni llegan al puerto de la perfección, que no estaba en más que dar un buen vuelo y acabar de quebrar aquel hilo de asimiento o quitar aquella pegada rémora del apetito. Harto es de dolerse que haya Dios hécholes quebrar otros cordeles más gruesos de aficiones de pecados y vanidades, y por no desasirse de una niñe¬ ría que. les dijo Dios que venciesen por amor de El, que no es más que un hilo y que un pelo, dejen de ir a tanto bien, Y lo que peor es, que no solamente no van adelante, sino que por aquel asimiento vuelven atrás, perdiendo lo que en tanto tiempo con tanto trabajo han caminado y ganado 23 ; porque ya se sabe que en este camino el no ir adelante es volver atrás y el no ir ga¬ nando es ir perdiendo. Que eso quiso Nuestro Señor darnos a entender cuando dijo: «El que no es conmigo, es contra mí, y el que conmigo no allega, derrama» (Mt 12,30). El que no tiene cuidado de remediar el vaso, por un pequeño resquicio que tenga, basta para que se venga a derramar todo el licor que está dentro. Porque el Eclesiástico nos lo enseñó bien di- 23 Estás palabras del santo Doctor necesitan explicación. Como es sabido, los méritos contraídos ante Dios nunca disminuyen por muchos pecados veniales que se cometan. Mien¬ tras no venga el pecado mortal a destruir totalmente la vida de la grada, los méritos adqui¬ ridos permanecen íntegros delante de Dios, lo mismo que el grado habitual de los hábitos infusos. Lo dice expresamente Santo Tomás con relación a la caridad (cf. 11-11,24,10: *Utrum caritas possit diminuí*). La razón es porque, como explica el Angélico Doctor, «la conser¬ vación de una cosa, cualquiera depende de su cansa. Ahora bien: la causa de las virtudes adquiridas son los actos humanos; de donde, si esos actos humanos cesan, la$ virtudes ad¬ quiridas disminuyen y pueden, finalmente, desaparecer del todo. Pero esto no tiene lugar con relación a la caridad, porque la caridad, como virtud infusa, no ha sido causada por los actos humanos, sino únicamente por Dios. De donde se sigue que, aun cesando los actos, no disminuye ni se corrompe, con tal de que no haya pecado en la misma cesación*. Y a continuación, explica Santo Tomás cóma efectivamente el pecado venial no hace disminuir el hábito de la caridad—ni, por consiguiente, el de las demás virtudes infusas—ni efectiva ni meritoriamente. Luego con mayor motivo hay que decir que no las hacen disminuir las simples imperfecciones. Sin embargo, rectamente entendido, es verdad lo que dice San Juan de la Cruz. Porque —como él. mismo explica a continuación en. el mismo texto que estamos citando—una im¬ perfección cometida voluntariamente casi nunca va sola; arrastra consigo otras muchas, que van enflaqueciendo y debilitando Jas fuerzas del alma (aunque continúen íntegros los hábitos infusos y méritos contraídos ante Dios) y la predisponen cada vez más a caer en pecados veniales y, finalmente, en el mortal, que derrumbaría toda su vida sobrenatural. En esté sentido concede también Santo Tomás—al final del artículo^ citado—que el pecado venial—y no hay inconveniente en decir que también las imperfecciones voluntarias, aun¬ que más remotamente—disminuyen indirectamente la caridad, en cuanto que la predisponen a su corrupción o desaparición por el pecado mortal. 296 P.Ill, Desarrollo normal de la. inda cristiana riendo: «El que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco irá cayendo». Porque, como él mismo dice (11,34), i 4 - 2 s; 2 Cor 12,7-10. 326 P.UI. Desarrollo normal de la vida cristiana tos límites el apetito instintivo, éste puede conducir fácilmen¬ te a la ruina del individuo y de la especie. He aquí cómo des¬ cribe Bossuet estos dos excesos que son la vergüenza del hombre: «El placer de la comida les cautiva; en lugar de comer para vivir, pa¬ recen —como dice un antiguo y después de él San Agustín— no vivir : Lucha contra la propia- carne gica está expuesta a sucumbir con facilidad, sometida imprudentemente a la dura prueba de una ocasión sugestiva. San Agustín escribió a este propósito una página dramática relativa a su amigo Alipio 11 , No valen propósitos enér¬ gicos ni determinaciones. inquebrantables: todo se hunde ante la fuerza, te¬ rriblemente fascinadora dé una ocasión. Los sentidos se excitan,, se enciende la fantasía, aumenta fuertemente la pasión, se pierde el control de sí mismo y sobreviene fatalmente la caída. \ Sobre todo hay que ejercer una vigilancia extremada sobre el sentido de la vista, Recuérdese la profunda, sabiduría encerrada en el adagio popu¬ lar «ojos que no ven, corazón que. no siente?. Temperamentos hay que se mantienen fácilmente en la línea del bien cuando sus ojos no encuentran nada en qué tropezar, pero sucumben con increíble facilidad ante una ima¬ gen sugestiva que se pone delante de sus ojos. Estos tales han de huir como de la peste .de todo cuanto pueda impresionar el sentido de la vista. De lo contrario, la caída es casi completamente segura.. Hasta aquí. hemos, señalado algunos medios de tipo pura¬ mente natural. Más importantes y eficaces son los que nacen de la fe. He aquí los principales: 5. 0 Considerar la dignidad del cristiano.—E l hombre por su natu¬ raleza racional está mil veces por encima del mundo de los animales. ¿Y ha¬ bría de dejarse llevar por la vergonzosa sensualidad, que le es enteramente común con las bestias, con mengua y menoscabo de su dignidad humana? Pero mil veces por encima de su dignidad humana, puramente natural/ está su dignidad cristiana, estrictamente sobrenatural. Por la gracia, en efecto, el hombre es elevado, de alguna manera, al rango de la divinidad. Ha reci¬ bido una participación misteriosa, pero realísima, de la naturaleza misma de Dios, que le hace verdaderamente hijo suyo por una especie de adopción intrínseca, que en nada se parece a las adopciones humanas, que son pura¬ mente; extrínsecas y que se fundan en un título jurídico que no pone real¬ mente nada en el alma del adoptado. En la adopción divina de la gracia, en cambio, puede decirse que por las venas del cristiano corre la sangre misma de Dios. Mientras permanezca en ese estado es heredero del cielo por de¬ recho propio: «si filíi, et heredes» (Rom 8,17). Su dignidad es tan alta, que rebasa inconmensurablemente a la de la creación entera, incluyendo a la misma naturaleza angélica en cuanto tal * 2 . Por'eso, Santo Tomás de Aquino afirma sin vacilar que el bien sobrenatural de un solo individuo procedente de la gracia santificante está por encima y vale más que el bien natural de todo el universo 13 . Ahora bien: ¿será posible que un cristiano que crea y piense seriamente estas cosas se deje arrastrar por las pasiones viles, que le arrebatarían de un golpe su divina grandeza y le rebajarían al nivel de los brutos animales ? San Pablo no encontraba otro argumento de mayor fuerza que éste para apartar a los primeros cristianos de los desórdenes de la carne en cualquiera de sus manifestaciones: «¿Ño sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Y voy a tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una meretriz?... ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espí¬ ritu Santo que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis? Habéis sido comprados a gran precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Cor 6,15-20), 11 Cf. Confesiones 1.6 c.8. . 12 O sea, prescindiendo de la gracia santificante, que han recibido también los ángeles, y considerando su naturaleza angélica únicamente como tal naturaleza. 13 íBonum gratiae unius, maius est quam bonum naturae totius Universi* 13,9 ad 2). 330 P.I1I. Desarrollo normal de la vida cristiana 6 .° Considerar el castigo del pecado. —Pero si la nobleza de estos motivos tan sublimes fuera demasiado exquisita para impresionar a inte- ligencias envilecidas por el pecado, bueno será ayudarse dé otros motivos inferiores. Entre ellos ocupa el primer lugar la consideración de los castigos que aguardan a la gula y la lujuria en el purgatorio o en el infierno eterno* La Sagrada Escritura nos ofrece abundantes ejemplos. El salmista pide a Dios que el temor de sus juicios penetre en su carne a fin de permanecer fiel a sus mandamientos 14 ; San Pablo castigaba su cuerpo y lo reducía a servidumbre, no fuera a condenarse él después de haber predicado a los de¬ más 15 , etc. Contra el ímpetu pasional de la carne en busca del placer, nada más oportuno que el recuerdo de los espantosos tormentos que le aguardan a ella misma en el infierno eterno o a su pobre alma en un terrible y pro¬ longado purgatorio. Porque es preciso recordar que, aun en el supuesto de que se levante el hombre de su culpa y obtenga la remisión de su pecado —cosa muy insegura y que puede fallar muy fácilmente—, todavía le queda un reato de pena temporal, que tendrá que expiar en esta vida con una dura penitencia o en la otra con las penas terribles de i purgatorio. En cualquiera de los dos casos, el dolor que tendrá que soportar excede con mucho al bre- vísimo placer que se proporcionó pecando. Aun desde este solo punto de vista, el pecador realiza un mal negocio: sale francamente perdiendo. y.° El recuerdo de la pasión de Cristo.-—Los motivos inspirados en el amor y la gratitud son mucho más nobles y elevados que los que tienen por origen el temor. Jesucristo fue clavado en la cruz a causa de nuestros pecados. El pecador consciente de ello, en cuanto está de su parte, vuelve a crucificar a Jesucristo, renovando la causa de su muerte. La más elemental gratitud y delicadeza para con su piadosísimo Redentor debe detenerle ante el pecado. Aun en el supuesto de que nada tuvieran que ver nuestros peca¬ dos con sus dolores redentores, la consideración de un Jefe coronado de espinas debería avergonzarnos de andar buscando nuestros deleites y regalos, como dice hermosamente San Bernardo 16 . El apóstol San Pablo insiste en este argumento y hace de ía mortificación de la carne ia prueba decisiva de pertenecer realmente a Cristo 17 . Y San Pedro nos recuerda que, puésto que Cristo padeció en la carne, es preciso romper con el pecado 8 .° : La oración humilde y perseverante. —Sin la gracia de. Dios es imposible el triunfo completo sobre nuestra propia concupiscencia; y esa gracia de Dios está prometida infaliblemente a la oración revestida de las debidas condiciones. Consta todo ello en la Sagrada Escritura. El autor del libro de la Sabi¬ duría reconoce abiertamente que no puede permanecer continente sin la ayuda de Dios que implora con humildad * 9 . £1 Eclesiástico implora ser preservado de la concupiscencia y de los deseos lascivos 20. San Pablo pide tres veces al Señor que le libre del aguijón de la carne, y el Señor le responde que le basta su gracia, que en la flaqueza llega al colmo de su poder 21 . Ello 14 Ps 118,120: eConfige timore tuo carnes meas; a iudiciis enim tuís timui*. 15 1 Cor 9,27: ^Castigo corpus meum et in servitutem redigo, ne forte cum aliis praedi- caverim, ipse reprobas efficiar». 16 ¡n fcsto omnivm Sanctorum serin.5 n.9 (ML 183,480): «Pudeat sub spinato capite, membrum fieri delicatum». 17 Gat 5,24; «Qui auteiri sunt Christi, carnero suam crucifixerunt cum vitiís et concu- piscenñis». 18 l Petr 4,1: «Christo igitur passo in carne, et vos eadem cogitatione armamini, quia qui passus est in carne, desiit a peccatis». I ^ Sap 8,21: «Et ut scivi quoniam aliter non possem esse continens, nisi Deus det; ... adii Dominum, et deprecatus sum illum». 20 Eccli 23,6: «Aufer a me ventrís concupiscentias, et concubitus concupiscentiac ne apprehendant me, et animae irreverenti et infrunitae ne tradas me». II 2 Cor 12,7-8. 331 LA cÁ, Lucha contra la propia carne equivale a decirle que recurra a ía oración, fuente ordinaria de la gracia. En cuanto a la eficacia infalible de la oración revestida de las debidas con¬ diciones, quedará ampliamente demostrada en su lugar correspondiente 22 . 9. 0 La devoción entrañable a María.— La inmaculada, la toda pura, la Reina de los ángeles, es también la mediadora de todas las gracias y la abogada y refugio de pecadores. Una devoción tierna y profunda a nuestra Madre del cielo y su invocación confiada y ardiente a la hora del peligro es garantía infalible de victoria. San Alfonso María de Ligoría solía preguntar a las almas que dudaban si habían consentido o no en la tentación: «¿Invo¬ caste a María?» La respuesta afirmativa era para el Santo prueba decisiva de haber salido victorioso. 10.P La frecuencia de los sacramentos.— Es el remedio más seguro y eficaz contra toda clase de pecados, sobre todo contra los asaltos de la con¬ cupiscencia. La confesión no solamente borra nuestros pecados pasados, sino que nos da fuerzas y energías para preservarnos de los futuros. El alma que se sienta esclavizada por los vicios de la carne ha dé acudir en ; primer término á esta fuente de purificación, regulando la frecuencia de sus confesiones según fas fuerzas que necesite para no caer , no para levantarse de la culpa después de la caída. El procedimiento de esperar la caída para levantarse de ella én el sacramento de la penitencia es completamente equivocado, porque de esa forma no se llega nunca a la extirpación del hábito vicioso, antes, al con¬ trario, se ya arraigando cada vez más fuertemente por la repetición de actos. Es preciso prevenir las caídas, acercándose al sacramento de la penitencia cuando nota el alma que va. debilitándose y perdiendo fuerzas a fin de vol¬ ver a recobrarlas, evitando con ello la caída que ya se aproximaba. Si para lograr este resultado es preciso al principio confesarse dos o tres veces por semana, no se debe vacilar un momento en practicarlo así; Toda clase de diligencias son pocas para librarse de semejante esclavitud y empezar a res¬ pirar a pleno pulmón el aire puro de la gloriosa libertad que corresponde a un hijo de Dios, Ayudará mucho también tener un confesor Jijo , al que se le descubra el alma por entero y del que se acepten la ayuda y los consejos. El tener que dar cuenta de su alma siempre a un mismo y determinado confesor ata mucho los vuelos de la imaginación y representa un freno no despreciable contra el ímpetu de las propias pasiones. La sagrada comunión tiene eficacia soberana contra las concupiscencias de La carne. En ella recibimos real y verdaderamente al Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo. Su alma santísima transfunde sobre la nuestra las gracias de fortaleza y resistencia contra el poder de las pasionés. Su carne purísima se pone en contacto con la nuestra pecadora y la espiritua¬ liza y diviniza. No en vano ha sido llamada la Eucaristía pan de los ángeles y vino que engendra vírgenes. Los jóvenes, sobre todo, necesitan de este divino remedio para contrarrestar el ardor de .sus pasiones juveniles. La ex¬ periencia en la dirección de las almas muestra claramente que no hay nada tan poderoso y eficaz para mantener a un joven en la templanza y castidad como la comunión frecuente y diaria. 22 Cf. n. 287 . 332 P.ílL Desarrollo normal de la vida cristiana ARTICULO 2 El horror al sufrimiento 228. Ribet, L*ascétique chrétierme c.42; Zacchi, O.P., II problema dél cíolore; Tanque- rey. La divinización del sufrimiento ; Garrigou-Lagrange, L’amour de Dieuet la croix de Jésus. 22Q+ Es el segundo aspecto de la lucha contra nuestra propia carne. El primero—su ansia insaciable de gozar—era un obstáculo grandísimo contra nuestra salvación eterna. Este segundo no se opone tan inmediatamente a ella, pero representa, sin embargo, el mayor y más terrible impedimento contra nuestra propia santificación. La inmensa mayoría dé las almas que se van quedando en el camino dejan de llegar a la cumbre por no haber logrado dominar el horror al sufrimiento que experimenta su carne flaca. Solamente el que se decide a afrontar con energía inquebrantable el .sufri¬ miento y la muerte prematura, si es preciso, logrará alcanzar las supremas alturas de la santidad. Hay que tomar aquella «muy determinada determi¬ nación» de que habla Santa Teresa como condición absolutamente indispen¬ sable para llegar a la perfección *. Quien no tenga ánimo para esto, ya puede renunciar a la santidad; no llegará jamás a ella. Es, pues, de la mayor importancia examinar este punto con la amplitud que el caso requiere. San Juan de la Cruz concede al amor al sufrimiento una importancia excepcional en el proceso de la propia santificación, ,23o. i. Necesidad del sufrimiento.—■ Ante todo es me¬ nester tener ideas claras sobre la absoluta necesidad del sufri¬ miento, tanto para reparar el pecado como, sobre todo, para la santificación del alma. Examinemos estos aspectos por se¬ parado. a) Para reparar el pecado —El argumento para demos¬ trarlo es muy sencillo. La balanza de la divina justiciá,. des¬ equilibrada por el pecado original y restablecida a su fiel por la sangre de Cristo, cuyo valor se nos aplicó en el bautismo, quedó nuevamente desequilibrada por él pecado posterior. Ese pecado puso en uno de los platillos de la balanza el peso de un placer—todo pecado lo lleva consigo, y eso es precisamente lo que busca el pecador al cometerlo—, que determinó el desequilibrio. Se impone, pues, por la misma naturaleza de las cosas, que el equilibrio se restablezca por el peso de un dolor depositado en el otro platillo de la balanza. Es cierto que la principal reparación la realizó Jesucristo con su dolorosísima pasión y muerte, cuyo precio infinito se nos aplica por los sa¬ cramentos; pero también lo es que el cristiano, como miembro de Cristo, no puede desentenderse de la reparación ofrecida por su divina Cabeza. Falta algo a la pasión de Cristo—se atre- 1 Santa Teresa, Camino 21,2: «Digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo*. 333 L.í c.4* Lucha contra la propia carne ve a decir San Pablo (Col 1,24)—, que deben ponerlo sus miembros cooperando con Cristo a su propia redención, De hecho, la absolución sacramental no nos quita de encima todo el reato de pena debida por el pecado—a menos de una con¬ trición intensísima, que rara vez se da— 2 , y es preciso pagar en esta o en la otra vida hasta el último maravedí (Mt 5,26). b) Para la santificación del alma.— La santificación, como vimos en la primera parte de esta obra consiste en un proceso cada vez más intenso de incorporación a Cristo. Se trata de una verdadera cristificación , a la que debe llegar todo cristiano so pena de no alcanzar la santidad. El santo es, en fin de cuentas, una fiel reproducción de Cristo, otro Cristo, con todas sus consecuencias. Ahora bien:-, el camino para unirnos y transformamos en El nos lo dejó trazado el mismo Cristo con caracteres inequívo¬ cos: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame» (Mt 16,24). No hay otro caminó posi¬ ble: es preciso abrazarse al dolor, cargar con la propia cruz, y seguir a Cristo hasta la cumbre del Calvario; no para contem¬ plar cómo le crucifican a El; sino para dejarse crucificar al lado suyo. Un santo ingenioso pudo establecer la siguiente ecuación, que juzgamos exactísima: santificación, igual a. cris- tificadón ; cristificación, igual a sacrificación . La comodidad moderna y el amor propio humillado ante la propia cobardía podrán lanzar nuevas fórmulas e inventar sistemas de santifi¬ cación cómodos y fáciles, pero todos ellos están inexorable¬ mente condenados al fracaso. No hay más santificación posible que la crucifixión con Cristo. De hecho, todos los santos están ensangrentados. Y San Juan de la Cruz estaba tan convencido de ello, que llegó a escribir estas terminantes palabras: «Si en algún tiempo, hermano mío, le persuadiere alguno, sea o no pre¬ lado, doctrina de anchura y más alivio, no le crea ni abrace aunque se la confirme con milagros, sino penitencia y más penitencia y desasimiento de todas las cosas, Y jamás, si quiere llegar a poseer a Cristo, !e busque sin ía cruz» 4 . 231. 2. Excelencia del sufrimiento.—La excelencia del dolor cristiano aparece clara con sólo considerar las grandes ventajas que proporciona al alma. Los santos se dan perfecta cuenta de ello, y de ahí proviene la sed de padecer que devora sus almas. Bien pensadas las cosas, debería tener el dolor más atractivos para el cristiano que el placer para el gentil. El sufrir 2111,86,4-5. 3 Cf. n.49-68, 4 Carta al P. Juan de Santa Ana (n.23 en la 2.* ed. de la J 3 AC, p.1322). 334 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana pasa; pero el haber sufrido bien, no pasará jamás: dejará su huella en la eternidad. He aquí los principales beneficios que el dolor cristiano nos proporciona: 1, ° Expía nuestros pecados. —Lo hemos visto más arriba. El reato de pena temporal que deja, como triste recüerdo de su presencia en el alma, el pecado ya perdonado hay que pagarlo enteramente a precio de dolor en esta vida o en la otra. Es una gracia extraordinaria de Dios hacérnoslo pagar en esta vida con sufrimientos menores y meritorios antes que en el purgatorio con sufrimientos incomparablemente mayores y sin mérito alguno para la vida eterna. Como quiera que en una forma o en otra, por las buenas o por las malas, en esta vida o en la otra, hay que saldar toda la cuenta que te¬ nemos contraída ante Dios, vale la pena abrazarse con pasión al sufrimiento en esta vida, donde sufriremos mucho menós que en el purgatorio y aumen¬ taremos a la vez nuestro mérito sobrenatural y nuestro grado de gloria en el cielo para toda la eternidad. 2 . *>. Somete la carne al espíritu. —Debía saberlo San Pablo por pro¬ pia experiencia cuando escribía a los corintios: Castigo mi cuerpo y !o re¬ duzco a servidumbre» (i Cor 9,27).. La carne, en efecto, tiende a dominar al espíritu. Sólo a fuerza de látigo y de privaciones acaba por someterse al orden, ocupando el papel de esclava y dejando en libertad al alma. Es un hecho comprobado mil veces en la práctica que cuantas más comodidades se le ofrecon al cuerpo, más exigente se toma. Santa Teresa lo avisa con mucho encarecimiento a sus monjas, persuadida de la gran importancia que esto tiene en la vida espiritual 5 . En cambio, cuando se le somete a un plan de sufrimientos y severas restricciones, acaba por reducir sus exigencias a una mínima expresión 6 . Para llegar a tan felices resultados, bien vale la pena imponerse privaciones y sufrimientos voluntarios. 3. 0 Nos desprende de las cosas de la tierra. —Nada hay que nos haga experimentar con tanta fuerza que la tierra es un destierro como las punzadas del dolor. A través del cristal de las lágrimas aparece más turbia y asfixiante la atmósfera de la tierra. El alma levanta sus ojos al cielo, suspira por la patria eterna y aprende a despreciar las .cosas de este mundo, que no solamente son incapaces de llenar sus aspiraciones infinitas hacia la perfecta felicidad, sino que vienen siempre envueltas en punzantes espinas y ásperos abrojos. 4, 0 Nos purifica Y hermosea.— Como el oro se limpia y purifica en el crisol, así el alma se embellece y abrillanta con la áspera lima del dolor. Todo pecado, por insignificante que parezca, es un desorden y, por lo mismo, es una deformidad, una verdadera fealdad del alma, ya que la belleza, como es sabido, no es otra cosa que «el esplendor del orden». Por consiguiente, todo aquello que por su misma naturaleza tienda a destruir el pecado o a borrar sus huellas tiene forzosamente, que embellecer el alma. He ahí por qué el dolor purifica y hermosea nuestras almas. Lo alcanza todo de Dios.—Dios no desatiende nunca los gemidos de un corazón trabajado por el dolor. Siendo, como es, omnipotente e infini¬ tamente feliz, no se deja vencer sino por la debilidad del que sufre. El mismo 5 «Porque este cuerpo tiene una falta, que mientras más le regalan, más necesidades descubre. Es cosa extraña lo que quiere ser regalado; y, como tiene aquí algún buen color, por poca que sea la necesidad, engaña a la pobre del alma para que no medre» (Camino 11,2). 6 «Y creed, hitas, que en comenzando a vencer estos corpezuelos, no nos cansan tanto» (Santa Teresa, üncí., 11,4). 335 L.l c.4. Lucha, contra la propia carne declara en la Sagrada Escritura que nada sabe negar a los que acuden a El con los ojos arrasados en lágrimas ?. Y Jesucristo realizó por tres veces el milagro estupendo de la resurrección de un muerto conmovido por las lágri¬ mas de una viuda que llora la muerte de su hijo único (Le 7,11-17), de un padre ante el cadáver de su hija (Mt 9,18-26) y de dos hermanas desoladas ante el sepulcro de su hermano (lo 11,1-44). Y proclamó bienaventurados a los que sufren y lloran, porque serán indefectiblemente consolados (Mt 5,5)* 6.° Nos hace verdaderos apóstoles, —Una de las más estupendas, ma¬ ravillas de la economía de la divina gracia es la íntima solidaridad entre todos los hombres a través, sobre todo, del Cuerpo místico de Cristo. Dios acepta el dolor que le ofrece un alma en gracia por la salvación de otra alma determinada o por la de los pecadores en general. Y, bañando ese dolor en la sangre redentora de Cristo—divina Cabeza'de ese miembro que sufre—■, lo deja caer en la balanza de su divina justicia, desequilibrada por el pecado de aquel desgraciado, y, si el alma no se obstina en su ceguera, la gracia del arrepentimiento y del perdón restablece el equilibrio y ía paz. Es in¬ calculable la füerza redentora del dolor ofrecido a la divina justicia con fe viva y ardiente amor a través de las llagas de Cristo. Cuando ha fracasado todo lo demás, todavía queda el recurso del dolor para obtener la salvación de una pobre alma extraviada. A un párroco que se lamentaba en presencia del santo Cura de Ars de la frialdad de sus feligreses y de la esterilidad de su celo, le contestó el santo Curar «¿Ha predicado Usted? ¿Ha orado? ¿Ha ayunado? ¿Ha tomado disciplinas? ¿Ha dormido sobre duro? Mientras no se resuelva usted a esto, no tiene derecho a quejarse» 8 . La eficacia del dolor es soberana para resucitar a un alma muerta por el pecado. Las lágrimas de Santa Mónica obtuvieron la conversión de su hijo Agustín. Los ejemplos podrían multiplicarse con verdadera profusión 7. 0 Nos asemeja A Jesús y a María.— Es ésta la mayor y suprema ex¬ celencia del sufrimiento cristiano. Las almas iluminadas por Dios para com¬ prender hondamente el misterio de nuestra incorporación a Cristo han sen¬ tido siempre verdadera pasión por el dolor. San Pablo considera como una gracia muy especial la dicha de poder sufrir por Cristo 20 a fin de configu¬ rarse con El en sus sufrimientos y en su muerte El mismo declara que vive crucificado con Cristo 12 y no quiere gloriarse sino en la cruz de Jesu¬ cristo, con la que vive crucificado al mundo í3 . Y al pensar que Ja mayoría de los hombres no comprenden este sublime misterio del dolor y huyen como de la peste de cualquier sufrimiento, no puede evitar que sus ojos se llenen de lágrimas de compasión:por, tanta ceguera 14 . Y al lado de Jesús, el Redentor, está María, la Corredentora de la huma¬ nidad. Las almas enamoradas de María sienten particular inclinación a acom¬ pañarla e imitarla en sus dolores inefables. Ante la Reina de los mártires sienten el rubor y la vergüenza de andar siempre buscando sus comodidades «Por haberse conmovido tu corazón y haberte humillado ante Dios... porque has llo¬ rado ante Yavé, también yo te he oido, dice Yavé* (2 Par 34,27). 8 Cf. Trochu, Vida del Cura de Ars c.15 p.372 (4.* ed.). 9 Cf. Plus, La idea reparadora; Cristo en nuestros prójimos p.2. a I.3 ; Etusaoeth Leseür, Cartas sobre el sufrimiento. 10 «Quia vobis donatum est pro Christo, noi^ solum ut in eum credatis, sed ut etiam pro jilo patiamini» (Phil 1,29), 1 \ «Ad cognoscendum illum, et vírtutem resurrecrionis eius, et societatem pássionum illius, configuratus morti eius» (Phil 3,10). 12 «Christo confixus sum cruci* (Gal 2,19). 13 «Mihi autem absit gloriari, nisi in cruce Domini Nostri Tesu Christi, per quem rnihi mundus crucifrxue est, et ego mundo* (Gal 6,14). 14 «... nunc autem et fiens dico, inimicos crucis Christi» (Phil 3,18). 336 PJIL Desarrollo normal de la vida cristiana y regalos. Saben que, si quieren parecerse a María, tienen que abrazarse con la cruz, y a ella se abrazan con verdadera pasión 15 . Nótese la singular eficacia santificadora del dolor desde este último punto de vista. El sufrimiento nos configura con Cristo de una manera perfectísima; y la santidad—lo vimos en la pri¬ mera parte de esta obra—no consiste en otra cosa que en esa configuración con Cristo. No hay ni puede haber un camino de santificación que prescinda o conceda menos importancia a la propia crucifixión; sería menester para ello que Cristo, de¬ jara de ser el Dios ensangrentado del Calvario. Con razón San Juan de la Cruz aconseja rechazar cualquier doctrina de an¬ chura y de alivio «aunque nos la. confirmen con milagros». Aquí sí que es cuestión de repetir lo que a otro propósito decía San Pablo a los gálatas: «Aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema» (Gal 1,8). Por eso escasean tanto los santos. La mayoría de las almas que tratan de santificarse no quieren entrar por el camino del dolor. Quisieran ser santos, pero con una santidad cómoda y fácil, que no les exija la total renuncia de sí mismos hasta la propia crucifixión. Y cuando Dios las prueba con alguna enfer¬ medad penosa, o desolación de espíritu, o persecuciones y ca¬ lumnias, o cualquier otra cruz, que, bien soportada, las em¬ pujaría hacia la cumbre, retroceden acobardadas y abandonan el camino de la perfección. No hay otra razón que explique el fracaso ruidoso de tantas almas que parecían querer santificar-' se. Acaso llegaron a pedirle alguna vez al Señor que les enviara alguna cruz; pero en el fondo se ve después muy claro que que¬ rían una cruz a $u gusto, y al no encontrarla tal se llamaron a engaño y abandonaron el camino de la perfección. Es, pues, necesario decidirse de una vez a abrazarse con el dolor' tal como Dios quiera enviárnoslo: enfermedades, perse¬ cuciones, calumnias, humillaciones fuertes, fracasos, incom¬ prensiones, muerte prematura...; lo que El quiera y en la for¬ ma que quiera. La actitud del alma ha de consistir en un fiat perpetuo, en un abandono total y sin reservas a la amorosa providencia de Dios para que haga de ella lo que quiera en el tiempo y en la eternidad 16 , No siempre, sin embargo, es fácil alcanzar estas alturas. Con frecuencia el alma tiene que avanzar poco a poco, de grado en grado, hasta llegar al amor apasionado a la cruz. Examine¬ mos ahora las principales etapas de esta sublime ascensión. 1 5 Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Carta circular a los Amigas de la Cruz. 16 Cf. n.626-33, donde hablamos de la perfecta conformidad con la voluntad de Dios. 337 LJ c.4. Lucha contra la propia carne 232* 3. Los grados de amor al sufrimiento*—He aquí los principales, por orden ascendente de perfección: 1, ° No OMITIR NINGUNO DE NUESTROS DEBERES A CAUSA DEL DOLOR QUE nos producen,— Este es el grado inicial, absolutamente necesario a todos para la simple conservación del estado dé gracia. El que omite un deber grave (v.gr., la audición de la santa misa en día festivo, él áyúno ó lá absti¬ nencia en los días señalados por la Iglesia, etc,) sin más rdzóir que lá molestia o incomodidad que su cumplimiento le causaría, comete un pecado mortal y se aparta de Dios perdiendo la gracia. Pero, aun tratándose de deberes leves, cuya omisión nó comprometería nuestra unión con Dios por la gracia santificante, es preciso a toda costa llevarlos a cabo a pesar de todas nuestras repugnancias en contrario, Son legión las almas ilusas que descuidan los deberes de su propio estado^-fide¬ lidad a los detalles de su regla y . constituciones, educación cristiana de sus hijos, obligaciones profesionales, etc.—y andan, por otra parte, pidiendo a sus directores autorización para practicar ciertas penitencias y mortificacio¬ nes de propia elección 17 . Éstas tales nunca llegarán a la perfección; equivocan radicalmente el camino. Cumplimiento exacto de todas nuestras obligaciones y deberes del pro¬ pio estado: he ahí el primer grado absolutamente- indispensable de nuestra propia crucifixión. 2. ° Aceptar con resignación las cruces que Dios permite o nos envía.— El cumplimiento de nuestros deberes y obligaciones, a pesar de la molestia que pueden ocasionarnos, constituye ya un grado muy meritorio en la práctica del amor a la cruz. Pero es más perfecta todavía la plena acep¬ tación de las cruces que Dios nos envíe directamente o permita que vengan sobre nosotros: enfermedades, persecuciones, frío, calor, humillaciones pú¬ blicas, trabajos duros e inesperados, etc., etc. Todo ese cúmulo de peque¬ ñas contrariedades que constituye la trama de nuestra vida cotidiana tiene un alto valor de santificación si sabemos aceptarlo con amor y resignación como venido de la mano de Dios. En realidad, todos esos acontecimientos son utilizados por la divina Providencia como agentes e instrumentos de nuestra santificación. Con frecuencia se vale Dios de las personas que nos rodean, que, acaso con la mejor voluntad y buena fe o quizá llevadas, de sentimientos menos nobles, nos prestan con sus molestias un servicio in¬ calculable en orden a nuestro adelanto en la perfección. San Juan de la Cruz lo advierte a! religioso a quien dirige sus famosas Cautelas: «La primera cautela, que entiendas que ño has venido al con¬ vento sino a que todos te labren y ejerciten. Y así.., conviene que pienses que todos son oficiales los que están en el convento para ejercitarte, como a la verdad lo son; que unos te han dé labrar de palabra, otros de obra, otros de pensamiento contra ti; y que en todo has de estar sujeto como la imagen está al que la labra, y al qué 17 Con razón se lamenta Santa Teresa de este abuso escribiendo a sus monjas: «No guardamos unas cosas muy bajas de la Regla, como el silencio, que no nos-ha de hacer mal, y no nos ba dolido la cabeza cuando dejamos de ir al coro, que tampoco nos mata, y queremos inventar penitencias de nuestra cabeza para que no podamos hacer lo uno ni lo otro* (Ca¬ mino io,6). : Por:su parte, San Juan de la Cruz advierte al que quiere llegar a la perfección que «jamás dejes de hacer las obras por la falta de gusto o sabor que eri ellas hallares, si conviene al ser¬ vicio de Nuestro Señor que ellas se hagan. Ni las hagas por sólo el sabor o gusto que te dieren, si no conviene hacerlas tanto como las desabridas. Porque sin esto es imposible que ganes constancia y venzas tu flaqueza» (Cautelas, segunda contra la carne). Teol. perfección 13 338 P.llL Desarrollo normal dé la vida cristiana la pinta, y al que la dora. Y sí esto no guardas, no sabrás vencer tu sensualidad y sentimiento, ni sabrás haberte bien en el convento con los religiosos, ni alcanzarás la santa paz, ni te librarás de muchos tropiezos y. males» 18 . 3'.° ' Practicar la mortificación voluntaria.— La aceptación resig¬ nada de las cruces que Dios nos envía es ya un grado muy estimable de amor a la cruz,, pero supone cierta pasividad por parte del alma que las recibe. Más perfecto aún es tomar la iniciativa; y, a pesar de la repugnancia que la naturaleza experimenta, salirle al paso al dolor practicando voluntariamente la mortificación cristiana en todas sus formas. No puede, darse una norma fija y universal para todos. El grado e inten¬ sidad de la mortificación voluntaria lo irá marcando en cada caso el estado y situación del alma qué se va santificando. El Espíritu Santo, a medida que el alma vaya correspondiendo a sus inspiraciones, se mostrará cada vez más exigente, pero al mismo tiempo aumentará también sus fuerzas para que pueda llevarlas perfectamente a cabo. Aí director espiritual corresponde vigilar los pasos del alma, no imponiéndole jamás sacrificios superiores a sus fuerzas actuales, pero guardándose muchísimo de cortar sus ansias de inmolación, obligándola a arrastrarse como un sapo en vez de dejaría volar como las águilas. Contraería con ello una gran responsabilidad y no quedaría sin castigo de Dios, como advierte severamente San Juan de la Cruz 19 . El cilicio, las disciplinas, la cadenilla, los ayunos y abstinencias, la escasez de sueño y otras, austeridades por el estilo han sido practicadas por todos los santos; y en mayor o menor escala, según sus fuerzas y disposiciones actua¬ les, tienen que practicarlas todas las almas que aspiren seriamente a la san¬ tidad. No hay otro camino para llegar a ella que el que nos dejó trazado Jesucristo con sus huellas ensangrentadas hacia el Calvario. 4. 0 Preferir el dolor al placer. —Todavía hay algo más perfecto que la simple práctica de mortificaciones voluntarias: es apasionarse tanto por el dolor, que se le desee y ame prefiriéndolo al placer. Por más contrario que esto sea a nuestra pobre naturaleza, los santos han logrado escalar estas alturas. Llega un momento en que sienten horror instintivo a todo ío que pueda satisfacer sus gustos y comodidades: No se encuentran a gusto más que cuando sé ven completamente sumergidos en el dolor. Cuando todo les sale mal y todo el mundo les persigue y calumnia, se regocijan y dan gracias al Señor con todo su corazón. Si triunfan o les aplauden, se echan a tem¬ blar como si Dios permitiera aquellas cosas en castigo de sus pecados. Ape¬ nas se dan cuenta ellos mismos del heroísmo que todo esto supone; tan fa¬ miliarizados están con el. dolor, que sentir sus punzadas les parece la cosa más natural del mundo^ Entonces es cuando lanzan esas fórmulas de heroís¬ mo que. estremecen nuestra pobre sensibilidad: «o padecer o morir»; «no morir, sino padecer»; «padecer. Señor, y ser despreciado por vos». No es imposible llegar a esas alturas. Indudablemente son una conse¬ cuencia de la santificación general del alma, que se acostumbra a vivir en el heroísmo habitual casi sin darse cuenta. Pero el esfuerzo personal, ayudado de la divina gracia, puede ir acercándonos cada vez más a ese sublime ideal. El código para alcanzarlo nos lo dejó maravillosamente trazado San Juan de la Cruz. Sus cláusulas son duras y atormentan implacablemente los oídos 18 Cf. Cautelas, pruñera contra la carne. 19 Cf, Llama c.3 30-62. L.l c.4. Lucha contra la propia carne 339 carnales, pero sólo a este precio se puede adquirir el tesoro inmenso de la santidad: «Procure siempre inclinarse; no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso; no aio más sabroso, sino a ló más desabrido; no a lo más gustoso, sino antes a lo que da menos gusto; no a lo que es descanso, sino a lo trabajoso; no a ío que es consuelo, sino antes al desconsuelo, no a lo más, sino a lo menos; no a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciable; no a lo que es querer algo, sino a no querer nada; no andar buscando lo mejor de las. cosas temporales, sino lo peor, y desear entrar en toda desnudez y vació y pobreza por Cristo de todo cuanto hay; en el mundo» 20 , 5. 0 Ofrecerse a Dios como víctima de EXPÍACiÓN.^Parece que es imposible ir más.lejos en el amor a la cruz que preferir el dolor alplacer. Y, sin embargó, Hay algo todavía más exquisito, más perfecto y encumbrado: el acto de ofrecimiento de sí mismo como víctima de expiación por los pe¬ cados del mundo. Expliquemos un poco su alcance y valor incalculable. Por de pronto, nos apresuramos a decir que, bien entendido, esté acto sublime está completamente fuera de las vías ordinarias de la gracia. Sería presunción tremenda que un principiante d un alma imperfectamente purri ficada se lanzara por estos caminos. «Llamarse víctima es fácil y agrada al amor propio; pero hacerse víctima exige una pureza, un desprendimiento de las criaturas, un heroísmo que se abandona a todo sufrimiento, a toda humi- Ilación, a inefables oscuridades tan inesperadas, que tengo por loco o mi¬ lagroso al que en los principios de su vida espiritual pretende hacer lo que el divino Maestro no hizo sino por grados» 21 . El fundamento dogmático del ofrecimiento como víctima de expiación por la salvación de las almas o por cualquier otro motivo sobrenatural (reparar la gloria de Dios ultrajada, liberar a las almas del purgatorio, atraer la misericordia divina sobre la santa Iglesia, sobre el sacerdocio, sobre la patria, sobre una familia o alma determinada, etc.) está en la solidaridad sobrenatural, establecida por Dios entre todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo actuales o en potencia. Presupuesta esa solidaridad en Cristo, común y general a todos los cristianos, Dios escoge a algunas almas santas —particularmente a las que se le han ofrecido para ello midiendo todo el alcance de su ofrecimiento—para que por sus méritos y sacrificios contribuyan a hacer eficaces los efectos de la redención de Cristo.. Ejemplo típico de ello lo tenemos en Santa Catalina de Siena, cuyo deseo más vehe¬ mente era dar su vida por la Iglesia. «La única causa de mi muerte—decía la misma Santa—es mi celo por la Iglesia de Dios, qué me devora y con¬ sume. i Acepta, Señor, el sacrificio de mi vida por el Cuerpo místico de tu santa Iglesia!» 22 También fue alma víctima en favor de particulares; como lo prueba la salvación de su propio padre, el obtener la promesa de que nin¬ guno de su familia se perdería, etc. Hay ejemplos en nuestro tiempoy sobre todo en Santa Teresa del Niño Jesús, Santa Gema Galgani y sor Isabel de la Trinidad. Estas almas así ofrecidas son para Jesucristo como «una nueva huma¬ zo Subida 1,13,6. • . 21 Madre María Teresa del Corazón de Jesús, fundadora de la Adoración Reparadora, que murió quemada viva. Citada por el P. Plus, Cristo en nuestros prójimos p-250 (5.*.edición, Barcelona ig43). 22 Cf. P. Agustín Rojo, Tres insignes hijas de la Iglesia p.53 (Salamanca 1934). 340 PJIJ . Desarrollo normal de la vida cristiana nidad sobreañadida» 23, en la. cual puede renovar todo su misterio redentor. El Señor suele aceptar ese ofrecimiento heroico y conduce a sus dichosas víctimas a un espantoso martirio de alma y cuerpo- Solamente a fuerza de gracias extraordinarias pueden soportar por largo tiempo sus increíbles su¬ frimientos y dolores; y acaban siempre por sucumbir en la cumbre del Calvario enteramente transformadas en Cristo crucificado. Sin embargo, todas ellas en la cumbre de su martirio repiten las palabras que Santa Te- resita pronunció en su lecho de dolor horas antes de morir: «No, no me arrepiento de haberme entrégado al amor» 24 . Es que se dan perfecta cuenta de la eficacia redentora de su martirio. Una multitud de almas que sin ese ofrecimiento heroico se habrían perdido para toda lá eternidad alcanzarán el perdón de Dios y la vida eterna. El haber contribuido de este modo a la aplicación de los méritos redentores de Cristo a esas pobres almas les estre¬ mece dé inefable felicidad. En el cielo formarán esas almas la mejor co¬ rona de gloria en tomo a sus heroicos salvadores 25 . En la práctica, este ofrecimiento no debe permitirse sino a las almas a quienes el Espíritu Santo se lo pida con un atractivo interior profundo, persistente e irresistible. Sería ridicula presunción en un principiante o en un alma imperfectamente purificada. Nótese que, más que a la propia san¬ tificación—aunque contribuya poderosamente a ella—, se ordena al bien de los demás. Ello , quiere decir que el alma que se entrega de tal modo a la salvación de sus hermanos en Cristo ha de estar ella misma muy unida a El y ha debido rebasar o, a! menos, tener andado gran trecho en el camino de la propia purificación. Ha de estar muy trabajada ya por el dolor y ha de sentir por él un verdadero apasionamiento. En estas condiciones, el di¬ rector podrá permitirle dar ese paso que, supuesta la aceptación por parte de Dios, convertirá su vida en una fiel reproducción del divino Mártir del Calvario. CAPITULO V La purificación activa de las potencias ARTICULO i Necesidad de la purificación de las potencias 233. Para llegar a la unión íntima con Dios, en la que consiste esencialmente la santidad, no basta la victoria obteni¬ da contra el pecado y sus aliados principales: mundo, demonio y carne. Es preciso llegar a una purificación intensa y profunda de todas , las potencias y facultades de alma y cuerpo. No es absolutamente indispensable—ni siquiera posible—que esa pu- 23 Es expresión afortunada de sor Isabel de la Trinidad. 24 Historia de un alma c. 12. 25 . He aquí una anécdota emocionante que puede aplicarse a todo aquel que se ha entre¬ gado en holocausto por Dios y por las almas. Cuando Mons. Le Roi asistía en los primeros años de su apostolado en ei Africa oriental a un misionero moribundo, le dijo éste: «Mi vida se acaba... Estoy contento del uso que he hecho de ella». Luego, súbitamente, sus oios se fijaron, inmóviles, en un punto del espacio, mientras que su rostro se transfiguraba. «Padre —le preguntó Monseñor-^-, ¿qué es lo que veis ?* «Veo—contestó—como una larga procesión de negros que baja del cielo... Me figuro que son los que he bautizado...; vienen a buscar¬ me...* Y en diciendo esto expiró (cf. Goiburü, El problema misionero n.8 p.36 2.* ed.). L.l c.3r Purificación activa de las potencias 341 rificación sea enteramente previa a aquella unión íntima con Dios. En el largo camino que el alma ha de recorrer para al¬ canzar la santidad, el proceso purificativo va inseparablemente unido al de su iluminación progresiva y al de la intensidad de su unión con Dios. Pero siempre hay una relación íntima entre ellos:, a medida que el alma se va purificando más y más, se aumenta proporcionalmente sus luces y su amor. La explicación de esto es muy sencilla. Cuando el alma deseosa de santificarse comienza el proceso de su vida espiri¬ tual, esta ya en posesión de la gracia santificante, sin la cual no podría emprender el camino de la perfección, que consiste precisamente en el desarrollo de esa gracia incipiente, que ha elevado su naturaleza al rango de lo divino y lá ha enriquecido con el tesoro incomparable de las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo. La Santísima Trinidad inhabita en su alma, que se constituye por lo mismo en templo vivo de Dios. Su gracia de adopción le hace heredero del cielo para toda la eternidad, Pero, al lado de estas grandezas y maravillas, el alma está completamente llena de imperfecciones y defectos. Como la gracia no excluye de por sí más que el pecado mortal, deja al hombre que la recibe con todas las imperfecciones naturales y adquiridas que tenía en el momento de la justificación. El alma sigue sometida a toda clase de tentaciones, malas inclina¬ ciones, hábitos viciosos adquiridos, etc., etc., y la práctica de la virtud se le hace muy difícil y penosa. Es que las virtudes in¬ fusas que ha recibido con la gracia santificante, como hábitos sobrenaturales que son, le dan la posibilidad y, en cuanto está de su parte, la facilidad para los actos sobrenaturales corres¬ pondientes, pero no le quitan los malos hábitos adquiridos ni las indisposiciones naturales que pueda tener el sujeto para la práctica de la virtud. Estos hábitos adquiridos e indisposiciones naturales sólo se quitan con el ejercicio o repetición de. los ac¬ tos naturales o sobrenaturales de las virtudes, opuestas, que, despojando a la potencia del hábito vicioso contrario a la virtud, la acondicionen en el orden natural o psicológico ■ para obrar conforme a esa virtud. Cuando el hábito sobrenatural deje de encontrar en su ejercicio la resistencia u obstáculo del hábito natural contrario, el acto virtuoso se producirá con facilidad y sin esfuerzo, con verdadero deleite y agrado de la potencia correspondiente. Mientras tanto no podrá producirse con fa¬ cilidad a pesar del hábito sobrenatural del que proviene, porque falta la disposición física de la potencia 1 . 1 Cf. 1 - 11 , 65,3 ad 2 et 3.—Esto se comprueba muy bien por la experiencia. Vemos, en efecto, que el que tiene fuertemente arraigado el vicio de la embriaguez, aunque se arrepienta 342 P.llL Desarrollo normal de la vida cristiana La razón de estas resistencias y rebeldías de nuestra natu¬ raleza contra la virtud hay que buscarla en el dogma del pe¬ cado original. La naturaleza humana, tal como salió de las manos creadoras de Dios, era perfectísima, una verdadera obra maestra de la sabiduría divina, pero el pecado original la des¬ equilibró hiriéndola profundamente. Santo Tomás explica esto en una página admirable. He aquí sus propias palabras: «Por la justicia original, la razón controlaba perfectamente las fuerzas inferiores del alma y la misma razón era perfeccionada por Dios, a quien estaba sujeta. Esta justicia original fue substraída por el pecado del primer hombre. Y, por lo mismo, todas las fuerzas del alma permanecen destb tuidas, en cierto modo, de su propio orden, por el cual se ordenan natural¬ mente a: la virtud. Y esa destitución se llama vulneratio naturae. Ahora bien: son cuatro las potencias del alma que pueden ser sujeto de virtud, a saber: la razón > en la cual está la prudencia; la voluntad, en la que reside la justicia; el apetito irascible , sujeto de la fortaleza, y el apetito concupiscible, donde tiene su asiento la templanza. En cuanto, pues, la razón queda destituida de su orden a la verdad, tenemos la herida de la ignorancia (vulnus igno- rantiae); en cuanto la voluntad queda destituida de su orden al bien, tene¬ mos la malicia (vulnus malitiae); en cuanto el apetito irascible queda pri¬ vado de su orden a lo arduo y difícil, adquiere la debilidad (vulnus infir- mitatis), y en cuanto el apetito concupiscible pierde.su orden a lo deleita¬ ble moderado por la razón, adquirimos la herida de la concupiscencia des¬ ordenada fimínus concupiscentiae). Y así estas cuatro heridas son las infligi¬ das por el pecado original a toda la humana naturaleza. Pero como la inclinación al bien de la virtud disminuye en cada uno por el pecado actual, estas heridas son también consecuencia de los otros pecados; en cuanto que por el pecado la razón se ofusca principalmente en las cosas a realizar, la voluntad se endurece para el bien, aumenta la dificul¬ tad para el bien obrar y se enardece la concupiscencia» 2 . No se trata, pues, de heridas mortales o de corrupción sus- tancial de la naturaleza, como enseñaron los principales jefes del protestantismo y otros herejes, cuya doctrina fue conde¬ nada por la Iglesia 3 , sino de una sensible disminución de la inclinación natural al bien que la naturaleza humana tenía en el estado de justicia original y aumento considerable de los obstáculos para la virtud. De ahí la necesidad de una honda purificación de las poten¬ cias del alma y de las facultades sensitivas, que es donde arrai¬ gan los malos hábitos e inclinaciones viciosas. Hay que despo¬ jarse enteramente de todos esos resabios del pecado, que im¬ piden o dificultan, en mayor o menos grado, la perfecta unión y confiese sinceramente, experimenta gran dificultad en la práctica de la virtud de la sobriedad -—contraria a la embriaguez—a pesar de haber recibido, juntamente con la gracia, el habitó infuso correspondiente. Sólo a costa de grandes esfuerzos y renuncias, practicando, a pesar de todas las dificultades, la virtud de Ja sobriedad, acabará, por extinguirse el hábito de la embriaguez, y el acto virtuoso se producirá ya con facilidad y sin. esfuerzo. 2 1 - 11 , 85 , 3 » 3 Cf. D 771 773 776 788.780 793 797 815 1643/ etc. L,l cj. Purificación activa de las. potencias 343 con Dios, en la que consiste la santidad. En este proceso de purificación Dios se reserva la mejor parte (purificaciones pa¬ sivas); pero el hombre, con la ayuda de la gracia, ha de hacer un esfuerzo para cooperar, en cuanto esté de su parte, a la ac¬ ción divina y llegar hasta donde materialmente le sea posible (purificaciones activas). Con esto queda ya indicado él camino que vamos a recorrer en estos dos últimos capítulos de este primer aspecto—el negativo—de nuestra santificación. En el presente estudiaremos la purificación activa de las po¬ tencias, o sea, lo que el hombre puede y debe hacer, con ayuda de la divina gracia, para purificarse de sus imperfecciones. Y en el próximo capítulo examinaremos la parte dé Dios en este proceso purificador, o sea, el con- junto terriblemente doloroso de las purificaciones pasivas. ARTICULO 2 Purificación activa de los sentidos Empecemos por la parte menos noble de nuestro ser: los sentidos externos e internos. 234* Nociones previas*—Recordemos, ante todo, algu¬ nas sencillas nociones de psicología racional que conviene te¬ ner presentes para nuestro objeto. a) Sentidos externos. —Son aquellos cuyos órganos, colocados en diferentes partes externas del cuerpo» perciben directamente las propie¬ dades materiales de las cosas exteriores. Sea lo que fuere de la posibilidad metafísica de nuevos sentidos cor¬ porales distintos de los que actualmente poseemos—cuestión muy discuti¬ da entre los filósofos—, es cierto que actualmente contamos con cinco sen¬ tidos externos, ni más ni menos; vista, oído, olfato, gusto y tacto 4 . Por razón de su nobleza, el primero de todos ellos es la vista , por su mayor espiritualidad y lejanía de los objetos materiales que contempla; luego vienen, en escala des¬ cendente, el oído, olfato, gusto y tacto. Por razón de su certeza, los principales son la vista y el tacto: nada nos parece tan cierto como lo que hemos visto o tocado, aunque caben ilusiones (ópticas sobre todo). Por razón de su necesidad, para la vida física los principales son el tacto y el gusto (por eso no faltan ni siquiera eñ los animales imperfectos, que carecen de los demás); para la vida intelectual y social, los principales son la vista y el oído, pues nada aísla tanto del trato con los hombres como la ceguera y sordera. La sensación se verifica por la percepción inmediata en el sentido co¬ rrespondiente de las cualidades externas de los cuerpos proporcionados a ese sentido (v.gr., el color para la vista, el olor para el olfato, etc,). Esta sensación no se realiza en el cerebro, sino en el órgano correspondiente (en los ojos, oídos, etc.); y no es algo meramente subjetivo, sino muy real y objetivo, como lo demuestra la experiencia, la propia conciencia irresis¬ tible y los procedimientos científicos de la moderna psicología experimental. b) Sentidos internos. —Son aquellos cuyos órganos no aparecen al exterior del cuerpo y en los que se recogen, conservan, estiman y evocan 4 Cf. 1,78,3. 344 PJIl. Desarrollo normal de la vida cristiana las sensaciones ya pasadas. Difieren, pues, de los sentidos externos tanto por el órgano donde residen como por sus objetos propios. Los sentidos internos son cuatro, realmente distintos entre sí: el sentido común , la fantasía o imaginación, la facultad estimativa y la memoria sensi¬ tiva 5 . Residen todos en el cerebro, aunque no está bien determinada todavía su localización exacta en él. El sentido común es la facultad que percibe como nuestros y junta o reúne en uno solo todos los fenómenos ya experimentados sensiblemente en los órganos de los, sentidos externos. Por ejemplo: al pulsar un timbre, el. oído se limita a oír el sonido; la vista , a contemplar el color y forma del. mismo, y el tacto, a sentir la mayor o menor resistencia que ofrece al ser pulsado. El sentido común reúne todas esas sensaciones tan dispares y las aplica a un solo objeto: el timbre que está sonando a causa de la presión de mi mano. Es, pues, como «la raíz común» de los sentidos externos, en frase gráfica de Santo Tomás 6 . La fantasía o imaginación es aquella facultad que conserva, reproduce y compone o divide las imágenes aprehendidas por los sentidos externos. Y así conserva la imagen de una catedral—que la memoria sensitiva reconocerá como ya vista — ; la evoca o reproduce cuando le place; o combina elementos sensitivos dispares para crear una nueva entidad imaginativa; v.gr., una montaña de oro. Esta última función le ha valido a la fantasía su título de «facultad creadora», que puede desempeñar bajo el impulso del entendi¬ miento o sin él. Los grandes artistas suelen tener muy vivo este poder creador de la imaginación. Cuando estas creaciones no son controladas por el entendimiento y la voluntad pueden llegar a resultados extravagantes, que le han valido a la imaginación su otro título—ya no tan honroso—de «loca de la casa». La facultad estimativa es aquella por la cual aprehendemos las cosas sensibles en cuanto útiles o nocivas para nosotros. En virtud de su estima¬ tiva, conoce la oveja instintivamente que el lobo es enemigo suyo. En los animales se trata de un instinto ciego , puramente natural, que les presta, sin embargo, inapreciables servicios para la conservación de su vida. En el hom¬ bre, la estimativa recibe una influencia colativa del entendimiento, que. la hace mucho más perfecta y penetrante que en los animales; por eso, en él recibe también los nombres de cogitativa o ratio particularis 7 , La memoria sensitiva es la facultad orgánica de reconocer lo pasado como pasado, o sea, como ya anteriormente percibido. Sus funciones son conservar el recuerdo de una cosa, reproducirlo o evocarlo (mediante una lenta y penosa reminiscencia , si es preciso) y reconocer esa cosa como pasada o ya vista. Se distingue de la imaginación en que esta última conserva y reproduce las imágenes, pero no las reconoce como pasadas (esto es propio de la memoria), y además porque la imaginación puede crear —como hemos dicho—, cosa que escapa en absoluto a la memoria, que se limita al recuerdo de cosas pasadas precisamente en cuanto tales. c) Las nociones sobre el apetito sensitivo las daremos en su lugar co¬ rrespondiente 8 . s Cf. I-?M. * 1,78,4 ad 1 et 2. 7 Cf. 1,78,4: 81,3; 83,1. 8 Cf. n.248. L.l c.$. Purificación activa de las potencias 345 A* Purificación activa de los , sentidos externos 235. . San Juan de la Cruz, Subida IIM4-26 : Vallgornera, Mystica Theologia D. T/10 - mae q.z d.2; Scaramelli, Directorio ascético t .2 a.1-5; Tanquerey, Teología ascética n.77-79, 236* a) Finalidad de esta PURiFiCACiÓN.---La purifica¬ ción activa: de los sentidos tiene por objeto contener sus de¬ masías y someterlos plenamente al control déla razón ilumina¬ da por la fe. 237. b) Necesidad de la misma, —El cuerpo humano bien disciplinado és un instrumento excelente para nuestra santificación. Pero en el estado actual de la naturaleza, caída de suyo, está mal inclinado y tiene una tendencia casi irresistible a todo cuanto pueda proporciónale algún placer a través de los sentidos. Si no'se le sujeta se convierte en un potro indomable, cuyas 'exigencias, cada vez más apremiantes, constituyen un obstáculo absolutamente incompatible con la perfección espi¬ ritual del alma. San Pablo habla de la necesidad de mortificar el cuerpo "para liberarse de su tiranía y asegurar la propia sal¬ vación: «castigo mi cuerpo y lo esclavizono sea que, habiendo sido heraldo para los otros, resulte yo descalificado» (1 Cor 9,27). Y en otra parte nos dice que «los que son de Cristo han crucificado sü carne con sus vicios y concupiscencias» (Gal 5,24). 1 ... / . San Juan de la Cruz insiste en la doctrina paulina y da una razón profunda relacionada directamente con la divina üiiión a la que se encamina el alma. He aquí sus palabras: «... es necesario presuponer una verdad, y es que, como muchas veces habernos dicho, el sentido de la parte inferior del hombre, que es deí que vamos tratando, no es ni puede ser capaz de conocer ni comprender a Dios cómo Dios es. De manera que ni el ojo le puede ver, ni cosa que se parezca a él; ni el oído puede oír su voz, ni sonido que se le parezca; ni el olfato pue¬ de oler olor tan suave, ni el gusto alcanza sabor tan subido y sabroso, ni el tacto puede sentir toque tan delicado y deleitable, ni cosa semejante; ni puede caer en pensamiento ni imaginación su forma, ni figura alguna que le re¬ presente,. diciéndolo Isaías así: Que «ni el ojo le vio, ni oído le oyó, ni cayó en corazón de hombre» (Is 64 , 4 ; 1 Cor 2 , 9 )» De manera, que, aparte de los grandes inconvenientes que $e seguirían de no tener bien mortificados los sentidos; corpo¬ rales (como veremos en seguida), es cosa clara que todo lo que esos, sentidos pueden aportar al alma no es el mismo Dios «ñi nada que se le parezca». De donde San Juan de la Cruz concluye con lógica; inflexible que . < 1 .., parar la voluntad en gozarse del gusto causado de alguna de estas aprensiones sería vanidad por lo menos e impedir la fuerza de la voluntad 9 Subida 111,24,2. ■ •' 346 Pili. Desarrollo normal de la vida cristiana que no se emplease en Dios» poniendo su gozo sólo en EL Lo cual no puede ella hacer enteramente si no es purgándose y obscureciéndose del gozo acerca de este género como de los demás» 10 . Sin embargo» es preciso entender rectamente esta doctrina para no sacar consecuencias disparatadas y dar de bruces en un nihilismo y aniquilación de las potencias más negro que el de la filosofía india. No se trata, en realidad, , de privar a los sentidos de sus objetos propios, cerrando los ojos para no ver y los oídos para no oír, etc., sino sólo evitar que pongan su gozo y su descanso final en el mero placer sensible que les cau¬ san esos objetos sin elevarse a Dios a través de ellos. Las cria¬ turas son «meajas que cayeron de la mesa de Dios», dice her¬ mosamente San Juan de la Cruz ll . Y cuando en ellas se con¬ sidera y contempla precisamente esa huella y vestigio que to¬ das tienen de Dios, no solamente dejan de ser un obstáculo para la santificación del alma, sino que se convierten en po¬ derosos auxiliares e instrumentos para la divina unión. El mal, el desorden, está en descansar en las criaturas como si. fueran nuestro último fin, prescindiendo de su relación con Dios. Pero cuando nos servimos de su belleza o del placer que nos causan para remontarnos mejor a Dios a través de ellas, po¬ demos y debemos utilizarlas como excelentes , ayudas para nues¬ tra propia santificación. He aquí cómo explica esta doctrina el propio San Juan de la Cruz, a quien se ha acusado injusta¬ mente de ser el aniquilador implacable de las potencias y sen¬ tidos: «Dije con advertencia que, si parase (la voluntad) el gozo en algo de lo dicho, sería vanidad, porque cuando no para en eso, sino qué, luego que siente la voluntad el gusto de lo que oye, ve y trata, se levanta a gozar én Dios y le es motivo y fuerza para eso, muy bueno es. Y entonces no sólo rio se han de evitar las tales mociones cuándo causan ésta devoción y oración, mas se pueden aprovechar de ellas, y aun deben, para tan santo ejercicio. Porque hay almas que se mueven mucho en Dios por los objetos sensibles» 12 . Claro que los sentidos, en cuanto tales, no se fijan ni des¬ cansan más que en el placer sensible que experimentan, sin ulterior consideración a cosas superiores que sé les escapan por completo. Por eso, el alma ha de estar vigilante y alerta para .rectificar continuamente la intención y elevar a Dios el placer que experimentan los sentidos; Lo advierte San Juan de la Cruz, a renglón seguido del texto que acabamos de citar, dando a continuación un excelente aviso práctico para discer¬ nir cuándo esos placeres sensibles son convenientes o no. He aquí sus palabras:. , jo Subida 111,24,3. 12 Ibid„ III, 24 , 4 - 11 Ibid., 1 , 6 , 3 . 347 LA cj. Purificación activa de las potencias «Pero ha de haber mucho recato en esto, mirando, los efectos que de ahí sacan; porque: muchas veces muchos espirituales usan de las dichas recrea¬ ciones de sentidos con pretexto de oración y de darse a Dios, y es de manera que más se puede llamar recreación que oración y darse gusto a sí mismos más que a Dios. Y aunque la intención que tienen es para Dios, el efecto que sacan es para la recreación sensitiva, en que sacan más flaquera de imper¬ fección que avivar la Voluntad y entregarla a Dios. ; Por lo cuál quiero poner aquí un documento con que se vea cuándo los dichos sabores de los sentidos hacen provecho y cuándo no. Y es que todas las veces que oyendo músicas u otras cosas, y viendo cosas agradables, y oliendo suaves olores o gustando algunos sabores y delicados toques, luego al primer movimiento se pone la noticia y afición de la voluntad en Dios, dándole más gusto aquélla noticia que el motivo sensual que se le causa, y no gusta del. tal motivo sino por eso, es señal que saca provecho .de lo dicho y que Je ayuda lo tal sensitivo al espíritu. Y en esta manera se puede usar, porque entonces sirven los sensibles para el fin .que Dios los crió y dio, qué es para ser por ellos más amado y conocido... Pero el que'nó sintiere ésta libertad de espíritu en las dichas cosas y gus¬ tos sensibles, sino que su voluntad se detiene en estos gustos y se ceba en ellos,; daño le hacen y debe apartarse de usarlos. Porque, aunque con la razón se quiéra ayudar de ellos para ir a Dios, todavía, por cuanto el apetito gusta' dé ello según lo sensual y conforme al gustó siempre es el efecto, más cierto es hacerle estorbo que ayuda y más daño que provecho. Y cuando viere que reina en sr el apetito de las tales recreaciones, debe mortificarle; porque cuanto más fuerte fuere, tiene más de imperfección y flaqueza» l3 . Esta magnífica doctrina de San Juan de la Cruz apenas necesita explicación o comentario. No se trata de aniquilar los sentidos, sino de elevarlos a Dios a través de las criaturas. Lo que hay que evitar a todo trance, so pena de comprometer y hácer imposible la santificación del alma, es el descanso final en las criaturas,. buscando en ellas únicamente el placer que puedan proporcionarnos. Hay que pasar a través de ellas, uti¬ lizándolas para remontamos a Dios, suprema Belleza y sumo Bien, del que las criaturas han recibido esa partecita que tienen de belleza y de bondad. Vamos a recorrer ahora los sentidos corporales uno á uno para señalar lo que en ellos hay que rectificar, elevándolo y orientándolo hacia Dios. 1238. i; La vista.—Es el más noble de los sentidos cor¬ porales, pero también el más peligroso por la enorme seduc¬ ción que sobre el alma ejercen sus representaciones. Examine¬ mos las diferentes clases de miradas y la conducta práctica del alma en cada una de ellas. a ) Miradas gravemente pecaminosas.— Toda mirada voluntaria a una persona , u objeto gravemente provocativo, sobre todo si va acompañada de un ¡mal deseo, es pecado grave. Lo dice expresamente el Evangelio: «Pero yo os ..digo que todo el que mire a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón» (Mt 5,28). 1 * Ibivi., n. 4.,5 y 6. 348 P.IU. Desarrollo normal de la vida cristiana No es menester advertir que hay que evitar a todo trance esta dase de miradas. Sin este primer paso, no solamente la perfección, sino la.misma sal¬ vación eterna corre grave peligro. b ) Miradas peligrosas.— Cuando sin mal deseo , pero también sin cau¬ sa hi rascón suficiente, se fija la mirada en una persona, fotografía, escapa¬ rate, espectáculo, etc,, que puede inducir a pecado, se comete una impru¬ dencia extremadamente peligrosa. La mayoría de las veces en castigo de esa imprudencia quedará privada el alma de la oportuna gracia eficaz para resis¬ tir la tentación y sucumbirá miserablemente. En la Sagrada Escritura’ hay varios ejemplos de semejantes caídas (recuérdense los casos de David, . Sa¬ lomón, Sansón, etc.); y la experiencia diaria confirma plenamente los orácu¬ los bíblicos: «Por la hermosura de la mujer muchos se extraviaron, y con eso se enciende como fuego la pasión» (Eccli 9,9). Detrás de la mirada puede venir e! alboroto de la imaginación, el deseo irresistible,, la caída vergonzosa. Sin el control y freno de los ojos es muy difícil mantenerse en el camino de la virtud, y aun en el simple estado de gracia. Job debía de saberlo muy bien cuando «hizo pacto con sus ojos de no mirar a una mujer» (Iob 31,1), El alma que aspire seriamente a santificarse huirá como de la peste de toda ocasión peligrosa. Y por sensible y doloroso que íe resulté renunciará sin vacilar a espectáculos, revistas, playas, amistades o trato con. personas frívolas y mundanas qué puedan serle ocasión de pecado. Por la calle, sobré todo en las ciudades populosas modernas, extremará la modestia de sus. ojos para no tropezar con la procacidad de los escaparates, la inmodestia desca¬ rada en el vestir, la licencia desenfrenada de costumbres. Y sin llegar a ex¬ tremos ridículos o situaciones violentas (como sería, v.gr., andar contando los adoquines o dejar de saludar a una persona conocida), andará vigilante y alerta para no dejarse sorprender. c) Miradas curiosas. —-Son aquellas que, sin recaer sobre un objeto malo ni siquiera peligroso de suyo, no tienen otra finalidad que la de, simple recreo de la vista. Tales son, por ejemplo, la visita a los monumentos artís¬ ticos de una ciudad, los viajes de puro turismo y otras semejantes. De suyo, estas cosas no son reprensibles y hasta pueden ayudarnos^-rec- tificando la intención—a elevarnos a Dios. La contemplación de un. bello paisaje, de una cadena de montañas, de la inmensidad del mar, de las. crea¬ ciones geniales del arte, pueden elevar nuestro espíritu hacia el Artista su¬ premo y el Creador de tales maravillas. Pero cuando el alma se entrega a estas cosas con excesivo apasionamiento o demasiada frecuencia, represen¬ tan un obstáculo serio para la vida de recogimiento y de oración. Es difícil que un turista profesional llegue jamás a santificarse. . «Dadme una persona que se vaya recreando en todos los Objetos que se le ponen delante; ésta ciertamente no puede tener recogimiento en la oración, porque se están paseando por su mente las especies de las cosas mundanas que ha estado mirando entre día. Estando ante Dios con el cuerpo, se va con el corazón ya a esta parte, ya a la otra. Pero demos el caso de que Dios, contra todo su mérito, le comuni¬ que algún sentimiento devoto; éste no puede tener permanencia en su corazón, porque, volviendo después de la oración a su costumbre de mirar libremente, se desvanece todo afecto santo; siendo el es¬ píritu de! Señor a manera de ciertos licores espirituosos/ que, no te¬ niendo bien cerrados los vasos en que se contienen, luego se evaporan, y así se queda el mísero como antes, y quizá peor, con el almá : disipa¬ da. Fuera de que viviendo este infeliz así distraído habitualmente, ¿cómo es posible que pueda atender entre día al ejercicio de la mor- 349 L.I c.5. Purificación activa de las potencias tificación, de la caridad, de la humildad/ de la penitencia y de las otras virtudes cristianas, cuando no tiene dentro de sí ni pensamien- tos, ni afectos que le inciten a ellas, y, por consiguiente, que ;pueda hacer vida religiosa, si se halla en los claustros,: o vida espiritual, si vive en el siglo?» 1 4 . Se impone, pues, la mortificación del sentido de ia vista aun en cosas lícitas o no peligrosas de suyo. En esto.como en todo hay que proceder con serenidad y equilibrio, procediendo gradualmente y sin llegar jamás a ex¬ tremos extravagantes o ridículos. Algunos episodios que se leen en las vidas de los santos son más de admirar que de imitar. Sin llegar a estos extremos, que Dios no pide a todos, es cierto que la mortificación y guarda de los ojos es un punto importantísimo, no sólo en su aspecto negativo de preservamos de grandísimos peligros, sino también en el positivo de fomentar intensa¬ mente el recogimiento y la vida de oración, absolutamente indispensables para alcanzar la santidad 15 . 239* 2. El oído y la léngua,—Reunimos en una ambas cosas porque en la práctica van íntimamente asociadas, pro- porciónandó la lengua el pasto principal a nuestros oídos.. Menos noble y excelente que el de lá vista, pero de ampli¬ tud más vasta y universal, es el sentido del oído. Por él nos en¬ tra la fe: fides ex anditu (Rom 10,17), y por el oído, asociado a la palabra humana, adquirimos más noticias que por cualquier otro sentido. Importa mucho, pues, someterle enteramente al control de la razón iluminada por la fe. «Si alguno no peca de palabra, es varón perfecto», dice el apóstol Santiago (3,2). Veamos las escalas progresivas de la purificación del oído y de la palabra: a) Conversaciones malas. —Lá simple permanencia del alma en estado de gracia exige evitar cuidadosamente toda clase de conversaciones pecami¬ nosas. Cuándo se dicen o escuchan voluntariamente y con agrado cosas que ofenden gravemente a la pureza, ia caridad, la justicia, o cualquier otra virtud cristiana, se comete un pecado mortal, que muchas veces—como én el caso de la calumnia—obliga a restitución. Imposible es que un alma qúe se entre¬ ga a estos vergonzosos pasatiempos alcance jamás la perfección. En : gran peligro se pone de comprometer incluso su misma salvación eterna. La men¬ tira, la jactancia, las discusiones inútiles, la murmuración, la calumnia, la. burlad la violación de los secretos, las conversaciones obscenas o demasiado libres¿el lenguaje grosero, la lengua mordaz, viperina, envidiosa, temera¬ ria, etc., han de quedar definitivamente desterradas.de, toda alma que aspire de verdad a santificarse. Sin esto no lo conseguirá, jamás . bj; Conversaciones frívolas,— Son las que, sin constituir pecado grave por sú objeto o intención, no están justificadas ni por la necésidad ni por la Scákámelli, Directorio ascético t .2 tr. i a.'3'c. 2 n.134. _ . 1 5 Xíe aquí, según San Juan de la Cruz, los daños que se le pueden seguir al alma de no mortificar el sentido de la vista: «Del gozo de las cosas visibles, no negándole para ir a Dios, se le puede seguir derechamente vanidad de ánimo y distracción de la mente,.codicia desor¬ denada, .deshonestidad, descompostura interior y exterior, impureza de pensamientos y en¬ vidias (Subida 111,25,2). 16 Puede leerse con gran provecho, sobre este asunto la excelente obrita de Lejeune La lengua: sus pecados y excesos (Barcelona 1927). 350 P.III, Desarrollo normal de la vida cristiana utilidad propia o ajena. Entre ellas sé cuenta todo el capítulo de las palabras oáosas, de las que dice Nuestro Señor que tendremos que dar cuenta el día del juicio (Mt 12,36). Las palabras ociosas y conversaciones frívolas constituyen indudable¬ mente un verdadero pecado venial, San Basilio lo explica con mucha preci¬ sión y claridad: «Al hablar sin utilidad propia ni del prójimo se desvía la palabra del objeto que Dios, en él plan de su providencia, le tiene asignado. En vez de hacer de ella un instrumento para el bien, se le hace servir para cosas fútiles. Se habla para no decir nada, y por esto mismo es el acto reprensible* * 7 . Esta doctrina tiene particular aplicación al visiteo, z que se sienten tan inclinadas ciertas personas pertenecientes, sobre todo, al sexo devoto. Son innumerables los inconvenientes que se siguen de sus continuas e intermi¬ nables visitas, aparte de la pérdida de tiempo y de la falta de recogimiento, que las incapacita para la verdadera virtud. Hemos de ver en esto la causa principal de la rutina y mediocridad de tantas personas devotas que, confe¬ sando con frecuencia, comulgando diariamente y practicando un sinnúmero de ejercicios de piedad—demasiados acaso—, nunca dan un paso serio en el camino de la propia santificación. «Os confieso—escribe a este propósito el P. Lejeune 18 —que me quedo asombrado c-uando me hablan de una visita de pura cortesía que ha durado una hora y alguna vez más aún, ¿Qué se puede hablar de útil o interesante en toda una hora? Una de dos: o la conversación se alimenta de críticas malévolas o degenera en una charla tan insulsa como enojosa». Las almas que se aburren estando a solas; que necesitan la compañía de los demás para dar rienda suelta a su incontinencia verbal, que no saben ni quieren reprimir; que abruman a sus desgraciadas víctimas con charlas tan insulsas como inacabables; que están al tanto de todo, lo saben todo, lo co¬ mentan y.critican todo, etc., ya pueden despedirse de la perfección cristiana. Ni llegarán a ella ni dejarán llegar a los demás. 19 . El director espiritual ha de ser muy duro con estas almas. Como no se trata de faltas de pura fragi¬ lidad, sino de ligereza y frivolidad perfectamente voluntarias, después de unas cuantas , recaídas—pocas: cinco o seis—, niegúese terminantemente a continuar una dirección que sería, por otra parte, completamente inútil. c) Conversaciones útiles.—T odo lo que, siendo en sí mismo perfec¬ tamente honesto y sin perjuicio para nadie, pueda contribuir al provecho es¬ piritual o material del prójimo o de nosotros mismos es lícito, conveniente y aconsejable. Este principio puede tener aplicaciones variadísimas y resolver infinidad de casos. En el recreó, sobre todo, habrá que tenerlo muy en cuen¬ ta. Alegrar al prójimo con un chisté de buen gusto puede ser un excelente acto de caridad si se ha sabido rectificar a tiempo la intención. En cambio, jamás nos permitiremos—ni siquiera bajo el pretexto de aliviar a un ofendi¬ do—criticar al prójimo, lanzar un chiste mortificante para alguien, insinuar una sospecha malévola, alimentar una envidia o fomentar un rencor. Entre Citado por Lejeune, o.c., p.27. 13 O.c., p, 30 - 3 i. iy He aquí los inconvenientes que se siguen de no mortificare! sentido del oído, según San Juan joe la Cruz: «Del gozo en oír cosas inútiles derechamente nace distracción de la imaginación, parleria, envidia, juicios inciertos y variedad de pensamientos, y de éstos otros muchos y perniciosos daños» rSuWda 111,25,3). 351 LA c. 5 , Purificación activa de las potencias personas consagradas al estudio es Un medio excelente para evitar conversa¬ ciones inconvenientes suscitar una conversación científica en tomo a un pro¬ blema controvertido, que excitará el interés y atención de todos; pero eví¬ tense con cuidado las discusiones apasionadas o las frases despectivas para los que profesen la opinión contraria¬ da Conversaciones santas^— Son las que tienen pór finalidad inmedia¬ ta el aprovechamiento espiritual propio, y ajeno. Nada hay qué conforte tanto a un alma y la empuje hacia la virtud como una santa conversación con per¬ sonas animadas de un sincero deseo de santificarse. La inteligencia se ilumi¬ na, se caldea el corazón y la voluntád toma sin esfuerzo santas y enérgicas re¬ soluciones. Es incalculable el bien que se puede hacer con úna palabra dis¬ creta y un consejo oportuno a un alma agitada por la tentación o abatida por el desaliento. Con suavidad y discreción, sin.hacer se pesada con una insisten¬ cia demasiado machacona, en plan de discípulo más que de maestro, el alma que aspire a la perfección procurará fomentar estas santas conversaciones, que tantos bienes traen a las almas y tanto regocijan el corazón de Dios. Mortificación del oído y la lengua. —No basta; abste¬ nerse de conversaciones inconvenientes, ni siquiera forrientar de vez en cuando santas y provechosas pláticas espirituales. Es preciso practicar también la mortificación positiva del sen¬ tido del oído y del prurito de hablar. Los principales modos son los siguientes: i.° Abstenerse a veces de plr alguna melodía grata al oído, un concierto radiofónico, una conversación agradable, etc,, privándose de aquél gusto honesto por amor de Dios. Procé¬ dase en esto, como en todo, por grados sucesivos, no exigiendo en cada caso al alma más de lo que pueda dar de sí con sus fuerzas actuales. Ciertas recreaciones inocentes pueden y deben permitirse a almas todavía imperfectas, que acaso serían in¬ convenientes a otras más adelantadas en la virtud. «En todo es menester discreción», decía Sánta Teresa de Jesús. 2. 0 Guatdando silenció riguroso algunos ratos al día, tra¬ tándose de personas seglares, y siempre que la Regla lo pres¬ criba, si se trata de religiosos. Sin el espíritu de recogimiéntó y de silencio es imposible la vida interior y el aprovechamiento del alma en la virtud. 3. 0 Renunciar a noticias o curiosidades innecesarias; cuan¬ do buenamente y sin llamar la atención puedan evitarse. Y si no,; procurar olvidarse prontamente de ello, permaneciendo en paz y sosiego a solas con Dios. ■ 4-° Tenga muy presentes los siguientes avisos de San Juan de, la Cruz 20 : «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma». «Hable poco y en cosas que no es preguntado no se meto». 20 Números ^07 a 72 T en Ja ed. de Setfovia iqzQ. 352 PJÍL Desarrollo normal de la vida cristiana «No se queje de. nadie, no pregunte cosa alguna, y si fuere necesario pre¬ guntar, sea con pocas palabras»* «No contradiga. En ninguna manera hable palabras que no vayan limpias». «Lo que hable, sea de manera que nadie sea ofendido; y qué sea en cosas que no le pueda pesar que lo sepan todos». «Traiga sosiego espiritual en advertencia amorosa de Dios; y cuando sea necesario hablar, sea con el mismo sosiego y paz». «Calle 16 que Dios le diere. Y acuérdese de aquel dicho de la Escritura: Mi secreto para mí». «Consideren cómo han de ser enemigos de sí mismos, y caminen por el santo rigor de la perfección, y entiendan que cada palabra que hablaren sin orden de la obediencia se la pone Dios en cuenta», : «Tratar con las gentes más de lo que puramente es necesario y la razón pide, a ninguno, por santo que fuese, le fue bien». «Es imposible ir aprovechando si rio es haciendo y padéciendo, todo en¬ vuelto en silencio». «Para aprovechar en las virtudes, lo que importa es callar y obrar; porque el hablar distrae y el callar y obrar recoge». «Luego que la persona sabe lo que le Kaii dicho para su aprovechamiento, ya no es menester andar pidiendo que le digan más ni hablar más, sino obrarlo de veras con silencio y cuidado, en humildad y caridad y. desprecio de sí». «Sobre todas las cosas es necesario y conveniente servir a Dios en silencio, así de apetitos como de lengua, porque sólo percibas hablas de amor». «Esto he entendido: que el alma que presto advierte en hablar y tratar, poco advertida está en Dios. Porque cuando lo está, luego con fuerza le tiran de adentro a callar y huir de cualquier conversación». «Más qúiere Dios qué el alma se goce con El que con criatura alguná, por más aventajada que sea y por más al caso que le haga». Duras son éstas doctrinas, pero bien vale la pena practicar¬ las a trueque de alcanzar la santidad. Por no tener ánimo para ello se quedan tantas almas a mitad de su camino, prendidas en los lazos que las atan a la tierra. La santidad supone una determinación enérgica e inquebrantable de morir por com¬ pleto a sí mismo y al mundo a costa de lo que sea. Y como al¬ mas de este temple escasean tanto, por eso han sido y serán siempre tan pocos los verdaderos santos. 240» 3v El olfato.—Es el sentido menos peligroso y él que menos guerra nos hace en orden a nuestra santificación. Con todo, conviene mortificarse y tenerle perfectamente a raya en dos extremos principales: a) en la tolerancia de los malos olores cuando la caridad o la conveniencia lo exijan (v.gr., al visitar a los pobres en sus' tugurios o buhardillas malolientes, a los enfermos en los hospitales, : a los presos en las cárceles, etc.) sin manifestar al exterior la menor repugnan¬ cia y. sin proferir jamás una queja; y b) renunciando al uso de perfumes en la propia persona, o habitación, o cartas, que, si bien no constituyen dé suyo verdadero pecado, arguyen siem¬ pre sensualidad, son índice de un espíritu afeminado y mun- 353 L.l c.5. Purificación activa de las potencias daño y pueden muchas veces convertirse eñ incentivos de tentación. Sobre todo; las personas consagradas á Dios (sacer¬ dotes y religiosos) han de tener como norma invariable no usar jamás de perfumes. En cuanto al perfume, de las flores, es de suyo más espiritual que el de los productos artificiales, y podría utilizarse si elevara nuestro espíritu a Dios, autor de tales delicadezas y maravillas; pero cuidando mucho de rec¬ tificar la intención y no permitiendo al sentido que se debe en su propio gusto sin referencia alguna a Dios. Santos hubo que por mortificar su olfato nb querían oler nunca el suave perfume de las flores 21 . !-? ..L 2414 4, El gusto,—El sentido del gusto puede constituir un obstáculo para la perfección por su ansia inmoderada de comer y de beber, que es preciso refrenar. La inmortificación de este sentido se llama gula, de la que vamos a hablar con la debida extensión. Naturaleza de la gula.— Según el. Doctor Angélico, la gula es «el apetito desordenado de comer y beber» 22 . Es uno de los vicios generales contra la virtud de la templanza. Dios puso en los alimentos materiales un placer que tiene por finalidad garantizar la función nutritiva en orden; a la conservación del individuo. De suyo, pues, sentir ese placer no supone ninguna imperfección, y no sentirlo sería una defor¬ midad fisiológica. Pero, después de la caída original, el apetito concupiscible—cómo ya dijimos-—se substrajo al control de la razón, y tiende de suyo a salirse de lós límites de lo razona¬ ble. Entonces es cuando se convierte en pecado, porque la naturaleza del hombre es racional, y lo que va contra la razón es malo para la naturaleza humana y es contrario a la voluntad de Dios. Moderar el sentido del ..gusto ofrece una especial dificultad, ya que no podemos prescindir, enteramente de él. Por una par¬ te, es obligatorio alimentarse pata conservar la vida, y por otra, es preciso, mantérterse dentro de los límites de la razón, sin permitir al natural deleite que nos proporcionan los manjares desmandarse en lo más mínimo, San Agustín expresa muy bien en una página de sus admirables Confesiones esta lucha entre la razón y el deleite sensible: 21 San Juan de la Cruz expresa así los inconvenientes que se siguen de no mortificar el sentido del olfato: «De gozarse en los olores suave% le nace el asco de los pobres, que es contra la doctrina de Cristo ; enemistad a la servidumbre, poco rendimiento de corazón en las cosas humildes e insensibilidad espiritual, por lo menos según la proporción de su ape¬ tito» (Subida 111,25,4). 22 Il-.n r i 4 8,t. 354 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana «Vos me habéis enseñado que me acerque a tomar los alimentos cual si fueran medicamentos. Pero mientras paso de la molestia de la necesidad a la quietud de la suficiencia, en él paso mismo me acecha el lazo de la concupis¬ cencia, porque el paso mismo es deleite, y no hay otro para pasar a la sufi¬ ciencia, adonde la necesidad me fuerza a pasar. Y siendo la salud la causa de comer y beber, júntasele como criado el peligroso deleite, y las más veces se empeña en ir delante, para que yo haga por'causa de él lo que digo que hago, o quiero hacer, por causa de la salud. Y no tienen ambos igual medida; pues lo qué basta para la salud es poco para el deleite; y muchas veces es incierto si todavía el necesario cuidado del cuerpo demanda refuerzo o el deleitoso engaño del apetito reclama servicio. Ante esta incertidumbre regocíjase el alma infeliz, y en ella prepara la de¬ fensa de su excusa, gozándose de no ver claro qué es lo que basta a conser¬ var la salud para encubrir, con pretexto de la salud, el contrabando del de¬ leite» 23 . De cinco maneras,.según San Gregorio y Santo Tomás 24 , se puede incurrir en ei vicio de la gula: 1. a Comiendo fuera de hora sin necesidad: praepropere . 2. a Comiendo con demasiado ardor: ardenter. 3. a Exigiendo manjares exquisitos: laute. 4. a Preparados con excesivo refinamiento: studiose. 5. a Comiendo excesivamente: nimis. Si, además, se indujera a otros a hacer lo mismo, habría que añadir la circunstancia de escándalo. Malicia de la gula. —Según el Doctor Angélico 25 , la gula puede ser pecado mojrtal o venial. Es pecado mortal cuando se prefiere el deleite a Dios y a sus preceptos, o sea: a) Cuando se quebranta un precepto grave por el placer de comer o be¬ ber (v.gr., el ayuno o la abstinencia). b) . Cuando se infiere a sabiendas grave daño a la salud, '■ f c) Cuando se pierde el uso de la razón (en la embriaguez perfecta, siem¬ pre; y por eso, si es consciente, es siempre pecado mortal). d) Cuando supone un despilfarro grave de los bienes materiales. e) Cuando se da con ella grave escándalo. Será pecado ven ; a! cuando, sin llegar a ninguno de estos extremos, se traspasan los límites de lo discreto y razonable. Ordinariamente, el desorden en la comida ó bebida no suele exceder los límites del pecado venial: pero la inmortificación del sentido del gusto constituye un gran obstáculo para la propia santificación. ■ Consecuencias funestas de la gula —Como vicio capi¬ tal que es, la gula da origen a otros muchos vicios y pecados; porque el entendimiento, nublado y adormecido por la pesa- 23 San Agustín, Confesiones l.io c.3T n.44 (ed. A. Prensa, Madrid 1042). 2 4 Cf. 11 - 11 , 148 , 4 . Cf. 11-11,148,2* 355 L.l c.5. Purificación activa de las potencias dez del cerebro a causa del exceso en la comida o bebida, pierde el gobierno y abandona la dirección dé nuestros actos, Santo Tomás, citando a San Gregorio, señala las siguientes principales derivaciones o «hijas de la gula» 2Ó : a) Torpeza o estupidez del entendimiento, por la razón indicada, b) Desordenada alegría (sobre todo por. la bebida), de la que se siguen grandes imprudencias e inconvenientes, c) Locuacidad excesiva, en la que no. faltará pecado, como dice la Es¬ critura (Prov 10,19). d) Chabacanería y ordinariez en las palabras y en los gestos, que pro¬ viene de ía falta de razón o debilidad del entendimiento. e) Lujuria e inmundicia, que es el efecto más frecuente y pernicioso del vicio de la gula. Si a esto añadimos que el exceso en el comer y beber; des¬ troza el organismo, empobrece la afectividad, degrada los. bue¬ nos sentimientos, destruye la paz de una familia, socava los cimientos de la sociedad (con la plaga del alcoholismo sobre todo) e incapacita para el ejercicio de toda clase de virtudes, habremos recogido los principales efectos desastrosos que lleva consigo este feo vicio, que rebaja al hombre al nivel de las bestias y animales 27 « Remedios principales. —Es difícil controlar perfectamen¬ te la desviación sensual del placer del gusto por la razón, ya indicada, de que no podemos prescindir, enteramente de éí. Pero sin duda ayudarán mucho los siguientes consejos lleva¬ dos a la práctica con decisión y perseverancia: 1, ° No comer ni beber nunca sin haber rectificado antes la intención, orientándola al cumplimiento de la voluntad de Dios en la satisfacción de nuestras necesidades corporales y previa bendición de la mesa. No omitir nunca la acción de gracias después de las. comidas, 2. a Evitar con cuidado los defectos que hemos señalado más arriba, ño adelantando caprichosamente la hora de la comida, o comiendo sólo por gus¬ to—-aunque se coma con gusto—, o demasiada cantidad, o con excesiva avi¬ dez, o manjares excesivamente exquisitos y delicados, 3. 0 No mantener jamás conversaciones sobre comidas y bebidas ni pro¬ longar las sobremesas a base de paladear con sibaritismo nuevos postres y licores. 4, 0 Ensayar progresivamente, durante varios días, la disminución de la cantidad de comida—como aconsejan los higienistas—, hasta llegar al límite exacto que reclaman las verdaderas necesidades de nuestro organismo. 2 * Cf. IMI,i4S,6. 27 «Del gozo en el sabor de los manjares, derechamente nace la gula y embriaguez, ira, discordia y falta de caridad con los prójimos y pobres, como tuvo con Lázaro aquel epulón, que comía cada día espléndidamente (Le 16,19). De ahí nace el destemple corporal, las en¬ fermedades; nacen los malos movimientos, porque crecen los incentivos de la lujuria. Críase derechamente gran torpeza en el espíritu y estrágase el apetito de las cosas espirituales, de manera que no pueda gustar de ellas, ni aun estar en ellas, ni tratar de ellas. Nace también de este gozo distracción de los demás sentidos y del corazón en descontento, acerca de mu¬ chas cosas» (San Juan de la Cruz, Subida III, 2$, 5). 356 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana La inmensa mayoría de los hombres comen el triple de lo que realmen¬ te necesitan. Son legión las enfermedades y trastornos que produce la exce¬ siva sobrecarga de alimentos y poquísimas las que proceden de falta de ali¬ mentación. 5. 0 Evitar singularidades y distinciones en la calidad o cantidad de la comida, sobre todo viviendo en comunidad. Es muy fácil caer en ilusiones sobre este punto. Hay muchas personas «enfermas» cuya única enfermedad es la gula, el afán de singularizarse o el desequilibrio neurasténico. «Y creed, hijas, que, en comenzando a vencer estos corpezuelos, no nos cansan tanto. Hartas habrá que miren lo que es menester; descuidaos de vosotras, si no fuere necesidad conocida. Si no nos determinamos a tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca haremos nada» 2 &. Pero evítese con todo cuidado y delicadeza faltar a la caridad con burlas indiscretas o dejando de atender a los verdaderos, enfermos. Estos últimos tienen una norma infalible para acertar: dejarse llevar en todo por la obe¬ diencia a los legítimos superiores. Es lícito y a veces obligatorio manifestar humildemente las propias; flaquezas y achaques; pero permaneciendo del todo indiferentes a lo que dispongan los superiores,;aunque nos vaya en ello la salud y Ja vida. . 6.° Mortificarse positivamente en la comida, lo cual puede hacerse de muy diversos modos sin llamar la atención de nadie. Por de pronto, «de !a comida, si está bien o mal guisada, no se queje, acordándose de la hiel y vi¬ nagre de Jesucristo» 2 ^. Renunciar a ciertas satisfacciones lícitas, (v.gt., no añadir sal a la comida sosa); abstenerse disimuladamente de algún manjar exquisito o disminuir la ración del mismo; renunciar al vino y á los licores (en cuanto buenamente pueda excusarlo) o reducir su uso a la mínima ex¬ presión; apartar para los pobres—si puede cómodamente hacerse sin llamar la atención—el bocado más exquisito y entregádselo'con amor, como si se tratara del mismo Cristo (Mt 25,35), y otras muchas cosas por el estilo. La generosidad en la propia renuncia y, sobre todo, el amor creciente de Dios inspirarán al alma mil procedimientos ingeniosos para mortificarse progre¬ sivamente, sin comprometer para nada la salud corporal y con gran ventaja para su aprovechaniientó espiritual. 242. 5. El tacto.—Es el sentido más grosero y, en.cierto modo, el más peligroso de todos por su mayor extensión—en todo el cuerpo humano^-y por la vehemencia de alguna de sus manifestaciones. Se impone, pues, una severa mortifica¬ ción del mismo para evitar las funestas consecuencias que se seguirían de lo contrario 30 . Remitimos al lector en todo lo referente a la lujuria-—la 2 « Santa Teresa, Camino 11,4. 29 Santa Teresa, Avisos asus monjas n.^g. 30 He aquí las principales, según San Juan de la Cruz: «Del gozo acerca del ; tacto, en cosas suaves, muchos más daños y. más perniciosos nacen, y que más en breve trasvierten el sentido al espíritu y apagan su fuerza y vigor. De aquí nace el abominable vicio de las molicies e incentivos para ella, según la proporción del gozo de este género. Criase la lujuria, hace el ánimo afeminado y tímido y el sentido halagüeño y melifluo y dispuesto para pecar y hacer daño. Infunde vana alegría y. gozo en el corazón, y cria soltura de lengua y libertad de ojos, y a los demás sentidos embelesa y embota según la cantidad de tal apetito. Empacha el juicio, sustentándole en insipiencia y necedad espiritual, y moralmente cría cobardía e inconstancia; y con tiniebla en el alma y flaqueza de corazón, hace temer aún donde no hay que temer. Cria este gozo espíritu de confusión algunas veces e insensibilidad acerca de la conciencia y del espíritu, por cuanto debilita mucho la razón y la pone de suerte que ni sepa tomar buen consejo ni darle, y queda incapaz para ios bienes espirituales y morales, inútil como un vaso quebrado!) (Subida 111,25,6). 357 LA ,c.5. Purificación activa de las potencias más brutal y peligrosa de las apetencias del sentido del tac- tq^—a lo que ya dijimos al hablar de la lucha contra la propia carne' 31 /Hay que tener en cüénta/sobre iodo, lo referente a las : pehitencias o mortificaciones corporales, íntimamente relacionadas con la purificación del sentido del tacto. Aquí sólo diremos dos palabras sobre la manera de mortificarle directamente. . De ..dos modos principalmente se puede mortificar el tacto: a) Privándole de lo qué le halagaría, cómo es la cama blanda, la silla cómoda, el contacto de las cosas blandas y sua¬ ves, y, sobre todo, el acariciar el propió cuerpo o el ajeno. Esto último hay que evitarlo a todo trance por los gravísimos peligros que lleva consigo, sobre todo tratándose de personas de distinto sexo', aunque sean de edad infantil., •: ¡. b) r Practicando la mortificación positiva del mismo a base de penitencias corporales, como el cilicio, la disciplina, el frío, el calor, el trabajo corporal, largos ratos de rodillas, etcétera, etc. Esta mortificación es necesaria a todos, princi¬ palmente a los principiantes, hasta que logren domar por com¬ pleto sus pasiones sometiendo plenamente la carne ál espíritu. Pero és un error pensar que sólo a ellos interesa. Aparte de su finalidad reparadora de los pasados excesos, tiene la morti¬ ficación corporal otras dos finalidades 1 altísimas: la propia in¬ molación de sí mismo, a imitación de Jesucristo, y la contribu¬ ción á la salud del Cuerpo místico mediante el apostolado fecundísimo del dolor. Estas dos finalidades afectan a los san¬ tos tanto ó más qué a las almas imperfectas. Nadie está excu¬ sado de practicar la mortificación corporal en una u otra forma. Con razón decía San Vicente de ,Paúl que «el que tiene én poca estima las mortificaciones corporales so pretexto de que las interiores son mucho más perfectas, muestra bien a las claras no ser mortificado ni interior ni exteriormente» 32 . Con todo, es menester obrar con prudencia y gradualmente, aumentan¬ do los ejercicios de penitencia a medida que las fuerzas del alma vayan cre¬ ciendo y las invitaciones interiores de la gracia vayan siendo más y más apre¬ miantes. Al principio, sobre todo, evítese la efusión de sangre mientras no aparezca con claridad la voluntad de Dios en contrario; no se disminuya ex¬ cesivamente el sueño o la cantidad de comida, que podría perjudicar a la salud y dejar inhábil al alma para el cumplimiento de sus deberes y obliga- ciones^ que son. más importantes que las prácticas voluntarías de mortifica¬ ción; y ; guárdese mucho el alma de convertir én fin ló qué no pasa de ser un puro medio, creyendo que la santidad consiste en despedazarse cruelmente 31 Cf. n. 235 ? 227 . 32 Méynard, Vertwt et doctrine spiritueüe deS. Vinoent de Paul c,Z3 (roA ed. París, Tequi, P*3fa). 358 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana el cuerpo, como lo hicieron algunos santos. Hay en la vida de estos santos muchos hechos dignos de admiración, pero que sería, imprudente y teme¬ rario tratar de reproducir. Ellos contaban con una particular inspiración y asistencia de Dios que no están a disposición de todos. Si el Espíritu Santo quiere llevar a un alma por el camino de penitencias extraordinarias, ya se lo inspirará fuertemente y le dará fuerzas proporcionadas para ello. Mien¬ tras tanto, la mayor parte de las almas deben practicar la mortificación cor¬ poral ordinaria, a base de mil cosas pequeñas practicadas con asiduidad y perseverancia. Este último punto es importantísimo. Es preferible'practicar perseverantemente y sin descanso pequeñas mortificaciones cotidianas que entregarse a épocas de grandes penitencias alternadas con otras de relajación. B. Purificación activa de los sentidos internos 243. San Juan de la Cruz, Sufrida 11,12-22; III,r-i5; Vallgornera, Mystica ■ Theólbgia divi Thomae q.2 d.3; Meynard, La vida espiritual t.i n.51-58; Garrigou-Lagrange, Tres edades 11 , 8 ; Naval, Curso de ascética y mística n.rsi y 134 (213 y 216 en la 8 .® ed.); Mahieü, Probatio ckaritatis n.146.: . Gomo ya vimos (n.234,b), los sentidos internos son cua¬ tro: el sentido común, la fantasía o imaginación , la facultad esti¬ mativa y la memoria sensitiva ; ' 244* 1. El sentido común y la estimativa*—Del sentido común y de la facultad estimativa nada especial hay que decir en orden a su purificación. El primero depende enteramente de los sentidos externos, cuyas impresiones ; recoge y unifica. De donde la mortificación de esos sentidos—de la que hemos hablado largamente—basta para preservarle de toda informa¬ ción peligrosa o inútil. Y en cuanto, a la facultad estimativa , si la imaginación anda bien arreglada y el juicio intelectivo ejer¬ ce sin trabas su legítimo imperio, desaparecerán las aprecia¬ ciones falsas o ridiculas de la estimativa. Restan solamente la imaginación y la memoria sensitiva, de las que vamos! a hablar inmediatamente. 245, 2. La imaginación o fantasía*—Vamos a hablar de su importancia , necesidad de purificarla y medios para conse¬ guirlo en orden a la perfección cristiana . 1) Importancia,— La imaginación o fantasía es uná fa¬ cultad importantísima, dadas las relaciones íntimas entre el alma, y cuerpo en el estado actual de la naturaleza humana. Toda idea adquirida, por el mecanismo natural de nuestras fa¬ cultades responde a una imagen previa que suministró la ima¬ ginación al entendimiento. Sin imágenes, el entendimiento no puede naturalmente conocer 33 . De ahí que sea tan útil el em- 33 Subrayamos intencionadamente esa palabra porque Dios puede muy bien—y lo hace con frecuencia en los estados místicos—comunicar al alma, sobrenaturalmente, ¡especie s inte¬ ligibles sin intervención alguna de la imaginación, j 359 L.I c.5. Purificación activa de las potencias pleo de imágenes sensibles para hacer comprender, a los ru¬ dos sobre todo, las ideas abstractas y principios especulativos, que sin esa ayuda sensible no acertarían a captar. Nuestro Señor Jesucristo se valió continuamente de la imaginación para poner al alcance del pueblo sencillo y fiel—a base de bellísir mas parábolas y alegorías evangélicas—los grandes misterios del reino de Dios. Tiene también la imaginación una influencia soberana so¬ bre el apetito sensitivo, que se mueve con gran ímpetu hacia sus objetos propios cuando la imaginación se los reviste y co¬ lorea de encantos y atractivos especiales. 2) Necesidad de purificarla. —Precisamente por su gran importancia e influencia sobre todo el compuesto humano, la imaginación es una de las facultades que necesita más honda purificación.: Puesta al servicio del bien, puede prestarnos ser¬ vicios incalculables; pero nada hay que tanta guerra nos pueda dar en el camino de la santificación como una imaginación exaltada que haya sacudido el yugo y control de la razón ilu¬ minada pon la fe. Profundamente afectada por el pecado ori¬ ginal, obedece con dificultad al impulso de la razón y de la voluntad, que no ejercen sobre ella un imperio despótico , como sobre los sentidos externos, sino solamente político , que falla muchas veces. Dos son los principales inconvenientes de una imaginación insuficiente¬ mente controlada: a) . Es causa de disipación.' —Sin el recogimiento profundo es impo¬ sible la vida interior y de oración. Pero nada hay que tanto impida ese reco¬ gimiento como la inconstancia de la imaginación, que no acierta a parar un momento,. Santa Teresa la comparó con gracia a «esas maripositas de las noches, importunas y desasosegadás», y a una «tarabilla de molino» 34 , que nunca deja de golpear mientras está en marcha el molino; y él P. Granada dice de ella que es «una potencia muy libre y muy cerrera, como una bestia salvaje, que se’anda de otero en otero», y la compara a un «esclavo fugitivo que se nos va de casa sin licencia» 35 . En fin: es «la loca de la casa» y «es para alabar a Dios la guerra que da. y cómo procura desasosegarlo todo», como dice la misma Santa Teresa 36 . b) Es causa de tentaciones y pecados.— Con frecuencia se atribuyen al demonio Una multitud de tentaciones que, en realidad, no proceden sino de la propia imaginación indómita. Las pasiones desordenadas se alimentan y crecen con la imaginación, que pinta con vivos colores el placer que el pecado producirá al apetito concupiscible, o aumenta las dificultades que el irascible tendrá que superar en el camino de la virtud, llenándole de tris¬ teza y desconfianza, cuando no de desesperación. Con razón dice .Kempis 34 Cf. Vida 17,6; Moradas cuartas r,i3* 35 Guía da pecadores 1.3 c. 15 § 7. 36 Vida 17,5. 360 P.1IL Desarrollo normal de la vida cristiana que lo que retrae .a tantas almas del camino de la perfección es : pura y sim¬ plemente el «horror, a las dificultades» corregidas y aumentadas por la ima¬ ginación 37 / • 3) Medios para purificar la imagínación.-^Los princi¬ pales son los-siguientes: a) La guarda de los sentidos externos, —Es de importancia capital, ya que por los sentidos exteriores, principalmente por la vista, entran imᬠgenes vanas o torpes, que la fantasía retiene, reproduce y combina de mil modos, soliviantando al apetito sensitivo y excitando la atención del enten¬ dimiento y el consentimiento de la voluntad. No hay, pues, mejor procedi¬ miento para evitar todo esto que substraerle la materia a la imaginación mediante la guarda de los sentidos externos. b) La cuidadosa selección de las lecturas, —Hay que evitar a toda costa no solamente las lecturas malas o francamente peligrosas, sino tam¬ bién las frívolas y vanas, que llenan de fantasmas inútiles la pobre imagi¬ nación. A este ; género pertenecen la mayor parte de las novélase aun las calificadas benignamente por la censura moral—, cuya lectura es muy incon¬ veniente para las personas que quieran llevar seriamente una vida de reco¬ gimiento y de oración. Además de trasladarnos a un mundo.irreal, lleno de sueños enfermizos, las escenas más apasionantes de aquella ficción literaria aparecen como fantasmas importunos a labora dé la seriedad y déla reflexión. Alma aficionada a novelas es casi imposible que pueda santificarse. c) Combatir la ociosidad. —La imaginación nunca está quieta. Sí no la sujetamos proporcionándole una ocupación buena y provechosa, ella mis¬ ma se buscará materia para desplegar su actividad. Y como está mal indi¬ nada y siente natural propensión a todo lo que halaga los bajos apetitos, bien pronto nos pondrá en trance de peligrosa tentación. Ocúpesela siem¬ pre en algo útil, y habremos dado un gran paso para que nos deje en paz. d) Ofrecerle objetos buenos. —No basta substraerle la materia no¬ civa o no permitirle divagar ociosa para tener completamente dominada la imaginación. Es preciso proporcionarle materia santa y provechosa para conseguir no sólo qúe se aparte del mal, sino qué se orienté y dirija positi¬ vamente al bien/A ésto sé orienta la llamada «composición de lugar» antes de comenzar lá oración, que consiste, v.gr., en representarse con la mayor viveza posible lá escena evangélica que vamos a meditar, ofreciéndole ese pábulo a la imaginación para qué no perturbe la paz y sosiego del espíritu con representaciones importunas. La lectura de libros santos, en los que se describan con fuerza y colorido escenas edificantes, puéde contribuir a formar, en este sentido positivo, la imaginación y ponerlá aí servicio del en¬ tendimiento y de la voluntad, como excelente auxiliar de estas potencias su¬ periores. e ) Acostumbrarse a proceder siempre con atención a lo que se está haciendo. —El age ouod agis —haz lo que haces-/ié los antiguos está cargado de profunda sabiduría. El hábito de atender á lo que estamos ha¬ ciendo tiene'la doblé ventaja de multiplicar nuestras energías intelectuales y disciplinar la imaginación, impidiéndola divagar de Unos objetos a otros. No conocemos riada más sintético y exacto sobre, la atención qué las admira¬ bles páginas que escribió Balmes en el capítulo segundo de su famosa obra El criterio. A ella remitimos al lector. 31 frUnum cat quod multos ab emendatíone retrahit: horror difficultatis seu labor cer- taminis» (De imitatione Christi l.i 0.25)- 361 L.l Purificación activa de las potencias j ) ; No. CONCEDER DEMASIADA IMPORTANCÍA A SUS DISTRACCIONES E IM¬ PERTINENCIAS.— A veces, la única manera de combatir con eficacia ciertas imaginaciones exaltadas es despreciarlas y no tratar de combatirlas ilirccta- mente para que no se exacerben más; é$ consejo de Santa Teresa Ocú¬ pese la voluntad en amar; a Dios aunque sea en medio.de un cúmulo de dis¬ tracciones y tenga paciencia con la imaginación hasta que Dios la trans¬ forme profundamente rnediante las purificaciones pasivas. Mientras tanto, no haga caso de ella y evite lo que tenga que evitar y haga lo que tenga que hacera pesar dé las sugerencias en contrarío de la pobre imaginación extra¬ viada.. 4) En orden a la perfección cristiana^ San Juan de la Cruz habla largamente de cómo las aprehensiones imaginarias no pueden ser medio proporcionado para la unión con Dios —ya que Dios no cabe en una especie imaginaria—y del daño que hace al .alma no saber desasirse de ellas aunque se le hayan representado por vía sobrenatural Hay que leer . y meditar despacio la magnífica doctrina del Místico Doctor 3 246.' 3. ; La memoria.—Vamos a tratar de la purificación de la me¬ moria en general, ex poniendo los principios, que pueden, aplicarse indistin¬ tamente a la memoria sensitiva y a la intelectiva . Esta, segunda, según el Doc¬ tor Angélico, no es facultad distinta de la inteligencia, sino tan sólo una función! de la misma que tiene por objeto conservar o retener las especies inteligibles 40 , Hay ün abismo entre la memoria sensitiva —que tiene por ob¬ jeto únicamente lo sensible, particular y concreto—y la memoria intelectiva —qúe se alimenta de lo suprasensible, abstracto y universal—; pero el pro¬ cesó de. purificación es. exactamente el mismo en ambas. Los medios y pro¬ cedimientos de purificación afectan proporcionalmente a las dos. ; 1). Importancia de la memoria. —La memoria es una fa¬ cultad importantísima. Con ligereza imperdonable suele con¬ siderársela como «el talento de los tontos»; pero en realidad presta, o puede prestar, inestimables servicios a la. inteligen¬ cia, de la que es su más poderoso auxiliar. Sin ella, nuestro espíritu sería como una vasija agujereada, que siempre perma¬ nece vacía por mucha agua que se le eche. Para cierta clase de conocimientos—idiomas, historia, ciencias físicas y natura¬ les, etc.—es absolutamente indispensable poseer una excelen¬ te memoria. 2) Necesidad de purificarla.— Precisamente porque la memoria almacena en el espíritu, toda clase de conocimientos, 33 «El postrer remedio que he hallado, a cabo de haberme fatigado hartos años, es lo que dije en la oración de quietud, que no se haga caso de ella raás que de un loco, sino dejarla con su tema, qué sólo Dios se le puede quitar; y, en fin, aquí por esclava queda» (Vida 17,7). 39 Cf. Subida II,12 y 16 principalmente. 1,79,7-—El reconocer las especies en cuanto pasadas, o sea, como ya anteriormente percibidas, tío es propio de la memoria intelectiva, sino sólo de la sensitiva. Sin; embargo, aún la memoria intelectiva tiene conciencia de lo pasado, no por razón de su objeto—que abs¬ trae siempre-del hic ct sino por parte de su acto intelectual, o sea, secandum quxxl iritelligii se prtus iniellexisse, como dice Santo Tomás (1,79,6c et ad 2). Por 16 deimás, esta cuestión tiene poca importancia para nuestro objeto. 362 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana buenos y malos, es necesario someterla a un proceso enérgico de purificación. A.lo largo de la vida se han ido produciendo en tomo a nosotros una serie de hechos cuyo recuerdo. en nada puede favorecer al alma en su afán de santificarse. Unas veces son los tristes episodios de nuestras propias culpas y pecados; otras, las escenas dé ciertos espectáculos o heóhos desedifican¬ tes que hayamos podido presenciar; otras, las mil informácio- nes inconvenientes que hemos recibidla través de las lecturas, fotografías, estatuas, etc., que dejaron nuestro espíritu profun¬ damente perturbado; otras, en fin, los tristes acontecimientos de la vida individual, familiar o social: las desgracias, olvidos, ingratitudes, injurias, etc., etc., de que está llena la.pobre vida humana. Ninguno de estos recuerdos es conveniente ó provechoso para el alma. Todos ellos tienden de suyo, en una forma o en otra, a arrebatarle el sosiego, la paz y la tranquilidad, que tán indispensables son para el recogimiento y la. vida de oración. Veamos, pues, cuál debe ser la conducta práctica del alma en orden a la purificación activa de la memoria. 3) Medios para purificarla. —He aquí los principales por orden jerárquico de inferior a superior dignidad: a) Eliminar los recuerdos pecaminosos.— Es el primer paso, abso¬ lutamente indispensable para todos los que aspiren simplemente a la salva¬ ción eterna. El recuerdo de los pecados propios o ajenos, lo mismo que el de los espectáculos, revistas o escenas inmorales que haya podido contem¬ plar, tiene una fuerza espantable para sugestionar al alma y hacerla caer nuevamente en ei pecado, sobre todo si va asociado.a una.imaginación es¬ pléndida, que colorea con nuevas pinceladas los pasados acontecimientos. El alma ha de. rechazar rápida y enérgicamente esta cíase de recuerdos, bien persuadida de que la simple aprobación o gozo voluntario de aquellos pecados- pasados es suficiente para constituirla nuevamente rea de ellos aun sin llegar a cometerlos materialmente otra vez. b) Combatir los recuerdos inútiles.— Hay otras muchas cosas, que, sin ser pecaminosas en sí mismas, todavía su recuerdo es completamente inútil y, por lo tanto, perjudicial para el alma, Tales son, v.gr., los aconte¬ cimientos tristes de nuestra vida pasada, desgracias familiares, humillacio¬ nes, fracasos, etc., o los sucesos prósperos, que nos llenaron, acaso, dé exce¬ siva y destemplada alegría. El recuerdo de unos y otros perturba la paz y ei sosiego del alma, sin ventaja para nadie. Porque ninguno de aquellos suce¬ sos tristes podremos remediar con nuestra pena y ninguna de aquellas ale¬ grías volverá a reproducir el fausto acontecimiento que la motivó. Mientras el alma esté ocupada en esas vanas tristezas o alegrías 1 estará incapacitada para entregarse a la Oración en paz y recogimiento de espíritu: c) Olvidar por completo las injurias o desprecios recibidos.— Esto ya pertenece a la virtud y es absolutamente indispensable.para él alma que quiera santificarse de veras. A pesar del perdón ofrecido o quizá gene¬ rosamente otorgado en medida superior a la estrictamente obligatoria, el recuerdo de la pasada ofensa no puede menos de turbar por ün momento 363 L.I c.5. Purificación activa de ¡as potencias la paz de la ; conciencia y de presentamos poco simpática ,1a figura del cul- pable^.Es preciso olvidar por completo el desagradable episodio y procurar incluso rodear de especiales atenciones al que voluntariamente nos lo causó. Santa Juána. de Chanta! llegó a ser madrina de bautizo 5 de un hijo del que mató a su marido, acción que llenó de estupor al mismo Sán Francisco de Sales; Para atraerse definitivamente ta simpatía de Santa Teresa había un procedimiento infalible: insultarla, o despreciarla públicamente. Admiremos estos hechos maravillosos de los santos y procuremos imitarlos, al menos olvidando por completo y para siempre las ofensas recibidas, pensando que son mucho mayores las que nosotros hemos cometido contra Dios, y que exige de nosotros ese perdón omnímodo para otorgarnos el suyo sin tasa ni medida. El alma que alimente un rencor, por justificado que le parezca —jamás lo está ante Dios—, ya puede despedirse de la santidad; y si se trata de eñémistad grave, manifestada sobre todo al exterior, expone a grave peligro la misma salvación eterna de su alma. d) Recordar los beneficios recibidos de Dios y nuestra ingra¬ titud : para gon Él.— Esto pertenece ya al encauce positivo de la memoria y ofrece,?vastísima materia para orientarla hacia Dios. ¿Qué-duda cabe que el recuerdo de los inmensos beneficios que hemos recibido de Dios a todo lo largo de nuestra vida, de las infinitas veces que ha perdonado y olvidado nuestras culpas, de los peligros de que nos ha preservado, de las amorosas trazas de su providencia sobre nosotros y los seres que amamos, etc., etc., es excelente medio para excitar nuestra gratitud hacia El y el deseo de corres¬ ponderle con la delicadeza más exquisita? Si a esto añadimos ei recuerdo de nuestra miseria y nuestra nada, de nuestras desobediencias y rebeldías, de nuestras continuas ingratitudes y resistencias a la gracia, nuestra alma se llenará de humildad y confusión y experimentará la necesidad de redoblar su vigilancia y sus esfuerzos para ser mejor en adelante. e) Recordar los motivos de la esperanza cristiana,— Es, acaso, el procedimiento más efica2 para encauzar nuestra memoria hacia Dios, puri¬ ficándola del contacto con las cosas terrenas. San Juan de la Cruz hace de la memoria el asiento de la esperanza cristiana; y aunque esto no sea exac¬ to 41 , es indudable que pueden encontrarse muchos puntos de contacto entre ambas en orden a la purificación de la memoria. El recuerdo de la eternidad bienaventurada—objeto central de la esperanza cristiana—es aptísimo para hacernos despreciar los vanos recuerdos de las cosas de la tierra y elevar nuestro espíritu hacia Dios. He aquí cómo expone esta doctrina un. famoso autor contemporáneo: «El olvido de Dios hace que nuestra memoria este' como sumergida ■en el tiempo, del que no ve la relación que tiene con la eternidad, con los beneficios y. las promesas de Dios. Esta falta inclina a nuestra memoria a contemplar las cosas horizontalmente en la línea del tiempo que va huyendo, y del cual sólo es real el momento presente , entre lo pasado, que ya ha desaparecido, y lo futuro, que todavía no ha lle¬ gado. El olvido de Dios nos impide ver que aún el momento presente se halla en la línea vertical que lo une: al único instante de Ja inmoble eternidad y que hay una manera divina de vivir ese presente momen¬ to, para que por los méritos pertenezca a la eternidad. Mientras que el olvido de Dios nó nos levanta de la trivial y plana vista de las cosas en la línea del tiempo que pasa. Ja contemplación de Dios es como la 41 Véase Ja nota correspondiente ai número 255, en la que un ilustre carmelita expone !a razón fundamental por la que no puede admitirse esta doctrina y la razón que movió a San. Juan de la Cruz para utilizarla a pesar de todo. 364 P.IIL Desarrollo normal de la vida crisúdna visión vertical de las cosas, que no duran, y del'lazo que las une con Dios, que no pasa jamas. Vivir como sumergidos en el tiempo es olvi^ dar su valor, es decir, su relación con la eternidad. ¡• ¿Cuál será la virtud capaz de sanar esté grave defecto dél olvido de Dios? San Juan de la Cruz responde: 'La memoria que olvida a Dios ha de ser curada por la esperanza de la bienaventuranza eterna, del mismo modo que la inteligencia tiene que serio por el progreso en la fe, y la voluntad, por el aumento de la caridad*... Somos viajeros, y olvidamos que estarnos de. viaje; Cuando va¬ mos en un tren y vemos que algunos viajeros descienden en una es¬ tación, nos hace esto recordar que pronto tendremos que descender también; de la misma manera, en nuestro viaje a la eternidad, guan¬ do alguien baja, es decir, cuando uno muere, nos hace recordar que también nosotros hemos de morir y que estamos en viaje a la eter¬ nidad»^, 4) En orden a la perfección, la necesidad de purificar la memoria vaciándola de todas las formas terrenas que pueden perturbar nuestra unión con Dios obedece a la misma razón fundamental que para las demás potencias: ninguna forma creada, sensible o inteligible, puede servir de medio próximo y proporcionado para ía divina unión. San Juan de la Cruz es inflexible én sacar las consecuencias de este principio con re¬ lación a la memoria, de la que exige el . olvido de todas las aprehensiones recibidas por vía natural o sobrenatural, para guiarse únicamente por los motivos de la esperanza cristiana. Hay que leer cuidadosamente aquellas páginas tan divinamen¬ te inspiradas 43 . ARTICULO 3 Purificación activa de las pasiones 247. S.Th./I-II,22-48; Ribot, La psychoíoste des setitiments; Payot, L’éducdríón de la volonté; Janvíer, Caréme, 190S; H. D. Noble, L’éducalion des passions ; Frobes, Psicología empírica y experimental; F. T. D. ( Psicología pedagógica. Examinada ya la purificación activa de los sentidos externos e internos, se impone ahora el estudio de la reforma y encauzamiento de esa otra gran facultad orgánica que es el apetito sensitivo, donde tienen su asiento las pasiones . 248* i, Nociones previas,—Empecemos, como-de cos¬ tumbre,, recordando unas breves nociones de psicologíav: a) El apetito sensitivo es aquella facultad orgánica por la cual buscamos el bien en cuanto material y aprehendido por los sentidos . Se distingue genéricamente del apetito nacional, o voluntad, que busca el bien en cuanto aprehendido por el’en- 42 Garrigou-LagraNGE, Tres edades TI,8. Los subrayados son del propio P. Garrigou. Cf, Subida III, 1 -15* ' . .. ; 365 L.I c>5. Purificación activa de las potencias tendimiento L El apetito sensitivo ignora toda razón de bien que no sea el puramente sensual o grato a los sentidos. De ahí la lucha entablada contra el apetito racional, que busca de suyo el bien racional o del espíritu: «Porque la carne tiene tenden¬ cias contrarias a las del espíritu, y el espíritu tendencias con¬ trarias a las de la carné, pues uno y otío se oponen» (Gal 5,17). El apetito sensitivo, llamado también sensualidad 1 2 3 , es una fuerza genérica dividida en dos potencias, que son las dos espe¬ cies del apetito sensitivo, a saber: el apetito concupiscible y el irascible , El primero tiene por objeto el bien deleitable y de fácil consecución; el segundo, el bien arduo y difícil de alcan¬ zar. Y estas dos inclinaciones no pueden reducirse a un prin¬ cipio único o en especie átoma, sino que arguyen forzosamente dos potencias realmente distintas entre sí 3 . El entendimiento y la voluntad pueden influir e influyen de hecho sobre el apetito sensitivo; pero no de una manera des¬ pótica (como sobre las manos o los pies, que se mueven sin resistencia al imperio de la propia voluntad), sino solamente con un imperio político , como el de un jefe sobre un súbdito, que puede resistir al mandato de su superior 4 . Los diferentes movimientos del apetito sensitivo hacia el bien aprehendido por los sentidos dan origen a las pasiones. Regular y purificar el funcionamiento de éstas equivale, pues, a la regulación y purificación del apetito sensitivo. b) Las pasiones .—Dos son las principales acepciones con que suele emplearse esta palabra. En su sentido filosófico son movimientos o energías que podemos emplear para el bien o para el mal. De suyo, en sí mismas, no son buenas ni malas: todo depende de la orientación que se les dé 5 . Puestas al ser¬ vicio del bien, pueden prestarnos servicios incalculables, has¬ ta el punto de poderse afirmar que es moralmente imposible que un alma pueda llegar a las grandes alturas de la santidad sin poseer una gran riqueza pasional orientada hacia Dios; pero, puestas al servicio del mal, se convierten en fuerza des¬ tructora, de eficacia verdaderamente espantosa. ■ En el lenguaje popular, y en el de una buena parte de los autores espirituales, la palabra pasión suele emplearse en su sentido peyorativo, como sinónimo de pasión mala, como algo que es preciso combatir y dominar. 1 1,80,2. 2 1,81,1: Purificación activa de las potencias 375 apartándole de la gran tarea de la propia santificación. Hay que renunciar en absoluto a la lectura de novelas y a las conversaciones frívolas, que ocupa¬ rían nuestro espíritu con pensamientos insustanciales; a los castillos, en el aire que suele fabricar la imaginación» y en los que solemos ser nosotros los héroes y protagonistas; a la lectura de periódicos y revistas de mera informa¬ ción de actualidad 8 y a otras muchas cosas semejantes. Todo esto es muy incómodo ciertamente; pero a no querer someterse a estas incomodidades obedece precisamente el que tantos aspirantes a la perfección cristiana se queden a menos de la mitad de su camino. La santidad es un tesoro tan grande, que el que no esté dispuesto a renunciar a todo a trueque de alcan¬ zarla, no la conseguirá jamás. Es la «margarita preciosa» de que habla el Evangelio (Mt 13,45-46), para cuya adquisición el sabio mercader vendió absolutamente todo cuanto tenía. b) La ignorancia. —Una cosa es alimentar pensamientos inútiles—que es altamente nocivo para la perfección cristiana—y otra muy distinta fo¬ mentar la ignorancia del alma a trueque de no perturbar su tranquilidad y sosiego. Esto último sería un gran error, bastante más pérjudicial que el anterior. No toda ignorancia es voluntaria y, por tanto, no siempre es pecado delante de Dios 9 . No todos están obligados a frecuentar las aulas de teo¬ logía para adquirir un conocimiento a fondo de las cosas divinas, pero todos han de procurar adquirir aquellos conocimientos que, según sus fuerzas ac¬ tuales y obligaciones del propio estado, pueden contribuir a su perfecciona¬ miento intelectual y moral. La desconfianza o enemistad contra la ciencia ha sido siempre señal de mal espíritu y origen de muchas herejías y trastor¬ nos en la Iglesia, como puede mostrarse con la historia en. la mano. La Sa¬ grada Escritura reprueba terminantemente esta actitud 10 y San Pablo in¬ siste muchas veces én la utilidad de la ciencia para el servicio de Dios 11 . Sin embargo, no toda ciencia es útil o conveniente para la propia santi¬ ficación, San Pablo habla de una ciencia que hincha, en contraposición a la caridad, que edifica 12 . En la adquisición de la ciencia—en efecto—se puede pecar por dos capítulos: a) por parte deJ que estudia, no haciéndolo a im¬ pulsos de la virtud de la estudiosidad 13 , sino por motivos viciosos (vanidad, curiosidad, por el mero placer que experimenta en el estudio—lo cual bien pudiera calificarse de gula intelectual—, etc.); y b) por parte de la cosa que se estudia (perniciosa para el alma o, al menos, inútil e impertinente); Es preciso combatir la ignorancia sobre todo en materias de religión y espiritualidad. Ciertamente que—rectificando la intención—podemos y de¬ bemos estudiar también las ciencias humanas, sobre todo las que se refieren a la propia profesión y deberes del propio estado; pero ante todo hemos de aplicarnos a la ciencia de nuestra eterna salvación. Sería un absurdo Invero¬ símil dedicar todos nuestros afanes a la ciencia humana y perecedera, que ha de acabar muy en breve (1 Cor 13,8), y descuidar la ciencia suprema de nuestros intereses eternos. Es tristísimo el espectáculo que ofrecen tantos cristianos eminentes por su cultura literaria, artística o científica, que care¬ cen al -mismo tiempo de los más elementales conocimientos en materia de 8 A menos que el trato con las almas, la situación social o los deberes del propio estado aconsejen otra cosa. Pero aun en estos casos hay que evitar las largas sesiones innecesarias y hay que mantener el espíritu lo más líbre y desembarazado posible de aquellas noticias y acontecimientos' puramente humanos. 9 Cf. S. Thom., De malo 3,7. 10 Os 4,6: «Perece mi pueblo por falta de conocimiento; por haber rechazado tú el co¬ nocimiento, te rechazaré yo a ti del sacerdocio a mí servicio». Hay otros muchos testimonios. 11 Cf. 2 Cor 6,6; 8,7; 11,6; Phil 1,9; Col 1,10, etc. 12 «Sdentia infla, caritas vero aedificat» (i Cor 8,i). 13 Cf. II-II,i66; y n.470 de esta obra. 376 P.I1I. Desarrollo normal de la vida cristiana religión. Otros se dedican acaso febrilmente a la adquisición de la ciencia sagrada, pero con: una actitud y tendencia antkontemplativa, por decirlo así. Se detienen en el mero conocimiento especulativo de la verdad, sin preocu¬ parse de hacer descender al corazón ios rayos bienhechores de su influencia vivificante. Son teólogos a medias. Sus pobres almas perecen de anemia esr piritual, sin caer en la cuenta de que tienen ante sus ojos una mesa espléndi¬ damente servida, de la que, sin embargo, no se les ocurre aprovecharse más que para satisfacer su curiosidad intelectual. Y menos mal si todo queda en esto; que a veces estos tales van mucho más lejos y, so pretexto de no per¬ judicar al estudio, descuidan por completo la oración o reducen a su mínima expresión el tiempo a ella destinado, para dedicar el que les queda libre a las obras exteriores de apostolado; no advirtiendo que, como enseña San Juan de la Cruz, («mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a . Dios (dejando aparte el buen ejemplo que de si darían) si gastasen si¬ quiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración, aun¬ que no hubiesen llegado a tan alta como ésta. Cierto, entonces ha¬ rían más y con menos trabajo en una obra que con mil, mereciéndolo su oración y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ella; porque, de otra manera, todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño» 14 . Apliqúese, pues,: el alma con intensidad aJ estudio de la verdad sagrada, pero deponiendo todo espíritu de curiosidad, ratificando plenamente la in¬ tención y no buscando en la adquisición de la ciencia más que la mayor gloria de Dios, la disipación, de la propia ignorancia y el medio de adelantar más y más en el camino de la santidad. c) La curiosidad. —En directa oposición a la virtud de la estudiosi¬ dad, de la que es su vicio contrario, está la curiosidad 15 , o deseo inmode¬ rado de saber lo que no nos interesa o puede sernos perjudicial. Por des¬ gracia este pecado se comete con frecuencia, bien en la adquisición de toda clase de conocimientos inútiles, bien en la de aquellos que sólo pueden ser¬ vir para procurar goces a los sentidos y fomentar las pasiones. A este capí¬ tulo pertenece la afición desmedida a leer toda clase de novelas y libros de puro pasatiempo y recreación, la sed insaciable de espectáculos (cines, teatros, deportes), a veces peligrosos, cuando no totalmente opuestos a la moral cristiana 1 $, y otras cosas semejantes. Es imposible que los que a tales cosas se dedican—sobre todo si es con frecuencia y apasionamiento—pue¬ dan mantener su alma en la paz y sosiego espiritual indispensable para al¬ canzar la santidad. También es efecto de una curiosidad malsana el andar investigando las vidas y dichos ajenos para encontrar pábulos a la crítica ya la murmu¬ ración. San Juan de la Cruz condena severamente este vicio, por desgracia muy frecuente entre personas devotas, y advierte a las almas aficionadas a entremeterse en vidas ajenas que, si no se corrigen de esta mala costumbre, jamás alcanzarán la santidad y hasta volverán atrás de mal en peor: «Y así, jamás se entremeta, ni de palabra ni de. pensamiento, en las cosas que pasan en la comunidad, ni de los particulares, no que¬ riendo notar ni sus bienes, ni sus males, ni sus condiciones; y, aun- 14 Cántico 29,3. i* Cf. IMU67. 16 «La asistencia a los espectáculos se hace viciosa cuando el hombre se inclina a los vicios, a la lascivia o crueldad por las cosas que allí se representan» (II-II,167,2 ad 2). 377 L.J c.5. Purificación activa de las potencias que se hunda el mundo, ni querer advertir ni entremeterse en ello, Dor guardar el sosiego de su alma; acordándose, de ia mujer de Lot, que, porque volvió la cabeza a mirar los: clamores y el ruido de los que perecían, se volvió en dura piedra. Esto ha menester guardar con gran fuerza, porque con ello se librará de muchos pecados e im¬ perfecciones y guardará el sosiego y quietud de su alma, con mucho aprovechamiento delante de Dios y de los hombres. Y .esto se mire mucho, que importa tanto, que, por no lo guardar, muchos religio 7 sos, no sólo nunca les. lucieron las otras obras. de virtud y de reli¬ gión que hicieron, mas fueron siempre hacia atrás de mal en peor» 17 . No siemjpre, sin embargo, está prohibido fijarse en vidas ajenas.. Y a veces es incluso obligatorio, sobre todo para los encargados por oficio de corregir al prójimo, como son los. legítimos superiores. Pero ha de ser siem¬ pre con una finalidad santa y elevada, ya para edificarse uno mismo con los buenos ejemplos y animarse con ello a ser mejor, ya para utilidad espiri¬ tual del prójimo, corrigiéndole de sus defectos según el orden de la caridad y el debido oficio jamás para murmurar de él sin oficio ni benefició para nadie. Otro género dé curiosidad, peor todavía que todos los anteriores, sería la de querer averiguar por medios absolutamente desproporcionados (adi¬ vinación, magia, espiritismo, vana observancia, etc.) cosas ocultas—como los secretos de los corazones—o futuros eventuales. Si qüisiere averiguarse al¬ guna cosa por vía sobrenatural (como interrogando a Dios), se cometería el pecado de la «tentación de Dios», que se opone directamente a la virtud de la religión * 9 . San Juan de la Cruz insiste largamente en la necesidad imprescindible de renunciar a toda clase de noticias que puedan adquirirse por vía sobrenatural (visiones, revelaciones, profecías, etc.), so pena de no llegar jamás a la desnudez de la pura fe, único medio proporcionado para Ja unión de nuestro entendimiento con Dios 20 . Los directores espirituales que bajo cualquier pretexto, por muy razonable qué parezca, fomenten o entretengan en las almas esta clase de deseos incurren en una gran equi¬ vocación y torpeza, de la que tendrán que dar estrecha cuenta a Dios 2l . d) La precipitación en el juzgar.— Otro gran defecto intelectual del que es menester purificarse es la precipitación en el juzgar, que es una de las formas del pecado de imprudencia según Santo Tomás 22 , El Doctor Angélico señala sus inconvenientes, estableciendo una analogía con el. or¬ den natural. Si bajamos por saltos una escalera, sin recorrer uno a uno tor dos sus peldaños, obramos precipitada, y temerariamente. De. la misma ma¬ nera, en el orden espiritual, la razón ocupa el lugar superior, y la acción.u obra exterior, el último más bajo. Los escalones intermedios por los que se ha de • descender ordenadamente son: memoria de. lo pasado, conocimiento de lo presente, sagacidad en la consideración .de las posibles eventualidades, raciocinio que compare unas cosas con otras y docilidad para aceptar el parecer o consejo de los mayores. Si hacemos caso-orniso de estos grados y nos lanzamos a obrar o a emitir un juicio irreflexivamente, habremos obrado con precipitación e imprudencia. Otros defectos íntimamente relacionados con éste de los que es preciso corregirse son la inconsideración, que juzga sin reflexionar, sin percatarse 17 San Juan de la Cruz, Consejos a un religioso para aícamar la perfección n,2. . 1 á £1-11,167,2 ad 3. '• Cf. 11-11,05,96 y 07- 20 Cf. Subida y Noche passim. 21 Cf. Subida 1,12,6; II,18-22. 22 Cf. 11-11,53,3. 378 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana del estado de la cuestión, sin contar con suficientes elementos de juicio, incurriendo, por lo mismo, con gran facilidad en juicios falsos o incomple¬ tos, que dan origen a multitud de ilusiones y disgustos 23 , y la inconstancia , que, aunque tiene su raíz en la voluntad, encuentra su consumación en el entendimiento, que no sabe mantener los motivos que se había trazado para obrar rectamente y se deja llevar por los caprichos y veleidades de la pa¬ sión 24 . Para combatir estos defectos es preciso acostumbrarse a proceder siem¬ pre con calma y reflexivamente, evitando la ligereza y precipitación en nuestros juicios y ía inconstancia y volubilidad en nuestra manera de pensar, que tiene su fundamento en la falta de firmeza en nuestro espíritu de los principios o normas de acción. No obremos jamás sin reflexionar con ma¬ durez y sin pesar cuidadosamente en la balanza de la discreción el pro y el contra de las cosas bajo la mirada de Dios. e) El apego al propio juicio. —Es una de las formas más frecuentes de la soberbia, de la que apenas hay nadie completamente exento. En sus formas más agudas llega a someter a examen los mismos dogmas de la fe y las decisiones de los legítimos superiores. Cuando no llega a tanto como esto, fomenta y mantiene el espíritu de secta, no en el noble sentido de exposición serena y defensa razonada de los puntos de vista de una deter¬ minada escuela o tendencia que nos parezca estar en posesión de la verdad, sino a base de mortificar al adversario, tratando con. desprecio o irónico desdén las opiniones contrarias a las nuestras. Son rarísimas las almas que aman y sirven por encima de todo a la verdad y no ponen en juego casi exclusivamente—cuando contrastan o enjuician opiniones ajenas—la satis¬ facción del amor propio y el triunfo de las propias ideas, sin más razón que porque son propias o de la escuela a que se pertenece. Se echa en olvido que en las cuestiones que Dios dejó abandonadas a las disputas de los hom¬ bres no hay ninguna escuela filosófica o teológica que se pueda jactar de poseer la verdad por entero, con exclusión de todas las demás. Casi siem¬ pre hay en la opinión contraria algunq x parte de verdad, en la que no se ha reparado suficientemente a. causa de los prejuicios con que se la examina. La sinceridad intelectual, el amor a la verdad, la humildad y la caridad acon¬ sejan escuchar con atención e imparcialidad a nuestros adversarios y con¬ cederles de buen grado lo que hubiere de verdad en sus afirmaciones. En la conducta privada e individual es también muy necesario renunciar con frecuencia al propio juicio y tener en cuenta las luces ajenas. Santo To¬ más lo razona admirablemente, diciendo que como la prudencia versa acerca de las cosas particulares y concretas que hay que realizar—que son casi infinitas en número—, no es posible que un solo hombre pueda examinar todos los aspectos que habría que tener en cuenta en cada una de ellas para saber qué es lo que debemos hacer o evitar. Por eso, en lo tocante a la pru¬ dencia, necesitamos ser ilustrados por otros, principalmente por los ancia¬ nos, cuya larga experiencia les ha enseñado muchas cosas que escapan al conocimiento precipitado e irreflexivo de los jóvenes. Es señal de buen es¬ píritu la docilidad en aceptar sus consejos, sin malograrlos por pereza o des¬ deñarlos por soberbia 25 , 258* 3. Lo positivo en la purificación del entendi¬ miento*—Hasta ahora hemos examinado el aspecto negativo en la purificación del entendimiento, o sea los defectos que es « Cf. 11 - 11 , 53 ,4. 24 cf. 11-11,53,5. 2 5 Cf. II-II, 49,3c et ad 2. 379 L.l c.5. Purificación activa de ¡as potencias preciso combatir hasta extirparlos por completo. Veamos aho¬ ra el aspecto positivo, o sea la norma de conducta que es pre¬ ciso seguir para lograr la plena sumisión, de núestro entendi¬ miento a Dios. Se reduce a un solo punto, pero de importancia capital en la vida cristiana: el alma ha de dejarse conducir exclusivamente por las luces de la fe, que es el único medio próximo y proporcio¬ nado para la unión de nuestro entendimiento con Dios en esta vida. Nadie ha expuesto con tanta fuerza y demostrado con tanto vigor este principio como San Juan de la Cruz. Lo repite in¬ cansablemente en todas sus obras y lo demuestra magistral- mente con el rigor y exactitud que se exige en una cátedra de teología. He aquí los hitos fundamentales de su vigorosa ar¬ gumentación: 1, ° Comienza por asentar la infinita trascendencia e in¬ comprensibilidad de Dios. El humano entendimiento no puede comprender al ser divino: «Antes que tratemos del propio y acomodado medio para la unión de Dios, que es la fe, conviene que probemos cómo ninguna cosa criada ni pensada puede servir al entendimiento de propio medio para unirse con Dios y cómo todo lo que el entendimiento puede alcanzar, antes le sirve de impedimento que de medio, si a ello se quisiere asir» 1(3 . 2 . ° Todo medio próximo ha de tener relación próxima y proporcionada con su fin. Luego es indispensable para la unión del entendimiento con Dios encontrar algún medio próximo y proporcionalmente relacionado con El: «Es, pues, de saber que, según regla de filosofía, todos los medios han de ser proporcionados al fin; es a saber: que han de tener alguna convenien¬ cia y semejanza con el fin, tal que baste y sea suficiente para que por ellos se pueda conseguir el fin que se pretende. De donde para que el entendi¬ miento se venga a unir en esta vida con Dios según se puede, necesariamente ha de tomar aquel medio que junta con él y tiene con él próxima seme¬ janza» 27 . 3-° Ahora bien: ninguna criatura corporal o espiritual tie¬ ne semejanza próxima con el ser infinito de Dios. Luego nin¬ guna de ellas puede servirle al entendimiento de medio pró¬ ximo para la divina unión: «En lo cual habernos de advertir que, entre todas las criaturas superiores e inferiores, ninguna hay que próximamente junte con Dios ni tenga semejanza con su ser. Porque, aunque es verdad que todas ellas tienen, como dicen los teólogos, cierta relación a Dios y rastro de Dios, unas más y otras menos .Subida II,8,i. * 7 Subida 11,8,2. 380 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana según su más principal o menos principal ser, de Dios a ellas ningún respecto hay ni semejanza esencial, antes la distancia que hay entre su divino ser y el de ellas es infinita, y por eso es imposible que el entendimiento pueda dar en Dios por medio de las criaturas, ahora sean celestiales, ahora terre¬ nas, por cuanto no hay proporción de semejanza» 28 . 4. 0 No pudiendo servir las criaturas existentes en la rea¬ lidad de medio próximo para la unión del entendimiento con Dios, ¿podrán servir las creaciones de la fantasía o imagina¬ ción? Menos aún, pues los conceptos de la imaginación tienen todavía menos entidad real que lo que entra por los sentidos: «La razón de esto es porque la imaginación no puede fabricar ni ima¬ ginar cosas algunas fuera de las que con los sentidos exteriores ha experi¬ mentado; es a saber: visto con los ojos, oído con los oídos, etc., o, cuando mucho, componer semejanzas de estas cosas vistas, u oídas y sentidas, que no suben á mayor entidad ni a tanta que aquellas que recibió por los senti¬ dos dichos. Porque, aunque imagine palacios de perlas y montes de oro porque ha visto oro y perlas, en la verdad, menos es todo aquello que la esencia de un poco, de oro o de una perla, aunque en la imaginación sea más en cantidad y compostura. Y por cuanto todas las cosas criadas, como ya está dicho, no pueden tener alguna proporción con el ser de Dios, de ahí se sigue que todo lo que se imaginare a semejanza de ellas no puede servir de medio próximo para la unión con El, antes, como decimos, mucho menos» 2 V 5. 0 Descartado todo el mundo real o imaginario, ¿servi¬ rán, al menos, las puras ideas de medio próximo para la unión de nuestro entendimiento con Dios? Tampoco, puesto que todas ellas tienen que encerrarse en los estrechos límites de una especie inteligible abstraída de los datos de los sentidos, y Dios no puede encerrarse en límite alguno. «Ni más ni menos, todo lo que la imaginación puede imaginar y el en¬ tendimiento recibir y entender en esta vida, no es ni puede ser medio pró¬ ximo para la unión de Dios. Porque, si hablamos naturalmente , como quiera que el entendimiento no puede entender cosa si no es lo que cabe y está debajo de las formas y fantasías de las cosas que por los sentidos corporales se reciben, las cuales cosas: habernos dicho no pueden servir de medio, no se puede aprovechar de la inteligencia natural» 30 . 6.° Queda todavía el mundo sobrenatural. Por esta vía le pueden venir al entendimiento una de estas tres cosas: o la clara visión de Dios, o una noticia de El clara, particular y distinta, o una noticia oscura, general e indistinta. Lo primero no es propio de esta vida, sino de la otra: es la visión beatífica 31 . Lo segundo (visiones, revelaciones, locuciones y sentimientos espirituales) no puede servir de medio, porque «la sabiduría 2 * Subida 11,8,3. 29 Subida 11,12,4. 30 Subida 11,8,4. 3 1 Cf. Súbito 11 , 8 , 4 . 381 L.I c>5. Purificación activa de las potencias de Dios, en que se ha de unir el entendimiento, ningún modo ni manera tiene ni cae debajo de algún límite ni inteligencia distinta y particularmente, porque totalmente es pura ¡ y sen¬ cilla» 32 , Queda únicamente la noticia sobrenatural oscura, ge¬ neral e indistinta, que es cabalmente la que nos proporciona la fe. Luego únicamente ella puede servir de medio próximo y proporcionado para la unión de nuestro entendimiento con Dios: «De lo dicho se colige que para que el entendimiento esté dispuesto para esta divina unión ha dé quedar limpio y vacío de todo lo que puede caer en el sentido, y désnudo y desocupado de todo lo qué puede caer con claridad en el entendimiento, íntimamente sosegado y acallado, puesto en fe, la cual es sólo el próximo y proporcionado medio para. que el alma se una con Dios. Porque es tanta la semejanza que hay entre ella y Dios, que no hay otra diferencia sino ser visto Dios o creído. Porque así como Dios es infinito, así ella nos le propone infinito; y así como es Trino y Uno, nos le propone ella Trino y Uno; y así como Dios es tiniebía para nuestro en¬ tendimiento, así ella también ciega y deslumbra nuestro entendimiento, Y así, por este solo medio se manifiesta Dios al alma en divina luz que excede todo entendimiento. Y, por tanto, cuanta más fe el alma tiene, ‘más unida está con Dios» 33 , El alma, pues, ha de caminar en pura fe si quiere llegar a la perfecta purificación del entendimiento para unirse íntimamen¬ te con Dios. Ya Santo Tomás había demostrado en un precio¬ so artículo de la Suma que «la purificación del corazón es efecto de la fe» ^..La razón que da el Doctor Angélico es porque la impureza de alguna cosa consiste en que se mezcle con cosas más viles que ella misma. Y así no se dice que la plata sea im¬ pura porque se mezcle con el oro—que la mejora de condi¬ ción—, sino por su unión con el plomo o el estaño, que son más viles que ella. Ahora bien: es cosa clara que la criatura racional es más digna que todas las criaturas temporales y cor¬ porales. Y así se hace impura si se sujeta a estas cosas por amor. De esta impureza se purifica por el motivo contrario, o sea, cuando tiende a ló que está por encima de ella, que es Dios; de la cual tendencia, el primer movimiento proviene de la fe. Por lo mismo, el primer principio de la purificación del cora¬ zón es la fe, que se consuma y perfecciona por la caridad so¬ brenatural. No importa que la fe sea necesariamente de non visis y, por consiguiente, esencialmente oscura e indistinta. Porque precisamente por eso nos proporciona el único conocimiento 32 Subida II,16,7. 3 3 Subida 11 , 0 ,i. 34 Cf. 11-11,7,2. 3 * Cf. 11 - 11 , 1 , 4 . 382 P JII. Desarrollo normal de la vida cristiana posible de la vida íntima de Dios que cabe en esta vida, ya que no' es posible tenerlo claro y distinto, fuera de la visión bea¬ tífica, por la infinita trascendencia de Dios, que no puede ex¬ presarse en una especie creada, inteligible. En el cielo veremos a Dios tal como es en sí mismo 36 , sin especie creada alguna, uniéndose directamente la esencia divina con. nuestro entendi¬ miento, arrobado ante tanta grandeza. Mas la fe, ya en este mundo, nos permite alcanzar de algún modo el misterio in¬ sondable de la vida íntima de Dios, aunque sea en la penumbra y oscuridad. Por eso, el conocimiento de fe es de suyo inmensa¬ mente superior a todas las evidencias sensibles e intelectuales que podemos tener en esta vida. La fe, a pesar de su oscuridad inevitable, ilumina nuestra alma y la llena de resplandores de cielo: «Aigo así—dice hermosamente un autor contemporáneo—como la no¬ che, que, al envolvernos en sus tinieblas, nos permite contemplar las estre¬ llas, y con ellas las profundidades del firmamento. Hay en ella un claroscuro extremadamente bello. Para que nos sea dado ver las estrellas, el sol se ha de ocultar y comenzar la noche. jCosa extraña, pero muy real! En medio de la oscuridad de la noche penetra nuestra vista mucho más adentro que de día, alcanzan nuestros ojos a ver estrellas cuya distancia casi infinita nos permite imaginar la inmensidad del firmamento. De día, nuestra visión no alcanza más allá de algunos pocos kilómetros; por la noche, nuestro ojo penetra millones de leguas. De la misma manera, los sentidos y la razón sólo nos permiten ver las cosas del orden natural; mientras que la fe, aun¬ que es oscura, nos abre la puerta del mundo sobrenatural y su infinita profundidad, el reino de Dios, su vida íntima, aquello que solamente en la eternidad nos ha de ser dado ver sin velo y con toda claridad» 37 . Toda la preocupación del alma ha de consistir, pues, en procurar que las luces de la fe vayan informando toda su vida cada vez con mayor intensidad y de manera más perfecta. Hay que contemplar todas las cosas a través de ella: nuestra vida, la de nuestros familiares y amigos, los acontecimientos prós¬ peros o adversos, la marcha del mundo a través de la histo¬ ria, etc., etc. Es preciso llegar a perder, por decirlo así, la vi¬ sión humana de las cosas, para sustituirla—por cierta especie de instinto divino procedente de los dones del Espíritu San¬ to—por las claridades de la fe, únicas que nos proporcionan en todas las cosas el punto de vista de Dios. Contemplar todas las cosas de este modo equivale a contemplarlas, en cierta me¬ dida, como las contempla el mismo Dios 38 . 3 . Piirij ¡canon activa de ias potencias profundidades del todo , Porque el Místico Doctor no despre-r cía a las criaturas; quiere únicamente apartar 3a mirada de lo que tiene de imperfecto y limitado, para no ver en ellas más que el rastro .y la huella del Amado, que, al pasar junto a ellas «y yéndolas mirando, con sola su figura, vestidas las dejó de su hermosura». Desde la cumbre de aquel monte,, en la que, desaparecida ya la visión terrena de las cosas, sólo. mora «la honra y gloria de Dios», canta el Santo la belleza de la creación con acentos líricos que ningún poeta humano ha podido supe¬ rar sobre la tierra: « ]Oh cristalina fuente, si en esos tus semblantes plateados formases de repente , los ojos deseados . que tengo en mis entrañas dibujados! Mí amado las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos, .Gocémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura al monte y al collado, do mana el agua pura; entremos más adentro en la espesura». Pero para volverlas a encontrar en Dios purificadas y en¬ noblecidas es preciso dejar de contemplar las criaturas con ojos carnales y desprenderse con enérgica decisión de los lazos con que tratan de atarnos a la tierra. Al todo no se llega sino por la senda estrecha de la negación absoluta de las nadas: «Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada. Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada. Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada. Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada. Para venir a lo que no gustas, has de ir por donde no gustas. Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes. Para venir a lo que no posees, has de ir por donde no posees. Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres. Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo. Porque para venir del todo al todo, has de negarte del todo en todo. Y cuando lo vengas del todo a tener, has de tenerlo sin nada querer. Porque si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro» 56 . No intenta, pues, San Juan de la Cruz aniquilar las tenden¬ cias naturales de nuestra voluntad sustrayéndolas su objeto y dejándolas suspendidas en la nada, sino orientarlas hacia Dios, hacer de Dios el objeto único de ellas, reduciendo así sus fuer- 36 Su&ídd 1,13,11. 388 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana zas a la unidad. Es verdad que esto no se conseguirá cumplida¬ mente hasta que el alma haya sido introducida por el mismo Dios en las oscuridades de las noches pasivas y las haya reba¬ sado felizmente 57 ; pero mucho puede hacerse con el propio esfuerzo ayudado de la gracia. Dios no acude ordinariamente a completar la purificación del alma con las noches pasivas sino después que ésta ha hecho todo cuanto estaba de su parte con los medios ordinarios a su alcance. Por eso; San Juan de la Cruz repite con tanta insistencia la necesidad de mortificai los apetitos que tienen como divididas las fuerzas del alma hasta lograr el desprendimiento de todas las cosas de la tierra. Cuan¬ do consiga el vacío de todo lo creado, su alma quedará llena de Dios en la cumbre de la perfección. 262. b) La perfecta abnegación de sí mismo .—El des¬ prendimiento real o afectivo 58 de todas las cosas creadas es muy importante y absolutamente indispensable para llegar a la perfección cristiana. Pero poco importaría desprenderse de los lazos de las criaturas exteriores si nuestro espíritu no lograra desembarazarse también demuestro propio yo, que constituye el mayor de los obstáculos para volar libremente a Dios. Santo Tomás afirma que el egoísmo o amor desordenado de sí mismo es el origen de todos los pecados. Y lo razona di¬ ciendo que todo pecado procede del apetito desordenado de algún bien temporal; pero esto ño sería posible si no amáramos desordenadamente nuestro propio yo, que es para quien bus¬ camos ese bien; de donde, es manifiesto que el desordenado amor de sí mismo es la causa de todo pecado 59 . De él proceden las tres concupiscencias de que habla el apóstol San Juan (1 lo 2,x6): la de la carne, la de los ojos y la soberbia de la vida, que son el resumen y compendio de todos los desórdenes 60 . El amor desordenado de sí mismo ha construido, según San Agustín, la ciudad del mundo frente a la de Dios: «Dos amores han levantado dos ciudades: el amor propio, llevado hasta el desprecio de Dios, la ciudad del mundo; el amor de Dios, llevado hasta 57 Lo dice expresamente San Juan de la Cruz y es uno de los argumentos más fuertes para demostrar que, según el Místico Doctor, la perfección cristiana no puede alcanzarse fuera de la vida mística, donde—según todas las escuelas—tienen lugar esas purificaciones pasivas (cf. Noche 1,7,5). 5 8 Nótese que la esencia del desprendimiento está en la corriente afectiva de la voluntad más que en la carendarealde las cosas creadas. La simple pobreza material no es virtud, sino tan sólo el amor a la pobreza, aunque se posean materialmente muchas riquezas. Eso mismo hay que decir del desprendimiento en general. El puramente material ayuda mucho sin duda ninguna; pero el más importante y necesario es el desprendimiento formal o afectivo, que consiste en el desapega real de la voluntad con o sin objetos exteriores K El pensamiento del Santo es clarísimo, y sus palabras terminan¬ tes; el alma no puede purificarse del todo, por más que se es¬ fuerce en conseguirlo con todos los procedimientos activos ima¬ ginables. Y una de dos: o hemos de decir que cabe una perfec¬ ción llena de imperfecciones (lo cual es manifiestamente ridículo y contradictorio), o que no cabe otra perfección y santidad que la que resulta de las purificaciones pasivas, o sea, manifiesta¬ mente mística. Este es clarísimamente el pensamiento de San Juan de la Cruz para todo el que sepa leerle con imparcialidad y sin prejuicios. 2.° Por la razón teológica.— Pero, aparte de la autoridad indiscutible de San Juan de la Cruz en estas materias, la razón teológica confirma plenamente sus afirmaciones. Como triste herencia del pecado de origen, nuestra naturaleza humana está fuertemente inclinada al mal. El egoísmo sobre todo, metido en lo más hondo de nuestro ser, enturbia la claridad de nuestro entendimiento,-impidiéndonos la visión recta y objetiva de las cosas, sobre todo cuando está interesado el amor propio en hacérnoslas ver de una determinada manera y a través del color de su propio cristal. Escuchemos a un autor contemporáneo explicando estas cosas: «Son innumerables los vicios y defectos de que adolece nuestra depra¬ vada naturaleza; los cuales, en su gran mayoría, se escapan a la vista o consideración de los principiantes y aun de los aprovechados y perfectos. Si bien se mira, apenas hacemos una obra de las que ríos parecen buenas que no se encuentre cargada de imperfecciones y pecados por el desorden de nuestro amor propio y el apego a las cosas terrenas; de suerte que, aun las almas ya purificadas y al parecer libres de tales defectos, quedan sorpren¬ didas cuando el Señor con luz extraordinaria les descubre la multitud de ellos, comparables a los miles de motas que el rayo directo de! sol hace des¬ cubrir en un vaso de agua, en expresión de Santa Teresa Por lo mismo, todo el'empeño y el trabajo del alma en la purgación activa de sus vicios resulta 5 Cf. Vida 20,28. L.l c.6. Las purificaciones pasivas 393 insuficiente para lograr perfeccionarse, pues ni. ella conoce siquiera los defec¬ tos que debe enmendar ni.llega hasta el fondo y raíz de los mismos 6 . Necesario es, por consiguiente, que venga de fuera del alma una. acción más enérgica y eficaz para remover del fondo de la misma toda la escoria allí oculta, y a esto llamamos purgación pasiva. La cual no representa ni significa un estado de inercia espiritual o de sufrimiento inactivo, sino sólo que la acción purificadera se recibe en el alma, sin procurársela ella, aunque bien ha de cooperar activamente a la misma, como se dirá luego, Y es que Dios en su adorable providencia, queriendo de todos modos para sí el alma, le envía amorosamente huevos y eficaces medios con que se suelte de las criaturas y del amor propio para que se dé por entero a su divina Majestad; los cuales medios suelen ser tanto más penosos y purgativos, cuanta mayor fuere la pureza que el Señor requiere del alma y cuanto menor el trabajo de purgación activa qúe desplegó ella en sus ejercicios, cumpliéndose aquí a la letra lo que enseñan San Agustín y el Doctor Angélico hablando de! pecado: que lo que faltó por parte de la acción hay que suplirlo con la pasión o pena» 7 .; ...... Se imponen, pues, por la misma naturaleza de las cosas, las largas y multiformes purificaciones pasivas , Naturalmente que no todas las almas habrán de sufrirlas con el mismo rigor, ya que son muy varios los grados de impureza contraídos o los grados de perfección a que están predestinadas esas almas, Pero en todb caso, como advierte el P. Garrigou-Lagrange, para «vencer completamente el egoísmo, la sensualidad, la pe¬ reza, la impaciencia, lá envidia, la injusticia, en el juzgar, los movimiento de la naturaleza, el apresuramiento natural, el amor propio, las necias pretensiones, el buscarse a sí mismo en la piedad, el deseo inmoderado de las consolaciones sensibles, el orgullo intelectual y espiritual, todo lo que se opone ál espíritu de fe y a la confianza en Dios, para llegar a amar al Señor per¬ fectamente «con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente, y al prójimo, comprendidos los enemigos, como a sí mismo», y para permanecer, finalmen¬ te, paciente y perseverante en la caridad suceda lo qué suce¬ diere» 8 , es absolutamente indispensable la plena renovación del alma a base de las profundas y dolorosas purificaciones pasivas, que la introducirán o harán progresar en la vida mística , abierta a todas las almas como normal desarrollo y expansión de la gracia santificante. Esta doctrina, sobre ser verdadera, tiene la ventaja de abrir amplios horizontes a las almas y evitarles no pocos peligros e ilusiones, en los que fácilmente podrían tropezar si se les obli- 6 San Juan de la Cruz, Noche hiss. 7 P, Naval, Curso de ascética y mística n.138 (220 en la 8.® ed.). Cf, 1-11,87,1 y 6,—No sabríamos compaginar estas palabras tan juiciosas sobre la necesidad de las purificaciones pa¬ sivas con la teoría de la posibilidad de una santidad ascética—a base de una participación incompleta de la noche del sentido y sin nada de la del espíritu—que defiende el propio P. Naval (Ibid., n.18 y 21; 100 y 103 en la 8." ed.). • Perfection chrétienne et contemplation c,3 a.3. 394 P.1IL Desarrollo, normal de la vida cristiana gara a permanecer, contra el atractivo dé la gracia, en lo que se ha venido en llamar «vía trillada» y «camino ordinario» de la santidad* Autores hay que no ven con simpatía la vía mística por creerla llena de peligros y escollos para las almas, cuando en realidad sucede todo lo contrario 9 * En los estados místicos, las almas son gobernadas de una manera especialísima por el mismo Espíritu Santo a través de sus preciosísimos dones y divinas mociones, Iluminadas por las luces de la contempla¬ ción con resplandores del cielo, descubren mucho mejor su nada y su miseria, a la vez que los ardides de sus enemigos exteriores y de su propia sensualidad* Son mucho más cautas, juiciosas, prudentes y dóciles a sus maestros y guías espiritua¬ les precisamente por efecto natural de las dolorosas purifica¬ ciones pasivas a que se han visto sometidas antes de penetrar o hacer nuevos progresos en los estados místicos. Escuchemos al P. Garrigou-Lagrange llamando la atención sobre este punto importantísimo: «¡Grave cuestiónl Sostener que se llega al pleno desenvolvimiento de la vida cristiana sin pasar, en una forma o en otra, por las purificaciones pa¬ sivas, que son de orden místico, sin haber sido elevado a la contemplación infusa, iniciación oscura y secreta del misterio de Dios presente en nc sotros, ¿no es, acaso, disminuir muy notablemente el ideal de la perfección?; y, bajo el pretexto de evitar las ilusiones, de seguir la vía común, los caminos trillados, ¿no se suprime, acaso, el impulso y las. grandes aspiraciones de la vida interior? ¿No es, acaso, proponer a las almas una bien pequeña vía iluminativa y unitiva de naturaleza tal que pueda hacerles caer en una ilusión contraria a las que se quieren evitar? Bajo el pretexto de combatir una forma de presunción, ¿no es, acaso, caer en otra? ¿No es, acaso, llevar las almas a creer que están a punto de alcanzar la perfección, que están ya en la vía unitiva, cuando puede ser que no sean sino principiantes y apenas tienen idea de la verdadera vía iluminativa o dé los proficientes? ¿No es, acaso, exponerlas, además, a quedar completamente desconcertadas cuando sobrevengan las dolorosas purificaciones pasivas, durante las cuales creerán retroceder, cuándo en realidad esas pruebas son la puerta estrecha que conduce a la verdadera vida? Quam angusta porta et arcta via est , quae ducit ad vitam, et pauci $unt qui inveniurit eam! Medítense a este propósito las pálabras de San Juan de la Cruz que hemos citado en las páginas prece¬ dentes» 10 . Está, pues, fuera de toda duda que las purificaciones pasi¬ vas—que, según el sentir unánime de todas las escuelas de es- 9 Coa razón exclama Santa Teresa hablando de la vida de oración: «Quien os dijere que esto es peligro, tenedle a él por el mismo peligro y huid de él; y no se os olvide que por ventura habéis menester este consejo. Peligro será no tener humildad y las otras virtudes; mas camino de oración camino de peligro, nunca Dios tal quiera. El demonio parece haber inventado estos miedos, así ha sido mañoso a hacer caer a algunos que tenían oración al pa¬ recer. Y mirad qué ceguedad del mundo, que no miran los muchos miliares que han caído en herejías y en grandes males sin tener oración, sino distracción; y entre la multitud de éstos, sí el demonio, por hacer mejor su negocio, ha hecho caer a algunos que tenían oración, ha hecho poner temor a algunos para las cosas de virtud. Estos que toman este amparo para librarse,,se guarden, porque huyen del bien para librarse del mal. Nunca tan mala invención he visto; bien parece del demonio» (Camino 21,7-3). 10 Perfection chrétienne et contemplatkm c.3 a.3. 395 LA c.6. Las purificaciones pasivas piritualidad, son de orden místico —son del todo necesarias e indispensables, en una forma o en otra, para la plena purifica¬ ción del alma y, por lo mismo, para llegar a la plena perfec¬ ción cristiana n . Veamos ahora en particular las dos principales manifesta¬ ciones de esas purificaciones pasivas; o sea, las llamadas por San Juan de la Cruz noche del sentido y noche del espíritu. ARTICULO 2 La NOCHE DEL SENTIDO 266. San Juan de la Cruz, Noche oscura I; Scaramelu, Directorio místico tr-S c.1-15; Meynard, La vida espiritual t.2 1.2 c.2¡ Lehodey, Los-caminos de la oración mental p-3. 11 c.3; Tanquersy, Teología ascética n. 1420-34; Garricou-Lagrange, Tres edades p.3.*c.4-S* 267* 1. Naturaleza*—La noche del sentido consiste en una serie prolongada de arideces , sequedades y oscuridades sensi¬ bles producidas en uri sujeto imperfecto por la contemplación infusa inicial. Psicológicamente se caracteriza por esa serie de arideces pro¬ fundas, persistentes, que sumergen al alma eñ un estado muy penoso y ponen a dura prueba su perseverancia en el. deseo de santificarse* Es tan difícil de soportar esta crisis del sentido, que la inmensa mayoría de las almas retroceden asustadas y aban¬ donan la vida de oración 12 , La causa : de esta noche es la contemplación infusa inicial al recibirse en un sujeto imperfecto o no preparado para ella. Son absolutamente necesarios estos dos elementos. Sin la con¬ templación infusa podría Haber purificación activa o ascética, pero no pasiva o mística. Y sin la disposición imperfecta del alma, la contemplación no causaría tormentó, oscuridad ni aridez, sino deleite, luz y suavidad inefable. Pero esto requiere una mayor explicación. 268. 2. Causas*—Nadie como San Juan de la Cruz ha explicado con tanta precisión y claridad la naturaleza, necesi- 11 El mismo Scaramelli reconoce esta necesidad. He aquí sus propias palabras: «No puede el hombre', por más que se ayude y esfuerce, llegar con sus industrias a reformar los desór¬ denes de su naturaleza, corrompida por el pecado de Adán, y muchas veces más. desconcer¬ tada por él con pecados y malos hábitos que con ellos ha contraído; por consiguiente, no puede con las fuerzas ordinarias de la gracia hacerse hábil para el don de la contemplación infusa. Es necesario que Dios ponga su mano omnipotente, y con las purificaciones que los místicos llaman, pasivas haga cumplida ia reforma de su natural desordenado y corrompido, y de esta manera lo haga apto para las comunicaciones divinas» (Directorio místico tr.s c. i n. i o). 12 Conocida es la expresión, sin duda exagerada, de Godínéz, que hace ascender al noventa y nueve por cien estas almas pusilánimes que retroceden ante las primeras dificulta¬ des. He aquí sus propias palabras: «De mil personas que llama Dios a la perfección, apenas corresponden diez; y de cien personas que llama Dios a la contemplación faltan las noventa y nueve; por lo cual digo que son muchos los llamados, pero muy pocos los escogidos» (Prác¬ tica de la Teología mística I.7 c.i). Sin llegar a tanto como esto, es cierto qúé el fracaso de tantas almas llamadas por Dios a la perfección obedece a su falta de ánimo para soportar las dolorosas purificaciones pasivas dd sentido y del espíritu. 396 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana dad, causas y efectos de la purificación pasiva del sentido» El libro primero de la Noche oscura e s el código insustituible don¬ de habrán de estudiarse siempre los cánones fundamentales que regulan la noche del sentido . Vamos a recoger aquí los hitos fundamentales que señalan la dirección de su pensamiento. Ante todo es menester advertir que San Juan de la Cruz incluye bajo la palabra sentido no solamente los sentidos exter¬ nos e internos, sino también el apetito sensitivo y el entendi¬ miento en cuanto discursivo 13 , que se vale, como es sabido, del concurso de la imaginación para fabricar sus discursos. Comienza San Juan de la Cruz describiendo la suavidad y regalo que suelen experimentar los principiantes en el servicio de Dios, explicándolo por ja bellísima metáfora de la madre que está amamantando a su hijito: «Es, pues, de saber que el alma, después, que determinadamente se con¬ vierte a servir a Dios, ordinariamente la va Dios criando en espíritu y rega¬ lando, al modo que la amorosa madre hace al niño tierno, al cual al calor de sus pechos le calienta, y con leche sabrosa y manjar blando y dulce le cría, y en sus brazos le trae y le regala. Pero, a la medida que va creciendo, le va la madre quitando el regalo, y escondiendo el tierno. amor, pone el amargo acíbar en el dulce pecho y, abajándole de los brazos, le hace andar por su pie, para que, perdiendo las propiedades de niño, se dé a cosas más grandes y sustanciales» 14 . Los principiantes—en efecto—usan mal de este trato tan dulce y regalado que reciben de Dios en los albores de su vida espiritual. Se apegan fuertemente a esas consolaciones sensi¬ bles, y, acaso sin darse cuenta de ello, ese sabor y gusto que hallan en los ejercicios y prácticas de devoción es la causa y el motivo principal que les impulsa a practicarlas. Y al sentirse tan favorecidos de Dios, su flaca virtud les hace pensar que ya son santos o poco menos. De donde les nacen grandes im¬ perfecciones acerca de los siete vicios capitales, que San Juan de la Cruz describe con finísimo y maravilloso análisis, y que es preciso leer y meditar en sus propias páginas 15 . Se impone una purificación a fondo de tantas miserias y flaquezas. Y como ellos no la intentarán jamás—porque igno¬ ran en gran parte sus propias imperfecciones y jamás podrían conseguirlo del todo con sus propias industrias aunque las conocieran, como advierte el mismo San Juan de la Cruz 16 —, interviene la amorosa Providencia con las primeras luces de. la contemplación infusa, que, al recaer sobre un sujeto asido fuer¬ temente a lo sensible y tratarse de una comunicación espiritua- 13 Léanse con atención los capítulos 6 y o del libro I de la Noche oscura . 14 Noche | 15 Gf. Noche I c. 2 - 7 . I 16 íbrcf., 7,5. ! 397 L.I c.6. Las purificaciones pasivas lísima que va directamente al entendimiento sin el concurso de los sentidos, produce necesariamente en ellos oscuridad, vacío, negación y desamparo; y estamos cabalmente en pre¬ sencia de la noche del sentido. Escuchemos al propio San Juan de la Cruz: «Pues como el estilo que llevan estos principiantes en el camino de Dios es bajo y que frisa mucho con su propio amor y gusto, como arriba queda dado a entender, queriendo Dios llevarlos adelante, y sacarlos de este bajo modo de amor a más alto grado de amor de Dios, y librarlos del bajo ejercicio del sentido y discurso, que tan tasadamente y con tantos in¬ convenientes, como habernos dicho, andan buscando a Dios, y ponerlos en el ejercicio de espíritu, en que más abundantemente y más libres de imper¬ fecciones puedan comunicarse con Dios, ya que se han ejercitado algún tiempo en'el camino de la virtud, perseverando en meditación y oración, en que con el sabor y gusto que allí han hadado se han desaficionado de las cosas del mundo y cobrado algunas' fuerzas espirituales en Dios, con que tienen algo refrenado los apetitos de las criaturas, con que podrán sufrir por Dios un poco de carga y sequedad sin volver atrás al mejor tiempo; cuando más a su sabor y gusto andan en estos ejercicios espirituales y cuando más claro a su parecer les luce el sol de los divinos favores, oscuréceles Dios toda esta luz y ciérrales la puerta y manantial de 'la dulce agua espiritual que andaban gustando en Dios todas las veces y todo el tiempo que ellos querían, porque, como eran flacos y tiernos, no había puerta cerrada para ellos, como dice San Juan en él Apocalipsis ( 3 , 8 ), y así los deja tan a oscu¬ ras, que no saben por dónde ir con el sentido de !a imaginación y el discurso. Porque no pueden dar un paso en el meditar, como antes solían, anegado ya el sentido interior en esta noche , y déjalos tan a secas, que no sólo no bailan jugo y gusto en las cosas espirituales y buenos ejercicios en que solían ellos hallar sus deleites y gustos, mas en lugar de esto hallan, por el contra¬ rio, sinsabor y amargura en las dichas cosas.Porque, como he dicho, sintién¬ dolos ya Dios aquí algo crecidillos, para que se fortalezcan y salgan de man¬ tillas, los desarrima del dulce pecho y, abajándolos de sus brazos, los veza a andar por sus pies, en lo cual sienten ellos gran novedad porque se les ha vuelto todo ai revés» 57 . Y que la causa de este sinsabor y vacío de los sentidos sea la contemplación infusa, lo dice expresamente San Juan de la Cruz al explicar las señales para conocer si el alma ha entrado ya en la noche del sentido: «Porque como aquí comienza Dios a comunicársele, no ya por el sen¬ tido, como antes hacía por medio del discurso, que componía y dividía las noticias, sino por el espíritu puro, en que no cae discurso sucesivamente, comunicándosele con acto de sencilla contemplación, la cual no alcanzan los sentidos de la parte inferior, exteriores ni interiores; de aquí es que la ima¬ ginativa y fantasía no puedan hacer arrimo en alguna consideración ni hallar en ella pie ya de ahí adelante» * 8 . Las causas de la noche del sentido son, pues, dos: la contem¬ plación infusa inicial recayendo sobre un sujeto imperfecto o no preparado para recibirla. i? Noche 1,8,3. 18 tbid., 9 , 8 . 398 P.Ill. Desarrollo normal.de la vida cristiana Veamos ahora las señales para distinguir. la noche del sen¬ tido de otros estados psicológicos que nada tienen, que ver con ella, ■: 269. 3. Señales para conocerla.—¿Qué señales habrá para conocer la presencia de la noche del sentido y saberla dis¬ tinguir de las sequedades y arideces que podrían provenir de otras causas, tales como la disipación del alma, la indisposi¬ ción corporal del sujeto, la influencia del demonio y otras se¬ mejantes? El primero en hablar de ellas fue el gran místico alemán Juan Taulero Pero San Juan de la Cruz las precisa con toda exactitud en un precioso capítulo de la Noche oscura 20 . He aquí un breve resumen de su doctrina, que es preciso leer en toda su integridad: a) La primera es que «así como no halla gusto ni consuelo en las cosas de Dios , tampoco lo halla en alguna de las cosas criadas». Porque, si lo hallara en estas últimas, es evidente que el disgustó de Dios obedece a la disipación del alma. Los tibios no hallan gusto en las cosas derDios, pero si en las del mundo, Pero como este disgusto universal «podría provenir de alguna indispo¬ sición o humor melancólico, el cual muchas veces no deja hallar gusto en nada, es menester la segunda señal y condición». b) La segunda señal es que « ordinariamente trae la memoria en Dios con solicitud y cuidado penoso , pensando que no sirve a Dios , sino que vuelve atrás, como se ve con aquel sinsabor en las cosas de Dios. Y en esto se ve que no sale de flojedad y tibieza este sinsabor y sequedad, porque de razón de la tibieza es no se le dar mucho ni tener solicitud interior por las cosas de Dios». Y cuando obedece a una enfermedad, «todo se va en disgusto y estrago del natural, sin estos deseos de servir a Dios que tiene la sequedad purgativa». El demonio por su parte tampoco puede inspirar deseos de servir a Dios. Esta es, pues, una de las señales más claras e inequívocas. c) La tercera señal «es el no poder ya meditar ni discurrir en el sentido de la imaginación como solía, aunque más haga de su parte». La causa de esta impotencia discursiva es la contemplación infusa inicial, como dice a renglón seguido San Juan de la Cruz en el texto que hemos citado más arriba y explica largamente después. Cuando se reúnan estas tres señales de tina manera clara y duradera, el alma y su director pueden pensar que se hallan en presencia de la noche del sentido y obrar en consecuencia. Pero, para mayor abundamiento,: concretemos un poco: más los medios para averiguar con certeza si las grandes sequeda¬ des y arideces que el alma experimenta en ese estado obedecen efectivamente a la noche del sentido o a. cualquiera de las otras causas indicadas. 19 Cf. Fr. Juan Taulero, Las instituciones divinas c.35 ¿>.213-14 (ed. del P. Getjno,; Madrid 1922). 20 El 9 del libro primero. Habla también de ellas en el 1.2 c.13 de la Suóida del Monte Carmelo. 399 L.l c,6, Las purificaciones pasivas 1. ° Si se trata de un efecto de la tibieza que se va apode¬ rando del alma, se conocerá sin esfuerzo, porque ese hastío de las cosas de Dios va acompañado de una fuerte inclinación a los pasatiempos y diversiones del mundo, en los que encuen¬ tra placer y bienestar, juntó con úna gTan disipación del alma, que apenas hace caso del pecado mortal y se entrega al venial sin resistencia alguna. El remedio estará en arrepentirse sin¬ ceramente de esos malos pasos y volver a reemprender con nuevo fervor el camino de la vida espiritual. 2 , ° Si se trata de una enfermedad mental o desequilibrio nervioso, no es difícil tampoco distinguirla de las arideces y sequedades de la noche del sentido . He aquí"'un texto muy ex¬ presivo y , sintético del P. Garrigou-Lagrañge: ' «A fin de distinguir bien la neurastenia de la purificación pasiva hay que advertir que los síntomas más corrientes de la neurastenia son: la/díiga casi permanente, con sensación de abatimiento y desgana; dolores de ca¬ beza habituales (sensación de casco, dolores sordos de la nuca o de la colum¬ na: vertebral); insomriió, tanto, que el neurasténico se levanta más fatigado que al acostarse; dificultad en el ejercicio de las jacultades intelectuales y en mantener atención continua; impresionabilidad, emociones intensas por cau¬ sas insignificantes, que . les hacen, creer en enfermedades que no existen; excesivo análisis de sí mismos hasta en los menores detalles y constantes pre¬ ocupaciones por no sufrir daño alguno 21 , : Los neurasténicos no son, sin embargo, enfermos imaginarios; la im¬ potencia que sufren es muy real, y sería gran imprudencia quererles con¬ vencer de que su fatiga no es nada y animarlos a no tenerla en cuenta. No es Jel querer lo que les falta, sino e! poder querer. Las causas de la neurastenia pueden ser orgánicas, como las intoxica¬ ciones, las perturbaciones endocrínicas o hepáticas y la parálisis; mas con frecuencia son también psíquicas: la sobrefátiga o surmenage intelectual, los disgustos de orden moral, las emociones dolorosas, que son carga dema¬ siado pesada para su sistema nervioso. Aun en el caso de anomalía psíquica, el mal afecta al organismo; por eso el neurasténico necesita reposo absoluto; luego se le ha de llevar por la persuasión a que haga algunos trabajólos pro¬ porcionados a sus fuerzas y se le debe animar constantemente. No se ha de olvidar que las psiconeurosis pueden subsistir junto con. una vida intelectual intensa y elevada vida moral. De ahí, como advierte San Juan de la Cruz al hablar de las tres seña¬ les de la noche pasiva del sentido , que esa vida intelectivo-moral pueda darse simultáneamente con la melancolía o neurastenia, como diríamos hoy; mas se distingue perfectamente de este estado de fatiga nerviosa por la segunda señal (recuerdo de Dios, a la vez que gran, solicitud y diligencia por no ir hacia atrás) y por la tercera (imposibilidad casi total de meditar y tendencia a la sencilla y amorosa mirada a Dios, principio de la contemplación in¬ fusa). Ese vivo anhelo de Dios y de la perfección que se manifiesta a través de tales señales distingue claramente la purificación pasiva de la neurastenia que a veces puede acompañarla» 22 . , 21 Cf. R. de Sitcety, Psychopathologie et direclion (1934) p.66-87 (cita del P. Garrí cou). 22 Tres edades III, 4. 400 P,IU. Desarrollo normal de la vida cristiana 3. 0 Si se trata de tentaciones o perturbaciones diabólicas —permitidas a veces por Dios como un medio de purificación del alma—, se conocerá en que la aridez y sequedad coincide con fuertes sugestiones pecaminosas de una tenacidad desacos¬ tumbrada, junto con un horror instintivo del alma hacia ellas. La acción del maligno tiene por objeto en estos casos pertur¬ bar la paz y tranquilidad del alma y apartarla del ejercicio de la oración. El alma le vencerá insistiendo, a pesar de todas las repugnancias sensibles, en sus ejercicios de piedad y ponien¬ do en juego los demás procedimientos para vencer al enemigo infernal que dejamos indicados al hablar de la tentación y obsesión diabólicas. 4. 0 Téngase muy en cuenta que a veces pueden coincidir con la verdadera noche del sentido algunas de estas otras causas indicadas, sobre todo la segunda y la tercera. En este caso se requiere una cuidadosa y penetrante labor de análisis para discernir lo que pertenece a una u otra causa y combatirlo con los remedios oportunos. Júntanse también a veces las lla¬ madas pruebas accesorias o concomitantes a la noche del sen¬ tido, que son muy varias: a) de parte del demonio, terrilJles tentaciones contra la fe, la esperanza y la caridad; fuertes su¬ gestiones 'contra la pureza , con feas y abominables representa¬ ciones en la imaginación; espíritu dé blasfemia, con tal ímpetu y violencia, que a veces «casi se las hace pronunciar, que les es grave tormento», como dice San Juan de la Cruz: oscuridades, que los llenan «de mil escrúpulos y perplejidades, tan intrinca¬ das al juicio de ellos,, que nunca pueden satisfacerse con nada», y otras cosas semejantes 23 ; b) de parte de los hombres suelen verse abrumadas con burlas y persecuciones, a veces por parte de los buenos, que es una de las mayores tribulaciones que se pueden padecer en la tierra, según le dijo San Pedro de Alcán¬ tara a Santa Teresa de Jesús 24 ; los mismos superiores , los ami¬ gos y hasta el propio director espiritual atormentan al alma, confundiendo su estado con la tibieza o no acertando a aliviar¬ la con los remedios oportunos; y c) por si algo faltara, júntanse a veces enfermedades, fracasos , pérdida de la fama, de la ha¬ cienda, de las amistades , etc. Diríase que el cielo y la tierra se han conjurado contra la pobre alma, que se siente como aplas¬ tada, permitiéndolo todo Dios para desprenderla de todas las cosas de la tierra y recordarle que nada puede sin El y lo muy necesitada que está de su divina misericordia y asistencia. 2 * Noche 1,14. 24 «Húbome grandísima lástima. Dijome que uno de los mayores trabajos de la tierra era el que había padecido, que es contradicción de buenos...* (Santa Teresa, Vida 30,6). 401 Ld c.6. Las purificaciones pasivas No todas las almas sufren la noche del sentido con estos rigores tan inten¬ sos» Depende del grádo de perfección a que Dios quiera elevarlas, del mayor o menor número de imperfecciones de qué tengan que purificarse, de las fuerzas y energías del alma y de su docilidad y paciencia én soportar la doiorosa prueba. En la práctica, siempre hay sus más y sus menos en esta clase de purificaciones. Conviene advertir, además, qué Dios da siempre su gracia y fortaleza en el grado y medida que el alma necesita. De todas formas, cuando se presentan de una manera clara y persistente las tres señales clásicas que enumera San Juan de la Cruz, el alma se encuentra manifiestamente en la noche del sentido. Vamos a señalar las principales normas de conduc¬ ta que debe observar en semejante coyuntura. 270. 4. Conducta práctica del alma.—El alma obrará con prudencia si se atiene a las siguientes normas: 1. a Sumisión completa y amorosa a la voluntad de Dios, aceptando con paciencia y resignación la doiorosa prue¬ ba por todo el tiempo que Dios quiera. Es preciso que el alma no tenga por malo este estado purgativo, sino que vea en él un medio de fortalecerse y adelantar en la vida espiritual. Lo ad¬ vierte con mucho encarecimiento San Juan de la Cruz: «Los que de esta manera se vieren, conviéneles que se consuelen perse¬ verando en paciencia , no teniendo pena; confíen en Dios , que no deja a los que con sencillo y recto corazón le buscan, ni les dejará de dar lo necesario para él camino, hasta llevarlos a la clara y pura luz de amor, que les dará por medio de la otra noche oscura del espíritu, si merecieren que Dios les ponga en ella» 25 . ’ 2. a Perseverancia en la oración a pesar de todas las dificultades, a imitación del divino agonizante de Getsemaní, que, puesto en agonía, oraba con mayor intensidad: «Factus in agonía prolixiüs órabat» (Le 22,43). La oración en medio de estas terribles arideces y sequedades es un verdadero tormen¬ to para el alma, y sólo a fuerza de una violencia inaudita podrá mantenerse en ella; pero es menester que se la haga—pidién¬ dole a Dios la fortaleza necesaria—, si no quiere volver atrás y echarlo todo a perder. Es aquí dónde mayor cantidad de al¬ mas fracasan. Atormentadas por esas angustias nocturnas, vuel¬ ven atrás y abandonan la vida de oración cuando estaban ya a phnto de recibir los primeros rayos del sol naciente, que hubieran inundado sus almas de resplandores d¿ cielo y las hubieran hecho caminar a pasos de gigante hacia la cumbre de la santidad. Pero es menester que el alma sepa cómo debe conducirse en la oración, pues ha comenzado a entrar en una nueva etapa 25 Noche 1,10,3. Tcol. perfección 15 402 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana diferentísima de la anterior, y sería gran imprudencia querer mantener a toda costa los métodos y procedimientos anterio¬ res. He aquí lo que debe hacer según San Juan de la Cruz: 3. a «Dejen estar el alma en sosiego y quietud..., con¬ tentándose SÓLO CON UNA ADVERTENCIA AMOROSA Y SOSEGADA EN DlOS», SIN PARTICULAR CONSIDERACIÓN Y SIN «GANA DE GUS¬ TARLE o de sentirle».— La razón es porque el alma está reci¬ biendo en el puro espíritu la luz de la contemplación infusa, que nada tiene que ver con los procedimientos discursivos de la oración ascética o meditación que hasta entonces practicaba. De donde, si se empeña en seguir discurriendo y meditando, le será imposible percibir la luz de la contemplación (por el desasosiego de su espíritu) y no conseguirá tampoco la medi¬ tación que pretendía, pues ya no es tiempo para eso. De donde se impone la quietud y sosiego espiritual, sin más ejercicio que el de una advertencia sencilla y amorosa a Dios , sin particular consideración de cosa alguna y sin querer sentir a Dios a tra¬ vés de los consuelos sensibles que experimentaba en la oración ascética, y que son incompatibles con la contemplación en puro espíritu: «Y aunque más escrúpulos le vengan de que pierde ei tiempo y que sería bueno hacer otra cosa, pues en la* oración no puede hacer ni pensar nada, súfrase y estése sosegada, como que no va allí más que a estarse a su placer y anchura de espíritu. Porque, si de suyo quiere algo obrar con las poten¬ cias interiores, será estorba# y perder los bienes que Dios por medio de aquella paz y ocio del alma está asentando e imprimiendo en ella; bien así como si algún pintor estuviera pintando o alcoholando un rostro, que si el rostro se menease en querer hacer algo, no dejaría hacer nada al pintor y le turbaría lo que estaba haciendo. Y así, cuando el alma se quiere estar en paz y ocio interior, cualquiera operación y afición o advertencia que ella quiera entonces tener, la distraerá e inquietará y hará sentir sequedad y vacío del sentido. Porque cuanto más pretendiese tener algún arrimo de afecto y no¬ ticia, tanto más sentirá la falta, de la cual no puede ya ser suplida por aque¬ lla vía. De donde a esta tal alma le conviene no hacer aquí caso que se le pierdan las operaciones de las potencias, antes ha de gustar que se le pierdan presto; porque, no estorbando la operación de la contemplación infusa que va Dios dando, con más abundancia pacífica la recíba y dé lugar a que arda y se encienda en el espíritu el amor que esta oscura y secreta contemplación trae consigo y pega al alma. Porque la contemplación no es otra cosa que una infusión secreta, pacífica y amorosa de Dios, que, si la dan lugar, inflama al alma en espíritu de amor» 26 r No se esfuerce, pues, el alma en meditar. Permanezca tranquila y sosegada ante Dios con una sencilla mirada amoro¬ sa, sin pensar ni discurrir en cosa alguna. Y, aunque le parezca que pierde el tiempo y que vuelve atrás, permanezca en ése Noche I,io,5*6. 403 L.l c.6. Las purificaciones pasivas estado todo el tiempo destinado a la oración. En realidad, como volvería atrás sería empeñándose, en volver al ejercicio discur¬ sivo de sus potencias. Téngase en cuenta, sin embargo, que muchas veces, a los principios de su vida contemplativa, el alma no sentirá este especial atractivo del Espíritu Santo a estarse quieta y sose¬ gada; en cuyo caso, como advierte el mismo San Juan de la Cruz 27 , debe practicar la meditación en la forma acostumbra¬ da para no quedarse sin lo uno y sin lo otro. Pero siempre que encuentre dificultad en el discurso de las potencias junto con ganas de estarse en atención amorosa a Dios , con mirada simple y sen¬ cilla , particular consideración, debe dejarse llevar de este atractivo de la gracia . El alma está recibiendo entonces la con¬ templación infusa, y empeñarse en mantener todavía el ejer¬ cicio de la meditación sería echarlo todo a perder. 4. a Docilidad a un director prudente y experimenta¬ do.— Nunca como en estas penosas crisis se hacen tan nece¬ sarios los consejos y orientaciones de un director espiritual pru¬ dente y experimentado. En medio de sus oscuridades y tinie¬ blas, la pobre alma no acierta a encontrar el remedio y solución a los males que la afligen; y si, en vez de un director prudente y experimentado que la anime a permanecer tranquila y sose¬ gada con la simple atención amorosa que hemos dicho, en¬ cuentra quien le diga que retrocede y vuelve atrás 2S , «crece la pena y el aprieto del alma sin término y suele llegar a más que morir» 29 . El resultado de esa dirección equivocada suele ser un verdadero retroceso en la vida espiritual: «Estos en este tiempo, si no hay quien los entienda, vuelven atrás, de¬ jando el camino o aflojando, o, a lo menos, se estorban de ir adelante, por las muchas diligencias que ponen de ir por el camino de meditación y dis- curso, fatigando y trabajando demasiadamente eí natural, imaginando que queda por su negligencia o pecados. Lo cual les es ya excusado, porque los lleva ya Dios por otro camino, que es de contemplación, diferentísimo del primeró; porque el uno es de meditación y discurso, y el otro no cae en imaginación ni discurso» 30 . Vea, pues, el alma que quiera adelantar en la perfección «en eúyas manos se pone, porque cual fuere el maestro, tal 27 «Pero en tanto que sacare jugo y pudiere discurrir en la meditación, no la ha de dejar si no fuere cuando su alma se pusiere en la paz y quietud que se dice en la tercera señal* (Subida 11,13,2). Esta misma doctrina expone Santa Teresa, aconsejando no atajar el discurso a no ser que ya esté despierto el amor: «Que sí Su Majestad no ha comenzado a embebernos, no puedo acabar de entender cómo se pueda detener el pensamiento de manera que no haga más daño que provecho» (Moradas cuartas 3,4). 28 *Y también habrá quien le diga que vuelve atrás, pues no halla gusto ni consuelo como antes en las cosas de Dios. Y así doblan el trabajo a la pobre alma* (Sufrida pról. n.5). 29 Sufrida ibid. W Noche I,xo,2. 404 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana será el discípulo, y cual el padre, tal el hijo» 31 . Porque, «con ser este daño más grave y grande que se puede encarecer, es tan común y frecuente, que apenas se hallará un maestro es¬ piritual que no le haga en las almas que comienza Dios a reco¬ ger en esta manera de contemplación» 32 . Con todo, tenga presente el alma que Dios a nadie aban¬ dona, y menos que a nadie, al alma que desea sinceramente san¬ tificarse para darle gloria. Si no tiene director espiritual, o no tan excelente como fuera de desdar, El suplirá por otros caminos, como sea de verdad humilde y no busque en nada sus propios intereses, sino únicamente el beneplácito de Dios en todo. Lo que en todo caso le conviene hacer cuando advierta claramente en sí misma las señales que hemos dado más arriba es perma¬ necer tranquila y sosegada, con atención amorosa a Dios , sin el menor esfuerzo ni violencia por volver a la meditación. Dios se encargará de todo lo demás. 271. 5. Efectos, — San Juan de la Cruz examina los gran¬ des provechos que causa en el alma la noche del sentido bien so¬ brellevada en los capítulos 12 y 13 del libro primero de-la Noche oscura. He aquí un resumen de sus enseñanzas, que hay que meditar más despacio én su fuente, original: a) Conocimiento de sí mismo y de su miseria al verse tan llena de oscu¬ ridades e impotencias (12,1-2). b) El tratar con Dios con más comedimiento y cortesía del que solía tener cuando nadaba en consuelos y regalos (12,3). c) Luces mucho más vivas sobre la grandeza y excelencia de Dios , pro¬ ducidas por la contemplación infusa incipiente (12,4-6). d) Profunda humildad , «porque, como se ve tan seca y miserable, ni aun por primer movimiento le pasa que va mejor que los otros, ni que íes lleva ventaja, como antes hacía» (12,7). e) Amor al prójimo , «porque, los estima y no los juzga como antes solía cuando se veía a sí con mucho fervor y a los otros no» (12,8). f) Sumisión y obediencia, pues «como se ven tan miserables, no sólo oyen lo que les enseñan, mas aun desean que cualquiera los encamine y diga lo que deben hacer» (12,9). g) Limpieza y purificación de la avaricia, lujuria y guía espiritual de que estaban líenos antes de esta noche sensitiva (13,1-3). Igualmente de la ira , envidia y pereza (13,7-9). h) (¡Ordinaria memoria de Dios, con temor y recelo de volver atrás», lo cual es muy provechoso para el alma (13,4). i) « Ejercicio de las virtudes de por junto »(13,1-5). j) « Libertad de espíritu , en que se van granjeando los doce frutos del Espíritu Santo » (13,11). k) Victoria ¡contra los tres enemigos del alma: mundo, demonio y car4 ne (13,12). I 31 Llama 3,30. 32 Llama 3 A 3 - f 406 L.l c.6. Las purificaciones pasivas Por eso, el alma, a la vista de estos tan preciosos frutos que le han traído aquellas oscuridades y angustias, tiene por dicho¬ sa ventura salir sin ser notada (o sea, sin que la molesten sus apetitos y pasiones) «a comenzar el camino y vía del espíritu, que es el de los aprovechantes y aprovechados, que, por otro nombre, llaman vía iluminativa o de contemplación infusa, con que Dios de suyo anda apacentando y reficionando : el alma» ( 1 4,i), teniendo ya perfectamente sosegados sus bajos apetitos y pasiones: ' En una noche oscura, con ansias, en aniores inflamada, ioh dichosa venturál, salí sin ser, notada, % estando ya mi casa sosegada, 272* 6. Duración* — La duración de estas dolorosas pruebas de la noche del sentido es muy varia según los casos. San J.uap. de la Cruz advierte que. esto depende del grado de anior a que Dios quiera levantarlas y del mayor o s . menor ba¬ gaje de imperfecciones de que tengan ¡que purificarse; y tam¬ bién que a las almas flacas y débiles ; no las purifica con tanta presteza. e intensidad como a las más fuertes,, sino que va al¬ ternando períodos de luz y oscuridad para que no desfallezcan y vuelvan atrás en busca de los consuelos del mundo 33 , Estas alternativas de luz y, de tinieblas sorí muy frecuentes en la yida espiritual. Hay almas que de : este modo van pasando su noche del sentido sin que de una manera cierta y determina¬ da pueda saberse cuándo ja empezaron y terminaron. Como sucede en la naturaleza, el día y la noche alternan en esas almas; el director ha de tener muy eri cuenta la posibilidad y el hecho de estas alternativas para no engañarse acerca del verdadero estado del alma. De todas formas, cuando Dios quiere levantar a un alma a muy alta perfección suele someterla largamente y con inten¬ sidad a estas dolorosas purificaciones del sentido. El cardenal Bona dice que San Francisco de Asís estuvo diez años en tales pruebas purgativas; Santa Teresa, dieciocho; Santa Clara/ de Montefalco, quince; Santa Catalina de Bolonia, cinco; Santa Magdalena de Pazzis, cinco años primeramente y luego die¬ ciséis más; el Venerable Baltasar Alvarez, dieciséis 34 .Estos períodos debieron, sin duda, de estar salpicados de pequeños intervalos de consolaciones sensibles con el fin de dejar respi- 33 Cf. Noche 34 Cf, Cardenal Bona, Via compendii ad Deum c.io n.6; citado por Tanqúerey, Teo¬ logía ascética 11,1434. 406 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana rar un poco al alma y cobrar nuevas fuerzas para seguir lle¬ vando la cruz de la purificación. Tal es la providencia ordina¬ ria de Dios, llena de suavidad y de paz, ¿Será licitó y conveniente pedir a Dios que abrevie esta prueba dolorosa? Si fuera de una manera puramente condi¬ cional y con perfecta sumisión a la voluntad de Dios—«Padre, si cosible, pase de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39) — , no habría inconveniente en ello. Pero lo mejor es abandonarse enteramente en manos de Dios y estar a lo que El disponga y por todo el tiempo que quiera. Téngase en cuenta que la noche del sentido no es un mal, sino una prueba dolorosa de la que se siguen grandísimos bienes, como hemos visto. La mejor y más sencilla fórmula para cual¬ quier situación triste o alegre de la vida espiritual es la que nos enseñó Nuestro Señor Jesucristo: «Fiat voluntas tua sicut in cáelo et in térra» (Mt 6,10). 273. 7. Lugar que ocupa en la vida espirituaL^-No todos los autores están concordes en el lugar que le correspon¬ de a la noche del sentido en el conjunto de la vida espiritual. Algunos 35 la incluyen en el período purificativo, y ésta es la opinión más común. Otros la hacen pertenecer a la vía ilumi¬ nativa 36 , y hasta no falta quien la ha querido elevar a la vía unitiva o de los ya perfectos 37 . A nosotros ños parece que, según San Juan de la Cruz, la noche del sentido señala exactamente el tránsito entre ¡a vía pur¬ gativa y la iluminativa , y participa, por lo mismo, de algo de las dos. Cuándo el alma entra en ella, pertenece todavía a la vía purgativa , va cargada de imperfecciones y defectos, de los que habrá de purificarla precisamente la noche del sentido . Y al salir de ella purificada de aquellas imperfecciones e ilumi¬ nada por los resplandores de la contemplación infusa ha en¬ trado ya de lleno en la vía iluminativa . La noche señala el tránsito de la una a la otra. Escuchemos al Místico Doctor: «En esta noche oscura comienzan a entrar las almas cuando Dios las va sacando del estado de principiantes 3S t que es de los que meditan en el camino espiritual, y las comienza a poner en el de los aprovechantes, que es ya el de los contemplativos, para que, pasando por aquí, lleguen al estado de los perfectos , que es el de la divina unión del alma con Dios» 35 Tales cómo Felipe de la Santísima Trinidad, Antonio del Espíritu Santo, Vallgorhera y Antonio de la Anunciación. . 36 Asi José del Espíritu Santo, Francisco de Santo Tomás, etc. 37 Asi Tanquerey en su Teología ascética y mística. (n.i42oss) y en un plan de un. tra¬ tado de espiritualidad aparecido con su firma en la «Revue d'Ascétique et de Mystique» (janvíer 1921) p.35* 38 Yerran, pues, profundamente los que colocan la noche del sentido en la vía unitiva o de los ya perfectos. 39 Noche I,i,1. 407 L.l c.6. Las purificaciones pastvas El pensamiento de San Juan de la Cruz está clarísimo en ese texto con relación a las tres vías. Pero un poco más abajo pre¬ cisa aún más su pensamiento con relación a la noche del sentido en términos tan claros y explícitos, que no dejan ya lugar a la menor duda; «... por medio dé esta dichosa noche dé la purgación sensitiva salió el alma a comenzar el camino y vía det espíritu, que es de los aprovechantes y aprovechados, que, por otro nombre, llaman vía iluminativa o de con¬ templación infusa , con que Dios de suyo anda apacentando y reficionando al alma, sin discurso ni ayuda activa de la misma alma» 40 . Según San Juan de la Cruz, es, pues, claro que la noche del sentido señala el tránsito de los principiantes a los aprovecha¬ dos, de la.vía purgativa a la iluminativa, de la ascética a la mística, de los que meditan en la vida espiritual a los que co¬ mienzan a verse ya envueltos en los resplandores de la. contem¬ plación infusa . Pasemos ahora a estudiar la segunda clase de purificacio¬ nes pasivas, o sea, la terrible y espantosa noche del espíritu, a la que solamente llegan las almas que han de alcanzar las cum¬ bres más elevadas del heroísmo y de la santidad. ARTICULO 3 La noche del espíritu 274. San Juan de la Cruz, Noche oscura II; Scaramelli, Directorio místico tr.5 0.16-22; Meynard, La vida espiritual t.2 1.2 c.3; Saudreau, Los grados de ía vida espiritual 1.6 c.2-3; Gasríoou-Lagrange, Perfection et contemplation c.3 a.3 y c.5 a.2 § 2; Tres edades p.4- fc c.1-6; Tanquerey, Teología ascética n. 1462-68. Siendo la noche del espíritu de interés menos común—toda vez que no llegan a ella sino las almas heroicas, que han de escalar las más altas cum¬ bres de la santidad—, vamos a limitarnos a unas breves indicaciones. En la bibliografía que apuntamos encontrará el lector más abundante infor¬ mación. 275, i. Naturaleza.—La noche del espíritu se constituye por una serie de purificaciones pasivas extremadamente dolo- rosas, que tienen por objeto completar la purificación del alma, que la noche del sentido no hizo más que comenzar. Mediante las horribles pruebas de esta segunda noche, los defectos e im¬ perfecciones del alma se arrancan en sus mismas raíces , cosa qué no pudo conseguir la primera purificación de los sentidos. Escuchemos a San Juan de la Cruz: «De donde la noche que habernos dicho del sentido, más se puede y debe llamar cierta reformación y enfriamiento del apetito que purgación. La causa es porque todas las imperfecciones y desórdenes de la parte sensitiva r -\en Noche I,I4,t. 408 PJII.. Desarrollo, normal de la vida cristiana su fuerza y raíz en el espíritu, donde se sujetan toáos los hábitos buenos y malos, y así, hasta que éstos se purguen, las rebeliones y siniestros del sen¬ tido no se pueden bien purgar» 41 . 276* 2. Causas;—Las causas de la noche del espíritu son las mismas que las del sentido—contemplación infusa e im¬ perfección del alma-—, aunque en grado superior de intensidad por parte de la luz contemplativa. El exceso de esta luz ator¬ menta y ciega el alma al mismo tiempo que le muestra al des¬ cubierto las más pequeñas e insignificantes imperfecciones de que se ve completamente llena 42 . El contraste éntre la gran¬ deza inefable de Dios, que barrunta a través, dé aquellos res¬ plandores contemplativos, y la sentina de imperfecciones y mi¬ serias que el alma descubre en sí misma, le hacen concebir la idea de qué jamás será posible la unión de tanta lUz con tantas tinieblas, y que, por lo mismo, está irremisiblemente conde¬ nada a vivir eternamente apartada de Dios. Esta situación, que al alma le parece evidentísima y sin remedio posible, la su¬ merge en un estado de angustia y de tortura tan espantosas, que no solamente suele superar a los tormentos del purgato¬ rio—en el que las almas, al fin y al cabo, saben que tienen asegurada su salvación eterna—, sino que, salvo la desespera¬ ción y el odio a Dios, se asemeja mucho a la pena de daño del infierno 4 ^, Asusta leer la descripción de ese estado hecha por las almas que han pasado por él 44 . Sólo a una particular asistencia de Dios, que las sostiene y conforta al mismo tiempo que las somete a tan terribles pruebas, hay que atribuir él que el alma no se abandone a la más negra y horrenda desesperación. 277. Efectos.—Para explicar «de raíz» la naturaleza y efectos de estas terribles pruebas purificaderas, usa San Juan de la Cruz la bellísima comparación del leño arrojado al fue¬ go. He aquí sus propias palabras: Nochelli,i. ^ ‘ 42 Santa Teresa tiene comparaciones muy gráficas para hacer ver de qué manera la luz, cuando es muy intensa, descubre muchas cosas que se nos escapaban a primera vista : «En pieza adonde entra mucho sol no hay telaraña escondida» (Vida 19,2); «Es como el agua que está en un vaso, que, si no le da el so!, está muy claro; sí da en él, vese que está todo lleno de motas. Al pie de la letra es esta comparación» (Ibid., 20,28). 43 «Siéntese al alma tan ; impura y miserable, que le parece estar Dios contra ella y que ella está hecha contraria a Dios. Lo cual es de tanto sentido y perra para el alma, porqué te parece aquí que la ha Dios arrojado ... Porque, viendo el alma claramente aquí por medio de está pura luz (aunque a oscuras) su impureza, conoce claro que no es digna de Dios ni de criatura alguna. Y lo que,más ¡a pena es que.piensa que nunca lo será y que ya se le acabaron sus bienes» ('Noche 11,5,5). Y sigué el Santo dtócribienao los tormentos del alma en los capítulos siguien¬ tes (6-8). • • ; 44 Pueden leerse cd Saudreau, Los grados de la vida espiritual ( 1,6 c.2 § 6), los casos de Santa Verónica de Juliani, Santa Catalina de Génova, Santa Ángela de Folignó, Santa Teresa, Santa Juana de Chantal y San Pablo de la Cruz. 409 L.I c.6. Las purificaciones pasivas «De donde, para, mayor claridad de lo dicho y de lo. que se ha de, decir, conviene aquí anotar que esta purgativa y amorosa noticia o luz. divina que aquí decimos, de la misma manera se ha en el alma, purgándola y dis¬ poniéndola para unirla consigo perfectamente, qué sé' ha él fuego en el ma¬ dero para transformarlo én si. Porque él : fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es comemarle . a secar,, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene. .Luego le va poniendo negro, obscuro y feo y aun de mal olor, y yéndole secando poco á poco, le va sa¬ cando a la luz y echando afuera todos los accidentes feos y obscuros qué tiene contrarios al fuego. Y, finalmente, comenzándole a inflamar por de fuera y calentarle, viene a transformarle en sí y ponerle hermoso como el mismo fuego. En el cual término, ya de parte del madero .ninguna pasión hay ni acción propia, salvo la gravedad y cantidad más espesa que la del fuego, porque las propiedades del fuego y acciones tiene en sí; porque está seco, y seca; está caliente, y calienta; está claró, y esclarece; está ligero mu¬ cho más qué antes, ¡obrando el fuego en él éstas propiedades y efectos» 45 ¿ Y a contmüación. ya el santo Doctor aplicando esta imagen a la ácción purificadoi'a de noche. del espíritu y ; poniendo de manifiesto los admirables efectos de santificación que produce en el alma que la padece. El alma sale de esta prueba resplan¬ deciente y hermosísima, completamente transformada en Dios y libre ya para siempre de sus flaquezas, imperfecciones y mi¬ serias, Habiéndose purificado .plenamente de ellas—por el es¬ pantoso purgatorio místico que ha sufrido—,, ha escalado , las cumbres más altas de la santidad, está confirmada en gracia 46 , y no le queda sino esperar que la muerte rompa los lazos que la retienen todavía a este mundo para penetrar 1 —sin purifica¬ ción alguna de ultratumba 47 —en los resplandores eternos de la visión beatífica, 378, 4. Necesidad.—¿ Es absolutamente necesaria la no¬ che del espíritu para alcanzar la perfección cristiana? És preciso distinguir. Para alcanzar una perfección relativa tal como corresponde a las almas que han logrado escalar las quintas y primeras manifestaciones de las sextas moradas de Santa Teresa (oraciones contemplativas, de.quietud y de unión}, evidentemente que no* Dios puede suplir—y suple de hecho en esas almas relativamente perfectas—las tremendas purifica¬ ciones de la noche del espíritu con otras pruebas ¿Morosas in¬ termitentes, alternando la luz con las tinieblas, «haciendo ano- 4s Nocfte n,io,i. 46 Al menos así lo cree San Juan de la Cruz. He aquí sus palabras:'«Y así pienso qué este estado-—el del «matrimonio espiritual», adonde desemboca la noche del espíritu—mmca. áqaecé sin qué esté el alhaa en él confirmada en gracia» (Cántico espíritúal c.22 n.3). Induda¬ blemente habla el’Santo 1 de una seguridad mordí f no de uña impéCabitódad absoluta; Santa Teresa no estaba tan segura de esa confirmación en gracia/ y habla con mucha cautela, acaso teniendo en cuenta unas definiciones dei Tridentíno (cf. D 825 826 y 833} qúé había podido oír a alguno de sus confesores {cf, Moradas séptimas 2,9 y 4;3).—Cf. n.593 de esta obra. • 47 «Porque éstos, qué son pocos, por cuanto ya por el amor están purgadísimos, no en¬ tran en el purgatorio» ("Noche II,20,5; cf. 6,6). 410 P.I 1 L Desarrollo normal de la vida cristiana checer y amanecer a menudo» 4 8 hasta elevarlas al grado de pureza y perfección a que las tiene predestinadas. Pero para re¬ montarse hasta las séptimas moradas y . escalar las más altas cumbres de la santidad, la. noche del espíritu e s absolutamente indispensable. Lo dice en cien lugares San Juan de la Cruz, y se comprende que tierié que ser así por la naturaleza misma de las cosas: el alma no puede unirse con Dios en unión transfor¬ mativa mientras no se purifique enteramente de todas sus mi¬ serias y flaquezas. Y éste es cabalmente el efecto propio de la noche del espíritu . 279* 5. Duración.—Ya se comprende qué no puede ha¬ ber regla fija, por depender de circunstancias muy varias;, pero estas dolorosas purificaciones suelen durar mucho tiempo—años enteros a veces-cantes que el alma sea admitida a la unión con Dios transformativa o matrimonio espiritual. De cuando en cuando suele Dios levantar un poco la mano y deja respirar un poco a estas almas tan queridas; pero, si se trata de la verda¬ dera 1 noche del espíritu , estos compases de espera suelen ser muy breves. El alma vuelve en seguida a sentirse envuelta en sus terribles torturas, hasta que termine del todo la prueba con la entrada en la última etapa clasificable de los grados de per¬ fección que es la deífica unión transformativa. 280. 6. Lugar que ocupa en la vida espiritual.—Las purificaciones pasivas del espíritu, cuando son intermitentes, se extienden a todo lo largo de las vías iluminativa y unitiva, pero cuando se trata de la auténtica noche del espíritu tienen su lugar entre las sextas y séptimas moradas de Santa Teresa 49 , o sea ya muy avanzada la vía unitiva e inmediatamente antes que el alma alcance la unión transformativa , para la que prepara cabalmente la noche del espíritu. A cualquiera que lea superficialmente a San Juan de lá Cruz pudiera parecerle que el Santo coloca la noche del espíritu entre las vías iluminativa y unitiva, como tran¬ sición de la una a la otra. Pero por el contexto y el conjunto de su obra se advierte claramente que, cuando dice que Dios pone 48 Noche 11 , 1 , 1 . Hay que leer con ¿tendón todo este precioso capítulo de San Juan de la Cruz. 49 Entre ellas exactamente la coloca la ínclita Doctora del Carmelo- Hablando de las almas llegadas a las sextas moradas, exdama aludiendo manifiestamente a los tormentos de la noche del espíritu (aunque sin emplear esa expresión material, que es propia .de San Juan de la Cruz): «¡Oh, válgame Dios, y qué son los trabajos interiores y exteriores que padece hasta cpie entra en la¡ séptima morada l Por cierto, que algunas veces lo considero, y que temo que, si; se entendiesen antes, sería dificultosísimo determinarse la flaqueza natural para po¬ derlo sufrir, ni determinarse a pasarlo, por bienes que se le representasen, salvo si no hubiere llegado a la séptima morada; que ya allí nada se teme, de arte que no se arroje muy de raíz el alma a pasarlo por Dios* (Moradas sextas 1,1-2). Es, pues, manifiesto que para Santa Teresa la. noche del espíritu está situada entre las sextas y séptimas moradas de su genial Castillo interior. 411 L.I c.6. Las purificaciones pasivas al alma en esta horrenda noche «para llevarla a la divina unión» 50 , no se refiere a la vía unitiva tomada en su conjunto, sino única y exclusivamente a la unión transformativa , que es efectiva¬ mente la unión final a que el alma se encamina. De lo contrario habría que excluir de la vía unitiva incluso los maravillosos fenómenos de la unión extática —que ya no aparecen ni tienen lugar en la unión transformativa, como dice el mismo San Juan de la Cruz 51 —, y que, sin embargo, pertenecen manifiesta¬ mente a la vía unitiva según el testimonio de la tradición. Sen¬ timos discrepar en esto no sólo del P. Crisógono, sino incluso del P. Garrigou-Lagrange, que creen que, según San Juan de la Cruz, la noche del espíritu señala el tránsito de la vía iluminativa a la unitiva 52 . Por lo demás, esta cuestión, que tiene cierto in¬ terés especulativo, carece de importancia en la práctica: 50 Noche Il,i,i al final, 51 Noche 11,1,2. 52 Cf. P. Crisógono, Compendio de ascética y mística p. 3 < a c.2a.7; y Gaprigou-La- grange, Tres edades p-4. a tft. y sec.i. L I B R O S E G U N D O Aspecto positivo de la vida cristiana í 281 ♦ Examinado el aspecto negativo de la vida cristiana, o sea, todo aquello que. hay que rechazar o rectificar en nues¬ tra marcha hacia ía perfección, veamos ahora el aspecto positi¬ vo, o sea, todo lo. que hay que practicar y fomentar para llegar a las cumbres más altas de la unión con Dios. En primer lugar expondremos las leyes fundamentales que regulan el desarrollo normal de la vida cristiana; y, a continua¬ ción, expondremos los principales medios para alcanzar la per¬ fección. No todos los medios tienen la misma importancia ni se requieren con idéntico rigor. El esquema de la página si¬ guiente muestra, en sintética visión de conjunto, la jerarquía de esos valores y,a la vez, el camino que vamos a recorrer en este segundo libro. III. Medios secundarios LJI. Aspecto positivo de la vida cristiana 413 I. Leyes fundamentales del desarrollo de la vida cristiana. ^Bautismo. „ Confirmación. A) Ex opere opera- [ Penitencia. to: Los sacra-J Eucaristía. _,_ ! /-\ _s _ II. Medios funda¬ mentales para el aumento y des¬ arrollo de la vi¬ da de la gracia. B) mentos. Ex opere oper an¬ tis .' Orden. Unción de los enfermos. Matrimonio. f i) El ejercicio de las virtudes infusas y dones del Es¬ píritu Santo. 2) La vida de oración. Internos . Psicológicos. /Presencia de Dios. ’\Examen de conciencia. Entendimiento. ., Natural: Energía de carácter. [.Voluntad. .. J Sobrena¬ turales. . i Deseo de la per¬ fección. Conformidad con la volun¬ tad de Dios. Fidelidad a la . gracia. Externos/ Ftsio/ógicos: Mejora del propio temperamento. 1) Plan de vida. 2) Lectura espiritual; 3) Amistades santas. 4) El apostolado. I5) Dirección espiritual. Apéndice .—El discernimiento de los espíritus. I. LEYES FUNDAMENTALES DEL DES¬ ARROLLO DE LA VIDA CRISTIANA Dejando para los capítulos siguientes el estudio detallado de los medios para adelantar en la vida cristiana en su marcha hacia la perfección, vamos a recoger aquí las leyes fundamenta- les de su desarrollo. ¿Puede crecer y desarrollarse en nosotros la vida de la gra¬ cia? ¿Cuál es la causa eficiente de ese desarrollo? ¿Cuáles son las leyes ique lo presiden? ¿De qué manera se realiza? He aquí las preguntas que vamos a contestar en forma de conclusiones. Conclusión i« a : La gracia está llamada a crecer y desarrollarse en nues¬ tras almas. 282. El argumento para demostrarlo es muy sencillo. La gracia santificante es -una «semilla de Dios» 1 que siembra en nuestras almas el sacramento del bautismo. Se nos da en forma de germen, de semilla, de embrión sobrenatural. Luego por su misma naturaleza está llamada a crecer y desarrollarse. No es preciso insistir en una cosa tan clara que todo el mundo admite. Más interesante, aunque no menos fácil de probar, es el señalar la causa eficiente de ese aumento. Conclusión 2. a : La causa eficiente del aumento de nuestra vida sobre¬ natural es únicamente Dios 2 . 283. Es cosa clara que todo ser viviente que no ha al¬ canzado todavía su pleno desenvolvimiento puede, en circuns¬ tancias normales, crecer y desarrollarse hasta alcanzarlo, En el orden natural, nuestro organismo corpóreo crece por des¬ arrollo propio , es decir, evolucionando con sus fuerzas natu¬ rales y acrecentándose por la incorporación de nuevos elemen¬ tos de su mismo orden. Nuestra vida sobrenatural no puede crecer así. La gracia es un ser injerto , y no puede crecer más que de la manera como nace. Nace por infusión divina, y, por lo mismo, no pue¬ de crecer más que por nuevas infusiones divinas . En vano nues¬ tras facultades naturales tenderían sus resortes e impulsarían adelante; serían completamente impotentes para determinar, 1 Cf. 1 lo 3,9. 2 Cf. 1-11,112,!. 415 L.IL Leyes para el desarrollo de la vida cristiana aun con el auxilio de la gracia actual, este movimiento interior de desenvolvimiento que producen, por ejemplo, los ejerci¬ cios físicos en nuestros miembros. Unicamente desde fuera pue¬ de recibir el alma nuevos grados de ser divino, y es Dios úni¬ camente quien puede producirlos en ella 3 . Podemos ver esto mismo desde otro punto de vista. Los hábitos no pueden ser actuados—por consiguiente, ni desarrollados o perfecciona¬ dos—sino por el mismo principio que los causó. Pero las gracias, las vir¬ tudes infusas y los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales causados o producidos tínicamente por Dios. Luego sólo El podrá actuar¬ los o desarrollarlos. Es, pues, la acción de Dios el principio eficiente del des¬ arrollo de la vida sobrenatural. El alma en gracia puede merecer ese aumento eri determinadas condiciones, como veremos; pero el aumento mismo sólo Dios puede causarlo 4 . Claro que la acción de Dios como causa directa e inmediata del aumento o desarrollo de los hábitos no es, sin embargo, ar¬ bitraria 5 . Está sujeta a leyes y condiciones que la libre voluntad divina ha querido determinar, Veamos cuáles son. Conclusión 3. a : Ordinariamente el aumento de la gracia se producé de dos modos: «ex opere operato», por los sacramentos, y «ex opere operantes», por las acciones sobrenaturalmente meritorias y por la eficacia impetratoria de la oración 6 . Vamos a examinar por separado cada uno de los elementos de esta conclusión: los sacramentos, el mérito y la oración. 284. a) Los sacramentos.—Que los sacramentos insti¬ tuidos por Nuestro Señor Jesucristo confieran la gracia ex opere operato , esto es, por su propia virtud intrínseca independien¬ temente de las disposiciones del sujeto 7 , es una verdad de fe. La definió expresamente el concilio de Trento: «Si alguno dijere que por los sacramentos de la Nueva Ley no se con¬ fiere la gracia ex opere operato, sino que basta solamente la fe en la divina promesa para conseguir la gracia, sea anatema» 8 . Recojamos en forma de brevísimas conclusiones los puntos fundamentales de la teología general de los sacramentos. 3 Cf. Beaudenom, Las fuentes de la piedad (Barcelona 1943) p.192-3. < Cf. 1-11,92,1 ad x. 5 Sin embargo. Dios puede aumentar la grada en un alma sin someterse a ley alguna, aunque de ordinario lo hace siempre de acuerdo con las que El mismo Ubérrimamente ha querido establecer en su Iglesia. 6 Cf. D 695 698 849 para los sacramentos; 803 834 842 y 1044 para las buenas obras, y 11-11,83,15-16 para la oración. 7 Con tal, naturalmente, de que no ponga óbice a la gracia (cf. D 849-50); esto es, con tal de que lleve las disposiciones indispensables para que pueda recibir fructuosamente el sacramento. En los sacramentos de vivos es indispensable—al menos—el estado de gracia; y en los de muertos, la atrición sobrenatural. * D 351 . 4:16 P.IÍL Desarrollo normal de la vida cristiana i. 8. Es de fe que los sacramentos de la Nueva Ley contienen y con¬ fieren la gracia a todos los que los reciben dignamente: «ómnibus non po- nentibus obicemd, dice el concilio de Trento 9 . j 3 . a El bautismo y la penitencia confieren de suyo ía primera infusión de la gracia; los otrbs cinco confieren de suyo la segunda infusión/ o sea un aumento de la anterior. Por eso, los dos primeros se llaman sacramentos de muertos (suponen al alma muerta por el pecado), y los otros cinco, sacra¬ mentos de vivos (la suponen ya con la vida sobrenatural). 3. a Sin embargo, a veces los sacramentos de muertos producen per uccidens la segunda infusión (aumento de la gracia), y los sacramentos de vivos producen per accidens la primera infusión (producción de la gracia donde todavía no existe). Tal ocurre en los que se bautizan o confiesan ya justificados por la caridad o la perfecta contrición, y en los que reciben de buena fe, al menos con atrición sobrenatural, un sacramento de vivos sin saber que están en pecado mortal 10 . 4. a Los sacramentos, en igualdad de condiciones, producen mayor o. me¬ nor infusión de gracia según la mayor o menor dignidad del sacramento n . La razón es porque a causa más noble corresponde de suyo efecto más noble. Decimos, no obstante, en igualdad de condiciones porque Un sacra¬ mento de dignidad inferior recibido con extraordinario fervor puede pro¬ ducir mayor gracia que un sacramento de mayor dignidad recibido con poca devoción. 5. a Un mismo sacramento produce la misma infusión de gracia a todos los que lo reciben con idénticas disposiciones. Pero la producen mayor si las disposiciones del que lo recibe son también mayores 12 . Estas dos últimas conclusiones son muy importantes en la práctica. A veces se insiste demasiado en el efecto ex opere opéralo de los sacramentos, como si ése fuera su efecto único o todo dependiera exclusivamente de eso. No hay que perder de vista que el efecto ex opere opéralo se conjuga en la recep¬ ción de los sacramentos con el efecto ex opere operanlis , o sea, con las disposiciones del que los recibe I3 . De. donde en la prác¬ tica es dé gran importancia la cuidadosa preparación y la in¬ tensidad del fervor al recibirlos. Es clásico el ejemplo de la fuente y el vaso: la cantidad de agua que se recoge no depende solamente de la fuente, sino también del tamaño del vaso que 9 D $4Q y 850. 10 111,72,7 ad 2; In 4 Sertt. d9 q.i a.3,q *2; ibid., d.23 q.i a.2 q. a i ad 2. 11 Que unos sacramentos sean más dignes que otros, lo definió expresamente el conci¬ lio de Trento. Cf. D 846. 12 III,6q, 8.—De esta doctrina deducen los Salmanticenses que no solamente Tecibe mayor gracia el que recibe un sacramento con mayor disposición jntensiya, sino también y a fortiori quien lo recibe con disposición mas perfecta , aunque sea menos intensa. De donde, si dos personas que están en gracia de Dios reciben, v.gr., la absolución, una de ellas con atrición como cuatro y la otra con contrición como dos, esta segunda recibe mayor canti¬ dad de gracia que la primera; porque la contrición, aunque débil, es de suyo disposición más perfecta qué la atrición , aunque intensa (cf. Salmanticenses, De Sacramentis in communi Ó.4 n.127). 13 No olvidemos que el concilio de Trento, hablando de la justificación del pecador, habla de las disposiciones (sobrenaturales) del que la recibe como un elementó fundamental para determinar el grado o la medida de esa justificación: «... iustitiam in nobis recipientes unusquisque süárn, secundum mensuram, quarh Spiritus Sanctus partitur singulís prout vult (r Cor r 2,11) et secundum propriam cuiusque dispositióném et cooperationem» (cf. D 799)- V si esto ocurre en la justificación primera, a fortiori ocurrirá en los sacramentos de vivos, qué su¬ ponen ya en el alma todos los elementos necesarios para el mérito sobrenatural de condigno. L.U. Leyes para el desarrollo de la vida cristiana 417 la reciben Ahora bien: el vaso de nuestra alma se ensancha. con la intensidad del fervor o devoción. ■: ; ; • : Veamos ahora el aumento de : 1 a.¿gracia por¿ el mérito de las buenas.obras. • : ; •/ • ■ !■ 285. b): El mérito sobrenatural^—He aquí una cues¬ tión importantísima en la vida espiritual. Santo Tomás; la es¬ tudia ampliamente en varios lugares de sus obras. En la Suma Teológica le dedica una cuestión entera dividida en diez artícu¬ los 14 . Nosotros vamos a recoger áqíií los puntos; fundamen¬ tales éñ forma de breves conclusiones, v ': ¿-U ,; - XV;. 1. a Llámase mérito al valor de una obra que la hace digna de recompensa: «actio qua efficitur ut ei qui agit, sit iustum aliquid dari», dice Santo Tomás 15 . 2. a Hay dos clases de mérito: el de condigno , que se funda en razones de ; j usticia,; y . el de congruo, que no se funda, en ran¬ zones de justicia ni tampoco en pura gratuidad, sino en cierta conveniencia por parte de la obra y en cierta liberalidad por parte, del que recompensa 1(5 . Y así, v. gri , el obrero tiene estric¬ to derecho (de condigno) al jornal que ha merecido con su tra¬ bajo; y la persona que nos ha hecho un favor se hace, acreedora (de congruo) a nuestra recompensa agradecida. 3. a El mérito de condigno se subdivide en mérito de es¬ tricta justicia («ex toto rigore' iustitiae») y de justicia proporcional («ex condignitate»). El primero requiere una igualdad perfecta y absoluta entre el acto y la recompensa; por eso en el orden so-^ brenatural este mérito es propio y exclusivo de Jesucristo. El segundo supone tan sólo igualdad dé proporción entre él acto bueno y la recompensa; pero, habiendo Dios prometido re¬ compensar esos actos meritorios,, esa recompensa es debida en justicia 11 . 4. a A su vez, el mérito de congruo lo subdividen algunos teólogos en dé congruo falible, si dice orden al premio por sólo título de conveniencia, y de congruo infalible, si a esa con¬ veniencia se le añade la promesa dé Dios de otorgar el premio 18 . Otros teólogos recha.zan ésta subdivisión. 5. a El hombre no puede con sus solas fuerzas naturales producir obras meritorias para la vida eterna 19 . Nadie puede merecer sóbrenatürálmente, sino en virtud de un primer dón de Dios: el mérito supone la gracia 20 .. Pero en tanto que pro- I-II.H 4 . . 15 S.Thom., In 4 Sent. d.15 q.i a.3 ad 4. MJU14. 17 MI,H4 ,i. 18 Cf. Zubizarreta, TheoL Dog. Schol, vol.3 n.304. 19 1-11,109,5. 20 MI, 114,2. 418 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana cede de la gracia, la obra meritoria dice orden a la vida eterna por mérito de justicia 21 . 6. a . :Es dé :fe que eL justo puede merecer por sus buenas obras el aumento de la gracia—y, por consiguiente,, el de los hábitos infusos (virtudes y dones) que lleva consigo—, la vida eterna y el aumento de la gloria. Lo definió expresamente el concilio de Trerito contra los protestantes: «Si alguno dijere que .las buenas obras del hombre justificado dé tal ma¬ nera son dones de Dios que no son también méritos del mismo justificado/ o que el mismo justificado con las buenas obras que hace por la gracia. de Dios y los méritos de Jesucristo (del que es miembro vivo) no merece ver¬ daderamente el aumento de la gracia, lá vida eterna y la consecución de la misma vida eterna (con tal de que muera en gracia) y el aumento de. la gloria, sea anatema» 22 . 7. a El mérito supone siempre la libertad; donde falta la libertad no puede haber mérito ni demérito. Pero todo acto libíe, si se relaciona:con Dios, puede ser meritorio. «Nuestros actos—dice Santo Tomás—son meritorios en cuanto proce¬ den del libre albedrío movido por Dios mediante la gracia. Dé donde todo acto humano que cae bajo el libre albedrío, si se relaciona con Dios, puede ser meritorio» 23 . 8. a No importa para el mérito—al menos per se*— la clase de. obra, que se ejecuta, sino el motivo y el modo de hacerla: «La obra meritoria no se diferencia de ; la no meritoria por lo que hace sino por el modo de hacerlo» 24 . Dé donde se sigue que una obra materialmente insignifi¬ cante hecha con ardiente caridad, tan sólo por agradar a Dios, es de suyo mucho más meritoria que una gran empresa reali¬ zada con menor caridad ó por motivo menos perfecto. De donde: 9> Él mérito sobrenatural se valora, ante todo, por la virtud de la caridad. Lá intensidad del amor de Dios con que se realiza una acción determina él grado dé su mérito. El méri¬ to de las otras virtudes depende del mayor o menor influjo que tenga la caridad en la producción de sus actos. «La vida eterna consiste en la fruición de;Dios. Pero el movimiento del alma hacia la fruición dél bien divino es el propio acto de la caridad, por ei cual todos los actos de las demás virtudes se ordenan a este fin en cuanto qüe las otras virtudes son imperadas por la caridad. Y por esto el mérito de la vida eterna pertenece en primer lugar a la caridad; y a las otras 21 1 - 11 , 114 , 3 - 22 D 842.—C.f. Col 3,23-24 y 1 Cor 3,8,—Item 1-11,1.14,8. 23 H-11,2,9. 24 S.Thom., De vertíate q.24 a.l ad 2. LM. Leyes para el desarrollo de la vida cristiana 419 virtudes secundariamente, en cuanto que sus actos son .imperados por la caridad» 25 . Santo Tomás añade todavía otra razón. Las obras hechas a impulso de la caridad son más voluntarias, porque proceden dei amor; luego son más meritorias. «Es también manifiesto que lo que: hacemos por amor lo hacemos con la máxima voluntariedad. Por donde se ve que, también por parte de la voluntariedad que sé exige para el mérito, éste pertenece principalmente a la caridad» 26 . * 10. a La caridad es la única virtud orientada al premio esencial de la vida eterna, que consiste en la visión beatífica. La intensidad o grado de esa visión depénderá exclusivamente del grado de caridad alcanzado por el alma en esta vida. Las otras virtudes están: ordenadas, de suyo, a jos premios acciden¬ tales de la gloria (o sea, a los goces de los bienes creados, dis¬ tintos del Bien infinito); aunque pueden orientarse también al premio esencial, si se hacen bajo el influjo o imperio de la caridad (v.gr., si se realiza por amor a Dios un acto de humil¬ dad). Escuchemos al Doctor Angélico : «La cantidad de mérito puede medirse por dos principios. Primeramen¬ te por la raíz de la caridad y de ía gracia. Y tal cantidad de .mérito responde al premio esencial, que consiste-en el goce de Dios, ya qué. el que hace una obra con una caridad más grande gozará más perfectamente de Dios. En segundo lugar puede medirse el mérito por la cantidad de la obra. Esta puede ser doble: absoluta y proporcional. En efecto: la viuda que echó dos ochavos en el cepillo del templo hizo uña obra más pequeña—según la can¬ tidad absoluta—que los que depositaron grandes limosnas; pero en canti¬ dad proporcional hizo más, según la sentencia del Señor (Me 12,41-44), porque lo dado superaba más sus facultades. Ambos géneros de cantidad responden, sin embargo, al premio accidental, que es el gozo del bien creado» 27 . Que sólo la caridad esté orientada al premio esencial —y no las otras virtudes sobrenaturales—e¿ una consecuencia obli¬ gada del hecho, de que sólo la caridad se refiera directamente a Dios como, fin último sobrenatural , mientras que todas las demás se refieren a los medios (virtudes morales); o al mismo Dios, pero no como jftn último, sino como principio de donde nos viene el' conocimiento sobrenatural (fe) o el auxilio omni¬ potente para alcanzar la bienaventuranza (esperanza). Sin em¬ bargo, todas, las virtudes pueden orientarse al fin último , so¬ brenatural—y alcanzar, por lo mismo, el valor de mérito esen- 25 1 - 11 , 114 , 4 . 2 <í MI, 114,4. 27 1 , 95 , 4 - Cf. 1 , 12 , 6 . 420 Pili. Desarrollo normal de la vida, cristiana adecuando se realizan bajo la influencia o imperio de ja ca¬ ridad 2 *L Hemos hablado de este imperio en otro lugar dé esta obra (cf. ri. 149). , , • ¡ 'Para el mérito sobrenatural de las buenas obras en orden al premio esencial de la vida eterna no basta la influencia habitual de la caridad, aunque tampoco se requiere la influen¬ cia .actúal ;es necesaria 'y suficiente; la influencia virtual, que persiste mientras no se la retracte habiéndola puesto al. prin¬ cipio. «Es absolutamente insuficiente la ordenación habitual de los actos a Dios, porque nadie merece por el hecho de poseer un hábito, sino únicamente cuando realiza un acto meritorio. Sin embargo, no es necesaria la intención ac¬ tual de ordenar al fin último todas y cada una de las acciones que tienen, un fin próximo bueno: basta que se ordenén actualmente de vez en cuando a aquel fin último.porque cada vez que el hábito de la caridad produce sü acto propio—el amor sobrenatural—se realiza la ordenación del hombre y de sus actos.al fin último» 2 ^. Esta influencia'' virtual de la caridad perdura a través de los actos virtuosos posteriores, mientras no se retracte lá' pri¬ mitiva intención actual. Sin embargo, conviene renovar la in¬ tención con la mayor frecuencia posible (v.gr., al comienzo de cualquier nueva acción) según el consejo del Apóstol: «Ora comáis, ora bebáis...» (1 Cor 10,31), pues de lo contrario la influencia de íá caridad virtual se iría haciendo cada vez más remota y más tenue, (sobre todo por la influencia perniciosa de los pecados veniales, que enfrían el fervor de la caridad) y, por consiguiente, el mérito sobrenatural de las buenas obras sería cada vez menor. Es importantísimo para el mérito el rec¬ tificar* con frecuencia la intención de hacerlo todo por amor a Dios y .para gloría suya. 12. a Para que se realice el crecimiento o aumento efectivo de la caridad es necesario un acto más intenso que el hábito que se posee actualmente. Oigamos a Santo Tomás: <»No por cualquier acto de caridad aumenta la misma caridad; si bien cualquier acto de caridad dispone para el aumento de la misma, en cuan¬ to que por un acto de caridad eí hombre se hace más pronto a seguir obran¬ do por caridad; y, creciendo esta habilidad y prontitud, el hombre pro¬ rrumpe en w acto más ferviente de amor por el cual se esfuerza a crecer en caridad: y entonces aumenta de hecho la caridad » 3Q . Este ; j áctó■' más intenso supone, naturalmente, una previa gracia actual más intensa también. 2* Cf. 1 - 11,1 14,4. 29 In II Sent. d.40 q.i a.s ad 6. Cf. ibid. ad 7- 30 11-11,24,6. 421 L.íl. Leyes para el desarrollo de la vida cristiana Nótese la singular importancia práctica de esta doctrina. Bien enten¬ dida, es una de las más eficaces para combatir ía tibieza y flojedad en el servicio de Dios. : Sin actos cada vez más fervientes, podemos tener prácti¬ camente paralizada nuestra vida sobrenatural—al menos por: éste capí¬ tulo del mérito sobrenatural, ya que para el de los sacramentos rigen otras leyes-—aun en el supuesto de‘vivir en gracia y practicar multitud de bue¬ nas obras con flojedad y tibieza. Un ejemplo aclarará estas ideas. Con el crecimiento de la gracia y de¬ más hábitos infusos ocurre algo parecido al crecimiento de una escala ter- mométrica. Para que un termómetro que esté marcando 25; grados pueda marcar 28, 30 ó 35 es absolutamente necesario que : el aire o medio am¬ biente que le rodea se caldee hasta 28, 30 ó 35 grados. Si no se produce ningún aumento de calor en el ambiente, el termómetro no marcará 1 jamás aumento ninguno. Esto mismo ocurre con él aumento de los hábitos. Como ese aumento en realidad no consiste más que en una mayor radicación en el sujeto (pf. n.288), es imposible que se produzca aumento ninguno sin un acto más intenso, que es-"—para poner otro símil muy claro—como un martillazo más fuerte que el anterior, que hinca más profundamente en el alma el clavo del hᬠbito mismo. Entonces, ¿hay que decir que los actos remisos (o sea los realizados con flojedad y tibieza, con menos intensidad qué otras veces) no sirven para nada en la vida sobrenatural? Hay que contestar con distinción. En orden al crecimiento esencial del grado de gracia que se posee actualmente, y del grado de gloria esencial (visión beatífica) en el cielo, esos actos son completamente estériles e inúti¬ les: no aumentan él grado de gracia (no hacen subir el termómetro) ni, por consiguiente, el grado de gloria esencial en el cielo, que corresponde al grado de gracia y de caridad alcanzado acá en la tierra. Pero, no obstante,, sirven para dos cosas: 1. a , para que el alma no se acabe de enfriar predis¬ poniéndose con ello para el pecado mortal, que le arrebataría la gracia; y 2. a , para obtener en el cielo algún aumento dé gloria accidental: premió «de bono creato, non de bono infinito», como explica el propio Santo Tomás. En otro lugar .(cf. n.361) explicamos más ampliamente esta doctrina de Santo Tomás, de importancia excepcional en ía práctica, que es exigida por los principios más elementales del sistema metafísico y teológico to¬ mista 32 . '13. a Nadie puede merecer para sí la primera gracia, ni la perseverancia final, ni el volverse a levantar después de una caída grave que pueda sobrevenir. Pero puede merecer para otros la primera gracia, aunque sólo con mérito de congruen¬ cia 33 . La razón de las tres primeras afirmaciones es el conocido aforismo teológico de que «el principio del mérito no cae bajo mérito». Lo cual es 31 Nótese que este enfriamiento se refiere únicamente a las disposiciones del alma, no al grado de gracia anteriormente alcanzado, que no disminuye jamás, a no ser que sobrevenga un pecado mortal que lo destruya totalmente (descendiendo el termómetro a cero). Pero, si no se produce esta catástrofe del pecado mortal, el grado de grada ya adquirido no disminuye nunca. Si no se produce un acto de virtud md$ intemo, no subirá el grado de grada, pero tam-. poco bajará. Ocurre algo pareado a los termómetros que se usan en mediana para tomar la: temperatura a los enfermos: suben (cuándo aumenta la fiebre), pero.no bajan (a no ser que. venga la brusca sacudida.de! pecado mortal). 3 2 Cf. 11-11,24,6 y prindpales comentaristas de Santo Tomás; sobre todo, Báñez, que es el mejor y más profundo en esta cuestión. 33 1 - 11 , 114 , 5 . 6.7 Y 9 - 422 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana patente para la primera afirmación: sin la gracia no se puede merecer la gracia, ya que, de lo contrario, lo sobrenatural sería exigido por lo natural, lo cual es absurdo y herético 34 . En cuanto a la perseverancia final, es un efecto infalible de la predestinación a Ja gloria, que es totalmente gratui¬ ta. Y lo tercero es también evidente, porque la razón del mérito depende de la moción divina sobrenatural, que quedará cortada e interrumpida por ese pecado futuro. La razón de poderse merecer para otros la primera gracia es de pura congruencia. Ya que el hombre justo y amigo de Dios cumple su divina voluntad, es razonable según las leyes de la, amistad que Dios cumpla la del hombre en la salvación de otro. 14. a Nadie, aunque sea justo y perfecto, puede merecer para sí las gracias actuales eficaces para conservarse en estado de gracia con mérito estricto o de condigno, pero todos pode¬ mos merecerlas con mérito de congruo: infaliblemente , con la oración revestida de las debidas condiciones, y faliblemente, por las obras buenas. La razón de lo primero es el conocido aforismo ya citado de que «el principio del mérito no cae bajo mérito», y esas gracias actuales conserva¬ tivas de la gracia pertenecen a la misma gracia como principio del mé¬ rito 35 , La razón de lo segundo es la promesa divina de concedernos infali¬ blemente todo cuanto necesitamos para nuestra salud, si lo pedimos con la oración humilde, confiada y perseverante 3< >. Volveremos sobre la efica¬ cia infalible de la oración. Las simples buenas obras no tienen esa promesa especial otorgada a la oración, y por eso su mérito es de sola congruencia falible. Dios las con¬ cederá, si quiere, por pura misericordia, ya que ni las obras las merecen por sí mismas ni se ha obligado a dárnoslas por una promesa formal, 15. a La dificultad de una obra no aumenta el mérito de la misma, a no ser indirectamente y per accidens, en cuanto es signo de mayor caridad al emprenderla. El mérito se toma siempre de la bondad de la obra en sí misma y del motivo que nos impulsa a practicarla. «importa más para la razón de mérito y de virtud lo bueno que lo difícil . De donde no todo lo que es más difícil es más meritorio, sino única¬ mente aquello que, además de difícil, es también mejor» 3 L 34 Cf. D io2j 1023 1024 1026 1671, etc. 35 Cf. 1-11,114,9. Sobre este articulo advierte Juan de Santo Tomás (n.i): «El principio del mérito no puede merecerse (serla contradictorio: mereceríamos algo antes de tener con qué merecerlo); pero el auxilio y la moción divina con que Dios mueve a alguien para que no sucumba ante una tentación m pierda la gracia por el pecado pertenecen al principio del mérito, porque el auxilio y la moción divinas constituyen precisamente el principio de toda operación sobrenatural y de ellos depende el que el hombre sea movido a esa acción; por lo mismo no pueden caer bajo mérito (o sea; no pueden merecerse en modo alguno»). Item n.4: «La conservación no es otra cosa que la continuación de la primera producción. -.; de donde se sigue que quien mereciera los cuxifios continuativos de la gracia, o sea, la perseverancia, merecerla consiguientemente la misma continuación del principio del mérito, que no es otro que la gracia de Dios que El mismo está produciendo y conservando... Con lo cual aparece claro que no puede merecerse la moción divina en cuanto conservativa de la gracia, porque es cabalmente el principio del mérito». Item cf. Salmanticenses, ibid., n.89-109. 36 Mt 7,7; lo 16,23, etc. 37 11-11,27,8 ad 3.—Cf. I-II,ii4,4 ad 2; 11 - 11 ,123,12 ad 2; iS5>4 ad 2; 182,2 ad r; 184, 8 ad 6. 423 LJL Leyes para el desarrollo de la vida cristiana La razón, es porque el principio del mérito está en la cari¬ dad. Por eso es más meritorio hacer cosas fáciles con una gran caridad qué llevar a cabo obras muy penosas con una caridad menor. Muchas almas tibias llevan una gran cruz con poco mérito, mientras que la Santísima Virgen, con su ardentísima caridad, merecía más por los actos más sencillos y fáciles que todos los mártires juntos en medio de sus tormentos. 16. a Los bienes temporales pueden también merecerse de condigno en tanto en cuanto sean útiles para alcanzar la vida eterna ^ 8 . 17. a Las condiciones necesarias para el mérito son las contenidas en el siguiente cuadro esquemático: Para el mérito de condigno: P> a) Por parle de la obra. 4 ) Acto positivo (no basta la omisión de un acto malo, a no ser por un acto positivo de re¬ pulsa) 39 . Honesto {moralmente bueno). Libre (sin ella falta el acto humano y volun¬ tario). Sobrenatural (procedente de la gracia y la caridad). fo b) Por parte del que me-¡ rece .j 2) 3 ) Que sea viador (en el otro mundo ya no se puede merecer). Justo y amigo de Dios (por la gracia). Que realice su acto en obsequio o servicio de Dios (cf. 1 - 11 , 21 , 4 ). c) Por parte de Dios. f Aceptación de la obra en orden al premio por di- \ vina ordenación y promesa. Para el mérito de congruo: Las mismas que para e! de condigno, excepto el estado de gracia por parte del que merece 40 (basta el influjo de la gracia actual) y la promesa por parte de Dios remunerador, que no es necesaria para el mérito de congruo falible, aunque sí para el infalible. 18. a Los méritos mortificados por el pecado mortal revi¬ ven, en orden al premio eterno, al recobrar la gracia el pecador. Pero, según la sentencia más probable—que es también la de Santo Tomás 41 —, no siempre reviven en el mismo grado que tenían antes, sino según las disposiciones actuales del sujeto al recobrar la gracia: en grado inferior, igual o mayor. I-íl r ir4,To. 39 1 * 11 , 71,5 ad i: «Meritum non potest esse sine actu; sed peccatum potest esse sine actu*. 40 S.Th., Suppi 14,4. 41 IIl,89,a; 5 c et ad 3.—Cf. In IlISent. d.31 q.l a .4 q. ft 3 sol.3 ad 4. 424 P.IIL Desarrolla normal de la vida cristiana Nótase la gran importancia práctica de esta doctrina. Es pura ilusión —además de gravísima imprudencia—la que sufre el pecador cuando peca tranquilamente pensando en que, después del pecado, recuperará por la penitencia todo lo perdido. Aparte de que Dios puede negarle la gracia del arrepentimiento—sin la cual le será absolutamente imposible salir del pecado, como el que .se arrojó a un pozo no puede salir de él si de arriba no le echan un cable—, es casi seguro que se levantará de su pecado en un grado de gracia santificante inferior al que antes poseía, porque es muy difícil que con las fuerzas quebrantadas por el pecado pueda hacer un acto de arrepentimiento tan intenso :c orno el mayor que tuvo anteriormente (que supone una gracia actual tan intensa también, de la que se hizo indigno por el abuso cometido al pecar), con lo que se habrá acarreado una pérdida sobrenatural de valor incalculable. Veamos ahora de qué manera puede producirse, un aumento o desarrollo de nuestro organismo sobrenatural por el valor impetratorio de la oración. 286. c) La oración.—Santo Tomás asigna a la oración cuatro valores:'satisfactorio, meritorio, impetratorio y el de pro¬ ducir una cierta refección espiritual. Aquí nos interesa desta¬ car, ante todo, su valor o eficacia impetratoria; pero antes di¬ gamos una palabra sobre los otros tres. 1) Valor satisfactorio. ““Que la oración tenga un valor satisfactorio es evidente con sólo tener en cuenta que supone siempre un acto de humildad y de acatamiento a Dios, a quien hemos ofendido con nuestros pecados, que tienen su raíz en el orgullo. Brota, además, de la caridad, fuente de toda satis¬ facción. Y, finalmente, la oración bien hecha es de suyo una cosa penosa al menos para las almas imperfectas, por el es¬ fuerzo de atención y la tensión de la voluntad qué supone. Es, pues, claramente satisfactoria 42 . El concilio de Trento habló expresamente del valor satisfactorio de la oración 43 . 2) Valor meritorio. —Como cualquier otro acto de virtud sobrenatural, la oración recibe su valor meritorio de la caridad, de donde brota radicalmente por medio de ía virtud de la re¬ ligión, de la que es acto propio. Como acto meritorio, la oración está sometida a las condiciones de las demás obras virtuosas y se rige por sus mismas leyes. Puede en este sentido merecer de condigno todo cuanto puede merecerse con esa clase desmé¬ rito, supuestas las debidas condiciones 44 . 3) Refección espiritual. —El tercer efecto de la oración —dice Santo Tomás—es una cierta refección espiritual del 42 11-11,83,12.— 7 n IV Sent . d.15 <5.4 a.7. 43 D 905, y 923. 44 1111,83,7 ad 2; a, 15.—JnTV Sení. d.15 Q-4 a-7 q. B 2. 425 L.II. Leyes para el desarrollo de la vida cristiana alma, Este efecto lo produce la oración por su sola presencia: praeseritialiter éfficit 45 . Pero para que de :hecho se produzca fes absolutamente necesaria la atención; ese . deleite espiritual es incompatible con la divagación voluntaria de la mente.. Por eso, la oración extática—en la que la atención del alma es máxima por la concentración de todas sus energías psicológicas en el objeto contemplado—lleva consigo la máxima delectación que se puede alcanzar , en esta vida. Y es natural que así suceda. La oración nutre nuestra in¬ teligencia, excita santamente nuestra sensibilidad, estimula y fortifica nuestra voluntad. Es una verdadera refectio mentís que por su misina naturaleza está llamada á llenar el alma de suavidad y de dulzura. 4) Valor impetratorio— Este es el que más nos intere¬ sa destacar aquí como elemento de crecimiento y desarrollo de nuestra vida cristiana independientemente del mérito. Veamos en. primer lugar cuáles son las principales diferen¬ cias entre el valor meritorio y el impetratorio de la oración 46 . a) La oración como acto meritorio dice una relación de justicia al premio; en cambio, su valor impetratorio dice rela¬ ción tan sólo a la misericordia de Dios. b) Como meritoria tiene eficacia intrínseca para conseguir el premio; como impetratoria su eficacia se apoya únicamente en la promesa de Dios. c) La eficacia meritoria se funda, ante todo, en la caridad; la impetratoria , ante todo, en la fe. d) El objeto del mérito y de la impetración no es siempre el mismo, aunque a veces pueden coincidir.. El justo merece y no siempre alcanza; el pecador puede alcanzar sin haber me¬ recido. Examinemos ahora la cuestión de la eficacia infalible de la oración. Tesis: La oración, revestida de las debidas condiciones, obtiene infa¬ liblemente lo que pide en virtud de las promesas de Dios. 287. Esta tesis parece de fe por la claridad con que se nos manifiesta en la Sagrada Escritura la promesa divina. He aquí algunos de los textos más significativos; «Pedid y se ós dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque quien pide recibe, quien busca halla y a quien llama se le abre» 47 . «Y todo cuanto con fe pidiereis en la oración lo recibiréis» 48 . 43 11-11,83,13. 46 Cf. 11-11,83,15-ia. 47 Mt 7,7-8. 4 8 Mt 21,22. 426 P.llL Desarrollo normal de la vida cristiana «Y lo que pidiereis en mi nombre, eso haré, para que el Padre sea glo¬ rificado en el Hijo; si me pidiereis alguna cosa en mi nombre, yo lo haré» 49 .. «Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará» 50 . «... para que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo dé» 51 . «En verdad, en verdad os digo: Cuanto pidiereis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que sea cumplido vuestro gozo» 52 . «Y la confianza que tenemos en El es que, si le pedimos alguna cosa conforme con su voluntad, El nos oye. Y si sabemos que nos oye en cuanto le pedimos, sabemos que obtenemos las peticiones que le hemos hecho» 53 . Es imposible hablar más claro y con insistencia más apre¬ miante. La promesa divina consta con toda certeza en las fuen¬ tes mismas de la revelación. Ahora bien: ¿cuáles son las condiciones que se requieren para que la oración alcance infaliblemente su objeto, cumplién¬ dose de hecho las divinas promesas? Santo Tomás señala cuatro, y a ellas pueden reducirse to¬ das las demás que señalan los autores: que pida algo para sí, necesario para la salvación, piadosamente y con perseverancia. He aquí sus propias palabras: «En consecuencia, siempre se consigue lo que se pide, con tal que se den estas cuatro condiciones: pedir para sí mismo , cosas necesarias para la salvación , piadosamente y con perseverancia » 54 . Examinemos en particular cada una de estas condiciones. 1. a Para sí mismo. —La razón es porque la concesión de una gracia divina exige siempre un sujeto dispuesto, y el pró¬ jimo puede no estarlo. En cambio, el que ora para sí mismo, si lo hace convenientemente, ya se dispone por ese solo hecho para ser oído. De lo contrario, no sería verdadera oración. Hay todavía otra razón. Cuando alguien pide una gracia para sí, és evidente que quiere recibir esa gracia. En cambio, no podemos estar ciertos de que el prójimo querrá recibir la gracia que estamos pidiendo para él. Dios respeta la libertad del hombre, y no suele conceder sus gracias a quien no quiere recibirlas. No queremos decir aon esto que la oración por los demás sea siempre ineficaz. Por el contrario, de hecho obtiene muchísimas veces lo que pide. Pero no podemos tener seguridad infalible de ello por no constarnos con certeza las disposiciones de nuestro prójimo. Podemos pedir a Dios que le 49 lo 14 , 13 - 14 * 50 lo 15,7. 51 lo 15.16. n 52 lo Ió, 23 -* 4 - 53 I lo 5,14-15. 34 H-11,83,1 5 «d 2. 427 L,11. Leyes para el desarrollo de la vida cristiana disponga por un efecto de su misericordia infinita; pero esto no lo ha pro¬ metido a nadie, y no podemos, por lo mismo, conseguirlo infaliblemente . 2. a Cosas necesarias para la salvación.— Todo cuanto de alguna manera sea necesario o conveniente para nuestra salvación, cae bajo el objeto impetratorio infalible de la ora¬ ción. En este sentido, podemos impetrar por vía de oración el desarrollo o incremento de las virtudes infusas 55 , de los dones del Espíritu Santo (que pueden ser también objeto del mérito) e incluso aquellas cosas que no pueden ser merecidas de ningún modo 56 . Tales son, por ejemplo, las gracias actuales eficaces para no caer en pecado grave o para cualquier otro acto salu¬ dable y el don soberano de la perseverancia final, o sea la muer¬ te en gracia de Dios, conectada infaliblemente con la salvación eterna (cf. I-II, 114,9 ad 1). La santa Iglesia, guiada y conducida por el Espíritu Santo, pide continuamente en su liturgia estas gracias soberanas, que nadie puede estrictamente merecer. 3. a Piadosamente.— En esa sola palabra incluye y resu¬ me Santo Tomás todas las condiciones que se requieren por parte del sujeto que ora , que son varias, a saber: a) Humildad: «Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da la gracia* (lac 4,6). b) Firme confianza: «Pero pida con fe, sin vacilar en nada» (lac 1,6) 57 , c) En nombre de Cristo: «Cuanto pidiereis al Padre os lo dará en mi nombre» 58 . d) Atención: la distracción voluntaria es una irreverencia que se com¬ pagina mal con la petición de una limosna. ¿Cómo queremos que Dios nos escuche si ni siquiera nos escuchamos nosotros mismos? Algunos autores encabezan estas condiciones subjetivas con la del estado de gracia , sin la cual—dicen—no se puede orar piadosamente. Pero se equivocan. Santo Tomás se plan¬ teó esa misma objeción y la resuelve magistralmente. He aquí sus palabras: «El pecador no puede orar piadosamente en el sentido de que su ora¬ ción esté informada por el hábito sobrenatural de ese nombre, del que ca¬ rece en absoluto. Pero puede ser pía su oración en el sentido de que puede pedir algo perteneciente a la piedad; como el que no. tiene el hábito de la justicia puede, sin embargo, querer alguna cosa justa. Y, aunque su oración no sea meritoria, puede, sin embargo, ser impetratoria, porque el mérito se apoya en la justicia, pero la impetración en la pura gracia o liberalidad» (11-11,83,16 ad 2; cf. III, Suppl. 72,3 ad 4). 55 La santa Iglesia pide en una oración hermosísima un aumento de las virtudes teolo¬ gales: «Da nobis. Domine., fidei, «peí et caritatisaugmentum...» (dominica 13 post Pentecost.). 56 Kn este sentido, el campo de la impetración es mucho más amplio que el del mérito. 57 El Señor solía exigir esta confianza firme antes de conceder una gracia o hacer un mi¬ lagro, como consta repetidas veces en las páginas del Evangelio. 38 lo 16,23; cf. 14,13-14; 15,16; 16,24. Por eso ia santa Iglesia no se atreve a pedir nada sino en nombre de su divino Esposo: «Per Dominum nostrum Iesum Christum». 428 P.UI. Desarrollo normal de la vida cristiana De modo que* aunque indudablemente el estado de gra¬ cia sea cónvenientísimo para la eficacia infalible de la oración, no es absolutamente necesario. Una cosa es exigir: un jornal debido en justicia y otra muy distinta pedir una limosna; para esto último no hacen falta otros títulos que la necesidad y mi¬ seria. Lo que siempre es necesario es el previo empuje de la gracia actual , que puede darse y se da de hecho en los mismos pecadores. 4. a Con perseverancia— En realidad es ésta una de las condiciones requeridas por parte del sujeto que ora, que Santo Tomás destaca y pone aparte sin duda por su gran importan¬ cia. El Señor inculcó repetidamente en el Evangelio la necesi¬ dad de perseverar en la oración hasta obtener lo que pedimos. Recuérdense las parábolas del amigo importuno que pide tres panes 59 ' la del juez inicuo que hace justicia a la viuda impor¬ tuna 60 , el episodio emocionante de la cananea que insiste a pesar de la aparente repulsa 61 , etc., etc.; y, sobre todo, el ejemplo sublime del mismo Cristo: «Y pasó la noche orando a Dios» 62 ; y en Getsemaní: «Lleno de angustia oraba con más instancia» 63 . Estas son las condiciones para la eficacia infalible de la ora¬ ción. De hecho, en la práctica obtenemos muchísimas cosas de Dios sin reunir todas estas condiciones por un efecto sobre¬ abundante dé la misericordia divina. Pero, reuniendo esas con¬ diciones, obtendríamos infaliblemente— por la promesa divi¬ na—incluso aquellas gracias que nadie absolutamente puede merecer. En otra parte sacaremos gran partido de esta doctrina. Hemos visto con esto las leyes que presiden el desenvolvi¬ miento de la vida cristiana, a base, sobre todo, de los sacra¬ mentos, del mérito sobrenatural y de la eficacia impetratoria de la oración. Veamos ahora de qué manera ser verifica el desarrollo. Conclúsión 4. a : Por la digna recepción de los sacramentos, por la práctica de las obras sobrenaturalmente meritorias y por la eficacia impetratoria de la oración, los hábitos infusos crecen todos a la vez; y este crecimiento se verifica por una mayor inherencia o radicación en el sujeto. 288. La razón del crecimiento simultáneo de todos los hᬠbitos sobrenaturales—gracia santificante, virtudes y dones del 5Í> Le IT, 5 -T 3 - 60 Le *8,1-5. 61 Mt 15,21-28. 62 Le 6,12. 63 Le 22 , 44 * 429 L.fí. Leyes para el desarrollo de. ¡a vida cristiana Espíritu Santo^-es porque, estando todos ellos en conexión íntima coh la gracia y la cáridad, ¿1 crecimiento de la misma determina y arrastra el de todo el organismo sobrenatural, a semejanza^-dice Santo Tomás^—del crecimiento simultáneo de los dedos de una mano 64 . : ' ! La razón de que el crecimiento consista 1 únicamente en úna mayor inherencia o radicación de esos Hábitos en él sujeto es por exigirlo así la naturaleza misma de la gracia, de las virtudes y los dones* Formas inherentes como son—hábitos sobrenatu¬ rales—no pueden crecer más que en intensidad* El sujeto va participando cada : vez más de ésa forma pbr un maybr enrai- zamiento ó radicación de la misma,, que determina. úná mayor, facilidad e intensidad en las operaciones que de ella proceden 65 . De esta doctrina se deducen dos consecuencias importantes. La pri¬ mera es la imposibilidad de que una virtud infusa sea perfecta aislada¬ mente, esto es, sin que lo sean también las demás*. Unidas entre sí, radica¬ das en la gracia, de la que en cierto modo, fluyen y. a la cual se ordeñan, y teniendo todas ellas como forma a la caridad, al desarrollarse algunas de ellas por la práctica más intensa de su acto propio; arrastran consigo todo el organismo sobrenatural:, i crece : la gracia» que . es su s principio; la caridad, que es su forma, y todas las demás virtudes y dones, inseparablemente co¬ nectados con la gracia y la caridad. Claro que, aunque el desarrollo de una. virtud o de un don cualquiera arrastre consigo a todos los demás hábitos sobrenaturales, no se sigue de esto que aumente también la facilidad en el ejercicio de esas otras virtudes o dones* Esta facilidad depende siempre de la repetición de los actos co¬ rrespondientes a una determinada virtud. Las demás virtudes, aun per¬ fectamente desarrolladas como hábitos sobrenaturales, encontrarán en la práctica—o al menos pueden encontrarlas—ciertas dificultades,. proceden¬ tes de algunos impedimentos extrínsecos o de las disposiciones contrarias que dejaron los actos viciosos precedentes 66 . Por eso puede un santo en¬ contrar cierta resistencia y dificultad en la práctica de una virtud qué nunca tuvo ocasión de ejercitar a pesar de poseer con perfección el hábito sobre¬ natural de lá misma 67 . La segunda consecuencia—derivada de esta primera—es que para el des- 64 1-11,65; 66,2; 68,5, etc-—Nótese la singular importancia de esta doctrina en teología ascética y mística. El crecimiento de la gracia y de la caridad arrastra consigo el de todas las virtudes infusas y donés del Espíriiu Santo en cuanto hábitos. És imposible, pues,'qüéla:caridad llegue a un estado de relativa perfección sin que los dones se hayan desarrollado en el mismo grado , y, por consiguiente, sin que actúen cada ..vez con más frecuencia e intensidad, introdu¬ ciendo normalmente al alma en pleno estado místico, como ya.vimos en su lugar correspon¬ diente. • *t 65 1-11,52,2 24,5- 1 :. «Sí «Ocurre a veces que uno que tiene un hábito encuentra dificultad en obrar y,:por con¬ siguiente, nó siente deleite ni complacencia en el acto, a causa de algún impedimento de pro¬ cedencia extrínseca. Así, él qué tiene posesión de un hábito de ciencia encuentra dificultad' en entender a causa del sueño o de alguna enfermedad. Análogamente, los hábitos de las vir¬ tudes morales infusas experimentan alguna vez dificultad en obrar, debido a las disposicio¬ nes contrarias que quedan de los- actos precedentes. Es ésta una. dificultad que. no se pre¬ senta'eñ las virtudes morales adquirida.'?, porque el ejercicio repetido de los actos, por el cual se adquieren esas virtudes, hacedesaparecer también, las disposiciones contrarias# (I-II, 65,3 ad 2)* 67 «Cuando se dice que ciertos santos no tuvieron algunas virtudes, quiere significarse. que encontraron dificultad en los actos de estas virtudes, por la razón ya señalada, aunque tuviesen los hábitos de todas las virtudes* (1-11,65,3 ad 3). 1 430 P:IIl. Desarrollo normal de la vida cristiana arrollo habitual de la gracia y de las; virtudes no es necesario practicarlas todas. Aun aquellas que no se ejercitan por falta de materia o de oportuni¬ dad, se desarrollan al paso y con el ejercicio délas demás. Un santo mendigo, v.gr., no podrá practicar la virtud de la magnificencia, que requiere lá ex¬ pensa de grandes riquezas en el servicio de Dios o del prójimo por Dios; y¿ sin embargo, puede tener y tiene de hecho perfectamente desarrollado el hábito de la misma y está dispuesto a practicarla al menos in praeparatione animi, como dicen los teólogos, o sea en cuanto se le presente ocasión y posi¬ bilidad para ello. II. MEDIOS FUNDAMENTALES PARA EL AUMENTO Y DESARROLLO DE LA VIDA DE LA GRACIA Son dé : dos órdenes: los sacramentos, que aumentan lá gracia ex opere óperato > y la práctica de las virtudes y dones, juntamente, con el desarrollo progresivo de la vida de oración, que producen su efecto santiñeador ex opere operantis. Examinemos ampliamente cada una de estas cosas. CAPITULO I Los sacramentos 289. S Th., III,6o-90; Suppl 1-68; Scaramelii, Directorio ascético í.8; Ribet, L'ascéti~ que chrétienne c.4S J.Mahieu, Provatio cha.rita.tis n.124-32; Garrigou-Lagranc.e, Tres eda¬ des 11,13-15-; Takqukhey, Teología ascética n.249-61; Schrijver^, Principios... II c.6, 249-61 ; Beaudenom, Práctica progresiva de la confesión y de la dirección; Philipon, Los sa¬ cramentos en la vida cristiana (Buenos Aires 1950); Royo. Marín, Teología moral para segla¬ res vol.2 (BAC). 290. Toda la vida cristiana consiste esencialmente en nuestra incorporación a Cristo, en nuestra propia cristificación. Pero Cristo nos aplica su vida divina principalmente a través de los sacramentos , que se convierten, por lo mismo, en fuente primaria y fundamental de nuestra vida sobrenatural. «Por ellos'^-éscribe el P. Philipon todos los efectos de la redención, ad¬ quiridos globalmente en la cruz, llegan hasta nosotros. Dios ha instituido un modo nuévo «sobre-histórico y espacial» para perpetuar en medio de nosotros lá realidad del sacrificio redentor y la acción personal dei Salvador en cada una de nuestras vidas, sobre cada una de nuestras almas. A través de los ritos simbólicos de la Iglesia, los sacramentos perpetúan los «gestos de Cristo». Antes de estudiar cada uno de los. sacramentos en particu¬ lar, expondremos los puntos más importantes de la teología general sacramentaría. 1 Los sacramentos en la vida cristiana, introducción. L.íl c.1. Los sacramentos 431 ARTICULO i LOS SACRAMENTOS EN GENERAL 291. 1. Noción.—La teología católica nos ofrece la si¬ guiente definición de los sacramentos: Signos sensibles, instituidos por nuestro Señor Jesucristo, para sig¬ nificar y producir la gracia santificante en nuestras almas. Expliquemos un poco los términos de la, definición. Signos, o sea, algo que envuelve un significado para re¬ presentar otra cosa, como la bandera representa a la patria o el humo es signo del fuego/ Sensibles, o sea, que pueden percibirse por los sentidos corporales: el agua del bautismo, el pan y el vino de la eucaris¬ tía, el óleo de la confirmación, las palabras de la fórmula de todos ellos, Instituidos por nuestro Señor Jesucristo. —Sólo El pue¬ de hacerlo, no la Iglesia, ya que la gracia santificante brota como de su manantial único del corazón traspasado de Cristo. Para significar la gracia que producen. Y así el agua del bautismo lava el cuerpo del bautizado para significar la ablu¬ ción de su alma, que queda limpia de todo pecado; la eucaris¬ tía se nos da en forma de alimento corporal—pan y vino—para significar el alimento espiritual del alma que recibe la gracia eucarística, etc. Y producir la gracia santificante. —Es de fe que los sa¬ cramentos producen la gracia, además de significarla, en el alma que los recibe en las debidas condiciones. Lo definió ex¬ presamente el concilio de Trento L 292. 2. Número.—Los sacramentos instituidos por nuestro Señor Jesucristo son siete, ni más ni menos. Lo de¬ finió también el concilio dé Trento en el siguiente canon: «Si alguno dijere que los sacramentos de la Nueva Ley no fueron institui¬ dos por nuestro Señor Jesucristo, o que son más o menos de siete, a saben bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, extrmaunción, orden y ma¬ trimonio, o también que alguno de éstos no es verdadera y propiamente sacramento, sea anatema» (D 844). 293. 3. División.—Los sacramentos pueden dividirse de varias maneras, según el punto de. vista en que se conside- 1 Cf. D 849. 432 PJ 1 L Desarrollo normalde la vida cristiana ren. Por razón de la finalidad espiritual a que se ordenan, pue¬ de establecerse, con Santo Tomás; la siguiente clasificación 2 : 5 § 3 8 H Z 8 c n S •8« ,g.¡ ■§ % £ Si te «> TJ iv H < 'Individual. ; De suyo; Engendrán¬ dola ..... Robustecién¬ dola. .... Alimentán- . doía , .... Í Restituyén¬ dola^. , . . Ganándola. Bautismo. Confirmación. Eucaristía. . Penitencia. ; Unción |Dé los ENFERMOS.! { Confiriendo potestad, sobre ella.. . . . : ; ! . ..•'••••Orden. Propagando sus miembros. . Matrimonio* Contó el pecado original. . . , . ..... .... . ; Bautismo, - Contra la debilidad espiritual.......;.. ...... Confirmación. Contra la inclinación al pecado. Eucaristía. Contra el pecado actual. Penitencia. Contra las reliquias del pecado... Unción de los ENFERMOS. Contra la disolución del cuerpo místico. . . Orden. Contra la concupiscencia personal y ía des- . aparición de la comunidad............ Matrimonio. Santo Tomás recoge también la clasificación algo retorcida y artificiosa atribuida a Alejandro de Ales, que proporciona, sin embargo; alguna hueva luz. Hela aquí en forma esquemᬠtica: Virtud Sacramentó correspondiente " Defecto que combate Bautismo : Fe . El pecado original. Confirmación Fortaleza La debilidad espiritual. Eucaristía Caridad La malicia de la voluntad. Penitencia Justicia El pecado mortal. Unción de los eh- fermos -••• • > * Esperanza - El pecado venial. Orden ¡ . ; ;,. ■;... Prudencia La ignorancia deí entendimiento. Matrimonio ; Templanza La concupiscencia desordenada. 294. i 4. . Orden,—Existe entre los sacramentos: un orden de prelación, que varía según el distinto motivo a que se atien¬ da: a su naturaleza, dignidad o necesidad. Y así: a) Por razón de su misma , naturaleza o generación, el orden és el qüe enumera lá definición del concilio de Trénto: 2 Cf. 111,65,1. L.II c.l. Los sacramentos 433 bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, unción de los enfermos, orden y matrimonio. La razón, es muy clara. Por su misma naturaleza, los sacramentos qüe se ordenan al individuó preceden a los que se ordenan a la sociedad, puesto que ésta se compone de individuos y no al revés. Entre los que se ordenan al individuo, son primero los que le dan la vida de suyo (bautismo, confirma¬ ción, eucaristía) que los que se la devuelven o sanan cuando la ha perdido (penitencia, unción de los enfermos). Y entre los que se ordenan a la so- ciedad, es antes el que se refiere a la sociedad sagrada (orden) que a la pura¬ mente natural (matrimonio). b) Por razón de su dignidad o perfección, el orden es el siguiente: 1. ° Eucaristía, que contiene a! mismo Cristo y es el fin de todos los demás sacramentos. 2, ° Orden sacerdotal, por ser el más próximo a la eucaristía y ordenarse al bien común espiritual, que prevalece sobre el bien particular. 3. 0 Confirmación , que supera en dignidad al bautismo en cuanto que es su complemento y perfección. 4. 0 Bautismo , que da la gracia de suyo y no accidentalmente, como la penitencia. 5. 0 Unción de los enfermos , que perfecciona la gracia recibida por la pe¬ nitencia, borrando los rastros y reliquias del pecado. 6.° Penitencia , que es más espiritual que el matrimonio. 7. 0 Matrimonio, que es el menos espiritual de todos los sacramentos. c) Por razón de su necesidad para la salvación, el or¬ den es el siguiente: i.° Bautismo (necesario para todos, al menos en el deseo). 2, 0 Penitencia (necesario ‘para el que cometió pecado mortal). 3, 0 Orden (necesario para perpetuar en la Iglesia los sacramentos). Estos son los sacramentos absolutamente neecsarios. Los otros cuatro son tan sólo muy convenientes, pero no absolutamente necesarios, st excep¬ tuamos la eucaristía, que es el fin a que se ordenan todos ellos y cuya re¬ cepción es del todo necesaria, al menos en el deseo , que va implícito en la recepción de cualquiera de los otros sacramentos 3 . 295* 5. Gracia que confieren.—Cada sacramento con¬ fiere su propia gracia sacramental, distinta modalmente de la gracia común u ordinaria y de la que confieren los demás sa¬ cramentos. La gracia santificante es específicamente una. Quiere decir que no hay más que una sola especie de gracia, que brota del corazón de Cristo como de su manantial único. Pero esa gracia única llega hasta nosotros canalizada —por decirlo así—por siete canales diferentes, que son los siete santos sacramentos. Y al pasar por cada uno de esos siete canales adquiere una modalidad especial —o sea, un matiz propio y característico de » Cf. ÜL6s,2-4. Teol. ptrftcciÓM 16 434 P. 1 IL Desarrollo normal de la vida cristiana cada sacramento—, algo así como la luz se descompone en los siete colores del arco iris al atravesar un prisma,. He aquí detalladamente el matiz propio de la gracia sacra¬ mental en cada uno de los siete sacramentos: 1. ° En el bautismo es la gracia regenerativa, que renueva totalmente al hombre» borrándole el pecado original y todos los pecados actuales que pueda tener, con sus rastros y reliquias, incluso la pena temporal debida por ellos. Le da el poder o facultad de recibir los demás sacramentos—es la puer¬ ta indispensable de todos ellos—y añade un auxilio especial contra la ofus¬ cación del entendimiento y la dureza de corazón para creer, que impiden directamente la fe. 2. ° En la confirmación es la gracia roborativa, en cuanto aumenta la vida de la fe, conduciéndola a la edad perfecta y dándole un vigor especial, con derecho a los auxilios necesarios para confesarla valientemente hasta el martirio si fuera preciso. 3. 0 En la eucaristía es la gracia nutritiva y unitiva , en cuanto que transforma espirítualmente aí hombre en Cristo por la caridad, con auxilios especiales contra el amor propio, que impide al hombre perseverar en el amor de Dios. 4. 0 En la penitencia es la gracia sanativa o reparadora, en cuanto que formalmente destruye los pecados actuales y convierte el alma a Dios, con especiales auxilios para no reincidir en el pecado. 5. 0 En la unción de los enfermos es la gracia plenamente sanativa, que borra los rastros y reliquias del pecado, fortalece el ánimo del enfermo contra los últimos asaltos del enemigo y le prepara para una buena muerte y la entrada inmediata en la gloria. 6.° En el orden sacerdotal es la gracia consagrante del ministro de Dios, con especiales auxilios para desempeñar santamente su sagrado mi¬ nisterio, 7. 0 En el matrimonio es la gracia conyugal o propia de los cónyuges, con derecho a los auxilios especiales para el recto cumplimiento de los debe¬ res matrimoniales, guardarse mutua fidelidad y sobrellevar cristianamente las cargas del matrimonio. 296. 6. El carácter sacramental.—Gomo es sabido, los sacramentos del bautismo, confirmación y orden imprimen ca¬ rácter , o sea, cierto signo espiritual e indeleble impreso en el alma, en virtud del cual el cristiano se distingue del que no lo es y queda habilitado para recibir, defender o realizar cosas sagradas, Este carácter sacramental, impreso físicamente en el alma, es perfectamente visible a los espíritus puros (ángeles, demo¬ nios y almas separadas), que por él conocen quiénes son cris¬ tianos y qué categoría tienen dentro de la Iglesia (simples ciu¬ dadanos, soldados o ministros), para reverenciarles y ayudar¬ les (los ángeles buenos) o impugnarles con tentaciones (los demonios). El concilio de Trento definió como dogma de fe la existen¬ cia e indelebilidad del carácter en el siguiente canon: L.ll c.l. Los sacramentos 435 «Si alguno dijere que en tres sacramentos, a saber: bautismo, confirmación y orden, no se imprime carácter en el alma, esto es, cierto signo espiritual e indeleble, por lo que no pueden repetirse, sea anatema» (D 852). Santo Tomás advierte profundamente que el carácter sa¬ cramental permanecerá eternamente en los bienaventurados para su mayor gloria y en los condenados para su mayor igno¬ minia 4 . Ahora bien: ¿en qué consiste propiamente el carácter sa¬ cramental? En realidad, es cierta potencia espiritual ordenada a las cosas pertenecientes al culto divino 5 , ya sea para recibirlas (carácter bautismal), ya para confesarlas y defenderlas valientemente (ca¬ rácter de la confirmación), ya para comunicarlas con potestad sagrada a los demás (carácter del orden sacerdotal). El carácter nos da una verdadera participación en el sacer¬ docio de Jesucristo. Vamos a estudiar este maravilloso efecto en forma de conclusión. Conclusión: El carácter sacramental nos configura con Cristo sacer¬ dote, dándonos una participación física y formal de su propio sacerdocio eterno. Escuchemos al Doctor Angélico: «Como hemos dicho más arriba, el carácter propiamente es cierto sello con que se marca a uno para ordenarle a algún determinado fin, como se sella el dinero para usarlo en el cambio o al soldado para adscribirle a la milicia. Ahora bien: el cristiano es destinado a dos cosas. La primera y principal es a la fruición de la gloria eterna, y para esto se le marca con el sello de la gracia. La segunda es a recibir o administrar a los demás las cosas que pertenecen al culto de Dios, y para esto se le da el carácter sacra¬ mental, Pero todo el rito de la religión cristiana se deriva del sacerdocio de Cristo. Por lo que es claro y manifiesto que el carácter sacramental espe¬ cialmente es el carácter de Cristo, con cuyo sacerdocio se configuran los fieles según los caracteres sacramentales, que no son otra cosa que ciertas participaciones del sacerdocio de Cristo, derivadas del mismo Cristo » 6 . Esta participación en el sacerdocio de Cristo se inicia con el simple carácter bautismal , se amplía o perfecciona con el de la confirmación y llega a su plena perfección con el del orden sagrado , De este hecho se sigue que los fieles cristianos, aun los laicos o seglares, están adornados con cierta misteriosa dignidad sacerdotal, si bien en grado muy inferior e imperfecto con relación a los que han recibido e? sacramento del orden. Los simples fieles no pueden realizar las funciones propiamente 4 Cf. 111 , 63,5 ad 3. s Cf. 111,63,2. 6 111 , 63,3 • Precisamente porque el carácter es una mera participación del sacerdocio de Cristo, el mismo Cristo no tiene carácter sacerdotal. Su sacerdocio pleno y absoluto se com¬ para con el carácter como lo perfecto y propio a lo imperfecto y participado (cf. ibid., 63,5). 436 P.UL Desarrollo normal de la vida cristiana sacerdotales, principalmente las relativas al sacrificio eucarístico y al peí don de los pecados; pero les alcanza cierto resplandor del sacerdocio de Cristo» no metafóricamente» sino en sentido propio y real. A esto alude el apóstol San Pedro cuando escribe a los simples fieles creyentes: «Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real , nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (i Petr 2,9); y San Juan en el Apocalipsis dice también que «los hiciste para nuestro Dios reino y sacerdotes» (Apoc 5,10). Las interpretaciones dadas por los Padres y exegetas a estas palabras son muchas; pero todas coinciden en que se trata de un sacerdocio real, no metafórico, aunque en grado muy diverso del que tienen los que han recibido el sacramento del orden. Lo mismo enseña Pío XTI, con toda claridad, cuando escribe textual¬ mente: «No es de maravillarse que los fieles sean elevados a semejante dig¬ nidad. En efecto, por el bautismo, los fieles en general se hacen miembros del cuerpo místico de Cristo sacerdote, y por el carácter que se imprime en sus almas son destinados para el culto divino, participando así del sacerdocio de Cristo de un modo acomodado a su. condición» 7 , Sin embargo, es necesario precisar bien el sentido y alcan¬ ce de ese sacerdocio de los simples fieles para no incurrir en lamentables extravíos. Escuchemos de nuevo a Pío XII en la misma encíclica Mediator Dei: «Es necesario, venerables hermanos, explicar claramente a vuestro reba¬ ño cómo el hecho de que los fieles tomen parte en el sacrificio eucarístico no significa, sin embargo, que gocen de poderes sacerdotales. Hay, en efecto, en nuestros días algunos que, acercándose a errores ya condenados, enseñan que en el Nuevo Testamento se conoce un solo sacer¬ docio, que afecta a todos los bautizados, y que el precepto dado por Jesús a los apóstoles en ía última cena de que hiciesen lo que El había hecho, se refiere directamente a toda la Iglesia de los cristianos, y que el sacerdocio jerárquico no se introdujo hasta más tarde. Sostienen por esto que sólo el pueblo goza de una verdadera potestad sacerdotal, mientras que el sacerdote ejerce únicamente por delegación que le ha sido otorgada por la comunidad. Creen, en consecuencia, que el sacrificio eucarístico es una verdadera, y propia «concelebración», y que es mejor que los sacerdotes «concelebren» juntamente con el pueblo presente que el que ofrezcan privadamente el sacrificio en ausencia de éste. Inútil es explicar hasta qué punto estos capciosos errores están en con¬ tradicción con las verdades antes demostradas cuando hemos hablado del puesto que corresponde al sacerdote en el cuerpo místico de Jesús. Recorde¬ mos solamente que el sacerdote hace las veces del pueblo „ porque representa a la persona de Nuestro Señor Jesucristo en cuanto El es cabeza de todos los miembros y se ofreció a sí mismo por ellos; por esto va al altar como ministro de Crista, siendo inferior a El, pero superior al pueblo. El pueblo, en cambio, no representando por ningún motivo a la persona del divino Redentor y no siendo mediador entre sí mismo y Dios, no puede en ningún modo gozar de poderes sacerdotales» 8 . ¿A qué se reduce, pues, el sacerdocio de los fieles? Se trata ciertamente de una participación verdadera y real, no 7 Pío XII, encíclica Mediator Dci: AAS 39 (1947) p.555. 9 Pío XII, ibíd., p.553-554- Traducción de Ecclesia n,33Ó (20 de diciembre de 1947) p.662. L.ll e.l. Los sacramentos 437 metafórica, en el sacerdocio de Cristo, del cual el carácter sacra¬ mental es una auténtica participación; pero esta participación admite varios grados según una analogía de proporcionalidad. Ahora bien: el grado alcanzado por cada uno dé los distintos caracteres sacramentales es el que corresponde a su propia naturaleza y no más. Y así el carácter bautismal confiere: a) Uña especie de ser sacerdotal, en cuanto que constituye una con¬ sagración ontológica que distingue al cristiano def que no lo es. b) Una especie de poder sacerdotal, en cuanto que, aunque principal¬ mente es una potencia instrumental pasiva o receptiva de los frutos del sa¬ crificio eucarístico o de los efectos de la santificación sacramental, es tam¬ bién, secundariamente, una potencia activa, ya sea en la mediación ascen¬ dente, porque por esta potencia los fieles ofrecen el sacrificio mediante el sacerdote , ya sea en la mediación descendente, porque por esa misma po¬ tencia los fieles confieren instrumentalmente la gracia en la administración del sacramento del matrimonio, c) El poder ejercitar esas funciones convenientemente; porque el carácter bautismal, como los otros, exige la gracia y la defiende o tutela. Todo esto lo realiza todavía en grado más perfecto el carácter de la con¬ firmación. ARTICULO 2 El bautísmo 297. El nacimiento espiritual del cristiano a la vida de la gracia se verifica por el sacramento del bautismo, que por eso recibe en teología el nombre de sacramento de la regeneración . También se le llama, con mucha propiedad, sacramento de la adopción, porque nos infunde la gracia santificante, que nos hace hijos adoptivos de Dios; y sacramento de la iniciación cristiana, porque en él comienza el proceso de nuestra vida cris¬ tiana que ha de desarrollarse progresivamente hasta llegar a la edad perfecta según la medida de nuestra particular predes¬ tinación en Cristo (Eph 4,7 y 13). Expondremos brevemente la naturaleza del bautismo, sus efectos y las Exigencias que lleva consigo h 298. 1. Naturaleza del bautismo.—Es de fe que Cristo instituyó por sí mismo el sacramento dei bautismo, lo mismo que los otros seis (D 844), Nominalmente, la palabra bautismo viene del vocablo griego poorncrpós, derivado del verbo Ponrri^co, que significa volver a sumergir. Es aptísima para expresar la forma en que se admi¬ nistra el sacramento (por inmersión o ablución con agua) y el 1 Cf. nuestra obra Jesucristo y la vida, cristiana (BAC) n. 430-440, donde exponemos más ampliamente estas mismas ideas. 438 PJIL Desarrollo normal de la vida cristiana efecto principal que produce en el alma: lavarla o purificarla de sus pecados infundiéndole la gracia. ; En su significación real, el bautismo puede definirse: Sa¬ cramento de la espiritual regeneración mediante la ablución con agua y la invocación expresa de las tres divinas personas de la Santísima Trinidad , En esta definición están recogidos todos los elementos esen¬ ciales: a) Sacramento. Es el género próximo de la definición, común a to¬ dos los demás sacramentos. El género remoto de todos ellos es el ser signos de la gracia que confieren. b) De la espiritual regeneración. Es la diferencia especifica que distingue el bautismo de todos los demás sacramentos. Esa espiritual rege¬ neración lleva consigo muchas cosas, como veremos en seguida al hablar de los efectos del bautismo. c) Mediante la ablución con agua. Es la materia propia del bau¬ tismo en cuanto sacramento. Sin ella pueden darse los llamados bautismos de sangre (el martirio sufrido por Cristo) y de deseo (la caridad o contrición perfecta en un pecador no bautizado), que, aunque confieren también la gracia y son suficientes para la salvación, no son sacramentos ni confieren, por lo mismo, el carácter sacramental. d) Y LA INVOCACIÓN EXPRESA DE LAS TRES DIVINAS PERSONAS DE LA Santísima Trinidad. Es la forma propia del sacramento del bautismo, indispensable para la validez. La invocación de las divinas personas ha de ser expresa («Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espí-. ritu Santo»), sin que sea suficiente bautizar «en el nombre de ía Santísima Trinidad», y menos aún «en el nombre de Cristo» 2 . 2994 2. Efectos que produce,—El sacramento del bau¬ tismo produce en el bautizado una serie de divinas maravillas. Las principales son: a) Le infunde la gracia regenerativa, dándole la vida sobrenatural. b) Le convierte en templo vivo de la Santísima Trinidad. c) Le hace hijo de Dios y heredero de la gloria. d) Le hace miembro vivo de Jesucristo. e) Le imprime el carácter de cristiano y le incorpora a la Iglesia. f) Le borra el pecado original y los actuales si los tiene, g) Le remite toda la pena debida por los pecados. 300, 3. Exigencias que lleva consigo,—Ya se com¬ prende que una realidad tan divina como la del bautismo lle¬ vará consigo exigencias inmensas en orden a la corresponden¬ cia por parte nuestra. Las principales son dos,, una negativa y otra positiva: morir definitivamente al pecado y comenzar una nueva vida toda entera para Dios, en Cristo Jesús. San Pablo recoge estos idos aspectos en su epístola a los Romanos: «Los que hémos muerto al pecado, ¿cómo vivir todavía en él? ¿O igno¬ ráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados 2 Cf. III, 66,6. L.1I c.l. Los sacramentos 439 para participar en su muerte? Con El hemos sido sepultados por el bautis¬ mo, para participar en su muerte, para que como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva- Porque si hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección. Pues sabemos que nuestro hombre viejo ha sido crucificado, para que fuera destruido el cuerpo del pecado y ya no sirvamos al pecado. En efecto, el que muere, queda absueíto de su pecado. Si hemos muerto con Cristo/también viviremos con El; pues sabemos que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere, la muer¬ te no tiene ya dominio sobre EL Porque muriendo, murió al pecado una vez para siempre; pero viviendo, vive para Dios. Así, pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado , pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rom 6,2-11). Vamos a examinar por separado cada uno de estos dos as¬ pectos. a) Morir definitivamente al pecado 301. La primera y más elemental exigencia-del bautismo es la muerte definitiva al pecado. En un cristiano consciente de su excelsa dignidad de hijo de Dios, el pecado debería ser ma¬ terialmente imposible. Nadie daría su vida temporal a cambio de una baratija de diez céntimos. No hay comparación posible entre la vida sobrenatural y todo lo que, a cambio de ella, nos pueden ofrecer el mundo, el demonio o la carne. Nada hay en el orden de los infortunios que pueda compa¬ rarse al estado de una pobre alma en pecado mortal, Santa Teresa—que la había visto por especial merced del Señor— afirma que «no hay tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan oscu¬ ra y negra, que no lo esté mucho más», Y unas líneas más abajo escribe la insigne reformadora del Carmelo: «Yo sé de una persona a quien quiso Nuestro Señor mostrar cómo que¬ daba un alma cuando pecaba mortalmerite. Dice aquella persona que le parece, si lo entendiesen, no sería posible ninguno pecar, aunque se pusiera a mayores trabajos que se pueden pasar por huir de las ocasiones» 3 . Por fortuna, mientras el pecador viva en este mundo, su tragedia, con ser inmensa, no es irreparable. «Todo tiene com¬ postura en las manos que saben crear». Cierto que la justifica¬ ción de un pecador es milagro mayor que la creación del mun¬ do, pero no escapa al poder, ni mucho menos a la misericordia infinita de Dios. Morir definitivamente al pecado: he ahí la primera funda¬ mental exigencia que lleva consigo el gran sacramento del bau¬ tismo. Pero no constituye, ni con mucho, el ideal supremo del cristiano. La meta final está mucho más arriba y, para alean- 3 Santa Teresa, Moradas primtras c.2 n.a. 440 PJIL Desarrollo normal.de la vida cristiana zarla, es preciso comenzar a vivir una nueva vida, toda entera para Dios en Cristo Jesús. He aquí lo que vamos a ver breve¬ mente a continuación. b) Vivir con Cristo en Dios 303. El apóstol San Pablo, después de recordarnos que por el bautismo estamos muertos al, pecado, nos exhorta a permanecer vivos para Dios en Cristo Jesús (Rom 6,11). Y ha¬ blando de las exigencias que lleva consigo nuestra resurrección en Cristo, escribe: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios; pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios » (Col 3,1-3). Son legión, por desgracia, los cristianos que no viven así. Absorbidos enteramente por las cosas de la tierra, rara vez le¬ vantan sus miradas al cielo. Su vida es puramente humana y natural, sin horizontes sobrenaturales, sin ideales de perfec¬ ción, sin anhelos de santidad. Lo principal, para ellos, es la salud corporal, el ganar dinero, ensanchar sus negocios, ro¬ dearse cada vez de mayores comodidades. Algunos consiguen hacerse millonarios y se consideran felices, sin advertir que muy pronto—antes, quizá, de lo que ellos sospechan—descen¬ derán al sepulcro y habrá terminado para siempre lá gran farsa de este mundo. El cristianismo tiene exigencias terribles para los espíritus mundanos, pero no pueden ser más dulces y razonables para los que han vislumbrado, siquiera sea imperfectamente, el gran mis¬ terio de Cristo y la sublime elevación y grandeza del alma que acierta a vivirlo en toda su plenitud y con todas sus consecuen¬ cias. Diga el mundo lo que quiera, los espíritus más selectos, la verdadera; aristocracia de la humanidad, la constituyen^ sin duda alguna, los santos. Precisamente ellos, los que supieron poner bajo sus pies todo, lo que el mundo reverencia y aplaude. Siempre será verdad que >. c ) Confianza ilimitada.- —Es preciso que el recuerdo de nuestros pe¬ cados nos lleve a la humildad, pero no al abatimiento, que sería una forma disfrazada del orgullo. Jesucristo es el gran perdonador , que acogió con in¬ finita ternura a todos los pecadores que se le acercaron en demanda de per¬ dón. No ha cambiado de condición; es el mismo del Evangelio. Acerqué¬ monos a El con humildad y reverencia, pero también con inmensa confianza en su bondad y misericordia. Es el Padre, el Pastor, el Médico, el Amigo divino, que quiere estrecharnos contra su Corazón palpitante de amor. La confianza le rinde y le vence: no puede resistir a ella, le roba el Corazón... d ) Hambre y sed de comulgar. —Es ésta la disposición que más direc¬ tamente afecta a la eficacia santificadora de la sagrada comunión. Esta ham¬ bre y sed de recibir a Jesús sacramentado, que procede del amor y casi se identifica con él, ensancha la capacidad del alma y la dispone a recibir la gracia sacramental en proporciones grandísimas. La cantidad de agua que se coge de la fuente depende en cada caso del tamaño del vaso que se lleva. Si nos preocupáramos de pedirle ardientemente al Señor esta hambre y sed de la Eucaristía y procuráramos fomentarla con todos los medios a nuestro alcance, muy pronto seríamos santos. Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús, Santa Micaela del Santísimo Sacramento y otras muchas almas santas tenían un hambre y sed de comulgar tan devoradoras, que se hubie¬ ran expuesto a los mayores sufrimientos y peligros a trueque de no perder un solo día el divino alimento que las sostenía. Hemos de ver precisamente en estas disposiciones no solamente un efecto, sino también una de las más eficaces causas de su excelsa santidad. La Eucaristía recibida con tan ardien¬ tes deseos aumentaba la gracia en sus almas en grado incalculable, hacién¬ dolas avanzar a grandes pasos por los caminos de la santidad. En realidad, cada una de nuestras comuniones debería ser más fervorosa que la anterior , aumentando nuestra hambre y sed de la eucaristía. Porque cada nueva comunión aumenta el caudal de nuestra gracia santificante, y nos dispone, en consecuencia, a recibir al Señor al día siguiente con un amor no sólo igual, sino mucho mayor que el de la víspera. Aquí,, como en todo el proceso de la vida espiritual, el alma debe avanzar con movimiento uni ¬ formemente acelerado ; algo así como una piedra, que cae con mayor rapidez a medida que se acerca más al suelo 3* La acción de gracias .3164 Para el grado de gracia que nos ha de aumentar el sacramento ex opere operato es más importante la preparación que la acción de gracias. Porque ese grado está en relación con las disposiciones actuales del alma que se acerca a comulgar, y, 3 Lo recuerda hermosamente Santo Tomás: *E 1 movimiento natura 1 (v.gr., el de una piedra al caer) es más acelerado cuanto más se acerca al término. Lo contrario ocurre con. el movimiento violento (v.gr., el de una piedra arrojada hacia arriba), Ahora bien: la gracia inclina al modo de la naturaleza. Luego los que están en gracia, cuanto más se acercan al fin, tanto más deben crecer» (In episL ai Hebr. 1,2$). LJÍ c.l. Los sacramentos 457 por consiguiente, tienen que ser anteriores a la comunión 4 . De todas formas, la acción de gracias es importantísima tam¬ bién. «No perdáis tan buena sazón de negociar como es la hora después de haber comulgado», decía con razón a sus monjas Santa Teresa de Jesús 5 . Cristo está presente en nuestro corazón, y nada desea tanto como llenarnos de bendiciones. La mejor manera de dar gracias consiste en identificarse por el amor con el mismo Cristo y ofrecerle al Padre, con todas sus infinitas riquezas, como oblación suavísima por las cuatro fina¬ lidades del sacrificio: como adoración , reparación, petición y ac¬ ción de gracias . Hablaremos inmediatamente de esto al tratar del santo sacrificio de la misa, y allí remitimos al lector. Hay que evitar a todo trance el espíritu de rutina , que este¬ riliza la mayor parte de las acciones de gracias después de co¬ mulgar. Son legión las almas devotas que ya tienen preconce¬ bida su acción de gracias—a base de rezos y fórmulas de devo¬ cionario—y no quedan tranquilas sino después de recitarlas todas mecánicamente. Nada de contacto íntimo con Jesús, de conversación cordial con El, de fusión de corazones, de peti¬ ción humilde y entrañable de las gracias que necesitamos hoy, que acaso sean completamente distintas de las que necesitare¬ mos mañana. «Yo no sé qué decirle al Señor», contestan cuan¬ do se les inculca que abandonen el devocionario y se entreguen a una conversación amorosa con EL Y así no intentan siquiera salir de su rutinario formulismo. Si le amaran de verdad y se esforzasen un poquito en ensayar un diálogo de amistad , silen¬ cioso, con su amantísimo Corazón, bien pronto experimentarían repugnancia y náuseas ante las fórmulas del devocionario, com¬ puestas y escritas por los hombres. La voz de Cristo, suavísima e inconfundible, resonaría en lo más hondo de su alma, adoctri¬ nándolas en el camino del cielo y estableciendo en su alma aque¬ lla paz que «sobrepuja todo entendimiento» (Phil 4,7). Otro medio excelente de dar gracias es reproducir en silencio algunas escenas del Evangelio, imaginando que somos nosotros los protagonistas ante Cristo, que está allí realmente presente: «Señor, el que amas está enfermo» (las hermanas de Lázaro: lo 11,3); «Señor, si quieres, puedes limpiarme» 4 Teólogos hay que afirman que el sacramento puede producir nuevos aumentos de gra¬ cia ex opere operato todo el tiempo que permanecen incorruptas las especies sacramentales en el interior del que ha comulgado (si se producen nuevas disposiciones por su parte). Pero esta teoría tiene muy pocas probabilidades. Es muchísimo más teológico decir que el efecto ex opere operato lo produce el sacramento lina roía vez, en el momento mismo de re¬ cibirse (cf. III,8o,8 ad 6). Lo que sí cabe son nuevos aumentos de gracia ex opere operanlis (intensificando las disposiciones), pero esto ya nada tiene que ver con el efecto propio de los sacramentos (que es el ex opere operato), y puede producirse también independientemente de ellos por cualquier acto de virtud mds intenso que el hábito de la misma que actualmente se posee. Este acto más intenso supone, naturalmente, una previa grada actual más intensa también, que es quien lo hace posible. 5 Cf. Camino 34,10. 458 PJ1L Desarrollo normal de la vida cristiana (el leproso: Mt 8,2); «Señor, haced que vea» (el ciego de Jericó: Me 10,51); «Señor, dadme siempre de esa agua» (la samaritana: lo 4,15); «Señor, aumén¬ tanos la fe» (los apóstoles: Le 17,5); «Creo, Señor; pero ayuda tú a mi poca fe» (el padre del lunático; Me 9,24); «Señor, enséñanos a orar» (un discípulo: Le 11,1); «Señor, muéstranos al Padre, y esto nos basta» (el apóstol Felipe: lo 14,8); «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (el apóstol San Pedro: lo 6,68). ¡Cómo gozará Nuestro Señor viendo la senci¬ llez, la fe y la humildad de los nuevos leprosos, ciegos, enfermos e ignorantes, que se acercan a El con la misma confianza y amor que sus hermanos del Evangeliol ¿Cómo será posible que deje de atendemos, si El es el mismo de entonces—no ha cambiado de condición—y nosotros somos tan misera¬ bles y aún más que aquellos del Evangelio? Nada hay que conmueva tanto su divino Corazón como un alma sedienta de Dios que se humilla reconocien¬ do sus llagas y miserias e implorando el remedio de ellas. Duración.—E s conveniente prolongar la acción de gracias media hora por lo menos. Es una suerte de irreverencia e inde¬ licadeza para con el divino Huésped tomar la iniciativa de ter¬ minar cuanto antes la visita que se ha dignado hacernos. Con las personas del mundo que nos merecen algún respeto no obramos así, sino que esperamos a que den ellas por terminada la entrevista. Jesús prolonga su visita a nuestra alma todo el tiempo que permanecen sin alterarse sustancialmente las espe¬ cies sacramentales, y aunque no pueda darse sobre esto regla fija—depende de la fuerza digestiva de cada uno—, puede se¬ ñalarse una media hora como término medio en una persona normal. Permanezcamos todo este tiempo a los pies del Maestro oyendo sus divinas enseñanzas y recibiendo su influencia san- tificadora. Sólo en circunstancias normales y extraordinarias —un trabajo o necesidad urgente, etc.—preferiremos acortar la acción de gracias antes que prescindir de la comunión, supli¬ cando entonces al Señor que supla con su bondad y misericor¬ dia el tiempo que aquel día no le podamos dar. En todo caso, no debe desayunarse—si puede hacerse sin grave incomodi¬ dad—sino después de media hora larga de haber recibido la sagrada comunión 4. La comunión espiritual 317. Un gran complemento de la comunión sacramental que prolonga su influencia y asegura su eficacia es la llamada comunión espiritual Consiste esencialmente en un acto; de fer¬ viente deseo de recibir la eucaristía y en darle al Señor un abrazo 6 Es intolerable la práctica de ciertas personas que salen de la iglesia casi inmediata¬ mente después de comulgar. Sabido es que San Felipe Neri mandó en cierra ocasión que dos monaguillos con cirios encendidos acompañasen por la calle a una persona que salió de la iglesia apenas terminar de comulgar. Sí en algún caso excepcional nos viésemos obligados a interrumpir antes de tiempo nuestra acción de gracias, procuremos conservar un buen rato el espíritu de recogimiento y oración aun en medio de nuestras ocupaciones inevitables... L.U c.l. Los sacramentos 459 estrechísimo como si realmente acabara de entrar en nuestro co¬ razón. Esta práctica piadosísima, bendecida y fomentada por la Iglesia, es de gran eficacia santificadora y tiene la ventaja de poderse repetir innumerables veces al día. Algunas personas la asocian a una determinada práctica que haya de repetirse mu¬ chas veces (v.gr., al rezo del avemaria al dar el reloj la hora). Nunca se alabará suficientemente esta excelente devoción; pero evítese cuidadosamente la rutina y el apresuramiento, que lo echan todo a perder. 5. La visita al Santísimo 318. Es otra excelente práctica que no omitirán un solo día las personas deseosaa de santificarse. Consiste en pasar un ratito—repetido varias veces al día si es posible-—a los pies del Maestro, presente en la eucaristía. La hora más oportuna es el atardecer, cuando la lamparita del Santísimo empieza a preva¬ lecer sobre la luz de la tarde que se va 7 . En esta hora misterio¬ sa, todo convida al recogimiento y al silencio, que son excelen¬ tes disposiciones para oír la voz del Señor en lo más íntimo del alma. El procedimiento mejor para. realizar la visita es dejar expansionarse libremente el corazón en ferviente coloquio con Jesús. No hace falta tener letras ni elocuencia alguna para ello, sino únicamente amar mucho al Señor y tener con El la confianza y sencillez infantil de un niño con su padre amantísimo. Los libros pueden ayudar a cierta clase de espíritus 8 , pero de nin¬ gún modo podrán suplantar jamás la espontaneidad y frescura de un alma que abra de par en par su corazón a los efluvios de amor que emanan de Jesucristo sacramentado. II. La santa misa como medio de santificación 319- Garrigou-Lagrange, Tres edades II, 14; 111,24; Tanque rey, Teología ascética n.271-6; Marmion, Jesucristo, vida del alma c.7; Jungmann, Eí sacrificio de la misa (ed, BAC); Rojo, La misa y su liturgia ; Moneta, La misa vivida; Arami, Vive tu vida c.21. i. Nociones previas 320. Recordemos en primer lugar algunas nociones dog¬ máticas. i. a La santa misa es sustancialmente el mismo sacrificio de la cruz, con todo su valor infinito: la misma Víctima, la misma oblación, el mismo Sacerdote principal. No hay entre ellos más que una diferencia accidental: el modo de realizarse 7 Como es obvio, se trata de un detalle accidental que puede variarse según las' nece¬ sidades u obligaciones del que practica la visita al Santísimo. * Los hay excelentes, sobre todo el de San Alfonso Maria de Ligorlo, 460 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana (cruento en la cruz, incruento en el altar). Así lo declaró la Iglesia en el concilio Tridentino 9 . 2. a La santa misa, como verdadero sacrificio que es, rea- liza propísimamente las cuatro finalidades del mismo: ado¬ ración, reparación, petición y acción de gracias (D 948 y 950). 3. a El valor de la misa es en sí mismo rigurosamente in¬ finito. Pero sus efectos, en cuanto dependen de nosotros, no se nos aplican sino en la medida de nuestras disposiciones in¬ teriores. 2. Fines y efectos de la santa misa 321* La santa misa, como reproducción que es del sacri¬ ficio redentor, tiene los mismos fines y produce los mismos efectos que el sacrificio de la cruz. Son los mismos que los del sacrificio en general como acto supremo de religión, pero en grado incomparablemente superior. Helos aquí: i.° Adoración. —El sacrificio de la misa rinde a Dios una adoración absolutamente digna de El, rigurosamente infinita. Este efecto ¡ lo produce siempre, infaliblemente, ex opere ope- rato, aunque celebre la misa un sacerdote indigno y en pecado mortal. La razón es porque este valor latréutico o de adoración depende de da dignidad infinita del Sacerdote principal que lo ofrece y del valor de la Víctima ofrecida. Recuérdese el ansia atormentadora de glorificar a Dios que experimentaban los santos. Con una sola misa podían apagar para siempre su sed. Con ella le damos a Dios todo el honor que se le debe en reconocimiento de su soberana grandeza y su¬ premo dominio; y esto del modo más perfecto posible , en grado rigurosamente infinito. Por razón del Sacerdote principal y de la Víctima ofrecida, una sola misa glorifica más a Dios que le glorificarán en el cielo por toda la eternidad todos los ángeles y santos y bienaventurados juntos, incluyendo a la misma Santísima Virgen María , Madre de Dios. La razón es muy sencilla: la gloria que proporcionarán a Dios durante toda la eternidad todas las criaturas juntas será todo lo grande que se quiera, pero no infinita , porque no puede serlo. Ahora bien: la gloria que Dios recibe a través del sacrificio de la misa es absoluta y ri¬ gurosamente infinita. En retorno de esta incomparable glorificación, Dios se in¬ clina amorosamente a sus criaturas. De ahí procede el inmen- $ *Una enim eademque est hostia, idem nunc offerens sacerdotum ministerio., qui se ipsum tune in cruce obtulit, sola offerendi latione diversa» (D 94 °). L.U c.L Los sacramentos 461 so valor de santificación que encierra para nosotros el santo sacrificio del altar. Consecuencia, — ]Qué tesoro el de la santa misa! ¡Y pensar que muchos cristianos—la mayor parte de las personas devotas—no han caído todavía en la cuenta de ello, y prefieren sus prácticas rutinarias de devoción a su incor¬ poración a este sublime sacrificio, que constituye el acto principal de la reli¬ gión y del culto católico! 2. 0 Reparación.— Después de la adoración, ningún otro deber más apremiante para con el Creador que el de reparar las ofensas que de nosotros ha recibido. Y también en este sentido el valor de la santa misa es absolutamente incompara¬ ble, ya que con ella ofrecemos al Padre la reparación infinita de Cristo con toda su eficacia redentora. «En el día, está la tierra inundada por el pecado; la impiedad e inmo¬ ralidad no perdonan cosa alguna. ¿Por qué no nos castiga Dios? Porque cada día, cada hora, el Hijo de Dios, inmolado en el altar, aplaca la ira de su Padre y desarma su brazo pronto a castigar. Innumerables son las chispas que brotan de las chimeneas de los buques; sin embargo, no causan incendios, porque caen al mar y son apagadas por el agua. Sin cuento son también los crímenes que a diario suben de la tierra y claman venganza ante el trono de Dios; esto no obstante, merced a la virtud reconciliadora de la misa, se anegan en el mar de la misericordia divina...# 10 Claro que este efecto no se nos aplica en toda su plenitud infinita (bastaría una sola misa para reparar, con gran sobre¬ abundancia, todos los pecados del mundo y liberar de sus penas a todas las almas del purgatorio), sino en grado limitado y finito según nuestras disposiciones. Pero con todo: a) Nos alcanza—de suyo ex opere oper ato , si no le pone¬ mos obstáculos—la gracia actual, necesaria para el arrepenti¬ miento de nuestros pecados 11 . Lo enseña expresamente el concilio de Trento: «Huius quippe oblatione placatus Domi- nus, gratiam et donum paenitentiae concedens , crimina et pec- cata etiam ingentia dimittit» (D 940). Consecuencia. —Nada puede hacerse más eficaz para obtener de Dios la conversión de un pecador como ofrecer por esa intención el santo sacrificio de la misa, rogando al mismo tiempo al Señor quite del corazón del pecador los obstáculos para la obtención infalible de esa gracia. b) Remite siempre, infaliblemente si no se le pone obs¬ táculo, parte al menos de la pena temporal que había que pa¬ gar por los pecados en este mundo o en el otro. De ahí que la ,santa misa aproveche también a las almas del purgatorio. 10 Arami, Vive tu vida c.21. 11 Nótese bien que nos referirnos a la gracia actual, no a la habitual, que es fruto del arrepentimiento perfecto y de la absolución sacramental. 462 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana (D 940 y 950). El grado y medida de esta remisión depende de nuestras disposiciones 12 . Consecuencias. —Ningún sufragio aprovecha tan eficazmente a las almas del purgatorio como la aplicación del santo sacrificio de la misa. Y ninguna otra penitencia sacramental pueden imponer los confesores a sus penitentes cuyo valor satisfactorio pueda compararse de suyo al de una sola misa ofre¬ cida a Dios. ¡Qué dulce purgatorio puede ser para el alma la santa misal 3. 0 Petición. —«Nuestra indigencia es inmensa; necesita¬ mos continuamente luz, fortaleza, consuelo. Todo esto lo en¬ contramos en la misa. Allí está, en efecto, Aquel que dijo: «Yo soy la luz del mundo, yo soy el camino, yo soy la verdad, yo soy la vida. Venid a mí los que sufrís, y yo os aliviaré. Si alguno viene a mí, no lo rechazaré» 13 . Y Cristo se ofrece en la santa misa al Padre para obtener¬ nos, por el mérito infinito de su oblación, todas las gracias de vida divina que necesitamos. Allí está «siempre vivo interce¬ diendo por nosotros» (Hebr 7,25), apoyando con sus méritos infinitos nuestras súplicas y peticiones. Por eso, la fuerza im¬ petratoria de la santa misa es incomparable. De suyo ex opere operato , infalible e inmediatamente mueve a Dios a conceder a los hombres todas cuantas gracias necesiten, sin ninguna ex¬ cepción; si bien la colación efectiva de esas gracias se mide por el grado de nuestras disposiciones, y hasta puede frustrarse totalmente por el obstáculo voluntario que le pongan las cria¬ turas. «La razón es que la influencia de una causa universal no tiene más límites que la capacidad del sujeto que la recibe. Así, el sol alumbra y da calor lo mismo a una persona que a mil que estén en una plaza. Ahora bien: el sa¬ crificio de la misa, por ser sustancialmente el mismo que el de la cruz, es, en cuanto a reparación y súplica, causa universal de las gracias de ilumina¬ ción, atracción y fortaleza. Su influencia sobre nosotros no está, pues, limi¬ tada sino por las disposiciones y el fervor de quienes las reciben. Así, una sola misa puede aprovechar tanto a un gran número de personas como a una sola; de la misma manera que el sacrificio de la cruz aprovechó al buen ladrón lo mismo que si por é\ solo se hubiese realizado. Si el so! ilumina lo mismo a una que a mil personas, la influencia de esta fuente de calor y fervor espi¬ ritual cqmo es la misa, no es menos eficaz en el orden de la gracia. Cuanto es mayor la fe, confianza, religión y amor con que se asiste a ella, mayores son los frutos que en las almas produce» 14 . Al incorporarla a la santa misa, nuestra oración no sola¬ mente ; entra en el río caudaloso de las oraciones litúrgicas 12 Al menos en lo relativo a las penas debidas por los pecados propios. Porque, en lo relativo al grado de descuento a las almas del purgatorio, es lo más probable que ex opere operato dependa Unicamente de la voluntad de Dios, aunque ex opere operantis ayasde tam¬ bién mucho la devoción del que dice la misa o del que la encargó (cf. 111,79,5; Suppf. 71,9 ad 3 et 5). 13 Dom Columba Marmton, Jesucristo, vida del alma c.7 n.4. 14 Garrigou-Lagrange, Tres edades II, 14. L.U c.l. Los sacramentos 463 —que ya le daría una dignidad y eficacia especial ex opere operantis Ecclesiae —, sino que se confunde con la oración in¬ finita de Cristo. El Padre le escucha siempre: «Yo sé que siem¬ pre me escuchas» (lo 11,42), y en atención a El nos concederá a nosotros todo cuanto necesitemos. Consecuencia .—No hay novena ni triduo que se pueda comparar a la eficacia impetratoria de una sola misa. ¡Cuánta desorientación entre ios fieles en tomo al valor objetivo de las cosas! Lo que no obtengamos con la santa misa, jamás lo obtendremos con ningún otro procedimiento. Lstá muy bien el empleo de esos otros procedimientos bendecidos y aprobados por la Iglesia; es indudable que Dios concede muchas gracias a través de ellos; pero coloquemos cada cosa en su lugar. La misa por encima de todo. 4. 0 Acción de gracias. —Los inmensos beneficios de or¬ den natural y sobrenatural que hemos recibido de Dios nos han hecho contraer para con El una deuda infinita de gratitud. La eternidad entera resultaría impotente para saldar esa deuda si no contáramos con otros medios que los que por nuestra cuenta pudiéramos ofrecerle. Pero está á nuestra disposición un procedimiento para liquidarla totalmente con infinito saldo a nuestro favor: el santo sacrificio de la misa. Por ella ofrece¬ mos al Padre un sacrificio eucaristico t o de acción de gracias, que supera nuestra deuda, rebasándola infinitamente; porque es el mismo Cristo quien se inmola por nosotros y en nuestro lugar da gracias a Dios por sus inmensos beneficios. Y, a la vez, és una fuente de nuevas gracias, porque al bienhechor le gusta ser correspondido. Este efecto eucaristico, o de acción de gracias, lo produce la santa misa por sí misma: siempre, infaliblemente, ex opere operato, independientemente de nuestras disposiciones. * * # Tales son, a grandes rasgos, las riquezas infinitas encerradas en la santa misa. Por eso, los santos, iluminados por Dios, la tenían en grandísimo aprecio. Era el centro de su vida, la fuente de su espiritualidad, el sol resplandeciente alrededor del cual giraban todas sus actividades. El santo Cura de Ars hablaba con tal fervor y convicción de la excelencia de la santa misa, que llegó a. conseguir que casi todos sus feligreses la oyeran diariamente. Pero para obtener de su celebración o participación el mᬠximo rendimiento santificador es preciso insistir en las dispo¬ siciones necesarias por parte del sacerdote que la celebra o del simple fiel que la sigue en compañía de toda la asamblea. 464 PUL Desarrollo normal de la vida cristiana 3, Disposiciones para el santo sacrificio de la misa. 322. Alguien ha dicho que para celebrar o participar dig¬ namente-. en una sola misa harían falta tres eternidades ; una para prepararse, otra para celebrarla o participar en ella y otra para dar gracias. Sin llegar a tanto como esto, es cierto que toda preparación será poca por diligente y fervorosa que sea. Las principales disposiciones son de dos clases; externas e internas. a) Externas— Para el sacerdote consistirán en el perfecto cumplimiento de las rúbricas y ceremonias que la Iglesia le señala. Para el simple fiel, en el respeto, modestia y atención con que debe participar activamente en ella. b) Internas .—La mejor, de todas es identificarse con Je¬ sucristo, que se inmola en el altar. Ofrecerle al Padre y ofre¬ cerse a sí mismo en El, con El y por EL Esta es la hora de pe¬ dirle que nos convierta en pan, para ser comidos por nuestros hermanos con nuestra entrega total por la caridad. Unión ín¬ tima con María al pie de la cruz; con San Juan, el discípulo amado; con el sacerdote celebrante, nuevo Cristo en la tierra («Cristo otra vez», gusta decir un alma iluminada por Dios). Unión a todas las misas que se celebran en el mundo entero. No pidamos nunca nada a Dios sin añadir como precio infinito de la gracia que anhelamos: «Señor, por la sangre adorable de Jesús, que en este momento está elevando en su cáliz un sacer¬ dote católico en algún rincón del mundo» 15 . La santa misa celebrada o participada con estas disposi¬ ciones es un instrumento de santificación de primerísima ca¬ tegoría, sin duda alguna el más importante de todos. ARTICULO 6 La unción de los enfermos 323. Es evidente que el sacramento.de la unción de los enfermos no se relaciona con nuestra vida cristiana a lo largo de su desarrollo, pero tiene una importancia extraordinaria para nuestra plena purificación antes de comparecer delante de Dios en los umbrales de la eternidad, ya que está encarga- 15 Siendo más de cuatrocientos mil los sacerdotes católicos existentes actualmente en el mundo, y celebrando una sola misa, diaria cada uno de ellos, resulta un total de cinco eleva¬ ciones por segundo aproximadamente. Claro que la distribución del clero católico no es uni- - forme en todo el mundo, y regiones habrá donde las misas sean muchas más y en otras mu¬ chas menos en igualdad de tiempo. 465 L.Il c.l. Los sacramentos do de extirpar por completo los rastros y reliquias de los peca¬ dos y preparar al alma para su entrada inmediata en la gloria. Escuchemos al P. Philipon explicando hermosamente esta doc¬ trina l : «Cristo ha pensado en todo. Se inclina sobre la frente del niño desde su nacimiento para comunicarle por el bautismo las primeras gracias de salvación; le acompaña a todo lo largo de su existencia por la economía de los otros sacramentos; y después, al llegar Ja tarde, la hora de la partida, Cristo está allí todavía con un sacramento supremo para ayudar al hombre que muere a abandonar la tierra en cristiano. Las Sagradas Escrituras nos recuerdan, en mil variadas formas, la im¬ presionante brevedad de la vida. «El hombre se desvanece como una som¬ bra» (Tob 14,2). Por la mañana se levanta jubiloso; por la tarde ha desapa¬ recido sin dejar rastro. Ahí está su habitación, su mesa de trabajo. Ahí está el lecho donde todavía ayer reposó. Ahora, nada queda de él. «El tiempo es corto..., la figura de este mundo pasa» (1 Cor 7,29-31). El cristiano que en el día de su bautismo veía abrirse ante sí una larga vida, bien pronto se encuentra viejo y cerca de la muerte. Su jornada de trabajo ha terminado. Ha llegado la hora de partir. Piensa con amargura en los años^de pecado, en tantas gracias desperdiciadas: ¡hay siempre tantas en una vida de hombre o de mujer! Su alma de bautizado, hecha para las cumbres de la vida divina y para la amistad íntima con Cristo, se ha arras¬ trado en la tibieza, con frecuencia en el pecado. Apenas algunos raros pe¬ ríodos de fervor y de fidelidad. Las gracias de ía redención han pasado en vano sobre esta alma: gracias del bautismo, de la confirmación y del sacra¬ mentó de la penitencia, gracias de tantas comuniones eucarísticas, gracias del matrimonio o del sacerdocio, sin .contar todas las inspiraciones divinas, todos los auxilios actuales, todas las mociones del Espíritu Santo intervi¬ niendo sin cesar, juntamente con el Padre y el Hijo, para proteger esta vida de hijo de Dios, Llamado a vivir cada vez más íntimamente en la amistad de las tres divinas personas, en compañía de todos los ángeles y santos. ¿Cómo no temblar, incluso al final de una vida enteramente fiel? Se han visto santos temblando a la hora del juicio de Dios. ¿Acaso no ha pe¬ dido Jesús a los suyos que sean «perfectos como su Padre celestial»? (Mt 5, 48). Abandonado a sus solas fuerzas, el hombre se vería tentado de deses¬ peración. Pero en este momento supremo viene el mismo Cristo a traer a sus fieles el alivio y confortación de su omnipotencia redentora y de su pre¬ sencia próxima. Ha instituido, para la hora de los últimos combates, un sa¬ cramento especial para acabar en nosotros su obra de purificación, para sostener a los «suyos» hasta el fin, arrancarles del poder invisible del demo¬ nio e introducirles sin demora en la casa del Padre. La unción de los enfer¬ mos es el sacramento de la partida. El sacerdote está allí, en nombre de Cristo, a la cabecera del enfermo, para perdonarle sus faltas y conducir su alma al paraíso». En efecto: según la doctrina de Santo Tomás, compartida por gran número de teólogos—entre los que figuran San Al¬ berto Magno, San Buenaventura, Escoto, Suárez, Gonet, San Ligorio, etc,—, el sacramento de la unción de los enfermos dis¬ pone al alma para su entrada inmediata en la gloria, o sea, sin pasar por el purgatorio. Escuchemos al Doctor Angélico 2 : 1 Los sacramentas en la vida cristiana c.8. 2 Contra gent. 4,73; cf. Summa Theol. III,Gs,i; Suppí. 29,1 ad 2. Teol. perfección 17 466 P.IIL Desarrollo normal de ¡a vida cristiana «Como el hombre por negligencia o por las varias ocupaciones de la vida, o también por causa de la brevedad del tiempo o cosas parecidas, no cura de raíz y perfectamente los defectos provenientes del pecado, se le provee saludablemente para que por este sacramento logre (dicha curación y se libre de la pena temporal, de modo que, al salir él alma del cuerpo, nada haya en él que pueda impedir a su alma la percepción de la gloria. Y;por esto dice Santiago que «el Señor le aliviará» (Tac 5,15), Acontece también que el hombre no conoce o no recuerda todos los pecados que cometió, con el fin de borrarlos todos por la penitencia. Hay^ además, pecados cotidianos qué acompañan de continuo la vida presente, de los cuales es conveniente que se purifique el hombre por este sacramento al partir, con la finalidad de que nada haya en él que impida la percepción de la gloria. Y por esto añade Santiago: «Si está en pecado, se le perdonará». j Todo esto demuestra que este sacramento es el último y, en. cierto modo, el que consuma toda la curación espiritual, sirviendo como : de medio para que el hombre se prepare para recibir la gloria ». Como se ve, este sacramento es de un precio y valor incal¬ culable para lograr la plena purificación del alma antes dé com¬ parecer delante de Dios. Sin embargo, no siempre el que ha recibido la unción de los enfermos consigue liberarse de las penas del purgatorio, sino únicamente cuando obtiene el pleno fruto del sacramento, lo cual depende de sus íntimas disposi¬ ciones. Hemos de pedir humildemente al Señor que nos conceda recibir este gran sacramento en el trance final de nuestra vida. Y, mientras tanto, hemos de proseguir sin descanso el proceso de nuestra propia purificación por todos los medios a nuestro alcance. ARTICULO 7 El sacramento del orden 324* Como vimos al hablar de los sacramentos en general, los cinco estudiados hasta ahora pertenecen a la vida individual del hombre considerado como persona particular. Los dos que nos quedan por estudiar tienen una función marcadamente so¬ cial, a saber: la de proporcionar a la Iglesia los ministros idóneos para regir a los fieles, administrar los sacramentos y dar el culto debido a Dios (sacramento del orden) y para aumentar el número de los miembros del cuerpo místico de Cristo y de los futuros ciudadanos del cielo (sacramento del matrimonio). Dejando para otro lugar la exposición más detallada de la espiritualidad propia del sacerdote (cf, n.716-24) nos limitamos aquí a dar brevemente la noción y los efectos del sacramento del orden en aquél que lo recibe. 325* 1. Noción.—El sacramento del orden puede defi¬ nirse del siguiente modo: Un sacramento instituido por Nuestro L.íl c.l. Los sacramentos 467 Señor Jesucristo por el que se confiere la potestad espiritual y la gracia necesaria para el recto desempeño de los ministerios ecle¬ siásticos . Como es sabido, el ministro ordinario del sacramento del orden es el obispo consagrado (cf. en.951); y el sujeto receptor es únicamente el varón bautizado (para la validez) que se sienta con vocación y reúna las cualidades necesarias a juicio de su ordinario propio (para la licitud, cf. en.968). 326. 2. Efectos.—Los efectos principales que produce el sacramento del orden en el alma del que lo recibe son dos: la gracia y el carácter sacramental. A ellos hay que añadir otro tercero, que es una simple consecuencia del segundo: la incor¬ poración a la jerarquía de la Iglesia, que el sacramento del orden crea y conserva perpetuamente. Vamos a examinar por sepa¬ rado cada uno de estos efectos. a) La gracia sacramental Como ya dijimos en su lugar correspondiente, la producción de la gracia santificante, con el matiz propio y peculiar de cada sacramento, es el efecto primario de todos ellos. Es doctrina de fe, expresamente definida por el concilio de Trento con relación a todos los sacramentos en general (D 849-851) y del sacra¬ mento del orden en particular (D 964). He aquí el hermoso razonamiento de Santo Tomás expli¬ cando la necesidad de la gracia que confiere el sacramento del orden: «Las obras de Dios son perfectas , como dice la Sagrada Escritura (Deut 32,4). Por eso, a quien se da divinamente una potestad, se le da tam¬ bién los medios para usarla dignamente. Y esto aparece hasta en el orden natural. Ahora bien: así como la gracia santificante es necesaria para que el hombre reciba dignamente los sacramentos, de igual modo lo es para su digna administración. De donde se deduce que, así como en el bautismo, que hace al hombre capaz de recibir los demás sacramentos, se da la gracia santificante, igualmente ha de darse en el orden, que destina al hombre para la administración de los mismos» L La gracia sacramental propia de los sacramentos no es espe¬ cíficamente distinta de la gracia santificante obtenida por otra vía (v.gr., por la perfecta contrición de los pecados), ya que la gracia es una en especie átoma indivisible, Pero—como ya diji¬ mos en su lugar correspondiente (cf, n.295)—cada sacramento la confiere con un matiz o modalidad especial. El matiz propio de la del sacramento del orden es conferir al ordenado una 1 Suppí. 35,i. 468 P.Ill. Desarrollo normal de la vida cristiana fuerza o vigor especial para ejercer convenientemente sus fun¬ ciones ministeriales y el derecho a lox auxilios actuales. que irá necesitando a todo lo largo de su vida para el recto desempeño de esas mismas funciones. En las tres órdenes que son cierta¬ mente sacramento (episcopado, presbiterado y diaconado), esta gracia sacramental se confiere al ordenando ex opere operato , o sea, por la eficacia misma del sacramento. En las otras órde¬ nes que no son sacramento se confiere una gracia especial (no sacramental) ex opere operantis , o sea, en virtud de las disposi¬ ciones del sujeto receptor. El sacramento del orden confiere la gracia en grado eminente, ya que es el de mayor dignidad después de la eucaristía (cf. n.294). b) El carácter sacramental Es una verdad de fe, expresamente definida por el conci¬ lio de Trento, que el sacramento del orden imprime carácter en el que lo : recibe (D 852-964). El carácter—c orno ya dijimos— es una especie de sello indeleble impreso en el alma, que distin¬ gue y separa irrevocablemente a quien lo recibe de todos los demás hombres. Su condición indeleble e irrevocable hace que el sacramento que lo imprime no pueda recibirse más que una sola vez en la vida. Escuchemos a Pío XII explicando esta doctrina: «Así como el agua bautismal distingue y separa a los cristianos de quie¬ nes no han sido purificados por la onda regeneradora, de la misma manera el sacramento del orden segrega a los sacerdotes del resto de los fieles que no han recibido este don, pues solamente aquéllos, llamados por un celes¬ tial atractivo, han ingresado en el ministerio sagrado, que los destina al servicio del altar y los hace ser como instrumentos divinos mediante los cuales se comunica la vida sobrenatural al Cuerpo místico de Cristo» 2 . Como ya dijimos, el carácter sacramental es una participa¬ ción del sacerdocio de Jesucristo 3 . Esa participación comienzan a dársela al simple cristiano los caracteres del bautismo y de la confirmación; pero de una manera incomparablemente más ple¬ na la comunica el carácter del sacramento del orden, único que habilita para el ejercicio de las funciones sacerdotales. Unicamente las tres órdenes supremas—diaconado, presbi¬ terado y episcopado—imprimen carácter, ya que sólo ellas son verdaderos sacramentos. El subdiaconado y las órdenes .meno¬ res no los imprimen, aunque habilitan al que las recibe para 2 Encíclica Mediator Dei: AAS 39 {1947) 539 - 3 Cf. 111,63,3; y el n.296, donde hemos explicado esta doctrina. L.U c.í. Los sacramentos 469 ciertas funciones relacionadas más o menos de cerca con el ser¬ vicio dél altar. La potestad, que confiere el carácter sacerdotal es doble: a) Principal, acerca del cuerpo real de-Cristo, o sea, para consagrar, ofrecer y administrar el cuerpo y la sangre del Señor. - • b) Secundaria, acerca del Cuerpo místico de Cristo, o sea para pre¬ parar a los fieles a ía digna recepción de la eucaristía; lo que se consigue remotamente por la predicación de la divina palabra, y próximamente por la administración de los demás sacramentos, principalmente del bautismo y de la penitencia. El carácter del sacramento, del orden presupone necesariamente el del bautismo, ya que sólo los bautizados son sujetos capaces de recibir los de¬ más sacramentos. Y por conveniente disposición de la Iglesia se requiere que el ordenando haya recibido también el sacramentó de ía confirmación antes de las sagradas órdenes (cn.974 § c) La incorporación a la jerarquía eclesiástica Es una consecuencia natural y espontánea del carácter que imprime el sacramento del orden. Solamente los que lo han recibido pertenecen o forman parte de la jerarquía eclesiástica, no los simples fieles que no han sido ordenados. Por divina institución, la jerarquía es doble: a) De orden. Está formada por los obispos, presbíteros y ministros (al menos los diáconos), como consta por la definición expresa del concilio de Trento (D 960 966). Tiene por misión ofrecer el santo sacrificio y admi¬ nistrar los sacramentos a los fieles. b) De jurisdicción. La forman el Papa, como Pontífice supremo, y los obispos a él subordinados. Tiene por misión el régimen y gobierno de los fieles. Por disposición dé la Iglesia se añadieron además otros grados (v.gr., car¬ denales, patriarcas, arzobispos, etc.), que son accidentales con relación a aquellos dos fundamentales (cf. en. i08). ARTICULO 8 El matrimonio 327. El ultimo de los sacramentos instituidos por Nuestro Señor. Jesucristo es el matrimonio. Constituye, junto con el del orden, uno de los. dos sacramentos necesarios desde el punto de vista social, aunque no del personal o individual. El sacra¬ mento del orden es absolutamente necesario para perpetuar en la Iglesia la jerarquía sagrada, formada por los ministros del Señor. El del matrimonio lo es para la digna y conveniente pro¬ pagación de la especie humana y la formación de nuevos miem¬ bros de la Iglesia y futuros ciudadanos del cielo. 470 PJIL Desarrollo normal de la vida cristiana El matrimonio es el sacramento propio y específico de los seglares en cuanto distintos de los clérigos y de los religiosos. Dejando para su lugar correspondiente el estudio de la es¬ piritualidad propia de los seglares (cfi n v 733ss), nos limitaremos a señalar aquí la noción, fines y efectos que produce el sacramento del matrimonio en los que lo reciben dignamente. 3284 1. Noción*—La palabra matrimonio es una con¬ tracción del latín matrxs munium = oficio de la madre, porque «la mujer debe casarse principalmente para ser madre; y por¬ que engendrar, alumbrar y educar a la prole es oficio de la madre» K En cambio, se llama patrimonio a los bienes .externos' de la familia, porque es propio del padre buscar los alimentos y las demás cosas necesarias a la misma. En atención a su esencia, que consiste en la unión o mutuo consenti¬ miento de los que lo contraen, recibe el nombre latino de coniugium , de donde sale la palabra cónyuge, que designa a cada uno de los que se han unido bajo un yugo, o vínculo común. Si se atiende a su causa, que es la celebración del contrato matrimo¬ nial, se le llama nupcias (del latín nubo, velarse), porque en la solemnidad del desposorio cúbrese con un velo la cabeza de los novios; y porque anti¬ guamente la esposa, cuando le era entregada al esposo, cubría su cabeza con un velo en señal de pudor y de sumisión. En cuanto a la realidad significada por el nombre, el con¬ trato matrimonial puede considerarse de dos maneras: activa¬ mente, en su celebración, y pasivamente , o sea, celebrado ya el contrato. Y así: a) Considerado activamente, puede definirse; el contrato por el cual un varón y una mujer jurídicamente hábiles se entregan legítimamente el de¬ recho mutuo y perpetuo y exclusivo sobre sus cuerpos en orden a los actos de suyo aptos para la generación y educación de la prole (cf. en. 1081). b) Considerado pasivamente, es. el vínculo indisoluble que resulta de ese contrato, o sea, la unión permamente , perpetua y exclusiva de un varón con una mujer para engendrar y educar hijos (cf. en. 1082). Como sacramento , el matrimonio es el mismo contrato ma¬ trimonial celebrado entre bautizados . Por consiguiente, entre bau¬ tizados no puede haber contrato matrimonial válido que por el mismo hecho no sea sacramento (cf, en, 1012). Los ministros del sacramento del matrimonio son los mismos contrayentes , no el sacerdote que lo bendice en nombre dé la Iglesia; si bien la presencia y bendición del sacerdote es necesa- 1 San Agustín, Contra Faustwn l.zg c.26:.ML 42,365. Santo Tomás advierte que, «aun¬ que el padre sea más digno que la madre, ésta, sin embargo, tiene más cuidado de los hijos que aquél* (Suppí. 44,3 ad 1), L.ll c.l. Los sacramentos 471 ria para la validez del contrato matrimonial entre bautizados, salvo en circunstancias ¿speciales previstas por la Iglesia 2 . 329* 2. Fines.-—En el matrimonio se distingue un doble fin: primario y secundario . Vamos a precisarlos en dos conclu¬ siones. Conclusión 1. a El fin primario del matrimonio es la generación y edu¬ cación de los hijos (en. 1013 § 1), He aquí las pruebas: a) La Sagrada. Escritura. Dios instituyó el matrimonio como con¬ trato natural con las siguientes palabras: «Procread y multiplicaos y henchid la tierra» (Gen 1,28). Luego ésa es.su finalidad primaria y principal. b) El magisterio de la Iglesia. Como acabamos de indicar, el Có¬ digo canónico declara expresamente que «la procreación y la educación de la prole es el fin primario del matrimonio» (en. 1913 § 1). Este fin es tan necesario y tan esencial, que, si se le excluye positivamente, no puede haber matrimonio válido, pues a él se ordena el matrimonio por su misma natu¬ raleza. c) La razón teológica. La da Santo Tomás en la siguiente forma: «El matrimonio fue instituido principalmente para el bien de la prole t no sólo para engendrarla, ya que eso puede verificarse también fuera del ma¬ trimonio, sino, además, para conducirla a un estado perfecto, pues todas las cosas tienden a que sus efectos logren la debida perfección. Dos perfeccio¬ nes podemos considerar en la prole, a saber: la perfección de la naturaleza no sólo en cuanto al cuerpo (educación física), sino también respecto del alma mediante aquellas cosas que pertenecen a la . ley natural (educación moral) y la perfección de la gracia (educación religiosa) 3 . Escuchemos a Pío XI insistiendo en esta doctrina: «No acaba con el beneficio de la procreación el bien de la prole, sino que es necesario qiie a aquélla se añada la debida educación. Porque, en verdad, no hubiera Dios, sapientísimo, provisto suficientemente a la prole, ni por lo mismo a todo el género humano, sí no hubiese encomendado el derecho y Ja obligación de educar a quienes dio el derecho y la potestad de engendrar. Porque a nadie se le oculta que la prole no se basta ni se puede proveer a sí misma en las cosas pertenecientes a la vida natural, y mucho menos en las que atañen a la vida sobrenatural, sino que, durante muchos años, necesita el auxilio, la instrucción y la educación de lo demás. Y es evidente que, por disposición natural y divina, el derecho y el deber de edu¬ car a la prole pertenece, en primer lugar, a quienes, al engendrarla, dieron comienzo a la obra de la naturaleza, ya que, si la dejaran incoada e imper¬ fecta, la expondrían a una ruina segura, y esto se les prohíbe en absoluto. Ahora bien, a esta tan necesaria educación de los hijos se proveyó de la ma- 2 El Código canónico dice expresamente que «en peligro de muerte es válido y licito el matrimonio celebrado ante testigos solamente (o sea, sin que asista ningún sacerdote),' y tam¬ bién lo es fuera del peligro de muerte si prudentemente se prevé que aquel estado de cosas (o sea, la imposibilidad de acudir a un sacerdote) habrá de durar por un mes» (01.1098,1.°) En ambos casos, los testigos han de ser, al menos, dos. 3 SuppZ. 59,2. Los paréntesis explicativos son nuestros. Cf. Suppí. 41,1. 4:72 P.11I. Desarrollo normal de la vida cristiana nerá más perfecta, posible en el matrimonio, por el cual, estando los padres unidos entre sí con vínculo indisoluble, se hallan siempre a mano sus bue¬ nos servicios y mutuo auxilio^ 4 ; Conclusión 2Á El fin secundario del matrimonió es la ayuda mutua de los cónyuges y el remedio de la concupiscencia (en. 1013 § 2 )- He aquí las pruebas: a) La Sagrada Escritura. En ella se alude expresamente a estos fines secundarios del matrimonio: «Y se dijo Yavé Dios: No es bueno que el hombre esté solo, voy a ha¬ cerle una ayuda semejante a él..., y de la costilla que del hombre tomara, formó Yavé Dios a la mujer y se la presentó al hombre» (Gen 2,18 y 22), «Pero, si no pueden guardar cóniinencia, cásense-, que mejor es casarse que abrasarse» (1 Cor 7í9). b) El magisterio de la Iglesia. Es doctrina constante de la Iglesia, recogida oficialmente en el Código canónico (en. 1013 § 2); Escuchemos a Pío XI en su encíclica sobre el matrimonio: «Hay, pues, tanto en el mismo matrimonio como en el uso del derecho matrimonial fines secundarios, como son la ayuda mutua , el fomento del amor recíproco y la sedación de la concupiscencia , cuya consecución de ninguna manera está prohibida a los esposos, siempre que quede a salvo la natura¬ leza intrínseca del acto-conyugal y, por ende, su debida ordenación al fin primario» 5 , c) La razón teológica. Escuchemos a Santo Tomás explicando am¬ bos fines secundarios: «En segundo lugar, tocante al fin secundario del matrimonio, que con¬ siste en los servicios mutuos que los cónyuges deben prestarse en los queha¬ ceres domésticos. Efectivamente, así como la razón natural dicta que los hombres vivan asociados, ya que nadie se basta para proveer a las múlti¬ ples necesidades de la vida, razón por la cual se dice que el hombre es «na¬ turalmente político», asimismo, respecto de aquellas cosas que hacen falta para la vida humana, unas competen a los varones y otras a las mujeres. Por lo cual, la misma naturaleza impele a que se establezca cierta sociedad entre el varón y la mujer, y en eso consiste el matrimonio 6 . Esto con relación a la ayuda mutua. Veamos ahora lo que dice con. relación al remedio de la concupiscencia: «De dos maneras pueden aplicarse remedios contra la concupiscencia. La primera es por parte de la misma concupiscencia, a fin de cohibirla en su raíz; y, bajo este aspecto, el matrimonio provee de remedio en virtud dé la gracia que confiere. La segunda dice relación a su propio acto, y esto de dos modos. Uno de ellos, haciendo que dicho acto, al cual inclina exteriormente la concu¬ piscencia, quede inmune de torpeza, y esto se obtiene por los bienes del matrimonio, que cohonestan la concupiscencia camal. El otro modo, im¬ pidiendo los actos torpes, ya que, por el hecho de quedar satisfecha la con- 4 Pío XIj Cásti comiufm n.13 (cf. «Colección de encíclicas*, por A. C. E.). 5 Pío XI, Cdsti cowwóíi n.37. 6 Suppí. 41,1. L.U c.l. Los sacramentos 47 ! cupiscencia con el uso del matrimonio, deja de incitar a otras corruptelas. Por eso dice el Apóstol «que mejor es casarse que abrasarse» (1 Cor 7,9). V aunque es verdad que los actos de la concupiscencia contribuyen de suyo a exacerbarla, sin embargo, en cuanto van ordenados por la razón, consi¬ guen reprimirla; pues «de actos semejantes engéndranse disposiciones y hᬠbitos semejantes» (o sea, según el recto' orden de la razón)» 7 . / 330* 3. Efectos del matrimonio*“Hay que distinguir entre los que produce el matrimonio en cuanto contrato .natu¬ ral y. en cuanto sacramento . Vamos a precisarlos en dos con¬ clusiones: Conclusión i. ft En cuanto contrato natural, el matrimonio legítima¬ mente celebrado establece entre los contrayentes Un vínculo de suyo exclusivo e indisoluble y les da pleno derecho a los actos ne¬ cesarios para la generación de los hijos» Consta por el consentimiento universal de la humanidad y por la expresa declaración de la Iglesia. He aquí las palabras mismas del Código oficial de la misma: «Del matrimonio válido se origina éntre los cónyuges un vínculo que es por su naturaleza perpetuo y exclusivo; el matrimonio cristiano confiere, ade¬ más, la gracia a los cónyuges que no ponen óbice» (cn.mo). «La unidad y la indisolubilidad son propiedades esenciales del matrimo¬ nio, las cuales en el matrimonio cristiano obtienen una firmeza peculiar por razón del sacramento» (cn.1013 § 2). «Uno y otro cónyuge, desde el momento de la celebración del matrimo¬ nio, tiénen los mismos derechos y obligaciones en lo que se refiere a los ac¬ tos propios de la vida conyugal» (cn.im). Conclusión 2. a Como sacramento;, el matrimonio confiere la gracia sacramental a los que lo reciben sin ponerle óbice, y el derecho a las gracias actuales para cumplir convenientemente los fines del matrimonio. Escuchemos a Pío XI exponiendo estos efectos del matri¬ monio cristiano en su ya citada encíclica Casti connubii: «Desde el momento, pues, que con ánimo sincero prestan los fieles tal consentimiento, abren para sí mismos el tesoro de la gracia sacramental, de donde han de sacar fuerzas sobrenaturales para cumplir sus deberes y obligaciones fiel, santa y perseverantemente hasta la muerte. Porque este sacramento, a los que no pdiien lo qúe se suele llamar óbice, no sólo aumenta el principio permanente de la vida sobrenatural , que es la grar cía santificante, sino que añade también dones peculiares, disposiciones y gérmenes de gracia, aumentando y perfeccionando las fuerzas a fin de que los cónyuges puedan, ng solamente entender, sino íntimamente saborear, retener con firmeza, querer con eficacia y llevar a la práctica cuanto atañe al estado conyugal, a sus fines y deberes; y, en fin, concédeles derecho al ac¬ tual auxilio de la gracia cuantas veces lo necesiten para cumplir las obligacio¬ nes de su estado ». : 7 Suppí. 42,3 ád 4. El paréntesis explicativo es nuestro. Véanse, además, los siguientes lugares: Suppl. 58,1 ad 3; 64,1 sed contra; 65,1 ad 6, etc. 8 Pío XI, Casti connubii n.28 (cf. D 2237)- 474 P.UL Desarrollo normal de la vida cristiana CAPITULO II La práctica de las virtudes cristianas y de los dones del Espíritu Santo Examinada ya en la segunda parte de nuestra obra la teoría general sobre las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo, veamos ahora el modo de practicar las virtudes cada vez con ma¬ yor intensidad y perfección y lo que por nuestra parte podemos hacer para' disponernos, a la actuación de los dones del Espíritu Santo. Insistiremos, sobre todo, en las siete virtudes principales (teologales y cardinales), aunque sin omitir algunas indicacio¬ nes relativas a sus derivadas y anejas. A continuación de cada virtud estudiaremos el don del Espíritu Santo correspondien¬ te, como hace Santo Tomás en la Suma Teológica . A. LAS VIRTUDES TEOLOGALES 331. Son las virtudes más importantes de la vida cristia¬ na, base y fundamento de todas las demás. Su oficio es unirnos íntimamente a Dios como Verdad infinita, como Bienaventu¬ ranza suprema y como sumo Bien en sí mismo. Son las únicas que dicen'relación inmediata a Dios; todas las demás sé refieren inmediatamente a cosas distintas de Dios. De ahí la suprema excelencia de las virtudes teologales. Vamos a examinarlas por separado. 5 ARTICULO 1 La virtud de la fe 332. S.Th., II-II,i-i6; Scaramelli, Directorio ascético t.4 a,r; Mons. Gay, Vida .y xñr- tudes cristianas t.i tr.3 ; Ch* de Smedt, Noíre vic siirnat. t.i p. 170-221 ; Janvier, Carémes 191 t y ioi3; Barre, Tractatus de Virtuíibws tertia pars; G arrigou-Lagr ange, Tres edades Itl , 17 IV,io; Tanqüerey, Teología ascética n. 1169-89 ; Prümmer, Marínale Theologiae Moralis I n. 478 - 532 . j 333. 1. Nociones.—Recordemos én primer lugar algu¬ nos puntos fundamentales de la teología de la fe: i,° La fe es una virtud teologal infundida, por Dios en el entendimiento , por la cual asentimos firmemente a las verdades divinas reveladas por la autoridad o testimonio del mismo Dios que revela . 475 L.II c.2. Las virtudes teologales En estas palabras están recogidos todos los elementos esenciales que deben entrar en una buena definición: el género próximo . (virtud teologal infusa); la diferencia específica (asentimiento intelectual , a diferencia de la esperanza y caridad, por las que la voluntad ama con amor de concupiscen¬ cia o de amistad); objeto material y formal (Dios sobrenaturalmente cono¬ cido como Verdad primera y todas las verdades reveladas en orden a Dios); motivo formal (por la autoridad del mismo Dios, que no puede en¬ gañarse ni engañamos), 2.° Al revelarnos su vida íntima y los grandes misterios de la gracia y la gloria, Dios nos hace ver las cosas, por decirlo así, desde su punto de vista divino, tal cómo las ve EL Nos hace percibir armonías del todo sobrenaturales y divinas que jamás hubiera podido llegar a percibir naturalmente ninguna inteli¬ gencia humana ni angélica. <*Hace cincuenta años—escribe el P. Ganigou-Lagrange 1 —, quien no hubiera conocido aún la telegrafía sin hilos, hubiera quedado no poco sor¬ prendido al escuchar que un día se podría oír en Roma una sinfonía ejecu¬ tada en Viena. Mediante la fe infusa oímos una sinfonía espiritual que tiene su origen en el cielo. Los perfectos acordes de tal sinfonía se llaman los mis¬ terios de la Trinidad, de la encamación, de la redención, de la misa, de la vida eterna. Por esta audición superior es conducido el hombre hacia la eternidad, y deber suyo es aspirar con más alma cada día hacia las alturas de donde procede esta armonía», 3. 0 El asentimiento a las verdades de la fe es de suyo firmí¬ simo y ciertísimo, fundado en la autoridad de Dios que revela. Pero como las verdades reveladas permanecen para nosotros oscuras e inevidentes, ha de intervenir la voluntad, movida por la gracia , para imponer al entendimiento aquel asentimiento firmísimo; no por la evidencia intrínseca de que carecen para nosotros aquellas verdades, sino únicamente por la autoridad infalible de Dios, que no puede engañarse ni engañamos. En este sentido, el acto de fe es libre, sobrenatural y meritorio. 4. 0 La fe es incompatible con la visión intelectual o sensi¬ ble. De suyo es de non visis 2 3 . Por eso en el cielo desaparece¬ rá la fe al ser sustituida por la visión facial, 5. 0 La fe es la primera virtud cristiana, en cuanto funda¬ mento positivo de todas las demás (sin ella no puede existir nin¬ guna, como sin fundamento no puede haber edificio) 3 . Si bien la caridad es más excelente que la fe y que todas las demás virtudes infusas, en cuanto que dice relación a Dios de modo 1 Tres edades 1,3- 2 Cf. 11-11,1,4- De donde se deduce que las visiones y revelaciones privados, sobre todo si son claras y distintas, más bien sirven de estorbo que de ayuda a la fe pura, como explica hermosamente San Juan de la Cruz (cf. Subida TI y III). 3 Cf. H- 11 , 4,7 c el ad 4 - 476 P.IU. Desarrollo normal de la vida cristiana más perfecto y en cuanto forma de todas ellas 4 . Sirria caridad, ninguna virtud puede ser perfecta 5 . 6.° El concilio dé Trento dice que la fe es el comienzo , fundamentó y raíz de laJjustificación, y que sin ella es imponi¬ ble agradar a Dios y llegar a formar parte del número de sus hijos 6 , Es el comienzo, porque establece el primer contacto én¬ tre nosotros y Dios, en cuanto autor del orden sobrenatural; lo primero es creer en El. Es el fundamento , en cuanto que to¬ das las demás virtudes—'incluso la caridad—presuponen la fe y en ella estriban como el edificio sobre sus cimientos positivos: sin la fe es imposible esperar o amar, Y es la raíz, porque de ella, informada por la caridad, arrancan y viven todas las demás. 7. 0 La fe informada por la caridad produce, entré otros, dos grandes efectos en el alma: le da un temor filial hacia Dios que le ayuda mucho a apartarse del pecado, suma desgracia que le privaría de aquel inmenso bien, y le purifica el corazón , elevándolo hacia las alturas y limpiándole del afectó a las.cosas terrenales 7 . : , 8.° Conviene tener ideas claras sobre las distintas forméis de fe que suelen distinguirse en teología. La fe puede consi¬ derarse, en primer lugar, por parte del sujeto que cree; (fe sub¬ jetiva ) o por el objeto creído (fe objetiva ). La subjetiva admite las siguientes subdivisiones: a) Fe divina, por la que creemos todo cuanto ha sido revelado por Dios, y fe católica, por la que creemos todo lo que lá Iglesia nos propone como divinamente revelado, bj Fe habitual, que es un hábito sobrenatural infundido por Dios en el bautismo o justificación del infiel, y fe actual , que es el acto sobrenatural procedente de aquel hábito infuso (v.gr., el acto sobrenatural por el que manifestamos nuestra fe en que Dios es uno y trino). c) Fe formada (o viva), que es la que va unida a la caridad (estado de gracia) y es perfeccionada por ella como forma extrínseca de todas las virtu¬ des, y fe informe (o muerta), que es la que está separada de la caridad en un alma creyente en pecado mortal. d) Fe explícita > por la que se cree tal o cual misterio concreto revelado por Dios, y fe implícita, por la que se cree todo cuanto ha sido revelado por Dios, aunque lo ignoremos detalladamente (fe del carbonero). c) Fe interna, si permanece en el interior de nuestra alma, y fe externa, si la manifestámos al exterior con palabras o signos. A su vez, la fe objetiva se subdivide de. la siguiente forma: a) Fe católica, que está constituida por las verdades reveladas y pro¬ puestas por Dios a todos los hombres para obtener la vida eterna (o sea todo ^ Gf. 11-11,23,0-8. 5 Cf. 11 - 11 , 23 , 7 . , ■ : . . ó «Fides: est humanae salutis initium, fundamentum et radix omnis íustificationis, sí/ie irnpossihije est placerc Deo (Hebr 11,6) ét ad fi)iórúin eius consortium petveñire» (D 801). 7 Cf. 11 - 11 , 7 . 477 L.ll. c.2. Las virtudes teologales lo contenido en la Sagrada Escritura o en la Tradición explícita o implícita¬ mente); y fe privada, que está constituida por las verdades que Dios ma¬ nifiesta, a veces, sobrenaturalmente a una persona determinada (v.gr., a San¬ ta Teresa). La primera obliga a todos; la segunda, sólo a la persona que la recibe directamente de Dios. •b) Fe definida, que afecta a aquellas verdades que la Iglesia propone explícitamente a la fe de los fieles bajo pecado de herejía y pena de excomu¬ nión (v.gr., el dogma de la Inmaculada Concepción), y fe definible , que se refiere a aquellas verdades que todavía no han sido definidas por la Iglesia como dogmas de fe, pero que pueden ser definidas por encontrarse explícita o implícitamente contenidas en el depósito de ía divina revelación (tales eran todos los dogmas católicos antes de su definición). c) Fe necesaria con necesidad de medio , que afecta a aquellas verdades cuya ignorancia, aun inculpable, impide en absoluto la salvación del alma 8, y fe necesaria con necesidad de precepto , que está constituida por todas aque¬ llas verdades que la Iglesia propone a la fe de los fieles, pero cuya ignorancia inculpable no compromete la salvación eterna (o sea todos y cada uno de los demás dogmas católicos). 334. 2. Pecados contra la fe*—Según Santo Tomás de Aquino, los pecados que se oponen a la fe son: la infidelidad o paganismo (II-II, 10), que cuando es voluntario es el mayor de los pecados después del odio a Dios (a.3); la herejía , que niega algún dogma revelado en particular o duda voluntariamente de él (ibid, 11); la apostasía , que es el abandono total de la fe cristiana recibida en el bautismo (ibid, 12); la blasfemia (ibíd. 13), sobre todo la que va contra el Espíritu Santo (ibid. 14), y la ceguera del corazón y embotamiento de los sentidos, que se oponen al don de entendimiento (ibid. 15,1-2), y proceden, sobre todo, de los pecados de la carne (ibid. 3). El estudio de¬ tallado de estos pecados pertenece, a la teología moral. 335* 3* El crecimiento en la fe,—La fe, tanto objetiva como subjetiva, puede crecer y. desarrollarse en nuestras almas hasta alcanzar una intensidad extraordinaria. El santo llega a vivir de fe: «iustus ex fi.de vivit» (Rom 1,17). Pero es preciso entender rectamente esta doctrina. Nadie la ha explicado me¬ jor que Santo Tomás en un artículo maravilloso de la Suma Teológica 8 9 . He aquí sus palabras, a las que añadirlos entre paréntesis algunas pequeñas explicaciones para ponerlas al al¬ cance de los no versados en teología: 8 Cuáles sean concretamente estas verdades es cuestión discutida entre los teólogos. Todos estári conformes—ya que la doctrina contraria está condenada por la Iglesia (D 1172)— en que se requiere, al menos, la fe en la existencia de Dios remunerador, o sea, premiador de buenos y castigador de malos. Algunos teólogos exigen todavía el conocimiento (siquiera sea imperfecto y rudimentario) del misterio de la Santísima Trinidad y el de Cristo Reden¬ tor. Santo Tomás parece decir esto mismo (cf. 11-11,2,7-8), pero sin exigir para los infieles una fe explícita, sino únicamente implícita en la divina Providencia: creyendo ser Dios el liberador de los hombres según su beneplácito y según lo haya revelado a algunos conoce¬ dores de la verdad» (11-11,2,7 ad 3). 9 Cf. II-ir,s,4: *$i la fe puede ser en uno mayor que en otro». 478 P.llL Desarrollo normal de la vida cristiana «La cantidad de un hábito puede considerarse de dos modos: por parte del objeto o de su participación en el sujeto. (En nuestro caso, la fe objetiva y la subjetiva>) Ahora bien: el objeto de la fe (las verdades reveladas, fe objetiva ) puede considerarse de dos modos: según su razón o motivo formal (la autoridad de Dios que revela) o según las cosas que se nos proponen materialmente para ser creídas (todas las verdades de la fe). El objeto formal de la fe (la autoridad de Dios) es uno y simple, a saber, la Verdad primera. De donde por esta parte la fe no se diversifica en los creyentes, sino que es una espe¬ cíficamente en todos (o se acepta la autoridad de Dios o no; no hay término medio para nadie). Pero las cosas que se nos proponen materialmente para creer son muchas (todas las verdades de la fe) y pueden conocerse más o menos explícitamente (el teólogo conoce muchas más y mejor que el simple fiel). Y según esto puede un hombre conocer y creer explícitamente más co¬ sas que otros. Y así puede haber en uno mayor fe según la mayor explícita- ción de esa fe. Pero si se considera ía fe según su participación en el sujeto (fe subje¬ tiva), puede acontecer de dos modos. Porque el acto de fe procede .del en¬ tendimiento (es el que asiente a las verdades reveladas) y de la voluntad (que es la que, movida por Dios y por la libertad del hombre, impone ese asenti¬ miento a la inteligencia). En este sentido puede la fe ser mayor en uno que en otro; por parte del entendimiento, por la mayor certeza y firmeza (en ese asentimiento), y por parte de la voluntad, por la mayor prontitud , devoción o confianza (con que impera a la inteligencia aquel asentimiento)». Nada se puede añadir sustancia lmente a esta magnifica doc¬ trina Pero, es conveniente señalar el modo con que las almas deben intensificar su fe a todo lo largo del proceso de la vida cristiana. i.° Los principiantes.— A semejanza de lo que ocurre con la caridad incipiente 1 el principal cuidado de los principiantes con relación a su fe ha de ser nutrirla y fomentarla para que no se pierda o corrompa. Para ello: a) Convencidos, ante todo, de que la fe es un don de Dios completa¬ mente gratuito que nadie puede merecer 11 , pedirán al Señor en oración ferviente que les conserve siempre en sus almas esa divina luz que nos en¬ seña el camino del cielo en medio de las tinieblas de nuestra ignorancia. Su jaculatoria favorita, repetida con fervor muchas veces al día, ha de ser aquella del Evangelio: «Creo, Señor; pero ayuda tú a mi poca fe» (Me 9,23). b) Rechazarán con energía, mediante ia divina gracia, todo cuanto pue¬ da representar un peligro para su fe: a) las sugestiones diabólicas (dudas, tentaciones contra la fe, etc,), que combatirán indirectamente —distrayén¬ dose, pensando en otra cosa, etc.—, nunca directamente, o sea, enfrentándose con la tentación y discutiendo con ella, buscando razones, etc., que más bien aumentarían la turbación del alma y la violencia del ataque enemigo; b) las lecturas peligrosas o imprudentes, en las que se enjuician con criterio anti¬ cristiano o mundano las cosas de la fe o de ía religión en general; y c) la soberbia intelectual, que es el obstáculo más radical e insuperable que puede oponer el desgraciado incrédulo a la misericordia de Dios para que le con¬ ceda el don divino de la fe, o el camino más expedito para su pérdida en los que ya lá poseen, según aquello de la Escritura: «Dios resiste a los so¬ berbios y da su gracia a los humildes» (lo 4,6; 1 Petr 5,5). *0 Cf. 1111,24,9. 11 «Pues de gracia habéis sido salvados por la fe, y esto no os viene de vosotros, es don de Dios» (Eph 2,8). L.ll c.2. Las virtudes teologales 479 c) Procurarán extender y aumentar el conocimiento de las verdades de la fe estudiando los dogmas católicos con todos los medios a su alcance (catecismos explicados, obras de formación religiosa, conferencias y sermo¬ nes, etc*), aumentando con ello su cultura religiosa y extendiendo sus cono¬ cimientos a mayor número de verdades reveladas (crecimiento extensivo de la fe objetiva). d) En cuanto al crecimiento de la fe subjetiva, procurarán fomentarlo con la repetición enérgica y frecuente de ios actos de fe y con la práctica de las sapientísimas reglas para «sentir con la Iglesia» que da San Ignacio de I-oyola en sus Ejercicios Espirituales. Repetirán con fervor la súplica de los apóstoles al divino Maestro: «Señor, auméntanos la fe» (Le 17,5). z.° Las almas adelantadas se preocuparán del incremento de esta vir¬ tud fundamental hasta conseguir que toda su vida esté informada por un auténtico espíritu de fe, que las coloque en un plano estrictamente sobre¬ natural desde el que vean y juzguen todas las cosas: «iustus ex fide vivit» (Rom 1,17). Para ello: a) Hemos de ver a Dios a través del prisma de la fe, sin tener para nada en cuenta los vaivenes de nuestro sentimiento o de nuestras ideas an¬ tojadizas. Dios es siempre el mismo, infinitamente bueno y misericordioso, sin que cambien su naturaleza los consuelos o arideces que experimentemos en la oración, las alabanzas o persecuciones de los que nos rodean, los su¬ cesos prósperos o adversos de que se componga nuestra vida. b) Hemos de procurar que nuestras ideas sobre los verdaderos valo¬ res de las cosas coincidan totalmente con las enseñanzas de la fe, a despecho de lo que el mundo pueda pensar o sentir. Y asi hemos de estar íntimamente convencidos de que en orden a la vida eterna es mejor la pobreza, la manse¬ dumbre, las lágrimas del arrepentimiento, el hambre y sed de perfección, la misericordia, la limpieza de corazón, la paz y el padecer persecución (Mt 5,3-20) que las riquezas, la violencia, las risas, la venganza, los place¬ res de la carne y el dominio e imperio sobre todo el mundo. Hemos de ver en el dolor cristiano una auténtica bendición de Dios, aunque el mundo no acierte a comprender estas cosas. Hemos de estar convencidos de que es mayor desgracia cometer a sabiendas un pecado venial que la pérdida de la salud y de la misma vida. Que vale más el bien sobrenatural de un solo indi¬ viduo, la más insignificante participación de la gracia santificante, que e! bien natural de todo el universo 12 . Que la vida larga importa mucho menos que la vida santa; y que, por lo mismo, no hemos de renunciar a nuestra vida de mortificación y de penitencia aunque estas austeridades acorten un poco el tiempo de nuestro destierro en este valle de lágrimas y miserias. En fin: hemos de ver y enjuiciar todas las cosas desde el punto de vista de Dios, a través del prisma de la fe, renunciando en absoluto a los criterios mundanos é incluso a los puntos de vista pura y simplemente humanos. Sólo con la fe venceremos definitivamente aí mundo: «Esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe» (1 lo 5,4). c) Este espíritu de fe intensamente vivido será para nosotros una fuen¬ te de consuelos en los dolores y enfermedades corporales, en las amarguras y pruebas del alma, en la ingratitud o malquerencia de los hombres, en las pérdidas dolorosas de familiares y amigos. Nos hará ver que el sufrir pasa, pero el premio de haber sufrido bien no pasará jamás; que las cosas son tal como las ve Dios y no como se empeñan en verlas los hombres con su criterio mundano y antojadizo; que los que nos han precedido con el signo de la fe nos esperan en una vida mejor (la vida se cambia, pero no se quita) y que después de las incomodidades y molestias de esta «noche en una mala 12 Cf. Ml.m.o ad 2. 480 P.IIJ. Desarrollo normal de la vida cristiana posada»—que leso es la vida del hombre sobre la tierra, en frase de Santa Teresa 13 —nos aguardan para siempre los resplandores eternos de la ciudad de los bienaventurados: Y aV deshacerse la casa de esta morada terrena, se nos prepara erí el cielo una mansión eterna (prefacio de la misa de difuntos), jCuánta fortaleza ponen en el alma estas luces divinas de la fe para soportar el dolor y hasta abrazarlo con alegría, sabiendo que. las tribulaciones mo¬ mentáneas y leves de esta vida nos preparan el peso abrumador de una su¬ blime e incomparable gloria para toda la eternidad! (cf. 2 Cor 4,17). Nada tiene de extraño que los apóstoles de Cristo—y en pos de ellos todos los mártires—, encendida en su alma la antorcha de la fe, caminaran imperté¬ rritos a las cárceles, suplicios y muertes afrentosas, gozosos de padecer aquellos ultrajes por el nombre de Jesús (Act 5,41). 3. 0 En las almas perfectas, iluminada por los dones de entendimiento y de ciencia, alcanza la fe su máxima intensidad, llegando a emitir resplan¬ dores vivísimos, que son el preludio y la aurora de la visión beatífica. Pero esto requiere párrafo aparte. El don de entendimiento 336. Damos aquí una breve nota bibliográfica para que el lector pueda completar su in¬ formación sobre el funcionamiento de los dones en particular. S.Th,, 11-11,8,9.19.43.52.121, 139; Ioan. a Sancto Thoma, Cursus Theoloáicus in I-II d. 18; L G. Menéndez-RÍigapa, Los dones del Espíritu Santo y la perfección cristiana; Necesidad de los dones del Espíritu Santo; Gardeil, Los dones del Espíritu Santo en ios santos dominicos; Garrigou-Lagrange, Tres edades; Perfection et contemplation ; Tanquerey, Teología ascética n. 1307-1358; Arintero, Evolución mística p.i. ft c.3; Philipon, La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad c.6; Los dones del Espíritu Santo (Barcelona 1966); Martínez (arzobispo de Méjico), El Espíritu Santo H; Sa várese, El Espíritu Santificador XXV-XXXII; Barre, Tractatusde virtutibus... p.i.® c.2 a.4; Pottier, Vte et doctrine spirituelle du P. L. Lallemcnt (París 1924) princ.4 0,3-4; Mebchler, El don de Pentecostés. 337, 1. Naturaleza* ““Puede definirse el don de enten¬ dimiento como un hábito sobrenatural infundido con la gracia santificante por el cual la inteligencia del hombre, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, se hace apta para una penetrante intuición de las verdades reveladas especulativas y practicas y hasta de las naturales en orden al fin sobrenatural . Expliquemos un poquito la definición: a) Es un «hábito sobrenatural infundido con la GRAcrA santifican¬ te... »—Estas palabras expresan ia razón genérica de los dones del Espíritu Santo (hábitos sobrenaturales) y la raíz de donde brotan, que es la gracia santificante. Por eso, en cuanto hábitos, poseen los dones del Espíritu Santo todas las almas en gracia y crecen todos a la vez juntamente con ella 14 . b) «... por el cual la inteligencia "del hombre...» —El don de en¬ tendimiento reside en el entendimiento especulativo , a quien perfecciona—pre¬ viamente informado por la virtud de la fe—para recibir connaturalmente la moción del Espíritu Santo, que pondrá el hábito dona! en acto. c) «... BAJO LA ACCIÓN ILUMINADORA DEL ESPÍRITU SaNTO...»—S ólo el divino Espíritu puede poner en movimiento los dones de su mismo nombre. Sin su divina moción, los hábitos dónales permanecen ociosos, ya que el hombre es absolutamente incapaz de actuarlos ni siquiera con ayuda de la gracia. Son instrumentos directos e inmediatos del Espíritu Santo, que se J 3 Cf. Camino 40,9. Cf. 11 - 11 , 8 , 4 ? 1 - 11 , 68 , 6 . 481 LJI c.2. Las virtudes teologales constituye, por lo mismo, en motor y regla de los actos que de ellos proce¬ den. De ahí proviene necesariamente la modalidad divina de los actos dóna¬ les (tínica posible por exigencia intrínseca de la misína naturaleza de los do¬ nes). El hombre no puede hacer otra cosa con ayuda de la gracia que dispo¬ nerse para la divina mbción—removiendo los obstáculos, permaneciendo fiel a la gracia, implorando humildemente eSa actuación santificadora, etc.—y secundar libre y meritoriamente la moción del divino Espíritu cuando se produzca de hecho. d) «... SE HACE APTA PARA UNA PENETRANTE INTUICIÓN...» —Es el objeto formal del don de entendimiento, que señala , la diferencia específica entre él y la virtud de la fe. Porque la virtud de ía fe proporciona aí entendimiento creado el conocimiento de las verdades sobrenaturales de una manera im¬ perfecta, al modo humano, que es—como vimos en su lugar, correspondiente— el propio y característico de las virtudes infusas, mientras que el don de entendimiento le hace apto para !a penetración profunda e intuitiva (modo sobrehumano, superracional) de esas mismas verdades reveladas 15 . Es, sen¬ cillamente, la contemplación infusa , que consiste en una simple, y profunda intuición de la verdad: «simplex intuitus yeritatis » 16 . El don de entendi¬ miento se distingue, a su vez, de los otros dones intelectivos (sabiduría, ciencia y consejo) en que su función propia es la penetración profunda en las verdades de la fe en plan de simple aprehensión (sin emitir juicio sobre ellas), mientras que a los otros dones inte lectivos corresponde el recto juicio sobre ellas. Este juicio , en cuanto a las cosas divin.as t pertenece al don de sabidu¬ ría; en cuanto a las cosas creadas , al don de ciencia, y en cuanto a la aplica¬ ción a las obras singulares, al don de consejo * 7 . c) «... DE LAS VERDADES REVELADAS ESPECULATIVAS Y PRÁCTICAS Y HASTA DE LAS NATURALES EN ORDEN AL FIN SOBRENATURAL». -Es el objeto material sobre el que versa o recae el don de entendimiento. Abarca todo cuanto pertenece a Dios, Cristo, el hombre y las criaturas todas, con su origen y su fin, de tal modo,, que su objeto material se extiende primariamente a las verdades de la fe y secundariamente a todas las demás cosas que tengan cierto orden y relación con el fin sobrenatural 18 . 338. 2. Necesidad.—Por mucho que se ejercite la fe al modo humano o discursivo (vía ascética), jamás podrá llegar a su plena perfección y desarrollo. Para ello es indispensable la influencia del don de entendimiento (vía mística). La razón es muy sencilla. El conocimiento humano es de suyo discursivo , por composición y división, por análisis y sín¬ tesis, no por simple intuición de la verdad. De esta condición general del conocimiento humano no escapan las virtudes in¬ fusas ai funcionar bajo el régimen de la razón y a nuestro modo humano (ascética). Pero, siendo el objeto primario de la fe la Verdad primera manifestándose (Veritas prima in dicendo) 19 , 1 5 *E 1 don de entendimiento recae sobre los primeros principios del conocimiento gra¬ tuito (verdades reveladas), pero de otro modo que la fe. Porque a la fe pertenece asentir a ellos; y al don de entendimiento penetrarlos profundamente» (11-11,8,6 ad: 2). “ Cf II-II,i8o, 3 adi. 17 Cf. 11 - 11 , 8 , 6 . i» Cf. 11 - 11 , 8 , 3 . A Dios se le puede considerar como Verdad primera en un triple sentido: in emendo, in cognoscendo et m dicendo. Se llama Verdad primera in essendo la misma deidad en cuanto distinta de las deidades falsas (Deus Venís); in cognoscendo, la inñnita sabiduría de Dios, 482 PJII. Desarrollo normal de la vida cristiana que es simplicísima, el modo discursivo, complejo, de conocerla no puede ser más inadecuado ni imperfecto. La fe es de suyo un hábito intuitivo, río discursivo 20 ; y £or eso, las verdades de la fe no pueden ser captadas en toda su limpieza y perfección (aunque siempre en el claroscuro del misterio), más que por el golpe de vista intuitivo y penetrante del don de entendimiento. O sea, cuando la fe se haya liberado enteramente de todos los elementos discursivos que la impurifican y se convierta en úna fe contemplativa . Entonces se llega a la fe pura, tan insistente¬ mente recomendada por San Juan de la Cruz como único medio proporcionado para la unión de nuestro entendimiento con Dios 21 . Hermosamente supó explicar un autor contemporáneo en qué consiste esta fe pura: «Entiéndese por fe pura la adhesión del entendimiento a la verdad revelada, adhesión fundada únicamente en la autoridad de Dios, que revela. Excluye, pues , lodo discurso. Desde el momento en que entra en juego la razón, desaparece la fe pura, porque se mezcla con ella un elemento ajeno a su naturaleza. El raciocinio puede preceder y seguir a la fe, pero' no puede acompañarla sin desnaturalizarla. Cuanto más haya de discurso, menos hay de adhesión a la verdad por la autoridad de Dios, y, por consi¬ guiente, menos hay de fe pura» 22 . ¡Lástima que el aludido autor no supiera sacar las consecuencias de esta hermosa doctrina! Porque ella lleva inevitablemente a Ja necesidad de la contemplación mística (causada por el don de entendimiento) para llegar a la fe pura, sin discurso, de que habla San Juan de la Cruz; y, por consiguien¬ te, a la necesidad de la mística para la perfección cristiana. 339 * 3* Efectos.—Son admirables los efectos que pro¬ duce en el alma la actuación del don de entendimiento, todos ellos perfeccionando la virtud de la fe hasta el grado de increí¬ ble intensidad que llegó a alcanzar en los santos. Porque les manifiesta las verdades reveladas con tal claridad, que, sin des¬ cubrirles del todo el misterio, les da una seguridad inquebran¬ table de la verdad de nuestra fe. Esto se ve experimentalmente en las almas místicas, que tienen desarrollado este don en grado eminente; estarían dispuestas a creer lo contrario de lo que ven con sus propios ojos antes que dudar en lo más mínimo de alguna de las verdades de la fe. Este es uh don útilísimo a los teólogos 1 —Santo Tomás lo te¬ nía en grado extraordinario—para hacerles penetrar en lo más que no puede engañarse; in dicendo, la suma veracidad de Dios, que no puede engañarnos. En el primer sentido (in essendo =* Deus Verus) constituye el objeto formal de ia fe; y en el segundo y tercero, o sea, la autoridad de Dios revelante, que procede de $.u sabiduría (in cognosccndo) .y veracidad (m dicendo), es el motivo formal, o propiamente especificativo de la misma fe (cf Zuiuzarheta, Thcoloi-Ui Doxvnatico-Scholaslica vol.3 n.357-8). 20 Cf. n.547. ' 2 1 Otras razones para probar la necesidad de que ia fe sea perfeccionada por el don de entendimiento las expone magistralmente el P. I. G. ; Mfnéndez-Ruígada en su preciosa obra Los clones del Espíritu Santo y la perfección cristiana. (Madrid 1948) c.5 p.427-48;, 22 P. Crisógono, Compendio de Ascética y Mística p. 2. a c.2 a,3 p.104 (i. a ed.). : 483 LM c.2. j^ts virtudes teologales hondo de las verdades reveladas y deducir después por el dis¬ curso teológico las conclusiones en ellas implícitas. El Doctor Angélico señala seis modos diferentes con que el don de entendimiento nos hace penetrar en lo más hondo y mis¬ terioso de las verdades de la fe 23 . 1) Nos HACE VER LA SUBSTANCIA DE LAS COSAS OCULTAS BAJO LOS ACCIDENTES. En virtud de este instinto divino , los místicos perciben la divina realidad oculta bajo los velos eucarísticos. De ahí su obsesión por la Eucaristía, que llega a constituir en ellos un verdadero martirio de hambre y sed. En sus visitás al sagrario no rezan, no meditan, no discurren; se limitan a contem¬ plar al divino. Prisionero del amor con una mirada simple, sencilla y pe¬ netrante, que les llena el alma de infinita suavidad y paz: «Le miro y me mira», como dijo al Cura de Ars aquel sencillo aldeano poseído por el divino Es¬ píritu. 2 ) NOS DESCUBRE EL SENTIDO OCULTO DE LAS DIVINAS ES¬ CRITURAS. Es lo que realizó el Señor con sus discípulos de Emaús cuando «les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras» (Le 24,45). Todos los místicos han experimentado este fenómeno. Sin discursos, sin estudios, sin ayuda alguna de ningún elemento humano, el Espíritu Santo les descubre de pronto y con una intensidad vivísima el sentido profundo de alguna sen¬ tencia de la Escritura que les sumerge en un abismo de luz. Allí suelen encontrar su lema, que da sentido y orientación a toda su vida: el «cantaré eternamente las misericordias del Señor», de Santa Teresa (Ps 88,1); el «si alguno es pequeñito, venga a mí», de Santa Teresita (Prov 9,4); el «alabanza de gloria», de sor Isabel de la Trinidad (Eph 1,6)... Por eso se les caen de las manos los libros escritos por los hombres y acaban por no encontrar gusto más que en las palabras inspiradas, sobre todo en las que brotaron directamente de los labios del Verbo encarnado 2 ' 1 . 3) NOS MANIFIESTA EL SIGNIFICADO MISTERIOSO DE LAS SEMEJANZAS Y FIGURAS. Y así, San Pablo vio a Cristo en la piedra que manaba agua viva para apagar la sed de los israelitas en el desierto: «petra autem erat Chrístus» (1 Cor 10,4). Y San Juan dé la Cruz nos descubre, con pasmosa intuición mística, el sentido moral, anagógico y parabólico de multitud de semejan¬ zas y figuras del Antiguo Testamento que alcanzan su plena realización en el Nuevo, o en la vida misteriosa de la gracia. 23 Cf. II-II,8,1: «Sunt autem multa genera eórum qúae interius latent, ad quae oportet cognitionem hominis quasi intrínsecas pendrare. Nam sub accidentibus latet natura rerum substantialis, sub verbis latent sígniñeata verborum, sub similitudirubus et figuris latet veritas figurata: res etiam intelligibiles sunt quodantmodo interiores respectu rerum sensibilium quae exterius sentiuntur, et in causis latent effectus et e converso*. 24 «Yo apenas encuentro algo en los libros, a no ser en el Evangelio. Ese libro me basta» (Santa Teresita oel Ni&o Jesús; «Novissima Verba» 15 de mayo). 484 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana 4) NOS DESCUBRE BAJO LAS APARIENCIAS SENSIBLES LAS REALIDADES ESPIRITUALES. La liturgia de la Iglesia está llena de simbolismos sublimes, que es¬ capan en, su mayor parte a las almas superficiales. Los santos, en cambio, experimentaban gran veneración y respeto a «la menor ceremonia de la Igle¬ sia» 25 , que les inundaba el alma de devoción y ternura. Es que el don de entendimiento les hacía ver, a través de aquellos simbolismos y apariencias sensibles, las sublimes realidades que encierran. 5) NOS HACE CONTEMPLAR LOS EFECTOS CONTENIDOS EN LAS CAUSAS, «Hay otro aspecto de] don de entendimiento particularmente sensible en los teólogos contemplativos. Después de lá dura labor de ía ciencia hu¬ mana, todo se ilumina de pronto bajo un impulso del Espíritu. UrUmundo nuevo aparece en un principio o en una causa universal: Gristo-Sacerdote único Mediador del cielo y de la tierra; o bien el misterio de ía Virgen corre¬ dentora, llevando espiritualmente en su seno todos los miembros del Cuerpo místico, o en fin, el misterio de la identificación de los innumerables atri¬ butos de Dios en su soberana simplicidad y la conciliación de la unidad de esencia con la trinidad de personas en una Deidad que sobrepasa infinita¬ mente las investigaciones más secretas de toda mirada creada. Otras tantas verdades que profundiza el don de entendimiento sin esfuerzo, sabrosamen - te, en el gozo beatificante de una «vida eterna comenzada en la tierra» a la luz misma de Dios» 26 . 6) NOS HACE VER, FINALMENTE, LAS CAUSAS A TRAVÉS DE LOS EFECTOS, «En sentido inverso, el don de entendimiento revela a Dios y su todo¬ poderosa causalidad en sus efectos, sin recurrir a los largos procedimientos discursivos dél pensamiento humano abandonado a sus propias fuerzas, sino por simple mirada comparativa y por intuición «a la manera de Dios». En los indicios más imperceptibles, en los menores acontecimientos de su vida, un alma atenta al Espíritu Santo descubre de un solo trazo todo el plan de la Providencia sobre ella. Sin razonamiento dialéctico sobre las causas, la simple vista de los efectos de la justicia o de la misericordia de Dios le hace entrever todo el misterio de la predestinación divina, el «excesivo amor» (Eph 2,4) con que persigue a las almas para unirlas a la beatificante Trini¬ dad. A través de todo: Dios conduce a Dios» 27 . Tales son los principales efectos que produce en el alma la actuación del don de entendimiento. Ya se comprende que, perfeccionada por él, la virtud de la fe llega a alcanzar una in¬ tensidad vivísima. No se rompen jamás en esta vida los velos del misterio (Ahora vemos por un espejo y oscuramente: 1 Cor 13,12); pero sus profundidades insondables son penetrabas por el alma con una vivencia tan clara y entrañable, que se acerca 25 «Contra la menor ceremonia de la Iglesia que alguien.viese yo ib', quier verdad de la Sagrada Escritur 1 vo a morir mil muer Vida 33 , 5 ). 26 P. Phílipon, La doctrina espiritual de sor Anidad c.8 n.7. 27 P, Phílipon, ííjúí., ibid. 485 L.II c.2. Las virtudes teologales mucho a la visión intuitiva, Es Santo Tomás, modelo de pon¬ deración y de serenidad en todo cuanto dice, quien escribió estas asombrosas palabras: «En esta misma vida, purificado el ojo del espíritu por el don de entendimiento, puede verse a Dios en cierto modo» 28 . Al llegar a estas alturas, la influencia de la fe se extiende a todos los movimientos del alma, iluminan¬ do todos sus pasos y haciéndola ver todas las cosas a través del prisma sobrenatural. Estas almas parece que pierden el instinto de lo humanó para conducirse en todo por el instinto de lo di¬ vino. Su manera de ser, de pensar, de hablar, de reaccionar ante los menores acontecimientos de la vida propia o ajena, descon¬ ciertan al mundo, incapaz de comprenderlas. Diríase que pa¬ decen estrabismo intelectual para ver todas las cosas al revés de como las ve el mundo. En realidad, la visión torcida es la de este último; Aquéllos han tenido la dicha inefable de que el Espíritu Santo, por el don de entendimiento, les diera el sentido de Cristo: «Nos autem sensum Christi habemus» (i Cor 2,16), que les hace ver todas las cosas a través del prisma de la fe: «Él justo vive de fe» (Rom 1,17). 340. 4. Bienaventuranzas y frutos que de él se de¬ rivan.—Al don . de entendimiento se refiere la sexta bienaven¬ turanza : «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). En esta bienaventuranza, como en las demás, se indican dos cosas: una, a modo de disposición y de mérito (la limpieza del corazón), y otra, a modo de premio (el ver a Dios); y en los dos sentidos pertenece al don de enten¬ dimiento. Porque hay dos clases de limpieza: la del corazón, por la que se expelen todos los pecados y afectos desordenados, realizada por las virtudes y dones, que pertenecen a la parte apetitiva; y la de la mente, depurándola de los fantasmas cor¬ porales y de los errores contra la fe, y ésta es propia del don de entendimiento. Y en cuanto a la visión de Dios es también doble: una perfecta por la que se ve la misma esencia de Dios, y ésta es propia del cielo; y otra imperfecta, que es propia del don de entendimiento, por la qúe, aunque no veamos qué cosa sea Dios, vemos qué cosa no es y tanto más perfectamente co¬ nocemos a Dios en esta vida cuanto mejor entendemos que ex¬ cede todo cuanto el entendimiento puede comprender En cuanto a los frutos del Espíritu Santo —que son, como vimos eñ su lugar, actos exquisitos procedentes de los dones—, pertenecen al don del entendimiento, como fruto propio, la 28 «In hac efciam vita, purgato oculo per donum inteílectus, Deus quodammodo videri potest» (1-11,69,2 ad 3). « Cf. IMI, 8 , 7 . 486 P.11L Desarrollo normal de la vida cristiana fides, o sea la certeza de la fe; y como fruto último y acabadísi¬ mo, eí gaudium (gozo espiritual), que pertenece a la voluntad 30 . 341. 5. Vicios contrarios al clon de entendimiento.— Santo Tomás dedica una cuestión entera al estudio de estos vicios 3I . Son dos: la ceguera espiritual y el embotamiento del sentido espiritual . La primera es la privación total de la visión (ceguera); la segunda, un debilitamiento notable de la misma (miopía). Y las dos proceden de los pecados carnales (gula y lujuria), por cuanto nada hay que impida tanto los vuelos del entendimiento—aun naturalmente hablando—como la ve¬ hemente aplicación a las cosas corporales que le son contrarias. Por eso, la lujuria—que lleva consigo una más fuerte aplicación a lo carnal—produce la ceguera espiritual, que excluye casi por completo el conocimiento de los bienes espirituales; y la gula produce el embotamiento del sentido espiritual, que debilita al hombre para ese conocimiento, de manera semejante a como un objeto agudo y punzante, v.gr., un clavo, no puede penetrar con facilidad en la pared si tiene la punta obtusa y roma 32 . «Esta ceguera de la mente es la que padecen todas las almas tibias; por¬ que tienen en sí el don de entendimiento; pero, engolfada su mente en las cosas de aquí abajo, faltas dé recogimiento interior y espíritu de oración, derramadas continuamente por los. caños de los sentidos, sin una conside¬ ración atenta y constante de las verdades divinas, no llegan jamás a des¬ cubrir las claridades excelsas que en sii oscuridad encierran. Por eso las vemos frecuentemente tan engañadas al hablar de cosas espirituales, de las finezas del amor divino, de los primores de la vida mística, de las alturas de la santidad, que tal vez cifran en algunas obras externas cubiertas con la roña de sus miras humanas, teniendo por exageraciones, y excentricidades las delicadezas que el Espíritu de Dios pide a las almas. Estos son los que quieren ir por el camino de las vacas, como se dice, vulgarmente; bien afincados en la tierra, para que el Espíritu Santo no pueda levantarlos por los aires con su soplo divino; entretenidos en hacer mon¬ toneros de arena, con los que pretenden escalar el cielo. Padecen esa ce¬ guera espiritual, que les impide ver la santidad infinita de Dios, las mara¬ villas que su gracia obra en las almas, los heroísmos de abnegación que pide para corresponder a su amor inmenso, las locuras del amor por Aquel a quien el amor condujo a la locura de la cruz. Los pecados veniales los tienen en poco, y sólo perciben los de más bulto, haciendo caso omiso de lo que lla¬ man imperfecciones. Son ciegos, porque no echan mano de esa antorcha que alumbra un lugar caliginoso (2 Petr 1,19), y muchas veces con presun¬ ción pretenden guiar a otros ciegos (Mt 15,14)... El que padece, pues, esa ceguera o esa miopía en su vista interior, que le impide penetrar las cosas de la fe hasta lo más. mínimo, no carece de culpa, por la negligencia y descuido con que las busca, por el fastidio que le causan las cosas espirituales, amando más las que le ! entran por los sen¬ tidos» 33 . .11-0,8,8. 31 Cf. 11-11,15. Cf. II-II,r5,3» 33 P. I. Menéndez-Reigada, Los dones del Espíritu Santo y la perfección cristiana c.9 n.T p.593-4- 487 L.U c.2. Las virtudes teologales 342. 6, Medios de fomentar este don.—La actuación de los dones depende enteramente del Espíritu Santo. Pero el alma puede hacer mucho de su parte disponiéndose , con ayuda de la gracia, para esa divina actuación He aquí los principales modos de disponerse: a) La práctica de una-fe viva con ayuda de lá gracia ordinaria.—■ Sabido es quedas virtudes infusas se perfeccionan y desarrollan con la prác¬ tica cada vez más intensa de sus propios actos. Y aunque es verdad que sin salir de su actuación stl modo humano (vía ascética) no podrán jamás alcanzar su perfección, es disposición excelente para que el Espíritu Santo venga a perfeccionarlas con los dones el hacer todo cuanto esté de nuestra parte por los procedimientos ascéticos. Es un hecho que, según su provi- dencia ordinaria, Dios da sus gracias a quien mejor se dispone 35 . b) Perfecta pureza de alma y cuerpo.— Al don de entendimiento, como acabamos de ver, corresponde la sexta bienaventuranza, que se re¬ fiere a los limpios de corazón. Sólo con la perfecta limpieza de alma y cuer¬ po se hace el alma capaz de ver a Dios: en esta vida, por la iluminación profunda del don de entendimiento en el claroscuro de la fe, y en la otra, con la clara visión de la gloria. La impureza es incompatible con ambas cosas. c) . Recogimiento .interior,— El Espíritu Santo es amigo del recogi¬ miento y de la soledad. Sólo allí habla en silencio a las almas: «la llevaré al desierto y le hablaré al corazón» (Os 2,14). El alma amiga de la disipación y del bullicio no percibirá jamás la voz de Dios en su interior. Es preciso hacer ej vacío a todas las cosas creadas, retirarse a la celda del corazón para vivir allí con el divino Huésped hasta conseguir gradüalmente no perder nunca la presencia de Dios aun en medio de los quehaceres más absorben¬ tes. Cuando el alma haya hecho de su parte todo cuanto pueda por reco¬ gerse y aislarse, el Espíritu Santo hará lo demás, d) Fidelidad a la gracia. —El alma ha de estar siempre atenta a no negar al Espíritu Santo cualquier sacrificio que le pida: si hoy oyereis su voz, no. endurezcáis vuestros corazones (Ps 94,8). No solamente ha de evitar cualquier falta voluntaria, que, por pequeña que fuéra, contristaría al Es-: píritu Santo, según .la misteriosa expresión de San Pablo: «Guardaos de en¬ tristecer al Espíritu Santo de Dios» (Eph 4,30), sino que ha de secundar po¬ sitivamente todas sus divinas mociones hasta poder decir con Cristo: «Yo hago siempre lo que es de su agrado» (lo 8,29). No importa que a veces los sacrificios que nos pida parezcan superar nuestras fuerzas. Con la gracia de Dios, todo se puede—«Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Phil 4, 13)—, y siempre nos queda el recurso de la oración para pedirle al Señor por adelantado eso mismo que quiere que le demos: «Dadme lo que man- 34 «Aunque en esta obra que hace el Señor no podemos hacer nada, mas para que Su Majestad nos haga esta merced, podemos hacer mucho disponiéndonos» (Santa Teresa, Mo¬ radas quintas 2,r). Habla la Santa de la oración contemplativa de unión, efecto de los dones de entendimiento y sabiduría. 35 Lo dice hermosamente de muchas maneras Santa Teresa de Jesús: la medida de su fidelidad a la gracia; y esta fidelidad la hemos de obtener por medio de María, Mediadora universal de todas las gracias. 38 Gf. ] L1I,9 y 19. ** 11-11,9,3: íDonum scientiae primo quidem et principaliter respicit speculationem. 489 L.I1 c.2. Las virtudes teologales c) «...BAJO LA ACCIÓN ILUMINADORA DEL ESPÍRITU SANTO...»—Es la causa agente que pone en movimiento el hábito sobrenatural del don. En virtud de esa moción divina, diferentísima de la gracia actual ordinaria que pone en movimiento las virtudes, la inteligencia humana aprehende y juzga las cosas creadas por cierto instinto divino , por cierta connaturalidad, que el justo posee potencialmente, por las virtudes teologales, con todo cuanto pertenece a Dios. En virtud de este don, el hombre no procede por raciocL nio laborioso, sino que juzga rectamente de todo lo creado por un impulso superior y una luz más alta que la de la simple razón iluminada por la fe. d) «... juzga rectamente...» —Esta es la razón formal que distingue al don de ciencia del don de entendimiento. Este último, como ya vimos, tiene por objeto captar y penetrar las verdades reveladas por una profunda intui¬ ción sobrenatural, pero sin emitir juicio sobre ellas («simplex intuitus verita- tis»). El de ciencia, en cambio, bajo la moción especial del Espíritu Santo, juzga rectamente de las cosas creadas en orden al fin sobrenatural. Y en esto se distingue también del don de sabiduría, cuya función es juzgar de las cosas divinas, no de las creadas 40 . «La sabiduría y la ciencia tienen algo de común. Las dos hacen conocer a Dios y a las criaturas. Pero cuando se conoce a Dios por las criaturas y cuando nos elevamos del conocimiento de las causas segundas a la causa primera y universal, es un acto de ciencia. Cuan¬ do se conocen las cosas humanas por el gusto que se tiene de Dios y se juzga de los seres creados por los conocimientos que se tienen del primer Ser, es un acto de sabiduría» 41 . e) «... DE LAS COSAS CREADAS EN ORDEN AL FIN SOBRENATURAL».—Es el objeto material sobre el que recae el don de ciencia. Comprende todas las cosas creadas en cuanto tienen relación con el fin sobrenatural. Y como las criaturas pueden relacionarse con el fin ya sea impulsándonos a él, ya tra¬ tando de apartarnos del mismo, el don de ciencia da aí hombre justo el recto juzgar en ambos sentidos 42 . Más aún: el don de ciencia se extiende también a las cosas divinas que se contemplan en las criaturas procedentes de Dios para manifestación de su gloria según aquello de San Pablo: «Lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las criaturas» (Rom 1,20). «Este recto juzgar de las criaturas es la ciencia de los santos ; y se funda en aquel gusto espiritual y afecto de caridad que no descansa solamente en Dios, sino que pasa también a las criaturas por Dios, ordenándolas a El y formando un juicio de ellas según sus propieda¬ des; esto es, por las causas inferiores y creadas; distinguiéndose en esto de la sabiduría, que arranca de la causa suprema, uniéndose a ella por la caridad» 44 . 344. 2. Necesidad.—El don de ciencia es absolutamente necesario para que la fe pueda llegar a su plena expansión y inquantum scilicet homo scit quid fide tenere debeat- Secundario autem se extendit etiam ad opcratioDcm, secundum quod .per scientiam credibUium, et eorum quae ad credibilía conse- quuntur, dirigimur in agendis*. 4 ° Cf. 11-11,8,6. 4t P. Lallemant, La doctrine sprrítudte princ.4 c.4 a.3; cf. 11-11,9,2 ad 3. Cf. 11 - 11 , 9 , 4 . 4 3 Cf. 11-11,9,2 ad 3. 44 Juan de Santo Tomás, Jn J-II d.18 a.4 § 3 n.to. Cf. Reicada, Los dones del Espíritu Santo y la,perfección cristiana p. 505 . 490 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana desarrollo en otro aspecto distinto del que ya hemos visto con relación al don de entendimiento. No basta aprehender la ver¬ dad revelada aunque sea con esa penetración profunda e intui¬ tiva que proporciona el don de entendimiento; es preciso que se nos dé también un instinto sobrenatural para descubrir y juzgar rectamente de las relaciones de esas verdades divinas con el mundo natural y sensible que nos rodea. Sin este instinto sobrenatural, la misma fe peligraría: porque, atraídos y seducidos por el en¬ canto de las cosas creadas e ignorando el modo de relacionarlas con el mundo sobrenatural, fácilmente erraríamos el camino, abandonando—al menos prácticamente—las luces de la fe y arrojándonos, con una venda en los ojos, en brazos de las criatu¬ ras. La experiencia diaria confirma demasiado todo esto para que sea menester insistir en cosa tan clara. El don de ciencia presta, pues, inestimables servicio a la fe, sobre todo en la práctica. Porque por él, bajo la moción e ilus¬ tración del Espíritu Santo y por cierta afinidad y connaturaiidad con las cosas espirituales, juzgamos rectamente, según los prin¬ cipios de la fe, del uso de las criaturas, de su valor, utilidad o peligros én orden a la vida eterna; de tal manera que del que obra bajo el influjo de este don puede decirse con mucha pro¬ piedad y exactitud que ha recibido de Dios la ciencia de los san¬ tos: «dedit illi scientiam sanctorum» (Sap 10,10). 345. 3. Efectos.—Son admirables y variadísimos los efectos que produce en el alma la actuación del don de ciencia, todos ellos de alto valor santificante. He aquí los principales: i) Nos ENSEÑA A JUZGAR RECTAMENTE DE LAS COSAS CREA¬ DAS EN ORDEN A DlOS. Es lo propio y específico del don de ciencia. «Bajo su impulso, un doble movimiento se produce en el alma: la experiencia del vacío de la criatura, de su nada; y también a la vista de la creación, el descubrimiento de la hue¬ lla de Dios. El mismo don de ciencia arrancaba lágrimas a Santo Domin¬ go al pensar en la suerte de los pobres pecadores, mientras que el espectácu¬ lo de la naturaleza inspiraba a San Francisco de Asís su famoso Cántico al sol. Los dos sentimientos aparecen en el conocido pasaje del Cántico espiri¬ tual, de San Juan de la Cruz, donde el Santo describe el alivio y al mismo tiempo el tormento del alma mística a la vista de la creación, cuando las cosas del Universo le revelan el paso de su Amado, mientras que El perma¬ nece invisible hasta que ei alma, transformada en El, le encuentre en la visión beatífica» 45 .. El primer aspecto hacía exclamar a San Ignacio de Loyola al contem¬ plar el espectáculo de una noche estrellada; «jOh, cuán vil me parece ia tierra cuando contemplo el cielo!»; el segundo hacía caer arrobado a San Juan de la Cruz ante la belleza de una fuentecilla, de una montaña, de un 45 P. Pkii.ipon, La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad c.8 n.6. 491 L.Il c.2. Las virtudes teologales paisaje, de una puesta de sol, o al escuchar «el silbo de los aires amorosos». La nada de las cosas creadas, contemplada a través del don de ciencia, hacía que San Pablo las estimase todas como basura con tal de ganar a Cristo (Phil 3,8); la belleza de Dios, reflejada en la hermosura y fragancia de las flores, obligaba a San Pablo de la Cruz a decirlas entre transportes de amor: «Callad, florecitas, callad...» Y este mismo sentimiento es el que daba al Poverello de Asís aquel sentido sublime de fraternidad universal con todas las cosas salidas de las manos de Dios; el hermano Sol, el hermano Lobo, la hermana Flor... . Era también el don de ciencia quien daba a Santa Teresa aquella facili¬ dad extraordinaria para explicar las cosas de Dios valiéndose de compara¬ ciones y semejanzas tomadas de las cosas creadas. 2 ) NOS GUÍA CERTERAMENTE ACERCA DE LO ,QUE TENEMOS QUE CREER O NO CREER. Las almas en las que el don de ciencia actúa intensamente tienen ins¬ tintivamente el sentido de la fe. Sin haber estudiado teología ni tener letras de ninguna clase, se dan cuenta en el acto si una devoción, una doctrina, un consejo, una máxima cualquiera está de acuerdo y sintoniza con la fe o está en oposición con ella. No Ies preguntéis las razones que tienen para ello, pues no las saben. La sienten asi con una fuerza irresistible y una seguridad in¬ quebrantable. Es admirable cómo Santa Teresa, a pesar de su humildad y rendida sumisión a sus confesores, nunca pudo aceptar la errónea doctrina de que en ciertos estados de oración conviene prescindir de la consideración de la humanidad adorable de Cristo 3) NOS HACE VER CON PRONTITUD Y CERTEZA EL ESTADO DE NUESTRA ALMA. Todo aparece transparente y claro a la penetrante introspección del don de ciencia: «nuestros actos interiores, los movimientos secretos de nuestro corazón, sus cualidades, su bondad, su malicia, sus principios, sus motivos, sus fines e intenciones, sus efectos y consecuencias, su mérito y su demé¬ rito» 4 ?. Con razón decía Santa Teresa que «en pieza adonde entra mucho sol no hay telaraña escondida» (Vida, 19,2). 4) NOS INSPIRA EL MODO MÁS ACERTADO DE CONDUCIRNOS CON EL PRÓJIMO EN ORDEN A LA VIDA ETERNA. En este sentido, el don de ciencia, en su aspecto práctico, deja sentir su influencia sobre la misma virtud de la prudencia, de cuyo perfecciona¬ miento directo se encarga el don de consejo, como enseña Santo Tomás. ; «Un predicador conoce por este don lo que debe decir a sus oyentes y cómo debe apremiarles; un director conoce el estado de las almas que dirige, sus necesidades espirituales, los remedios de sus faltas, los obstáculos que se oponen a su perfección, el camino más corto y seguro para conducirlas; cuándo hay que consolarlas o mortificarlas; lo que Dios obra en ellas y lo que deben hacer de su parte para cooperar con Dios y cumplir sus designios. Un superior conoce de qué manera debe gobernar a sus súbditos. A(t «... y aunque me han contradecido en ella y dicho que no lo entiendo, porque son caminos por donde lleva Nuestro Señor, y que cuando ya han pasado de los principios es mejor tratar en cosas de la Divinidad y huir de las corpóreas, a mi no me harán confesar que es buen camino» (Moradas sextas 7,5; cf. Vida c.22.23 y 24, donde explica ampliamente su pen¬ samiento). 47 P. Lallemant, La doctrine spirituelle princ.4 c.4 a.3. 492 P.líl. Desarrollo normal de la vida cristiana Los que participan más del don de ciencia son los más esclarecidos en todos sus conocimientos. Ven maravillas en la práctica de la virtud. Descu¬ bren grados de perfección que son desconocidos por los otros.. Ven de una simple vista si las acciones son inspiradas por Dios y conformes a sus desig¬ nios; tan pronto como se desvían un poco de los caminos de Dios, lo perci¬ ben en el acto. Señalan imperfecciones allí donde los otros no las pueden reconocer y no están sujetos a engañarse en sus sentimientos ni a dejarse sorprender por las ilusiones de que el mundo está Heno. Si un alma escrupu¬ losa se dirige a ellos, sabrán lo que es necesario decirle para curar, sus es¬ crúpulos. Si han de dirigir una exhortación a religiosos o religiosas, les acu¬ dirán a la mente pensamientos conformes a las necesidades espirituales de estas personas religiosas y al espíritu de su Orden. Si se les proponen difi¬ cultades de conciencia, las resolverán excelentemente. Pedidles la razón de su respuesta y no os dirán una sola palabra, puesto que conocen todo esto sin razón, por una luz superior a todas las razones. Gracias a este don predicaba San Vicente Ferrer con el prodigioso éxito que leemos en su vida. Se abandonaba al Espíritu Santo, ya fuera para pre¬ parar los sermones, ya para pronunciarlos, y todo el mundo salía impre¬ sionado, Era fácil ver que el Espíritu Santo hablaba por su boca. Un día que debía predicar ante un príncipe, creyó que debía aportar a la preparación de su sermón un mayor estudio y diligencia humana. Lo hizo así con extraor¬ dinario interés; pero ni el príncipe ni el resto del auditorio quedaron tan satisfechos de esta predicación tan estudiada como de la del día siguiente, que hizo, como de ordinario, según el movimiento del espíritu de Dios. Se le hizo notar la diferencia entre esos dos sermones. «Es—respondió—que ayer predicó Fr. Vicente y hoy ha sido el Espíritu Santo» 48 . 5 ) NOS DESPRENDE DE LAS COSAS DE LA TIERRA. En realidad, esto no es más que una secuencia de aquel recto juzgar de las cosas, que constituye la nota típica del don de ciencia. Todas las cria¬ turas son como si no fueran delante de Dios 49 . Por eso hay que rebasarlas y trascenderlas para descansar en sólo Dios. Pero únicamente el don de ciencia da a los santos esa visión profunda sobre la necesidad del despren¬ dimiento absoluto que admiramos, por ejemplo, en San Juan de la Cruz. Para un alma iluminada por el don de ciencia, la creación es un libro abierto donde descubre sin esfuerzo la nada de las criaturas y el todo del Creador. «El alma pasa por las criaturas sin verlas, para no detenerse sino en Cristo... El conjunto de todas las cosas creadas, ¿merece siquiera una mirada para aquel que ha sentido a Dios aunque no sea más que una sola vez?» 50 . Es curioso leer el efecto que produjeron en Santa Teresa las joyas que le enseñó en Toledo su amiga doña Luisa de la Cerda. He aquí el texto teresiano con toda su inimitable galanura: «Cuando estaba con aquella señora que he dicho, me acaeció una vez, estando ya mala del corazón (porque, como he dicho, le he tenido recio, aunque ya no lo es), como era de mucha caridad, hfzome sacar joyas de oro y piedras, que las tenía de gran valor, en especial una de diamantes que apre¬ ciaba en mucho. Ella pensó que me alegraran. Yo estaba riéndome entre mí y habiendo lástima de ver lo que estiman los hombres t acordándome de lo que nos tiene guardado el Señor, y pensaba cuán imposible me sería, aunque yo conmigo misma lo quisiere procurar, tener en algo a aquellas cosas si el Señor no me quitaba la memoria de otras. Esto es un gran señorío para el 4 8 P. Lallemant, le. 0 Gf. San Juan de i.a Cruz, Subida 1 , 4 . 50 Cf. P. Philipon, Le. 493 L.1I c.2. Las virtudes teologales alma, tan grande que no sé si lo entenderá, sino quién lo posee; porque es el propio y natural desasimiento, porque es sin trabajo nuestro. Todo lo hace Dios ; que muestra Stj Majestad estas verdades de manera que quedan tan impresas, que se ve claro no lo pudiéramos por nosotros de aquella manera en tan breve tiempo adquirir# (Vida 38,4). 6) NOS ENSEÑA A USAR SANTAMENTE DE LAS CRIATURAS. Este sentimiento, complementario del anterior, es otra derivación na¬ tural y espontánea del recto juzgar de las cosas creadas propio del don de ciencia. Porque es cierto que el ser de las criaturas nada es comparado con el de Dios, pero no lo es menos que «todas las criaturas son meajas que cayeron de la mesa de Dios# 51 , y de El nos hablan y a El nos llevan cuando sabemos usar rectamente de ellas. Esto es cabalmente lo que hace el don de ciencia. Los ejemplos son in¬ numerables en las vidas de los santos. La contemplación de las cosas creadas remontaba sus almas a Dios, del que veían su huella en las criaturas. Cual¬ quier detalle insignificante que pasa inadvertido al común de los mortales impresiona fuertemente sus almas llevándolas a Dios. 7) NOS LLENA DE CONTRICION Y ARREPENTIMIENTO DE NUESTROS PASADOS ERRORES. Es otra consecuencia natural e inevitable del recto juzgar de las criatu¬ ras. A la luz resplandeciente dél don de ciencia descubre el alma la nada de las criaturas: su fragilidad; su vanidad, su escasa duración, su impoten¬ cia para hacemos felices, el daño que el apego a ellas puede acarrearle al alma. Y, al recordar otras épocas de su vida en las que acaso estuvo sujeta a tanta vanidad y miseria, siente en lo más íntimo de sus entrañas un viví¬ simo arrepentimiento, que estalla al e?rterior en actos intensísimos de con¬ trición y desprecio de sí mismo. Los patéticos acentos del Miserere bro¬ tan espontáneamente de su alma como una exigencia y necesidad psico¬ lógica, que le alivia y descarga un poco del peso que le abruma. Por eso co¬ rresponde al don de ciencia la bienaventuranza de «los que lloran», como veremos en seguida 52 . Tales son, a grandes rasgos, los efectos principales del don de ciencia. Gracias a él la virtud de la fe, lejos de encontrar obstáculos en las criaturas para remontarse hasta Dios, se vale de ellas como palanca y ayuda para hacerlo con más facilidad. Perfeccionada por los dones de entendimiento y de ciencia, la virtud de la fe alcanza una intensidad vivísima, que hace pre¬ sentir al alma las divinas claridades de la visión eterna. 346. 4. Bienaventuranzas y frutos que de él se deri¬ van.—Al don de ciencia corresponde la tercera bienaventu¬ ranza ‘ «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán con¬ solados» (Mt 5,5). Y ello tanto por parte del mérito como del premio . Por parte del mérito (las lágrimas), porque el don de ciencia, en cuanto importa una recta estimación de las criatu- 51 San Juan de la Cruz, Subida 1,6,3. Cf. 11-11,9,4 adi. 494 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana ras en orden a la vida eterna, impulsa al hombre justo a llorar sus pasados errores e ilusiones en el uso de Jas criaturas. Y por parte del premio (la consolación), porque", a la luz del don de ciencia, se estiman rectamente las criaturas y ordenan al bien divino, del cual se sigue la espiritual consolatión, que comienza en esta vida y alcanzará su plena consumación en la otra 53 . En cuanto a los frutos del Espíritu Santo, corresponden ai don de ciencia los mismos que a los dones de entendimiento y sabiduría, ya que los tres tienen por objeto lo verdadero en orden al fin último, sobrenatural. Por lo mismo, produce en el entendimiento esa certeza especial acerca de las verdades sobrenaturales que se llama fides; y en la voluntad, por re¬ dundancia, cierto gusto, deleite y fruición que es el gaudium o gozo espiritual 54 . 347 » 5* Vicios contrarios al don de ciencia.—Santo Tomás, en el prólogo a la cuestión relativa a los pecados contra el don de entendimiento (II-II, 15), alude a la ignorancia conio vicio opuesto al don de ciencia, remitiéndose a lo que de ella había ya dicho en otro lugar (1-11,76). El don de ciencia es indispensable para desvanecer comple¬ tamente, por cierto instinto divino, la multitud de errores que en materia de fe y de costumbres se nos infiltran continuada¬ mente a causa de nuestra ignorancia y debilidad mental. No so¬ lamente entre personas incultas, sino aún entre teólogos de nota—a pesar de la sinceridad de su. fe y del esfuerzo, de su estudio—, corren multitud de opiniones y pareceres distintos en materia dogmática y moral, que forzosamente tienen que ser falsos a excepción dé uno solo, porque una sola es lá ver¬ dad. ¿Quién nos dará un criterio sano y certero para no decli¬ nar de la verdad en ninguna de esas intrincadas cuestiones? En el orden personal y subjetivo 55 , esto es algo que supera las fuerzas humana aun del mejor de los teólogos; sólo el Espíritu Santo, por el don de ciencia, nos lo puede proporcionar a modo de instinto divino. Y así se da el caso de personas humanamente sin cultura y hasta analfabetas que asombran a los mayores teólogos por la seguridad y profundidad con que penetran lás verdades de la fe y la facilidad y acierto con que resuelven por instinto los más intrincados problemas de moral. En cambio, ¡cuántas ilusiones padecen en las vías del Señor los que no han sido iluminados por el don de ciencia! Todos los falsos místicos lo son precisamente por la ignorancia, contraria a este don. 5' Cf. 11-11,9,4 c efcad i. 54 cf. IMU,8 c et ad 3 . 55 Otra cosa muy distinta as ea el orden universal y objetivo, en virtud del Magisterio de la Iglesia., criterio infalible de verdad. 495 L.11 c.2. Las virtudes teologales Esta ignorancia puede ser culpable y constituir un verdade¬ ro vicio, en cuanto puede ser voluntaria- Y lo puede ser ya sea por ocupar nuestro espíritu en cosas vanas o curiosas, o aun en las ciencias humanas sin la debida moderación (dejándonos absorber excesivamente por ellas y no dando lugar al estudio de la ciencia más importante, que es la de nuestra propia sal¬ vación o santificación), ya por vana presunción, confiando de- masiado en nuestra ciencia y nuestras propias luces, poniendo con ello obstáculo a los juicios que habíamos de formar, con .la luz del Espíritu Santo. Este abuso de la humana ciencia. es el principal motivo de que abunden más los místicos entre per¬ sonas sencillas e ignorantes que entre los intelectuales y sabios. Mientras no renuncien a su voluntaria ceguera y soberbia inte¬ lectual, no es posible que lleguen a actuar en sus almas los dones del Espíritu Santo. El mismo Cristo nos avisa en el Evangelio; «Gracias te doy, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las re¬ velaste a los pequeñuelos» (Mt 11,25). De manera que lá ignorancia, contraria al don de ciencia —que puede darse y se da muchas veces en grandes sabios se¬ gún el mundo—, es indirectamente voluntaria -y culpable, cons¬ tituyendo, por lo mismo, un verdadero vicio contra el don 56 . 348. 6. Medios de fomentar este don.—Aparte del recogimiento, fidelidad a la gracia , invocación del Espíritu San¬ to , etc., que son medios comunes de fomentar los dones del Es¬ píritu Santo en general, podemos señalar algunos más especia¬ les, que se refieren particularmente al don de ciencia. He aquí los principales: a) Considerar la vanidad de las cosas creadas, —Nunca, ni con mucho, podremos con nuestras pobres «consideracioncillas» 57 acercarnos a la penetrante intuición del don de ciencia sobre la vanidad de las cosas creadas; pero es indudable que podemos hacer algo meditando seriamente en ello con los procedimientos discursivos a nuestro alcance. Dios no nos pide en cada momento más que lo que entonces podemos darle; y a quien hace lo que puede de su parte, no le niega jamás su ayuda para ulteriores avances 58 . b) Acostumbrarse a relacionar con Dios todas las cosas crea¬ das.— Es otro procedimiento psicológico para irse acercando poco a poco al punto, de vista en que nos colocará definitivamente el don de ciencia. No descansemos en las criaturas; pasemos a través de ellas hasta Dios. 56 Cf. P. I. G. Menéndez-Reigada, Los dones del Espíritu Santo y la perfección cristiana c. 9 n.T p.5Qó-6oo. 57 La expresión, de una fuerza realista insuperable, es de Santa Teresa (cf. Vida 15,14). Puede ayudar en esta, labor la lectura de ciertas obras sobre esté mismo asunto. El Venerable PJ Granada escribió páginas admirables en varias de sus obras, y Fr. Diego de Estella compúso su famoso Tratado de la vanidad del mundo, que no ha perdido todavía su frescura y actualidad. 496 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana ¿Acaso las bellezas creadas no son un pálido reflejo de la divina Hermosura? Esforcémonos en descubrir en todas las cosas la huella y el vestigio de Dios, preparando los caminos a la acción sobrehumana del Espíritu Santo. c) Oponerse enérgicamente al espíritu del mundo. —El mundo, como vimos en su lugar, tiene el triste privilegio de ver todas las cosas —desde el punto de vista sobrenatural—precisamente oí revés de lo que son . No se preocupa más que de gozar de las criaturas, poniendo en ellas su feli¬ cidad, completamente de espaldas a Dios. No hay, por consiguiente, otra actitud más contraria al espíritu del don de ciencia, que nos hace despreciar las criaturas o usar de ellas únicamente por relación a Dios y en orden a El. Huyamos de las reuniones mundanas, donde se lanzan y corren como mo¬ neda legítima falsas máximas totalmente contrarias al espíritu de Dios. Re¬ nunciemos a espectáculos y diversiones tantas veces saturados o al menos influidos por el ambiente malsano del mundo. Andemos siempre alerta para no dejarnos sorprender por los asaltos de este enemigo artero, que trata de apartar nuestra vista de los grandes panoramas del mundo sobrenatural. d) Ver la mano de la Providencia en el gobierno dél mundo y EN TODOS LOS ACONTECIMIENTOS PRÓSPEROS O ADVERSOS DE NUESTRA VIDA.— Cuesta mucho colocarse en este punto de vista, y nunca lo conseguiremos del todo hasta que lo haga en nosotros el don de ciencia y, sobre todo, el de sabiduría; pero esforcémonos en hacer lo que podamos. Es un dogma de fe que Dios cuida con amorosísima providencia de todos nosotros. Es nuestro Padre, que sabe mucho mejor que nosotros lo que nos conviene y nos gobierna con infinito amor, aunque no acertamos muchas veces a descubrir sus secretos designios en lo que dispone o permite sobre nosotros, sobre nuestros familiares o el mundo entero. e) Preocuparse mucho de la pureza de corazón. —Este cuidado atrae¬ rá la bendición de Dios, que no dejará de darnos los dones que necesitamos para lograrla del todo, si somos fieles a su gracia. Hay una relación muy estrecha entre la guarda del corazón y cumplimiento exacto de todos nues¬ tros deberes y las iluminaciones de lo alto: «Soy más entendido que los an¬ cianos, si guardo tus preceptos» (Ps 118,106). A R T I C U L O 2 La virtud de la esperanza 34^. S.Th. ü-ü, 17-22; Scaramelll Directorio ascético t.4 a.2; Mons. Gay, Vida y vir¬ tudes cristianas t.r tf .5 1 Ch. de Smedt, Notre vie surmt. t.i p.272-364; Barré, Tractatus de uirtutibus tertiá pars c.2; Janvier, Caréme 1913; Gareigou-Lagrange, Tres edades 1 V,i 1 ; Tanquerey; Teología ascética n. 1190-1206; Prümmbr, Manuale Theologiae Moralis I n.533-550; Ramírez, O. P., La esencia de la esperanza cristiana (Madrid 1960), 350* 1. Nociones*—1) La esperanza es una virtud teo¬ logal infundida por Dios en la voluntad por la cual confiarnos con plena certeza alcanzar la vida eterna y los medios necesarios para llegar a ella apoyados en el auxilio omnipotente de Dios . El objeto material primario de la esperanza es la bienaventuranza eterna, y el .secundario, todos los medios que a ella conducen. El objeto formal «quod» es el mismo Dios, en cuanto bienaventuranza objetiva del hombre, conno¬ tando la bienaventuranza formal o visión beatífica. Y el motivo formal de LJÍ c.2. Las virtudes teologales 497 esperar (objeto formal «quo») es la ornmpotencia auxiliadora de Dios,, conno¬ tando la misericordia y la fidelidad de Dios a sus promesas. 2) La esperanza reside en la voluntad , ya que su acto pro¬ pio es cierto movimiento del apetito racional hacia el bien, que es el objeto de la voluntad L 3) La caridad y la fe son más perfectas que la esperanza 2 . En absoluto, la fe y la esperanza pueden subsistir sin la caridad (fe y esperanza informes), pero ninguna virtud infusa puede subsistir sin la fe 3 . 4) La esperanza tiende con absoluta certeza a su objeto 4 . Ello quiere !decir que, aunque no podamos estar ciertos de que conseguiremos de hecho nuestra eterna salvación—a menos de una revelación especial (D 805)-^, podemos y debemos tener la certeza absoluta de que, apoyados en la omnipotencia auxilia¬ dora de Dios (motivo formal de la esperanza), nó puede salimos al paso ningún obstáculo insuperable para la salvación; o sea, que por parte de Dios no quedará, aunque puede quedar por nosotros. Se trata, pues, de una certeza de inclinación y de motivo , no de previo conocimiento infalible ni de evento o eje¬ cución infrustrable A 5) Los bienes de este mundo caen también bajo el objeto secundario de la esperanza, pero únicamente en cuanto puedan sernos útiles para la salvación. Por eso dice Santo Tomás que, fuera de la salvación del alma, no debemos pedir a Dios ningún otro bien a no ser en orden a la misma salvación 6 . 6) La esperanza teologal es imposible en los infieles y herejes formales, porque ninguna virtud infusa subsiste sin la fe. Pueden tenerla (aunque informe) los fieles pecadores que no hayan pecado directamente contra ella. Se encuentra pro¬ piamente en los justos de la tierra y en las almas del purgato¬ rio. No la tienen los condenados del infierno (nada pueden es¬ perar) ni los bienaventurados en el cielo (ya están gozando del Bien infinito que esperaban). Por esta última razón, tampoco la tuvo Cristo acá en la tierra (era bienaventurado al mismo tiempo que viador) 7 . 7) El acto de esperanza (aun el informe) es de suyo honesto y virtuoso (contra Calvino, Bayo, jansenistas y Kant, que afir¬ man que cualquier acto de virtud realizado por la esperanza del premio eterno es egoísta e inmoral). Consta expresamente 1 Cf. IMI r i8,i. 2 Cf. 11-11,17,7-8. 3 Cf. 1-11,65.4-5. * Cf. 11 - 11 , 18 , 4 - Cf. D 806. 5 Cf Ramírez, De certitudine spei christümae (Salamanca 1038). 6 Cf. H-II,i7,z ad 2. f Cf. IMI,i 8 , 2 - 3 . 18 T eoí. perfección 498 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana en la Sagrada Escritura 8 y puede demostrarlo la razón teológi¬ ca, ya que la vida eterna es el fin ultimo sobrenatural del hom¬ bre: luego obrar con la mira puesta en este fin no sólo es ho¬ nesto, sino necesario . La doctrina contraria está, condenada por la Iglesia (D 1303). 8) Por lo mismo, no hay en esta vida ningún estado de perfección que excluya habitualmente los motivos de la. espe¬ ranza. Tal fue el error de quietistas y semiquietistas, conde¬ nados respectivamente por la Iglesia (D 1227.1232.1327SS), El error de los jansenistas y quietistas al afirmar qué él obrar por la esperanza es inmorál o imperfecto estriba en imaginarse que con ello de¬ seamos a Dios como un bien para nosotros, subordinando a Dio$ a nuestra propia felicidad. No es eso. Como explica el cardenal Cayetano (In II-II 17,5 h.6): *aliud est concupiscere hoc mihi, et aliud concupiscere propter me». Deseamos a Dio 9’para nosotros, pero no a causa o por razón de nosotros, sino por El mismo. Dios sigue siendo el/m del acto de esperanza, no nosotros. En cambio, cuando deseamos una cosa inferior (v.gr., el alimento material), la deseamos para nosotros y por nosotros: nobzs et propter nos. Es completa¬ mente distinto, 351. 2» Pecados contra la esperanza.—Santo Tomás explica que a la esperanza se oponen dos vicios: uno, por de¬ fecto, la desesperación, que considera imposible la salvación eterna, y proviene principalmente de la acidia (pereza espiri¬ tual) y de la lujuria; y otro por exceso, la presunción, que revis¬ te dos formas principales: la que considera la bienaventuranza eterna como asequible por las propias fuerzas, sin ayuda de la gracia (presunción heretical), y la que espera salvarse sin arrepentimiento de los pecados u obtener la gloria sin mérito alguno (pecado contra el Espíritu Santo), La presunción suele provenir de la vanagloria y de la soberbia 9 . 352. 3. El crecimiento de la esperanza.—La esperan¬ za, como toda otra virtud, puede crecer y desarrollarse cada vez más. Veamos las principales fases de su desarrollo a través de las diferentes etapas de la vida espiritual. A) Los PRINCIPIANTES 1) Ante todo evitarán tropezar en alguno de los dos escollos con¬ trarios a lá esperanza: la presunción y la desesperación . Para evitar el .primero han de considerar que sin la gracia de Dios no podemos absolutamente nada en el orden sobrenatural: sine me nihil potestis facere (lo 15,5), ni siquiera tener un buen pensamiento o pronunciar fructuosamente el nombre de Je¬ sús (1 Cor 12,3). Tengan en cuenta que Dios es infinitamente ¡bueno y $ Véanse, por ejemplo, los siguientes textos: Mt 19,21 y 29; t Cor 9,24; 2 Cor 4,17; Eph 1,18; Col 3>24, etc., etc. 9 Cf. 11-11,20-21. 499 L.ll c,2. Las virtudes teologales misericordioso, pero también infinitamente justo, y nadie puede reírse de El (Gal 6,7). Está dispuesto a salvamos, pero a condición de que coopere¬ mos voluntariamente a su gracia (1 Cor 15,10) y obremos nuestra salvación con temor y temblor (Phíl 2,12). Contra ía -desesperación y el desaliento recordarán que la misericordia de Dios es incansable en perdonar al pecador arrepentido, que !a violencia de nuestros enemigos jamás podrá superar al auxilio omnipotente de Dios y que, si es cierto que por nosotros mismos nada podemos, con la gracia de Dios seremos capaces de todo' (Phil 4,13). Hay que levantarse animosa¬ mente de las recaídas y reemprender la marcha con mayores bríos, tomando ocasión de la misma falta para redoblar la vigilancia y el esfuerzo: «Todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios», dice el apóstol San Pablo (Rom 8,28); y San Agustín se atreve a añadir: etiam peccata: «hasta los mismos pecados», en cuanto que son ocasión de que el alma se tome más vigilante y precavida. 2) Procurarán levantar sus miradas al cielo: a) Para despreciar las cosas de la tierra. —Todo lo de acá es sombra, va¬ nidad y engaño. Ninguna criatura puede llenar plenamente el corazón del hombre, en el que ha puesto Dios una capacidad infinita. Y aun en. el caso de que pudieran satisfacerle del todo, sería una dicha fugaz y transitoria, como la vida misma de! hombre sobre la tierra. Placeres, dinero, honores, aplausos; todo pasa y se desvanece como el humo. Tenía razón San Fran- cisco de Borja: «No más servir a señor que se me pueda morir». En fin de cuentas: «¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma para toda la eternidad?» (Mt, 16,26). b) Para consolarse en los trabajos y amarguras de la vida.—La tierra es un lugar de destierro, un valle de lágrimas y de miserias. El dolor nos acom¬ paña inevitablemente desde la cuna hasta el sepulcro; nadie se escapa de esta ley inexorable. Pero la esperanza cristiana nos recuerda que todos los sufrimientos de esta vida no son nada en comparación de la gloria que ha de manifestarse en nosotros (Rom 8,13) y que, si sabemos soportarlas san¬ tamente, estas momentáneas y ligeras tribulaciones nos preparan el peso eterno de una sublime e incomparable gloria (2 Cor 4,17)* ¡Qué consuelo tan inefable experimenta el alma atribulada al contemplar el cielo a través del cristal de sus lágrimas! c) Para animarse a ser buenos.—Cuesta mucho la práctica de la virtud. Hay que dejarlo todo, hay que renunciar a los propios gustos y caprichos y hay que rechazar los continuos asaltos del mundo, demonio y carne. Sobre, todo al principio de la vida espiritual se hace muy dura esta lucha continua, i Pero qué aliento tan grande se experimenta al levantar los ojos ai cielo! Vale la pena esforzarse un poco durante los breves anos del des¬ tierro a fin de asegurarse bien la posesión eterna de la patria. Más adelante, cuando el alma vaya avanzando por los caminos de la unión con Dios, los motivos del amor desinteresado prevalecerán sobre los de la propia felicidad; pero nunca se abandonarán del todo (error quietista), y aun los santos más grandes encuentran en la nostalgia del cielo uno de los más poderosos es¬ tímulos para seguir adelante sin desmayo en la vía del heroísmo y de la santidad. B) Las almas adelantadas A medida que el alma va progresando en los caminos de la perfección, procurará cultivar la virtud de ía esperanza intensificando hasta el máximo su confianza en Dios y en su divino auxilio. Para ello: 500 PJII' Desarrollo normal de Id, vida cristiana 1) No SE PREOCUPARÁ CON SOLICITUD ANGUSTIOSA DEL DÍA DE maña¬ na.— Estamos colgados de la divina y amorosísima providencia de nuestro buen Dios. Nada nos faltará si confiamos en EL .y lo esperamos todo de El: a) Ni en el orden temporal: «Ved los lirios dél campo...; ved las aves del cielox; ¿cuánto más vosotros» hombres de poca fe?» (Mt 6,25-34). bj Ni en el ordén de la gracia:' «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (lo 10,10). «Según las riquezas de su gracia que super- abundantemente derramó sobre nosotros» (Eph 1,7-8). Por eso: 2) Simplificará cada vez más su oración.— «Cuando orareis no ha¬ bléis mucho..., que ya sabe vuestro Padre celestial las cosas que necesitáis antes de que se las pidáis» (Mt 6,7-13). La fórmula del Padre nuestro, ple¬ garia incomparable, que brotó de los labios del divino Maestro, será su . pre¬ dilecta, junto con aquellas otras del Evangelio tan breves y llenas de con¬ fianza en la bondad y misericordia del Señor: «Señor, el que amas está enfermo...; si tú quieres, puedes limpiarme...; haced que vea...; enséñanos a orar...; auméntanos la fe...; no tienen vino...; muéstranos al Padre, y ésto nos basta». ¡Cuánta sencillez y sublimidad en el Evangelio y cuánta com¬ plicación y amaneramiento en nosotros! El alma ha de esforzarse en conse¬ guir aquella-confianza ingenua, sencilla e infantil que arrancaba milagros al corazón del divino Maestro. 3) Llevará más lejos que los principiantes su desprendimiento de todas las cosas de la tierra.' —¿Qué valen todas ellas ante una sonrisa de Dios? «Desde que he conocido a Jesucristo, ninguna cosa creada me ha pa¬ recido bastante bella para mirarla con codicia» (P. Lacordaire). Ante el pensamiento de la soberana hermosura de Dios, cuya contemplación nos embriagará de felicidad en la vida eterna, el alma renunciará de buen grado a todo lo terreno: cosas exteriores (desprendimiento total, amor a la pobre¬ za), placeres y diversiones (hermosuras falaces, goces transitorios), aplausos y honores (ruido que pasa, incienso que se disipa), venciendo con ello la triple concupiscencia, que a tantas almas tiene sujetas a la tierra impidién¬ dolas volar al cielo (1 lo 2, 16). 4) Avanzará con gran confianza por las vías de la unión con Dios. —Nada podrá detenerla, si ella quiere seguir adelante a toda costa. Dios, que la llama a una vida de íntima unión con El,.le tiende su mano divina con la garantía absoluta de su omnipotencia, misericordia y fidelidad a sus promesas. El mundo, el demonio y ía carne le declararán guerra sin cuartel, pero: «los que confían en el. Señor renuevan sus fuerzas, y echan alas como de águila, y vuelan velozmente sin cansarse, y corren sin fáti- garse» (Is 40,31). Con razón decía San Juan de la Cruz que con la librea verde de lá esperanza «se agrada tanto al Amado del alma, que es verdad decir que tanto alcanza de él cuanto de ella El espera» 10 . El alma que, a pesar de todas las contrariedades y obstáculos, siga animosamente su camino con toda su confianza puesta en Dios, llegará, sin duda alguna, a la cumbre de la perfección. C) Las almas perfectas Es en ellas donde la virtud de la esperanza, reforzada por los dones del Espíritu Santo, alcanza su máxima intensidad y perfección. He aquí las principales características que en ellos reviste: 1) Omnímoda confianza en Dios.— -Nada es capaz de desanimar a un siervo de Dios cuando se lanza a una empresa en la que está interesada la 10 Nocta 11 , 21 , 8 . 501 L.ll c2. Las virtudes teologales gloria divina. Diríase que las contradicciones y obstáculos/ lejos de dismi¬ nuirla, intensifican y aumentan su confianza en Dios, que llega con frecuen¬ cia hasta la audacia. Recuérdese, por ejemplo, los obstáculos que tuvo que vencer Santa Teresa de Jesús para la reforma carmelitana y la seguridad firmísima del éxito con que emprendió aquella obra superior a las fuerzas humanas, confiando únicamente en Dios 11 . Llegan, como de Abraham dice San Pablo, «a esperar contra toda esperanza» (Rom 4,18). Y están dispuestos en . todo momento a repetir la .. frase heroica de Job: «aunque me matare, esperaré en El» (Job 13,15). Esta confianza heroica glorifica inmensamente a Dios y es de grandísimo meredrhiehto para el alma. 2) Paz y serenidad inconmovibles.— Es unaConsecuencia natural de su omnímoda confianza en Dios. Nada es capaz de perturbar el sosiego de su espíritu. Burlas, persecuciones,-calumnias, injurias, enfermedades, fraca¬ sos..., todo resbala sobre su alma como el agua sobre el mármol, sin dejar la menor huella ni alterar en lo más mínimo la serenidad de su espíritu.. Al santo Cura de Ars le dan de improviso una tremenda bofetada y se limita a decir sonriendo: «Amigo: la otra mejilla tendrá celos». San Luis Beltrán bebió inadvertidamente una bebida envenenada y permaneció completamente tran¬ quilo al enterarse. San Carlos Borromeo continúa imperturbable el rezo del: santo rosario al recibir la descarga de un arcabuz, cuyas balas pasaron ro¬ zándole el rostro. San Jacinto de Polonia no se defiende al verse objeto de horrenda calumnia, esperando que Dios aclarará el misterio. ¡Qué paz, qué serenidad, qué confianza en Dios suponen estos ejemplos heroicos de ios santos! Diríase que sus almas han perdido el contacto de las cosas de este mundo y permanecen «inmóviles y tranquilas como si estuvieran ya en la eternidad» (sor Isabel de la Trinidad). 3) Deseo de morir para trocar el destierro por la patria. —Es una de las más ciarás señales de la perfección de la esperanza. La naturaleza siente horror instintivo a la muerte; nadie quiere morir. Sólo cuando la gracia se apodera profundamente de un alma comienza á darle una visión más exacta y real de las cosas y empieza a desear la muerte terrena para co¬ menzar a vivir la vida verdadera. Es entonces cuando lanzan el «morior quia non morior», de Sarf Agustín, que repetirán después Santa Teresa y San Juan dé la Cruz—«que muero porque no muero»—, y que constituye uno de los más ardientes deseos dé todos los santos. El alma que continúa ape¬ gada a la vida de la tierra, que mira con horror a la muerte que se acerca, muestra con ello bien a las claras que su visión de la realidad de las cosas y su esperanza cristiana, es todavía muy imperfecta. Los santos—todos los santos—desean morir cuanto antes para volar al cielo. 4) El cielo, comenzado en la tierra, —Los santos desean morir para volar al cielo; pero, en realidad, su vida de cielo comienza ya en la tierrá. ¿Qué les importan las cosas de este mundo? Como dice un precioso res- ponsorio de la liturgia dominicana, los siervos de Dios viven en la tierra nada 11 He aquí algunas expresiones admirables de la Santa en las que muestra su confianza inquebrantable en el Señor: «Todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios» (Vida 8,12); «ponía toda mi confianza en Dios» (Ibid., 9.3); «y aunque* la hacienda erá poca, algo se habla de fiar de Dios» (Ibid., 32,17); no puede faltar Dios a quien le sirve» (Relaciones 2 p.14); «Hasta ahora.. . tenia más confianza ; en ayudas del mundo; ahora entiendo claro ser todos unos palillos de romero.seco» (Ibid., 3,1); «tenía muy creído que no había de faltar el Señor a las que no traían .otro cuidado sino en cómo contentarle» (Fundaciones 1,2); «el ánimo no desfallecía, ni la esperanza* (Ibid., 2,6); : «para hacer muchos monasterios de pobreza sin renta, nunca me falta confianza* (Ibid., 20, 1 3); «la confianza que suelo tener en Nuestro Señor no se me quitaba» (Ibid., z$,i); «si tenéis confianza en El..:, no hayáis miedo que os falte nada* (Ibid., 27,12); «la confianza del buen suceso no se me pierde un punto# (Cartas 242,1); «fíe de Dios, que es-verdadero amigo* 1 (Ibid., 325,1). 502 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana más que con el cuerpo; pero su alma, su anhelo, su ilusión, está, ya fija en el cielo 12 . Es, sencillamente, la traducción de aquel «nostra autem conyersa- tio in caelis est» (Phil 3,20), que constituía la vida misma de San Pablo. El don de temor S,Th., Il-Iíug.—Véase, además, la nota bibliográfica del n.336 Las disposiciones sublimes de los santos que acabamos de recordar son efecto manifiesto de la actuación sobrehumana de los dones del Espíritu Santo. Las ^virtudes, abandonadas a sí mismas, nunca llegan a estas alturas..La regla de la pobre ra¬ zón, aun iluminada por la fe, es demasiado imperfecta para percibir estos matices exquisitos; eso es cosa del Espíritu Santo sometiendo al alma al régimen de sus dones. Según Santo Tomás de Aquino, el don encargado de per¬ feccionar la virtud de la esperanza es el de temor . Vamos a es¬ tudiarlo brevemente, 353. 1. Naturaleza.—El don de temor es un hábito so¬ brenatural por el cual el justo , bajo el instinto del Espíritu Santo, adquiere docilidad especial para someterse totalmente a la divina voluntad por reverencia a la excelencia y majestad de Dios t que puede infligirnos un maL Para entender esta doctrina es menester plantear un problema previo, como hace Santo Tomás en el artículo primero de esta cuestión; ¿Es posible que Dios sea temido? Y contesta diciendo que Dios en sí mismo, como su¬ prema e infinita Bondad, no puede ser objeto de temor, sino de amor. Pero, en cuanto que en castigo de nuestras culpas, puede infligimos un mal, puede y debe ser temido. Y al contestar a una objeción armoniza el temor y la esperanza—que a primera vista parecen incompatibles^, diciendo que en Dios hay justicia y misericordia, la primera'de las cuales excita en nosotros el temor, y la segunda, la esperanza. Y así, por diversas razones,’ Dios es objeto de temor y de esperanza 13 . Pero es menester examinar la naturaleza de ese; temor, porque hay muchas clases de temor, y no todos son dones del Espíritu Santo, ni siquiera honestos. Es lo que hace Santo To¬ más en los artículos siguientes, un resumen de los cúales ofre¬ cemos; aquí: El temor se divide en mundano , servil, jilial e inicial (a.2). El temor mundano es aquel que no vacila en. ofender a Dios para evitar un mal temporal (v.gr., apostatando de la fe para evitar los tormentos del tirano que la persigue). Este temor es siempre malo, ya que pone su fin en este mundo, completamente de espaldas a Dios {a.3). Huye de la pena tem¬ poral, cayendo en la culpa ante Dios. 12 «Quoniam in hac peregrinatione so/o corpore constitutus, cogitatíone et aviditate m illa aeterna patria convcrsatus (respoosorio tercero del primer nocturno del común de con¬ fesores en el Breviario dominicano). 13 Cf. Il-ÍIji9,i c et ad 2. L.ll c.2. Las virtudes teologales 503 El temor servil es aquel que impulsa a servir a Dios y a cumplir su divina voluntad por los males que de no hacerlo así caerían sobre nosotros (castigos temporales, infierno eterno). Este temor, aunque imperfecto, es bueno en su substancia (a,4); pues, en fin de cuentas, nos hace evitar el pecado y se ordena a Dios como a su fin, no considerando la pena como el ma 1 único (si así fuera, sería malo y pecaminoso) . (aló). Huye de la culpa para evitar la pena 14 . El temor filial (llamado también reverencia! o casto) es el que impulsa a servir a Dios y a cumplir su divina voluntad, huyendo de la culpa sólo por ser ofensa de Dios y por el temor de ser separado de El. Se llama filial porque es propio de los hijos temer la. pérdida y separación de su padre. Este temor, como es claro, es bueno y perfecto. Huye de la culpa sin tener para nada en cuenta la pena. El temor inicial ocupa un lugar intermedio entre los dos últimos. Es aquel que huye de la culpa principalmente en cuanto ofensa de Dios, pero mez¬ clando en esa huida cierto temor a la pena. Este temor es mejor que el servil, pero no tanto como el filial. Ahora bien: ¿cuál de éstos temores es don de! Espíritu Santo? Es evidente que ni el mundano ni el servil pueden serlo. El mundano, porque es pecaminoso: teme más perder al mundo que a Dios, a quien aban¬ dona por el mundo, -Y tampoco el servil, porque, aunque de suyo no es malo, puede darse también en el pecador mediante una gracia actual que le mueva al dolor de atrición por el temor dé la pena. Esté temor es ya una gracia de Dios que le .mueve al arrepentimiento, pero todavía no está co¬ nectado ¡con la caridad ni, por consiguiente, con los dones del Espíritu Santo, Según Santo Tomás (a.g), sólo el temor filial o casto entra en el don de temor, porque se funda en la caridad y reverencia a Dios como Padre y teme separarse de E! por la culpa. Pero como el temor inicial no difiere substan¬ cialmente del filial (a. 8), también aquél entra a formar parte del don de temor, aunque sólo en sus manifestaciones incipientes e imperfectas. A me¬ dida que crece la caridad, se va purificando este temor inicial, perdiendo su modalidad servil, que todavía teme la pena, para fijarse únicamente en la culpa en cuanto ofensa de Dios. Eii la Sagrada Escritura se nos dice que «el temor de Dios es e! principio de la sabiduría* (Ps no;io). Pero esto hay que entenderlo no en cuanto a la esencia de la sabiduría especulativa-cuyos primeros principios son los ar¬ tículos de la fe—, sino en cuanto a la sabiduría práctica , cuyo primer efecto es. sujetar a los súbditos a la ley de Dios, que se consigue imperfectamente por el temor servil y con toda perfección por el temor filial (a.7). El don de temor, como todos los demás, permanecerá en el cielo. No en cuanto servil —en este sentido no es don del Espíritu Santo—ni en cuanto iniciaU ya que ninguna pena será entonces posible, sino sólo en cuanto filial. Y únicamente, en su aspecto reverencial ante la Majestad de Dios; no 14 La recta iáteligencia de la moralidad del temor servil ofrece alguna dificultad. Para disiparla téngase en cuenta que el miedo a la pena puede influir de tres maneras en el que realiza una buena acción o deja de cometer un pécado: a) como causa única ; v.gr., «Cometería el pecado si no hubiera infiernos En. este sentido se . le llama temor servilmente servil, y es malo y pecaminoso, porque, aunque de hecho evita la materialidad del pecado, incurre for¬ malmente en él por el afecto que le profesa; no le importaría para nada ía ofensa de Dios si no llevara consigo la pena, b) Como causa remota sobreañadida a la próxima y principal; v.gr., «No quiero pecar, porque es ofensa de Dios y además redundarla en perjuicio mío*. Es claro que en este sentido es bueno y honesto (es el llamado temor inicial), c) Como causa próxima, aunque sin excluir otra razón suprema; v.gr., «No quiero cometer este pecado, porque me llevaría ai infierno, ademé? de ser ofensa de Dios*. Este es el Llamado temor sim¬ plemente servil; imperfecto sin duda alguna, pero honesto en el fondo, puesto que, aunque sea más remotamente (por esto es imperfecto), rechaza también como razón suprema la ofensa de Dios en cuanto tal. No hay inconveniente ninguno en que un fin próximo inferior se re¬ lacione y subordine a otro fin remoto superior; son dos cosas perfectamente compatibles. 504 P.IU. Desarrollo normal de la vida cristiana en su aspecto de temor de la ofensa divina,: que será completamente impo¬ sible por la impecabilidad intrínseca a la bienaventuranza (a.n). 354* .2, Necesidad,—La ¡necesidad de ios dones, en ge¬ neral, se toma de la imperfección con-que sin ellos practicamos las virtudes infusas al someterlas a la regla de la razón humana aunque sea iluminada por la fe. Tres son las principales virtudes que necesitan ser reforza¬ das por la regulación divina del don de temor: la esperanzad la templanza y la humildad 15 . a) La esperanza. —El hombre siente natural propensión a amarse desordenadamente a sí mismo, a presumir qué algo es, algo vale y algo puede en orden á conseguir, su bienaventu¬ ranza. Es el pecado de presunción, contrario a la virtud de la esperanza, qué únicamente arrancará de raíz el don dé temor al darnos un sentimiento sobrenatural de nuestra impotencia ab¬ soluta ante Dios—ni siquiera el nombre de Jesús podemos pro¬ nunciar convenientemente.;sin el auxilio divino (i Cor 12,3)—, que traerá como consecuencia el apoyarnos únicamente en la omnipotencia auxiliadora de Dios, que es cabalmente el motivo formal de la esperanza. Sin el don de temor, esta última nuncá llegará a ser del todo perfecta 16 . b) La templanza.— Santo Tomás dice que el don de. te¬ mor mira principalmente a Dios, cuya ofensa nos hace evitar, y en este sentido pertenece a la virtud de la esperanza, como ya hemos dicho; Pero secundariamente puede mirar a cualquier otra cosa de la que el hombre se aparté par a. evitar la ofensa de Dios. Y en este sentido corresponde, al don de temor, corregir la tendencia más desordenada que el hombre experimenta—la de los placeres carnales—, reprimiéndola mediante el temor divino, ayudando y reforzando la virtud de la templanza 17 . c) LÁ humildad.— Escuchemos a un teólogo contempo¬ ráneo explicando ésta doctrina: «Ama el hombre, ante todo, su grandeza, dilatarse y ensancharse más de lo que le corresponde, lo cual constituye el orgullo, la soberbia; mas la humildad le reduce a sus debidos limites para que no pretenda ser más de lo que es según la regla de la razón. Y sobre esto viene a actuar el don de temor, sumergiendo al alma en el abismó de sú hada ante el todo de Dios, en las profundidades de su miseria ante la infinita justicia y majestad divinas. Y así, penetrada el alma por este don, como es nada delante dé Dios y no tiene de su parte más que su miseria y su pecado, no intenta por sí misma grandeza ni gloria alguna fuera de Dios, ni se juzga merecedora de otra cosa que de 15 -Cf. I. G. Menéndez-Reigada, Los dones del Espíritu Santo y la perfección cristiana (Madrid 1948) c.8 n.S p.575-84. 16 Cf. II-II,ig,9 ad i et z; I4M ad 3 . = 17 Cf. II-II,i4i,i ad j. L .11 c. 2 . Las virtudes teologales 605 desprecio y castigo. Sólo así puede la humildad llegar a su perfección; y tal era la humildad que vemos en los santos, con un desprecio absoluto de sí mismos» 18 . ' Al lado de estas tres virtudes fundamentales, el don de te¬ mor deja también sentir su influencia sobre otras varias, rela¬ cionadas dé algún modo con aquéllas. No hay ninguna virtud moral que, a través de alguna teologal o cardinal, deje de re¬ cibir la influencia de algún don. Y así, a través de la templanza, el don de temor actúa sobre la castidad, llevándola hasta la de¬ licadeza más exquisita; sobre la mansedumbre , reprimiendo to¬ talmente la ira desordenada; sobre la modestia, suprimiendo en absoluto cualquier movimiento desordenado interior o exte¬ rior; y combate las pasiones que juntamente con la vanagloria son hijas de la soberbia: la jactancia, la presunción, la hipocresía, la pertinacia, la discordia, la réplica airada y la desobediencia 355. 3. Efectos.—Son inapreciables los efectos santifica- dores que produce en las almas la actuación del don de temor, con ser el último y menos perfecto de todos 20 . He aquí los principales: r) Un vivo sentimiento de la grandeza y majestad de Dios, que las sumerge en una. adoración profunda, llena DE REVERENCIA Y HUMILDAD. Es el efecto más característico del don de temor, que se desprende de su misma.;definición. El alma sometida a su acción se siente transportada con fuerza irresistible ante la grandeza y majestad de Dios, que hace temblar a los mismos ángeles: «trerpunt potestates». Delante de esa infinita majestad se siente nada y menos que nada, puesto que es una nada pecadora. Y se apodera de ella un sentimiento tan fuerte y penetrante de reverencia, sumi¬ sión y acatamiento, que quisiera deshacerse y padecer mil muertes por Dios. Entonces es cuando la humildad llega a su colmo. Sienten deseos inmen¬ sos de «padecer y ser despreciados por Dios» (San Juan de la Cruz). No se les ocurre tener el más ligero; pensamiento de vanidad o presunción. Ven tan claramente su miseria, que cuando les alaban les parece que se burlan de ellos (Cura de Ars). Santo Domingo de Guzmán se ponía de rodillas a la entrada de los pueblos, pidiendo a Dios que no castigase a aquel pueblo donde iba a entrar tan gran pecador. Llegados a estas alturas, hay un proce¬ dimiento infalible para atraerse la simpatía y amistad de estos siervos de Dios: injuriarles y llenarles de improperios (Santa Teresa de Jesús). Este, respeto y reverencia ante la majestad de. Dios se manifiesta también en todas las cosas que dicen de algún modo relación a El. La iglesia u oratorio, el sacerdote, los vasos sagrados, las imágenes de los santos... todo lo miran y tratan con grandísimo respeto y veneración. El don de pie¬ dad produce también efectos semejantes; pero desde otro punto de vista, como veremos en su lugar correspondiente. 18 P. I. G. MenéndeZ'Reigada, Le., p.S79-8o; cf. ad 4. i» Cf. II-II, 132,5 - 20 cf. n-n, ig,g 506 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana Este es el aspecto del don de temor, que continuará eternamente en el cielo 21 .Allí no será posible—dada la impecabilidad del bienaventurado— el temor de la ofensa de Dios, pero permanecerá eternamente—perfeccionada y depurada—la reverenda y acatamiento ante la infinita grandeza y majes¬ tad de Dios, que llenará de estupor la inteligencia y el corazón de los santos. z) Un gran horror al pecado y una vivísima contri¬ ción por haberlo cometido. Iluminada su fe por los resplandores de los dones de entendimiento y ciencia y sometida la esperanza a la acción del don de temor, que la enfrenta directamente con la majestad divina, el alma comprende como nunca la mali¬ cia en cierto modo infinita que encierra cualquier ofensa de Dios por insigni¬ ficante que parezca. El Espíritu Santo, que quiere purificar el alma para la divina unión, la somete a la acción del don de temor, que le hace experi¬ mentar una especie de anticipo del rigor inexorable con que la justicia divina ofendida por el pecado la ha de castigar en la otra vida si no hace en ésta la debida penitencia. La pobre alma siente angustias mortales, que alcanzan su máxima intensidad en la horrenda noche del espíritu. Le parece qué está irre¬ misiblemente condenada y que ya nada tiene que esperar. En realidad es en¬ tonces cuando la esperanza llega a un grado increíble de heroísmo, pues el alma llega a esperar «contra toda esperanza»—como Abraham (Rom 4,18)— y a lanzar el grito sublime de Job: «aunque me matare, esperaré en éb (Job 13,15)* El horror que experimentan estas almas ante el pecado es tan grande, que San Luis Gonzaga cayó desmayado a los pies del confesor al acusarse de dos faltas veniales muy leves. Sán Alfonso de Ligorio experimentó se¬ mejante fenómeno al oír pronunciar una blasfemia. Santa Teresa de Jesús escribe que «no podía haber muerte más recia para mí que pensar si tenía ofendido a Dios» (Vida 34,10). Y de San Luis Beltrán se apoderaba tal tem¬ blor al pensar en la posibilidad de condenarse, perdiendo con ello eterna¬ mente a Dios, que los cristales de su habitación retemblaban como cuando pasa por la calle cercana un camión. Su arrepentimiento por la menor falta es vivísimo. Dé él procede el ansia reparadora, la sed de inmolación, la tendencia irresistible a crucificarse de mil modos que experimentan continuamente estas almas. No están locas. Es una consecuencia natural de las mociones del Espíritu Santo a través del don de temor. 3) Una vigilancia extrema para evitar las menores OCASIONES DE OFENDER A DlOS. Es una consecuencia lógica del efecto anterior; Nada tornen tanto estas almas como la menor ofensa de Dios, Han visto claro, a la luz contempla¬ tiva de los dones, que en realidad es éste el único mal sobre la tierra; los demás no merecen ei nombre de tales. ¡Qué lejos están estas almas de me¬ terse voluntariamente en las ocasiones de pecado! No hay persona tan apren- siva que huya con tanta rapidez y presteza de un enfermo apestado como estas almas de la menor sombra o peligro de ofender a Dios. Esta vigilancia extrema y atención constante hace que esas almas vivan, bajo la moción es¬ pecial del Espíritu Santo, con una pureza de conciencia tan grande, que a veces hace imposible—por falta de materia—la recepción de la absolución sacramental, a menos de someter a ella alguna falta de la vida pasada, sobre la que recaiga nuevamente ¿1 dolor y arrepentimiento. 21 Cf. 11-11,19,11. L.ll c.2. Las virtudes teologales 507 4) Desprendimiento perfecto de todo lo creado. Ya vimos al don de ciencia producir este efecto en el alma, pero desde otro punto de vista. Es que los dones están mutuamente conectados entre sí y con la caridad y se entrelazan e influyen mutuamente 22 . : Se comprende perfectamente. El alma que a través del don .de temor ha vislumbrado un relámpago de la grandeza y majestad de Dios» ha de estimar forzosamente como basura.y estiércol todas las grandezas creadas. Honores» riquezas, poderío, dignidades..., todo lo considera menos que paja, como algo indigno de merecer un minuto de atención. Recuérdese el efecto que pro¬ dujeron en Santa Teresa las joyas que le enseñó en Toledo su amiga doña Luisa de la Cerda; no le cabía en la cabeza que la gente pueda sentir aprecio por unos cuantos cristalitos que brillan un poco más que los corrientes y or¬ dinarios (cf, Vida 38,4). Teniendo en cuenta este efecto, relaciona Santo Tomás el don de temor con la primera bienaventuranza—pobreza de espíritu—, como vamos a ver seguidamente. 356. 4. Bienaventuranzas y frutos que de él se deri¬ van,—Según el Doctor Angélico, con el don de temor se rela¬ cionan dos bienaventuranzas: la primera—«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3) —y la tercera—«Bienaventurados los que lloran, por¬ que ellos serán consolados» (Mt 5,5) —, La primera es la que corresponde directamente al don de temor, ya que, en virtud de la reverencia filial que nos hace sentir ante Dios, nos impulsa a no buscar nuestro engrandecimiento ni en la exaltación de nosotros mismos (soberbia) ni en los bienes exteriores (honores y riquezas); todo lo cual pertenece a la pobreza de espíritu, ya se la entienda del aniquilamiento del espíritu soberbio e hin¬ chado—como dice San Agustín—, ya del desprendimiento de todas las cosas temporales por instinto del Espíritu Santo, como dicen San Ambrosio y San Jerónimo 23 . Indirectamente, ex cónsequenti, se relaciona también el don de temor con la bienaventuranza relativa a los' que lloran 24 . Porque del conocimiento de la divina excelencia y de nuestra pequenez y miseria se sigue el desprecio dé todas las cosas te¬ rrenas y la renuncia a las delectaciones carnales, con llanto y dolor de los pasados extravíos. Por donde se ve claro que el don de temor refrena todas las pasiones, tanto las del apetito irascible como las del concupis¬ cible, Porque, por el miedo reverencial a la majestad divina ofendida por el pecado, refrena el ímpetu de las irascibles y rige y modera el de las concupiscibles. Es, pues, un don de 22 Cf. 1 - 11 , 68 , 5 . 23 Cf. 11 - 11 , 19 ,12. 24 Cf. 11-11,19,12 ad 2. 508 P.1IL Desarrollo normal de la vida cristiana valor inapreciable» aunque ocupe jerárquicamente el último puesto entre todos. De los frutos del Espíritu Santo pertenecen al don de temor la modestia , que es una consecuencia de la reverencia del hom¬ bre ante la divina majestad» y la continencia y castidad, que se siguen sin esfuerzo de la moderación y encauce de las pasiones concupiscibles, efecto propio del don de temor 25 . 357♦ 5. Vicios opuestos*—Al don de temor se opone principalmente la soberbia , según San Gregorio 26 , pero de modo más profundo que a la virtud de la humildad. El don, de temor—como hemos visto—se fija ante todo en la eminencia y majestad de Dios, ante la cual el hombre, por instinto del Es¬ píritu Santo , siente sú..propia nada y .vileza. La humildad se fija también preferentemente en la grandeza de Dios, en con¬ traste con la propia nada, pero a la luz de la simple razón ilu¬ minada por la fe, y con una modalidad humana e imperfec¬ ta 27 , De donde es manifiesto qúe el don de temor excluye la soberbia de un modo más alto que el de la virtud de la humildad. El temor excluye hasta la raíz y el principio de la soberbia, como dice Santo Tomás 28 ; Luego la soberbia se opone al don de temor de una manera más profunda y radical que a la virtud de la humildad. Indirectamente se opone también al don de temor el vicio de la presunción, que injuria a la divina justicia al confiar exce¬ siva y desordenadamente en la misericordia. En este sentido, dice Santo Tomás que la presunción sé opone por razón de la materia, o sea, en cuanto que desprecia algo divino, al don de temor, del que es propio reverenciar a Dios 29 , 358. 6i Medios para fomentar este don.—Aparte de los medios generales para atraerse la mirada misericordiosa del Espíritu Santo—recogimiento, pureza de corazón, fidelidad ex¬ quisita a la gracia, invocación frecuente ..del divino Espíritu, etcétera.—,; he aquí algunos medios relacionados más de cerca con el don de. temor: a) Meditar con frecuencia en la infinita grandeza y majestad de Dios.—Nunca, ni con mucho, podremos llegar a adquirir con nuestros pobres esfuerzos discursivos el conocimiento contemplativo, vivísimo y pe- 25 cf. 11-11,19,12 ad 4. 26 Gf, Sar Gregorio, I Mor. C.32J ML 75,547 AB; cf. S.Th., 1 - 11 , 68,6 ad 2. ^ Cf. 11-11,1 61,1-2. . 28 Cñ 11-11,19,9 ad 4; 161,2 ad 3. 29 «No cualquier clase de presunción es un pecado contra el Espíritu Santo, sino única¬ mente aquella por la cual se desprecia a la divina justicia por una desordenada confianza en la divina misericordia. Y tal presunción, por razón de la materia, o sea, en cuanto que por ella se despreda algo divino, se opone a la caridad, o más bien, al don de temor* a quien pertenece reverendar a Dios» (IMI,i30,2 ad 1; cf. ibid., 21,3), 509 L.I1 c.2. Las virtudes teologales netrante que proporcionan los dones del Espíritu Santo Pero algo pode¬ mos hacer reflexionando en el poder y majestad de Dios» que sacó todas las cosas de la nada {Gen i, i), que llama por su nombre a las estrellas y ; acuden en el acto temblando de respeto (Bar 3,33-56), que es más admirable e imponente que el mar embravecido (Ps 92,4), que vendrá sobre las nu¬ bes del cielo con gran poder y majestad a.juzgar a los vivos y a los muertos (Le 21,27) y ante el que eternamente temblarán de respeto los principados y potestades: «tremunt potestates». b) Acostumbrarse a tratar a Dios con confianza: filial, pero lle¬ na de reverencia y respeto.- —No olvidemos nunca que Dios es nuestro Padre, pero también el Dios dé terrible grandeza y majestad. Con frecuen¬ cia, las almas piadosas se olvidan de esto último y se permiten eii el trato con Dios familiaridades excesivas, llenas de irreverente atrevimiento. Es in¬ creíble ciertamente hasta qué punto lleva el Señor su confianza y familiari¬ dad con las almas que le son gratas, pero es preciso que tome El la iniciativa. Mientras tanto, el alma debe permanecer en una actitud reverente y sumisa, que, por otra parte, está muy lejos de perjudicar a la dulce confianza e inti¬ midad propia de los hijos adoptivos. c) Meditar con frecuencia en la infinita malicia del pecado y concebir un gran horror hacia Él. —Los motivos del amor son de suyo más poderosos y eficaces que los del temor para evitar el pecado como ofensa de Dios. Pero también éstos contribuyen poderosamente a detener¬ nos ante el crimen. El recuerdo de los terribles castigos que Dios tiene preparados para los que desprecian definitivamente sus leyes sería , muy bastante para hacernos huir del pecado si lo meditáramos despació y con prudente reflexión. Es «horrendo—-dice San Pablo—caer en las maños de Dios ofendido» (Hebr 10,31). Hemos de pensarlo con frecuencia, sobre todo cuando la tentación venga a poner ante nosotros los halagos del mundo o de la carne. Hay que procurar concebir Un horror tan grande al pecado, que estemos prontos y dispuestos a perder todas las cosas, y aun la misma vida, antes que cometerlo. Para ello nos ayudará mucho la huida de las ocasiones peligrosas , que nos acercarían al pecado; la fidelidad al examen diario de con¬ ciencia, para prevenir las faltas voluntarias y lloraí: las que se nos hayan es¬ capado; y, sobre todo;' la consideración de Jesucristo crucificado, víctima pro¬ piciatoria por nuestros crímenes y pecados. d) Poner especial cuidado en la mansedumbre y humildad'en el trato con el prójimo.— El que tenga conciencia clara de que el Dios de la infinita majestad le ha perdonado misericordiosamente diez mil talentos, ¿cómo osará exigir con altanería y desprecio los cien denarios que acaso pueda deberle un consiervo hermano suyo? (cf. Mt 18,23-35). Hemos de perdonar cordialmente las injurias, tratar a todos con exquisita delicadeza, con profunda humildad y mansedumbre, teniéndolos a todos por mejores que nosotros (al menos en cuanto que probablemente no hubieran resistido a la gracia tanto como nosotros si hubieran recibido los dones que Dios nos ha dado con tanta abundancia y prodigalidad). El que haya cometido en su vida algún pecado mortal, ya nunca podrá humillarse bastante: es un «res¬ catado deí infierno», y ningún lugar tan bajo puede, haber fuera de él que no sea demasiado alto y encumbrado para el que mereció un puesto eterno a los pies de Satanás. : JO « Meditar en el infierno, por ejemplo, es ver un león.pintado; contemplar el infierno es ver un león viro» (P. Lallemant, La doctrine spiriSuelle princ.7 c.4 a.5). Sabido es que la contemplación es efecto de los dones del Espíritu Santo. 510 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana e) Pedir con frecuencia al Espíritu Santo el temor reverencial de Dios.—En fin de cuentas, toda disposición perfecta es un don de Dios que sólo por la humildad y perseverante oración podremos alcanzar. La liturgia católica está llena de fórmulas sublimes: «se estremece mi carne por temor a ti, y temo tus juicios» (Ps 118,120); «manten para con tu siervo tu oráculo, que prometiste a los que te temen» (Ps 118,38), etc., etc. Estas y otras fórmulas parecidas han de brotar frecuentemente de nuestro corazón y nuestros labios, bien convencidos de que «el temor de Dios es el principio de la sabiduría» (Eccli 1,16) y de que es menester obrar nuestra salvación «con temor y temblor» (Phil 2,12), siguiendo el consejo que nos da el mismo Espíritu Santo por medio del salmista: «servid al Señor con temor, rendidle homenaje con temblor» (Ps 2,11). A R.T I C U L O 3 La virtud de la caridad 359- JS.Th., 11-11,23-46; San Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios; Scaramelli, Directorio ascético t.4 a.3-5; Mons. Gay, Vida-y virtudes cristianas t.2 tr.12; Ch. de SmedTí Notre vie sumat. t,i p.365-493; Barré, Traclatus de Dirtufibus tertia pars c.3; Janviea, Ca¬ rentes 1915-16; Gárrigou-Lagrance, Tres edades III, 19-20; VI,i2; Tanquerey, Teología ascética n. 1207-61; Prümmer, Manuale Theologiae Moralis I 11.551-624; Mahieu, Probado charitatis (5. a ed.; Brugis 1949); Massoulié, Traite de Vamour de Dieu (1703). Royo Marín, Teología, de la caridad (BAC). Hemos tratado ampliamente en otro lugar (n. 147-155) de las íntimas relaciones existentes entre la perfección cristiana y la caridad. Pero es pre¬ ciso tratar—siquiera sea brevemente—de los demás aspectos de esta virtud fundamental, la más importante y excelente de todas. Seguiremos el orden admirable de Santo Tomás en la Suma Teológica, Para no multiplicar las llamadas, daremos entre paréntesis la cita o referencia correspondiente, cosa que seguiremos haciendo en todo esté tratado de las virtudes. 360* 1. La caridad en sí misma.—-i.° Comienza Santo Tomás diciendo que la caridad es una amistad entre Dios y el hombre. Como toda amistad, importa necesariamente una mutua benevolencia , fundada en la comunicación de bienes (li¬ li ,23,1). Por eso, la caridad supone necesariamente la gracia, que nos hace hijos de Dios y herederos de la gloria. El hombre, que por naturaleza no pasa de siervo del Creador, llega a ser, por la gracia y la caridad, hijo y amigo de Dios, Y si ya aquella servi¬ dumbre le ennoblece tanto (servir a Dios es reinar), I quién podrá medir la altura a qüe nos eleva la caridad de Dios, «que se ha difundido en nuestros corazones: por el Espíritu Santo que nos ha sido dado»! (Rom 5,5), A ti, que debieras permanecer siervo, te admite Dios como amigo. ¡Dignidad incomprensible del cristiano! 2. 0 La caridad es una realidad creada, un hábito sobrenatu¬ ral infundido por Dios en el alma (a.2). Puede definírsela di¬ ciendo: que es una virtud teologal infundida por Dios en la vo¬ luntad por la que amamos a Dios por sí mismo sobre todas las cosas y a nosotros y al prójimo por Dios . 611 L.ll c. 2 . Las virtudes teologales a) El objeto material sobre que recae la caridad lo constituye prima¬ riamente Dios, y secundariamente nosotros mismos y todas las criaturas racionales'que han llegado ó pueden llegar a la eterna bienaventuranza;, y aun* en cierto modo, todas las criaturas, en cuanto sori ordenables a la gloria de Dios» b) El objeto formal <»quod»—llamado también objeto material prima¬ rio—es el mismo Dios como Sumo Bien, o sea, la bondad increada de Dios en sí misma considerada, abarcando la esencia divina; todos los divinos atributos y las tres divinas personas. c) El objeto formal «quo* t o sea, el motivo del amor de caridad es Dios como amigo, o sea, el Sumo Bien como objeto de su bienaventuranza y de la nuestra (a.r y 4). La caridad, como hábito infuso, reside en la voluntad, ya que se trata de un movimiento de amor hacia el Sumo Bien, y el amor y el bien consti¬ tuyen el acto y el objeto de la voluntad (24,1). Y es una virtud sobrenatural , que Dios infunde en lá medida y grado que le place, sin tener para nada en cuenta las dotes o cualidades naturales del que la recibe (24,2-3). 3. 0 La caridad es virtud específicamente una, con especie átoma (23,3-5). Porque, aunque su objeto material recaiga so¬ bre objetos tan varios (Dios, nosotros y el prójimo), el motivo del amor —que es la razón formal especificática—es único:, la divina Bondad en sí misma y en cuanto comunicada a nosotros •y al prójimo. De donde se sigue que, cuando nos amamos a nosotros mismos o al prójimo por algún motivo distinto de la bondad de Dios, no hacemos, un acto de caridad, sino de amor natural, filantropía, etc,,, o acaso de. puro egoísmo (por las ventajas que nos puede traer). ¡Cuántos actos que.parecen de caridad heroica están muy lejos de serlo! El heroísmo puramente humano no vale nada en el orden sobrenatural; es como moneda falsa que no circula en los bancos del cielo. 4. 0 La caridad es la más excelente de todas las virtudes. No solamente por su propia bondad intrínseca (es la que más nos une con Dios), sino porque sin ella no puede ser perfecta nin¬ guna otra virtud, ya que es h. forma de .todas las demás virtudes infusas (23,7-8). Ya hemos explicado en otro lugar (n.149) en qué sentido la caridad es la forma de todas las virtudes. Su excelencia intrínseca proviene de ser la virtud que más nos une con Dios, ya que descansa en El tal como es en sí mismo, por su sola divina bondad. Las únicas virtudes que podrían discu¬ tirle la primacía son las otras dos teologales (fe y esperanza), pero la caridad las supera con mucho. Porque la fe, que es un conocimiento intelectual, achica y empequeñece a Dios al traer su divina grandeza a la pequeñez de nuestro entendimiento, mientras que por la caridad lá voluntad sale de sí misma y descansa en Dios en toda su infinita grandeza. Además, el conoci¬ miento de la fe es oscuro, mientras que la caridad ama a Dios tal como es en sí. Y en cuanto a la esperanza, es un deseo de la divina Bondad, , cuya posesión real nos la da la caridad: imperfectamente en esta vida y perfectísi- mamente en la otra (23,6-8). 512 P.I 1 I. Desarrollo normal de la vida cristiana La excelencia y superioridad de la caridad sobre las otras dos. virtudes teologales—y;. por consiguiente y a fortiori , sobre todas las demás-^es un dato de fe que pertenece ai depósito de la revelación. Lo dice expresamente el apóstol San Pablo: «Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad» (i Cor 13,13). 5. 0 Por el acto propio de la caridad, la voluntad sale; de sí misma para descansar en Dios tal como es en sí mismo (23,6), Esta profundísima doctrina de Santo Tomás, completada con lo que dice en él ad primum de este mismo artículo, nos. da la clave para la solución de la tan debatida cuestión sobre si el entendimiento es superior a la voluntad o al revés. La voluntad en sí mismo, no cabe duda que es inferior al entendi¬ miento, porque la voluntad es potencia ciega , y no puede producir su acto si el entendimiento—que es luz—ño le pone delante el objetó apetecible. Luego el entendimiento antecede y guía a la voluntad, que sin él nada po¬ dría amar (nadie ama lo que no conoce), Pero la operación del entendimiento es completamente distinta de la de la voluntad; Porque el entendimiento atrae a sí las cosas, vaciándolas, por decirlo así, en su propio molde intelectual . De donde, cuando conoce los seres inferiores a él (v.gr., las cosas materia¬ les), los ennoblece ■ y dignifica, haciéndoles ascender al orden intelectual; pero, cuando conoce los seres superiores a él (Dios, Los ángeles, las verdades sobrenaturales), los empequeñece y achica, obligándoles a entrar en sus moldes intelectuales inferiores. Con la voluntad ocurre exactamente lo contrario. En virtud de su acto —el amor—> la voluntad sale de sí misma para descansar en el objeto amado tal como es en sí. De donde, si ama a los seres inferiores a ella (v.gr., las cosas de la tierra), se empequeñece y degrada, rebajándose a su nivel inferior; pero, si ama a los seres superiores (Dios, los ángeles, etc.), se engrandece y sublima, elevándose hasta el nivel de aquellos seres superiores en los que descansa por el amor tal como son en sí mismos. Por eso decía profiindísi- mámente San Agustín:'«Si amas la tierra* tierra eres; pero si amas a Dios, ¿qué he de decir sino que eres Dios?» L De donde hay que concluir que aunque en sí mismo—como potencia natural—es más perfecto el entendimiento que la voluntad, en esta vida, y por la naturaleza misma de la operación, es más perfecto amar a Dios con la voluntad que conocerle por el entendimiento. Hay teólogos que saben muchas cosas de -Dios, pero de una manera fría, puramente intelectual; y hay almas sencillas y humildes que apenas saben nada de teología, pero aman intensamente a Dios. Esto último es mejor. De esta sublime doctrina se desprende otra consecuencia práctica de gran importancia. La única manera de no envilecernos y rebajamos con el amor de las cosas creadas inferiores a, nosotros es amarlas en Dios, por Dios y para Dios; o sea, por el motivo formal perfectísimo de la caridad; De donde:se sigue que la caridad!es como la varita mágica que convierte en oro todo cuanto toca, incluso; las mismas cosás inferiores a nosotros, que, como hemos dicho, pueden sér referidas y ordenadas al amor y gloria de Dios. 361. 2. 1 El aumento déla caridad* A, Principios— Ya hemos hablado de esto en otro lugar de nuestra obra (cf. n.28s, i2. a ). Pero dada la importancia de la materia, vamos a insistir un poco más. 1 Cf. S.Augtjst., ín epist. loanná tr.2 n.14: ML 35,1997* 513 L.11 c.2. Las virtudes teologales i.° La caridad puede aumentar en esta vida (24,4), Por¬ que siendo; un movimiento de tendencia a Dios como último fin, mientras seamos viajeros es posible acercarse cada vez más al término; y este mayor acercamiento se verifica precisamente por él incremento de la caridad. En este crecimiento, la caridad no puede encontrar tope en esta vida; puede crecer in infinitum (2 4,7). Lo cual no. es obstáculo para que pueda llegar a ser relativamente perfecta en esta misma vida (24,8). Hemos hablado largamente de esto en otros lugares, donde remitimos al lector (cf. n.154 y 162). 2. 0 La caridad—como todos los demás hábitos—no crece por adición de forma a forma, sino por una mayor radicación en el sujeto (24,5). No puede crecer por adición, porque esto es posible únicamente en las cosas, cuantitativas, pero no en las cualidades , como son los hábitos. La razón es porque para que una cosa pueda unirse por adición a otra es necesario que se distinga realmente de ella (v.gr., el; trigo que se añade a un montón es realmente distinto del que ya existía); en cuyo caso, más que de unión, hay que hablar de reunión (ya que el trigo sobreañadido no se ha unido in¬ trínsecamente al otro, sino que se ha colocado al lado de éí). Pero esto es imposible en las formas cualitativas (v.gr., la blancura no puede sumarse a la blancura, la caridad no puede sumarse a la caridad). Sólo cabe un aumento por mayor radicación en el sujeto. El alma—-en este caso, la voluntad—va participando cada vez más de la caridad, en cuanto que cada vez se va arraigando y penetrando más profundamente en ella. 3. 0 La caridad—lo mismo que las demás virtudes—no aumenta por cualquier acto, sino sólo por los actos más intensos que el hábito que actualmente se posee (24,6). Es una consecuencia inevitable de lo que acabamos de decir. Si la ca¬ ridad creciera por adición, cualquier acto de la misma, por débil, y remiso que fuera, la aumentaría cuantitativamente; y así, el que teniendo, verbi¬ gracia, roo grados de caridad habitual hiciera un acto de amor de. Dios como de dos o tres (flojísimo, como se ve), se le añadiría a los 100 y empe¬ zaría á tener 102. ó 103, con lo cual, en poco tiempo, y a base únicamente de multiplicar en gran escala los actos tibios e. imperfectos, el termómetro de su caridad: habitual alcanzaría una altura fabulosa, superior a la de los ma¬ yores santos. ¡A tales absurdos y aberraciones conducen las teorías falsas! Muy otra es la verdadera naturaleza del crecimiento de la caridad. Gomo formá cualitativa que es, solo puede crecer por una mayor radicación en el sujeto, y esto es imposible sin un acto más intenso que los anteriores. El ter¬ mómetro no puede marcar un nuevo grado de calor si la temperatura.del medio ambiente no aumenta efectivamente en un grado. Si juntamos dos termómetros, uno que esté marcando 30 grados y el otro 15, no reunimos 45 grados de calor, sino únicamente 30; porque los 1$ grados de calor del segundo nada pudieron añadir a los 30 del primero. Para que tengamos 31 es preciso que aumente el calor hasta ese grado. Esto exactamente ocurre con el crecimiento de la caridad y de las demás virtudes. Consecuencia práctica importantísima .—Si vivimos con flojedad y tibieza, podemos tener completamente paralizada nuestra vida cristiana , aun en el 514 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana supuesto de vivir habitualmente en gracia de Dios y practicar multitud de buenas obras imperfectas. El grado esencial de caridad—y, por consiguien¬ te, el de gracia y el de todas las demás virtudes, puesto que crecen todas a la vez juntamente con la gracia y ia caridad—estará paralizado a pesar de aquella multitud de obras buenas imperfectas 2 . Esta consecuencia, que no es más que un corolario inevitable de los principios que acabamos de sentar, adquiere en la experiencia de cada día una plena y total confirmación, que viene de rechazo a demostrar también la verdad y solidez de aquellos principios. Vemos, en efecto, multitud de almas buenas que viven habitualmente en gracia de Dios, que acaso llevan cuarenta o cincuenta años de vida religiosa en un monasterio sin haber cometido en todos ellos una sola falta grave, y habiendo practicado infinidad de obras y actos de sacrificio, etc., etc., y que, sin embargo, están muy lejos de ser santas. Si se las molesta o contraría, se enfadan; si les falta algu¬ na cosa, ponen el grito en el cielo; si los superiores ordenan alguna cosa que no les agrada, murmuran y refunfuñan o, al menos, lo llevan interior¬ mente a mal; que nadie les critique o les humille, si no quiere enemistarse con ellos, etc., etc. Todo esto muestra bien a las claras que están muy lejos todavía de haber alcanzado la perfección cristiana. Ahora bien: ¿cómo se explica este fenómeno después de tantas buenas obras practicadas durante aquellos largos años de vida cristiana, religiosa o sacerdotal? La explicación teológica es muy sencilla: han practicado multitud de buenas obras, es ver¬ dad; pero de una manera floja y tibia, no con actos cada vez más fervientes, sino, al contrario, acaso más remisos e imperfectos. El resultado ha sido que el termómetro de su caridad—y, por consiguiente, el grado de gracia y de las demás virtudes—ha permanecido completamente parado en lo esen¬ cial. Son tan tibios e imperfectos como al principio de su conversión o de su vida religiosa. Pero se dirá: Entonces tanta multitud de obras buenas, aunque imper¬ fectas, ¿no les han valido para nada? O en términos más científicos: Los actos flojos y remisos, inferiores al grado habitual del hábito, ¿ son comple¬ tamente inútiles y estériles ? A esto respondemos que esos actos remisos no son completamente inúti¬ les y estériles. Sirven para dos cosas, una en esta vida y otra en la gloria. En esta vida sirven para que no se enfríen del todo las disposiciones del alma, que la pondrían en trance de cometer un pecado mortal, que destruiría por completo toda su vida cristiana. Es cierto que el que no realiza un acto más intenso que el hábito que posee, no logrará jamás hacerlo crecer en sí mismo; pero, si se mantiene en una zona templada, no muy alejada de él, logra por lo menos que no se le pierda del todo. Porque, como dice Santo Tomás (24,10), el grado de caridad alcanzado nunca disminuye en ri mismo aunque se viva muchos años en la tibieza practicando actos inferiores o menos intensos; a no ser que se cometa un pecado mortal, en cuyo caso no sólo disminuye, sino que se destruye totalmente: baja bruscamente a cero (24,12). Ocurre algo así como con los termómetros que usan los médicos para tomar la fiebre a los enfermos: suben (si aumenta el grado de fiebre), pero no bajan , a no ser a base de una brusca y violenta sacudida (pecado mortal). La razón de no disminuir es clara: el grado de intensidad, una vez adquirido, lleva con¬ sigo el derecho a un premio eterno, que el alma nunca pierde, aunque ya no vuelva en toda su vida a merecer un aumento más. Aquel derecho per¬ manece delante de Dios, y Dios jamás se vuelve atrás. Puede perderlo todo por el pecado mortal; pero, si no se produce ese pecado, los méritos adquir ridos ante Dios tendrán su correspondiente premio en la vida eterna. No 2 Cabe, no obstante, un aumento por la virtud ex opere operato de los sacramentos, como explicaremos en seguida. 615 L.ll c.2. Las virtudes'teologales es poco—en esta vida—-que con esos actos remisos el alma haya logrado mantenerse en una zona templada, que, al menos, la ha mantenido en gracia de Dios y le ha conservado el grado esencial de méritos contraídos, aunque no haya logrado hacer subir la escala termométrica un solo grado más. Pero hay más todavía. En la otra vida, esos actos flojos y remisos no quedarán tampoco sin premio ninguno. Es cierto que, por muchos que hayan sido, no tienen fuerza suficiente para aumentar un solo grado de gloria esencial (visión beatífica), que corresponde exactamente al grado habi¬ tual de gracia y de caridad alcanzado en este mundo. Pero, además de ese premio esencial , en el cielo hay otras muchas clases de premios accidentales. Cada uno de aquellos actos remisos—que, en fin de cuentas, fueron actos buenos y meritorios, puesto que fueron realizados en estado de gracia y bajo la influencia de la caridad—tendrá su correspondiente premio acciden¬ tal de entre aquella variedad infinita de premios secundarios (del alma y del cuerpo) que constituyen la gloria accidental de los bienaventurados. Luego los actos remisos no son del todo inútiles ni en esta vida ni en la otra. De todas formas, la diferencia entre los actos más intensos y los flojos o remisos es inmensa en orden a la vida eterna. Gomo dice Báñez—el gran comentarista de Santo Tomás, cuya doctrina acabamos de resumir en estas páginas 3 —, a los actos mds intensos les corresponde un aumento de gloria esencial (premio del Bien infinito), mientras que a los flojos y remisos les corresponde un aumento de gloria accidental (premio de bienes creados , limitados y finitos). [Pérdida inmensa la que se ha acarreado la tibieza, que ya no tendrá remedio por toda la eternidad! Examinemos ahora algunas objeciones que se pueden po¬ ner a esta doctrina, cuya solución contribuirá a comprenderla en toda su verdad y grandeza. Objeción 1. a «Si esa teoría fuera cierta, sería de peor condición el santo que el tibio. Porque el santo—cuyo grado de caridad vamos a suponer que sea loo—para llegar a un grado más tendría que hacer un esfuerzo in¬ menso (como de ioi), mientras que al tibio (que tiene, v.gr., 5 grados) le es muy: fácil hacer un acto un poco mayor (como de 6 ó 7)». Respuesta. —Tan fácil y más le resulta al santo hacer un acto de 101 como al tibio el de 6 ó 7. El objetante ha olvidado que el crecimiento de la gracia y de la caridad va aumentando al mismo tiempo la capacidad y fuerzas del alma. Aun en el orden puramente humano, un niño pequeñito no puede resistir una carga de cinco kilos, y el mozo de cuerda se carga tranquila¬ mente un saco de 80. Y si en este orden corporal puede haber un límite in¬ franqueable—por la limitación de las fuerzas humanas—, esto no tiene lugar en el crecimiento de la gracia, que va aumentando en cada caso las fuerzas del alma, cuya capacidad obediencial en manos de Dios es absolutamente inagotable. Los santos hacen actas de amor de Dios de una intensidad in¬ creíble con gran dulzura y facilidad. Objeción 2. a «Supongamos a un santo que hace un acto de amor de Dios como 50; inferior, con todo, al grado de su caridad habitual, Y a su lado, un alma tibia hace un. acto de 25, superior al grado habitual que ya poseía. Esta última recibe por su acto de 25 un aumento esencial de gracia y de gloria, y el santo nada recibe por su acto de 50. Luego es de peor condición el santo». ; 3 Cf. 1,95,4; I,i2,6; Báñez, De fide, spe el charitate in <3.24 a.6 (Salmanticae 1584), en la que demuestra ser ésta la verdadera doctrina de Santo Tomás; y Relectio de mérito et aug¬ mento charitatis (ibid., 1590), en la que contesta a las objeciones que se le hicieron. 516 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana Respuesta. —Todo es relativo en este mundo. Este santo que hace el acto de 50, obra floja y remisamente en relación con lo que podría hacer con su grado superior de caridad habitual; está muy puesto en razón que no se le recompense—al menos con el premio esencial—por su voluntaria falta de disposición. Mientras que el alma imperfecta que logró un acto más intenso merece un aumento esencial por el esfuerzo y fervor con que realizó ese acto. ¿Hemos olvidado que el Señor en el Evangelio exigió cinco talentos al siervo que había, recibido otros cinco, y únicamente dos al que sólo había recibido dos? (cf. Mt 25,14-23). En todo caso, el acto imperfecto del santo no será del todo inútil, ya que, además de mantener su alma en una atmós¬ fera templada, no demasiado alejada del acto más intenso, tendrá en el cielo su correspondiente premio accidental. Objeción 3- & «El concilio de Trento definió que el justo por sus bue¬ nos obras merece el aumento de la gracia y de la gloria (D 842). Nada dice del acto más o menos intenso de esas buenas obras. Luego no es necesario que sea más intenso». Respuesta,— Tres siglos antes de que la Iglesia definiese esa doctrina, ya se la propuso como dificultad y dio la solución Santo Tomás dé Aquino. He aquí sus propias palabras (24,6 ad 1); «A lo primero hay que decir que cualquier acto de caridad merece la vida eterna, pero no para que se le dé en seguida, sino a su tiempo. De semejante manera, cualquier acto de cari¬ dad merece el aumento de la caridad, pero cuando se disponga para este au¬ mento (sed quando aliquis conatur ad huiusmodi augmentum) », o sea, cuando hace el acto más intenso, como ha explicado en el cuerpo del artículo. Ocu¬ rre aquí exactamente ío mismo que con la vida eterna. El justo la merece con sus buenas obras, pero no se le da en seguida, sino a su tiempo, o sea, cuando muere en gracia de Dios. Pero podría ocurrir que muriera en pe¬ cado mortal y perdiera para siempre la vida eterna a pesar de haberla me¬ recido con sus anteriores buenas obras. De semejante manera, cualquier acto de caridad, aun los menos intensos, merecen el aumento de la gracia y de la caridad habitual, pero no se le dará de hecho ese aumento hasta que se produzca la disposición física indispensable para ello, o sea, el acto más intenso, Y si ese acto no se produce, el acto remiso tendrá un premio acci¬ dental , pero en nada aumentará el premio esencial , como ya hemos explicado 4 . Objeción 4. a «De hecho, es de fe que los sacramentos aumentan la gracia ex operato sin necesidad de un acto dispositivo más intenso; basta simplemente no ponerles obstáculos—«non ponentibus obicem», dice el concilio de Trento (D 849)—. Luego lo mismo puede ocurrir con el creci¬ miento de la caridad fuera de los sacramentos». Respuesta. —Niego en absoluto la paridad- Los sacramentos, producen o aumentan la. gracia por su propia virtud intrínseca (ex opere operato ), cosa que no ocurre con el crecimiento de las virtudes por vía de mérito, que se produce únicamente por el esfuerzo del que las practica con ayuda de la gracia (ex opere operantis). Es diferentísimo el caso. Por eso en los sacra¬ mentos no se requiere otra disposición que la puramente negativa de no ponerles obstáculos, lo cual supone únicamente el estado de gracia en los sacramentos de vivos o la atrición sobrenatural en los de muertos; pero en 4 No nos convence la teoría/que defienden incluso muchos tomistas, de que ¿1 alma al entrar en el cielo hará un acto intensísimo de caridad, que será la disposición física inme¬ diata para que se le dé el aumento merecido en la tierra por todos aquellos actos remisos. Aparte de que esta afirmación es completamente gratuita—¿dónde consta todo eso?—, es mucho más lógica y profunda la doctrina de Santo Tomás, que exige la disposición física en esta vida. 517 L.ll c.2. Las virtudes teologales el crecimiento de la gracia por vía de mérito extrasacramental se requiere la disposición física más intensa para que el aumento pueda producirse de hecho. Téngase en cuenta, además, que, aun en la recepción de los sacramentos, el grado de gracia que en cada caso confieren varía infinitamente según las disposiciones del que lós recibe. De dos personas que comulguen una al lado de la otra, és posible que la primera haya recibido la gracia como 10 y la otra como ioo. Es porque el efecto ex opere oper ato de lós sacramentos se conjuga y combina con las disposiciones ex opere operantis del que los recibe en orden al grado de gracia que se le ha de dar, El efecto mínimo ex opere operato que el sacramento lleva en sí mismo lo producirá en todos igual , con tal que no se le ponga obstáculo alguno; es el caso de los. niños que se les bautiza sin que ellos lo sepan: reciben todos ex opere operato el mismo grado de gracia que lleva consigo el sacramento s ; pero el mayor o menor grado de gracia que hayan de recibir los adultos ex opere operantis depende en absoluto de las disposiciones del que los recibe 5 6 . Objeción 5. a «¿Cómo un acto más intenso puede salír de un hábito menor? ¿Es que el efecto puede ser mayor que su causa?» Respuesta.— Ya se comprende que ese acto más intenso no puede salir del hábito menor a no ser que le empuje una previa gracia actual más in¬ tensa también. Sin la gracia actual preveniente, el hombre no podría hacer absolutamente nada en el orden sobrenatural, y sin una gracia más intensa es imposible el acto más intenso, como ya explicamos en su lugar corres¬ pondiente (cf. n.141 y 285,12). Esa gracia actual más intensa no se puede merecer (sería contradictorio); pero puede impetrarse infaliblemente, aunque a título gratuito o de limosna, por la oración revestida de las debidas condi¬ ciones (cf. 11.285,14. a y 287). Expuestos ya los principios y resueltas las principales ob¬ jeciones, saquemos ahora algunas consecuencias de importan¬ cia capital en la práctica. No serán sino sencillas aplicaciones o corolarios de los principios que acabamos de sentar. 362. B. Consecuencias prácticas. i. a Vale más un acto intensó que mil tibios o remisos . Rajsón.—El acto intenso aumentará nuestro grado habitual de caridad, mientras que los tibios serán absolutamente impotentes para ello. Vale pues, infinitamente más una sola avemaria rezada con ardiente devoción que un rosario entero rezado distraídamente y con rutinaria languidez. Por eso es conveniente no cargarse demasiado de rezos voluntarios o devociones par¬ ticulares. Lo que interesa es la devoción, no tas devociones 7 . 5 Cf. 111 , 69 , 8 . . 6 Cf. Déns. 799, donde el concilio de Trento, hablando de la justificación, dice que cada uno la recibe en la medida y grado que el Espíritu Santo quiere y según sus propias disposi¬ ciones: *secundura mensuram quam Spiritus Sanctus partitur singuÚs proutvult {1 Cor 12,1 í) et secundum propriam cuiusque dispositioném et cooperatiouem*. Esto mismo exactamente hay que decir de los sacramentos (cf. 111,69,8). 7 Cf. n-II,$3,i4, donde Santo Tomás pregunta si la oración ha de ser muy larga; y con¬ testa que ha de durar tanto como sea útil para excitar el deseo interior del-fervor o devoción; no más, pero tampoco menos; De donde hay que prevenirse contra la sobrecarga, pero tam¬ bién contra la tibieza y negligencia, que pueden encontrar fácil pretexto para acortar el tiem¬ po destinado a la oración. 518 PAII. Desarrollo normal de la vida cristiana 2. a Un justo perfecto agrada más a Dios que muchos tibios e imperfectos ftaerirc.—Porque, si'un acto'ardiente de caridad vale más delante de Dios que mil actos imperfectos, el justo, que realiza continuamente esos actos, tiene que ser más grato a Dios que los otros mil imperfectos. Esto mismo se puede probar por parte del mismo Dios. Como el amor de Dios a sus criaturas no es solamente afectivo, sino efectivo —es decir, que produce en ellas el bien que les desea, como explica profundísimamente San¬ to Tomás (1,20)—* hay que concluir que Dios.ama más a los más perfectos, ya que derrama sobre ellos esas gracias actuales más intensas, que valen mil veces más que las gracias menos perfectas. 3. a La conversión de un pecador a una gran perfección agrada más a Dios y le glorifica más que la conversión de muchos pecado¬ res a una vida tibia e imperfecta 9 . Razón .-—Es un sencillo corolario de los principios que acabamos de sentar. 4. a Agrada más a Dios y le glorifica más el predicador o maestro espiritual que convierte a un solo pecador llevándolohasta la perfección cristiana, que el que convierte a muchos , pero deján¬ dolos tibios e imperfectos 10 . Razón.— Otra consecuencia natural de los principios sentados, que debe servir de gran consuelo y estímulo a los directores de almas que carezcan de dotes de elocuencia para el púlpito. En el silencio de un confesonario pueden hacer mayor bien y glorificar muchísimo más a Dios que los gran¬ des predicadores de campanillas, que acaso se buscan a sí mismos en sus aparentes triunfos oratorios, 363* 3. Objeto de la caridad.—Santo Tomás dedica al objeto de la caridad una preciosa cuestión dividida en doce artículos (11-11,25). He aquí un breve resumen de los mismos: 1,° La caridad no se refiere únicamente a Dios, sino tam¬ bién al prójimo. Porque el amor a Dios nos hace amar todo aquello que pertenece a Dios o en donde se refleja su bondad. Y es evidente que el prójimo es un bien de Dios y participa ; o puede participar de la eterna bienaventuranza, fundamento de nuestra amistad sobrenatural. Por eso, el amor de caridad con que amamos al prójimo es exactamente ei mismo específica¬ mente con que amamos a Dios. No hay dos caridades, sino una sola, ya que el motivo formal de amar al prójimo es la bondad misma de Dios reflejada en él. 8 Cf. Salmanticenses, De caritate d.5 n.76. 9 Cf. Salmanticenses, De caritate d.5 n.8o. 10 Salmanticenses, De caritate d.5 n.85. Ya se comprende que de esta doctrina no pue¬ de sacarse la falsa consecuencia de que no tiene importancia la Bravísima empresa de la con¬ versión de los pecadores. 519 LJI c.2. Las virtudes teologales Corolario .- Luego, cuando amamos al prójimo por cualquier otro mo¬ tivo distinto de Dios, no le. amamos con amor de caridad. [Cuánto amor pu¬ ramente natural, que muchas veces es un verdadero egoísmol 2. 0 Debemos amar incluso el hábito mismo de la caridad (la virtud en cuanto tal). No en calidad de amigo— como es obvio—, sino como un bien que queremos para nosotros mis¬ mos y para nuestros amigos. Corolario ,—Desearle al prójimo los bienes sobrenaturales: ése es el ver¬ dadero amor y la verdadera amistad. 3. 0 Las mismas criaturas irracionales pueden y deben ser amadas en caridad. No como amor de amistad— que supone la naturaleza racional y la comunicación de bienes, principal¬ mente de la bienaventuranza eterna—, pero sí en cuanto bienes que podemos utilizar para gloria de Dios y servicio del prójimo. En este sentido, Santo Tomás no vacila en añadir: «Y así el mismo Dios las ama también en caridad». Corolario .—Ahora : se comprenden aquellas locuras del Pobrecito de Asís: el hermano Lobo, el hermano Sol, la hermana Flor... 4. 0 También hemos de amarnos a nosotros mismos con amor de caridad. Porque/ aunque no podemos amarnos como amigos —la amistad supone siempre alteridad—, somos un bien de Dios, capaces de su gracia y de su gloria; y en este sentido, podemos y debemos amarnos. Corolario. —Cuando para proporcionarnos un placer nos permitimos con¬ culcar lá ley de Dios aunque sea en cosas mínimas, en realidad hacemos un acto de odio contra nosotros mismos. Porque nos hacemos un daño y nos procuramos un mal, que es precisamente lo contrario de la caridad. Unica¬ mente nos amamos de verdad cuando nos amamos en Dios, por Dios y para Dios. 5. 0 Por la misma razón, hemos de amar con amor de ca¬ ridad nuestro propio cuerpo, en cuanto que por su naturaleza es obra de Dios y está llamado a cooperar a la consecución de nuestra bienaventuranza eterna, que redundará sobre él. Si bien, en cuanto naturaleza mal inclinada por el pecado, estímu¬ lo del mal y obstáculo para nuestra salvación, no debemos amar¬ lo, sino más bien, desear salir de él, como decía San Pablo: «¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Rom. 7,24); y también: «Deseo morir para estar con Cristo» (Phil 1,23). Corolario .—La mortificación cristiana, que tiene por objeto dominar las tendencias del cuerpo y reducirle a servidumbre, no es un acto de odio contra él, sino de verdadero y auténtico amor. «Pobre cuerpo mío—decía San Francisco de Asís—, perdóname; pero sepas que te trato tan mal en este mundo porque te quiero mucho y quiero que seas eternamente feliz». 520 P.llL Desarrollo normal de la vida cristiana Y San Pedro de Alcántara, aquel hombre que por la dura penitencia a que sometió su cuerpo no tenía más que los huesos revestidos de nervios y de piel—«parecía estar hecho de raíces de árboles», dice Santa Teresa, que le conoció en vida—, se apareció después de muerto a la misma Santa Teresa, diciéndole llenó de gozo: «]Bendita penitencia, que tan grande gloria me ha proporcionado!» n . ¡Esto sí que es amar con verdadero amor el propio cuerpo! En cambio, el desgraciado pecador, que ahora le proporciona toda clase de gustos y placeres pecaminosos, le esta preparando un terrible casti¬ go en el otro mundo* Esto, que ahora parece amor al propio cuérpo, equi¬ vale a un auténtico y verdadero odio. 6,° Los pecadores en cuanto tales no son dignos de nuestro amor, ya que son enemigos de Dios y ponen obstáculo volun¬ tario a su bienaventuranza eterna (en cuya participación se funda el amor de caridad). Pero en cuanto hombres son hechura de Dios y capaces de la eterna bienaventuranza, y en este senti¬ do ^e les puede y debe amar. Corolario.— Santo Tomás no vacila en añadir: «De donde, en cuanto a la culpa , que lo hace adversario de Dios , es digno de odio cualquier pecador, aunque se trate del padre, de la madre y de los parientes, como se nos dice en el Evangelio (Le 14,26), Hemos, pues, de odiar en los pecadores lo que tie¬ nen de pecadores y amar lo que tienen de hombres, capaces todavía (por el arrepentimiento) de la eterna bienaventuranza. Y esto es amarlos verdade¬ ramente por Dios con amor de caridad» (ibid.). Esta doctrina tiene particular aplicación cuando los padres se oponen ilegítimamente a la vocación religiosa o sacerdotal de sus hijos, cometiendo con ello un gravísimo abuso. Hay que romper con ellos si es preciso, para obedecer a Dios antes que a los hombres. 7. 0 Los pecadores se aman naturalmente á sí mismos, en cuanto que desean su propia conservación;. pero en realidad incurren en una gran equivocación al creer prácticamente que lo mejor que hay en ellos es su naturaleza sensitiva, a la que, por lo mismo, proporcionan toda clase de placeres, en contra de su naturaleza racional , que, es evidentemente la mejor. Si a esto añadimos que con ello se.acarrean .una gran pérdida y desgracia en el orden sobrenatural, quedará bien claro que los pecadores, lejos de amarse verdaderamente a sí ; mismos, son precisamente sus peores enemigos. Corolario. —El cardenal Cayetano pone a este artículo el siguiente pre¬ cioso comentario práctico: «Graba bien en tu corazón las conclusiones de este artículo y de'qué manera los malos, en cuanto tales, no se aman a sí mismos; y las cinco señales del verdadero amor a sí mismo, que solamente corresponde a los buenos, a saber: a) amar al hombre interior, o sea, vivir según la parte racional; b) querer para sí el bien de la virtud; c) trabajar en este sentido; d) conversar consigo mismo alegremente en el recogimiento interior; e) concordar perfectamente consigo mismo por la tendencia total 11 Cf. Santa Teresa, Vida 27,1 8 -iq; 36,20, r; . LJI c.2. Las virtudes teologales 621 a la unidad y al bien. Y por estas señales examina cuidadosamente si por ventura eres enemigo tuyo; y medita esto con frecuencia e incluso diaria¬ mente». 8.° Hay que amar también por caridad a los propios ene¬ migos, o sea, a los que nos desean, nos han hecho o tratan de hacernos algún mal. No precisamente en cuanto enemigos —sería amar su propia maldad—, pero sí en cuanto hombres , con el amor general debido a todos ellos. Y cuando nuestro enemigo se vea necesitado de nuestro particular amor, porque peligre espiritual o corporalmente, tenemos obligación de atenderle en particular como si no fuera enemigo nuestro. Fuera de estos casos de necesidad, no tenemos obligación de darle muestras especiales de amó# (porque no estamos obligados a amar con amor particular a todos y cada uno de los hombres, lo que sería imposible); es necesario únicamente no negarle las señales ge¬ nerales de afecto que son debidas a todos nuestros semejantes; v.gr., el saludo cortés y cristiano. Corolario .—Los santos, sin embargo, iban más lejos. Amaban tanto a Dios y a cualquier cosa con El relacionada, que este inmenso amor les hacía prescindir en absoluto de la mala voluntad que veían en sus prójimos. Más aún: se sentían atraídos con particular predilección hacia los que les perse¬ guían y calumniaban, como se comprobó muchas veces en Santa Teresa de Jesús. Este heroísmo no es obligatorio para todos, pero el alma que quie¬ re santificarse de veras es preciso que tienda a éi con todas sus fuerzas para ser perfecta hija de Aquel *que hace salir el sol sobre buenos y malos y llover sobre justos y pecadores* (Mt 5,45). 9. 0 Por lo mismo, es absolutamente obligatorio para todos, bajo pecado mortal, no negar a nuestros enemigos los benefi¬ cios o señales de afecto que se dan a todos los prójimos en común (v.gr., no excluirle de nuestras oraciones generales por todos los pecadores, etc,); pero no es necesario para la salvación—a no ser en la disposición interior del ánimo, o sea, en el supuesto de que se produjera un caso de particular necesidad—hacerles participantes de los beneficios o señales especiales de amor, que no se dan a todos los hombres, sino sólo, v.gr., a los familiares y amigos. Corofario.—Sería pecado grave excluir al enemigo de las oraciones co¬ munes o de las limosnas, venta de artículos comerciales, correspondencia en el saludo, etc.; pero no son obligatorias las muestras de amistad especial , a no ser que por las circunstancias haya escándalo en negarlas o sea éste el único procedimiento para que el enemigo se convierta deponiendo su odio, o que éste haya pedido perdón o dado especiales muestras de arrepenti¬ miento y de afecto, pues en estos casos no corresponderle sería.de ordinario señal de verdadero odio 12 . 12 Cf. Ajrreovi, Compendio dé Teología moral n.i3g. 522 P. 1 II. Desarrollo normal de ¡a vida cristiana Claro que la perfección de la caridad exige mucho más que esto. Como añade Santo Tomás a continuación, el perfecto no solamente se guarda de ser vencido por el mal —lo que es estrictamente obligatorio—, sino que aspira también a vencer al mal con el bien (Rom 12,21); en cuanto que no solamente evita el odio, sino que procura atraerse el amor de su enemigo colmándole de beneficios. :. 10. ° Hay que amar a los ángeles, a los bienaventurados y a las almas del purgatorio con verdadero amor de caridad, ya que éste se funda en la comunicación de la bienaventuranza eterna, que nos es común con todos ellos. Corolario .—El amov a los ángeles y a los. bienaventurados en cuanto ta¬ les es señal de una caridad exquisita y perfecta. Almas hay que practican ciertos actos penosos de virtud por amor a los. bienaventurados y para pro¬ porcionarles con ello una alegría accidental. Por la misma razón, es un acto exquisito de caridad el amor y la compasión hacia las almas del purgatorio, manifestado con la aplicación frecuente de sufragios. 11, ° No es lícito amar a los demonios ni a los condenados con amor de caridad. Porque, aunque su naturaleza de criaturas es obra de Dios y ejecutan y reflejan la justicia divina, están obstinados en el mal y son incapaces de la eterna bienaventu¬ ranza, que es el fundamento del amor de caridad. Amarlos equivaldría a odiar a Dios o a rechazar su infinita justicia, que es tan adorable como su misericordia. Corolario .—Para que se vea la horrenda desdicha que supone la conde¬ nación eterna. Esos desgraciados han perdido para siempre el derecho a ser amados. En cuanto enemigos obstinados de Dios, tenemos obligación de odiarles eternamente con el mismo odio con que rechazamos el pecado, con el que se encuentran identificados. ¡Terrible y espantosa desgracia para toda la eternidad! 12. 0 La lista general de los seres u objetos a que se extien¬ de la caridad es, pues y la siguiente: en primer lugar, Dios, que es la fuente de la bienaventuranza; a continuación, nuestra propia alma, que participa directamente de ella; en tercer lugar, nuestros prójimos (hombres y ángeles), compañeros de nuestra bienaventuranza, y, finalmente, nuestro cuerpo—en el que re¬ dunda la gloria del alma—y aun las mismas cosas o seres irra¬ cionales, en cuanto ordenables al amor y gloria de Dios. Corotano.—La caridad es la virtud por excelencia que abarca en toda su inmensa grandeza los cielos y la tierra, que caben perfectamente dentro del corazón de Dios, 364* 4. Orden de la caridad,—El último artículo de ¡la cuestión anterior es como el puente de enlace con la siguiente, que trata del orden de la caridad (II-II,2Ó). He aquí un breve resumen de la misma: 523 L.II c.2. I¿t$ virtudes teologales 1) La caridad ha de tener un orden, ya que se extiende a una serie de objetos que participan de muy diverso modo de la eterna bienaventuranza, que es el fundamento de la misma (26,1). . i : . 2) En primer lugar hay que amar a Dios en absoluto y sobre todas las cosas, ya que es sumamente amable en sí mis¬ mo y primer principio de la eterna bienaventuranza, que con¬ siste esencialmente en la posesión eterna del mismo Dios (26,2), Por lo cual debemos amarlo más que a nosotros mismos, ya que nosotros somos simples participantes de la bienaventuran¬ za, que se encuentra en Dios en toda su plenitud universal, como primer principio y origen fontal, del que se deriva a to¬ dos cuantos participan de ella (26,3). Hemos de amar a Dios con todas las fuerzas y de todos los modos po¬ sibles con que se le puede amar. Y así hemos de practicar: a) El amor penitente, doliéndonos de haberle ofendido en el pasado y proponiéndonos no volver jamás a disgustarle; b) el amor de conformidad, cumpliendo exactamente los divinos pre¬ ceptos y aceptando no sólo con resignación, sino con alegría y gratitud, todas cuantas pruebas quiera enviamos, por duras y penosas que sean, pi¬ diéndole su gracia para serle fiel en todo momento; c) el amor de. benevolencia , por el que desearíamos, si posible fuera, proporcionarle a Dios algún nuevo bien y felicidad que no tenga todavía; y como esto no es posible intrínsecamente—ya que en sí mismo es el Bien absoluto e infinito—, por lo menos nos esforzaremos por aumentar su glo¬ ria extrínsecamente, trabajando en la salvación y santificación de las almas y en extender su reinado de amor en todos los corazones. El celo—dice Santo Tomás—proviene de la intensidad del amor (1-11,28,4); d) el amor de amistad , que se funda en el de benevolencia y añade ía mutua correspondencia y comunicación de bienes. Y, sobre todo, e) el amor de complacencia, que es el amor puro y sin mezcla alguna de interés, por el que descansamos en las infinitas perfecciones de Dios, ale¬ grándonos y complaciéndonos en ellas porque le hacen infinitamente feliz y dichoso, sin tener para nada en cuenta las ventajas que de esa su dicha y felicidad puedan refluir sobre nosotros. Este amor puro no puede darse como estado habitual (D 1327)—porque no podemos ni debemos prescindir de la esperanza y deseo de nuestra propia felicidad, que encontraremos en Dios—, pero sí como acto aislado y transitorio, como lo experimentaron to¬ dos los santos. 3) En segundo lugar, debemos amar por Dios el bien espi¬ ritual de nuestra alma más todavía que el del prójimo. Porque nuestra alma participa directamente de la bienaventuranza, mientras que el prójimo es tan sólo nuestro compañero en la participación de ese inmenso bien (26,4). Corolario .—Lo saca el mismo Santo Tomás cuando escribe: «Y prueba de esto es que el hombre no debe sufrir el daño de cometer un pecado—que contraría a la participación de la bienaventuranza—, ni siquiera para libe¬ rar al prójimo del pecado» (ibid.). Tanto es así, que el hombre no debería 524 PJII. Desarrollo normal de la vida cristiana jamás decir una pequeña mentira voluntaria—injuriando con ello a Dios y acarreándose el daño de un pecado venial—» aunque con ella pudiera con¬ vertir a todos los: pecadores del mundo» libertar todas las almas del purgato¬ rio y aun cerrar: eternamente las puertas del infierno para que no se con¬ dene nadie más,: Y si» en vista de estas grandes ventajas, se decidiera el hombre a cometer aquel pequeño, pecado,: haría una gran injuria a Dios (estimando en más el bien de las criaturas que el honor de Dios a quien ofende) y se acarrearía a sí mismo un daño. que no podría compensarse con todos aquellos bienes. ¡Tan grande es la malicia de un solo pecado venial y tan funesto el daño que acarrea a quien voluntariamente lo comete! 4) Por la misma razón, hay que amar el bien espiritual, del prójimo más que a nuestro propio cuerpo. Porque el alma del prójimo participa directamente con nosotros de la eterna: gloria, mientras que nuestro cuerpo participa tan sólo indirec -; lamente, por redundancia en él de la gloria del alma (26,5), Corolario.—Cuando lo exige así la salvación eterna del prójimo, colo¬ cado en extrema o casi extrema necesidad (v-gr., un niño que va a morir sin bautismo si nosotros no se lo administramos), estamos obligados por caridad, bajo pecado mortal,; a atenderle aun con grave peligro de la propia vida. Vale más la vida eterna del prójimo que nuestra propia vida corporal. Las aplicaciones de este principio son variadísimas, sobre todo en casos de ginecología (es un crimen el aborto voluntario, aun el llamado terapéu¬ tico para salvar la. vida de la madre, puesto que se sacrifica la vida eterna del niño—que muere sin bautismo—por salvar la vida temporal de Ja ma¬ dre, que vale infinitamente menos) o en la asistencia espiritual a enfermos contagiosos, apestados, etc. 5) Aun entre los diversos prójimos existe una cierta je¬ rarquía en el amor de caridad que les debemos; porque no todos participan igualmente de la divina bondad, ni todos nos están unidos con los mismos lazos. Y así, objetivamente ha¬ blando, hay que desear mejores bienes a los mejores—los más santos, que están más cercanos a Dios—, aunque podemos amar con mayor intensidad subjetiva a nuestros parientes según la sangre, e inciuso : desear que lleguen a ser más santos que nadie, con gozo y sin envidia de los santos actuales. En igualdad de condiciones, siempre hay que amar más a los parientes según la sangre; y después de ellos, a los compatriotas, compañeros de milicia o profesión, etc. (26,6-8). 6) Entre los parientes, el orden objetivo reclama el primer lugar para los padres, que son nuestro principio , al que después de Dios debemos el ser: y entre ellos es antes el padre que la madre, porque el principio activo de la generación es más ex¬ celente que el pasivo 13 . Pero esto no impide que se pueda amar 13 Según la moderna biología, el germen, materno de la generación sería tan activo como el paterno; con lo cual la razón invocada por Santo Tornás, a base de la biología médievaí, ya no seria válida. Sin embargo, eminentes biólogos modernos vuelven a decir que el germen paterno es mrfs activo que el materno, con lo cual ei argumento del Angélico recupera gran 525 LJ1 fJ?, Las virtudes teologales con mayor intensidad subjetiva a la esposa y a los hijos que a los padres, y a la madre más que al padre (26,9-11). ; 7) Objetivamente debemos amar más a nuestros bienhe¬ chores, que a los: beneficiados, por nosotros, porque, aquéllos tienen para nosotros razón de principio de los bienes recibidos; pero subjetivamente solemos amar más a nuestros beneficiados, porque én el beneficio vemos una como prolongación de nos¬ otros. mismos (a. 12). 8) El orden que la caridad señala en la tierra permanecerá en lo sustancial en él cielo, Pero como allí será Dios «todo en todas las cosas» (1 Cor 15^28), el orden se tomará exclusiva¬ mente con relación a Dios, no con relación a nosotros, Y así, amaremos más—no sólo objetiva, sino incluso intensiva y sub¬ jetivamente—a los más cercanos a Dios (los más santos) que a los más cercanos a nosotros (parientes, amigos.,.), si bien a estos últimos les amaremos-—en el grado que les corresponda según su cercanía a Dios—por un doble título (26,13), 365, 5. Del amor, acto principal de la caridad,—Otra preciosa cuestión, a la que Santo Tomás dedica ocho artículos (11-11,27), He aquí un brevísimo índice de las conclusiones a que llega: 1) Es más propio de la caridad amar que ser amado. Porque aunque, como amistad que es, supone necesariamente ambas cosas, e! primero es un acto propio, y el segundo del amigo (27-1). 2) Él amor, en cuanto acto de caridad, supone la benevolencia (desear el bien) hacia el amigo, pero incluye, además, la unión afectiva. Por eso, la benevolencia es principio de la amistad (27,2). 3) Dios es infinitamente amable por sí mismo, y la caridad le ama en cuanto tal, sin ninguna subordinación a otro fin. Pero cabe que algo dis¬ tinto de Dios nos disponga para adelantar en ese amor: los beneficios que de El hemos recibido o esperamos recibir y las penas que tratamos de evi¬ tar (27,3). 4) A Dios le podemos amar de una manera inmediata aun en esta vida. Porque, a diferencia del entendimiento, que trae las cosas a sí, la voluntad sale de si misma por el amor para descansar inmediatamente en el objeto amado tal como es en sí (27,4), 5) Dios no puede ser amado por las criaturas tanto como merece serlo (infinitamente). Pero podemos y debemos amarle totalmente (o sea, todo cuanto El es y todo cuanto le pertenece de algún modo) y con todo nuestro ser, ya que, al menos habitualmente, hemos de ordenamos y ordenar todas nuestras cosas a E! (27,5). 6) En el amor de Dios no puede haber tasa ni medida objetiva, ya que de suyo es infinitamente amable. Pero puede y tiene que haberla forzosa¬ mente por parte nuestra; no en cuanto a la caridad interna —que cuanto más intensa será mejor—, sino en cuanto a sus manifestaciones externas , que no parte de su valor. Sea de ello lo que fuere, el mismo Santo Tomás admite (en la solución de las dificultades de este mismo artículo 10) que pueden darse otras razones que hagan más amable a la madre que al padre. 526 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana pueden ser continuas (v.gr., necesitamos entregamos aí sueño o a ocupa¬ ciones absorbentes» estudio, etc,, que suspenden el ejercicio actual de nues¬ tra vida afectiva), aunque puedan y deban recibir estas mismas la orienta¬ ción a Dios de la caridad habitual y el indujo de la virtual (27,6). 7) Entre el amor al amigo y al enemigo, ¿cuál de los dos es mejor y más meritorio? Hay. que distinguir: si se ama al enemigo únicamente por Dios y al amigo por Dios y por alguna otra razón humana, es mejor el primero, puesto que tiene a Dios por exclusiva causa; si se ama a ambos únicamente por Dios, será más perfecto y meritorio el amor que se practique con mayor in¬ tensidad (que ordinariamente será el amor al enemigo, puesto que para ello se requiere mayor ímpetu de amor de Dios; aunque también la cercanía y amistad con el amigo suelen encender con vehemencia el fuego del amor); pero, si se les ama tínicamente por Dios y con la misma intensidad, es más perfecto y meritorio amar al amigo que al enemigo, porque es más meritorio amar a los mejores , y es mejor el amigo que ama que el enemigo que odia ( 27 , 7 ). 8) De semejante manera, si se consideran separadamente el amor de Dios y el del prójimo, sin duda ninguna es mejor el amor de Dios, Pero si se Ies une, es mejor el amor del prójimo por Dios que el amor de Dios solo; porque el primero incluye ambos amores, y el segundo sólo el de Dios; y es más perfecto el amor de Dios que se extienda también al prójimo, ya que «hemos recibido de El el mandamiento de que quien ama a Dios, ame tam¬ bién al prójimo» (1 To 4,21) (27,8), 366, 6. ; De los efectos de la caridad*—Santo Tomás somete a un análisis maravilloso los efectos que produce el acto principal de la caridad que es el amor. No podemos de¬ tenernos a examinarlos con detalle, pero vamos a recoger al menos el índice de los mismos. La lectura directa de la Summa (II-IT 28-33) es de un gran valor formativo. Son de dos clases: internos y externos.. Los internos son tres: 1) El gozo espiritual de Dios (28,1-4), que puede compaginarse con alguna tristeza, por cuanto no gozamos todavía de la perfecta posesión de Dios, que nos dará la visión beatífica; 2) la paz (29,1-4), que es la «tranquilidad del orden», que resulta de la concordia de nuestros deseos y apetitos unificados por la caridad y orde¬ nados por ella a Dios; y 3) la misericordia {30,1-4), que es una virtud especial, fruto de la caridad, aunque distinta de ella, que nos inclina a compadecernos de las miserias y desgracias del prójimo, considerándolas en cierto modo como propias, en cuanto contristan a nuestro hermano y en cuanto que podemos, además, vemos nosotros mismos en semejante estado. Es la virtud por ex¬ celencia: de cuantas se refieren al prójimo; y el mismo Dios manifiesta en grado sumo su omnipotencia compadeciéndose misericordiosamente de nues¬ tros males y remediando nuestras necesidades. Los externos son otros tres: 1) La beneficencia (31,1-4), que consiste en hacer algún bien a los demás como signo externo de la benevolencia interior; y se relaciona a ve¬ ces con la justicia (cuando es obligatoria o debida al prójimo), con la miseri¬ cordia (cuándo ésta nos impulsa a socorrerle en sus necesidades) y con otras virtudes semejantes; 527 L.H c.2. Las virtudes teologales 2) la limosna (32,1-10), que es un acto de caridad preceptuada a todos (aunque en diferentes grados y medidas), y puede ejercitarse en lo corporal y en io espiritual (obras de misericordia), siendo estas últimas de suyo más perfectas que aquéllas; y 3) la corrección fraterna (33,1-8), que es una excelente limosna espiritual encaminada a poner remedio a los pecados del prójimo. Requiere el concurso de la prudencia para escoger el momento oportuno y ios medios más adecuados; y pueden y deben ejercitarla no sólo los superiores sobre sus súbditos, sino incluso éstos sobre aquéllos, con tal .de guardar los debidos miramientos y consideraciones y en el supuesto de que se pueda esperar con fundamento la enmienda; de lo contrario, están dispensados de corre¬ gir y deben abstenerse de hecho. Lo cual no puede aplicarse a los superiores, que tienen obligación de corregir y de aplicar al que resiste las penas corres¬ pondientes para salvar el orden de la justicia y promover el bien común mediante el escarmiento de los demás. 367* 7. Pecados opuestos a la caridad.—El estudio de¬ tallado de los pecados opuestos a las virtudes pertenece a la teología moral en su aspecto negativo. Recordamos aquí úni¬ camente que los que se oponen a la virtud de la caridad son los siguientes según el Doctor Angélico (U-11,34-43): 1) El odio, que, si se refiere a Dios, es un gravísimo pecado, el mayor de cuantos se pueden cometer; y, si se refiere al prójimo, es también el que lleva consigo mayor desorden interior, aunque no sea el que perjudique más al prójimo. Este último suele proceder de la envidia (34,1-6). 2) La acidia (tedio o pereza espiritual, que se opone al gozo de! bien divino procedente de la caridad), que es pecado capital, y proviene del gus¬ to depravado de los hombres, que no encuentran placer en Dios y consi¬ deran las cosas que a El se refieren como cosa triste, sombría y melancólica. Sus vicios derivados son la malicia, el rencor, la pusilanimidad, la desespe¬ ración, la torpeza o indolencia para observar los mandamientos y la divaga¬ ción de la mente hacia las cosas ilícitas (35,1-4); 3) . La envidia (que se opone al gozo espiritual por el bien del prójimo) es un feo pecado que constrista al alma por el bien del prójimo, no porque nos amenace con ello algún mal, sino porque disminuye nuestra propia glo¬ ria y excelencia. Es de suyo pecado mortal contra la caridad, que nos man¬ da alegramos del bien del prójimo, siendo veniales únicamente los prime¬ ros movimientos indeliberados de la sensibilidad o los que recaen sobre cosas insignificantes (parvedad de materia). De ella proceden, como vicio capital que es, el odio, la murmuración (casi siempre procede de la envidia), la difamación, el gozo en las adversidades del prójimo y la tristeza en su prosperidad (36,1-4); 4) La discordia, que se opone a la paz y concordia por la disensión de voluntades en lo tocante a! bien de Dios o del prójimo (37,1-2); 5) La contienda o porfía, que se opone a la paz con las palabras (dis¬ cusión o altercado), y es pecado cuando se hace por espíritu de contradic¬ ción, se perjudica al prójimo o a la verdad o se defiende esta última en tonos altaneros y con palabras mortificantes (38,1-2). 6) El cisma, la guerra, la riña y la sedición, que se oponen a la paz con las obras; el cisma, apartando de la unidad en la fe y sembrando la división 528 P.III, Desarrollo normal de la vida cristiana en lo religioso (grandísimo pecado; 39,1-4); la guerra entre naciones o pue¬ blos, que, cuando es injusta, es, además, un gravísimo pecado contra la caridad por los innumerables daños y trastornos que lleva consigo, aunque puede ser lícita en determinadas condiciones (40,1-4); la riña, especie de guerra entre particulares, que procede casi siempre de la ira, y que de suyo es falta grave en el que la provoca sin legítimo mandato de la autoridad pública (41,1-2). Tiene su máximo exponente en el duelo (riña o desafío previamente pactado a base de armas mortíferas), que es castigado por la Iglesia con la pena de excomunión, que alcanza a los protagonistas y todos sus cómplices y espectadores voluntarios (cn.2351); y la sedición, qué con¬ siste en formar bandos o partidos en el seno de una nación con objeto de conspirar o de promover algaradas o tumultos, ya sea de Unos contra otros o contra la autoridad y el poder legítimo (42,1-2). 7) El escándalo, que muchas veces se opone a la justicia, pero que ante todo es un grave pecado contra la caridad (como diametralmente opues¬ to a la beneficencia), y que consiste en decir o hacer algo menos recto, que le da al prójimo ocasión de una ruina espiritual (43,1-8). El don de sabiduría 11-11,45. Véase, además, la nota bibliográfica del n.336. El don encargado de llevar a su última perfección la virtud de la caridad es el de sabiduría. Siendo la caridad la más excelente de todas las virtudes, ya se comprende que el don de sabiduría será, a su vez, el más excelente de los dones. Vamos a estudiarlo con la atención que se merece. 368* 1. Naturaleza.—El don de la sabiduría es un hábi¬ to sobrenatural inseparable de la caridad por el cual juzgamos rectamente de Dios y de las cosas divinas por sus últimas y. altísimas causas bajo el instinto especial del Espíritu Santo, que nos las hace saborear por cierta connaturalidad y simpatía . Expliquemos despacio la definición para darnos cuenta de la naturaleza de este don. a) «Un hábito sobrenatural...» —Es el género próximo de la defini¬ ción común a todos los dones del Espíritu Santo. b) «... inseparable de la caridad...» —Es precisamente la virtud que viene a perfeccionar dándole una modalidad divina, de la que carece some¬ tida al régimen de la razón humana aun iluminada por la fe.: Por esta su conexión con la caridad poseen el don de sabiduría (en cuanto hábito) todas las almas en gracia (11-11,45,5) y es incompatible con el pecado mortal (ibid., 4). Lo mismo ocurre con todos los demás dones. c) «...por el cual juzgamos rectamente...» —En esto—entre otras cosas—se distingue del don de entendimiento. Lo propio de este último -—como ya dijimos—es una penetrante y profunda intuición de las verda¬ des de la fe en plan de simple aprehensión, sin emitir juicio sobre ellas. El juicio lo emiten los otros dones intelectivos en la siguiente forma; acerca de las cosas divinas, el don de sabiduría; de las cosas creadas , el don de ciencia; y en cuanto a la aplicación concreta a nuestras acciones, el don de consejo (11-11,8,6). 629 L.ll c.2. Las virtudes teologales En cuanta que supone un juicio, el don de sabiduría reside en el entendimiento como en su sujeto propio; pero como el juicio por con- naturalidad con las cosas divinas supone necesariamente la caridad, el don de sabiduría causaliter tiene su raíz en la caridad, que reside en la voluntad {45,2). Y no se trata de una sabiduría puramente es¬ peculativa, sino también práctica, ya que al don de sabiduría perte¬ nece, en primer lugar, la contemplación de lo divino, que es como la visión de Ios principios ; y en segundo lugar dirigir los actos huma¬ nos según razones divinas. En virtud de esta suprema dirección de la sabiduría por razones divinas, la amargura de los actos humanos se convierte en dulzura, y el trabajo en descanso (45,3 c et ad 3). d) «... de Dios...»—Esta diferencia es propísíma del don de sabiduría. Los demás dones perciben, juzgan o actúan sobre cosas distintas de Dios, El don de sabiduría, en cambio, recae primaria y príncipalísimamente sobre el mismo Dios, del que nos da un conocimiento sabroso y experimental que llena el alma de indecible suavidad y duLzura. Precisamente, en virtud de esta inefable experiencia de Dios, el atma juzga todas las demás cosas que a El pertenecen por las más altas y supremas razones, o sea, por razones di¬ urnos; porque, como explica admirablemente Santo Tomás, el que conoce y saborea la causa altísima por excelencia, que es Dios, está capacitado para juzgar todas las cosas por sus propias razqnes divinas (45,1), Volveremos sobre esto al señalar los efectos que produce en el alma este don. e) «...=y-de las'cosas divinas...»—P ropiamente sobre las cosas divinas recae el dori de sabiduría, pero esto nó es obstáculo para que su juicio se extienda también a las cosas creadas, descubriendo en ellas sus últimas cau¬ sas y razones , que las entroncan y relacionan con Dios en el conjunto ma¬ ravilloso de la creación. Es Como una visión desde la eternidad que abarca todo lo creado con una mirada escrutadora, relacionándolo con Dios, en su más alta y profunda significación, por sus razones divinas. Aun las cosas creadas son contempladas por el don de sabiduría divinamente . Por aquí aparece claro que el objeto primario , u objeto formal «quod», del don de sabiduría contiene el objeto, formal «quod», y el material de la fe; porque la fe mira primariamente a Dios, y secun¬ dariamente a las otras verdades reveladas. Pero se diferencia de ella por su objeto formal «guo», ya que la fe se limita a creer y el don de sabiduría experimenta y saborea lo que la fe cree. De semejante manera, el objeto primario o formal ARA GOBER¬ NAR SANTAMENTE A LOS DEMÁS. La influencia del don de consejo no se limita al régimen puramente pri¬ vado y personal de nuestras propias acciones; se extiende también a la acer¬ tada dirección de los demás, sobre todo en los casos imprevistos y difíciles. ¡Cuánta prudencia necesita el superior para conciliar el afecto filial, que ha de procurar inspirar siempre a sus súbditos, con la energía y entereza en exigir el cumplimiento de la ley; para juntar la benignidad con la justicia, con¬ seguir que sus súbditos cumplan la regla por amor, sin amontonar preceptos, mandatos y reprensiones! Y el director espiritual, ¿cómo podrá resolver con seguridad y acierto los mil pequeños conflictos que perturban a las pobres almas, aconsejarles lo que deben hacer en cada caso, decidir en materia de vocación y guiar a cada alma por su propio camino hacia Dios? Apenas se concibe este acierto sin la intervención frecuente y enérgica del don de consejo. Santos hubo que tuvieron este don en grado sumo. San Antonino de Florencia destacó tanto por la admirable inspiración de sus consejos, que ha pasado a la historia con el sobrenombre de Antoninus consiliorum. Santa Catalina de Siena era el brazo derecho y el mejor consejero del papa. Santa Juana de Arco, sin poseer el arte militar, trazó planos y dirigió operaciones que pasmaron de admiración a los más expertos capitanes, que veían infini¬ tamente superada su prudencia militar por aquella pobre mujer. Y Santa Teresita del Niño Jesús desempeñó con exquisito acierto, en plena juventud, el difícil y delicado cargo de maestra de novicias, que tanta madurez y expe¬ riencia requiere. 4) Aumenta extraordinariamente nuestra docilidad y SUMISIÓN A LOS LEGÍTIMOS SUPERIORES. He aquí un efecto admirable, que a primera vista parece ser incompati¬ ble con el don de consejo y que, sin embargo, es una de sus consecuencias más inevitables y espontáneas. El alma gobernada directamente por el Es¬ píritu Santo parece que no tendrá para nada obligación o necesidad de con¬ sultar sus cosas con los hombres; y, sin embargo, ocurre precisamente todo lo contrario: nadie es tan dócil y sumiso, nadie tiene tan fuerte inclinación a pedir las luces de los legítimos representantes de Dios en la tierra (supe¬ riores, director espiritual...) como las almas sometidas a la acción del don de consejo. Es porque el Espíritu Santo las impulsa a ello. Ha determinado Dios que el hombre se rija y gobierne por los hombres. En la Sagrada Escritura tene¬ mos innumerables ejemplos de ello. San Pablo cae del caballo derribado por la luz divina, pero no se le dice lo que tiene que hacer, sino únicamente que entre en la ciudad y Ananías se lo dirá de parte de Dios (cf. Act 9,1-6). L.Il c.2. Las virtudes morales 551 Este mismo estilo tiene Dios en todos sus santos; les inspira humildad, su¬ misión y obediencia a sus legítimos representantes en la tierra. En caso de conflicto entre lo que El les inspira y lo que les manda el superior o director, quiere que obedezcan a estos últimos. Lo dijo expresamente a Santa Teresa: «Siempre que el Señor me mandaba una cosa en la oración, si el confesor me decía otra, me tomaba el mismo Señor a decir que le obedeciese; des¬ pués Su Majestad lo volvía para que me lo tornase a mandar» (Santa Tere¬ sa, Vida 26,5). Incluso cuando con tanta falta de juicio mandaron a la Santa algunos de sus confesores que hiciera burla de las apariciones de Nuestro Señor (teniéndolas por diabólicas), le dijo el mismo Señor que obedeciera sin réplica: «Decíame que no se me diese nada, que bien hacía en obedecer, mas que él haría que se entendiese la verdad» (Vida 29,6). La Santa apren¬ dió tan bien la lección, que cuando el Señor le mandaba realizar alguna cosa, lo consultaba inmediatamente con sus confesores, sin decirles que se lo había mandado el Señor (para no coaccionar su libertad de juicio); y sólo después que ellos habían decidido lo que convenía hacer les daba cuenta de la comu¬ nicación divina, si coincidían ambas cosas; y si no, pedía a Nuestro Señor que cambiase de parecer al confesor, pero obedeciendo mientras tanto a este último. Es esta una de las más manifiestas señales de buen espíritu y de que las comunicaciones que se creen recibir de Dios son realmente de El. Revela¬ ción o visión que inspire rebeldía y desobediencia, no necesita de más exa¬ men para ser rechazada como falsa y diabólica. 384. 4. Bienaventuranza y frutos correspondientes* San Agustín asigna al don de consejo la quinta bienaventuran¬ za, referente a los misericordiosos (Mt 5,7). Pero Santo Tomás lo admite únicamente en un sentido directivo (52,4), en cuanto que el don de consejo recae sobre las cosas útiles o convenien¬ tes al fin, y nada tan útil como la misericordia. Pero, en sentido ejecutivo o elicitivo, la misericordia corresponde propiamente al don de piedad l8 . Al don de consejo no responde propiamente ningún fruto del Espíritu Santo, puesto que se trata de un conocimiento práctico que no tiene otro fruto, propiamente hablando, que la operación que dirige y en la que termina. Sin embargo, como este don se relaciona con las obras de misericordia, puede de¬ cirse que le corresponden de algún modo los frutos de bondad y de benignidad (52,4 ad 3). 385. 5. Vicios opuestos*—Santo Tomás asigna vicios contrarios únicamente a los dones especulativos (sabiduría, en¬ tendimiento y ciencia), no a los prácticos, cuya materia coinci¬ de plenamente con la de las virtudes que perfeccionan. Por consiguiente, el mismo vicio que se opone a la virtud en su gra¬ do imperfecto, se opone también al don correspondiente cuan¬ do la virtud es perfecta l9 . C.f. 11-11,121.2. lv Cf. l\ I. G. Meméndez-Reicada, Los Jones Jel tspiritu .Sonto y ¡a perfección cris¬ tiana n.T. 552 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana Por esta razón se oponen al don de consejo, por defecto, la precipitación en el obrar siguiendo el movimiento de la activi¬ dad natural, sin dar lugar a consultar al Espíritu Santo; y la tenacidad , que supone una falta de atención a las luces de la fe y a la inspiración divina por excesiva confianza en sí mismo y en las propias fuerzas. Por exceso se opone al don de consejo la lentitud , porque aunque es menester usar de madura refle¬ xión antes de obrar, una vez tomada una determinación según las luces del Espíritu Santo, es necesario proceder rápidamente a la ejecución antes de que las circunstancias cambien y las ocasiones se pierdan 20 . 386* 6. Medios de fomentar este don. —Aparte de los medios generales comunes a todos los dones (recogimiento, vida de oración, fidelidad a la gracia, etc,), sobre los que nunca se insistirá bastante, los siguientes medios nos ayudarán mucho a disponemos para la actuación del don de consejo en nuestras almas: 1) Profunda humildad para reconocer nuestra ignorancia y demandar las luces de lo alto. En los Salmos tenemos multitud de fórmulas sublimes: «Doce me facere voluntatem tuam quia Deus meus es tu, Spiritus tuus bonus deducet me in terram rectam» (142,10); «Vias tuas, Domine, demonstra mihi, et semitas tuas edoce me» (24,4); «Doce me iustificatdones tuas» (118,12.26. 64.124.125). La oración humilde y perseverante tiene fuerza irresistible ante la misericordia de Dios. Es preciso invocar al Espíritu Santo por la mañana al levantarnos para pedirle su dirección y consejo a todo lo largo del día; al comienzo de cada acción, con un movimiento sencillo y breve del corazón, que será, a la vez, un acto de amor; en los momentos difíciles o peligrosos, en los que, más que nunca, necesitamos las luces del cielo; antes de tomar una determinación importante o emitir algún juicio orientador para los de¬ más, etc., etc. 2) Acostumbrarnos a proceder siempre con feflexión y sin apre¬ suramiento. —Todas las industrias y diligencias humanas resultarán mu¬ chas veces insuficientes para obrar con prudencia, como ya hemos dicho; pero a quien hace lo que puede, Dios no le niega su gracia. Cuando sea me¬ nester actuará sin falta el don de consejo para suplir nuestra ignorancia e impotencia; pero no tentemos a Dios esperando por medios divinos lo que podemos hacer por los medios puestos a nuestro alcance con ayuda de la gracia ordinaria. «A Dios rogando y con el mazo dando». 3) Atender en silencio al Maestro interior.— Si lográramos hacer el vacío en nuestro espíritu y acalláramos por completo los ruidos del mun¬ do, oiríamos con frecuencia la voz de Dios, que en la soledad suele hablar al corazón (Os 2,14). El alma ha de huir del tumulto exterior y sosegar por completo su espíritu para oír las lecciones de vida eterna, que le expli¬ cará el divino Maestro, como en otro tiempo a María de Betania sosegada y tranquila a sus pies (cf. Le 10,39). 4) Extremar nuestra docilidad y obediencia a los que Dios ha puesto en su Iglesia para gobernarnos. —Imitemos los ejemplos de los 20 Cf. P. Lallemant, o.c., princ.4 c.4 a, 4. L.íl c.2. Las virtudes morales 553 santos. Santa Teresa—como hemos visto—obedecía a sus confesores con preferencia al mismo Señor, y éste alabó su conducta. El alma dócil, obedien¬ te y humilde está en inmejorables condiciones para recibir las ilustraciones de lo alto. Nada hay, por el contrario, que aleje tanto de nosotros el eco mis¬ terioso de la voz de Dios como el espíritu de autosuficiencia y de insubordi¬ nación a sus legítimos representantes en la tierra. ARTICULO 5 La virtud de la justicia 387. S.Th., 11 - 11 , 57 -i 22; Domingo de Soto, De iustitia tt ture; Scaramelli, Directorio ascético t-3 a.2; Barré, Tractatus de viríuíthus p.z.* c.2; Janvier, Carérne 1918; Tanquerey, Teología ascética n. 1037-74; Garrigou-Lagkange, Tres edades 111,9; Pkümmer, Manualc Theologiae Muralis II,1-619. 388* i. Naturaleza.—Con frecuencia, la palabra justicia se emplea en la Sagrada Escritura como sinónima de santidad: los justos son los santos. Y así dice Nuestro Señor en el ser¬ món de la Montaña (Mt 5,6): «Bienaventurados los que tienen hambre y sed d e justicia» (es decir, de santidad). Pero en sen¬ tido estricto, o sea, como virtud especial, la justicia puede de¬ finirse: Un hábito sobrenatural que inclina constante y perpetua¬ mente a la voluntad a dar a cada uno lo que le pertenece estric¬ tamente L a) «Hábito sobrenatural...», como todas las demás virtudes infusas y dones del Espíritu Santo. b) «... QUE INCLINA CONSTANTE Y PERPETUAMENTE...», porque, Como advierte Santo Tomás, «no basta para la razón de justicia que alguno quiera observarla esporádicamente en un determinado negocio, porque apenas ha¬ brá quien quiera obrar en todos injustamente, sino que es menester que el hombre tenga voluntad de conservarla siempre y en todas las cosas» (58,1 ad 3). La palabra constante designa la firmeza de ese propósito, y la expresión perpetuamente , la intención de guardarlo siempre (ad 4). c) «... la voluntad...» —La justicia, como virtud, reside en la volun¬ tad, no en el entendimiento, ya que no se ordena a dirigir un acto cognos¬ citivo (como la prudencia), sino a regular las relaciones debidas a los de¬ más, o sea, el bien honesto en las operaciones, que es el objeto de la vo¬ luntad (58,4). d) «... A DAR A CADA UNO LO QUE LE PERTENECE ESTRICTAMENTE».— En esto se distingue de sus virtudes anejas, como la gratitud, la afabilidad, etcétera, que no se fundan en un derecho estricto del prójimo, sino en cierta honestidad y conveniencia; y de la caridad o beneficencia, que nos obliga a socorrer al prójimo como hermano, sin que tenga derecho estricto a una de¬ terminada limosna. Tres son las notas típicas o condiciones de la justicia propiamente dicha: alteridad (se refiere siempre a otra persona), derecho estricto (no es un regalo, sino algo debido) y adecuación exacta (ni más ni menos de lo debido). » cí. n-n,s8,i. 554 P.1IJ. Desarrollo normal Je la rula cristiana 389. 2. Importancia y necesidad.—Después de la pru¬ dencia, la justicia es la más excelente de las virtudes cardina¬ les (58,12), aunque es inferior a las teologales e incluso a al¬ guna de sus virtudes derivadas (la religión), que tiene un objeto inmediato más noble (81,6). La justicia tiene una gran importancia y es de absoluta ne¬ cesidad tanto en el orden individual como en el social. Pone orden y perfección en nuestras relaciones con Dios y con el prójimo; hace que respetemos mutuamente nuestros derechos; prohíbe el fraude y el engaño; prescribe la sencillez, veracidad y mutua gratitud; regula las relaciones particulares de los in¬ dividuos entre sí, de cada uno con la sociedad y de la sociedad con los individuos. Pone orden en todas las cosas y, por con¬ siguiente, trae consigo la paz y el bienestar de todos, ya que la paz no es otra cosa que «la tranquilidad del orden». Por eso dice la Sagrada Escritura que la obra de la justicia es la paz: «opus iustitiae, pax» (Is 32,17); si bien, como explica Santo Tomás, la paz es obra de la justicia indirectamente , o sea, en cuanto que remueve los obstáculos que a ella se oponen; pero propia y directamente proviene de la caridad, que es la virtud que realiza por excelencia la unión de todos los corazones 2 . 390. 3. Partes de la justicia.—Como en las demás vir¬ tudes cardinales, hay que distinguir en la justicia sus partes integrales, subjetivas y potenciales. A) Partes integrales 3 En toda justicia, ya sea general, ya particular, se requieren dos cosas para que alguien pueda ser llamado justo en toda la extensión de la palabra: apartarse del mal (no cualquiera, sino el nocivo al prójimo o a la sociedad) y hacer el bien (no cualquie¬ ra, sino el debido a otro). Estas son, pues, las partes integrales de la justicia, sin las cuales—o sin alguna de ellas—quedaría manca e imperfecta. No basta no perjudicar al prójimo (decli¬ nare a malo); es pieciso darle positivamente lo que le pertenece (facere bonum). Nótese que, como advierte Santo Tomás, el apartarse del mal no signi¬ fica aquí una pura negación (simple abstención del mal), que no supone nin¬ gún mérito aunque evite la pena que nos acarrearía la transgresión, sino un movimiento de la voluntad rechazando positivamente el mal (v.gr., al sentir la tentación de hacerlo), y esto es virtuoso y meritorio (79,1 ad 2). Nótese también que de suyo es más grave el pecado de transgresión (hacer * Cf. 11-11,29,3 ad 3 . 3 Cf. 11-11,79. L.II c.2. Las virtudes morales 555 el mal) que el de omisión (no hacer el bien). Y así r peca más el hijo que inju¬ ria a sus padres que el que se limita a no darles el debido honor, pero sin injuriarles positivamente. Con todo, puede ocurrir a veces que el pecado de omisión sea más grave que el de transgresión; v.gr., es más grave omitir cul¬ pablemente la misa un domingo que decir una pequeña mentira jocosa (79,4). B) Partes subjetivas o especies 4 Tres son las especies o partes subjetivas de la justicia; legal (o general) y particular , subdividida en otras dos: conmutativa y distributiva. La justicia legal es la virtud que inclina a los miembros del cuerpo social a dar a la sociedad todo aquello que le es debido en orden al bien común. Se llama legal porque se funda en la exacta observancia de las leyes, que cuando son justas—únicamente entonces son verdaderas leyes—obli¬ gan en conciencia a su cumplimiento. Más aún: como el bien común prevalece —en el mismo género de bienes—sobre el bien particular, los ciudadanos están obligados, por justicia legal, a sacrificar a veces una parte de sus bienes y hasta a poner en peligro su vida en defensa del bien común (v.gr., en una guerra justa). La justicia legal reside principal y arquitectónicamente en el príncipe o gobernantes, y secundaria o ministerialmente, en los súbditos (58,6). La justicia distributiva es la virtud que impone a quien distribuye los bienes comunes la obligación de hacerlo proporcionalmente a la dignidad, méritos y necesidades de cada uno. A ella se opone el feo pecado de la acepción de personas (63), que distribuye los bienes sociales y las cargas a capricho, por favoritismo o persecución puramente personal, sin tener para nada en cuenta los verdaderos méritos de los particulares ni las reglas de la equidad. En este sentido, las llamadas recomendaciones , en virtud de las cuales se otorga un beneficio acaso al que menos lo merece (sólo por compla¬ cer al que recomienda), constituyen un verdadero pecado y un atropello contra la justicia distributiva. La justicia conmutativa—que es la que realiza en toda su plenitud y perfección el concepto de justicia—regula los deberes y derechos de los ciu¬ dadanos entre sí. Su definición coincide casi totalmente con la que hemos dado de la justicia en general: es la constante y perpetua voluntad de una persona privada de dar a otra también privada lo que le pertenece en estricto derecho y en perfecta igualdad. Y así, v.gr., el que ha recibido prestadas mil pesetas debe devolver otras mil, ni más ni menos 5 . Su transgresión en¬ vuelve siempre la obligación de restituir. A ella se oponen un buen número de pecados: el homicidio, la mutilación, flagelación, encarcelamiento injusto, hurto y rapiña, injusticias ante los tribunales, injuria o contumelia, difama¬ ción o calumnia, murmuración, burla, maldición, fraude comercial y usura, cuyo estudio detallado pertenece al aspecto negativo de la Teología moral 6 . N.B .—A veces suele hablarse por los autores de justicia social , interna¬ cional, vindicativa, etc. No son especies distintas de las que señala Santo To¬ más. La justicia social coincide en el fondo con la legal, aunque recibe -se¬ gún algunos autores—cierta influencia de la distributiva, y hasta hay quienes 4 Cf. II-II .01; cf. 5S a.,-.6.7. 5 A no ser, naturalmente, los justos réditos o intereses legítimos previamente convenidos. « Cf. 11-11,64-78. 556 P.líl. Desarrollo normal de la vida cristiana la identifican con ella. La llamada internacional, que regula el derecho entre las naciones, debe apoyarse en los grandes principios del derecho de gentes y regirse por las normas de la justicia legal, distributiva o conmutativa, según se trate de los deberes que las naciones tienen para con el bien común de toda la humanidad, o de los deberes de la Organización de Naciones Unidas (O. N. U.)—cuando exista y funcione honradamente—para cada una de ellas en particular, o de las transacciones comerciales y contratos particulares de las naciones entre sí. Y, finalmente, la llamada justicia vindicativa —que es la que regula las penas que hay que aplicar a los transgresores de la ley—perte¬ nece, en diversos aspectos, a alguna de las tres especies tradicionales 7 . C) Partes potenciales 8 Son las virtudes anejas a la justicia, que se relacionan con ella en cuanto que convienen en alguna de sus condiciones o notas típicas que hemos señalado más arriba (alteridad, derecho estricto e igualdad), pero no en todas; fallan en algo, y por lo mismo no tienen toda la fuerza de la virtud cardinal. Se distribuyen en dos grupos: a) las que fallan por defecto de igualdad entre lo que dan y lo que reciben, y b) las que no se fundan en un derecho estricto del prójimo. Al primer grupo pertenecen la religión, que regula el culto debido a Dios; la piedad , que regula los deberes para con los padres, y la obser¬ vancia, dulía y obediencia, que regulan los debidos a los supe¬ riores. Al segundo grupo pertenecen la gratitud por los bene¬ ficios recibidos; la vindicta, o justo castigo contra los culpables; la verdad, afabilidad y liberalidad en el trato con nuestros se¬ mejantes, y la epiqueya, o equidad, que inclina a apartarse con justa causa de la letra de la ley para cumplir mejor su espíritu. Es forzoso examinar, siquiera sea brevemente, cada una de estas virtudes. Pero antes hemos de indicar los principales medios para perfeccionarse en la virtud de la justicia en sí misma. 391. 4. Medios para perfeccionarse en la justicia.— Son de dos clases: a) negativos, evitando los defectos opuestos, y b) positivos, practicando la virtud en todos sus aspectos. He aquí los principales: A) Medios negativos i) Evitar cualquier pequeña injusticia por insignificante que parezca. Acaso en ninguna otra materia es tan fácil formarse una falsa conciencia como en ésta. «Esto no tiene importancia*, se dice ligeramente, y se van 7 Cf. II-II,8o ad 1; 108,2 ad i; Mehkelback, Summa Theologiae Mor alis t.2 n.256. « Cf. Il-ll,8o. L.I1 c.2. Las virtudes morales 557 multiplicando las pequeñas injusticias (que a veces—si la materia lo sufre— pueden acumularse y llegar a pecado grave, como en los hurtiilos pequeños), y, sobre todo, se va uno acostumbrando a no concederle importancia al pe¬ cado venial, cuando en realidad la tiene grandísima. Este principio tiene infinidad de aplicaciones. Y así e 9 preciso llamar al cobrador del tranvía para pagarle el billete, si por distracción se le ha olvi¬ dado pedírnoslo; no se debe callar cuando al devolvernos el dinero de una cuenta nos entregan inadvertidamente unas monedas de más: hay que en¬ tregarlas en el acto a su legítimo dueño; al encontrarnos un objeto perdido es preciso hacer las debidas investigaciones para averiguar quién sea su ver¬ dadero dueño, y no quedamos con él hasta después de ver claro que no es posible averiguarlo, etc., etc. Todas estas cosas son exigidas por la justicia más elemental, y ni siquiera deben ser consideradas como actos de virtud, sino como simple y estricto cumplimiento del deber: «siervos inútiles 9omos; no hemos hecho más que lo que teníamos obligación de hacer* (Le 17,10). 2) No contraer deudas y liquidar cuanto antes las que ha¬ yamos contraído ya. No siendo de estricta y absoluta necesidad, es mil veces preferible care¬ cer de un objeto que poseerlo con el gravamen de una deuda, que acaso no se podrá pagar a su debido tiempo. Es una injusticia dejar de satisfacer las deudas contraídas con el pretexto de que no se puede, cuando en realidad se está malgastando por otros muchos conceptos. Sobre todo, clama al cielo la defraudación o el retraso del justo salario a los obreros o sirvientes. Si no se les puede atender, no se tengan; pero si se tienen, la entrega del salario a su debido tiempo se ha de mirar como algo sagrado, que es menester cumplir a toda costa. 3) Tratar las cosas ajenas con mayor cuidado que si fueran propias . i Cuántas injusticias se cometen en este sentido! Sobre todo entre per¬ sonas que viven en comunidad es frecuente observar el poco cuidado que se pone en la conservación o custodia de lo que pertenece a ella. Libros rotos, muebles maltratados, despilfarros injustificados... «Esto no es mío, poco im¬ porta*. Y con este descabellado criterio se quiere disculpar la injusticia ma¬ nifiesta. Aparte de la mala educación que esto representa, con frecuencia es ocasión de escándalo—lo copian e imitan los demás—, de disgustos con los superiores y, sobre todo, de ofensa de Dios. Muy de otra suerte proceden los que saben practicar la virtud de la justicia; tratan lo ajeno con mayor cuidado todavía que lo propio, porque, en fin de cuentas, destrozando lo propio, se podrá faltar a la pobreza, pero no a la justicia, que es virtud más excelente. 4) Tener especialísimo cuidado en no perjudicar jamás en lo más mínimo el buen nombre o fama del prójimo. Mucho más que las cosas corporales vale la fama y buena opinión entre los hombres. Por lo mismo, perjudicarla directa o indirectamente es mayor injusticia que el mismo robo de una cosa material. Nos guardaremos muy bien de los juicios temerarios (aunque sean puramente interiores), que con¬ denan al prójimo por simples apariencias más o menos infundadas (II-II, 60.3-4)1 de la injuria o contumelia (72), que con palabras o hechos mortifica, humilla y entristece al prójimo, llenando su alma de pena y amargura; de 558 P.Ill. Desarrollo normal de la vida cristiana la burla o irrisión (75), que produce parecidos efectos al dejar en ridículo ante los demás a un pobre infeliz, a quien utilizamos como victima de nues¬ tra «gracia* o de nuestro singular «ingenio»; de la maldición (76), por la que deseamos con la palabra algún mal a nuestro prójimo, que es pecado tanto más grave cuanto mayor sea la obligación de amar y venerar a la persona a quien maldecimos; de la fea y odiosa murmuración (74), que parece ser el tema obligado de infinidad de conversaciones, en las que apenas se hace otra cosa que criticar a fulano y despellejar a mengano; de la difamación (73), que se complace en sacar a relucir los defectos ocultos del prójimo, echando completamente por tierra su reputación y buena fama con el estúpido y an¬ ticristiano pretexto de que «es cosa pública, de todos sabida», etc. Aunque fuera así, no tenemos derecho ninguno a extender la mala fama del prójimo entre personas que lo ignoraban, sobre todo teniendo en cuenta que, si se descubrieran nuestros pecados ocultos—que Dios tan misericordiosamente nos ha perdonado—, acaso quedaríamos mil veces por debajo de aquellos a quienes criticamos: «el que de vosotros estuviere limpio de pecado, que arroje la primera piedra* (lo 8,7). En todo caso recordemos que Cristo advirtió ex¬ presamente que «seremos medidos exactamente con la misma medida con que midamos a los demás» (Mt 7,1-2). Tengamos en cuenta, además, que no basta arrepentirse y confesarse de estas faltas; la difamación y la calumnia obligan en conciencia a restituir. Y como muchas veces no se puede del todo—la calumnia siempre deja alguna huella o rastro en pos de sí aun des¬ pués de ser desmentida— f los que hayan cometido tan feo pecado no que¬ darán sin un grave castigo de Dios en esta vida o en la otra. 5) Evitar a todo trance la acepción de personas. Favorecer o perjudicar a una persona sin tener para nada en cuenta sus méritos o deméritos, sino únicamente la simpatía o antipatía que nos inspire, es una injusticia manifiesta que va contra la justicia distributiva. Es el feo pecado de la acepción de personas. Su forma más corriente son las llamadas recomendaciones para favorecer a una persona sin más razón que la amistad que nos une con ella y con el que ha de otorgarle un beneficio. Sobre ellas hay que advertir que es siempre lícito y laudable favorecer a uno sin perjudicar a nadie (v.gr., obteniéndole un empleo que no se hubiera dado a ningún otro), pero jamás es lícito favorecer a uno con perjuicio de otros (v.gr., haciendo que se le apruebe, con méritos inferiores, en unas oposiciones con plazas limitadas, que traerá consigo la exclusión injusta de otro aspirante más digno). Es increíble la ligereza con que se dan y aceptan esta clase de «recomendaciones», que llevan consigo una gran injusticia, que obliga a restituir en conciencia los daños ocasiona¬ dos a la persona perjudicada 9 . Nunca se trabajará bastante por desterrarlas definitivamente y para siempre. Las autoridades públicas deberían castigar severamente esta gran injusticia, pero muchas veces son ellas mismas quie¬ nes la cometen; gran cuenta tendrán que dar a Dios por ello. * Siendo, por desgracia, tan frecuente esta injusticia, acaso se podría utilizar la recomen¬ dación para redimirse de la injuria ajena, o sea, como legitima defensa contra el atropello de los demás, que se han procurado toda clase de recomendaciones. Si bien las personas de conciencia timorata—sobre todo si aspiran a la perfección cristiana—sienten horror instin¬ tivo a esta especie de «legítima defensa-, que acaso perjudique a un inocente en vez de al ver¬ dadero culpable. L.Il c.2. Las virtudes morales 559 B) Medios positivos Vamos a determinar los principales con relación a ld,s tres especies de justicia: conmutativa , distributiva y legal. 1) Con relación a la justicia conmutativa. «Dar a cada uno lo suyo»: éste es el principio fundamental que ha de regular nuestra conducta para con el prójimo. Y hay que hacerlo de corazón por amor a Dios y a la virtud, no por el castigo o remordimiento que nos traería el pecado. Ser delicadísimos en extremo hasta en los detalles más insignificantes, que nada es pequeño ante Dios cuando se hace por amor y con la única mira de agradarle. Perfeccionando los motivos y elevando cada vez más las intenciones, irá creciendo y desarrollándose en nuestra alma este aspecto fundamental de la virtud de la justicia. Las aplicaciones prácticas son infinitas, pero fáciles y sencillas; cada uno puede hacerlo por su cuenta, si hay buena voluntad e interés en santificarse. 2) Con relación a la justicia distributiva. Los encargados de distribuir los cargos, obligaciones, bienes o beneficios de la comunidad procederán en justicia estricta , sin dejarse doblegar jamás por la simpatía o antipatía personal ni por ninguna clase de presiones o recomendaciones ajenas. Hay ejemplos maravillosos en las vidas de los santos que ponen de manifiesto la energía y entereza de los siervos de Dios en el cumplimiento de este deber de justicia. Tengan todos en cuenta que no son dueños, sino meros administradores de los bienes o cargos que reparten, y que por lo mismo tendrán que dar estrecha cuenta a Dios de su administra¬ ción (Le 16,1-2). Para adelantar en este aspecto de la virtud de la justicia intensificarán su delicadeza y cuidado y elevarán de plano el motivo de su conducta, que no ha de ser otro que el cumplimiento del deber a honra y gloria de Dios. 3) Con relación a la justicia legal. No solamente no haremos nada contra la ley escrita, sino que procura¬ remos—sobre todo con el ejemplo de una conducta intachable jamás des¬ mentida—contribuir a que la cumplan también los demás hasta el último detalle: «iota unum, aut unus apex, non praeteribit a lege, doñee omnia fiant» (Mt 5,18). «Si entendiésemos cuán gran daño se hace en que se comience una mala costumbre, más querríamos morir que ser causa de ello», decía Santa Teresa de Jesús 10 . El alma deseosa de su santificación nada ha de temer tanto como ser culpable de este crimen contra la justicia legal, que tanto daño causa en nosotros mismos y en los demás. Y como nada hay que aleje tanto de un pecado como la práctica cada vez más intensa de la virtud contraria, tratará con todas sus fuerzas de cumplir hasta los más insignifican¬ tes detalles de la ley. Sobre todo si es persona consagrada a Dios, no espere santificarse fuera del cumplimiento exacto de su regla y constituciones. San¬ tos hubo que no hicieron más que esto, y con ello alcanzaron la cumbre de la perfección. De San Juan Berchmans se decía que todo lo había hecho bien: «bene omnia fecit», porque nunca le pudieron sorprender faltando al menor detalle dé su regla o constituciones. 10 Camino de perfección 13 . 4 * 560 P.1II. Desarrollo normal de la vida cristiana Además de estos medios generales, que afectan a la justicia en sí misma, es preciso practicar la materia perteneciente a sus virtudes anejas o derivadas (partes potenciales), que vamos a examinar siquiera sea brevemente. I. La virtud de la religión 11 392. 1. Naturaleza.—Puede definirse: Una virtud mo¬ ral que inclina al hombre a dar a Dios el culto debido como primer principio de todas las cosas (81,3). Es la más importante de las virtudes derivadas de la justicia y supera en perfección a esta su propia virtud cardinal 12 y a todas las demás morales por razón de la excelencia de su objeto: el culto debido a Dios (81,6). En este sentido es la que más se acerca a las virtudes teologales, y ocupa, por consiguiente, el cuarto lugar en la clasificación general de todas las virtudes infusas. Algunos teólogos consideran la religión como verdadera virtud teologal, pero sin fundamento ninguno. No advierten que la religión no tiene por objeto el mismo Dios —como las teologales—, sino el culto debido a Dios, que es algo completamente distinto de El. De todas formas, es cierto que es la virtud que más se acerca y parece a las teologales (81,5). El objeto material de la virtud de la religión lo constituyen los actos internos o externos del culto que tributamos a Dios. Y su objeto formal o motivo es la suprema excelencia de Dios como primer principio de todo cuanto existe. 393. 2. Actos de la virtud de la religión.—La religión tiene varios actos, internos y externos. Los internos son dos: la devoción y la oración 13 . Los externos, siete: la adoración, el sacrificio , las ofrendas u oblaciones, el voto, el juramento, el con¬ juro y la invocación del santo nombre de Dios 14 . 394. a) La devoción 15 consiste en una prontitud de áni¬ mo para entregarse a las cosas que pertenecen al servicio de Dios (82,1). Serán, pues, devotos los que se entregan o consagran por entero a Dios y le permanecen totalmente sumisos: «devoti dicuntur qui seipsos quodammodo Deo devovent, ut ei se to- taliter subdant» (ibid.). Su nota típica y esencial es la prontitud 11 Cf. 11 - 11 , 8 1. 12 Por la excelencia de su objeto, no por la realización de todas las condiciones reque¬ ridas para la virtud cardinal. En este último sentido es más perfecta la justicia, como ya vimos. n Cf. 11-11,82 pról. l « Cf. 11-11,84 pról. l* Cf. 11-11,82. LJ1 c.2. Las virtudes morales 561 de la voluntad, dispuesta siempre a entregarse al servicio de Dios. Los verdaderos devotos están siempre disponibles para todo cuanto se refiera al culto o servicio de Dios. El ejemplo más sublime de devoción es el de Cristo al entrar en el mundo: «Heme aquí, Señor, dispuesto a cumplir tu voluntad; en ello pongo mi complacencia y dentro de mi corazón está tu ley» (Ps 39,8-9; Hebr 10,5-7). Nótese, sin embargo, que esa voluntad pronta de entregarse a Dios puede provenir también de la virtud de la caridad. Si se intenta con ello la unión amorosa con Dios , es un acto de caridad; si se intenta el culto o servicio de Dios, es acto de religión 16 . Son dos virtudes que se influyen mutua¬ mente; la caridad causa la devoción, en cuanto que el amor nos hace prontos para servir al amigo, y, a su vez, la devoción aumenta el amor, porque la amistad se conserva y aumenta con los servicios prestados al amigo (82,2 ad 2). | Cuánta devoción mal entendida corre como moneda buena por esos mundos de Diosl ¡Cuánta gente ilusa que hace consistir su devoción en cargarse de prácticas piadosas, rezos inacabables despachados rutinariamen¬ te, en pertenecer a veinticinco cofradías o en pasarse largas horas en las iglesias, sin perjuicio de que al acabar sus rezos o al salir del templo co¬ miencen inmediatamente a criticar a fulanito o a murmurar de menganita! Es el tipo clásico de falsa devota, que confunde la devoción con las devo¬ ciones, y no tiene la menor idea de la verdadera y auténtica devoción, que consiste en la total entrega de sí mismo a Dios, dispuesta siempre al cumpli¬ miento pronto y exacto de las cosas pertenecientes a su santo servicio. Santo Tomás advierte que la devoción, como acto de reli¬ gión que es, recae siempre en Dios, no en sus criaturas. De donde la devoción a los santos no debe terminar en ellos mismos, sino en Dios a través de ellos. En los santos veneramos propia¬ mente lo que tienen de Dios; o sea, a Dios en ellos 17 . Por donde se ve cuán equivocados andan los que vinculan su devoción, no ya a un determinado santo como causa final de la misma—lo que sería ya erróneo—, sino incluso a una determinada imagen de un santo, fuera de la cual ya no tienen devoción ninguna. Los sacerdotes y demás personas en¬ cargadas de dirigir la piedad de los fieles no deben «dejar pasar» estas cosas so pretexto de que son gente ignorante, que no entienden de estas cosas, etc. Es preciso que instruyan a sus fieles con suavidad y dulzura, pero también con firmeza inquebrantable, para corregir estos abusos. La causa extrínseca principal de la devoción es Dios, que llama a los que quiere y enciende en sus almas el fuego de la 16 «Pertenece inmediatamente a la caridad que el hombre se entregue a Dios adhiriéndo¬ se a El por cierta unión espiritual. Pero que el hombre se entregue a Dios para alguna obra del culto divino pertenece inmediatamente a la religión y mediatamente a la caridad, que es el principio de la religión» (82,2 ad 1). 17 «La devoción que se tiene a los santos de Dios, muertos o vivos, no termina en ellos mismos, sino que pasa a Dios: en cuanto que en los ministros de Dios veneramos al mismo Dios» (82,2 ad 3). 20 Icol, pcrfecítón 562 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana devoción. Pero la causa intrínseca por parte nuestra es la me¬ ditación y contemplación de la divina bondad y de los bene¬ ficios divinos, juntamente con la consideración de nuestra mi¬ seria, que excluye la presunción y nos empuja a sometemos totalmente a Dios, de quien nos vendrá el auxilio y remedio (82,3). Su efecto más propio y principal es llenar el alma de espiritual alegría, aunque a veces accidentalmente pueda causar tristeza según Dios (82,4). Son interesantísimas las objeciones y respuestas de Santo Tomás en el artículo tercero. Helas aquí: Objeción i. a —Ninguna causa impide su efecto; pero las sutiles medita¬ ciones de cosas inteligibles impiden muchas veces la devoción; luego la con¬ templación o meditación no es causa de la devoción. Respuesta. —«La consideración de las cosas que son aptas para excitar el amor de Dios causa la devoción. Pero la consideración de cualquier otra cosa que no pertenece a esto, sino que distrae la mente de ello, impide la devoción* (ad 1 ). De donde es imposible que alcancen la verdadera devoción las personas que se entregan con afán a la lectura de novelas, espectáculos mundanos, etcétera, etc. Objeción 2. a —Si la contemplación fuera causa propia de la devoción, se seguiría que las cosas que son de más alta y excelente contemplación excita¬ rían más la devoción. Y vemos que no es así, porque con frecuencia excita mayor devoción la consideración de la pasión de Cristo y de otros misterios de su humanidad que la consideración de la divina grandeza; luego la con¬ templación no es causa propia de la devoción. Respuesta. —«Las cosas que pertenecen a la divinidad son de suyo (secun- dum se) las más propias para excitar el amor y, por consiguiente, la devoción, porque a Dios hay que amarlo sobre todas las cosas. Pero por la debilidad de la mente humana ocurre que así como el hombre necesita ser conducido al conocimiento de las cosas divinas por las cosas sensibles que conocemos mejor, asi las necesita también para excitarse al amor. Entre las cuales está principalmente la humanidad de Cristo, según aquello del prefacio: «ut dum visibiliter Deum cognoscimus, per hunc in invisibilium amorem rapiamur». Y por lo mismo, las cosas que pertenecen a la humanidad de Cristo excitan hasta el máximo la devoción como llevándonos de la mano («per modum cuiusdam manuductionis»), sin que esto sea obstáculo para que la devoción consista principalmente en las cosas pertenecientes a la divinidad* (ad 2 ). Si hubieran tenido en cuenta esta luminosa doctrina de Santo Tomás aque¬ llos teólogos que trataron de apartar a Santa Teresa de la consideración de la humanidad de Cristo, no hubieran incurrido jamás en semejante torpeza y error. Aunque es cierto que es superior la divinidad a la humanidad, te¬ niendo en cuenta—sin embargo—la condición de la humana mente, que va siempre de lo sensible a lo inteligible, la consideración de los misterios de la humanidad de Cristo será siempre un medio aptísimo para excitar «hasta el máximo* la devoción. No hay estado de perfección tan alto en el que la consideración de la humanidad de Cristo pueda representar un estorbo. Santa Teresa lo atisbó con acierto genial ,8 . 18 Cf. Vida 22,1-14; Moradas sextas 7,5-15. L.II c.2. Las virtudes morales 563 Objeción 3. a — Si la contemplación fuese la propia causa de la devoción, se seguiría que los que son más aptos para la contemplación serían también los más aptos para la devoción. Y vemos que no es así, porque la devoción se encuentra más frecuentemente en ciertos varones sencillos y en las mujeres, en los que falta ciencia o contemplación. Luego esta última no es la propia causa de la devoción. Respuesta.— «La ciencia y todo aquello que pertenece a la grandeza es ocasión de que el hombre confíe en sí mismo y, por lo tanto, de que no se entregue totalmente a Dios. Y de ahí que estas cosas impidan a veces ocasio¬ nalmente la devoción; y por eso en las mujeres y sencillos abunda la devo¬ ción, comprimiendo la exaltación de sí mismos. Pero si el hombre somete perfectamente a Dios la ciencia o cualquier otra perfección, aumenta por ello mismo la devoción» (ad 3 ). Es una lástima muy grande—en efecto—que la ciencia, que debería ser un poderoso estímulo y aliento para excitar la devoción—sobre todo la cien¬ cia sagrada—, sirva muchas veces de obstáculo y freno para ella. Es el or¬ gullo humano, que, pagado de sí mismo, recibe el justo castigo de Dios, privándole de la gracia de la devoción. Con razón lamenta San Agustín que «se levantan los indoctos y arrebatan el cielo; y nosotros, con nuestra cien¬ cia, faltos de corazón, he aquí que nos revolcamos en la carne y la sangre. ; Acaso porque aquéllos se nos han adelantado tenemos vergüenza de seguir¬ los. y no la tendremos siquiera de no seguirlos?» 19 . 395. b) La oración 20 es el segundo acto interior de la virtud de la religión, que pertenece propiamente al entendi¬ miento, a diferencia de la devoción, que radicaba en la volun¬ tad. Por su extraordinaria importancia en la vida espiritual determinaremos largamente en capítulo aparte su naturaleza y sus grados (cf. n.466ss). 396. c) La adoración 2] es un acto externo de la virtud de la religión por el que testimoniamos el honor y reverencia que nos merece la excelencia infinita de Dios y nuestra sumisión ante El (84,1). Aunque de suyo prescinda del cuerpo—también los ángeles adoran-—, en nosotros, compuestos de espíritu y materia, suelea manifestarse corporalmente. Esta adoración exterior es expresión y redundancia de la interior—que es la principal— y sirve para excitar y mantener esta última (84,2). Y porque Dios está en todas partes, en todo lugar podemos adorar a Dios interior y exteriormente, si bien el lugar más propio es el tem¬ plo, porque en él reside Dios especialmente—sobre todo si se guarda en él la Eucaristía—, nos aleja y separa del mundanal ruido, hay en él muchos objetos santos que excitan la devoción y nos estimula y alienta la compañía de los demás adoradores (84,3)- 397. d) El sacrificio 22 es el acto principal del culto ex¬ terno y público, y consiste en la oblación externa de una cosa 1 Cf. Confesiones 1.8 c.8 n.ig. 2° Cf. 11-11,83. 21 Cf. 11-11,84. 22 Cf. 11-11,85. 564 P.lll. Desarrollo normal ¿le la vida cristiana sensible con su real inmutación o destrucción realizada por el sacerdote en honor de Dios para testimoniar su supremo dominio y nuestra rendida sumisión ante El. En la nueva ley no hay más sacrificio que el de la santa misa, que» por ser renovación in¬ cruenta del sacrificio del Calvario» da a Dios una gloria infinita y tiene valor sobreabundante para atraer sobre los hombres to¬ das cuantas gracias necesitan. Hemos estudiado ampliamente la santa misa en otro lugar de esta obra (cf. n.320-22). 398. e) Las ofrendas u oblaciones 23 .—Ofrenda en ge¬ neral es la entrega o donación espontánea de una cosa. De donde en sentido religioso es la espontánea donación de una cosa para el culto divino. Las hay de dos clases: una inmediata y propiamente dicha, por la cual se ofrece algo en honor de Dios, ya sea para el culto o para sostenimiento de sus ministros o de los pobres (tales como las antiguas primicias de los frutos de la tierra y las modernas colectas para obras pías), y otra mediata o impropiamente dicha, que se ofrece al sacerdote para su propio sustento (tales como los diezmos antiguos y los estipendios modernos por las misas y otros servicios religiosos). La Iglesia puede señalar la cuantía de estas ofrendas, y así lo hizo en siglos anteriores; pero hoy lo deja a las costumbres legítimas de los pueblos 24 . 399. f ) El voto 25 es una promesa deliberada y libre hecha a Dios de un bien posible y mejor que su contrario (en. 1307). He¬ cho con las debidas condiciones es un acto excelente de religión que aumenta el mérito de las buenas obras al ordenarlas al culto y honor de Dios. Por lo mismo, su transgresión volunta¬ ria es un pecado contra la religión, que, si recae sobre una ma¬ teria ya preceptuada de antemano (v.gr., castidad), constituye un segundo pecado, que es menester declarar en confesión. Si los votos quebrantados son los de una persona consagrada pú¬ blicamente a Dios, el pecado cometido contra la religión es un sacrilegio (cf. en. 132 y 1308,1.°). No consta que lo sea también el quebrantamiento del voto de castidad emitido por una per¬ sona privada , aunque ciertamente sería un pecado grave contra la religión—de infidelidad o perfidia hacia Dios (88,3)—, que habría que declarar expresamente en la confesión. El estudio detallado de todo cuanto se refiere a los votos pertenece a la Teología moral. 2-' Cf. 11-11.86-87. 24 «L£n cuanto al pago de los diezmos y piimidas, se observarán los estatutos peculiares y las costumbres laudables de cada región» (cn.i 502 ). 25 Cf. 11-11,88. V L.Il c.2. Ims virtudes morales 565 400* g) El juramento 26 es la invocación del nombre de Dios en testimonio de la verdad, y sólo puede prestarse con ver¬ dad, con juicio y con justicia (en. 1316). En estas condiciones es un acto de religión. Puede ser asertorio o promisorio , según se limite a testificar alguna verdad o se prometa con él el cum¬ plimiento de una cosa. La validez, licitud, obligación, dispen¬ sa, etc., del juramento promisorio coincide casi totalmente con lo correspondiente a los votos. 401. h) El conjuro 27 .—Es otro acto de religión que consiste en la invocación del nombre de Dios o de alguna cosa sagrada para obligar a otro a ejecutar o abstenerse de alguna cosa. Hecho con el respeto debido y con las condiciones ne¬ cesarias (verdad, justicia y juicio) es lícito y honesto. La Iglesia lo emplea principalmente en los exorcismos contra el demonio (cf. n.223). 402* i) La invocación del santo nombre de Dios 28 . Consiste principalmente en la alabanza externa—como manifes¬ tación del fervor interno—del santo nombre de Dios en el culto público o privado (91,1). Es útil y conveniente acompañarla del canto «ut animi infirmorum magis provocentur ad devotionem» (91,2). Es muy curiosa la doctrina de Santo Tomás en la solu¬ ción de las objeciones de este segundo artículo. Contra este acto de religión está la invocación del santo nombre de Dios en vano. El nombre de Dios es santo, y no se debe pronunciar sin la debida reverencia y, por lo mismo, nunca en vano o sin causa. Por eso se nos dice en el libro del Ecle¬ siástico (23,9-11): «No te habitúes a proferir juramentos ni a pronunciar el nombre del Santo; pues como el esclavo puesto de continuo en la tortura no está libre de cardenales, así el que siempre jura y profiere el nombre de Dios no se verá limpio de pecados». 403. 3. Pecados opuestos a la virtud de la religión.— Los principales son los siguientes: La superstición, que se opone por exceso a la virtud de la religión, dando a Dios un culto indigno de El o dando a las criaturas el que sólo a Dios pertenece (92). Tiene varias especies, que son: a) El culto indebido a Dios con cosas falsas o superfluas (93); b) La idolatría, que consiste en tributar a una criatura el culto debido a Dios, y constituye un gravísimo pecado, en cierto modo el mayor de cuantos se pueden cometer (94); c) La adivinación, que consiste en pretender averiguar los futuros con- -6 Cf. II-lI,St>. 2 7 Cf. 11-11,00. 2» Cf. Il-II/ji. 566 P.IIf. Desarrollo normal de la vida cristiana tingentes por medios desproporcionados o indebidos, y se subdivide en mu¬ chas especies (95); y d) La vana observancia, que consiste en fijarse en algunas circunstan¬ cias del todo desproporcionadas o fortuitas (v.gr., el martes, el día 13, etc.) para conjeturar sucesos prósperos o adversos y gobernar por estas conjetu¬ ras la vida propia o ajena (96). Por defecto se oponen a la virtud de la religión: 1. La tentación de Dios, que consiste en pedir y exigir, sin respeto a la majestad divina, la intervención de Dios, como poniendo a prueba su omni¬ potencia o esperándola en circunstancias indignas de Dios. Tentamos a Dios cuando confiamos en su auxilio sin hacer de nuestra parte lo que podemos y debemos hacer (97); 2. El perjurio , que consiste en poner a Dios por testigo de algo falso (es siempre pecado mortal, por la grave injuria a Dios, aunque la cosa que se confirme con juramento sea una prqueña mentira sin importancia) o en ne¬ garse a cumplir lo prometido con juramento (98); 3. El sacrilegio, que consiste en la violación o trato idigno de algo sa¬ grado; y puede ser personal, local o real, según se profane una persona, lugar o cosa sagrada (99); y 4. La simonía, que consiste en la intención deliberada de comprar o vender por un precio temporal una cosa intrínsecamente espiritual (v.gr., los sacramentos) o una cosa temporal unida inseparablemente a una espiritual (v.gr., un cáliz consagrado) (100). II. La virtud de la piedad 29 404. 1. Naturaleza.—La palabra piedad se puede em¬ plear en muy diversos sentidos: a) como sinónimo de devoción, religiosidad, entrega a las cosas del culto de Dios; y así habla¬ mos de personas piadosas o devotas; b) como equivalente a compasión o misericordia; y así decimos: «Señor, tened piedad de nosotros»; c) para designar una virtud especial derivada de la justicia: la virtud de la piedad, que vamos a estudiar en se¬ guida; y d) aludiendo a uno de los siete dones del Espíritu Santo: el don de piedad. Como virtud especial derivada de la justicia, puede de¬ finirse: Un hábito sobrenatural que nos inclina a tributar a los padres, a la patria y a todos los que se relacionan con ellos el honor y servicio debidos (101,3). El objeto material de esta virtud lo constituyen todos los actos de honor, reverencia, servicio, ayuda material o espiritual, etc., que se tributan a los padres, a la patria y a todos los consanguíneos. El objeto formal quo, o motivo de esos actos, es porque los padres y la patria son el principio secundario de nuestro ser y gobei nación (101,3). A Dios, como primer principio de ambas cosas, se le debe el culto especial que le tributa la virtud de la religión 30 . A los padres y a la patria, como principios zo Cf. IUI.Tor. • ,0 Esto es cierto considerando a Dios únicamente como nuestro Creador, primer Prin¬ cipio de todo cuanto existe. Pero en cuanto nos ha elevado por la gracia a la categoría de L.11 c.2. íms virtudes morales 567 secundarios , se les debe el culto especial de la virtud de la piedad. A los con¬ sanguíneos se les debe también este mismo culto, en cuanto que proceden de un mismo tronco común y se reflejan en ellos nuestros mismos padres (ioi,i). Según esto, el sujeto sobre quien recaen los deberes de la piedad es triple: a) Los padres, a los que se refiere principalmente, porque ellos son, después de Dios, los principios de nuestro ser, educación y gobierno; bj La patria, porque también ella es, en cierto sentido, principio de nuestro ser, educación y gobierno, en cuanto que proporciona a los padres —y por medio de ellos a nosotros—multitud de cosas necesarias o conve¬ nientes para ello. En ella están comprendidos todos los compatriotas y ami¬ gos de nuestra patria. El patriotismo bien entendido es una verdadera virtud cristiana; y c) Los consanguíneos, porque, aunque no sean principio de nuestro ser y gobierno, en ellos están representados, de algún modo, nuestros mismos padres, ya que todos procedemos de un mismo tronco común. Por extensión se pueden considerar como parientes los que forman como una misma fami¬ lia espiritual (v.gr., los miembros de una misma Orden religiosa, que llaman «padre» común al fundador de la misma). Por donde se ve que la piedad es una virtud distinta de las virtudes afines, tales como la caridad hacia el prójimo y la justicia legal Se distingue de la primera en cuanto que la piedad se funda en la estrechísima unión que resulta de un mismo tron¬ co o estirpe familiar común , mientras que la caridad se funda en los lazos que unen con Dios a todo el género humano. Y la piedad para con la patria se distingue de la justicia legal en que esta última se relaciona con la patria considerando el bien de la misma como un bien común a todos los ciudadanos, mientras que la piedad la considera como principio secundario de nues¬ tro propio ser. Y por cuanto la patria conserva siempre este segundo aspecto con relación a nosotros, hay que concluir que el hombre, aunque viva lejos de su patria y haya adquirido carta de naturaleza en otro país, está obligado siempre a conser¬ var la piedad hacia su patria de origen, mientras que ya no está obligado a los deberes procedentes de la justicia legal , por cuan¬ to ha dejado de ser súbdito del gobierno de su patria. Siendo la piedad una virtud especial , hay que concluir que los pecados que se cometan contra ella son también pecados especiales , que hay que de¬ clarar expresamente en confesión. Y así, golpear o maltratar al padre o a la madre es un pecado especial contra la piedad distinto y mucho más grave que golpear a un hombre extraño. Algo semejante hay que decir de los peca¬ dos que se cometan contra la patria en cuanto tal y contra los parientes o consanguíneos. 405* 2. Pecados opuestos.—A la piedad familiar se oponen dos, uno por exceso y otro por defecto . Por exceso se hijos suyos adoptivos , Dios es nuestro verdadero Padre, y en este sentido tenemos para con El verdaderos deberes de piedad (cf. 101,3 ad 2). Volveremos sobre esta sublime materia al hablar del don de piedad. 568 P.lll, Desarrollo normal de la vida cristiana opone el amor exagerado a los parientes (101,4), que impulsara a dejar incumplidos deberes más altos que los debidos a ellos (v.gr., el que renunciara a seguir su vocación religiosa o sacer¬ dotal por el único motivo de no disgustar a su familia). Y por defecto se opone la impiedad familiar , que desatiende los de¬ beres de honor, reverencia, ayuda económica o espiritual, etc., pudiendo y debiendo cumplirlos. A la piedad para con la patria se opone por exceso el na¬ cionalismo exagerado, que desprecia con palabras u obras a todas las demás naciones; y por defecto, el cosmopolitismo de los hombres sin patria, que tienen por santo y seña el viejo adagio de los paganos: «Ubi bene, ibi patria». 406. 3. Medios de adelantar en ella.—Es convenien- tísimo que los hijos mediten con frecuencia en los inmensos beneficios que han recibido de sus padres, a quienes jamás po¬ drán corresponder como deben 31 . Por lo mismo, se esforza¬ rán en mostrarles cada vez mayor cariño, respeto y veneración, aun cuando deban vencer para ello su temperamento melan¬ cólico o tengan que olvidar alguna injuria o malos tratos reci¬ bidos. Los padres son siempre padres, y ninguna razón puede haber para rebajar la estima y el respeto que nos deben mere¬ cer en cuanto tales. El mismo respeto, cariño y veneración hemos de mostrar a todos nuestros familiares, sobre todo a los más cercanos y que conviven bajo un mismo techo, recordando que «somos todos de una misma carne» (como dijo Judá a los demás hijos de Jacob, que querían matar por envidia a su her¬ mano José; Gen 37,27) y que nada hay que contribuya tanto al bienestar y felicidad propios y a la edificación ajena como el sublime espectáculo de una familia cristiana íntimamente unida en el Señor, así como no hay nada que tanto escandalice a los demás y tanto contribuya a la infidelidad de un hogar como las continuas reyertas y altercados familiares. Hemos de cultivar también el amor a la patria, estudiando su historia, publicando sus glorias y esforzándose en servirla por todos los medios a nuestro alcance; hasta dar, si preciso fuera, nuestra propia vida por ella, sin envidia ni menosprecio de las demás naciones. 31 A veces, sin embargo, puede darse el caso de un hijo que devuelva a sus padres ma¬ yores beneficios que los que de ellos ha recibido; v.gr., convirtiéndolos del paganismo o la herejía a la verdadera religión, o de una vida de pecado a otra cristiana y ejemplar; con lo cual les pone en camino de obtener la vidti eterna, que vale infinitamente más que la vida temporal que de ellos recibió. Por donde se ve que el mayor servicio de piedad que podemos ofrecer a nuestros padres, parientes o compatriotas es trabajar sin descanso en hacerles mds buenos y mejore s crisfianos. L.Il c.2. Las virtudes morales 569 El don de piedad S.Th., 11-11,121.—Véase, además, la nota bibliográfica del n.336. Santo Tomás estudia el don de piedad al final de todo el tratado de jus¬ ticia, después de haber hablado de todas las virtudes anejas (II-II, 121), y ése es su lugar lógico en la organización de la Suma Teológica. Pero dada su especial afinidad con la virtud del mismo nombre, nosotros vamos a estu¬ diarlo aquí. 407* 1. Naturaleza*—El don de piedad puede definirse como un hábito sobrenatural infundido con la gracia santificante para excitar en la voluntad, por instinto del Espíritu Santo , un afecto filial hacia Dios considerado como Padre y un sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres en cuanto hermanos nuestros e hijos del mismo Padre , que está en los cielos . Expliquemos un poco la definición: a) «Un habito sobrenatural...». —Es el género próximo de la defini¬ ción, común a todos los demás dones. b) «... INFUNDI DO CON LA GRACIA SANTIFICANTE...». —Todos los justos están en posesión de los dones del Espíritu Santo en cuanto hábitos, ya que se infunden con la gracia y son inseparables de ella. c) «... para excitar en la voluntad ...». —Como don afectivo que es, tiene su asiento en la voluntad, en unión de las distintas virtudes infusas que en ella descansan. d) «... por instinto del Espíritu Santo...». —Es lo propio y caracterís¬ tico de los dones del Espíritu Santo, en contraposición a las virtudes adqui¬ ridas, que se regulan exclusivamente por las luces de la razón natural, y a las virtudes infusas, que son gobernadas por la misma razón iluminada por la fe. e) «... un afecto filial hacia Dios considerado como Padre...».— Es lo formal y propio del don de piedad, que le distingue de la virtud de la religión adquirida o infusa, que venera a Dios como Creador, o sea como primer Principio de todo cuanto existe, conocido por las luces de la razón y de la fe, mientras que el don de piedad le considera más bien como Padre, que nos ha engendrado a la vida sobrenatural, dándonos con la gracia santi¬ ficante una participación física y formal de su propia naturaleza divina. En este sentido, Dios es verdaderamente nuestro Padre, que está en los cielos; y esto hace que el culto que le tributamos como Padre mediante el don de piedad sea más noble y excelente que el que le ofrecemos por la virtud de la religión, como advierte expresamente Santo Tomás f) «... Y UN SENTIMIENTO DE FRATERNIDAD UNIVERSAL PARA CON TODOS los hombres. ..». —Es el principal efecto secundario del don de piedad. Santo Tomás advierte expresamente que «así como pof la virtud de la piedad ofrece el hombre culto y veneración no sólo al padre carnal, sino también a todos 32 íle aquí sus propias palabras: «Ofrecer culto a Dios como Creador, como hace la religión, es más excelente que ofrecérselo al padre camal, como hace Ja virtud de la piedad. Pero ofrecer culto a Dios como Padre es más excelente todavía que ofrecérselo como Crea¬ dor v Señor. De donde la religión es más importante que la virtud de la piedad; pero el don de piedad es más importante que la religión* (121,1 ad 2). 570 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana los consanguíneos, en cuanto pertenecen al padre, así el don de piedad no se limita al culto y veneración de Dios, sino que lo extiende también a todos los hombres, en cuanto pertenecen a Dios» (121,1 ad 3). Ni es éste el único efecto secundario del don de piedad. Se extien¬ de también a todo cuanto pertenece al culto de Dios y aun a toda la materia de la justicia y virtudes anejas, cumpliendo todas sus exi¬ gencias y obligaciones por un motivo más noble y una formalidad más alta; a saber; considerándolas como deberes para con sus herma¬ nos los hombres, que son hijos y familiares de Dios 33 . g) «... EN CUANTO HERMANOS NUESTROS E HIJOS DEL MISMO PADRE, QUE está en los cielos».— Es otra vez el motivo formal del don de piedad ilu¬ minando este efecto secundario. Asi como la virtud de la piedad es la vir¬ tud familiar por excelencia, así el don de piedad, en un plano más alto y uni¬ versal, es el don que une y congrega bajo la amorosa mirada del Padre ce¬ lestial a toda la gran familia de los hijos de Dios. 408. 2. Necesidad. —El don de piedad es absolutamen¬ te necesario para perfeccionar hasta el heroísmo la materia per¬ teneciente a la virtud de la justicia y a todas sus derivadas, es¬ pecialmente la religión y la piedad , sobre las que recae de una manera más inmediata y principal. ¡Qué distinto es, por ejem¬ plo, practicar el culto de Dios únicamente bajo el impulso de la virtud de la religión, que nos lo presenta como Creador y Dueño soberano de todo cuanto existe, a practicarlo por el ins¬ tinto del don de piedad, que nos hace ver en El a un Padre amorosísimo que nos ama con infinita ternura! Las cosas del servicio de Dios—culto, oración, sacrificio, etc.—se cumplen casi sin esfuerzo alguno, con exquisita perfección y delicadeza; se trata del servicio del Padre, no ya del Dios de terrible ma¬ jestad. Y en el trato de los hombres, ¡qué nota de acabamiento y exquisitez pone el sentimiento entrañable de que todos so¬ mos hermanos e hijos de un mismo Padre, a las exigencias, de suyo ya sublimes, de la caridad y deia justicia! Y aúnen lo referente a las mismas cosas materiales, ¡cómo cambia todo de panorama! Porque para los que están profundamente goberna¬ dos por el don de piedad, la tierra y la creación entera son la «casa del Padre», en la que todo cuanto existe les habla de El y de su infinita bondad y ternura. Descubren el sentido religioso que late en todas las cosas. Todas ellas—incluso el lobo, y la flor, y la muerte—son hermanas nuestras, como decía San Francisco de Asís. Entonces es cuando las virtudes cristianas adquieren un matiz delicadísimo, de exquisita perfección y acabamiento, que fuera inútil exigir de ellas desligadas de la influencia del don de piedad. Sin los dones del Espíritu Santo, ninguna virtud infusa puede llegar a su perfecto desarrollo y expansión. JJ Cf. Juan de Santo Tomás, In I II d.r8 a.6 § 1 n.26. L.ll c.2. Las virtudes morales 571 409. 3. Efectos.—Son maravillosos los efectos que pro¬ duce en el alma la actuación intensa del don de piedad. He aquí los principales: 1) Pone en el alma una ternura verdaderamente fi¬ lial HACIA NUESTRO PADRE AMOROSÍSIMO, QUE ESTÁ EN LOS CIELOS. Es el efecto primario y fundamental. El alma comprende perfectamente y vive con inefable dulzura aquellas palabras de San Pablo: «Porque no ha¬ béis recibido el espíritu de esclavitud para reincidir de nuevo en el temor, antes habéis recibido el espíritu de filiación adoptiva, por el que clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios* (Rom 8,15-16). Santa Tcresita—en la que, como es sabido, brilló el don de piedad en grado sublime—no nodía pensar en esto sin llorar de amor. «Al entrar cierto día una novicia en su celda—leemos en la Historia de un alma 34 —, se detuvo sorprendida de la expresión celestial de su rostro. Estaba cosiendo muy ac¬ tiva y, sin embargo, parecía absorta en contemplación profunda. «¿En qué piensa?», le preguntó la novicia. «Estoy meditando el Padrenuestro—respon,- dió ella—. ¡Es tan dulce y consolador llamar Padre a un Dios tan bueno!» Y las lágrimas brillaban en sus ojos». Dom Columba Marmion, el célebre abad de Maredsous, poseía también en alto grado este sentimiento de nuestra filiación divina adoptiva. Para él, Dios es, ante todo, nuestro Padre. El monasterio es la «casa del Padre» y todos sus moradores forman la familia de Dios. Esto mismo hay que decir del mundo entero y de todos los hombres. Insiste repetidas veces, a todo lo largo de sus obras, en la necesidad de cultivar este espíritu de adopción, que debe ser la actitud fundamental del cristiano frente a Dios. El mismo pedía mentalmente este espíritu de adopción al inclinarse en el Gloria Patri al final de cada salmo 35 . He aquí un texto de su preciosa obra Jesucristo en sus misterios, que resume admirablemente su pensamiento: «Así, pues, no olvidemos jamás que toda la vida cristiana, como toda la santidad, se reduce a ser por gracia lo que Jesús es por naturaleza: Hijo de Dios. De ahí la subli¬ midad de nuestra religión. La fuente de todas las preeminencias de Jesús, del valor de todos sus estados, de la fecundidad de todos sus misterios, está en su generación divina y en su calidad de Hijo de Dios. Por eso, el santo más encumbrado en el cielo será el que en este mundo fuere mejor hijo de Dios, el que mejor hiciere fructificar la gracia de su adopción sobrenatural en Jesucristo» 36 . La plegaria predilecta de estas almas es el Padrenuestro. Encuentran en él inefable dulzura y devoción. Hemos visto a Santa Teresita llorar de amor al pronunciar sus primeras palabras. Ella misma nos dice que el Padrenues¬ tro y el Avemaria «son las únicas oraciones que me elevan, las que nutren mi alma a lo divino; ellas me bastan» 37 . Lo mismo le ocurría a aquella pobre vaquera que nunca podía acabar el Padrenuestro «porque desde hace cinco años, cuando pronuncio la palabra Padre y considero que Aquel que está en lo alto de los cielos es mi Padre, me echo a llorar, y me estoy así todo el día mientras guardo mis vacas» 38 . 34 C.12 n.4. 35 Debemos estos datos al precioso estudio de Dom Raymond Thibaut Un mattre de la vie spirituelle: Dom Columba Marmion (Desclée 1929), sobre todo en su c.16. 3A Marmion, Jesucristo en sus misterios 3,6. 37 Historia de un alma 10,19. 38 H. Bkemond, Hist. littéraire t.2 p.66 (citado por Tanquerey, o.c., n.i349,n). 572 P.IU. Desarrollo normal de la vida cristiana 2) NOS HACE ADORAR EL MISTERIO INEFABLE DE LA PATER¬ NIDAD DIVINA INTRATRIN 1 TARIA, En sus manifestaciones más altas y sublimes, el don de piedad nos hace penetrar en el misterio de la vida íntima de Dios, dándonos un sentimiento vivísimo, transido de respeto y adoración, de la divina paternidad del Padre con respecto al Verbo Eterno. Ya no se trata tan sólo de su paternidad espi¬ ritual hacia nosotros por la gracia, sino de su divina paternidad eternamente fecunda en el seno de la Trinidad Beatísima. El alma se complace con inefa¬ ble dulzura en ese misterio inenarrable de la generación eterna del Verbo, que constituye, si es lícito hablar así, la felicidad misma del Padre, que en su Hijo divino tiene puestas todas sus complacencias (cf. Mt 17,5). Y ante esta perspectiva soberana, siempre eterna y siempre actual, el alma siente la necesidad de anonadarse, de callar y de amar, sin más lenguaje que el de la adoración y de las lágrimas. Gusta repetir en lo más hondo de su espíritu aquella sublime expresión del Gloria de la misa: «Gratias agimus Tibí propter rnagnam gloriam tuam». Es el culto y la adoración de la Majestad divina por sí misma, sin ninguna relación con los beneficios que de ella hayamos podido recibir. Este sentimiento era familiar a la gran sor Isabel de la Trinidad 39 . 3) Pone en el alma un filial abandono en los brazos del Padre celestial. Intimamente penetrada del sentimiento de su filiación divina adoptiva, el alma se abandona tranquila y confiada en brazos de su Padre celestial. Nada le preocupa ni es capaz de turbar un instante la paz inalterable de que goza. No pide nada ni rechaza nada en orden a su salud o enfermedad, vida corta o larga, consuelos o arideces, energía o impotencia, persecuciones o ala¬ banzas, etc. Se abandona totalmente en manos de Dios, y lo único que pide y ambiciona es glorificarle con todas sus fuerzas y que todos los hombres reconozcan su filiación divina adoptiva y se porten como verdaderos hijos de Dios, alabando y glorificando al Padre, que está en los cielos. «Nada de un método demasiado rígido ni de fórmulas complicadas que pudieran pa¬ ralizar los impulsos de su corazón filial. Corre a Dios como un hijo hacia su padre» 40 . 4) NOS HACE VER EN EL PRÓJIMO A UN HIJO DE DlOS Y HERMANO EN JESUCRISTO. Es una consecuencia natural de la filiación adoptiva de la gracia. Si Dios es nuestro Padre, todos somos hijos de Dios y hermanos en Jesucristo, en acto o al menos en potencia. Pero ¡con qué fuerza perciben y viven esta verdad tan sublime las almas dominadas por el don de piedad! Aman a todos los hombres con apasionada ternura, viendo en ellos a hermanos queridísi¬ mos en Cristo, a los que quisieran colmar de toda clase de gracias y bendi¬ ciones. De este sentimiento desbordaba el alma de San Pablo cuando escri¬ bía a los Filipenses (4,1): «Así que, hermanos míos amadísimos y muy de¬ seados, mi alegría y mi corona, perseverad firmes en el Señor, carísimos». Llevada de estos entrañables sentimientos, el alma se entrega a toda clase de obras de misericordia hacia los desgraciados, considerándolos como ver¬ daderos hermanos y sirviéndoles para complacer al Padre de todos. Todos cuantos sacrificios le exija el servicio del prójimo—aun del ingrato y desagra¬ decido—le parecen poco. En cada uno de ellos ve a Cristo, el Hermano ma- 39 Cf. P. Phii.ipon, La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad c.8 a.-4. 40 P. Phii.ipon, o.c., ihid. L.U c.2. Las virtudes morales 673 yor, y hace por él lo que con Cristo haría. Y todo cuanto hace—con ser he¬ roico y sobrehumano muchas veces—le parece tan natural y sencillo, que se admiraría muchísimo y le causaría gran extrañeza que alguien lo ponderase como si tuviera algún valor: * ¡Pero si es mi hermano!», se limitaría a respon¬ der. Todos sus movimientos y operaciones en servicio del prójimo los realiza pensando en el Padre común, como propios y debidos a los hermanos y fa¬ miliares de Dios (Eph 2,19); y esto hace que todos ellos vengan a ser actos de religión de un modo sublime y eminente. Aun el amor y la piedad que profesa a sus familiares y consanguíneos están profundamente penetrados de esta visión más alta y sublime, que los presenta como hijos de Dios y herma¬ nos en Jesucristo. Este es el don que hacía a San Pablo afligirse con los afligidos, llorar con los que lloraban, reír con los que reían y soportar sin enfado las flaquezas y miserias del prójimo, haciéndose todo para todos a fin de salvarlos a todos (cf. 1 Cor 9,19-22). 5) NOS MUEVE AL AMOR Y DEVOCIÓN A LAS PERSONAS Y COSAS QUE PARTICIPAN DE ALGÚN MODO DE LA PATERNIDAD DE Dios o de la fraternidad cristiana. En virtud del don de piedad se perfecciona e intensifica en el alma el amor filial hacia la Santísima Virgen María, a la que considera como terní¬ sima Madre y con la que tiene todas las confianzas y atrevimientos de un hijo para con la mejor de las madres; ama con ternura a los ángeles y santos, que son sus hermanos mayores, que ya gozan de la presencia continua del Padre en la mansión eterna de los hijos de Dios; a las almas del purgatorio, que atiende y socorre con sufragios continuos, considerándolas como her¬ manas queridas que sufren; al papa, el dulce Cristo en la tierra, que es la cabeza visible de la Iglesia y padre de toda la cristiandad; a los superiores, en los que se fija, sobre todo, en su carácter de padres más que en el de jefes o inspectores, sirviéndoles y obedeciéndoles en todo con verdadera alegría filial; a la patria, que quisiera verla empapada del espíritu de Jesucristo en sus ieyes y costumbres y por la que derramaría gustosa su sangre o se dejaría quemar viva, como Santa Juana de Arco; a la Sagrada Escritura, que lee con el mismo respeto y amor que si se tratase de una carta del Padre enviada desde el cielo para decirle lo que tiene que hacer o lo que quiere de ella; a las cosas santas, sobre todo las que pertenecen al culto y servicio de Dios (vasos sagrados, custodias, etc.), en los que ve los instrumentos del servicio y glorificación del Padre. Santa Teresita estaba gozosísima con su oficio de sacristana, que le permitía tocar los vasos sagrados y ver su rostro reflejado en el fondo de los cálices... 410. 4. Bienaventuranzas y frutos que de él se deri¬ van.—Según Santo Tomás (121,2), con el don de piedad se re¬ lacionan tres de las bienaventuranzas evangélicas: a) la segunda: Bienaventurados los mansos, porque la man¬ sedumbre quita los impedimentos para el ejercicio de la piedad; bj la cuarta: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque el don de piedad perfecciona las obras de la justicia; y c) la quinta: Bienaventurados los misericordiosos, porque la piedad se ejercita también en las obras de misericordia. 574 P.III. Desarrollo normal de la vida iris//ana De los frutos del Espíritu Santo deben atribuirse directa¬ mente al don de piedad la bondad y la benignidad; e indirecta¬ mente, la mansedumbre , en cuanto aparta los impedimentos para los actos de piedad (121,2 ad 3). 411. 5. Vicios opuestos.—Los vicios que se oponen al don de piedad pueden agruparse bajo el nombre genérico de impiedad . Porque como precisamente al don de piedad co¬ rresponde ofrecer a Dios con filial afecto lo que le pertenece como Padre nuestro, todo aquel que de una forma o de otra quebrante voluntariamente este deber merece propiamente el nombre de impío. Por otra parte—como dice hermosamente Santo Tomás 41 —, «la piedad, en cuanto es don, consiste en cierta benevolencia sobrehumana hacia todos», considerándolos como hijos de Dios y hermanos nuestros en El. Y en este sentido, San Gregorio Magno opone al don de piedad la dureza de corazón cuando dice que el Espíritu Santo con sus dones da «contra duritiam, pietatem» 42 . El P. Lallemant há escrito una página admirable sobre esta dureza del corazón. Hela aquí: «El vicio opuesto al don de piedad es la dureza de corazón, que nace del amor desordenado de nosotros mismos: porque este amor hace que natu¬ ralmente no seamos sensibles más que a nuestros propios intereses y que nada nos afecte sino lo que se relaciona con nosotros; que veamos las ofensas de Dios sin lágrimas y las miserias del prójimo sin compasión; que no que¬ ramos incomodamos en nada para ayudar a los otros; que no podamos so¬ portar sus defectos; que arremetamos contra ellos por cualquier bagatela y que conservemos hacia ellos en nuestro corazón sentimientos de amargura y de venganza, de odio y antipatía. Al contrario, cuanta más caridad o amor de Dios tiene un alma, más sensible es a los intereses de Dios y del prójimo. Esta dureza es extrema en los grandes del mundo, en los ricos avaros, en las personas sensuales y en los que no ablandan su corazón por los ejer¬ cicios de piedad y por el uso de las cosas espirituales. Se encuentra también con frecuencia en los sabios que no juntan la devoción con la ciencia, y que para lisonjearse de este defecto lo llaman solidez de espíritu; pero los ver¬ daderos sabios han sido los más piadosos, como un San Agustín, un Santo Tomás, un San Buenaventura, un San Bernardo, y en la Compañía, Laínez, Suárez, Belarmino, Lesio. Un alma que no puede llorar sus pecados al menos con las lágrimas del corazón, tiene mucho de impiedad o de impureza, o de ambas cosas a la vez, como sucede de ordinario a los que tienen el corazón endurecido. Es una gran desgracia cuando se estiman más en la religión los talentos naturales y adquiridos que la piedad. Veréis con frecuencia religiosos, y tal vez superiores, que dirán en voz alta que hacen mucho más caso de un espí¬ ritu capaz de atender muchos negocios que de todas esas pequeñas devocio- 41 «Pietas, secundum quod est donum. consistit in quadam benevolentia supra modum humanum ad omncs» (III Sení. d.9 q.r a i q. n i ad 4}. 42 II Moni/, c.49: ML 75,593.- Cf. S.Th., 1-11,68,2 ad 3; 6 ad 2; II-II,i5Q ad 1. L.ll c.2. Las virtudes morales 575 nes, que son, dicen, buenas para mujeres, pero impropias de un espíritu só¬ lido, llamando solidez de espíritu a esta dureza de corazón, tan opuesta al espíritu de piedad. Deberían pensar estos tales que la devoción es un acto de religión, o un fruto de la religión y de la caridad, y que, por consiguiente, es preferible a todas las virtudes morales, ya que la religión sigue inmedia¬ tamente en orden de dignidad a las virtudes teologales. Cuando un padre grave y respetable por su edad o por ios cargos que ha desempeñado en la religión testifica delante de los jóvenes religiosos que estima los grandes talentos y los empleos brillantes, o que prefiere a los que sobresalen por su ciencia o ingenio más que los que no tienen tanto de estas cosas aunque tengan más virtud y piedad, hace un grandísimo daño a esta pobre juventud. Es un veneno que se les inocula en el corazón, y del que acaso no curarán jamás. Una palabra que se dice confidencialmente a otro es capaz de trastornarle completamente') 43 . 412. 6. Medios de fomentar este don.—Aparte de los medios generales para fomentar los dones del Espíritu Santo en general (recogimiento, oración, fidelidad a la gracia, etc.), se relacionan más de cerca con el don de piedad los siguientes: t.° Cultivar en nosotros el espíritu de hijos adoptivos de Dios.— No hay verdad que se nos inculque tantas veces en el Evangelio como la de que Dios es nuestro Padre. En sólo el sermón de la Montaña lo repite el Señor catorce veces. Esta actitud de hijos ante el Padre destaca tanto en la nueva ley, que algunos han querido ver en ella la nota típica y esencial del cristianismo. Nunca insistiremos bastante en fomentar en nuestra alma este espíritu de filial confianza y abandono en brazos de nuestro Padre amorosísimo. Dios es nuestro Creador y será nuestro Juez a la hora de la muerte; pero, ante todo, es siempre nuestro Padre. El don de temor nos inspira hacia El una respetuosa reverencia—jamás miedo — , que en nada es incompatible con la ternura y confianza filial que nos inspira el don de piedad. Sólo bajo la acción transformante de este don el alma se siente plenamente hija de Dios y vive con infinita dulzura su condición de tal; pero ya desde ahora podemos hacer mucho para lograr este espíritu disponiéndonos, con ayuda de la gracia, a permanecer siempre delante de Dios como un hijo ante su amorosísimo pa¬ dre. Pidamos continuamente el espíritu de adopción, vinculando esta petición a cualquier ejercicio que tengamos que repetir muchas veces al día 44 , y es¬ forcémonos en hacer todas las cosas por amor a Dios, tan sólo por complacer a nuestro amorosísimo Padre, que está en los cielos. 2. 0 Cultivar el espíritu de fraternidad universal con todos los hombres. —Es éste, como vimos, el principal efecto secundario del don de piedad. Antes de practicarlo en toda su plenitud por la actuación del don, podemos hacer mucho por nuestra parte con ayuda de la gracia ordinaria. Ensanchemos cada vez más la capacidad de nuestro corazón hasta lograr meter en él al mundo entero con entrañas de amor. Todos somos hijos de Dios y hemanos en Jesucristo. ¡Con qué persuasiva insistencia lo repetía San Pablo a los primeros cristianos!: «Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis vestido de Cristo. No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay 43 I.a doctrirw spiritueHc princ.4 c.4 a.5. 44 Recuérdese que Dom Columba Marmion- que vivió tan hondamente este espíritu de adopción—tenia vinculada esta tan hermosa petición a cada Gloria Patri que recitaba al final de los Salmos y en otras muchas ocasiones (cf. Dom Thibaut, o.c., c.16 p.453-4). 576 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana hombre o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús* (Gal 2,26-28). Si hiciéramos de nuestra parte todo cuanto pudiéramos para tratar a todos nues¬ tros semejantes como verdaderos hermanos en Dios, sin duda atraeríamos sobre nosotros su mirada misericordiosa, que en nada se complace tanto como en vemos a todos íntimamente unidos en su divino Hijo. El mismo Cristo quiere que el mundo conozca que somos discípulos suyos en el amor entra¬ ñable que nos tengamos los unos a los otros (lo 13,35). 3. 0 Considerar todas las cosas, aun las puramente materiales, como pertenecientes a la casa del Padre, que es la creación entera.— | Qué sentido tan profundamente religioso encuentran en todas las cosas las almas gobernadas por el don de piedad! San Francisco de Asís se abrazó apasionadamente a un árbol porque era un «hermano suyo* en Dios. San Pablo de la Cruz se extasiaba ante las florecillas del jardín, que le hablaban del Padre celestial. Santa Teresita se echó a llorar de amorosa ternura al contemplar a una gallina cobijando a sus polluelos bajo sus alas, acordán¬ dose de la imagen evangélica con que Cristo quiso mostramos los senti¬ mientos más que paternales de su divino Corazón incluso para con los hijos ingratos y rebeldes. Sin llegar a estas exquisiteces, que son propias del don de piedad actuando intensamente, jqué sentido tan distinto podríamos dar a nuestro trato con las criaturas—aun las puramente materiales—si nos es¬ forzáramos en descubrir, a la luz de la fe, su aspecto religioso, que late tan profundamente en todas ellas! La creación es la casa del Padre, y todas cuan¬ tas cosas hay en ella le pertenecen a El. ¡Con qué delicadeza trataríamos aun las puramente materiales! Descubriríamos en todas ellas -¿i/go divin o, que nos las haría respetar como si se tratase de vasos sagrados. ¡A qué distancia del pecado—que es siempre una especie de sacrilegio contra Dios o las cosas de Dios—nos pondría esta actitud tan cristiana, tan religiosa y tan meritoria delante de Dios! Toda nuestra vida se elevaría de plano, alcanzando una al¬ tura sublime ante la mirada amorosísima de nuestro Padre, que está en los cielos. 4. 0 Cultivar el espíritu de total abandono en brazos de Dios.— En toda su plenitud no lo conseguiremos hasta que actúe en nosotros in¬ tensamente el don de piedad. Pero esforcémonos mientras tanto en hacer de nuestra parte todo cuanto podamos. Hemos de convencemos plenamente de que, siendo Dios nuestro Padre, es imposible que nos suceda nada malo en todo cuanto quiere o permite que venga sobre nosotros. Y así hemos de permanecer indiferentes a la salud o enfermedad, a la vida corta o larga, a la paz o la guerra, a los consuelos o arideces de espíritu, etc., etc., repitiendo continuamente nuestros actos de entrega o abandono. El «fíat», el «sí*, el «lo que quieras. Señor» debería ser la actitud fundamental del cristiano ante su Dios, en total y filial abandono a su divina y paternal voluntad. Volvere¬ mos sobre esto en otro lugar (cf. n.626-33). III. La virtud de la observancia 45 413. Es otra parte potencial de la virtud de la justicia que tiene por objeto regular las relaciones de los inferiores para con los superiores, excepto cuando estos superiores sean Dios, los padres o las autoridades que gobiernan en nombre de la patria, cuya regulación pertenece a las virtudes de la religión y de la piedad. *5 Cf. 11 - 11 , 102 . L.ll c.2. Las virtudes morales 577 Puede definirse con Santo Tomás: aquella virtud por la cual ofrecemos culto y honor a las personas constituidas en dignidad (l02, i). Cualquier persona constituida en alguna verdadera dignidad es merecedora, por ese mismo hecho, de nuestro respeto y ve¬ neración. Y así, el siervo debe respetar a su señor, el soldado a su capitán, el súbdito al prelado, el joven al anciano, el discípu¬ lo a su maestro. Ahora bien: esta actitud habitual, respetuosa y sumisa hacia los que nos aventajan en alguna excelencia o dignidad, procede cabalmente de la virtud de la observancia. Santo Tomás advierte que a las personas constituidas en dignidad se les debe honor y cidto. Honor, por razón de su ex¬ celencia, y culto, obediencia o servicio, por razón del oficio de gobierno que tengan sobre nosotros (102,2). Por eso se debe honor a cualquier persona excelente, pero obediencia o servi¬ cio sólo a los que tengan gobierno o jurisdicción sobre nos¬ otros (ad 3). De ahí que la observancia se divida en dos partes o especies: la dulía y la obediencia. Vamos a estudiarlas breve¬ mente. A) La dulía 46 414. Como indica su mismo nombre (del griego fiouAeía = servidumbre), la dulía en sentido estricto consiste en el honor y reverencia que el siervo debe a su señor. En sentido más amplio significa el honor que se debe a cualquier persona constituida en dignidad. Y en el sentido recibido comúnmente por el uso de la Iglesia significa el culto y veneración que se debe a los santos , que gozan ya en el cielo de la eterna bienaven¬ turanza. A la Santísima Virgen, por razón de su excelencia sobre todos los santos, se le debe el culto llamado de hiperdulía (o sea, más que de simple dulía). Y a San José, el de protodulía (o sea, el primero entre los de dulía). En su acepción filosófica, el culto de dulía supone siempre alguna superioridad o excelencia en la persona honorificada. Aunque no es menester que sea más excelente que el que lo ofrece, con tal que tenga alguna superioridad sobre otros (y así, el general honra al capitán en cuanto superior al simple soldado) o sobre él mismo en algún aspecto particular (y así, el príncipe honra a su profesor en cuanto tal) (103,2). El honor o culto que se le debe a Dios (latría) puede ser meramente interior, ya que El conoce perfectamente los mo¬ vimientos de nuestro corazón. Pero el debido a los superiores «• Cf. II-II.103. 578 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana humanos tiene que manifestarse de algún modo por algún sig¬ no exterior (palabra, gesto, etc.), porque hay que honrarles no solamente ante Dios, sino también ante los hombres (103,1). B) La obediencia 415. S.Th., 11-11,104; Scaramellí, Directorio ascético t.3 a.7; Ch. de Smedt, Notre vie surnat. t.2 P.T24-151; Monseñor Gay, Vida y virtudes cristianas tr.n; Tanquerey, Teolo¬ gía ascética 0.1057-74; Garrigou-Lagrange, Tres edades III, 15; Columba Marmion, Cristo, ideal del monje conf.12; Colín, El culto de los votos c. 17-22. 416. 1. Naturaleza.—Según Santo Tomás, la obedien¬ cia es una virtud moral que hace pronta la voluntad para ejecutar los preceptos del superior (104,2 ad 3). Por precepto no se en¬ tiende solamente el mandato riguroso que obligue a culpa gra¬ ve, sino también la simple voluntad del superior manifestada al exterior expresa o tácitamente. Y tanto más perfecta será la obediencia cuanto más rápidamente se adelante a ejecutar la voluntad entendida del superior aun antes de su mandato ex¬ preso (104,2). «No crea el lector que sólo son objeto de obediencia los preceptos de los superiores regulares para con sus religiosos, que con voto solemne se han obligado a ellos; porque tales son también los mandatos de los príncipes para con sus súbditos, de los padres para con sus hijos, de los maridos para con sus mujeres, de los amos para con sus criados, de los capitanes para con sus soldados, de los sacerdotes para con los seglares; y tales, en suma, son las órdenes de cualquiera que tiene legítima autoridad para prescribirlas; con tal, empero, que esos preceptos no traspasen la esfera de las cosas a que se extiende la autoridad de quien las impone» 47 . El fundamento de la obediencia es la autoridad del superior . recibida directa o indirectamente de Dios. En realidad es a Dios á~quien se obedece en la persona del legítimo superior, ya que toda potestad viene de Dios (Rom 13,1). Por eso añade San Pablo que quien resiste a la autoridad, resiste al mismo Dios (ibid., 13,2). Si se ejecuta exteriormente lo mandado por el superior, pe ro con rebeldía in terior en el entendimiento^ o en la vo¬ luntad, k _obfdif>nr.ia es puramente material y no es propi a¬ mente virt udr-aunque sea suficiente para no quebrantar el voto de obediencia con que acaso esté ligado el súbdito; y cuando se obedece interior y exteriormente precisamente porque se trata de algo preceptuado por el superior , la obediencia se llama formal y es un excelente acto de virtud. Corolario. — ¡Cuántos actos que parecen de obediencia no lo son ante Dios! Siempre que se ejecuta exteriormente lo mandado, pero refunfuñando 47 Scaramelli, Directorio ascético t .3 a. 7 n.263. Cf. II-II, 104,5. L.ll c.2. Ims virtud vi morales 579 interiormente y quejándose de la «falta de visión», de la «imprudencia» del superior, etc., etc., se desvirtúa en su misma esencia el acto virtuoso, que deja automáticamente de serlo. Lo mismo ocurre cuando se obedece exclu¬ sivamente por la simpatía que sentimos hacia la persona particular del supe¬ rior, o porque lo mandado nos parece razonable, o porque encaja con nues¬ tros gustos y aficiones, etc., etc. En todos estos casos falta el motivo formal de la obediencia—que es la autoridad del superior, en cuanto representante de Dios—, y por lo mismo no existe en cuanto virtud sobrenatural (104,2 ad 3). Santo Tomás afirma que ni el mismo martirio tendría valor alguno si no se ordenase al cumplimiento de la divina voluntad: «nisi haec ordinaret ad impletionem divinae voluntatis quod recte ad obedientiam pertinet» (104,3). 417. 2. Excelencia.—La obediencia es una virtud me¬ nos perfecta que las teologales, como es evidente. Por parte de su objeto es inferior incluso a algunas virtudes morales (v.gr., a la religión, que está más cerca de Dios). Pero por par te de lo que se sacrifica o inmola ante Dios es la primera y más excelente de todas las virtudes morales, ya que por laT demás se sac.rifir. nn 1 ns. higngft pi gnores (pobreza) o los cor ^ porales (castidad) o ciertos bienes del alma interiores a la pro ¬ pia voluntad, que es lo que inmola y sacrifica la virtud déla obediencia (104,3). Por eso Santo Tomás no vacila en ahrmar que el estado religioso, en virtud principalmente del voto de obediencia, es un verdadero holocausto que se ofrece a Dios 48 . 418. 3. Grados de obediencia.—Son clásicos los tres principales grados: a) simple ejecución exterior; b) someti¬ miento interior de la voluntad; c) rendida sumisión del mismo juicio interior. San Ignacio de Loyola los explanó en una ad¬ mirable carta llamada de «la obediencia», dirigida «a los padres y hermanos de Portugal», fechada en Roma el 16 de marzo de 1553 49 . He aquí el esquema de la misma tal como se lee en la edición que acabamos de citar en nota: <1. Deseo de San Ignacio de que la obediencia sea la virtud caracterís¬ tica de la Compañía por los bienes que trae esta virtud y lo que la encarece la Sagrada Escritura, y por ser como una cifra y compendio de las demás virtudes. 2. Principio fundamental de la obediencia: Ver a Cristo en el superior, sin fijarse ni en lo bueno ni en lo malo de la persona humana. 3 . Grados de la obediencia: Primer grado: Obediencia de ejecución. Escaso valor de este grado. Segundo grado: Obediencia de voluntad. Valor intrínseco del sacrificio de la obediencia. El mérito es tal, que se puede por obediencia renunciar a cualquier otro acto virtuoso. Se perfecciona el libre albedrío con la obedien¬ cia. Peligro de traer la voluntad del superior 1 a la suya. Tercer grado: Obediencia de entendimiento. Su naturaleza: <« Cf. 11-11,186,7-8. 49 Puede leerse integra en la edición manual de las Obras completas de San Ignacio de Loyola (ed. BAC, Madrid 1952) p.833-43. 580 P.III. Desarrollo normal de ¡a vida cristiana a) Es posible: la voluntad puede influir en el entendimiento. b) Es justa: es razonable dar una regla recta al juicio y conformar su voluntad con la de Dios. c) Es necesaria: para hacer la subordinación perfecta, para preservarse de las ilusiones del amor propio, para que quede tranquilo el que obedece, para conservar la unión. d) Es perfecta: el hombre inmola lo que es más excelente, completa el holocausto, implica una admirable victoria. 4. Medios generales para su consecución: Humildad. Mansedumbre. 5. Medios particulares: Ver a Dios en los superiores. Buscar razones en favor de lo mandado. Aceptar lo ordenado a ciegas, sin más inquirir, con docilidad parecida a la que se tiene en cosas de fe. 6. La representación a los superiores 50 no se opone a la perfección de la obediencia, con tal de que se haga en las debidas condiciones. Necesidad de representar con indiferencia y con plena libertad. 7. Observaciones finales: La obediencia se extiende también a los que tienen algún cargo para con sus respectivos superiores. De la obediencia de¬ pende la prosperidad de las familias religiosas, debido a la ley de la subor¬ dinación que se explica y aplica a las órdenes religiosas. 8. Exhortación final: Ejemplo de Cristo. Recompensa de la obediencia*. 419. 4. Cualidades de la obediencia.—La cualidad fundamental que resume y compendia todas las demás es que sea sobrenatural, esto es, inspirada y movida por motivos sobre¬ naturales. Unicamente entonces es verdadera virtud cristiana. Una obediencia inspirada en algún motivo humano , por recto y legítimo que en sí mismo pueda ser, ha dejado de ser sobre¬ natural. Pero para mayor abundamiento, precisemos algunas de sus más importantes características. A nadie debe abrumar su nú¬ mero, que no es, sin embargo, exhaustivo. Si se procura aten¬ der a la cualidad fundamental que acabamos de señalar, todas las demás brotarán casi espontáneamente con gran sencillez y facilidad. He aquí las principales: 1) Espíritu de fe : el superior es Cristo. Dom Columba Marmion se in¬ clinaba respetuosamente ante su superior al mismo tiempo que decía inte¬ riormente: «Ave, Christe» 51 . 2) Firme persuasión de que obedeciendo estamos cumpliendo la volun¬ tad de Dios. El que manda puede equivocarse; el que obedece, jamás. 3) Por amor: con el corazón ensanchado por el amor a Dios se acepta con gozo la inmolación y holocausto total de nuestro ser. 4) Prontitud: a Cristo no se le hace esperar. Dejar sin terminar una letra cuando suena la campana. Saltar de la cama como movido por un re¬ sorte: «heme aquí, Señor, dispuesto a cumplir tu voluntad» (Hebr 10,9). 5) Devoción: rendida sumisión y entrega total a la voluntad del supe¬ rior en cuanto representante de Dios. 6) Espontaneidad y alegría, adivinando los deseos del superior, adelan¬ tándose a ellos, manifestando con nuestra instantánea y gozosa aceptación de lo mandado que la obediencia nos hace felices. 50 Por representación entiende San limado la humilde exposición a los superiores de las razones que pudiéramos tener para suplicarles desistan de ordenarnos aquello.—N. del A. 51 Cf. Dom Thidaut, Un maftre de la vie spirituelle: Dom Columba Marmion c.5 p.83. L.II c.2. Las virtudes morales 581 7) Humildad v sencillez: con la mayor simplicidad, como si se tratara de la covsa más natural del mundo, sin conceder la menor importancia al heroísmo de la inmolación. 8) Virilidad: con corazón magnánimo, con energía de héroe, con for¬ taleza de mártir. 9) Universalidad: en todas partes, ante cualquier superior, en toda clase de mandatos, sin ninguna excepción. 10) Perseverancia: siempre, con consuelo o arideces, con salud o en¬ fermedad, con ánimo esforzado o sin fuerzas para nada. La obediencia da' fuerzas. En todo caso, no importa la muerte, si nos trae el laurel de la victo¬ ria: «vir obediens loquetur victoriam» (Prov 21,28). He aquí una preciosa página de un autor contemporáneo que resume admirablemente, en dos anécdotas sublimes, la austera doctrina de la perfecta obediencia: «En cierta casa maare, terminados los ejercicios, sube al pulpito la supe- riora con la lista de los cambios en la mano. A cada nombre que pronuncia, se levanta una Hija de la Caridad, escucha..., se inclina..., y después vuelve a alinearse en la hla. Ni una queja, ni una recriminación. A veces, una sor¬ presa, una lágrima enjugada con rapidez. Al final de la sesión se le entrega un billete de! tren a cada una de las interesadas, y aquel mismo día, sin re¬ tornar a su antigua residencia, se encamina a su nuevo puesto. Obediencia magnifica y austera, templada en ocasiones por la bondad de los superiores, y que recuerda la disciplina militar, con una fe profunda y una ardiente caridad por añadidura. Asistía una vez a una sesión de esta índole cierta venerable religiosa de sesenta y cinco años, antigua superiora, gastada por el trabajo y retirada en una pequeña comunidad, para esperar allí, en la humildad, en el silencio y en la oración, la hora de la gran partida. Había comenzado el llamamiento... * ¡Sor Margarita!...» ¡Dios mío, era ella! Se levanta algo estupefacta: «Mi querida sor, ¿quiere usted ir a Buenos Aires para una nueva fundación?...» Una inclinación profunda..., una sonrisa..., y marchó a embarcarse. ¿Llegó a su destino 5 No se sabe... Esta por lo menos hacía honor a su firma y no volvía a tomar nada de lo que antes había dejado» 52 . 420. 5. Ventajas de la obediencia 53 .—Grandes son las ventajas de la obediencia tanto para la inteligencia como para la voluntad y el corazón: i.° Para la inteligencia. — a) Certeza de conocer y ha¬ cer infaliblemente la voluntad divina. bj Certeza del socorro divino: «ego ero tecum» (Ex 3,12). c) Certeza del éxito: «omnia cooperantur in bonum» (Rom 8,28). Aunque se equivoque el superior. 2. 0 Para la voluntad.— a) E gjj^ fuep to de la verdadera libertad. Nada esclaviza tanto como el apego a la propia vo- 52 Colín, Fl culto de los votos c.18 p.411-12 (ed. Madrid 1949). 53 Cf. Colín, o.c., c .ií. 582 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana b) Es fuente de fortaleza; para obedecer hasta el heroísmo es menester ser muy valiente. c) Es garantía de perseverancia en el bien. 3. 0 Para el corazón. — a) Fuente de paz individual y colectiva. ¡Qué sosiego en el corazón, qué paz tan profunda en una casa o monasterio de obedientes! b) Principio de orden. Cada cosa en su sitio: el superior, mandando; el súbdito, obedeciendo. Resultado: la paz («tran¬ quilinas ordinis»). c) Ausencia de responsabilidad o de escrúpulos: «obedecí», única cuenta que hemos de dar a Dios. 421. 6. Cristo, modelo supremo.—«Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien, existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios; antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Phil 2,5-11). 422. 7. Falsificaciones de la obediencia.—Sin llegar a los excesos de la franca y formal desobediencia, que es el pecado diametralmente opuesto a la obediencia 54 , ¡cuántos modos y maneras hay de falsificar o deformar esta virtud, tan contraria al instinto de natural rebeldía propio del espíritu humáno! He aquí algunas de sus principales manifestaciones 55 . 1) Obediencia rutinaria: puro automatismo, sin espíritu interior, como el reloj, que da las horas puntualmente, pero ignorando que las da... 2) Obediencia sabia: siempre con el Código Canónico o la regla en la mano para saber hasta dónde está obligado a obedecer o dónde empieza «a excederse» el superior. ¡Qué mezquindad! 3) Obediencia crítica: «El superior es superior, ¡no faltaba más!, pero eso no impide que sea poco simpático, riguroso, frágil, impulsivo, sin pizca de tacto...; que le falte a menudo cordura, prudencia, oportunidad y cari¬ dad» (Colín). Se le obedece al mismo tiempo que se le despelleja... 4) Obediencia momificada: no se tiene ocasión de practicarla, porque el superior no se atreve a mandar o porque el súbdito se substrae habilido¬ samente de tener que obedecer... 5) Obediencia seudomística: desobedece al superior so pretexto de obe¬ decer al Espíritu Santo. ¡Pura ilusión! 6) Desobediencia camuflada : es «el arte de conducir hábilmente al supe¬ rior, a fuerza de excusas y objeciones, a retirar o modificar sus mandatos» (Colín). ^ 7) Obediencia paradójica: esla que pretende obedecer haciendo la pro¬ pia voluntad, o sea imponiéndosela al superior. 3« cr. imi.ios- 35 Cí. Colín, o.c., c.20, donde se exponen ampliamente los conceptos que vamos a resumir. L.ll c.2. Las virtudes morales 683 8) Obediencia farisaica: que entrega una voluntad vencida, pero no sumisa... Cobardía e hipocresía al mismo tiempo. 9) Espíritu de oposición: grupos, bandos, partidos «de oposición» a cuan¬ to ordene o disponga el superior. Espíritu verdaderamente satánico, que siembra la división y la discordia... 10) Obediencia egoísta: inspirada en motivos interesados para atraerse la simpatía del superior y obtener de él cargos o mandatos que cuadren con sus gustos o aficiones... 11) Obediencia murmuradora: que acepta de mala gana la orden de un superior y murmura interiormente... y a veces exteriormente, con escándalo de los demás y daño manifiesto al bien común... 12) Sabotaje y falta de perfección al ejecutar la orden. «Barrer consistirá en cambiar el polvo de sitio, y hacer meditación, en dormitar dulcemente» (Colín). 13) Obediencia perezosa: «no tuve tiempo..., estaba ocupado..., no pen¬ saba que fuese tan urgente..., iba a hacerlo ahora». Hay que mandarle doce veces la cosa, y acaba haciéndola mal... Tales son las principales falsificaciones y deformidades de la obediencia. Con razón decía el Señor a Santa Catalina de Sie¬ na: «¡Oh mi querida hija, qué numerosos son los que viven en la práctica de la obediencia y qué raros, por el contrario, los que obedecen perfectamente!» 56 Pero estos últimos ofrecen a Dios un sacrificio de alabanza que sube al cielo en olor de suavidad por la perfecta y total inmolación de sí mismos, que los hace una reproducción viviente del divino mártir del Cal¬ vario. IV. La gratitud 57 423. Es otra virtud cristiana, parte potencial de la justicia, que tiene por objeto recompensar de algún modo al bienhechor por el beneficio recibido. El bienhechor, dándonos gratuitamente alguna cosa a la que no teníamos ningún derecho, se hizo acreedor a nuestra gratitud; y en todo corazón noble brota es¬ pontáneamente la necesidad de demostrársela llegada la ocasión oportuna. Por eso es tan vil y degradante el feo pecado de la ingratitud. Tanto la gratitud como su vicio opuesto tienen diversos grados, que resume Santo Tomás maravillosamente del si¬ guiente modo: «Tiene diversos grados, por orden a las cosas que requiere la gratitud. De las cuales la primera es que el hombre reconozca el beneficio recibido; la segunda, que lo alábe y dé las gracia; la tercera, que lo recompense , a su debido tiempo y lugar, según sus posibilidades. Pero como lo que es último en la ejecución ha de ser lo primero en la intención, el primer grado de in¬ gratitud es que el hombre no recompense el beneficio recibido; el segundo, 56 Santa Catalina de Siena, Diálogo c.162 n.i. 57 Cf. II-II,I06. 584 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana que disimule, no demostrando haber recibido el beneficio, y el tercero, y más grave, que ni siquiera lo reconozca, ya sea por olvido, ya de cualquier otro modo. Y como en la afirmación se entiende la negación opuesta, de ahí que al primer grado de ingratitud pertenece devolver mal por bien; al se¬ gundo, criticar y vilipendiar el beneficio, y al tercero, reputar como malo el beneficio» 58 . En otro artículo precioso pregunta Santo Tomás si está más obligado a dar gracias a Dios el inocente que el penitente. Y contesta diciendo que por razón de la grandeza del beneficio recibido está más obligado el inocente, que ha recibido de Dios mayor y más continuado don; pero por razón de la gratuidad del don está más obligado el penitente, ya que, mereciendo castigo, se le da gratuitamente el perdón 59 . Santa Teresita del Niño Jesús, sin haber estudiado Teología, intuyó ma¬ ravillosamente esta doctrina al decir que el Señor «le había perdonado más que a Santa Magdalena», porque le había perdonado anticipadamente, impi¬ diéndole caer en ellos, los muchos pecados que hubiera podido cometer 60 . V* La vindicta o justo castigo 61 424. Es una virtud difícil de explicar por lo fácilmente que puede confundirse con un verdadero pecado contra la caridad. Tiene por objeto castigar al malhechor por el pecado cometido. Santo Tomás explica su verdadero sentido y alcance en las siguientes palabras, modelo de precisión y exactitud: «La vindicación se hace por alguna pena que se impone al culpable. Hay que atender en ella al ánimo del que la impone. Si su intención recae y des¬ cansa principalmente en un mal que se desea a! culpable del crimen co¬ metido, es completamente ilícita, porque deleitarse en el mal de otro es pro¬ pio del odio, que repugna a la caridad, por la que debemos amar a todos los hombres. Ni vale excusarse diciendo que se le desea un mal a aquel que in¬ justamente nos lo hizo antes a nosotros, porque no nos excusa el odiar a quien nos odia a nosotros. No puede el hombre pecar contra nadie so pre¬ texto de que antes pecó él contra nosotros; esto equivaldría a ser vencido por el mal en vez de vencer al mal con el bien, como dice el apóstol San Pablo (Rom 12,21). Pero si la intención del que castiga recae principalmente en algún bien al que se llega por la aplicación de la pena, a saber: la enmienda del pecador, o, al menos, su sujeción y tranquilidad de los demás, la conser¬ vación de la justicia o del honor de Dios, puede ser lícita la vindicta, guardan¬ do todas las demás circunstancias debidas» 6 -. De todas formas, en la práctica, rara vez será conveniente que el hombre privado o particular ejerza o pida este castigo; porque, bajo el pretexto de justicia y de equidad, se esconderá 5» II 11,107.2. ’ g 11 - 11 , 106 , 2 . 60 Cf. Historia de un alma 4 n.20-28. II-II,io8. «2 II-TI, 108.r. L.ll c.2. Las virtudes morales 585 muchas veces un amor propio exacerbado y acaso verdadero odio al prójimo. Por eso, a esta virtud se la llama «pequeña virtud», y es siempre de aconsejar que se perdonen las injurias del prójimo en vez de castigarlas, a no ser que el amor de Dios, del prójimo o el bien común exijan la reparación de la injuria. A esta virtud se oponen dos vicios: uno por exceso, la crueldad, y otro por defecto, la indulgencia excesiva , que puede animar al culpable a continuar sus fechorías. VI. La veracidad 425. Es la virtud que inclina a decir siempre la verdad y a manifestarnos al exterior tal como somos interiormente (109,1.3 ad 3). Está íntimamente relacionada con la simplicidad, que rectifica la intención apartándonos de la doblez , que nos im¬ pulsaría a manifestarnos exteriormente en contra de nuestras verdaderas intenciones (109,2 ad 4; 111,3 ad 2), y con la fideli¬ dad, que inclina la voluntad a cumplir lo prometido, confor¬ mando así la promesa con los hechos (110,3 ad 5). No siempre estamos obligados a decir la verdad, pero sí lo estamos a no mentir jamás (110,3). Cuando la caridad, la jus¬ ticia o alguna otra virtud exijan no manifestar la verdad, podrá buscarse un pretexto para no decirla (silencio, rodeo, restric¬ ción mental, etc.), pero jamás es lícito mentir directa y positi¬ vamente ni siquiera para conservar la vida o cualquier otro bien temporal. 426. Pecados opuestos.—A la veracidad se oponen va¬ rios pecados: a) La mentira (no), que consiste en manifestar exterior- mente con la palabra lo contrario de lo que se piensa interior¬ mente. Se divide en jocosa, oficiosa y perniciosa , según se in¬ tente divertir a los demás, sacar algún provecho propio o aje¬ no o perjudicar a alguien. Las dos primeras no suelen pasar de pecados veniales, pero la tercera es por su propia naturaleza pecado mortal, si bien a veces puede ser tan sólo venial en atención a la pequeñez del perjuicio causado (110,4). bj La simulación e hipocresía (111), que consisten en men¬ tir no con las palabras, sino con los hechos (simulación), o en querer pasar por lo que uno no es (hipocresía). c) La jactancia (112), que consiste en atribuirse excelen¬ cias que no se poseen o en elevarse sobre lo que uno es. d) La ironía o falsa humildad (113), que consiste en ne¬ gar que se posean cualidades o merecimientos que en realidad Cf. ll-LLioy. 586 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana se tienen. Pero no seamos fáciles en achacar a este defecto la humildad aparentemente exagerada de los santos. La mentira consiste en hablar contra lo que se siente; y así como un pro¬ fesor de Teología puede llamarse teólogo con relación a sus alumnos, aunque acaso sea menos que aprendiz con relación a Santo Tomás, así los santos, iluminados con luces vivísimas sobre la santidad de Dios, se veían a sí mismos llenos de mi¬ serias y defectos que nosotros no alcanzamos a descubrir. VII. La amistad o afabilidad 64 427. Es la virtud que nos impulsa a poner en nuestras pa¬ labras y acciones exteriores cuanto pueda contribuir a hacer ama¬ ble y placentero el trato con nuestros semejantes (114,1). Es la virtud social por excelencia y una de las más exquisitas e in¬ confundibles señales del auténtico espíritu cristiano. Sus actos son variadísimos, y todos excitan la simpatía y cariño de nuestros semejantes. La benignidad, el trato delica¬ do, la alabanza sencilla, el buen recibimiento, la indulgencia, el agradecimiento manifestado con entusiasmo, el desagravio, la paz, la paciencia, la mansedumbre, la exquisita educación en palabras y modales, etc., ejercen un poder de seducción y simpatía en torno nuestro, que con ningún otro procedi¬ miento pudiéramos lograr. Con razón escribió Gounod que «el hombre se inclina ante el talento, pero sólo se arrodilla ante la bondad» 65 . Esta preciosa virtud tiene dos vicios opuestos: uno por exceso, la adulación o lisonja, por la cual se trata de agradar a alguien de manera desordenada y excesiva para obtener de él alguna ventaja propia (115); y otro por defecto, el litigio o espíritu de contradicción, que trata de contristar o al menos de no agradar al adversario (116). VIII. La liberalidad 66 428. Es otra virtud cristiana, parte potencial de la justi¬ cia, que tiene por objeto moderar el amor a las cosas exteriores, principalmente a las riquezas, e inclina al hombre a desprenderse fácilmente de ellas, dentro del recto orden, en bien de los demás . Se diferencia de la misericordia y de la beneficencia la libe¬ ralidad por el distinto motivo que las impulsa: a la misericor- 11-11,114. 63 Citado por J. Guibert en su preciosa obrita La bondad 1,4. Con las debidas reservas —por algunos consejos menos rectos y falta de espíritu sobrenatural en toda ella—, puede leerse con provecho la obra de Dale Caknecie Corno ganar amigos. «« II-II.117. L.ll c.2. Las virtudes morales 587 dia la mueve la compasión; a la beneficencia, el amor; y a la liberalidad, el poco aprecio que se hace del dinero, lo que mueve a darlo fácilmente no sólo a los amigos, sino también a los desconocidos. Se distingue también de la magnificencia en que ésta se refiere a grandes y cuantiosos gastos invertidos en obras espléndidas, mientras que la liberalidad se refiere a cantidades más modestas. Su nombre de liberalidad le viene del hecho de que, des¬ prendiéndose del dinero y de las cosas exteriores, el hombre se libera de esos impedimentos, que embargarían su atención y sus cuidados (i 17,2). El vulgo suele calificar a estas personas de desprendidas o dadivosas. Tiene dos vicios opuestos: uno por defecto, la avaricia (118), que es uno de los pecados llamados capitales por ser cabeza de otros muchos, particularmente de la dureza de corazón, in¬ quietud, violencia, engaño, fraude, perjurio y traición (118,8); y otro por exceso, la prodigalidad (119), que derrocha el dinero sin ton ni son, fuera de su debido orden, tiempo, lugar y per¬ sonas. IX. La equidad o epiqueya 67 429. Es la virtud que nos inclina a apartarnos rectamente, en circunstancias especiales , de Id letra de la ley para cumplir mejor su espíritu. El legislador, en efecto, no puede ni debe prever todos los casos excepcionales que pueden ocurrir en la práctica. Hay circunstancias en las que atenerse a la letra ma¬ terial de la ley sería una verdadera injusticia: «summum ius, Fumma iniuria», dice el adagio jurídico. El mismo legislador llevaría a mal que se cumpliese entonces su ley. La virtud de la epiqueya es la que nos dice en qué circunstancias y de qué manera es lícito y hasta obligatorio apartarse de la letra de la ley. Está íntimamente relacionada con la virtud llamada gtiome , que es una parte potencial de la prudencia (cf. n.378, c.3), que proporciona a la epiqueya el recto juicio para obrar honestamente. El gnome dirige; la epiqueya, ejecuta. Contra la epiqueya existe un vicio: la excesiva rigidez o fariseísmo legalista , que se aferra siempre a la letra de la ley aun en aquellos casos en los que la caridad, la prudencia o la justicia aconsejan otra cosa (120,1 ad 1). *7 II-IT.t 2x 588 P.I1I. Desarrollo normal de la vida cristiana ARTICULO 6 La virtud de la fortaleza 430. S.Th., II-IT,I23i4o; Scaramelli, Directorio ascético t.3 a.3 ; Ch. de Smedt, Notre vie surnaturclle t.2 p.210-67; Barré, Tractatus de Virtutibus p.2.* c.3; Janvier, Caréme 1920; Tanqlerey, Teología ascética n. 1075-98; Garrigou-Lagrance, Tres edades IV,i3; Prüm- MER, Manuale Thenlogiae Moralis II n. 626-42. 431. 1. Naturaleza.—La palabra «fortaleza» puede to¬ marse en dos sentidos principales: a) en cuanto significa, en general, cierta firmeza de ánimo o energía de carácter. En este sentido no es virtud especial, sino más bien una condición ge¬ neral que acompaña a toda virtud, que, para ser verdadera¬ mente tal, ha de ser practicada con firmeza y energía; y b) para designar una virtud especial que lleva ese mismo nombre. Y así entendida, puede definirse: Una virtud cardinal infundida con la gracia santificante que enardece el apetito irascible y la voluntad para que no desistan de conseguir el bien arduo o difícil ni siquiera por el máximo peligro de la vida corporal. Explique¬ mos un poco la definición: a) «-Una virtud cardinal...*, puesto que vindica para sí, de manera especialísima, una de las condiciones comunes a todas las demás virtudes, que es la firmeza en el obrar (II-ÍÍ, 123,11). b) «... infundida con la gracia santificante...», para distinguirla de la fortaleza natural o adquirida. c) «... QUE ENARDECE EL APETITO IRASCIBLE Y LA VOLUNTAD.. .»- La fortaleza reside, como en su sujeto propio, en el apetito irascible, porque se ejercita sobre el temor y la audacia, que en él residen. Claro que influye también, por redundancia, sobre la voluntad para que pueda elegir el bien arduo y difícil sin que le pongan obstáculo las pasiones. Propiamente, la fortaleza, en cuanto virtud, reside en el apetito irascible para superar el temor y moderar la audacia (123,3). d) «... PARA QUE NO DESISTAN DE CONSEGUIR EL BIEN ARDUO O DIFÍCIL...» Como es sabido, el bien arduo constituye el objeto del apetito irascible ( 1 - 11 , 23 , 1 ). Ahora bien: la fortaleza tiene por objeto robustecer el apetito irascible para que no desista de conseguir ese bien difícil por grandes que sean las dificultades o peligros que se presenten. e) «... NI SIQUIERA POR EL MÁXIMO PELIGRO DE LA VIDA CORPORAL*.— Por encima de todos los bienes corporales hay que buscar siempre el bien de la razón y de la virtud, que es inmensamente superior al corporal; pero como entre los peligros y temores corporales el más terrible de todos es la muerte, la fortaleza robustece principalmente contra estos temores (123,4). Y entre los pelieros de muerte se refiere principalmente a los de la guerra (123,5). La fortaleza tiene dos actos: atacar y resistir. La vida del hombre sobre la tierra es una milicia (Iob 7,1). Y, a semejanza del soldado en la línea de combate, unas veces hay que atacar L.ll c.2. Las virtudes morales 589 para la defensa del bien, reprimiendo o exterminando a los impugnadores, y otras hay que resistir con firmeza sus asaltos para no retroceder un paso en el camino emprendido. De estos dos actos, el principal y más difícil es resistir (contra lo que comúnmente se cree), porque es más penoso y heroico resistir a un enemigo que por el hecho mismo de atacar se considera más fuerte y poderoso que nosotros, que atacar a un enemigo a quien, por lo mismo que tomamos la iniciativa contra él, consideramos más débil que nosotros. Hay todavía otras ra¬ zones, que expone admirablemente Santo Tomás (123,6 c et ad 1). Por eso, el acto del martirio, que consiste en resistir o soportar la muerte antes que abandonar el bien, constituye el acto principal de la virtud de la fortaleza (124). La fortaleza se manifiesta principalmente en los casos re¬ pentinos e imprevistos. Es evidente que el que reacciona en el acto contra el mal, sin tener tiempo de pensarlo, muestra ser más fuerte que el que lo hace únicamente después de ma¬ dura reflexión (123,9). El fuerte puede usar de la ira como instrumento para su acto de fortaleza en atacar; pero no de cualquier ira, sino únicamente de la controlada y rectificada por la razón (123,10). 432. 2. Importancia y necesidad.—La fortaleza es una virtud muy importante y excelente, aunque no sea la máxima entre todas las cardinales. Porque el bien de la razón—objeto de la virtud—pertenece essentialiter a la prudencia; effective, a la justicia, y sólo conservative (o sea removiendo los impedi¬ mentos) a la fortaleza y templanza. Entre estas dos últimas prevalece la fortaleza, porque es más difícil superar en el ca¬ mino del bien los peligros de la muerte que los que proceden de las delectaciones del tacto. Por donde se ve que el orden de perfección entre las virtudes cardinales es el siguiente: pru¬ dencia, justicia, fortaleza y templanza (123,12). La fortaleza, en su doble acto de atacar y resistir, es muy importante y necesaria en la vida espiritual. Hay en el camino de la virtud gran número de obstáculos y dificultades que es preciso superar con valentía si queremos llegar hasta las cumbres. Para ello es menester mucha decisión en emprender el camino de la perfección cueste lo que costare, mucho valor para no asus¬ tarse ante la presencia del enemigo, mucho coraje para atacarle y vencerle y mucha constancia y aguante para llevar el esfuerzo hasta el fin sin abandonar las armas en medio del combate. Toda esta firmeza y energía tiene que pro¬ porcionarla la virtud de la fortaleza. 433* 3* Vicios opuestos.—A la fortaleza se oponen tres vicios: uno por defecto, el temor o cobardía (125), por el que se rehúye soportar las molestias necesarias para conseguir el 590 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana bien difícil o se tiembla desordenadamente ante los peligros de muerte; y dos por exceso: la impasibilidad o indiferencia (126), que no teme suficientemente los peligros que podría y debe¬ ría temer, y la audacia o temeridad (127), que desprecia los dic¬ támenes de la prudencia saliendo al encuentro del peligro. 434. 4. Partes de la fortaleza.—La fortaleza no tiene partes subjetivas o especies por tratarse de una materia ya muy especial y del todo determinada, como son los peligros de muer¬ te. Pero sí tiene partes integrales y potenciales , constituidas ambas por las mismas virtudes materiales, pero con la particu¬ laridad de que, si sus actos se refieren a los peligros de muerte, constituyen las partes integrantes de la misma fortaleza, y si a otras materias menos difíciles, constituyen sus partes poten¬ ciales o virtudes anejas (128). Unas y otras se distribuyen del siguiente modo: (a) Con prontitud de ánimo y confianza en el fin: i.° Para acometerj magnanimidad (129); cosas grandes. . j b) Sin desistir a pesar de los grandes gastos que { ocasionen: magnificencia (134). f a) Causadas por la tristeza de los males presentes: 2. 0 Para resistir las] paciencia y longanimidad (136); dificultades.'{ b) Sin abandonar la resistencia por la prolongación j del sufrimiento: perseverancia y constan- l CIA ( 137 ). He aquí una breve descripción de cada una de ellas. 435. 1) La magnanimidad (129).—Es una virtud que in¬ clina a emprender obras grandes, espléndidas y dignas de honor en todo género de virtudes. Empuja siempre a lo grande, a lo es¬ pléndido, a la virtud eminente; es incompatible con la medio¬ cridad. En este sentido es la corona, ornamento y esplendor de todas las demás virtudes. La magnanimidad supone un alma noble y elevada. Se la suele conocer con los nombres de «grandeza de alma» o «nobleza de carácter». El magnᬠnimo es un espíritu selecto, exquisito, superior. No es envidioso, ni rival de nadie, ni se siente humillado por el bien de los demás. Es tranquilo, lento, no se entrega a muchos negocios a la vez, sino a pocos, pero grandes o es¬ pléndidos. Es verdadero, sincero, poco hablador, amigo fiel. No miente nun¬ ca, dice lo que siente, sin preocuparse de la opinión de los demás. Es abierto y franco, no imprudente ni hipócrita. Objetivo en su amistad, no se obceca para no ver los defectos del amigo. No se admira demasiado de los hombres, de las cosas o de los acontecimientos. Sólo admira la virtud, lo noble, lo grande, lo elevado: nada más. No se acuerda de las injurias recibidas: las olvida fácilmente; no es vengativo. No se alegra demasiado de los aplausos ni se entristece por los vituperios; ambas cosas son mediocres. No se queja por las cosas que le faltan ni las mendiga de nadie. Cultiva el arte y las cien- L.ll c.2. Las virtudes morales 691 cias, pero sobre todo la virtud. Es virtud muy rara entre los hombres, puesto que supone el ejercicio de todas las demás virtudes, a las que da como la última mano y complemento. En realidad, los únicos verdaderamente mag¬ nánimos son los santos. A la magnanimidad se oponen cuatro vicios: tres por ex¬ ceso y uno por defecto. Por exceso se oponen directamente: a) La presunción (130), que inclina a acometer empresas superiores a nuestras fuerzas. b) La ambición (131), que impulsa a procurarnos hono¬ res indebidos a nuestro estado y merecimientos. c) La vanagloria (132), que busca fama y nombradla sin méritos en que apoyarla o sin ordenarla a su verdadero fin, que es la gloria de Dios y el bien del prójimo. Como vicio ca¬ pital que es, de él proceden otros muchos pecados, principal¬ mente la jactancia, el afán de novedades, hipocresía, perti¬ nacia, discordia, disputas y desobediencias (132,5). d) Por defecto se opone a la magnanimidad la pusilanimi¬ dad (133), que es el pecado de los que por excesiva descon¬ fianza en sí mismos o por una humildad mal entendida no hacen fructificar todos los talentos que de Dios han recibido; lo cual es contrario a la ley natural, que obliga a todos los seres a desarrollar su actividad, poniendo a contribución to¬ dos los medios y energías de que Dios les ha dotado. 436. 2) La magnificencia (134).—Es la virtud que in¬ clina a emprender obras espléndidas y difíciles de ejecutar sin arredrarse ante ¡a magnitud del trabajo o de los grandes gastos que sea necesario invertir. Se distingue de la magnanimidad en que ésta tiende a lo grande en cualquier virtud o materia, mientras que la magnificencia se refiere únicamente a las gran¬ des obras factibles, tales como la construcción de templos, hos¬ pitales, universidades, monumentos artísticos, etc. (134,2 ad 2). Es la virtud propia de los ricos l , que en nada mejor pueden emplear sus riquezas que en el culto de Dios o en provecho y utilidad de sus prójimos. Es increíble la obcecación de muchos ricos que se pasan la vida ateso¬ rando riquezas, que tendrán que abandonar a la hora de la muerte, en vez de fabricarse una espléndida mansión en el cielo con su desprendimiento y generosidad en este mundo. Son legión los que prefieren ser millonarios se¬ tenta años en la tierra en vez de serlo en el cielo por toda la eternidad. A la magnificencia se oponen dos vicios: uno por defecto, la tacañería o mezquindad (135,1)» que en los gastos a realizar 1 Sin embargo, también los pobres pueden y deben poseer su espíritu en la preparación o disposición del ánimo. 592 P.Ill. Desarrollo normal de la vida cristiana se queda muy por debajo de lo espléndido y magnífico, ha¬ ciéndolo todo a lo pequeño y a lo pobre; y otro por exceso, el derroche o despilfarro (135,2), que lleva al extremo opuesto, fuera de los límites de lo prudente y virtuoso. 437. 3) La paciencia (136).—Es la virtud que inclina a soportar sin tristeza de espíritu ni abatimiento de corazón los pa¬ decimientos físicos y morales. Es una de las virtudes más nece¬ sarias en la vida cristiana, porque, siendo innumerables los trabajos y padecimientos que inevitablemente tenemos todos que sufrir en este valle de lágrimas, necesitamos la ayuda de esta gran virtud para mantenernos firmes en el camino del bien sin dejarnos abatir por el desaliento y la tristeza. Por no tener en cuenta la práctica de esta virtud, muchas almas pier¬ den el mérito de sus trabajos y padecimientos, sufren muchí¬ simo más al faltarles la conformidad con la voluntad de Dios y no dan un solo paso firme en el camino de su santificación. Los principales motivos de la paciencia cristiana son los si¬ guientes: a) La conformidad con la vóluntad amorosísima de Dios, que sabe me¬ jor que nosotros lo que nos conviene, y por eso nos envía tribulaciones y dolores. bj El recuerdo de los padecimientos de Jesús y de María—modelos in¬ comparables de paciencia—y el sincero deseo de imitarles. <:) La necesidad de reparar nuestros pecados por la voluntaria y vir¬ tuosa aceptación del sufrimiento, en compensación de los placeres ilícitos que nos hemos permitido al cometerlos. d) La necesidad de cooperar con Cristo a la aplicación de los frutos de su redención a todas las almas, aportando nuestros dolores unidos a los suyos para completar lo que falta a su pasión, como dice el apóstol San Pablo (Coi 1,24). e) La perspectiva soberana de la eternidad bienaventurada que nos aguarda si sabemos sufrir con paciencia. El sufrir pasa, pero el fruto de haber santificado el sufrimiento no pasará jamás. Veamos ahora los principales grados que pueden distinguir¬ se en la práctica progresiva y cada vez más perfecta de esta virtud 2 . a) La resignación sin quejas ni impaciencia ante las cruces que el Señor nos envía o permite que vengan sobre nosotros. bj La paz y serenidad ante esas mismas penas, sin ese tinte de tris¬ teza o melancolía que parece inseparable de la mera resignación. c) La dulce aceptación, en la que empieza a manifestarse la alegría interior ante las cruces que Dios envía para nuestro mayor bien. d) El gozo completo, que lleva a darle gracias a Dios, porque se digna asociarnos al misterio redentor de la cruz. 2 Cf. Toubuan, Las virtudes cristianas c.86. Siendo muy afín esta materia con la de los grados de amor a i sufrimiento, remitimos al lector a lo que dijimos en aquel otro lugar (cf. n.232). L.ll c.2. Las virtudes morales 593 e) La locura de la cruz, que prefiere el dolor al placer y pone todas sus delicias en el sufrimiento exterior e interior, que nos configura con Je¬ sucristo: «Cuanto a mí, no quiera Dios que me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo» (Gal 6,14); «O padecer o morir» (Santa Teresa); «Padecer, Señor, y ser despreciado por Vos» (San Juan de la Cruz). «He llegado a no poder sufrir, pues me es dulce todo padecimiento» (Santa Teresita). Contra la paciencia pueden señalarse dos vicios opuestos: uno por defecto, la impaciencia, que se manifiesta al exterior con ira, quejas, murmuraciones y otras cosas semejantes; y otro por exceso, la insensibilidad o dureza de corazón, que no por motivo virtuoso, sino por falta de sentido humano o social, no se inmuta ni impresiona ante ninguna calamidad propia o ajena. 438. 4). La longanimidad (136,5) es una virtud que nos da ánimo para tender a algo bueno que está muy distante de nos¬ otros, o sea, cuya consecución se hará esperar mucho tiempo. En este sentido, se parece más a la magnanimidad que a la paciencia; pero teniendo en cuenta que, si el bien esperado tar¬ da mucho en llegar, se produce en el alma cierta tristeza y do¬ lor, la longanimidad, que soporta virtuosamente este dolor, se parece más a la paciencia que a ninguna otra virtud. «La longanimidad es una virtud que consiste en saber aguardar. Saber aguardar a Dios, al prójimo y a nosotros mismos. ¿En qué? En el bien que de ellos esperamos. Por consiguiente, la longanimidad consiste en evitar la impaciencia que podría causamos la demora o tardanza de este bien. Saber sufrir esta tardanza, he aquí, en realidad, lo que es la longanimidad. Por eso la llaman algunos larga esperanza. Es la virtud de Dios, que sabe aguardarnos a todos a nuestra hora; la virtud de los santos, siempre sufridos, siempre pacientes con todos. Grande y admirable virtud, que el apóstol San Pablo coloca entre los doce frutos del Espíritu Santo (Gal 5,22)» 3 . 439. 5) La perseverancia (137).—Es una virtud que in¬ clina a persistir en el ejercicio del bien a pesar de la molestia que su prolongación nos ocasione. Se distingue de la longanimidad en que ésta se refiere más bien al comienzo de una obra virtuo¬ sa que no se consumará del todo hasta pasado largo tiempo; mientras que la perseverancia se refiere a la continuación del camino ya emprendido, a pesar de los obstáculos y molestias que vayan surgiendo en él. Lanzarse a una empresa virtuosa de larga y difícil ejecución es propio de la longanimidad; perma¬ necer inquebrantablemente en el'camino emprendido un día y otro día, sin desfallecer jamás, es propio de la perseverancia. Todas las virtudes necesitan la ayuda y complemento de 3 Toublan, Las virtudes cristianas c.90. leal , perfección 21 594 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana la perseverancia, sin la cual ninguna podría ser perfecta ni si¬ quiera mantenerse mucho tiempo. Porque, aunque todo hábito o virtud, por comparación al sujeto donde reside, sea una cua¬ lidad difícilmente movible y, por lo mismo, persistente de suyo, la especial dificultad que proviene de la prolongación de la vida virtuosa hasta el fin ha de ser vencida por una virtud también especial, que es la perseverancia (137,1 ad 3). Es imposible la perseverancia en el bien sin una especial ayuda de la gracia. Santo Tomás se plantea expresamente esta cuestión y la resuelve ma¬ gistralmente (137,4). De la doctrina que expone en ese artículo, completada con la de sus lugares paralelos, se desprende lo siguiente: a) La virtud de la perseverancia, como hábito sobrenatural, es insepa¬ rable de la gracia santificante; perdida la gracia, se pierde la perseverancia juntamente con todas las demás virtudes (137,4). b) Para poner en ejercicio cualquier virtud infusa se requiere el previo empuje de la gracia actual ordinaria, que Dios, por otra parte, no niega a nadie que no ponga obstáculo alguno a su recepción (I-II, 109,9). c) Para perseverar durante largo tiempo en el bien se requiere una gra¬ cia actual especial, sin la cual no se podría de hecho, pero con la cual se pue¬ de siempre 4 . d) Para perseverar en el bien hasta la muerte (perseverancia final) se requiere un auxilio especialisimo de Dios enteramente gratuito, que, por lo mismo, nadie puede estrictamente merecer, aunque puede impetrarse infa¬ liblemente con la oración revestida de las debidas condiciones 5 . 440. 6) La constancia (137,3) es una virtud íntimamen¬ te relacionada con la perseverancia, de la que se distingue, sin embargo, por razón de la distinta dificultad que trata de su¬ perar; porque lo propio de la perseverancia es dar firmeza al alma contra la dificultad que proviene de la prolongación de la vida virtuosa, mientras que a la constancia pertenece robuste¬ cerla contra las demás dificultades que provienen de cualquier otro impedimento exterior (v.gr., la influencia de los malos ejemplos); y esto hace que la perseverancia sea parte más prin¬ cipal de la fortaleza que la constancia, porque la dificultad que proviene de la prolongación del acto es más intrínseca y esen¬ cial al acto de virtud que la que proviene de los exteriores im¬ pedimentos, de los que se puede huir más fácilmente. Vicios opuestos. —A la perseverancia y constancia se oponen dos vicios: uno por defecto, la inconstancia —que Santo Tomás llama molicie o blandura (138,1)—, que inclina a desistir fᬠcilmente de la práctica del bien al surgir las primeras dificul¬ tades, provenientes, sobre todo, de tener que abstenerse de 4 Esta doctrina ha sido proclamada por la Iglesia en el concilio de Trento: «Si quis d¡- xerit, iustificatum vel sinc specúili auxilio Dei in accepta iustitia perseverare posse, vel cum eo non posse: AS.» (D 832). 3 MI.ioq.io; 11 - 11 , 137 , 4 - El concilio de Trento llama a la perseverancia final «magnum illud dunum» (cf. D 826; vide 806; y para lo relativo a la oración, n.183 y 804). L.ll c.2. Las virtudes morales 595 muchas delectaciones; y otro por exceso, la pertinacia o ter¬ quedad (138,2) del que se obstina en no ceder cuando sería razonable hacerlo. 441. 7) Medios de perfeccionarse en la fortaleza y virtudes derivadas.—Los principales son los siguientes 6 . i.° Pedirla incesantemente a Dios. —Porque, aunque es verdad que éste es un medio general que puede aplicarse a todas las virtudes, ya que todo don sobrenatural viene de Dios (Iac 1,17), no lo es menos que en orden a la fortaleza necesitamos una especial ayuda de Dios, dada la debilidad y flaque¬ za de nuestra pobre naturaleza humana, vulnerada por el pecado. Sin el auxilio de la gracia, no podemos nada (cf. lo 15,5), pero todo lo podemos con El (Phil 4,13). Por eso en la Sagrada Escritura se nos inculca tan insis¬ tentemente la necesidad de pedir el auxilio de Dios, que es nuestra fortale¬ za: «Tú eres ciertamente mi roca, mi ciudadela» (Ps 30,4), y el que la da a su pueblo: «Es el Dios de Israel, el que da a su pueblo fuerza y poderío» (Ps 67,36). 2. 0 Prever las dificultades que encontraremos en el camino de la virtud y aceptarlas de antemano. —Lo recomienda el Angélico Doc¬ tor como cosa conveniente a todos, y principalmente a los que no han ad¬ quirido todavía el hábito de obrar con fortaleza (123,9). Así va perdiendo poco a poco el miedo, y cuando sobrevienen de hecho esas dificultades, se las vence con intrepidez como cosa ya prevista de antemano. 3. 0 Abrazar con generosidad las pequeñas molestias de la vida diaria para fortalecer nuestro espíritu contra el dolor. —El que se va acostumbrando a vivir a la intemperie, se considerará feliz y dichoso al en¬ contrarse bajo tejado, aunque carezca de calefacción central. Si no acepta¬ mos generosamente las pequeñas molestias inevitables: frío, calor, dolorci- llos, contradicciones, ingratitudes, etc., de que está llena la vida humana, jamás daremos un paso serio en la fortaleza cristiana. 4. 0 Poner los ojos con frecuencia en Jesucristo crucificado. —No hay nada que tanto conforte y anime a las almas delicadas como la contem¬ plación del heroísmo de Jesús. Varón de dolores y conocedor de todos los quebrantos (Is 53,3), nos dejó ejemplo con sus padecimientos para que si¬ gamos sus pasos (1 Petr 2,21). Jamás tendremos que sufrir en nuestro cuerpo de pecado dolores comparables a los que El quiso voluntariamente soportar por nuestro amor. Por grandes que sean nuestros sufrimientos de alma o cuerpo, levantemos los ojos hacia el crucifijo, y El nos dará la fortaleza para sobrellevarlos sin queja ni amargura. También el recuerdo de los dolores inefables de María («¡Oh vosotros cuantos por aquí pasáis: mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor!»: Lam 1,12) es manantial inagotable de consuelo y fortaleza. 5.° Intensificar nuestro amor a Dios. —El amor es fuerte como la muerte (Cant 8,6) y no retrocede ante ningún obstáculo a trueque de con¬ tentar al amado. El es el que daba a San Pablo aquella fortaleza sobrehumana para superar la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnu¬ dez, el peligro y la espada: «Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó» (Rom 8,35-37). Cuando se ama de verdad a Dios, las dificul¬ tades en su servicio no existen y la flaqueza misma del alma se trueca en un motivo más para esperarlo todo de El: «Muy gustosamente, pues, continuaré 6 Cf. Scaramelu, Directorio ascético t.3 a.3 c.3. 596 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana gloriándome en mis debilidades para que habite en mi la fuerza de Cristo..., pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte* (2 Cor 12,9-10). Claro que este heroísmo es ya efecto del don de fortaleza, del que vamos a hablar ahora. El don de fortaleza S.Th., II-II,i39—Véase la nota bibliográfica del n.336 442. 1. Naturaleza.—El don de fortaleza es un hábito sobrenatural que robustece al alma para practicar, por instinto del Espíritu Santo, toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que pue¬ dan surgir . Expliquemos un poco la definición. a) «Un hábito sobrenatural...* —Como los demás dones y virtudes infusas (género próximo de la definición). b) «... que robustece al alma...* —Precisamente tiene por misión ele¬ var sus fuerzas, por decirlo así, hasta el plano de lo divino. c ) «... PARA PRACTICAR, POR INSTINTO DEL ESPÍRITU SANTO...»-Es lo propio y específico de los dones. Bajo su acción, el alma no discurre ni ra¬ zona; obra por un impulso interior, a manera de instinto, que procede directa e inmediatamente del Espíritu Santo mismo, que pone en marcha sus dones. d) «... TODA CLASE de virtudes heroicas...» —Aunque la virtud que el don de fortaleza viene a perfeccionar y sobre la que recae directamente sea la de su mismo nombre, sin embargo, su influencia llega a todas las demás virtudes, cuya práctica en grado heroico supone una fortaleza de alma ver¬ daderamente extraordinaria, que no podría proporcionar la sola virtud aban¬ donada a sí misma. Lo dice expresamente Santo Tomás 7 , y se comprende sin esfuerzo que tiene que ser así. Por eso, el don de fortaleza, que tiene que abarcar tantos y tan diversos actos de virtud, necesita, a su vez, ser go¬ bernado por el don de consejo (139,1 ad 3). «Este don—advierte el P. Lallemant—es una disposición habitual que pone el Espíritu Santo en el alma y en el cuerpo para hacer y sufrir cosas extraordinarias, para emprender las acciones más difíci¬ les, para exponerse a los daños más temibles, para superar los traba¬ jos más rudos, para soportar las penas más horrendas; y esto cons¬ tantemente y de una manera heroica» 8 . e ) «... con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir...» —Es una de las más claras notas de diferenciación entre la virtud y el don de fortaleza. También la virtud—dice Santo Tomás—tiene por misión robustecer al alma para sobrellevar cual¬ quier dificultad o peligro; pero proporcionarle la invencible confianza de que los superará de hecho, pertenece al don de fortaleza (139,1 ad 1). 7 «Cuanto más alta es una potencia, tanto se extiende a mayor núrm-ro de cosas... Y, por lo mismo, el don de fortaleza se extiende a todas las dificultades aue pueden surgir en las cosas humanas, incluso sobre las fuerzas humanas... El acto principal del don de fortaleza es soportar todas las dificultades, ya sea ¡as pasiones, ya en las operaciones (ln III Sent. d.34 q.3 a.i q.^í sol.). B P. Lali.emant, La doctrine spirituelle princ.4 c.4 a.6. L.ll c.2. Las virtudes morales 597 La fortaleza natural o adquirida robustece el alma para sobrellevar los mayores trabajos y exponerse a los mayores peligros—como vemos en muchos héroes paganos—, pero no sin cierto temblor o ansiedad, nacido de la clara percepción de la flaqueza de las propias fuerzas, únicas con que se cuenta. La fortaleza infusa se apoya ciertamente en el auxilio divino—que es de suyo omnipotente e invencible—, pero se conduce en su ejercicio al modo humano, o sea, según la regla de la razón iluminada por la fe, que no acaba de quitarle del todo al alma el temor y temblor. El don de fortaleza, en cambio, le hace so¬ brellevar los mayores males y exponerse a los más inauditos peligros con gran confianza y seguridad, por cuanto la mueve el propio Espí¬ ritu Santo no mediante el dictamen de la simple prudencia, sino por la altísima dirección del don de consejo, o sea, por razones entera¬ mente divinas 9 . 443. 2. Necesidad.—El don de fortaleza es absoluta¬ mente necesario para la perfección de las virtudes infusas —particularmente de la del mismo nombre—y a veces para la simple permanencia en el estado de gracia. a) Para la perfección de las virtudes infusas. —Uni¬ camente puede llamarse perfecta una virtud cuando su acto brota del alma con energía, prontitud e inquebrantable perse¬ verancia. Ahora bien: este heroísmo continuo y jamás desmen¬ tido es francamente sobrenatural, y no puede explicarse sa¬ tisfactoriamente más que por la actuación del modo sobrehu¬ mano de los dones del Espíritu Santo, particularmente—en este sentido—del don de fortaleza. b) Para la perfección de la virtud de la fortaleza.— La doctrina anterior—valedera para todas las virtudes—, ¿pue¬ de aplicarse también a la virtud de la fortaleza? Indudablemen¬ te que sí. Porque, como explica Santo Tomás, aunque la virtud de la fortaleza tiende de suyo a robustecer al alma contra toda clase de dificultades y peligros, no lo acaba de conseguir del todo mientras permanezca sometida al régimen de la razón iluminada por la fe (modo humano). Es preciso que el don de fortaleza le arranque de cuajo todo motivo de temor o indeci¬ sión al someterla a la moción directa e inmediata del Espíritu Santo (modo divino), que le da una confianza y seguridad in¬ quebrantables (139 ad 1). He aquí cómo expone esta doctrina un autor contemporáneo: «Claro está que la virtud de la fortaleza se extiende a los mismos objetos que el don, pero a pesar de ello deja en el alma cierta flaqueza. Para vencer las dificultades, desafiar los peligros, soportar la adversidad, se funda la vir¬ tud, en parte, en los recursos humanos y, en parte, en los sobrenaturales y divinos. Sólo que, siendo meramente virtud, no posee nunca completamente estos últimos y obra siempre de modo humano. * Cf. Ioan. a S.Thom., In /-// d.18 a.6. 598 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana Esta impotencia de la virtud de la fortaleza la suple el don quitando al hombre aquella duda instintiva, la nativa flaqueza, que la virtud no consigue nunca vencer por completo» Para este fin se vale de la fortaleza de Dios, como si fuera la suya, o, más bien, el Espíritu Santo es quien por su moción nos reviste de su poder y nos ayuda a tender enérgica, constantemente y sin temor hacia nuestro fin* 10 . c) Para permanecer en estado de gracia. —Hay ocasio¬ nes en que el dilema se plantea repentina e inexorablemente: el heroísmo o el pecado mortal. En estos casos—mucho más frecuentes de lo que se cree—no basta la simple virtud de la fortaleza. Precisamente por lo violento, repentino e inesperado de la tentación—cuya aceptación o repulsa, por otra parte, es cuestión de un segundo—no es suficiente el modo lento y discursivo de las virtudes de la prudencia y fortaleza; es me¬ nester la intervención ultrarrápida de los dones de consejo y de fortaleza . Precisamente el Doctor Angélico se funda en este argumento para proclamar la necesidad de los dones incluso para la salvación eterna (1-11,68,2). «Este don—escribe a este propósito el P. Lallemant—es extremadamente necesario en ciertas ocasiones en las que se siente uno combatido por tenta¬ ciones apremiantes a las que, si se quiere resistir, es preciso resolverse a perder los bienes, el honor o la vida. En estos casos, el Espíritu Santo ayuda poderosamente con su consejo y su fortaleza al alma fiel, que, desconfiando de sí misma y convencida de su debilidad y de su nada, implora su auxilio y pone en El toda su confianza. En estos trances, las gracias comunes no son suficientes; se precisan luces y auxilios extraordinarios. Por esto, el profeta enumera juntamente los dones de consejo y de fortaleza, el primero para iluminar el espíritu, y el otro para fortalecer el corazón» 11 . 444. 3. Efectos.—Son admirables los efectos que pro¬ duce en el alma el don de fortaleza. He aquí los principales: 1) Proporciona al alma una energía inquebrantable en la práctica de la virtud. Es una consecuencia inevitable del modo sobrehumano con que a través del don se practica la virtud de la fortaleza. El alma no conoce desfalleci¬ mientos ni flaquezas en el ejercicio de la virtud. Siente, naturalmente, el peso del día y del calor, pero con energía sobrehumana sigue impertérrita hacia adelante a pesar de todas las dificultades. Acaso nadie con tanta fuerza y energía haya sabido exponer las dispo¬ siciones de estas almas como Santa Teresa de Jesús cuando escribe estas pa¬ labras: «Digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella (la perfección), venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no 10 Schrjjvfrs, Los principios de l—Aunque la templan¬ za debe moderar todos los placeres sensibles a que nos inclina el apetito concupiscible, recae de una manera especialísima sobre los propios del tacto y del gusto (lujuria y gula principalmente), que llevan consigo máxima de¬ lectación—como necesarios para la conservación de la especie o del indivi¬ duo y son por lo mismo más aptos para arrastrar el apetito si no se le refrena con una virtud especial: la templanza estrictamente dicha (141,4). Principalmente recae sobre las delectaciones del tacto, y secundariamente sobre las de los demás sentidos (141,5). 1 9 Cf., entre otros muchos lugares, las cuatro primeras cartas de su Epistolario, dirigidas a su hermana Celina fO&rus completas , Burgos 1950). 2U *Ab illa mensa recodamus tanquam leones; ignem spirantes, diabolo terribiles.» Un lo . hom.61,3: K 1 L 59,26o). 604 P.I11. Desarrollo normal de la vida cristiana d) «... CONTENIÉNDOLA DENTRO DE LOS LÍMITES DE LA RAZÓN ILUMINADA por la fe*. —La templanza natural o adquirida se rige únicamente por las luces de la razón natural, y contiene al apetito concupiscible dentro de sus límites racionales o humanos (141,6); la templanza sobrenatural o infusa va mucho más lejos, puesto que a las de la simple razón natural añade las luces de la fe, que tiene exigencias más finas y delicadas 1 . La templanza es una virtud cardinal (141,7), y en este sentido es una virtud excelente; pero, teniendo por objeto la moderación en los actos del propio individuo, sin ninguna relación a los demás, ocupa el último lugar en la escala de las virtudes cardinales (141,8). 450. 2. Importancia y necesidad.—Con ser la última de las cardinales, la templanza es una de las virtudes más im¬ portantes y necesarias en la vida sobrenatural de una persona particular. La razón es porque ha de moderar, conteniéndolos dentro de los límites de la razón y de la fe, dos de los instintos más fuertes y vehementes de la naturaleza humana, que facilí- simámente se extravían sin una virtud moderativa de los mis¬ mos. La divina Providencia, como es sabido, ha querido unir un deleite o placer a aquellas operaciones naturales que son necesarias para la conservación del individuo o de la especie; de ahí la vehemente inclinación del hombre a los placeres del gusto y del apetito genésico, que tienen aquella finalidad altí¬ sima, querida e intentada por el Autor mismo de la naturaleza. Pero precisamente por eso, por brotar con vehemencia de la misma naturaleza humana, tienden con gran facilidad a des¬ mandarse fuera de los límites de lo justo y razonable—lo que sea menester para la conservación del individuo y de la especie en la forma y circunstancias señaladas por Dios, y no más—, arrastrando consigo al hombre a la zona de lo ilícito y pecami¬ noso. Esta es la razón de la necesidad de una virtud infusa mo¬ derativa de esos apetitos naturales y de la singular importancia de esta virtud en la vida humana. Tal es el papel de la templanza infusa. Ella es la que nos hace usar del placer para un fin honesto y sobrenatural, en la forma señalada por Dios a cada uno según su estado y condi¬ ción. Y como el placer es de suyo seductor y nos arrastra fᬠcilmente más allá de los justos límites, la templanza inclina a la mortificación incluso de muchas cosas lícitas para mantenernos alejados del pecado y tener perfectamente controlada y some¬ tida la vida pasional. 451. 3. Vicios opuestos.—Santo Tomás señala dos: uno por exceso, la intemperancia (142,2), que desborda los límites de la razón y de la fe en el uso de los placeres del gusto y del 1 Gf 1-11,6.1,4; II 11,142,1 c et ad i et ad 2. L.ll c.2. Las virtudes morales 605 tacto, y que, sin ser el máximo pecado posible, es, sin embar¬ go, el más vil y oprobioso de todos, puesto que rebaja al hom¬ bre al nivel de las bestias y animales y ofusca, como ningún otro, las luces de la inteligencia humana (142,4); y otro por defecto, la insensibilidad excesiva (142,1), por el cual se huye incluso de los placeres necesarios para la conservación del in¬ dividuo o de la especie que pide el recto orden de la razón. Unicamente se puede renunciar a ellos por un fin honesto (re¬ cuperar la salud, aumentar las fuerzas corporales, etc.) o por un motivo más alto, como es el bien de la virtud (penitencia, virginidad, contemplación), porque esto es altamente conforme a la razón y la fe (ibid.). 452. 4. Partes déla templanza (143).—En la templan¬ za, como virtud cardinal que es, hay que distinguir sus partes integrales , subjetivas y potenciales. A) Partes integrales Son—como ya sabemos—aquellos elementos que integran una virtud o la ayudan en su ejercicio. La templanza tiene dos: la vergüenza y la honestidad. 453. 1) La vergüenza (144) no es propiamente una vir¬ tud, sino cierta pasión laudable que nos hace temer el oprobio y confusión que se sigue del pecado torpe. Es pasión, porque la vergüenza lleva consigo una transmutación corpórea (rubor, temblor...); y es laudable, porque este temor, regulado por la razón, infunde horror a la torpeza (144,2). Nótese que nos avergonzamos más de quedar infamados ante personas sabias y virtuosas —por la rectitud de su juicio y el valor de su estima o aprecio—que ante las de poco juicio y razón (por eso, nadie se avergüenza ante los niños muy peque¬ ños o los animales). Y sobre todo, sentimos la vergüenza del oprobio ante nuestros familiares, que nos conocen mejor y con los que tenemos que convivir continuamente (144,3). Santo Tomás observa agudamente que la vergüenza es pa¬ trimonio sobre todo de los jóvenes medianamente buenos. No la tienen los muy malos y viciosos (son desvergonzados), ni tampoco los viejos o muy virtuosos, porque se consideran muy lejos de cometer actos torpes. Estos últimos, sin embargo, con¬ servan la vergüenza en la disposición del ánimo, esto es, se avergonzarían de hecho si inesperadamente incurrieran en algo torpe (144.4)- 454* 2) La honestidad (145) es el amor al decoro que proviene de la práctica de la virtud. Coincide propiamente con 606 P.HI. Desarrollo normal de la vida cristiana lo honesto (145,1) y lo espiritualmente decoroso (145,2). Pue¬ de coincidir en un mismo sujeto con lo útil y deleitable—siem¬ pre lo es el ejercicio de la virtud—, pero no todo lo útil y delei¬ table es honesto (145,3). Es propiamente una parte integral de la templanza, por cuanto la honestidad es cierta espiritual pulcritud; y como lo pulcro se opone a lo torpe, la honestidad corresponderá de una manera especial a aquella virtud que tenga por objeto hacernos evitar lo torpe; y tal es la templanza (I 45 . 4 )- Corolario práctico .—Es útilísimo inculcar estas dos virtudes—vergüen¬ za y honestidad—a los niños desde su más tierna infancia. Son como los guardianes de la castidad y de la templanza. Desaparecida la vergüenza y la honestidad, el hombre se precipita en las mayores torpezas y desórdenes. Nunca se insistirá bastante en esto aun en el jtrato entre hermanitos y her- manitas. B) Partes subjetivas Son las diversas especies en que se subdivide una virtud cardinal. Como la templanza tiene por principal misión moderar la inclinación a los placeres que provienen del gusto y del tacto, sus partes subjetivas se distribuyen en dos grupos: a) para lo referente al gusto: la abstinencia y la sobriedad; y b) para lo referente al tacto: la castidad y la virginidad. Examinémoslas bre¬ vemente. 455. 1) La abstinencia (146) nos inclina a usar modera¬ damente de los alimentos corporales según el dictamen de la recta razón iluminada por la fe. La abstinencia, como virtud infusa o sobrenatural, va más lejos que la virtud adquirida del mismo nombre. Esta última se gobierna por las solas luces de la razón natural y usa de los alimentos en la medida y grado que exija la necesidad o salud del cuerpo. La infusa, en cambio, tiene cuenta, además, con las exigencias del orden sobrenatural (v.gr., absteniéndose en ciertos días de los manjares prohibi¬ dos por la Iglesia). Acto propio de la virtud de la abstinencia es el ayuno (147), cuyo ejercicio obligatorio está regulado por las leyes de la Iglesia 2 . Al margen de esas leyes generales puede practicarse también por otras leyes especiales (v.gr., las constitucionales de una Orden religiosa) o por la devoción de cada uno controla¬ da por la prudencia y discreción sobrenatural. Vicio opuesto. —A la abstinencia se opone la gula (148), feo vicio, del que hemos hablado ampliamente en otro lugar (cf. n.241). 1 Cf. CIC en.iaso-54. L.ll c.2. Las virtudes morales 607 456. 2) La sobriedad (149), entendida de una manera general, significa la moderación y templanza en cualquier ma¬ teria, pero en sentido propio o estricto es una virtud especial que tiene por objeto moderar, de acuerdo con la razón iluminada por la fe, el uso de las bebidas embriagantes. Es curiosísimo el artículo cuarto de esta cuestión, donde Santo Tomás dice que, aunque la sobriedad es conveniente a toda clase de personas, de un modo especial deben cultivarla los jóvenes , ya de suyo tan inclinados a la sensualidad por el ardor de su juventud; las mujeres, por su debilidad mental; los ancianos, que deben dar ejemplo a los demás; los ministros de la Iglesia, que deben dedicarse a las cosas espirituales, y los gobernantes, que deben gobernar con sabiduría. A la sobriedad se opone la embriaguez (150), que es uno de los vicios más viles y repugnantes. La embriaguez voluntaria que llega a la pérdida total de los sentidos es pecado mortal (150,2). 457, 3) La castidad (151) es la virtud sobrenatural mode¬ rativa del apetito genésico. Es una virtud verdaderamente angé¬ lica, por cuanto hace al hombre semejante a los ángeles; pero es una virtud delicada y difícil , a cuya práctica perfecta no se llega ordinariamente sino a base de una continua vigilancia y de una severa austeridad. Tiene varias formas, a saber: virginal, que es la abstención voluntaria y perpetua de toda delectación contraria; juvenil, que se abstiene totalmente de ellas antes del matrimonio; conyugal, que regula según el dictamen de la razón y de la fe las delec¬ taciones lícitas dentro del matrimonio, y vidual, que se abstiene totalmente después del matrimonio. La castidad se refiere a la materia principal; para regular los actos secundarios existe la pudicicia, que no es una virtud especial distinta de la castidad, sino una circunstancia de la misma (151,4). Al hablar de la lucha contra la propia carne hemos indicado los principales medios para conservar la castidad (cf. n.227). A la castidad se opone la lujuria en todas sus especies y ma¬ nifestaciones (153 y 154), que es el vicio más vil y degradante de todos cuantos se pueden cometer, aunque no sea el mayor de todos los pecados. Como vicio capital que es (153,4), de él se derivan otros muchos pecados, principalmente la ceguera de espíritu, la precipitación, la inconsideración, la inconstancia, el amor desordenado de sí mismo, el odio a Dios, el apego a esta vida y el horror a la futura (153,5). 608 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana 458. 4) La virginidad (152) es una virtud especial (152,3) distinta y más perfecta que la castidad (152,5) que con¬ siste en el propósito firme de conservar perpetuamente la integridad de la carne por un motivo sobrenatural. Para que tenga perfecta razón de virtud debe ser ratificada por un voto 3 . Nótese que en la integridad de la carne pueden distinguir¬ se tres momentos: a) su mera existencia sin propósito especial de conservarla (v.gr., en los niños pequeños); b) su pérdida material inculpable (v.gr., por una operación quirúrgica o por violenta opresión no consentida interiormente), y c) el propó¬ sito firme e inquebrantable, por un motivo sobrenatural, de abstenerse perpetuamente del placer venéreo, nunca volun¬ tariamente experimentado. Lo primero no es ni deja de ser virtud (está al margen de ella, pues no es voluntario). Y lo segundo es una pérdida puramente material, perfectamente compatible con lo formal de la virtud, que consiste en lo ter¬ cero (152,1 c et ad 3 et ad 4). La perfecta virginidad, voluntariamente conservada por motivo virtuoso, no sólo es lícita (152,2), sino que es más ex¬ celente que el matrimonio. Se demuestra plenamente por el ejemplo de Cristo y de la Santísima Virgen, por las palabras expresas del apóstol San Pablo (1 Cor 7,25ss) y por la razón teológica, que nos ofrece un triple argumento: ya que el bien divino es más perfecto que el humano, el bien del alma más excelente que el del cuerpo y la vida contemplativa es prefe¬ rible a la activa (152,4). C) Partes potenciales Son las virtudes anejas o derivadas, que se relacionan en algunos aspec¬ tos con su virtud cardinal, pero no tienen toda su fuerza o se ordenan tan sólo a actos secundarios. Las correspondientes a 1 ^ templanza son las si¬ guientes: 459. 1) La continencia (155) es una virtud que robustece la voluntad para resistir las concupiscencias desordenadas muy vehementes (155,1). Reside en la voluntad (155,3), y es virtud de suyo imperfecta, ya que no lleva a la realización de alguna obra positivamente buena y perfecta, sino que se limita a im¬ pedir el mal, sujetando a la voluntad para que no se deje arrastrar por el ímpetu de la pasión. Las virtudes perfectas, por otra parte, dominan de tal modo las pasiones, que ni si- V J Asi al menos lo exige Santo Tomás en esta cuestión de la Suma Teológica (152,3 ad 4)- Pero antes habla escrito en las Sentencia.’: que no es esencial el voto para recibir en el cielo la aureola de la virginidad ícf. IV Sent. d.33 q.33 a.2 ad 4; puede verse en el Suplemento de la Suma Teológica 96,5); y asi lo creen también muchos insignes tomistas, tales como Paludano, Domingo de Soto, Silvestre, Silvio, Billuart y otros. L.ll c.2. Las virtudes morales 609 quiera se producen vehementes movimientos pasionales en contra de la razón (155,1). Su materia propia son las delecta¬ ciones del tacto (155,2), principalmente las relativas al apetito genésico (ad 4), si bien en su sentido más general e impropio puede referirse a cualquier otra materia (ad 1). Su vicio opuesto es la incontinencia (156), que no es un hábito propiamente dicho, sino la privación de la continencia en el apetito racional, que sujetaría la voluntad para no dejarla arrastrar por la concupiscencia; y en el apetito sensitivo es el mismo desorden de las pasiones concupiscibles en lo referente al tacto (cf. 156,3). 460. 2) La mansedumbre (157) es una virtud especial que tiene por objeto moderar la ira según la recta razón. La ma¬ teria propia de esa virtud es la pasión de la ira , que rectifica y modera de tal forma que no se levante sino cuando sea nece¬ sario y en la medida en que lo sea. A pesar de ser una parte potencial de la templanza (157,3), reside en el apetito irascible (como la ira que ha de moderar), no en el concupiscible, como la templanza (cf. ibid., ad 2). Cristo, modelo incomparable. —La mansedumbre es una virtud hermosísima profundamente cristiana, de la que el mis¬ mo Cristo quiso ponerse por supremo modelo (Mt 11,29). He aquí algunas de las más impresionantes manifestaciones de su dulzura y mansedumbre divinas 4 : a) Con sus apóstoles: Ies sufre sus mil impertinencias, su ignorancia, su egoísmo, su incomprensión. Les instruye gradualmente, sin exigirles de¬ masiado pronto una perfección superior a sus fuerzas. Les defiende de las acusaciones de los fariseos, pero les reprende cuando tratan de apartarle los niños o cuando piden fuego del cielo para castigar a un pueblo. Reprende a Pedro su ira en el huerto, pero le perdona fácilmente su triple negación, que le hace reparar con tres sencillas manifestaciones de amor. Les aconseja la mansedumbre para con todos, perdonar hasta setenta veces siete (es decir, siempre), ser sencillos como palomas, corderos en medio de lobos, devolver bien por mal, ofrecer la otra mejilla a quien les hiera en una de ellas, dar su capa y su túnica antes que andar con pleitos y rogar por los mismos que les persiguen y maldicen... b) Con las turbas: les habla con gran dulzura y serenidad. Nada de voces intempestivas, de gritos descompasados, de amenazas furibundas. No apaga la mecha que todavía humea, ni quiebra del todo la caña ya cascada. Ofrece a todos el perdón y la paz, multiplica las parábolas de la misericor¬ dia, bendice y acaricia a los niños, abre su Corazón de par en par para que encuentren en él alivio y reposo todos los que sufren, oprimidos por las tri¬ bulaciones de la vida... 4 Cf. Tantqi ercy, Teología ascética n.1161-3- 610 P.III. Desarrollo normal la vida cristiana c) Con los pecadores extrema hasta lo increíble su dulzura y manse¬ dumbre: perdona en el acto a la Magdalena» a la adúltera» a Zaqueo, a Mateo el publicano; a fuerza de bondad y delicadeza convierte a la samaritana; como Buen Pastor, va en busca de la oveja extraviada y se la pone gozoso sobre los hombros y hace al hijo pródigo una acogida tan cordial que levanta la envidia de su hermano; no ha venido a llamar a los justos, sino a los pe¬ cadores, a penitencia; ofrece el perdón al mismo Judas, a quien trata con el dulce nombre de amigo; perdona al buen ladrón y muere en lo alto de la cruz perdonando y excusando a sus verdugos. A imitación del divino Maestro, el alma que aspire a la perfección ha de poner extremo cuidado e interés en la prác¬ tica de la mansedumbre. ♦Para imitar a Nuestro Señor, evitaremos las disputas, las voces destem¬ pladas, las palabras o las obras bruscas o que puedan hacer daño, para no alejar a los tímidos. Cuidaremos mucho de no devolver nunca mal por mal; de no estropear o romper alguna cosa por brusquedad; de no hablar cuando estamos airados. Procuraremos, por el contrario, tratar con buenas maneras a todos los que se llegaren a hablarnos; poner a todos rostro risueño y afable, aun cuando nos cansen y molesten; acoger con especial benevolencia a los pobres, los afligidos, los enfermos, los pecadores, los tímidos, los niños; sua¬ vizar con algunas buenas palabras las reprensiones que hubiésemos de ha¬ cer; cumplir con nuestro cometido con ahínco, y haciendo, a veces, algo más de lo que se nos exige, y sobre todo, haciéndolo de buena gana. Esta¬ remos dispuestos, si fuese menester, a recibir un bofetón sin devolverle y a presentar la mejilla izquierda al que nos hiere en la derecha» 5 . Nótese, sin embargo, que en ocasiones se impone la ira, y renunciar a ella en estos casos sería faltar a la justicia o a la caridad, que son virtudes más importantes que la mansedum¬ bre. El mismo Cristo, modelo incomparable de mansedum¬ bre, arrojó con el látigo a los profanadores del templo (lo 2,15) y lanzó terribles invectivas contra el orgullo y mala fe de los fariseos (Mt 23,i3ss). Ni hay que pensar que en estos casos se sacrifica la virtud de la mansedumbre en aras de la justicia o de la caridad. Todo lo contrario. La misma mansedumbre —es su misma definición—enseña a usar rectamente de la pa¬ sión de la ira en los casos necesarios y de la manera que sea conveniente según el dictamen de la razón iluminada por la fe 6 . Lo contrario no sería virtud, sino debilidad o blandura excesiva de carácter, que en modo alguno podría compaginar¬ se con la energía y reciedumbre que requiere muchas veces el ejercicio de las virtudes cristianas, y sería, por lo mismo, un verdadero pecado, como dice Santo Tomás 7 . Lo que ocurre es que, siendo muy fácil equivocarse en la apreciación de los justos motivos que reclaman la ira o desmandarse en el ejercí- s Tanquf.rfy, o . c ., n i ibj. * Cf. n-n,is7.i; 158.1,2 y a. 7 *Et sic dcfcctus ¡rae absqnc clubio cst peccatum» (11-11,158.8). L.ll c.2. I.js i ir!mies morales 611 cío de la misma, hemos de estar siempre vigilantes y alerta para no dejarnos sorprender por el ímpetu de la pasión o para controlar sus manifestaciones dentro de los límites in¬ franqueables que señala la razón iluminada por la fe. En caso de duda es mejor inclinarse del lado de la dulzura y manse¬ dumbre antes que del rigor excesivo. A la mansedumbre se opone la ira desordenada o iracun¬ dia (158). Como vicio capital que es (158,6), de ella nacen mu¬ chos otros pecados, principalmente la indignación , la hincha¬ zón de la mente (pensando en los medios de vengarse), el griterío, la blasfemia, la injuria y la riña (158,7). En la ira misma distin¬ gue Aristóteles tres especies: la de los violentos (acuti), que se irritan en seguida y por el más leve motivo; la de los renco¬ rosos (amar i). que conservan mucho tiempo el recuerdo de las injurias recibidas, y la de los obstinados fdifficiles sive gra¬ ves), que no descansan hasta que logran vengarse (158,5). 461. 3) La clemencia (157) es una virtud que inclma al superior a mitigar, según el recto orden de la razón, la pena o cas¬ tigo debido al culpable. Procede de cierta dulzura de alma, que nos hace aborrecer todo aquello que pueda contristar a otro (157,3 ad 1). Séneca la define como «la moderación del espíritu en el poder de castigar o la lenidad del superior para con el in¬ ferior en el señalamiento de las penas» 8 . El perdón total de la pena se llama venia. La clemencia siempre se refiere a un perdón parcial o mitigación de la pena. No se debe ejercer por motivos bastardos (v.gr., por soborno), sino por indulgencia o bondad de corazón y sin comprometer los fueros de la justicia (157,2 ad 2). Es la virtud propia de los príncipes cristianos, que suelen ejercerla con los reos condena¬ dos a muerte, principalmente el Viernes Santo en memoria del divino Crucificado del Calvario. A la clemencia se oponen tres vicios: dos por defecto, la crueldad (159,1), que es la dureza de corazón en la imposición de las penas, traspasando los límites de lo justo, y la sevicia o ferocidad (159,2), que llega incluso a complacerse en el tor¬ mento de los hombres. Con razón se le llama vicio bestial o inhumano, y se ejerce—lo mismo que la crueldad—primaria¬ mente en los hombres y secundariamente en los animales, a quienes se complace también en maltratar. Por exceso se opo¬ ne a la clemencia la demasiada blandura o lenidad de ánimo (cf. 159,2 ad 3), que perdona o mitiga imprudentemente las justas penas que es necesario imponer a los culpables. Es muy 8 Séneca, De cUmentia 1.2 c.3 (p.ig3 en Obras complot; r . A^uihr, Madrid ig43>- C 32 P.llí. Desarrollo normal rfc la vida cristiana perniciosa para el bien público, porque fomenta la indiscipli¬ na, anima a los malhechores y compromete la paz de los ciu¬ dadanos. 462. 4) La modestia (160) es una virtud derivada de la templanza que inclina al hombre a comportarse en los movimien¬ tos internos y externos y en el aparato exterior de sus cosas dentro de los justos límites que correspondan a su estado , ingenio y for¬ tuna. O sea que, así como la templanza modera el apetito de los deleites del tacto—que son los más difíciles de moderar—y la mansedumbre modera la ira, y la clemencia el apetito de venganza, la modestia se encarga de moderar otros varios mo¬ vimientos menos difíciles, pero que necesitan también el con¬ trol de una virtud (160,1). Esos movimientos secundarios y menos difíciles son cuatro: a) el movimiento del alma hacia la excelencia, que es moderado por la virtud de la humildad; b) el deseo o natural apetito de conocer, regulado por la estu¬ diosidad; c) los movimientos y acciones corporales, que son moderados por la modestia corporal en las cosas serias y por la eutrapelia en los juegos y diversiones, y d) lo relativo al ves¬ tido y aparato exterior, que se encarga de regular la virtud de la modestia en el ornato (160,2). Vamos a examinar estas virtudes, que, aunque siguen sien¬ do virtudes derivadas o partes potenciales de la templanza, se encierran todas más inmediatamente bajo el ámbito general de la modestia. I. La humildad (161) 463. S.Th., II-II, 161-2; Casiano, Col. 18,1 1 ; San JuanClímaco, Escal. 25; San Ber¬ nardo, De gradibus humilitatis et superbiae; San Francisco de Sales, Vida devota p.3. a c.4-7; Scaramelli, Directorio ascético t.3 a.i 1 ; San Ligorio, La verdadera esposa c.i i; Mons. Gay, Vida y virtudes tr.6; Beaudenom, Formación en la humildad; Ch. de Smedt, Nutre vie sur- naturelle t.2 p.305-42; Dom Columba Marmion, Jesucristo, ideal del monje c.ii; Tanque- rey, Teología ascética n. 1127-53; Garrigou-Lagrange, Tres edades IIT,t 2-13. Es una de las más fundamentales virtudes, que, por su gran importancia en la vida espiritual, vamos a estudiar con alguna extensión. 464. 1. Naturaleza.— La humildad es una virtud deriva¬ da de la templanza que nos inclina a cohibir el desordenado apetito de la propia excelencia , dándonos el justo conocimiento de nuestra pequenez y miseria principalmente con relación a Dios. Expliquemos un poco la definición: a) «Una virtud derivada de la templanza...* —Virtud, porque nos inclina a algo bueno y excelente (161,1). Y derivada de la templanza—a tra¬ vés de la modestia—, porque lo propio de ella es moderar el apetito de la L.1I c.2. Lns virttnles mor.ties 013 propia grandeza, y toda moderación cae bajo el campo de la templanza (161,4). Lo cual no impide que la humildad resida en el apetito irascible (,i diferencia de la templanza, que reside en el concupiscible), ya que se refiere a un bien arduo. La diferencia de sujeto en nada compromete su coincidencia en el modo Jortnal, que consiste en moderar o reprimir (161, 4 ad 2). bj «... que nos inclina a cohtbir...* o moderar el apetito de grande¬ zas. Lo propio de la humildad no es empujar hacia arriba (como la magna¬ nimidad), sino más bien hacia abajo. Ni esto establece antagonismo o con¬ tradicción entre esas virtudes aparentemente opuestas, puesto que las dos proceden, según el recto orden de la razón, desde puntos de vista distintos (16 r, 1 ad 2; 4 ad 3). C) «... EL DESORDENADO APETITO DE LA PROPIA EXCELENCIA...*- Esta CS precisamente la definición de la soberbia, vicio contrario a la humildad. d) «...DÁNDONOS EL JUSTO CONOCIMIENTO DE NUESTRA PEQUENEZ Y miseria...* —Ante todo, la humildad es luz, conocimiento, verdad; no gaz¬ moñería ni negación de las buenas cualidades que se hayan recibido de Dios. Por eso decía admirablemente Santa Teresa que la humildad es andar en verdad 9 . Ahora bien: ¿cómo es posible que el que vea claramente que ha recibido grandes dones de Dios, naturales o sobrenaturales, pueda tener ese «justo conocimiento de su pequeñez y miseria* que requiere la humildad? Santo Tomás se plantea y resuelve admirablemente esta objeción. Su luminoso razonamiento nos dará a conocer la verdadera naturaleza de la virtud de la humildad. Pero antes es preciso recoger las últimas palabras de la definición, que son un presupuesto esencial para darse cuenta de lo que constituye la entraña misma de esta admirable virtud. e) «... principalmente con relación a Dios*. —El Doctor Angélico insiste repetidas veces en esta relación, que señala, indudablemente, la raíz de la humildad, su aspecto más entrañable y profundo: «La humildad principalmente importa la sujeción del hombre a Dios. Por eso San Agustín... la atribuye al don de temor, por el cual el hombre reverencia a Dios* (161,2 ad 3). «La humildad, en cuanto virtud especial, mira principalmente a la sujeción del hombre a Dios, por el cual se somete también a los de¬ más, humillándose ante ellos* (161,1 ad 5). «El virtuoso es perfecto. Pero, por comparación a Dios , falta toda perfección. Por eso la humildad puede convenir a cualquier hombre por muy perfecto que sea* (161,1 ad 4). Teniendo en cuenta este principio fundamental, ya pode¬ mos resolver la dificultad que planteábamos ante». He aquí las propias palabras del Doctor Angélico, traducidas con cierta libertad, pero recogiendo fidelí si mámente su pensamiento: «En el hombre se pueden considerar dos cosas: lo que tiene de Dios y lo que tiene de sí mismo. De sí mismo tiene todo cuanto significa imperfec¬ ción o defecto, ya que esto es evidente que no puede provenir de Dios. De Dios, en cambio, tiene todo cuanto se refiere a bondad y perfección, ya que toda bondad o perfección creada es participación de la divina e increada. q Moradas sextas 10 , 7 . 614 P.III, Desarrollo normal de la vida cristiana Ahora bien: la humildad, como hemos dicho, se refiere propiamente a la reverencia que el hombre dehe a Dios. Y por lo mismo, cuahjuier hombre , por lu í/í/c tiene de si, se debe someter a lo que hay de Dios en cualquieia de sus prójimos. Sin embargo, no es menester que sometamos lo que hay de Dios en nos¬ otros a lo que externamente aparezca de Dios en los demás. Porque no hay inconveniente en que los que han recibido algo de Dios conozcan o sepan que lo han recibido, según aquello de San Pablo: «Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido* (i Cor 2,12). Por lo cual, sin perjuicio de la humildad, pueden preferir los dones que han recibido de Dios a los dones que se vea externamente haber recibido el prójimo . De manera parecida, tampoco requiere la humildad que el hombre consi¬ dere lo que tiene de s{ mismo (sus pecados) como cosa peor que lo que el prójimo tiene de sí mismo (los pecados propios de ese prójimo). De otra forma, cual¬ quier hombre, por santo que fuera, tendría obligación de considerarse el mayor pecador del mundo, lo cual sería manifiestamente falso. Lo que sí podemos pensar es que acaso el prójimo tenga algún bien que nosotros no tene¬ mos o que nosotros tenemos algún mal que acaso el prójimo no tenga; y en este sentido podemos, sin falsedad ni exageración, someternos humildemente a todos los hombres» (161,3). Apenas se puede añadir nada a una doctrina tan clara y tan magistralmente expuesta. De ella se deduce que el hom¬ bre, por muy santo y perfecto que sea y aunque vea con me¬ ridiana transparencia haber recibido grandes dones de Dios (cosa que no le prohíbe la humildad, con tal de que los refiera efectivamente a Dios, de quien los ha recibido), siempre tiene motivos para humillarse profundamente. No solamente ante Dios—lo cual es clarísimo, ya que todas las perfecciones crea¬ das son como granos de polvo ante la perfección infinita de Dios—, sino incluso ante cualquier hombre por miserable que aparezca al exterior. Porque sin falsedad o exageración alguna puede pensar que acaso ese hombre tenga alguna buena cua¬ lidad de la que él carece o acaso carezca de algún defecto que todavía hay en él. Y, en último término, siempre puede pen¬ sar que, si ese miserable pecador hubiese recibido de Dios el cúmulo de gracias y beneficios que a él le ha concedido, hu¬ biese correspondido a la gracia mil veces mejor. De donde siempre y en todas partes tiene cualquier hombre sobrados motivos para humillarse ante cualquier otro, sin dejar de «an¬ dar en verdad», que es lo propio y característico de la humil¬ dad (cf. 161,3 a d 1). Es, pues, la relación a las infinitas perfecciones de Dios lo que constituye el fundamento último y la raíz más honda de la humildad. Ello hace que esta virtud se relacione muy de cerca con las virtudes teologales y tenga cierto carácter de culto y veneración a Dios, que la acerca mucho a la virtud L.ll c.2. Las virtudes morales 615 de la religión l0 . De este luminoso principio se derivan dos grandes conse¬ cuencias , que explican dos cosas imposibles de aclarar prescindiendo de él: la humildad cada vez mayor de los santos y la humildad incomparable de Jesucristo. Los santos, en efecto, a medida que van creciendo en perfección y santidad, van recibiendo de Dios mayores luces sobre sus infinitas per¬ fecciones; cada vez, por consiguiente, perciben con mayor claridad y trans¬ parencia el abismo existente entre la grandeza de Dios y su propia pequeñez y miseria. El resultado es una humildad profundísima, con la que se pon¬ drían gozosísimos a los pies del hombre más vil y despreciable del mundo. Por eso, María—la criatura más iluminada por Dios—fue también la mas humilde. No hay peligro de que las luces de Dios envanezcan a un alma; si efectivamente proceden de El, cada vez la sumergirán más hondamente en el abismo de la humildad. En cuanto a la humildad incomparable de Nuestro Señor Jesucristo —que de otra manera parecería incompatible con la plena conciencia que tenía de su santidad infinita—, se explica perfectamente con ese principio. Como explica Billuart, Cristo en cuanto hombre fue verdaderamente hu¬ milde incluso con su interno juicio. No podía juzgarse vil o imperfecto absolu¬ tamente, porque conocía su excelencia e impecabilidad por su unión perso¬ nal con el Verbo y, por lo mismo, sabía que era digno de todo honor y reve¬ rencia. Pero sabía también su santísima humanidad que todo lo tenia de Dios y que si, por un imposible, fuera abandonada por la divinidad, caería en la ignorancia y en la inclinación al pecado, propia de la pobre naturaleza humana. Por esta razón fue en cuanto hombre verdaderamente humilde con su juicio interno, sometido profundamente a la divinidad, y refiriendo a ella todo el bien que poseía y todos los honores que se le tributaban. La humildad, por consiguiente, se funda en dos cosas principales: en la verdad y en la justicia. La verdad nos da el conocimiento cabal de nosotros mismos—nada bueno tenemos sino lo que hemos recibido de Dios—y la justicia nos exige dar a Dios todo el honor y la gloria que exclusivamente a El le pertenece (i Tim 1,17). La verdad nos autoriza para ver y admirar los dones naturales y sobrenaturales que Dios haya querido depositar en nosotros, pero la justicia nos obliga a glorificar, no al bello paisaje que con¬ templamos en aquel lienzo, sino al Artista divino que lo pintó. 465. 2. Excelencia de la humildad.—La humildad no es, ciertamente, ia mayor de todas las virtudes. Sobre ella están las teologales, las intelectuales y la justicia, principalmente la legal (161,5). Pero en cierto sentido es ella la virtud fundamen¬ tal , como fundamento negativo (ut removens prohibens) de todo el edificio sobrenatural. Es ella, en efecto, la que remueve los obstáculos para recibir el influjo de la gracia, que sería im¬ posible sin ella, ya que la Sagrada Escritura nos dice expresa¬ mente que «Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes» (Iac 4,6). En este sentido, la humildad y la fe son las dos virtudes fundamentales, en cuanto que constituyen como los cimientos de todo el edificio sobrenatural, que se le¬ vanta sobre la humildad como fundamento negativo—remo- 10 C.f. las preciosas páginas sobre la humildad en la obra de Dom Columba Marmion Jesucristo, ideal del monje (c.ii), donde explica admirablemente el carácter religioso de esta gran virtud. 616 P.Ill. Desarrollo normal de la vida cristiana viendo los obstáculos—y sobre la fe como fundamento positi¬ vo—estableciendo el primer contacto con Dios—(161,5 ad 2). 466. 3. Su importancia.—Por lo que acabamos de de¬ cir, se comprende muy bien que sin la humildad no se puede dar un paso en la vida espiritual. Dios es la suma Verdad, y no puede tolerar que nadie se coloque voluntariamente fuera de ella. Y como para «andar en verdad» es absolutamente ne¬ cesario ser humilde, se explica perfectamente que Dios resista a los soberbios y sólo quiera dar su gracia a los humildes. Cuanto más alto sea el edificio de la vida espiritual que quera¬ mos levantar con la gracia de Dios, más hondos tienen que ser los fundamentos de humildad sobre los que debe levantar¬ se. He aquí algunos preciosos textos de Santa Teresa que ex¬ presan admirablemente la gran importancia de la humildad: «Una vez estaba yo considerando por qué razón Nuestro Señor era tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante, a mi parecer sin considerarlo, sino de presto, esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en men¬ tira. A quien más lo entienda, agrada más a la suma Verdad, porque anda en ella. Plegue a Dios, hermanas, nos haga merced de no salir jamás de este propio conocimiento. Amén» n . «Y como este edificio todo va fundado en humildad, mientras más llega¬ dos a Dios, más adelante ha de ir esta virtud, y si no, va todo perdido» 12 . «Todo este cimiento de la oración va fundado en humildad, y mientras más se abaja un alma en la oración, más la sube Dios. No me acuerdo ha¬ berme hecho merced muy señalada, de las que adelante diré, que no sea estando deshecha de verme tan ruin» 13 . «La una es amor unas con otras; otra, desasimiento de todo lo criado; la otra, verdadera humildad, que, aunque la digo a la postre, es la principal y las abraza todas» ,4 . «Y si a esto no se determinan, no hayan miedo que aprovechen mucho, porque todo este edificio, como he dicho, es su cimiento humildad; y si no hay ésta muy de veras, aun por vuestro bien no querrá el Señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo» 15 . 467. 4. Grados de humildad.—Se han propuesto por los santos y maestros de la vida espiritual muy variadas clasi¬ ficaciones en torno a la manera de practicar esta virtud tan importante. Vamos a recoger algunas de las más importantes, que, aunque varían mucho en los detalles, vienen a coincidir en el fondo. El conocimiento de estos grados es útil para darse cuenta de las principales manifestaciones internas y externas 1 * Moradas srxt as 10.7. 1 2 Vii tu 1 2,4. Vida 22,11. 14 Camino 4.4. 1 5 Moradas séptimas 4,8. L.II c.2. Lai virtudes morales 617 que lleva consigo la humildad. Seguimos el orden cronológico de sus autores. (l) LOS DOCE GRADOS DE San BENITO. El patriarca de los monjes señala en el c.7 de su famosa Regla doce gra¬ dos de humildad 16 . Santo Tomás recoge y clasifica admirablemente esos grados (161,6). He aquí la ordenación del Doctor Angélico, que empieza por el último—que es la raíz de todos—y va descendiendo de mayor a menor. a) Raíz y fundamento : 12. El temor de Dios y el recuerdo de sus mandamientos. —Es porque la raíz de la humildad es la reverencia debida a Dios, que nos mueve a some¬ ternos totalmente a El y a su divina voluntad. b) Con relación a la propia voluntad, cuyo ímpetu hacia lo alto refrena la humildad: 11. No querer seguir la propia voluntad. ro. Someterse por la obediencia al superior. q. Abrazar pacientemente por la obediencia las cosas ásperas y duras. c) Con relación al conocimiento de la propia debilidad y miseria: 8. Reconocer y confesar los propios defectos. 7. Creer y confesar ser indigno e inútil para todo. 6. Creer y confesar ser el más vil y miserable de todos. d) Con relación a los actos o manifestaciones exteriores: 1) En los hechos: 5. Someterse en todo a la vida común, evitando las singularidades. 2) En las palabras: 4. No hablar sin ser preguntado. 3. Hablar con pocas palabras y en voz humilde, no clamorosa. 3) En los gestos y ademanes : 2. No ser fácil a la risa necia. 1. Llevar los ojos bajos. bj LOS SIETE GRADOS DE SAN ANSELMO: Los expuso en su libro De similitudinibus (c.toiss). Santo Tomás los recoge en la Simia Teológica, y los reduce al sexto y séptimo de San Benito ( 161,6 ad 3). Helos aquí: 1. Reconocerse digno de desprecio. 2. Dolerse de ello (sería vituperable amar los propios defectos). 3. Confesarlo sencillamente. 4. Persuadirlo a los demás. 5. Tolerar pacientemente que se lo digan. ó. Tolerar pacientemente ser tratado como vil. 7. Alegrarse de ello. c) Los TRES GRADOS DE San BERNARDO. San Bernardo 17 simplifica los grados de humildad, reduciéndolos a tres fundamentales: 16 Los comenta muy hermosamente Dom Columba Marmton en Jesucristo, ideal del monje c. 1 1. 17 Cf. Sentencias de San Bernardo n.37: ML 183,755. 618 P.I11. Desarrollo normal de la vida cristiana 1. Humildad suficiente: someterse al mayor y no preferirse al igual. 2. Humildad abundante: someterse al igual y no preferirse al menor. 3. Humildad sobreabundante: someterse al menor. d) Los TRES GRADOS DE SaN IGNACIO DE LOYOLA. Propiamente no habla San Ignacio, en sus tres famosos grados de humil¬ dad, de esta virtud en cuanto tal. Se refiere, más bien, a la abnegación de sí mismo y aun a todo el conjunto de la vida cristiana, como aparece con toda claridad por el contexto. He aquí sus propias palabras 18 : Primera humildad. «La primera manera de humildad es necesaria para la salud eterna, es a saber, que así me baxe y así me humille quanto en mí sea possible, para que en todo obedesca a la ley de Dios nuestro Señor, del tal suerte que aun¬ que me hicieran señor de todas las cosas criadas en este mundo, ni por la propia vida temporal, no sea en deliberar de quebrantar un mandamiento, quier divino, quier humano, que me obligue a peccado mortal*. Segunda humildad. «La segunda es más perfecta humildad que la primera, es a saber, si yo me hallo en tal puncto que no quiero ni me afecto más a tener riqueza que pobreza, a querer honor que deshonor, a desear vida larga que corta, siendo igual servicio de Dios nuestro Señor y salud de mi ánima; y con esto, que por todo lo criado, ni porque la vida me quitasen, no sea en deli¬ berar de hacer un pecado venial». Tercera humildad. «La tercera es humildad perfectísima, es a saber, quando incluyendo la primera y segunda, siendo igual alabanza y gloria de la divina majestad, por imitar y parescer más actualmente a Christo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Christo pobre que riqueza, opprobios con Christo lleno dellos que honores, y desear más de ser estimado por vano 19 y loco por Christo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo*. e) Los TRES GRADOS DEL VENERABLE OlIER. El venerable fundador de la Compañía de San Sulpicio expone en su famosa Introducción a la vida y virtudes cristiana « (c.5) tres grados de hu¬ mildad que corresponden a las almas ya devotas y fervorosas: 1) Complacerse en la propia vileza y miseria (rechazando el pecado, pero aceptando su propia abyección). 2) Desear ser tenido por vil (no haciendo nada para perder la fama, pero renunciando a ser honrados o estimados). 3) Desear ser tratado como vil (recibiendo con gusto los desprecios, humillaciones y malos tratos). 468, 5. La práctica de la humildad 20 .—El reconoci¬ miento teórico de nuestra nada delante de Dios y de que, en atención a nuestros innumerables pecados, no tenemos dere¬ cho alguno a presumir de nosotros mismos en nuestro interior o delante de nuestros semejantes, es cosa fácil y sencilla. Pero 18 Cf. Ejercicios espirituales (165-7): «Obras completas de San Ignacio de Loyola» (ctl. BAO. 1952) p.iyi-2. 1 4 En tiempo de San Ignacio esta palabra equivalía a «necio*. 20 Cf. Tanquerey, Teología ascética n.i 140-53; Marmion, Jesucristo, ideal del tnonje c.ii. L.ll c.2. Las virtudes morales 619 el reconocimiento práctico de esas verdades y las derivaciones lógicas que de ellas se desprenden en orden a nuestra conducta ante Dios, ante nosotros mismos y ante nuestros prójimos, es una de las cosas más arduas y difíciles que plantea la vida cris¬ tiana y en la que naufragan mayor número de almas. Se da con frecuencia el hecho curioso de un alma que acaba de to¬ mar la determinación de ser «humilde de corazón» o de «acep¬ tar con gozo cualquier clase de humillaciones», y a los pocos momentos pone el grito en el cielo si alguien ha cometido la imprudencia de ocasionarle una pequeña molestia o una invo¬ luntaria e insignificante humillación. Tres son, nos parece, los principales medios para llegar a la verdadera y auténtica humildad de corazón: a) Pedirla incesantemente a Dios. —«Todo don per¬ fecto viene de lo alto y desciende del Padre de las luces», dice el apóstol Santiago (1,17). La humildad perfecta es un gran don de Dios, que El suele conceder a los que se lo piden con entrañable e incesante oración. Es una de las peticiones que con más frecuencia debieran brotar de nuestros labios y de nuestro corazón 21 . b) Poner los ojos en Jesucristo, modelo incomparable de humildad. —Los ejemplos sublimes de humildad que nos dejó el divino Maestro son eficacísimos para impulsarnos a practicar esta gran virtud a pesar de todas las resistencias de nuestro amor propio desordenado. El mismo Cristo nos invita a poner los ojos en El cuando nos dice con tanta suavidad y dulzura: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de co¬ razón» (Mt 11,29). Cuatro son las principales etapas que pueden distinguirse en la vida de Jesús, y en las cuatro brilla la humildad con caracteres impresionantes: 21 Existen unas «letanías de la humildad*, muy piadosas y devotas, que solía recitar con frecuencia dom Columba Marmion. Aunque la eficacia de la oración no está vinculada a una determinada fórmula, acaso puedan ser útiles a cierta clase de espíritus. Damos a con¬ tinuación el texto, sustituyendo con puntos suspensivos las fórmulas «del deseo de* y «del temor de», que se repiten en cada invocación: «Señor, ten piedad de nosotros; Cristo, ten piedad de nosotros; Señor, ten piedad do nosotros. Jesús, dulce y humilde de corazón, oídnos. Jesús, dulce y humilde de corazón, escuchadnos. Del deseo de ser estimado... amado... buscado... alabado... honrado... preferido... con¬ sultado... aprobado... halagado..., ¡líbrame, Jesús 1 Del temor de ser humillado... despreciado... rechazado... calumniado ...olvidado...ri¬ diculizado. . burlado . injuriado..., Ilíbrame, Jesús! ¡Oh María!, madre de los humildes, rogad por mí. San José, protector de las almas humildes, rogad por mí. San Miguel, que fuiste el primero en abatir el orgullo, rogad por mí. Todos los justos santificados por la humildad, rogad por mí Oración .—¡Oh Jesús!, cuya primera enseñanza ha sido ésta: «aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón*, enseñadme a ser humilde de corazón como vos» (cf. Dom Thibaut, Un maítre de la vie spirituelle: Dom Columba Marmión e.4 p.59). 620 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana 1 ) En su vida oculta: a) Antes de nacer: se anonadó en el seno de María..., se somete a un decreto caprichoso del César..., a los desprecios de la pobreza («y no hubo lugar para ellos en el mesón»)..., a la ingratitud de los hombres («y los suyos no le recibieron*)... b) En su nacimiento: pobre, desconocido, de noche..., un pesebre..., unos pastores..., unos animales... c) En Nazaret: vida oscura..., obrero manual..., pobre aldeano..., sin estudios en las universidades..., sin dejar traslucir un solo rayo de su divi¬ nidad..., obedeciendo («et erat subditus illis*)..., acaso a las órdenes de un patrón después de la muerte de San José... «jOrgullo!, ven aquí a morirte de vergüenza» (Bossuet). 2) En su vida pública: a) Escoge sus discípulos entre los más ignorantes y rudos: jpescado- res y un publicano!... hj Busca y prefiere a los pobres, pecadores, afligidos, niños, deshere¬ dados de la vida... c) Vive pobremente..., predica con sencillez..., comparaciones humil¬ des al alcance del pueblo..., no busca llamar la atención... d) Hace milagros para probar su misión divina, pero sin ostentación alguna..., y exige silencio... y huye cuando tratan de hacerle rey... e) Inculca continuamente la humildad: el fariseo y el publicano..., la sencillez de la paloma..,, el candor de los niños..., «no busco mi propia glo¬ ria...», «no he venido a ser servido, sino a servir...» 3) En su pasión: a) ¡Qué triunfo tan sencillo el del domingo de Ramos!..., un pobre borriquillo..., unos ramos de olivo..., unos mantos que se extienden a su paso..., gente humilde que le aclama..., los fariseos que protestan... b) Lavatorio de los pies..., incluso a Judas (¡qué colmo!...), Getsema- ní..., «amigo, ¿a qué has venido?»..., atado como peligroso malhechor..., abandonado de sus discípulos... c) Bofetadas, burlas, insultos, salivazos, azotes, corona de espinas, vestidura blanca como loco, Barrabás preferido... d) En la cruz: blasfemias, carcajadas:«¿pues no eras el Hijo de Dios?»... Podría hacer que se abriera la tierra y los tragara, pero calla y acepta el es¬ pantoso fracaso humano... 4) En la Eucaristía: a) A merced de la voluntad de sus ministros..., expuesto..., encerra¬ do..., visitado..., olvidado... b) Completamente escondido: «in cruce latebat sola deitas...» c) Descortesías..., afrentas..., sacrilegios..., profanaciones horrendas... No cabe duda: la consideración devota y frecuente de estos sublimes ejemplos de humildad que nos dio el divino Maestro tiene eficacia soberana para llevarnos a la práctica heroica de esta virtud fundamental. Los santos no osaban soñar en grandezas y triunfos humanos viendo a su Dios tan hu¬ millado y abatido. El alma que aspire de veras a santificarse tiene que hun¬ dirse definitivamente en su nada y empezar a practicar la verdadera humil¬ dad de corazón en pos del divino Maestro. c) Esforzarse en imitar a María, Reina de los humil¬ des.— Después de Jesús, María es el modelo más sublime de humildad. Siempre vivió en la actitud de una pobre esclava del L.U c.2. Las virtudes morales 621 Señor: «ecce ancilla Domini*. Apenas habla, no llama la aten¬ ción en nada, se dedica a las tareas propias de una mujer en la pobre casita de Nazaret, aparece en el Calvario como madre del gran fracasado, vive oscura y desconocida bajo el cuidado de San Juan después de la ascensión del Señor, no hace ningún milagro, no se sabe exactamente dónde murió... Bajo su mirada maternal el alma ha de practicar la humildad de co¬ razón para con Dios, para con el prójimo y para consigo misma. 1) Para con Dios: a) Espíritu de religión .... de sometimiento y adoración...: «Tu solus sanctus...», «Non nobis Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam» (Ps 113,1). b) De agradecimiento: «Tomad, Señor, y recibid...» (San Ignacio). Todo cuanto tenemos, lo hemos recibido de Dios...: «Agimus tibi gratias Omnipotens Deus...» c) De dependencia: venimos de la nada («de limo terrae»: Gen 2,7)...; por nosotros mismos no podemos nada: ni en el orden natural (acción con¬ servadora de Dios, previa moción divina)... ni en el sobrenatural («sine me, nihil...»: lo 15,5). De donde: dependencia absoluta de Dios..., reconoci¬ miento de nuestra nada..., contar en todo con Dios... Corolarios. —1) ¡Qué ridiculas las «genealogías» de los grandes de la tierra! Vienen de la nada: «de limo terrae*... 2) ¡Qué necedad ponderar nuestras pretendidas cualidades! En el orden del ser, no somos nada; en el orden del obrar, no podemos nada. Estamos totalmente colgados de Dios. 3) Luego el orgullo es una gran mentira. Sólo la humildad es la verdad. 2) Para con el prójimo: a) Admirar en él, sin envidia ni celos, los dones naturales y sobrena¬ turales que Dios le dio. b) No fijarnos de intento en sus defectos..., excusarlos caritativamen¬ te..., salvar, al menos, la buena intención. c) Considerarnos inferiores a todos, al menos por nuestra mala corres¬ pondencia a la gracia. Otro cualquiera hubiera sido más fiel con las gracias que hemos recibido nosotros. 3) Para con nosotros mismos: a) Amar la propia abyección. No lo olvidemos: si hemos cometido un solo pecado mortal, somos «rescatados de infierno»..., «ex presidiarios de Satanás». Jamás nos humillaremos bastante. b) Aceptar la ingratitud, el olvido, el menosprecio por parte de los demás. c) No hablar jamás, ni mal ni bien, de nosotros mismos. Si hablamos mal, cabe el peligro de hipocresía (sólo los santos lo sabían hacer bien); si bien, cabe el de la vanidad, y quedamos mal ante quien nos oye. Lo mejor es callar. Como si no existiéramos en el mundo. 469. 6. Vicio opuesto a la humildad.—Como es sabi¬ do, a la humildad se opone la soberbia u orgullo (162), que es el apetito desordenado de la propia excelencia. Es un pecado 622 P.M. Desarrollo normal de la vida cristiana de suyo grave, aunque admite parvedad de materia, y puede ser venial por la imperfección del acto (162,5). En algunas de sus manifestaciones (v.gr., soberbia contra Dios, negación de las luces de la fe, etc.) es un gravísimo pecado (162,6), el ma¬ yor de cuantos se pueden cometer después del odio a Dios. La soberbia no es pecado capital (es poco esto), sino la reina y madre de todos los vicios y pecados (162,8), por ser la raíz y principio de todos ellos (162,7). Fue el pecado de los ángeles (cf. 1,63,2) y el del primer hombre (II-II, 163,1). Aunque sus formas son variadísimas, Santo Tomás, siguiendo a San Gre¬ gorio, señala cuatro principales: a) atribuirse a sí mismo los bienes que se han recibido de Dios; b) o creer que los hemos recibido en atención a nuestros propios méritos; c) jactarse de bienes que no se poseen, y d) desear parecer como único po¬ sesor de tales bienes, con desprecio de los demás (163,4). Sigamos examinando las otras virtudes derivadas de la tem¬ planza a través de la modestia, IL La estudiosidad (166) 470. Es una virtud que tiene por objeto moderar el apetito o deseo de saber según las reglas de la recta razón. El hombre, como dice Aristóteles, desea naturalmente conocer 22 . Nada más noble y legítimo, Pero este apetito natural puede extra¬ viarse por los caminos de lo ilícito y pecaminoso; o ejercitarse más de la cuenta, abandonando otras ocupaciones más graves o indispensables; o menos de lo debido, descuidando incluso el conocimiento de las verdades necesarias para el cumplimien¬ to de los propios deberes. Para regular todo esto dirigiendo el apetito natural de conocer según las normas de la razón y de la fe, tenemos una virtud especial: la estudiosidad. A ella se oponen dos vicios. Uno por exceso, la curiosi¬ dad (167), que es el apetito desordenado de saber, y puede refe¬ rirse tanto al conocimiento intelectivo como al sensitivo. Acerca del intelectivo cabe el desorden, ya sea por el mal fin (v.gr., para ensoberbecerse o pecar), ya por el objeto de la misma ciencia: de cosas inútiles, con daño de las fundamentales; o por medios desproporcionados, como en la magia, espiritismo, etc.; o por no referir debidamente la ciencia a Dios; o por querer conocer lo que excede nuestras fuerzas y capacidad (167,1). Y acerca del conocimiento sensitivo cabe el desorden—que recibe el nombre de «concupiscencia de los ojos»—de dos modos: por no ordenarlo a algo útil, y ser más bien ocasión de disipar el 22 Cf. I Metaphys. c.i n.i. L.ll c.2. luis virtudes morales 623 espíritu, o por ordenarlo a algo malo (v.gr., para excitar la con¬ cupiscencia o tener materia de murmuraciones y críticas) (167,2). Estos principios tienen infinidad de aplicaciones en las lecturas, conversaciones, espectáculos (167,2 ad 2) y otras muchas cosas por el estilo. Por defecto se opone a la estudiosidad la pereza o negligencia en la adquisición de la verdad, que es la voluntaria omisión de aprender las cosas que es obligatorio conocer según el estado y condición de cada uno. Es mortal o venial según que la obli¬ gación y la negligencia sean graves o leves. Advertencia, práctica .—Estas dos cuestiones (166-67) relativas a la estu¬ diosidad y vicios contrarios deberían ser objeto de frecuente meditación por todos los estudiantes. Constituyen un pequeño pero magnífico resumen de todos sus deberes y obligaciones en orden al estudio. III. La modestia corporal (168,1) 471. Es una virtud que nos inclina a guardar el debido decoro en los gestos y movimientos corporales . Hay que atender princi¬ palmente a dos cosas: a la dignidad de la propia persona y a las personas que nos rodean o lugares donde nos encontramos. La modestia corporal tiene una gran importancia individual y social. De ordinario, en el exterior del hombre se transparenta claramente su interior. Gestos bruscos y descompasados, carcajadas ruidosas, miradas fijas o indis¬ cretas, modales relamidos y amanerados, y otras mil impertinencias por el estilo son índice, generalmente, de un interior desordenado y zafio. Con razón advierte San Agustín en su famosa Regla que se tenga particular cui¬ dado con la modestia exterior, que tanto puede edificar o escandalizar a los que nos rodean 23 . Y la Sagrada Escritura nos advierte que «por su aspecto se descubre el hombre y por su semblante el prudente. El vestir, el reír y el andar denuncian lo que hay en él» (Eccli 19,26-27). A la modestia corporal se oponen dos vicios: uno por ex¬ ceso, la afectación o amaneramiento, y otro por defecto, la rus¬ ticidad zafia y ramplona. IV. La eutrapelia (168,2-4) 472. Tiene por objeto regular según el recto orden de la ra¬ zón los juegos y diversiones. Pertenece también a la modestia exterior, de la que es una modalidad. Santo Tomás al describir esta virtud (168,2) hace un análisis maravillo¬ so, que proporciona los grandes principios de lo que podríamos llamar la «teología de las diversiones». Empieza proclamando la necesidad del descanso 23 «In incessu, statu, habitu, ct in ómnibus motibus vestris, nihil fíat quod cuiusquam offendat aapectum, sed quod vestram deceat sanctitatem* (S. Augustinvs, Regula ad servus Dei: ML 32,1380). 624 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana corporal y espiritual para rehacer las fuerzas deprimidas por el trabajo en ambos órdenes, y cuenta al efecto una anécdota muy expresiva que se lee en las Colaciones de los Padres (24 c.21). Se impone, pues, el recreo, que es un descanso y justa delectación. Pero hay que evitar tres inconvenientes: recrearse en cosas torpes o nocivas, perder del todo la seriedad del alma o hacer algo que desdiga de la persona, lugar, tiempo y otras circunstancias semejantes. En la respuesta a las objeciones completa y redondea la doctrina del precioso artículo, verdadero modelo de claridad y precisión. Contra esta virtud hay dos vicios opuestos: uno por exceso, la necia alegría (168,3: «inepta laetitia»; cf. ad 3), que se entre¬ ga a diversiones ilícitas, ya sea por su objeto mismo (torpezas, obscenidades, perjuicios al prójimo, etc.), ya por falta de las debidas circunstancias de tiempo, lugar o de persona 24 ; y otro por defecto, la austeridad excesiva (168,4: «duri et agrestes») de los que no quieren recrearse ni dejan recrear a los demás. V. La modestia en el omato (169) 473. Es una virtud derivada de la templanza que tiene por objeto guardar el debido orden de la razón en el arreglo del cuerpo y del vestido y en el aparato de las cosas exteriores. Santo Tomás advierte que en las mismas cosas exteriores que el hombre usa, no cabe el vicio, pero cabe perfectamente por parte del hombre que las usa inmoderadamente. Este des¬ orden puede ser doble: a) por parte o en relación con las cos¬ tumbres de las personas con quienes hemos de convivir; y b) por el desordenado afecto con que se usen, desdigan o no de las costumbres de esas personas. Este afecto desordenado puede ser de tres maneras: por vanidad (por llamar la atención con aquel vestido elegante), por sensualidad (vestidos suaves y delicados) o por excesiva solicitud (no pensando más que en modas y en presentarse bien elegante en público). Contra estos vicios ridículos—que son propios de mujeres o afeminados— ponía Andrónico tres virtudes: la humildad, la suficiencia y la simplicidad. Claro que contra la modestia en el ornato cabe también el desorden por defecto. Y esto de dos maneras: o presentándose en forma indecorosa según el estado y condición de la persona (negligencia, desaliño, etc.), o tomando ocasión de la misma sencillez en el vestir para jactarse de virtud o perfección (169,1). Por su especial importancia y peligrosidad, dedica Santo Tomás otro artículo (169,2) al ornato de las mujeres en lo re¬ lativo al vestido, perfumes, colores, etc. Dice en resumen que 24 Fn el ad tertium advierte que el oficio de histrión o comediante no es inmoral, si se guarda en el el recto orden de la razón. L.ll c.2. Las virtudes morales 625 la mujer casada puede arreglarse para agradar a su marido y evitar con eso muchos inconvenientes. Las no casadas pecarían mortalmente si con esos adornos pretendieran un fin grave¬ mente malo. Si lo hacen por simple vanidad o ligereza femeni¬ na, y no se siguen graves inconvenientes, pecan tan sólo venial¬ mente. Y no pecarían ni venialmente si lo hicieran tan sólo por acomodarse a la costumbre general—no pecaminosa por otra parte—, aunque no sea laudable tal costumbre. Es admi¬ rable la palpitante actualidad de este artículo, escrito hace siete siglos. Y con esto queda terminada la materia relativa a la tem¬ planza y virtudes derivadas y todo el tratado de las virtudes cristianas. Pero antes de pasar a otro asunto digamos dos pa¬ labras sobre el don de temor, que es el encargado—en su aspecto secundario, como ya dijimos—de perfeccionar la vir¬ tud de la templanza y, a través de ella, todas sus derivadas. El don de temor y la virtud de la templanza 474. Gomo ya vimos en su lugar correspondiente (cf. 354), al don de temor corresponde perfeccionar primariamente la virtud de la esperanza, y secundariamente la de la templanza. He aquí cómo lo explica Santo Tomás: «A la templanza le corresponde también algún don, a saber, el de temor, que refrena al hombre acerca de los deleites camales, según aquello del Salmo (118,120): «Confige timore tuo carnes meas». El don de temor mira principalmente a Dios, cuya ofensa nos hace evitar; y en este sentido corres¬ ponde a la virtud de la esperanza, como ya hemos dicho. Secundariamente, sin embargo, puede mirar también a cualquier otra cosa de la que el hombre se aparte para evitar la ofensa de Dios; y en este sentido el hombre necesita del temor divino sobre todo para huir de las cosas que más irresistiblemente le seducen, que son las que pertenecen a la templanza. Y, por lo mismo, también a la templanza corresponde el don de temor» (141,1 ad 3). Según esta doctrina, el don de temor corresponde a la vir¬ tud teologal de la esperanza cuando el hombre, movido por él, evita cuidadosamente el pecado por reverencia a Dios y en consideración a su grandeza infinita; y pertenece a la virtud cardinal de la templanza cuando, a consecuencia del gran res¬ peto a la majestad divina que el don inspira, procura no incu¬ rrir en los pecados a los que se siente mayormente inclinado, como son los que tienen por objeto los placeres de la carne. Es cierto que la propia virtud de la. templanza, con todo el cortejo de sus derivadas, tiene también esa misma finalidad. Pero estando sometidos al régimen de la simple razón natural iluminada por la fe, nunca podrán hacerlo con toda eficacia y Teol. perfección 22 626 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana perfección. Es preciso que el Espíritu Santo, mediante el don de temor, venga en ayuda del hombre con su divina y omnipo¬ tente moción para que pueda tener perfectamente a raya los placeres de los sentidos y los incentivos de pecar. Es, senci¬ llamente, una aplicación a ún caso particular de la doctrina general de la necesidad de los dones para la perfección de las virtudes infusas y, por consiguiente, para la misma perfección cristiana. Para todo lo relativo a este don remitimos al lector al lugar donde lo estudiamos ampliamente (n.353-58). Terminada la exposición de las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo, vamos a estudiar ahora otro asunto de impor¬ tancia capital en la vida cristiana: la oración y sus principales grados o manifestaciones. CAPITULO III La vida de oración 475- S.Th., 11-11,83; Suárez, De virtute et statu religionis tr.4 «de oratíone»; San Fran¬ cisco de Sales, Vida devota 11,1-13; Amor de Dios 1.6 y 7; San Alfonso de Ligorio, Del gran medio de Ja oración; Fr. Luis de Granada, Libro de la oración y meditación ; P, La Puen¬ te, Guía espiritual tr.1-3; Scaramellí, Directorio ascético; Directorio místico ; Bossuet, fns- tructions sur les états d'oraison; Ribet, L'ascétique chrétienne c.21-24 y La mysticjue divine t.i; Meynard, Vie intérieure I 1.2 c.i; Massoulié, Tratado de la verdadera oración; Lehodey, Los caminos de la oración mental; Monsabré, La oración ; Arintero, Grados de oración; Pou- laiNj Des gráces d'oraison; Tanquerey, Teología ascética y mística ; Maumigny, La práctica de la oración mental; Saudreau, Los grados de la vida espiritual; Garrigou-Lagrange, Per- fection et contemplation; Tres edades; Sertillanges, La priére. Abordamos ahora uno de los más importantes aspectos de la vida espiritual. Su estudio detenido exigiría una obra entera, de volumen superior a todo el conjunto de la presente. Forzo¬ samente hemos de limitamos a los puntos fundamentales, re¬ mitiendo al lector a la nota bibliográfica adjunta, que se refiere a obras muy conocidas y de fácil adquisición. Dada la amplitud de la materia, dividiremos nuestro estu¬ dio en tres secciones: 1. ft De la oración en general. 2. a La oración litúrgica y la privada. 3. a Los grados de oración. L.J1 c.¡. La vida de oración. 627 SECCION I De la oración en general Vamos a recoger en esta sección la doctrina del Doctor Angélico en su admirable cuestión 83 de la Secunda secundae de la Suma Teológica. 476* 1. Naturaleza.—La palabra oración puede em¬ plearse en muy diversos sentidos. Su significado varía total¬ mente según se la tome en su acepción gramatical, lógica, re¬ tórica, jurídica o teológica. Aun en su acepción teológica—única que aquí nos interesa—ha sido definida de muy diversos mo¬ dos, si bien todos vienen a coincidir en el fondo. He aquí algu¬ nas de esas definiciones: a) San Gregorio Niseno: «La oración es una conversación o coloquio con Dios» 1 . b) San Juan Crisóstomo: «La oración es hablar con Dios» 2 . c) San Agustín: «La oración es la conversión de la mente a Dios con piadoso y humilde afecto» 3 . f d) San Juan Damasceno: «La oración es la elevación de la emente a Dios» 4 . O también: «La petición a Dios de cosas convenientes» e) San Buenaventura: «Oración es el piadoso afecto de la mente diri¬ gido a Dios» 6 . f) Santa Teresa: «Es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» 7 . Como se ve, todas estas fórmulas—y otras muchísimas que se podrían citar—coinciden en lo fundamental. Santo Tomás recogió las dos definiciones de San Juan Damasceno 8 , y con ellas se puede proponer una fórmula excelente que recoge los dos principales aspectos de la oración. Suena así: La oración es la elevación de la mente a Dios para alabarle y pedirle cosas convenientes a la eterna salvación » «Es LA ELEVACIÓN de la mente A Dros...»—La oración de suyo es acto de la razón práctica (83,1), no de la voluntad, como creyeron algunos escotistas. Toda oración supone una elevación de la mente a Dios; el que no advierte que ora por estar completamente distraído, en realidad no hace oración. Y decimos «a Dios» porque la oración, como acto de religión que es (83,3), se dirige propiamente a Dios, ya que sólo de El podemos recibir la gracia y la gloria, a las que deben ordenarse todas nuestras oraciones (83,4); pero no hay inconveniente en hacer intervenir a los ángeles, santos y justos de la tierra para que con sus méritos e intercesión sean más eficaces nuestras oraciones (ibid,). Volveremos más abajo sobre esto, 1 Orat 1 de. orat. dominio.: MG 44,1125. 2 In Gen. hom.30 n.5: ML 53*280. 3 Lib. de spiritu et ¿mima: ML 39,1887. 4 Defide 1.3.0.24: ML 94,1090. 5 Ibid. ¿X 6 fn iib. 3 Sent. d.7 a.2 q.3. 7 Vida 8,5. Se refiere propiamente a !a oración mental. » Gf. II-II,83,r c et ad 2. 628 P.IÍl. Desarrollo normal de la vida cristiana «... para alabarle...»— Es una de las.finalidades más nobles y propias de ia oración. Sería un error pensar que sólo sirve de puro medio para pedir cosas a Dios. La adoración, la alabanza, la reparación de los pecados y la acción de gracias por los beneficios recibidos encajan admirablemente con la oración (83,17). «... Y pedirle...»— Es la nota más típica de la oración estrictamente di¬ cha. Lo propio de! que ora es pedir. Se siente débil e indigente, y por eso recurre a Dios, para que se apiade de él. Según esto, la oración, desde el punto de vista teológico, puede entenderse de tres maneras: a) en sentido muy amplio , es cualquier movimiento o elevación del alma a Dios pór medio de cualquier vir¬ tud infusa (v.gr., un acto de amor de Dios); W en sentido mds propio , es el movimiento o elevación del alma a Dios producido por la virtud de la religión con el fin de alabarle o rendirle culto. En este sentido la define San Juan Damasceno «elevación de la mente a Dios»; y e) en sentido estricto y propísimo, es esta misma elevación de la mente a Dios producida por la virtud de la religión, pero con finalidad depre¬ catoria. Es la oración de súplica o petición. «... COSAS CONVENIENTES A LA ETERNA SALVACIÓN». —No Se nOS prohíbe pedir cosas temporales (83,6); pero no principalmente, ni poniendo en ellas el fin único de la oración, sino únicamente como instrumentos para mejor servir, a Dios y tender a nuestra felicidad eterna. De suyo, las peticiones pro¬ pias de la oración son las que se refieren a la vida sobrenatural, que son las únicas que tendrán una repercusión eterna. Lo temporal vale poco; pasa rápido y fugaz como un relámpago. Se puede pedir únicamente como aña¬ didura y con entera subordinación a los intereses de la gloria de Dios y sal¬ vación de las almas. 477* 2. Conveniencia.—La conveniencia de la oración fue negada por muchos herejes. He aquí los principales errores: a) Los deístas, epicúreos y algunos peripatéticos .—Niegan la providencia de Dios. Dios no se cuida de este mundo. La oración es:inútil. b) Todos los que niegan la libertad: fatalistas , deterministas, estoicos, valdenses, luteranos, calvinistas, jansenistas, etc. En el mundo—dicen—ocurre lo que tiene necesariamente que ocurrir. Todo «está escrito», como dicen los árabes. Es inútil pedir que las cosas ocurran de otra manera. c) Egipcios , magos , etc,, van por el extremo contrario: Dios es muda¬ ble. Se le puede hacer cambiar por arte de encantamiento y de magia. La verdadera solución es la que da Santo Tomás (83,2), Comienza citando, en el argumento sed contra, la autoridad di¬ vina de Nuestro Señor Jesucristo, que nos dice en.el Evangelio: «es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer» (Le *8,i). Y en el cuerpo del artículo dice que a la divina Providencia corresponde determinar qué efectos sé han de producir én el mundo y por qué causas segundas y con qué orden. Ahora bien: entre' estas causas segundas figuran principalmente los actos humanos, y la oración es uno de los más importantes. Luego es convenientísimo orar, no para cambiar la providencia de Dios (contra egipcios, magos, etc,), que es absolutamente in- 629 L-.ll c.3- La 'Vida de oración mutable, sino para obtener de ella lo que desde toda la eterni¬ dad ha determinado conceder a la oración. O sea, que la oración no es causa , en el sentido.de que mueva o determine en tal o cual sentido la voluntad de Dios, puesto que nada extrínseco a El puede determinarle. Pero es causa por parte de las cosas , en el sentido de que Dios ha dis¬ puesto que tales cosas estén vinculadas a tales otras y que se hagan las unas si se producen las otras, f£s un querer de Dios condicional, como si hubiera dicho desde toda la eternidad: «Concederé tal gracia si se me pide, y si no, no». Por consiguien¬ te, no mudamos con la oración la voluntad de Dios, sino que nos limitamos a entrar nosotros en sus planes eternos. Por eso hay que pedir siempre las cosas «si son conformes a la volun¬ tad de Dios», porque de lo contrario, además de desagradarle a El, nuestra oración sería completamente inútil y estéril: nada absolutamente conseguiríamos, A Dios no se. le puede hacer cambiar de pensar, porque, siendo infinitamente sabio, nunca se equivoca y, por lo mismo, nunca se ve en la conveniencia o necesidad de rectificar. Por donde se ve cuánto se equivocan los que intentan conseguir de Dios alguna cosa—casi siempre de orden temporal—¿z todo tránce, o sea sin re¬ signarse a renunciar a ella caso de no ser conforme a la voluntad de Dios, Pierden miserablemente el tiempo y desagradan mucho al Señor con su obstinación y terquedad. El cristiano puede pedir absolutamente los bienes relativos a la gloria de Dios y a la salvación del alma propia o ajena, porque eso ciertamente que coincide con la voluntad de Dios y no hay peligro de ex¬ cederse (83,5); pero las demás cosas (entre las que figuran todas las cosas temporales: salud, bienestar, larga vida, etc.) han de pedirse siempre condi¬ cionalmente—al menos con la condición implícita en nuestra sumisión ha¬ bitual a Dios—, a Saber: si son conformes a la voluntad de Dios y conve¬ nientes para la salvación propia o ajena (83,6). La mejor fórmulas-como veremos más abajo—es eí Padrenuestro, en el que se pide todo cuanto ne¬ cesitamos, y sometido todo al cumplimiento de la voluntad de Dios en este mundo y en el otro. Corolarios. —-i.° La oración no es, pues, una simple condición , sino una verdadera causa segunda condicional. No se puede cosechar sin haber sembrado: la siembra no es simple condición, sino causa segunda de. la co¬ secha. 2. 0 La oración es causa universal . Porque su eficacia püedé extenderse a todos los efectos de las causas segundas, naturales o artificiales: lluvias, cosechas, curaciones, etc., y es más eficaz que ninguna otra. Guando en un enfermo ha fracasado todo ío humano, todavía queda e! recurso de la oración; y a veces se produce el milagro. Otro tanto hay que decir con relación a todas las demás cosas. La oración es propia únicamente de los seres racionales (ángeles y hombres). No de las divinas personas—que no tienen superior a quien pe¬ dir—, ni de los brutos animales, que carecen de razón (83,1o). 1 630 PJ1I. Desarrollo normal de la vida cristiana Es, pues» convenientísimo orar. He aquí un breve resumen de sus grandes provechos y ventajas: 1) Practicamos con ella un acto excelente de religión. 2) Damos gracias a Dios por sus inmensos beneficios. 3) Ejercitamos la humildad, reconociendo nuestra pobreza y deman¬ dando una limosna. 4) Ejercitamos la confianza en Dios al pedirle cosas que esperamos ob¬ tener de su bondad. 5) Nos lleva a una respetuosa familiaridad con Dios, que es nuestro amantísimo Padre, 6) Entramos en los designios de Dios, que nos concederá las gracias que tiene desde toda la eternidad vinculadas a nuestra oración. 7) Eleva y engrandece nuestra dignidad humanar «Nunca es más gran¬ de eí hombre que cuando está de rodillas». Los animales nunca rezan... 478. 3. Necesidad.—Pero la oración no es tan sólo con¬ veniente. Es también absolutamente necesaria en el plan actual de la divina Providencia. Vamos a precisar en qué sentido. Hay dos clases de necesidad: de precepto y de medio . La primera obedece a un mandato del superior que en absoluto podría ser revocado; no es exigida por la naturaleza misma de las cosas (v.gr., ayunar precisamente tales o cuales días por dispo¬ sición de la Iglesia). La segunda es de tal manera necesaria, que de suyo no admite excepción alguna; es exigida por la natura¬ leza misma de las cosas (v.gr,, el aire para conservar la vida animal). Esta última, cuando se trata de actos humanos, toda¬ vía admite una subdivisión: a) necesidad de medio ex institu- tione r o sea, de ley ordinaria , por disposición general de Dios, que admite, sin embargo, alguna excepción (v.gr,, el sacramen¬ to del bautismo es necesario con necesidad de medio para sal¬ varse, pero Dios puede suplirlo én un pagano con un acto de perfecta contrición, que lleva implícito el deseo del bautismo); y b) necesidad de medio ex natura rei, que no admite excep¬ ción alguna absolutamente para nadie (v.gr., la gracia santifi¬ cante para entrar en el cielo; sin ella—obtenida por el proce¬ dimiento que sea—, nadie absolutamente se puede salvar). Presupuestos estos principios, decimos que la oración es ne¬ cesaria: 1) con necesidad de precepto, y 2) con necesidad de medio por institución divina. V amos a probarlo. 1): Es NECESARIA CON NECESIDAD DE PRECEPTO (83,3 ad 2). Es cosa clara que hay precepto divino, natural y eclesiástico: a) Divino : consta expresa y repetidamente en la Sagrada Escritura: «Vigilad y orad» (Mt 26,41). «Es preciso orar en todo tiempo y no desfalle¬ cer» (Le i8,i). «Pedid y recibiréis» (Mt 7,7). «Orad sin intermisión» (1 Thess 5,17). «Permaneced vigilantes en la oración» (Col 4,2), etc. L.U c.3. La vida de oración 631 b) Natura!; el hombre está lleno de necesidades y miserias, algunas de las cuales solamente Dios las puede remediar. Luego la simple razón natu¬ ral nos dicta e impera la necesidad de la oración. De hecho, en todas las religiones del mundo hay ritos y oraciones. c) Eclesiástico: la Iglesia manda recitar a los fieles ciertas oraciones en la administración de los sacramentos, en unión con el sacerdote en la santa misa, etc., e impone a los sacerdotes y religiosos de votos solemnes la obli¬ gación, bajo pecado grave, de rezar el breviario en nombre de ella por la salud de todo el pueblo, ¿Cuándo obliga concretamente este precepto? —Hay que distinguir una doble obligación: per se y per accidens, o sea, de por sí o en determinadas circunstancias . Obliga gravemente «per se».—a) Al comienzo de la vida moral, o sea cuando el niño llega al perfecto uso de razón. Porque tiene obligación de convertirse a Dios como a último fin, b) En peligro de muerte, para obtener la gracia de morir cristianamente. - c) Frecuentemente durante la vida. Cuál sea esta frecuencia, no está bien determinada por la ley, y hay muchas opiniones entre los autores. El que oye misa todos los domingos y reza alguna cosa todos los días puede estar tranquilo con relación a este precepto. «. Per accidens» obliga el precepto de orar.—a) Cuando sea necesario, para cumplir otro precepto obligatorio {v.gfel cumplimiento de la penitencia sacramenta!). b) Cuando sobreviene una tentación fuerte que no pueda vencerse sino por la oración. Porque estamos obligados a poner todos los medios necesa¬ rios para no pecar. c) En las grandes calamidades públicas {guerras, epidemias, etc.). Lo exige entonces la caridad cristiana. 2) Es NECESARIA TAMBIÉN CON NECESIDAD DE MEDIO, POR DIVINA INSTITUCIÓN, PARA LA SALVACIÓN DE LOS ADULTOS. —Es doctrina común y absolutamente cierta en Teología. Hay mu¬ chos testimonios de los Santos Padres, entre los que destaca un texto famosísimo de San Agustín, que fue recogido y com¬ pletado por el concilio de Trento: «Dios no manda imposibles; y al mandamos una cosa, nos avisa que hagamos lo que po¬ damos y pidamos lo que no podamos y nos ayuda para que po¬ damos» 9 . Sobre todo, la perseverancia final—que es un don de Dios completamente gratuito—no se obtiene ordinariamente sino por la humilde y perseverante oración. Por eso decía San Alfonso de Ligorio que «el que ora, se salva; y el que no ora, se condena». He aquí sus propias y terminantes palabras: «Pongamos, por tanto, fin a este importante capítulo resumiendo todo lo dicho y dejando bien sentada esta afirmación: que el que ora, se salva cierta¬ mente, y el que no ora , ciertamente se condena . Si dejamos a un lado a los niños, todos los demás bienaventurados se salvaron porque oraron, y los condena¬ dos se condenaron porque no oraron, Y ninguna otra cosa les producirá en 9 Cf. S.August., De natura et gratia c.43 n.50: ML 44,271 y D 804. 632 P.IU. Desarrollo normal de la vida cristiana el infierno más espantosa desesperación que pensar que les hubiera sido cosa muy fácil el salvarse, pues lo hubieran conseguido pidiendo, a Diqs sus gra¬ cias, y que ya serán eternamente desgraciados, porque pasó : el tiempo de la oración» 10 . • Todo, esto es cierto de ley ordinaria por expresa disposición de Dios; pero caben, sin embargo, excepciones. Nadie puede penetrar en el arcano indescifrable de la divina predestinación. Dios ha concedido sus gracias, a veces, a quienes no se las pe¬ dían (v.gr., a San Pablo, camino de Damasco). Lo que sí es cierto es que «jamás las niega a quien se las pide con las debidas condiciones» (Mt 7,8). Por consiguiente, el que ora en tales, condiciones puede esperar confiadamente (fundándose en la promesa de Dios) que obtendrá de hecho las gracias, necesarias para sü salvación, aunque por vía de excepción y. de milagro podría salvarse también el que no ora.. De donde se sigue que el espíritu de oración es una grandísima señal de predestinación. Y que la desgana y enemistad con la oración es un signo ne¬ gativo verdaderamente temible de reprobación. 479. 4. A quién se debe orar (83,4 y ri).—La oración de súplica—por razón del sujeto en quien recae—puede con¬ siderarse de dos maneras: a) en cuanto que se pide algo a otro directamente y para que él mismo nos lo dé, y b) o indirectamente , para que nos lo consiga de otra persona superior (simple inter¬ cesión). En el primer sentido sólo a Dios se le deben pedir las gra¬ cias que necesitamos. Porque todas nuestras oraciones (aun las que se refieren a los bienes temporales) deben ordenarse a con¬ seguir la gracia y la gloria, que solamente Dios puede dar, como dice el Salmo: La gracia y la gloria la da el Señor (Ps 83,12). Esta clase de oración dirigida a los santos sería idolatría. En él segundo sentido—como simples intercesores—> sé puede y se debe orar a los ángeles, santos y bienaventurados del cielo, y éspecialísimamente a la Santísima Virgen María, Mediadora universal de todas las gracias. Expliquemos un poco más este punto importante. Proposición: Es lícito y muy conveniente invocar a los santos para- que intercedan por nosotros. Errores .—Lo niegan muchos herejes, entre los que se cuentan Eustasio de Sebaste, Vigilanció, cátaros, wiclefitas, luteranos, calvinistas, etc. Dicen: a) que Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres; b) que los santos no se enteran de nuestras oraciones; y e) que Dios es tan bueno, que no necésitá intercesores para damos lo que nos hace falta. 10 San Alfonso de Ligorio, Del gran medio de la oración p.i.» c.i párrafo final (p.70 en la ed. de Madrid 1936). En el texto se lee rezar, en vez de orar; pero está mal traducido. L.II c.3 . La vida de oración 633 .Respuesta.— a) Cristo es el único mediador de redención, pero nada im¬ pide que los santos sean mediadores de intercesión, apoyando con las suyas nuestras oraciones y rogando a Dios las despache favorablemente, b) Es falso que no se enteren; Todas las peticiones que les hacemos las ven en el Verbo de Dios, en el que se refleja todo cuanto ocurre en el universo como en una pantalla cinematográfica (83,4 ad 2). Y esto aunque se trate de oraciones meramente internas, no manifestadas por ningún signo exterior: «etiam quantum ad interiores motus cordis», dice expresamente Santo Tomás (íbid.). c) La bondad infinita de Dios no es incompatible con la intercesión de los santos, sino que se armoniza admirablemente con ella. Dios es el Padre amantisimo que ; se. complace en ver a sus hijos intercediendo ante El unos por otros, . ....... Doctrina de la Iglesia.— El concilio de Trento proclamó solemnemente la utilidad y conveniencia de invocar a los santos y venerar sus reliquias y sagradas imágenes 11 . Es, pues, una verdad de. fe que pertenece al depósito de la doctrina católica. Las principales razones teológicas que la abonan son: a) La bondad divina, que ha querido asociarse a sus criatu¬ ras. (María, ángeles, santos, bienaventurados y justos de la tierra) en la obtención y distribución de sus gracias. b) La comunión de los santos, que nos incorpora a Cristo y a través de El hace circular sus gracias, de unos miembros a otros. \ e) La caridad perfectísima de .los santos, que les mueve a interceder por nuestras necesidades, que ven y conocen en el Verbo divino 12 , Examinemos ahora algunas cuestiones complementarias en torno al culto de los santos. 1. a Con qué.clase de cuitó se les debe invocar u honrar.—El culto de latría es propio y exclusivo de Dios. Honrar a los santos con él sería un gravísimo pecado de idolatríá (94,1-3)! A los santos se les debe el culto de duíía (103,2-4), y a. la Santísima Virgen, por su excelsa dignidad de Madre de Dios; el de hiperdulía (ibidi, 4 ad 2); A San José se le debe el culto de protodnlía, o sea el primero entre el propio de los santos. 2. a ¿És siempre eficaz su intercesión?— Santo Tomás contesta (III, Suppl. 72,3) estableciendo una luminosa distinción. Hay—dice—dos cla¬ ses de intercesión: a) una expresa,, que consiste en la intercesión explícita y actual ante Dios en favor de tal o cual persona concreta y determinada; y b) otra interpretativa (implícita o habitual), que"brota de sus méritos con¬ traídos en este mundo, cuya sola presencia ante Dios es como una incesante intercesión en nuestro favor, de manera semejante a como dice San Pablo que la sangre dé Cristo habla por nosotros ante el Padre mejor que la de Abel (Hebr 12,24) 11 Of. D 941 952 9^4 998: cf. h.342 670. 12 Hay otras razones, que pueden verse en Santo Tomás (ILII,83,1.1 y Suppl. 72). 113 La Iglesia recoge con frecuencia en su liturgia esas dos clases de intercesión: «Concede nos Domine, meritts et intercessioTw Sancti...» 634 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana Ahora bien, en este segundo sentido (intercesión interpretativa,) no siem¬ pre son oídos; no porque su oración no sea de suyo eficaz para obtenemos cualquier gracia, sino porque podemos nosotros poner algún obstáculo a su recepción* Pero en el primer sentido (intercesión expresa), siempre son es¬ cuchados favorablemente, ya que nunca piden sino lo que ven claramente que Dios tiene voluntad de conceder: y así nunca falla su oración. Dificultad, —Luego entonces es ociosa la intercesión de los santos. Porque lo que Dios quiere conceder, igual lo concedería sin ella. Respuesta. —Puede Dios haber determinado desde toda la eterni¬ dad conceder esas gracias si se las piden y negarlas en caso contrario. Luego la oración de los santos es provechosísima, no para cambiar la voluntad de Dios (lo que es absurdo e imposible), sino para entrar ellos en los designios de Dios, que quiere y espera su oración (ibid., 3 ad 5). Es una simple aplicación del principio que hemos sentado más arriba acerca de la conveniencia y eficacia de la oración. 3. a Poder de su intercesión.—El poder de intercesión dé los santos depende del grado de méritos adquiridos en esta vida y del grado de gloria correspondiente. Los santos más grandes tienen más poder de intercesión ante Dios que los no tan gloriosos, porque su oración es más acepta a Dios que la de estos últimos. En este sentido es incomparable el poder de interce¬ sión de la Santísima Virgen María: mayor que la de todos los ángeles y san¬ tos juntos, Pero de aquí no se debe concluir que haya que invocar únicamente a la Santísima Virgen o a los santos de historial más brillante, omi¬ tiendo la invocación de los demás. Santo Tomás se plantea esta obr jeción y la resuelve admirablemente. Por cinco razones—dice—es conveniente invocar también a los santos inferiores: a) porque acaso nos inspire mayor devoción un santo inferior que otro superior, y de la devoción depende en gran parte la eficacia de la oración; b) para que haya cierta variedad que evite el fastidio o monotonía; c) porque hay santos especialistas en algunas gracias; d) para dar a todos el debi¬ do honor; y e) porque pueden conseguir, entre todos, lo que acaso uno solo no conseguiría (Suppl. 72,2 ad 2). En otro lugar paralelo (Il-lí, 83,11 ad 4) añade todavía una razón: porque acaso Dios quiere ma¬ nifestar con un milagro la santidad de su siervo (tal vez no canoni¬ zado aún). De otra suerte habría que concluir lógicamente que bas¬ taba implorar directamente la misericordia de Dios sin la intercesión de ningún santo (ibid.). 4 a ¿Puede invocarse a las almas del purgatorio para obtener al¬ guna gracia ?—La Iglesia nada ha determinado sobre esto y es cuestión muy discutida entre los teólogos. A Santo Tomás le parece que no, y da dos razones muy fuertes: a) no conocen nuestras peticiones, porque no go¬ zan todavía de la visión del Verbo divino, donde las verían reflejadas (83,4 ad 3); y b) porque los que están en el purgatorio, aunque son superiores a nosotros por su impecabilidad, son inferiores en cuanto a las penas que están padeciendo; y en este sentido no están en situación de orar por nosotros, sino más bien de que nosotros oremos por ellos (83,11 ad 3). Como se ve, las razones de Santo Tomás son muy serías. Sin embargo, muchos teólogos—incluso de la escuela tomista—defienden la respuesta afirmativa fundándose en razones no despreciables. Pue¬ den-—dicen—pedir en general por nuestras necesidades (aünque no L.ll c.3 . La vida de oración 635 las conozcan concretamente) a.impulsos de su amor a nosotros (v.gr., familiares) o de la caridad universal en que se abrasan. Esto encajarla muy bien con el dogma de la comunión de los santos, que parece envolver cierta reciprocidad o beneficio mutuo entre los miembros de las tres iglesias de Cristo. Los que vivimos todavía en la tierra po¬ demos aumentar la gloria accidental de los bienaventurados. Podemos también ofrecer a Dios los méritos contraídos en este mundo por las almas actualmente en el purgatorio (intercesión interpretativa). Y si bien es cierto que no ven nuestras necesidades concretas, porque no gozan todavía de la visión beatífica, no es imposible que Dios se las manifieste de algún modo (por inspiración interior, por el ángel de la guarda, por los que van llegando de la tierra, etc.), y que puedan . por lo mismo interceder concretamente por nosotros (cf. 1,89,8 ad x). Acaso podría intentarse también la solución afirmativa con los si¬ guientes datos: a) Es de fe que podemos ayudar con nuestros sufragios a las al¬ mas del purgatorio (D 950). b) No sabemos en qué proporción ni en qué forma se les aplican los sufragios, aunque es de suponer que en forma de alivio de sus sufrimientos, además de la reducción del tiempo que habían de per¬ manecer allí. c) Si es así, el alma, al notar el alivio del sufragio—toda petición a ellas debe ir acompañada de un sufragio—, puede lógicamente pen¬ sar que alguien está rezando por ella; y no hay inconveniente en que, movida por la gratitud, pida a Dios por las intenciones de la persona caritativa que la está ayudando, aunque ignore en absoluto quién sea esa persona o cuáles sus intenciones. Observaciones. —i. a No parece admisible que puedan darse fe¬ nómenos de radiestesia, telepatía, etc., entre las personas de este mundo y las almas del purgatorio (v.gr., entre un hijo y su madre difunta), porque esos fenómenos suelen transmitirse por las ondas hertzianas a través de la atmósfera, y afectan a la hipersensibiiidad y afinidad orgánica de los dos sujetos. Ahora bien: el purgatorio es ajeno a la atmósfera, y las almas separadas no tienen ya órganos sensitivos a su servicio. 2. a El hecho, muchas veces comprobado, de despertarse a tal hora determinada después de haber invocado para ello a las almas del pur¬ gatorio es un fenómeno psicológico que puede explicarse fácilmente por cáusas puramente naturales (v.gr., la misma preocupación o de¬ seo latente en la subconsciencia). 480, 5. Por quién se debe orar (83,7-8).—Como prin¬ cipio general se puede establecer el siguiente: Podemos y debe¬ mos orar no sólo por nosotros mismos, sino también en favor de cualquier persona capaz de la gloria eterna. Razón.— El dogma de la comunión de los. santos nos garantiza la posibi¬ lidad. La caridad cristiana —y a veces la justicia—nos urge la obligación. Luego es cierto que podemos y debemos orar por todas las criaturas capaces de la eterna gloria, sin excluir a ninguna determinada: «Orad unos por otros para que os salvéis» (Iac 5,16), Aplicaciones. — i. a Hay que rogar por todos aquellos a quienes debe¬ mos amar. Luego por todas las personas capaces de la eterna gloria (incluso G36 P.IJL Desarrollo norma] de la vida cristiana los pecadores, herejes, excomulgados, etc., y nuestros propios enemigos), Pero por todos éstos hasta pedir en general, sin excluir positivamente a nadie. 2. a Ordinariamente no estamos obligados a pedir en particular por nues¬ tros enemigos, aunque sería de excelente perfección (83,8). Hay casos, sin embargo, en los que estaríamos obligados a ello; por ejemplo, en grave necesidad espiritual deí enemigo, o cuando pide perdón, o para evitar el escándalo que se seguiría de no hacerlo (v.gr., si hay costumbre de orar pú¬ blicamente por los enemigos en tales o cuales circunstancias y no quisiéra¬ mos hacerlo). Siempre hemos de estar dispuestos a ello, al menos «in prae- paratione animi», como dicen los teólogos, esto es, haciéndolo de buena gana cuando se presenta ocasión para ello. Jesucristo nos dice expresamente en el Evangelio: «Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persi¬ guen, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, que hace salir el sol sobre buenos y. malos y llover sobre justos y pecadores» (Mt 5, 44-45)- 3. a Podemos y debemos orar por las almas del purgatorio; siempre al menos por caridad y muchas veces por piedad (si se trata de familiares) o por justicia (si están allí por culpa nuestra; v.gr., por los malos consejos y ejem¬ plos que les dimos). . \ 4. a Es sentencia común entre los teólogos que podemos pedir el au¬ mento de la gloria accidental de los bienaventurados; no el de la gloria esen¬ cial (visión y goce beatíficos), que .es absolutamente inmutable, y depende del grado de gracia y de caridad que tenga el alma en el momento de sepa¬ rarse del cuerpo. 5. a No es lícito orar por los condenados, por estar completamente fue¬ ra de los vínculos de la caridad, que se funda en la participación de ¡a vida eterna. Aparte de que sería completamente inútil y superflua una oración que para nada les aprovecharía. 481 6. Eficacia santificadora de la oración (83,15-16). Remitimos al lector a los n. 286-7, donde hemos explicado los cuatro va¬ lores de la oración, a saber: meritorio, como virtud; satisfactorio, como obra penosa; impetratorio de las gracias divinas y de refección espiritual del alma por su contacto de amor con Dios. Allí mismo hemos señalado las condicio¬ nes requeridas para la eficacia infalible de la oración. Aquí vamos a hablar únicamente de la eficacia santificadora de la oración. Los Santos Padres y los grandes maestros de la vida espi¬ ritual están todos conformes en proclamar la eficacia santifica¬ dora verdaderamente extraordinaria de la oración. Sin oración —sin mucha oración—es imposible llegar a la santidad. Son innumerables los testimonios que se podrían alegar 14 . Unicamente, por vía de ejemplo, vamos a recoger unos pocos: San Buenaventura.— «Si quieres sufrir cón paciencia las adversidades y miserias desta vida, seas hombre de oración. Si quieres alcanzar virtud y fortaleza: para vencer Las tentaciones del enemigo, seas hombre de oración. Si quieres mortificar tu propia voluntad con todas sus aficiones y apetitos, seas hombre de oración. Si quieres conoscer las astucias de Satanás y defen¬ derte dei sus engaños, seas hombre de oración. Si quieres vivir alegremente 14 Remitimos al lector a la preciosa obra del P. Arintero. Cuestiones místicas, princi¬ palmente a la cuestión 2 a.4-5, donde encontrará un verdadero arsenal de testimonios de los Santos Padres y místicos experimentales. • 637 L.ll c.3. La vida de oración y caminar con suavidad por el camino de la penitencia y dei trabajo, seas hombre de oración. Si quieres ojear de tu ánima las moscas importunas de los vanos pensamientos y cuidados, seas hombre de oración. Si la. quieres sustentar con la grosura de la devoción y traerla siempre llena de buenos pensamientos y deseos, seas hombre de oración. Si quieres fortalecer y con¬ firmar tu corazón en el camino de Dios, seas hombre de oración. Final¬ mente, sí quieres desarraigar de tu ánima todos los vicios y plantar en su lugar las virtudes, seas hombre de oración: porque en ella se rescibe la unión y gracia deí Espíritu Sancto, la cual enseña todas las cosas. Y demás desto, si quieres subir a la alteza de la contemplación y gozar de los dulces abrazos del esposo , ejercítate en la oración, porque éste es el camino por do sube el ánima a la contemplación y gusto de las cosas celestiales» 15 i San Pedro de Alcántara. —Citando a otro autor, escribe: «En la oración se alimpia el ánima de los pecados, apaciéntase la caridad, certifícase la fe, fortaléscese la esperanza, alégrase el espíritu, derrítense las entrañas, pacificase el corazón, descúbrese la verdad, véncese la tentación, huye la tristeza, renuévanse los sentidos, repárase la virtud enflaquecida, despídese^ la tibieza, consúmese el orín de los vicios, y en ella saltan cente¬ llas vivas de deseos del cielo, entre las cuales arde la llama del divino amor, Grandes son las excelencias de la oración, grandes son sus privilegios. A ella están abiertos los cielos, a ella se descubren los secretos, y a ella están siem¬ pre atentos los oídos de Dios» J 6 . Santa. Teresa.— Para la gran maestra de la vida espiritual, la oración es el todo. No hay otro ejercicio en el que insista tanto en todos sus escritos y al que conceda tanta importancia santificadora como a la oración 17 . Nos parece ocioso citar textos: basta abrir al azar cualquiera de sus libros. 'Se¬ gún ella, el alma que no hace oración está perdida; jamás llegará a la santi¬ dad. Lo mismo pensaba San Juan de la Cruz, tan identificado con la insigne reformadora del Carmelo, San Francisco de Sales, —«Por la oración hablamos a Dios y Dios nos habla a nosotros, aspiramos a El y respiramos en El, y El nos inspira y res¬ pira sobre nosotros. Mas ¿de qué tratamos en la oración? ¿Cuál es el tema de nuestra conver¬ sación? En ella, Teótimo, no se habla sino de Dios; porque ¿acerca de qué puede platicar y conversar el amor más que del ainado? Por esta causa, la oración y la teología mística no son sino una misma cosa. Se líania teología porque, así cómo la teología especulativa tiene por objeto a Dios, también ésta no habla sino de Dios, pero con tres diferencias: 1. a , aquélla trata de Dios en cuanto es Dios, y ésta habla de El en cuanto es sumamente amable; es decir, aquélla mira la divinidad de la suma bondad, y ésta la suma bondad de la divinidad; 2. B , la teología especulativa trata dé Dios con los hombres y entre los hombres; la teología mística habla de Dios, con Dios y en Dios; 3.Via teología especulativa tiende al conocimiento de Dios, y la mística, al amor, de suerte que aquélla hace a sus alumnos sabios, doctos y teólogos; mas ésta los hace fervorosos, apasionados y amantes de Dios» 18 , 15 Citado o comentado por San Pedro de Alcántara: Tratada de la oración p.i. 1 c.i. Esta obrita, como es sabido, es una recopilación de la que con el mismo título publicó Fr. Luis de Granada- Véase en Obras completas de Fr. Luis de Granada (ed. P. Cuervo) t.io p.439-520. El texto que citamos se lee en la p.444. 16 Tratado de la oración p.i. u c.i (p.445 en la ed. del P. Cuervo). 17 Véase en las Concordancias de Santa Teresa (Burgos 1945) la palabra «oración» con una serie larguísima de citas. • • 1 & Tratado del amor de Dios 1.6 c.t. 638 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana Los textos podrían multiplicarse en gran abundancia, pero no es necesario. Todas las escuelas de espiritualidad cristiana están de acuerdo en proclamar la necesidad absoluta de lá ora¬ ción y su extraordinaria eficacia santificadora. A medida que el alma va intensificando su vida de oración, se va acercando más a Dios, en cuya perfecta unión consiste la santidad. La oración es la fragua del amor; en ella se enciende la caridad y se ilumina y abrasa el alma con sus llamaradas, que son luz y vida al mismo tiempo. Si la santidad es amor, unión con Dios, el camino más corto y expedito para llegar a ella es la vida de continua y ardiente oración 19 . 4 8z. 7. Dificultades de la oración.—La oración en to¬ das sus formas es un ejercicio de alta eficacia santificadora, pero su práctica asidua y perfecta envuelve no pocas dificultades para el pobre espíritu humano, de suyo tan flaco y enfermizo. Las principales son dos: las distracciones y las sequedades o arideces. Examinémoslas brevemente. a) Las distracciones 20 . —Las distracciones en general son pensamientos o imaginaciones extrañas que nos impiden la atención a lo que estamos haciendo. Pueden afectar a la imaginación sola, en cuyo caso el entendimiento puede seguir pensando en lo que hacía, aunque con dificultad; o al entendi¬ miento mismo , en cuyo caso la atención a lo que se hacía des¬ aparece totalmente. Sus causas son muy varias. Las expone muy bien el P. De Guibert, cuyas sabias distinciones trasladamos aquí 21 : A. Causas independientes de la voluntad.— a) La índole y tempe¬ ramento : imaginación viva e inestable; efusión hacia Jas cosas exteriores; in¬ capacidad de fijar la atención o de prorrumpir en afectos. Pasiones vivas, no bien dominadas, que atraen continuamente la atención hacia los objetos amados, temidos u odiados... b) La poca salud y la fatiga mental, que impide fijar la atención o abs¬ traer de las cosas o circunstancias exteriores. c) La dirección poco acertada del padre espiritual, que quiere imponer artificialmente sus propias ideas al alma, sin tener en cuenta el influjo de la gracia, la índole, el estado y las necesidades de la misma, empeñándose, v.gr., en hacer continuar la meditación discursiva cuando Dios le mueve a una oración más sencilla y profunda o apartándola demasiado pronto del dis¬ curso cuando lo necesita todavía... d) El demonio, a veces directamente, otras muchas indirectamente , uti¬ lizando otras causas y aumentando su eficacia perturbadora. 1 El P. Djb Maumigny, al hablar de la excelencia de la oración mental, señala las siguien¬ tes grandes ventajas: i. a , es una conversación familiar con Dios; 2. a , asegura nuestra salva¬ ción y nosi proporciona abundantes méritos; 3. a , conduce a la perfección cristiana; 4. a , hace gustar al alma alegrías espirituales, superiores, sin comparación, a los engañosos placeres del mundo; 5A, comunica a las obras apostólicas su verdadera fecundidad (cf. La práctica de la oración mental tr.i p.l. a c.1-5). 20 Gf.:Rjusnc, L'ascétique chrétienne c.22; Ljeuodey, Los caminos ... p.iA c.g; De Gui- pert, Theologia spiritualis n.258-60; Études Ccrmeíitaines (abril 1934). 21 Cf. DE Guibert, o.c., 11.259. L.ll c. 3 . La vida de oración 639 B. Causas voluntarias.— a) Falta de la debida preparación próxima ; en cuanto al tiempo, lugar, postura, tránsito demasiado brusco a la oración después de una ocupación absorbente... b) Falta de preparación remota; poco recogimiento, disipación habitual, tibieza de la vida, vana curiosidad, ansia de leerlo todo... C. Remedios prácticos.—No hay una receta infalible para suprimir en absoluto las distracciones. Sólo en los estados contemplativos muy elevados o por un especial don de Dios se puede orar sin distracción alguna. Pero mucho se puede hacer con humildad, oración y perseverancia. a) Puede disminuirse el influjo pernicioso de las causas independientes de la voluntad con varias industrias: leyendo, fijando la vista en el sagrario o en una imagen expresiva, eligiendo materias más concretas, entregándose a una oración más afectiva, con frecuentes coloquios (incluso vocales, si es preciso), etc. Guando, a pesar de todo, nos sintamos distraídos con frecuencia no nos impacientemos. Volvamos a traer suavemente nuestro espíritu al recogi¬ miento—aunque sea mil veces, si es preciso—, humillémonos en la presen¬ cia de Dios, pidámosle su ayuda y no examinemos por entonces las causas que han motivado la distracción. Dejemos este examen para el fin de la ora¬ ción, con el fin de prevenimos mejor en adelante. Y téngase bien presente que toda distracción combatida (aunque no se la venza del todo) en nada compromete el fruto de la oración ni disminuye el mérito del alma. b) En cuanto a las causas que dependen de nuestra voluntad, se las combatirá con energía hasta destruirlas por completo. No omitiremos ja¬ más la preparación próxima, recordando siempre que lo contrario sería ten¬ tar a Dios, como dice la Sagrada Escritura 22 . Y cuidemos, además, de una seria preparación remota, que abarca principalmente los puntos siguientes: silencio, huida de la vana curiosidad, custodia de los sentidos, de la imagi¬ nación y del corazón, y acostumbramos a estar en lo que se está haciendo (age quod agis) , sin dejar divagar voluntariamente la imaginación hacia otra parte. . b) Las sequedades y arideces 23 .—Otra de las grandes dificultades que se encuentran con frecuencia en el ejercicio de la oración—mental sobre todo—es la sequedad o aridez de espíritu. Consiste en cierta impotencia o. desgana para producir en la oración actos intelectivos o afectivos. Esta impotencia a veces es tan grande, que vuelve penosísima la permanencia en la oración. Unas veces afecta al espíritu, otras sólo al corazón. La forma más desoladora es aquella en la que Dios parece haberse retirado del alma. Sus causas son muy varias. El mal estado de la salud, la fatiga corporal, las ocupaciones excesivas o absorbentes, tentaciones molestas, que atormen¬ tan y fatigan al alma; deficiente formación para orar de modo conveniente, empleo de métodos inadecuados, etc. A veces son el resultado natural de la tibieza en el servicio de Dios, de la infidelidad a ía gracia, de los pecados veniales cometidos en abundancia y sin escrúpulo, de la sensualidad, que 22 «Ante orationem praepara animam tuam et noli esse quasi homo qui tentat Deum» (Eccli. 18,23). 23 Cf. San Francisco de Sales, Vida devota 11 , 9 ; IV,i4-is; Ribet, Vascétique... c.23; De Guibert, Theologia spmtmlis n.267-71; Tanquetrey, Teología ascética 11.925-31; De Maumigny, La práctica de la oración mental p.4.® c.2. 640 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana sumerge al alma en la materia; de la disipación y vana curiosidad, de la lige¬ reza y superficialidad de espíritu. Otras veces son una prueba de Dios, que suele sustraer el consuelo'y devoción sensible que el alma experimentaba en la oración para purificarla del apego a esos consuelos, humillarla viendo lo poco que vale cuándo Diús le retira esa ayuda, aumentar su mérito con sus redoblados esfuerzos im¬ pulsados por la caridad y prepararla a nuevos avances en la vida espiritual. Cuando estas arideces permitidas por Dios se prolongan largo tiempo pue¬ de pensarse que. el alma ha entrado en la noche del sentido o en alguna otia purificación pasiva. Hemos hablado largamente de estas cosas, así como de las señales para distinguirlas de la tibieza o voluntaria flojedad (cf. n. 269-70). Los remedios contra las sequedades o arideces consisten, ante todo, en suprimir sus causas voluntarias, principalmente la tibieza y flojedad en el servicio de Dios. Cuando son involuntarias, lo mejor es resignarse a los de¬ signios de Dios por todo el tiempo que El quiera; convencerse de que la de¬ voción sensible no es esencial al verdadero amor de Dios; que basta querer amar a Dios para amarle ya en realidad; humillarse profundamente, recono¬ ciéndose indigno de toda consolación; perseverar; a pesar de todo, en la oración, haciendo lo que aún entonces se puede hacer (fiat,miserere etcétera. Y, a fin de aumentar el mérito y las energías del alma, procurar unirse al divino agonizante de Getsemaní, que «puesto en agonía oraba con más insistencia» (Le 22,44), y llevar la generosidad y el heroísmo a. aumen¬ tar incluso el tiempo destinado a la oración, como aconseja San Ignacio 24 . ¿No será lícito pedir a Nuestro Señor el cese de la prueba o el retomo de la devoción sensible? Sí, con tal de hacerlo con plena subordinación a su voluntad adorable y se intente con ello redoblar las fuerzas del alma para servirle con más generosidad, no por el goce sensible que aquellos consuelos nos hayan de producir. La Iglesia pide en su oración litúrgica de Pentecos¬ tés «gozar siempre de las consolaciones del Espíritu Santo» y todos los maes¬ tros de la vida espiritual hablan largamente de la «importancia y necesidad de los divinos consuelos» 25 . Pero téngase en cuenta que el mejor procedi¬ miento—presupuestas la oración y la humildad—para atraerse nuevamente los consuelos de Dios es una gran generosidad en su divino servicio y una fidelidad exquisita a las menores inspiraciones del Espíritu Santo. Las se¬ quedades se deben con frecuencia a la resistencia a estas delicadas insinua¬ ciones del divino Espíritu; una generosa inmolación de nosotros mismos nos las volverá a traer con facilidad. Pero sea que vuelvan en seguida o que se hagan esperar, cuide sobre todo el alma de no abandonar la oración ni dis¬ minuirla a pesar de todas las arideces y repugnancias que pueda experimentar. 483. 8. Escollos que se han de evitar,—En la vida de oración surgen no pocas dificultades y. obstáculos, que el alma, ayudada de la gracia, debe superar; pero no se requieren menos tino ni menos ayudas para no dar en alguno de sus es¬ collos o peligros. He aquí los principales: a) La rutina en la oración vocal, que la convierte en ún ejercicio pura¬ mente mecánico, sin valor y sin vida; o la fuerza de la costumbre en la mental 24 «Asimismo es de advertir que, como en el tiempo de la consolación, es fácil y leve estar en la contemplación la hora entera; assí en el tiempo de la dessolación es muy difícil cumplirla; por tanto, la persona que se exercita, por hacer contra la dessolación y vencer lá¿ tentaciones, debe siempre estar alguna cosa más de la hora cumplida: porque no sólo se avece a resistir: al adversario, más aun a derrocalle* (Ejercicios Espirituales n.13 ; cf. n.319). 2 5 Cf. P. Arintero, Cuestiones místicas 1 , 6 , donde se recogen gran número dé testimonios. L.U C.3* La vida de oración 641 metodizada, que lleva a cierto automatismo semiinconsciente, que la priva casi totalmente de su eficacia santifieádófáí' b) El exceso de actividad natural, que quiere conseguirlo todo como a fuerza de brazos, adelantándose a la acción dé Dios éri el alma; o la excesiva pasividad e inercia, que, só ■ pretexto de no adelantarse a. la divina acción, no hace ni siquiera lo que con la gracia ordinaria podría y de.bería hacerse. c) El desaliento, qúe se apodera de las almas débiles y enfermizas al no comprobar progresos ..sensibles éh su larga vida de ¿ración; o el excesivo optimismo de otras muchas que sé r creen. más adelantadas de lo qüe en reali¬ dad están, - d) El apego a los. consuelos sensibles, que engendra en el alma una especie de «gula espiritual» 26 , qué la impulsa a buscar los consuelos de Dios en vez de al Dios de los consuelos. e) El apegó excesivo a un determinado método, como si fuera el único posible para, el ejercicio de la oración; o la excesiva ligereza, que nos mueve a prescindir de él o abandonarlo antes de tiempo. . . Otras muchas ilusiones que padecen las almas en su vida de. oración habrán de ser corregidas por la mirada vigilante de un experto y competente director espiritual; Sin esta ayuda exterior es casi imposible no incurrir en algunas de ellas, a pesar, tal vez, de la buena voluntad y excelentes disposi¬ ciones del alma q.ue las sufre. SECCION II La ; oración litúrgica y la privada 484. Pío XII, encíclica Mediator Dei; Vagaggini, El sentido teológico de la liturgia (BAC); Brasó, Liturgia y espiritualidad (Montserrat 1056); Garrid^, Curso de liturgia (BAC); Mer- cier, Cristo y la liturgia (Patmos). 485- Vamos a precisar en esta sección las relaciones entre la oración litúrgica o pública y la privada o particular. Con fre¬ cuencia se ha querido establecer entre ellas' una especie de antagonismo o exclusividad, como si la una fuera obstáculo para la otra o si cualquiera de ellas fuera del todo suficiente para ali¬ mentar la vida cristiana con exclusión de la otra. Nada más falso y absurdo que;esta oposición o disociación de lo que debe ir siempre muy unido y compenetrado i Nada tampoco más per¬ nicioso para la vida espiritual individual o colectiva. Urge mucho, por consiguiente, examinar con serenidad esta cuestión para dejar las cosa*» en eblugar que les corresponde según la verdad objetiva, de acuerdo con las directrices del magisterio supremo de la Iglesia que nunca debieran de haberse olvidado. Examinaremos por separado la oración litúrgica y la pri¬ vada, estableciendo las relaciones íntimas y : mutua armonía en la que ambas deben desenvolverse l . 26 Cf. San Juan de ua Cruz, Noche, oscura 1 , 6 . 1 Cf. nuestra obra La vida religiosa (BAC 12,244) 11.281-85, donde exponentos esta misma doctrina. 642 PJII. Desarrollo normal de la vida cristiana i* La oración litúrgica 486* 1. Excelencia*—La oración litúrgica ocupa obje¬ tivamente el primer lugar entre todas las demás clases de ora¬ ción que el cristiano puede practicar. Es la oración oficial de la Iglesia, en la que interviene todo;el cuerpo místico de Cristo con su divina Cabeza al frente. En igualdad de circunstancias y de disposiciones subjetivas por parte del que la ejercita, nin¬ guna otra oración tiene la fuerza y eficacia santificadora de la oración litúrgica. Dom Columba Marmion dedica dos preciosos capítulos a la oración litúrgica en su celebrada obra Jesucristo , ideal del monje . Recogemos a contimiación los hitos fundamentales de su pensamiento 2 : i.° Para juzgar del valor objetivo de una cosa hay que considerar el grado de gloria que proporciona a Dios, ya que Dios ha creado todas las cosas para su propia gloria (cf. Prov 16,4). Las cosas valen tanto cuanto Dios las estima y no más: éste es el único criterio objetivamente verdadero para juzgarlas. 2. 0 Hay cosas que glorifican a Dios por su propia natura¬ leza, por ejemplo, la santa misa, los sacramentos, la práctica de las virtudes cristianas, etc.; otras, en cambio, le glorifican tan sólo cuando un ser inteligente las ordena y encamina a esa finalidad, a la que no se dirigen de suyo por sí mismas, por ejemplo, el trabajo manual o intelectual, la enseñanza, el cultivo del jardín, etc. La oración pertenece al primer grupo, no sólo por la intención del que la recita (fin del que obra), sino por su misma naturaleza y por los propios elementos de que consta (fin de. la cosa misma). 3. 0 Entre todas las oraciones posibles ocupa objetivamen¬ te el primer lugar la. oración pública de la Iglesia, o sea, la ora¬ ción litúrgica oficial. Juntamente con el santo sacrificio de la misa, con el que se relaciona íntimamente, la oración litúrgica constituye la expresión más completa de la religión. El rezo oficial del breviario constituye una obra verdaderamente divi¬ na: es el verdadero Opus Dei . 4. 0 Para vislumbrar un poco la excelencia del oficio divi¬ no es preciso remontarse al fundamento de donde deriva y examinar después su naturaleza, sus elementos,. su propio fin. a) El fundamento último de su excelencia es el canto eterno del Verbo divino en el seno del Padre. El Verbo es el himno sublime.que Dios se canta a sí mismo eternamente y que brota de los abismos insondables de su propia i Gf. Jesucristo, ideal del monje c.14 y 15, En lo posible, hacemos el resumen a .base de las mismas palabras de dom Marmion. LJ1 c.3 . La vida de oración 04 3 divinidad. Dios Padre se complace infinitamente en él, puesto que expresa exhaustivamente sus infinitas perfecciones. No tiene necesidad de ninguna otra alabanza, ya que es imposible añadir absolutamente nada a la glori¬ ficación infinita que el Padre recibe del Verbo en unión con el Espíritu Santo en el seno de la Trinidad Beatísima. b) Pero «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (ío 1,14). Y desde ese momento, la creación entera quedó asociada al canto eterno del Verbo a través de la humanidad adorable de Cristo. Ya no sólo en el santuario inaccesible de la vida íntima de Dios, sino desde el fondo de la creación comenzó a elevarse hacia la Trinidad Beatísima un himno gran¬ dioso de alabanza de gloria: «Por Cristo, con Cristo y en Cristo te es dado todo honor y gloria, Dios Padre omnipotente en unidad del Espíritu Santo» (canon de la misa). 4 c) Terminada su misión redentora en la tierra, Cristo dejó a su Igle¬ sia—su amadísima, esposa—el encargo de perpetuar a través de los siglos aquella incesante «alabanza de gloria» comenzada por El en la tierra y con¬ tinuada en el cielo como Cabeza de su cuerpo místico hasta el fin de los siglos (cf. Hebr 7,25). He aquí la liturgia , o sea, la alabanza de la Iglesia unida y apoyada en Cristo: mejor aún, la alabanza del mismo Cristo, Verbo encarnado , ofrecida a Dios por la Iglesia. Por eso el Opus Dei es la oración por excelencia; ésta es la diferencia fundamental que lo distingue de las demás oraciones, éste es su privilegio inalienable e incomunicable: el ser la obra de Dios , realizada juntamente con Cristo y en su nombre por la Igle¬ sia, que es su amadísima esposa. Es la «voz de la esposa»—vQx sponsae — que Dios escucha siempre con particular complacencia y que tiene, por lo mismo, una eficacia incomparable ante su divino acatamiento. d) La Iglesia asocia a esta perpetua alabanza de la gloria de Dios a todos sus hijos; pero confía de manera especialísima esa divina misión a un grupo escogido de almas selectas: son los sacerdotes y religiosos obligados al rezo de las horas canónicas. Al ejercer su augusta función, desempeñan el papel de embajadores de la Iglesia ante el trono del Altísimo. De esta ma¬ nera el oficio divino, cantado con la boca y el corazón del hombre, viene a ser el himno de toda la Creación ante su supremo Hacedor. e) El oficio divino, que es un homenaje especialísimo de fe, de espe¬ ranza y de caridad, alcanza su máxima perfección cuando va acompañado del sacrificio doloroso del que lo recita. Entonces se convierte en un verda¬ dero sacrificio de alabanza— sacrificium laudis —que glorifica inmensamente a Dios por su unión íntima con el divino Mártir del Calvario. 5. 0 Además de la alabanza divina—que es su finalidad pri¬ maria—, la oración litúrgica se convierte para el que la recita debidamente en fuente inagotable de gracias y en medio efica¬ císimo de santificación personal. Y esto por varias razones en¬ teramente convincentes: a) La liturgia nos ofrece bellísimas fórmulas de oración de súplica o petición. Es cierto que no debemos ir al coro para mendigar, sino ante todo para alabar a Dios. Pero los salmos no expresan únicamente la admiración, el gozo, la alegría desbordante del alma ante las divinas perfecciones, sino que imploran también el remedio de todas nuestras necesidades espirituales y materiales. La alabanza se entremezcla continuamente con la súplica. Aho¬ ra bien: no es posible vencer a Dios en generosidad: al esfuerzo con que tratamos de intensificar nuestra alabanza, corresponde El volcando sobre nosotros un verdadero torrente de gracias y bendiciones. 644 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana bj Durante la recitación del oficio divino se multiplican los actos de fe> esperanza, caridad, religión, paciencia, humildad,. etc., convirtiéndose, por lo mismo, en fuente abundantísima de méritos. cj La liturgia nos pone delante la persona y los misterios de Cristo a través del año litúrgico. Todo nos conduce a contemplar a Jesús y acer¬ camos íntimamente a El, lo cual es de una eficacia. santificadora verdade¬ ramente incomparable. Toda nuestra santidad consiste en unimos a Cristo y asimilarnos a El para gloria del Padre, 6.° Sin embargo, la oración litúrgica no es un sacramento ni produce en nosotros la gracia por sí misma como los sa¬ cramentos. Es cierto que tratándose de la oración oficial de la Iglesia tiene cierta eficacia por sí.misma—ex opere operantis Ecclesiae—, pero está muy lejos de la eficacia intrínseca -—ex opere operato —de los sacramentos. Su eficacia santificadora de¬ pende en. su mayor parte de las disposiciones subjetivas del que la practica. 487* ,2. Eficacia santificadora.—Para sacar de la ora¬ ción litúrgica su máximo rendimiento santificador es preciso recitarla en lás siguientes condiciones: a) En unión íntima con Cristo, cabeza del Cuerpo místico, y de toda la Iglesia militante, purgante y triunfante, h) Digna, atenta y devotamente 3 . c) Con el mayor ímpetu posible de caridad; No olvidemos que el me¬ ntó sobrenatural en relación con el premio esencial de lá gloria se valora siempre por el grado de caridad que hemos puesto al realizar la obra me¬ ritoria 4 . Realizada en estas condiciones, la oración litúrgica tiene una eficacia santificadora verdaderamente incalculable. «Nuestra santidad—escribe todavía dom Marmion 5 —es de orden so¬ brenatural, absolutamente trascendental, que . tiene su origen no en nos¬ otros, sino en Dios. Pero, como dice San Pablo, «no sabemos cómo debemos oran>; no sabemos servimos bien de este importantísimo. medio de santi¬ ficación; pero el Espíritu de Jesús, que mora en nosotros desde el bautismo, que dirige a la Iglesia y es como el alma del Cuerpo místico, ruega en nos¬ otros «con gemidos inenarrables» (Rom 8,26). En el oficio litúrgico, todo ha sido inspirado por El, todo ha sido compuesto bajo su impulso. El, que es el autor de los salmos, imprime profundamente en el alma dócil y devota la verdad que expresan tan admirablemente, y suscita eri ella los sentimien¬ tos que brotan de los sagrados cánticos. Poco a poco vive y se alimenta de ellos; ve y juzga todas las cosas como las ve y juzga el mismo Dios; vive constantemente en el mundo sobrenatural, se acerca a Aquel que es el único 3 Es una lástima qué haya sido suprimida la oración Aperi Domine, os meum... t que antes se recitaba obligatoriamente al empezar el oficio divino. En ella se recogían éstas condicio¬ nes, que tanta importancia tienen para la eficacia sobrenatural del rezo litúrgico. Muchas personas piadosas siguen recitando laudablemente aquella oración preparatoria, aunque en la actualidad no se exige obligatoriamente. 4 Cf. n.285,10; y nuestra Teología de la caridad 2. a éd. (I3AC, Madrid 1963) n.50. 5 Jesucristo , ideal del monje c.ts n.3. L.II c.$. La v}da de oración 645 objeto de nuestros actos de religión y permanece unido a El, hecho visible en los misterios y en el poder de su gracia. No hay camino más seguro que este para permanecer unidos a Jesús y caminar hacia Dios. La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, nos conduce a Cristo, y Cristo nos conduce ai Padre haciéndonos gratos a El. ]Qué in¬ comparable seguridad, qué poderosa fecundidad de vida interior nos garan¬ tiza este camino espiritual!» No es de extrañar, por tanto, que el concilio Vaticano II, al proponerse «acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana y adaptar mejor a las necesidades de nuestro .tiempo las instituciones que están sujetas a cambio..., crea que le co¬ rresponde de un modo particular proveer a la reforma y al fomento de la liturgia» 6 . Y al explicar con más detalle la suma importancia de la liturgia afirma solemnemente el sacrosanto concilio 7 : «La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia, y aí mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor. Por su parte la liturgia misma impulsa a los fieles a que, saciados «con los sacramentos pascuales», sean «concordes en la piedad»; ruega a Dios que «conserven en su vida lo que recibieron en la fe»; y la renovación de la alian¬ za del Señor con los hombres en la eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo. Por tanto, de la liturgia, sobre todo de la eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin». Sin embargo, el propio concilio se encarga casi a renglón seguido de advertir que no basta la oración litúrgica, a pesar de su soberana eficacia. Es preciso prepararla y completarla con la oración particular o privada. He aquí las palabras mis¬ mas del concilio 8; «Con todo, la participación en la sagrada liturgia no abarca toda la vida espirituaL En efecto, el cristiano, llamado a orar en común, debe, no obs¬ tante, entrar también en su cuarto para orar al Padre en secreto (cf. .Mt 6,6); más aún, debe orar sin tregua, según enseña el Apóstol (cf, i Thess 5,17). Y ei mismo Apóstol nos exhorta a llevar siempre la mortificación de Jesús en nuestro cuerpo, para que también su vida se manifieste en nuestra carne mortal (cf. 2 Cor 4,10-11). Por esta causa pedimos al Señor, en el sacrificio de la misa que, «recibida la ofrenda de la víctima. espiritual», haga de nos¬ otros mismos una «ofrenda eterna» para sí». Vamos, pues, a hablar ahora de la oración particular o pri¬ vada, como complemento absolutamente indispensable de la oración pública o litúrgica. 6 Concilio Vaticano II, Constitución sobre ia sagrada liturgia n.i. 7 Ibid., n.io. 8 Ibid., n.12. 64 £> PJll. Desarrollo normal de la vida cristiana 2. La oración privada 488. 1. Excelencia y necesidad,—Si grande es la im¬ portancia de la oración pública o litúrgica, no es menor la eficacia santificadora de la oración, particular o privada, en¬ tendiendo por tal, principalmente, la oración mental practicada en el recogimiento y la soledad. Ambas formas de oración no solamente no son incompatibles entre sí, sino que se com¬ plementan y benefician mutuamente, siendo la oración mental el mejor fruto de la litúrgica, y a su vez, su mejor prepara¬ ción. Escuchemos al inmortal pontífice Pío XII en su admi¬ rable encíclica sobre la liturgia «En la vida espiritual no puede existir ninguna oposición o repugnancia entre la acción divina, que infunde la gracia en las almas para continuar nuestra redención, y la efectiva colaboración del hombre, que -no debe ha¬ cer vano el don de Dios (cf. 2 Cor 6,1); entre la eficacia del rito externo de los sacramentos, que proviene ex opere operato, y el mérito del que los administra o los recibe, acto que suele llamarse opm oper antis; entre las oraciones privadas y las plegarias públicas, entre la ética y la contemplación, entre la vida ascética y la piedad litúrgica, entre el poder de jurisdicción y de legítimo magisterio y la potestad eminentemente sacerdotal que se ejer¬ cita en el mismo sagrado ministerio. Por graves motivos, 2 a Iglesia prescribe a los ministros del altar y a los religiosos que, en determinados tiempos, atiendan a la devota meditación, al diligente examen y enmienda de la conciencia y a los otros ejercicios espirituales 10 , porque especialmente están destinados a realizar las funcio¬ nes litúrgicas del sacrificio y de la alabanza divina. Sin duda, la óraeión litúr¬ gica, siendo oración pública de la ínclita Esposa de Jesucristo, tiene una dignidad mayor que las oraciones privadas; pero esta superioridad no quiere decir que entre estos dos géneros de oración haya contraste u oposición. Las dos se funden y se armonizan, porque están animadas por un espíritu único; «Todo y en todos, Cristo» (Col 3,11), y tienden al mismo fin: «Hasta que se forme en nosotros Cristo» (Gal 4,19)». Cuatro años antes, en su encíclica sobre el Cuerpo místico de Cristo, había escrito el mismo pontífice Pío XII 11 : «Hay algunos que niegan a nuestras oraciones toda eficacia propiamente impetratoria, o que se esfuerzan por insinuar entre las gentes que las ora¬ ciones dirigidas a Dios en privado son de poca monta, mientras que las que valen de hecho son, más bien, las públicas, hechas en nombre de la Iglesia, ya que brotan del Cuerpo místico de Jesucristo. Todo esto es cier¬ tamente erróneo: porque el divino Redentor tiene estrechamente unidas a sí, no sólo a su Iglesia como esposa que es amadísima, sino en ella también a las almas de cada uno de los fieles, con quienes ansia conversar muy ínti¬ mamente, sobre todo después que éstas se acercan a la mesa eucarística. Y aunque la oración común y pública, como procedente de la misma Madre 9 Pío XII, encíclica M ediator Dei, del 20 de noviembre de 1947, n.36-37. 10 Gf. Código canónico, en. 125,126,5$ 5 - 5 71-595367. 11 Pío XII, encíclica Mystici corporis Chrisli, del 29 de junio de T943, n.40, en Colec¬ ción de encíclicas publicada por A. G. E. LJI c.3. La vida de oración 647 Iglesia, aventaja a todas las otras por razón de la dignidad de la esposa de Cristo, sin embargo, todas las plegarias, aun las dichas muy en privado, lejos de carecer de dignidad y virtud, contribuyen mucho a la utilidad del mismo Cuerpo místico en general, ya que en él todo lo bueno y justo que obra cada uno de los miembros redunda, por la comunión de los santos, 'en el bien de todos. Y nada impide a cada uno de los hombres, por el hecho de ser miembros de este cuerpo, el que pidan para sí mismos gracias espe¬ ciales, aun de orden terreno, con la debida sumisión a la voluntad divina, tod.a vez que son personas libres y sujetas a especiales necesidades 12 . Y cuán grande aprecio hayan de tener todos de la meditación de las cosas celestiales se demuestra no sólo por las enseñanzas de la Iglesia, sino también por el uso y ejemplo de todos los santos». Es, pues, un error funesto y pernicioso menospreciar o re¬ bajar la oración particular y privada, o concederle menos im¬ portancia de la que en realidad tiene, con el pretexto de que la oración pública o litúrgica es más excelente y eficaz. Ambas oraciones no sólo no son incompatibles entre sí, sino que han de ir estrechamente unidas a fin de influenciarse mutuamente y aumentar con ello, en alto grado, la eficacia santificadora que cada una de ellas tiene de por sí independientemente de la otra. Más aún: es un hecho comprobado experimentalmente en la vida de los santos que en ciertos estados de oración muy elevada—contemplación in¬ fusa—, la oración litúrgica les resulta altamente penosa y mortificante, aun¬ que cumplen fidelísimamente sus deberes litúrgicos con toda exactitud y cuidado. El reposo profundo de la oración contemplativa se aviene mal con las ceremonias externas que acompañan inevitablemente al rezo de las ora¬ ciones litúrgicas. Si el fenómeno contemplativo es muy intenso, se produce casi siempre la llamada «ligadura de las potencias», que les impide casi ma¬ terialmente pronunciar una sola palabra. Sólo violentándose mucho y lle¬ gando a veces a la misma distracción voluntaria consiguen desembeberse de su altísima oración contemplativa y rezar el oficio divino en el coro o en privado 13 . En estos casos sería manifiesta imprudencia resistir a la acción del Espíritu Santo, que está actuando intensísimamente en el alma, bajo el pretexto de atender a las oraciones vocales—por muy litúrgicas que sean—, a no ser cuando se trate de la santa misa, o del rezo obligatorio del oficio divino. 489. 2. Oración litúrgica y privada comparadas.— En un notable artículo sobre oración litúrgica y oración particu¬ lar, un célebre teólogo contemporáneo llega a las siguientes conclusiones 14 : 1. a La oración litúrgica es de. suyo la más excelente y eficaz. 2. a Todos los cristiaitos, y particularmente los sacerdotes y religiosos, deben ser competentemente aleccionados de esta excelencia y eficacia de la > 2 Cf. 11-11,83,5 y 6. 13 Cf. n-544 de esta misma obra, 14 Cf. Marceliano Llamara, O.P., Oración litúrgica y oración particular: Teología Es¬ piritual n.15 (1961) p.46i-478. 648 P.IIl. Desarrollo normal de la vida cristiana piedad litúrgica, para que la aprecien* la aprovechen, la prefieran y subordi¬ nen e inspiren en ella, cuanta puedan, su piedad particular. 3. a Aunque la excelencia y la eficacia del culto litúrgico son, en parte, indefectibles, requieren para su debido efecto, sobre todo en los partici¬ pantes en él, la cooperación de la religiosidad personal. 4. a La religiosidad cristiana no se limita y satisface con la plegaria litúr¬ gica, sino que exige múltiples variedades de piedad particular que la prepa¬ ran y complementan. 5. a La piedad particular o extralitúrgica es también oración cristiana y eclesial , es decir, realizada en dependencia y unión con Cristo y con la Iglesia, y al impulso del único y común Espíritu divino. 6 . a Aunque la oración comunitaria o litúrgica es de suyo superior y más eficaz, cabe que de hecho sea mejor y más ventajosa la verificada en particular». He aquí cómo, justifica el docto teólogo esta última conclu¬ sión: «Reconocida la superioridad en excelencia y eficacia de la oración litúr¬ gica, ya antes ponderada, es justo advertir que, de hecho, puede resultar mejor y más santificadora la particular, ¿Por qué razones? La primera y más respetable es, sin duda, el beneplácito divino, que se comunica cuando, como y cuanto quiere, y que da más o menos a cada uno, según le place. No hay razón contra esta razón. Nadie le ata las manos a Dios, como nadie sabe sus sapientísimos designios ni influye sus libérrimos quereres, La experiencia comprueba que la difusión de las gracias divinas de oración y de divina unión se da muchas veces en mayor abundancia fuera de las celebraciones litúrgicas. Otra motivación hay que verla en las condiciones peculiares del sujeto, es decir, en sus disposiciones actuales y concretas de todo orden, sobre todo de orden psicológico y moral. No hay duda de que éstas condiciones pueden, a veces, ser más favora¬ bles en una oración privada que en la oración oficial. Cabe, por ejemplo, que la urgencia de la necesidad, el fervor religioso de aquella hora, etc., fa¬ ciliten una buena oración particular. No olvidemos que, en definitiva, es cada alma la que ora, porque aun la oración común se la ha de apropiar y personalizar cada uno, y no siem¬ pre las funciones y fórmulas comunes responden a las predisposiciones per¬ sonales. Es, naturalmente, el sujeto el que ha de procurar acomodarse al espíritu religioso de la Iglesia. Pero es indudable que muchas veces el orante encuentra en la libertad de su comunicación personal con Dios mayor faci¬ lidad y mayor fruto. Las causas pueden ser múltiples; y entre ellas son de señalar el sentido de las plegarias rituales, que pueden contrastar con el sentimiento y ía ne¬ cesidad del orante; la amplitud de las mismas, que no se conmensura con la de su fervor interior; y más aún, la situación espiritual y psicológica de los sujetos, nada o muy poco compaginables, a veces, con las prácticas re¬ ligiosas externas. Se comprende que las prescripciones litúrgicas no pueden acomodarse a estas peculiaridades 15 y que las personas en cuestión han de participar 15 No: obstante, debería tenerse siempre muy presente la norma de moderación dada por Santo Tomás, que dice asi: «La medida de las cosas se determina por su fin, como la medicina por la salud. Por eso la oración deberla durar lo que convenga para excitar el fer¬ vor del deseo interior. Cuando ha rebasado esta medida, de tal modo que su continuación L.ll c3> La vida de oración 641 ) lo mejor que les sea posible en los oficios públicos que les sean obligados, pues, a pesar de sus inconveniencias, no dejarán de serles fructuosos. Pero es preciso reconocer que las exterioridades litúrgicas no son entonces el me¬ jor cauce para la piedad íntima de esas almas. Él modo en que Dios se les comunica es entonces el mejor para comunicarse con EK De todo esto se deduce con toda claridad y evidencia que no es buen sistema ni coincide con la verdad objetiva de las cosas el método exclusivista de los que pretenden hacer de la oración litúrgica la única forma aceptable de relacionar el alma con Dios, ni tampoco el de los que rebajan la importancia de la misma para conceder el monopolio santificador a la oración privada o particular. Ambos extremos son igualmente viciosos; la verdad se halla en el término medio, o sea, en la perfecta armonía y compenetración de ambas formas de oración, que se benefician mutuamente con sus respectivas ventajas, y .ex¬ celencias. «La oración—escribe dom Columba Marmion, refiriéndose a la men¬ tal 16 —es uno de los medios más eficaces para realizar acá en la tierra nues¬ tra unión con Dios y nuestra imitación de Jesucristo. El contacto frecuente del alma con Dios en la fe, por la oración y la vida de oración, ayuda podero¬ samente a la transformación de nuestra alma desde el punto de vista sobre¬ natural. La oración bien hecha, la vida de oración/es transformante. Más aún, la unión con Dios en la oración nos pone en trance de partici¬ par con mayor fruto de los otros medios que Cristo ha establecido para comunicarse a nosotros y hacemos semejantes a El. ¿Por qué así? ¿Será la oración más eminente, más eficaz, que el santo sacrificio, que la recepción de los sacramentos, que son los canales auténticos de la gracia? Ciertamente no. Cada vez que nos acercamos a estas fuentes recibimos un aumento de gracia, un acrecentamiento de vida divina. Pero este acrecentamiento de¬ pende, en parte al menos, de nuestras disposiciones. Ahora bien, ía oración, la vida de oración, mantiene, estimula, aviva y perfecciona estos sentimientos de fe, de humildad, de confianza y de amor, cuyo conjunto constituye la mejor predisposición del alma para recibir la abundancia de la gracia divina. Un alma familiarizada con la oración saca mayor provecho de los sacramentos y de los restantes medios de salvación que otra en la que la oración, intermitente, se realiza sin continuidad y sin vigor. Un alma que no se entrega con fidelidad a la oración, puede recitar el oficio divino, asistir a la santa misa, recibir los sacramentos, oír la palabra de Dios; pero sus progresos serán con frecuencia muy mediocres. ¿Poi: qíié así? Porque el autor principal de nuestra perfección y de nuestra santidad es el mismo Dios, y la oración mantiene al alma en contacto frecuente con Dios; la oración establece y, después de haberlo establecido, mantiene en el alma como un brasero, en el cual, aunque no siempre en actividad, se esconde siempre el fuego del amor; y cuando esta alma se pone en comuni¬ cación directa con la vida divina, por ejemplo en los sacramentos, es como un soplo poderoso que la envuelve, la levanta y la llena con una abundancia maravillosa. La vida sobrenatural de un alma se mide por su unión con Dios produciría tedio, no se debe prolongar más... E igual que hay que tener esto en cuenta en ia oración particular con respecto al fervor del orante, también hay que tenerla en la ora¬ ción común, por referencia a la devoción del pueblo? (2-2,83,14). 16 En Jesucristo, vida del alma Il.ro. 650 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana por Cristo en la fe y en el amor; es preciso que este amor se manifieste en actos; peto estos actos, para ser producidos de una manera regular e intensa, reclaman la vida de oración. Puede asegurarse que, de ley ordinaria, nuestro progreso en el amor divino depende prácticamente de nuestra vida de oración,» Y vamos a pasar abora a otro punto interesantísimo de la vida de la oración: sus diferentes grados y principales fenóme¬ nos que les acompañan. SECCION III Los GRADOS DE ORACIÓN 490* i. Introducción.—A Santa Teresa de Jesús debe¬ mos la clasificación más profunda y exacta de los grados de oración que se conoce hasta la fecha. En su genial Castillo interior va describiendo las etapas sucesivas de la santificación del alma en tomo a su vida de oración. Para la gran santa de Avila, los grados de oración coinciden con los de la vida cris¬ tiana en su marcha hacia la santidad. Este punto de vista, que puede justificarse plenamente por la razón teológica—la in¬ tensidad de la oración coincide con la de la caridad—, fue confirmado por San Pío X,.en carta al general de los Carmelitas el 7 de marzo de 1914, al decir que los grados de oración ense¬ ñados por Santa Teresa representan otros tantos grados de su¬ peración y ascenso hacia la perfección cristiana 1 . Sería, pues, aventurado y temerario intentar una nueva clasificación. Nosotros vamos a seguir las huellas de la gran santa española, bien persuadidos de que haciéndolo así pisamos terreno firme y seguro. Se ha reprochado a Santa Teresa que insiste demasiado en lo psicológico, con perjuicio de lo teológico 2 . Creemos, sin embargo, que esta acusación —que tiene, desde luego, un fundamento real—no se puede lanzar contra una mujer que no se propuso en sus libros «hacer teología», sino únicamente enseñar a sus monjas en lenguaje sencillo y familiar, «como de vieja caste-, llana junto al fuego», el verdadero camino de perfección o sendero que habían de recorrer para alcanzar las cumbres de la santidad. Falta en ella, natural¬ mente, la doctrina teológica, especulativa, de principios; se mueve única¬ mente en el terreno psicológico y experimental. Pero sus magistrales des¬ cripciones concuerdan y se armonizan maravillosamente con los principios teológicos más firmes. Al teólogo profesional corresponde señalar el entron¬ que y; concordancia de ambas cosas; pero de ningún modo puede prescindir de esos datos experimentales, en los que Santa Teresa aparece como maes- 1 He aquí las palabras del Santo Pontífice: «... gradus orationis quod numei-antur vcktti totidem superiores in christiana perfectione ascensus esse...* (cf. De Guibert, Documenta ecclesiastica christianae perfectiojiis studhim spectantia n,6.36). 2 Cf. Dom Stolz, O.S.B., Teología de la mística, en el capitulo titulado *Vida de oración y ascensión mística*, P.152SS (ed. Madrid 1951). L.ll c.5. La vida de oración 651 tra consumada. Sus descripciones experimentales no han sido superadas has¬ ta ahora absolutamente por nadie—ni siquiera por San Juan de la Cruz—y nos parece muy difícil que lo puedan ser jamás. Ni se diga que Santa Teresa se limita a describir su propia experiencia , y que, por lo mismo, sus descripciones no tienen valor universal ni pueden aplicarse a todas las almas. A esto hemos de responder varias cosas: 1. a No es enteramente cierto que Santa Teresa se limite a describir su propia experiencia. La Santa conoció y tuvo trato íntimo con gran número de almas que caminaban a su lado por los senderos de la vida espiritual. Do¬ tada como estaba de excepcionales dotes de talento natural y de agudísima penetración psicológica, se fijó en las reacciones de esas almas, observó cui¬ dadosamente sus luchas y dificultades, recibió sus confidencias más íntimas, examinó sus fenómenos extraordinarios y se aprovechó largamente de todo en la redacción de sus obras magistrales. No siempre se refiere a ella misma cuando dice: «Yo conocí un alma..,,* me dijo una vez un alma que lo había experimentado bien...», etc. Pocos, poquísimos maestros de la vida espiri¬ tual y directores de almas han tenido a su disposición tantos datos y de tan alto Valor como los que logró reunir Santa Teresa en el trato directo con las almas. 2 . a Nadie más enemigo que Santa Teresa de clasificaciones estrechas y de «libros muy concertados» 3 . Ella misma nos advierte al comenzar su Cas¬ tillo interior o libro de Las Moradas que «no hemos de entender estas mora¬ das una en pos de otra, como cosa enhilada... Porque las cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud y anchura y grandeza... Esto im¬ porta mucho a cualquier alma que tenga oración, poca o mucha, que no la arrincone ni apriete. Déjela andar por estas moradas, arriba y abajo y a los lados, pues Dios la dio tan gran dignidad: no se estruje en estar mucho tiempo en una pieza sola» 4 . Y un poco más. adelante nos dice: «Por eso digo que no consideren pocas piezas, sino un millón; porque de muchas maneras entran almas aquí...» 5 6 De manera que las moradas teresianas, según proclama la misma Santa, no constituyen departamentos estancos e irreductibles. Caben en ellas in¬ finidad de matices y pueden caminar por ellas holgadamente todas las almas que aspiren a la perfección, cualquiera que sea el camino particular por don¬ de el Espíritu Santo las conduzca. Pero como punto de partida para una cla¬ sificación ordenada y metódica de los principales grados y manifestaciones de la vida de oración en sus líneas fundamentales, nos parece que las des¬ cripciones de Santa Teresa son de un precio y valor incalculable por llegar hasta las raíces más hondas de la psicología humana común a todas las almas. Por estas razones, nosotros vamos a seguir a la gran Doctora Mística con escrupulosa fidelidad. Esto no quiere decir que dejemos de aprovechar al paso las preciosas enseñanzas de otros grandes místicos experimentales, so¬ bre todo las de San Juan de la Cruz, en todo tan conforme con Santa Teresa; de San Francisco de Sales, del Venerable P. Granada—otro gran maestro de la vida de oración—y de otros muchos antiguos y modernos, que comple¬ tarán y redondearán las doctrinas teresianas 0 . En todo caso, no es menester advertir que tendremos siempre delante los grandes principios del Doctor Angélico, con tos que tan maravillosamente concuerdan las enseñanzas de Santa Teresa. 3 Cf. Camino zi a- 4 Moradas primera:: 11 , 8 . s Ibid.j TTj.1 2 . 6 El lector que quiera más abundante información sobre tes principales clasificaciones de los grados de oración propuestos antes y después de Santa Teresa, puede encontrarla en RttsET, La mystiyue divine t.i c.io y en el P. Arintero, Grados de oración a.6. 652 P.I 1 I. Desarrollo normal de la vida cristiana 491. 2. Clasificación que adoptamos*— He aquí en es¬ quema la clasificación de los grados de oración propuesta por la mayoría de los autores espirituales en pos de las huellas de Santa Teresa, que vamos a exponer detalladamente en las pᬠginas siguientes: i, 0 Oración vocal* 2. 0 Meditación, 3. 0 Oración afectiva. 4. 0 Oración de simplicidad. 5. 0 Recogimiento infuso. 6.° Quietud. 7. 0 Unión simple. 8.° Unión extática. 9. 0 Unión transformativa. Los tres primeros grados pertenecen a la vía ascética , que comprende las tres primeras moradas del Castillo interior; el cuarto señala el momento de transición de la ascética a la mís¬ tica, y los otros cinco pertenecen a la vía mística , que comienza en las cuartas moradas y llega hasta la cumbre del castillo (san¬ tidad consumada). El paso de los grados ascéticos a los místicos se hace de una manera gradual e insensible, casi sin darse cuenta el ialma, como veremos ampliamente en su lugar. Son las etapas fundamentales del camino de la perfección, que van sucediéndose con espontánea naturalidad, poniendo claramen¬ te de manifiesto la unidad de la vida espiritual y la absoluta normalidad de la mística, a la que todos estamos llamados, y a la que llegarán de hecho todas las almas que no pongan obstáculos a la acción de la gracia y sean enteramente fieles a las divinas mociones del Espíritu Santo, A) ETAPA PREDOMINANTEMENTE ASCETICA 492, Decimos predominantemente (y no ascética , sin más) porque, como ya hemos explicado en otro lugar, no se da nunca en la vida cristiana una etapa exclusivamente ascética y otra exclusivamente mística. La ascética y la mística se compenetran mutuamente como dos aspectos distintos de un mismo camino espiritual, en cuya etapa primera predominan los actos ascéti¬ cos, y en la segunda, los místicos, El asceta comienza ya a recibir desde los primeros pasos de su vida espiritual cierta influencia más o menos latente o intensa de los dones del Espíritu Santo (mística) y el místico más encumbra¬ do realiza con frecuencia actos francamente ascéticos con ayuda de la gracia ordinaria. Se trata, pues, de mero predominio de unos u otros actos; no de ex¬ clusivismos de ninguna clase. Hemos explicado todo esto en otra parte,- don¬ de remitimos al lector (cf. n. 177-180). L.ÍI c.3. La vida de oración 653 Primer grado de oración: la vocal El primer grado de oración, al alcance de todo el mundo, lo constituye la'vocal. Es aquella que se manifiesta con las pala¬ bras de nuestro lenguaje articulado , y constituye la forma casi única de la oración pública o litúrgica. 493. 1. Conveniencia y necesidad de la oración vo¬ cal.—Santo Tomás se pregunta en. la Suma Teológica «si la oración debe ser vocal» (11-11,83,12). Contesta diciendo ; que forzosamente tiene que serlo la oración pública hecha por lós ministros de la Iglesia ante el pueblo cristiano qué ha de par¬ ticipar en ella, , pero no es de absoluta necesidad cuando la oración se hace privadamente y en particular. Sin embargo —añade—, no hay inconveniente en que sea vocal la misma ora¬ ción privada por tres razones principales: a) para excitar la devoción interior, por la cual se eleva el alma a Dios; de donde hay que concluir que debemos usar de las palabras exteriores en la medida y grado que exciten nuestra devoción, y no más; si nos sirven de distracción parala devoción interior, hay que callar 1 ;.bJ para ofrecerle a Dios el homenaje de nuestro cuerpo además de nuestra alma; ye) para desahogar al exterior la vehemencia del afecto interior. Nótese la singular importancia de esta doctrina. La oración vocal de tal manera depende y se subordina a la mental, que en privado, únicamente para excitar o desahogar aquélla, tiene razón dé ser. Es cierto que con ella ofrecemos, además, un homenaje corporal a la divinidad; pero desligada de la mental, en realidad ha dejado de ser oración, para convertirse en un acto puramente mecánico y sin vida. Volveremos sobre esto al hablar de la ne¬ cesidad de la atención. La necesidad de la oración vocal es manifiesta en la oración pública o litúrgica;, únicamente a hase.de ella pueden interve¬ nir.todos los fieles en una oración común. Y en igualdad de condiciones, o sea, realizada con el mismo grado de fervor, es más provechosa que la privada; hay un texto del todo claro en el Evangelio 8 . Además, cuando se trata de la oración oficial de la Iglesia, tiene una particular eficacia santiñeadora en virtud de la intervención misma de la Iglesia, que suena ante los oídos del Señor como la voz de la esposa: «vox sponsae» Con todo, siempre será cierto que nada absolutamente puede suplir al 7 A no ser—naturalmente—que la oración vocal sea obligatoria para el que la emplea, como lo es para el sacerdote y religioso de votos solemnes el rezo del breviario. 8 Mt 18,20: «Porque donde están dos o tres congregados én mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». 9 Cf. las preciosas conferencias de Dom Columba Masmion dedicadas a la oración litúr¬ gica en Jesucristo, vida dcl alma c.q, y en Jesucristo, ideal del monje 14 y 15. • 654 PAU. Desarrollo normal de la vida cris ¿tana fervor de la caridad con que se realiza la oración. Y así, si un alma ejercita con mayor conato e intensidad el amor a Dios en la oración callada y mental que en la vocal, merecerá más con aquélla y deberá renunciar a sus oraciones vocales, a excepción de las estrictamente obligatorias según su estado. Lo contrario sería preferir lo menos perfecto en perjuicio de lo mejor y con¬ fundir lamentablemente la devoción con las devociones, 494* 2. Sus condiciones*—Según Santo Tomás y la na¬ turaleza misma de las cosas, la oración vocal ha de tener dos condiciones principales: atención y profunda piedad. a) Atención,—A l contestar el Doctor Angélico a la pre¬ gunta sobre «si la oración ha de ser atenta» (83,13), establece unas luminosas distinciones que es preciso tener muy en cuenta. La oración—dice—-tiene o produce tres efectos: el primero es merecer, como cualquier otro acto de virtud, y para ello no es menester la atención actual, basta la virtual 10 . El segundo es impetrar de Dios las gracias que necesitamos,. y para ello basta también la atención virtual, aunque no bas¬ taría para ninguno de estos dos efectos la simplemente habitual, El tercero, finalmente, es cierto deleite o refección espiritual del alma, y para sentirlo es absolutamente necesaria la atención actual.- A continuación señala el Angélico Doctor la triple clase de .atención que se puede poner en la oración vocal, a saber: la material, que atiende a pro¬ nunciar correctamente las palabras en las fórmulas de oración; la literal, que se fija y atiende al sentido de esas palabras, y la espiritual o mística , que atien¬ de al fin de la oración, o sea a Dios y a la cosa que se pide. Esta última es la más excelente, pero el ideal consiste en la unión de las tres, que son perfec¬ tamente compatibles entre sí. Es admirable la correspondencia entre esta doctrina del Angélico y la de Santa Teresa de Jesús. La insigne monja cas¬ tellana parece salir de las aulas de una facultad de Teología cuando escribe con galanura inimitable: «Porque a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este cas¬ tillo es la oración y consideración; no digo más mental que vocaL que como sea oración ha de ser con consideración. Porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios. Porque aunque algunas veces sí será aunque no lleve ;este cuidado, más es habiéndole llevado otras. Mas quien tuviese de costumbre hablar con la majestad de Dios como hablaría con su esclavo, 10 Sabido es que la atención puede sor externa e interna . La primera es aquell&;que evita todos los actos externos que serian del todo incompatibles con la atención a lo qiie se está haciendo interiormente (v.gr., la lectura—durante la oración—de un libro completamente ajeno a ella). La interna es la que excluye, además, la divagación de la mente. Esta última se subdivide en habitual, virtual y actual. La íviNtunf—que sólo abusivamente se puede llamar atención, porque en realidad no es talles la que tienen permanentemente, aun durante 'el sueño, las| personas que suelen llevar una vida de oración. Más que atención es una propen¬ sión a la atención. La virtual es la que se tuvo al principio de la oración y perdura a todo lo largo de la misma mientras no se retracte, aunque sobrevengan distracciones involuntarias-. Y la actual es la que hic et nunc está atendiendo a la oración dándose^plena cuenta de ello. L.ll c.3. La vida de oración 655 que ni mira si dice mal,, sino ío que se le viene a la boca y tiene aprendido por hacerlo otras veces, no la. tengo por oración, ni plegue a Dios que ningún cristiano la tenga de esta suerte» 11 . De manera que la oración vocal para que sea propiamente oración, es menester que sea atenta. La atención actual sería la mejor, y a conseguirla a toda costa han de enderezarse los esfuerzos del alma 12 , Pero al menos es indispensable la virtual , que se ha puesto intensamente al principio de la oración y si¬ gue influyendo en toda ella a pesar dé las distracciones invo¬ luntarias que puedan sobrevenir. Si la distracción es plenamen¬ te voluntaria, constituye un verdadero pecado de irreverencia, que, según el Doctor Angélico, impide el fruto de la oración (83,13 ad 3). h) Profunda piedad. —Es la segunda condición, comple¬ mentaria de la anterior. Con la atención aplicábamos nuestra inteligencia a Dios. Gon la piedad ponemos en contacto con El el corazón y la voluntad. Esta piedad profunda envuelve y su¬ pone un conjunto de virtudes cristianas de primera categoría: la caridad, la fe viva, la confianza, la humildad, la devoción y reverencia ante la Majestad divina y la perseverancia (83,15). Es preciso llegar a recitar así nuestras oraciones vocales. Ño hay inconveniente en disminuir su número si no nos es posi¬ ble recitarlas todas en esta forma. Pero lo que en modo alguno puede admitirse es convertir la oración en un acto mecánico y sin vida, que no tiene ante Dios mayor influencia que la que podrían tener esas mismas oraciones recitadas por un gramófo¬ no o cinta magnetofónica. Más vale una sola avemaria bien rezada que un rosario entero con voluntaria y continuada dis¬ tracción. Esto nos lleva a plantear la cuestión del tiempo que ha de durar la oración vocal. 495. 3, Duración de la oración vocal*—Santo Tomás se plantea expresamente este problema al preguntar «si la ora¬ ción ha de ser muy larga» (83,14). Contesta con la clarividencia de siempre, estableciendo una distinción. En su causa—dice—, esto es, en el afecto de la caridad, de donde tiene su origen, la oración debe ser permanente y continua, porque el influjo actual o virtual de la caridad ha de alcanzar a todo el conjunto de nuestra vida; f y en este sentido, todo cuanto hacemos estando en gracia de Dios y bajo la influencia de la caridad puede de¬ cirse que es oración. Pero, considerada en sí misma y en cuanto 11 Moradas primeras 1 , 7 - 12 Véase lo que hemos dicho al hablar de la purificación activa de la memoria y de la imaginación (cf. n.245-46), que es muy conveniente para evitar las distracciones en la oración. 656 P.I1I, Desarrollo normal de la vida cristiana tal, la oración no puede ser continua, ya que hemos de vacara otros muchos negocios indispensables. Ahora bien: la cantidad de una cosa cualquiera ha de ser proporcionada al fin a que se ordena, como la cantidad de medicina que tomamos es ni más ni menos que la necesaria para la salud, De donde hay que con¬ cluir que la oración debe durar todo el tiempo que. sea menester para excitar el fervor interior, y no mas. Cuando rebase esta medida de tal forma que no pueda continuarse sin tedio ni fastidio, ha de cesar la oración.-Y esto ha de tenerse en cuenta no sólo en la oración privada, sino también en la pública, que debe durar cuanto sea menester* para excitar la devoción del pueblo, sin causarle tedio ni aburrimiento. De esta luminosa doctrina se desprenden las siguientes consecuencias prácticas: 1. a No-es conveniente multiplicar las palabras en la 'oración, sino in¬ sistir sobre todo en el afecto interior. Nos lo advierte expresamente el Señor en el Evangelio: «Cuando orareis no habléis, mucho, como los gentiles, que piensan serán escuchados a fuerza de palabras, No os asemejéis a elios, pues vuestro Padre conoce perfectamente las cosas que necesitáis antes de que se las pidáis» (Mt 6,7-8); Ténganlo en cuenta tantos devotos y devotas que se pasan el día recitando plegarias inacabables, con descuido acaso de sus deberes más apremiantes. 2. a No. se confunda la prolijidad en las.fórmulas de oración—que debe cesar cuando se haya logrado el afecto o fervor interior—con la permanen¬ cia en oración mientras dure ese fervor. Esto último es convenentísimo y debe prolongarse todo él tiempo que sea posible, incluso varias horas, si es compatible con íos deberes del propio .estado (cf. 8-3,14 ad 1,2 et 4). El mismo Cristo nos dio ejemplo de larga oración* pasando a veces en ella las noches enteras (Le 6,12) e intensificándola en medio de su agonía de. Get T semaní (Le 22,43), aunque sin multiplicar las palabras, sino empleando siempre la misma breve fórmula; «fíat voluntas tua». 3. a Como el fin de. la oración, vocal es excitar el afecta interior, no he¬ mos de vacilar un instante en abandonar las oraciones vocales-a no ser que sean obligatorias—para entregarnos al fervor interior de la voluntad cuando éste ha brotado con fuerza. Sería un error muy grande querer continuar en¬ tonces ..el rezo vocal, que habría perdido ya toda su razón de ser y podría estorbar ál fervor interior 13 . 496. 4. Las fórmulas de oración vocal.—Es imposi¬ ble sobre este asunto dar normas fijas que tengan valor universal para todas las almas. Cada una ha de seguir el impulso interior del Espíritu Santo y emplear.las fórmulas que más exciten su fervor y devoción, o no emplear ninguna determinada si en¬ cuentra la paz hablando sencillamente con Dios como un niño 13 He aquí cómo expone esta doctrina él dulce San Francisco pe Sales: '■Si, haciendo oración ivocal, sentís vuestro .corazón átraído y convidado a la oración interior o mental, , no rehuséis hacerlo asi, mas dejad vuestro corazón inclinarse dulcemente de ese lado y no os preocupéis poco ni mucho de no haber terminado las oraciones vocales que teníais intención de recitar; porque la oración mental que habéis hecho en su lugar es más agradable á Dios y más útil a vuestra alma. Exceptúo el ofició eclesiástico, si estáis obligado a decirlo, porque en este caso es preciso cumplir él deber» {Vida devota p;2. a c.i n.9); L.Il c.3. La vida de oración 657 pequeño con su padre. Objetivamente hablando, es indudable que las mejores fórmulas son las que la Iglesia nos propone en su liturgia oficial. Tienen una eficacia especial para expresar los deseos de la Esposa de Cristo y recibir la influencia colectiva de los miembros todos de su Cuerpo místico. Las fórmulas más conocidas y familiares son precisamente las de más hondo contenido y profundidad. No hay nada comparable al Padre nuestro, el avemaria, el credo, la salve, el Gloria, el Angelus , las oraciones de la mañana y de la noche, la bendición de la mesa, las palabras que pronunciamos al hacer la señal de la cruz, al acercarnos a . comulgar, el acto de contrición y la confesión general. El rezo del rosario, tan profundo y sencillo al mismo tiempo, constituye también una de las plegarias favoritas del pueblo cristiano deseoso de honrar a María y recibir de ella su bendición maternal. No podemos detenernos en exponer esas preciosas fórmulas de oración, pero es forzoso que hagamos una excepción con la más excelente y sublime de todas: el Padre nuestro, llamado también «oración dominical» por haber brotado de los labios mismos del divino Redentor. 497. 5. Exposición del Padre nuestro*—Santo Tomás pregunta en un artículo de la Suma Teológica «si están bien puestas las siete peticiones del Padre nuestro» (83,9). Creemos que la maravillosa doctrina' que expone al contestar afirmati¬ vamente hace de ese artículo uno de los más sublimes y pro¬ fundos de su obra inmortal, verdadero alcázar de la Teología católica. He aquí la doctrina del Santo, con algunas ampliaciones para facilitar su plena inteligencia a los no versados en Teología. Comienza Santo Tomás diciendo que la oración dominical es perfectísima, ya que en ella se contiene todo cuanto hemos de pedir y en el orden mismo con que hay que pedirlo. He aquí sus palabras; «La oración del Señor es perfectísima; porque, como dice San Agustín, si oramos recta y congruentemente, nada absolutamente podemos decir que no esté contenido en esta oración. Porque como la oración es como un intérprete de nuestros deseos ante Dios, solamente podemos pedir con rectitud lo que rectamente podemos desear. Ahora bien: en la oración dominical no sólo se piden todas las cosas que rectamente podemos desear, sino hasta por el orden mismo con que hay que desearlas; y así esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que informa y rectifica todos nuestros afectos y deseos». A continuación comienza el Angélico la exposición del Pa¬ dre nuestro. Para entender el primer párrafo conviene tener presente lo que ya dejamos explicado al comienzo de esta obra, a saber: que el fin último y absoluto de la vida cristiana es la Teol. perfección 23 658 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana gloria de Dios, y el fin secundario o relativo es nuestra propia perfección y felicidad (cfi n,36-37), Escuchemos ahora a Santo Tomás: «Es cosa clara que lo primero que hay que desear es el fio; y después los medios para llegar a él. Ahora bien: nuestro fin es Dios. Y hacia El tien¬ den nuestros afectos de dos maneras: la primera, en cuanto queremos la gloria de Dios; la segunda, en cuanto queremos gozar de ella. La primera pertenece al amor con que amamos a Dios en sí mismo; la segunda corres¬ ponde al amor con que nos amamos a nosotros en Dios. Y por eso la pri¬ mera petición del Padre nuestro es santificado sea tu nombre, por la cual pe¬ dimos la gloria de Dios; y la segunda es venga a nosotros tu reino, por la cual pedimos llegar a la gloria de su reino, esto es, alcanzar la vida eterna». Como se ve, las dos primeras peticiones del Padre nuestro no pueden ser más sublimes. En la primera pedimos la gloria de Dios, o sea, que todas las criaturas reconozcan y glorifiquen (eso significa aquí santificar) el nombre de Dios. Tal es el fin último de la creación: la gloria de Dios, o, más exacta y teoló¬ gicamente, Dios mismo glorificado por sus criaturas. Esta gloria de Dios constituía la obsesión de todos los santos. En la cum¬ bre de la montaña de la santidad se lee siempre e indefectible¬ mente el rótulo que puso San Juan de la Cruz en lo alto de su Monte Carmelo: «Sólo mora en este monte la honra y gloria de Dios». El yo humano, terreno y egoísta, ha muerto definitiva¬ mente. Pero Dios ha querido encontrar su propia.gloria en nuestra propia felicidad. No solamente no se nos prohíbe, sino que se nos manda desear nuestra propia felicidad en Dios. Pero única¬ mente en segundo lugar, en perfecta subordinación a la gloria de Dios, en la medida y grado de su beneplácito divino: «bus¬ cad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6,33). Al pedirle a Dios el advenimiento de su reino sobre nosotros, le pedimos en realidad la gracia y la gloria para nosotros; o sea, lo más grande y sublime que po¬ demos pedir después de la gloria de Dios. Después del fin principal y secundario hay que desear, ló¬ gicamente, los medios para alcanzarlo. Sigamos escuchando a Santo Tomás: «Al fin que acabamos de decir nos puede ordenar algo de dos maneras: directa o indirectamente 14 . Directamente (per se) nos ordena el bien que sea útil al fin. Y este bien puede ser de dos maneras: primaria y principalmente, nos ordena al fin el mérito con que merecemos la bienaventuranza eterna obedeciendo a Dios, y por esto se ponen aquellas palabras: hágase tu volun¬ tad en la tierra como se hace en el cielo; secundaria e instrumentalmente, todo 1 4 El Santo emplea la fórmula escolástica per se y per accidens, que en nuestro caso puede traducirse muy bien por directa e indirectamente. L.ll c.3. La vida de oración 659 aquello que puede ayudarnos a merecer la vida eterna, y para esto se dice: el pan nuestro de cada día dánosle hoy. Y esto es verdadero tanto si se entiende del pan sacramental, cuyo uso cotidiano es muy provechoso al hombre (y en el que se sobrentienden todos los demás sacramentos), como si se entiende del pan material, significando con ese pan todas las cosas necesarias para vivir; porque la Eucaristía es el principal sacramento, y el pan material es el principal alimento». Gomo se ve, después de haber pedido lo relativo al fin prin¬ cipal y al secundario, se empieza inmediatamente a pedir lo relativo a los medios. También aquí se procede ordenadamente, pidiendo en primer lugar que cumplamos la voluntad de Dios de manera tan perfecta, si fuera posible, como se cumple en el cielo. Es porque el cumplimiento de la voluntad de Dios es el único medio directo e inmediato de glorificar a Dios y de santifi¬ car nuestra alma. Nadie se santificará ni podrá glorificar a Dios más que cumpliendo exacta y rigurosamente su divina y adora¬ ble voluntad. Si Dios nos pide oscuridad y silencio, enferme¬ dad e impotencia, vida escondida y desconocida, es inútil que tratemos de glorificarle o de santificarnos soñando en grandes empresas apostólicas o en obras brillantes en el servicio de Dios: andaremos completamente fuera de camino. Nada glo¬ rifica a Dios ni santifica al alma sino el perfecto cumplimiento de su divina voluntad. Pero, al lado de este medio fundamental e inmediato, nece¬ sitamos también la ayuda de los medios secundarios , simboliza¬ dos en la palabra pan , que es el alimento por excelencia. Pedi¬ mos el pan , o sea, lo indispensable para la vida (nada de rique¬ zas y honores, que son bienes fugaces y aparentes, que tanto se prestan a desviamos de los caminos de Dios); y únicamente para hoy, «con el fin de quedar obligados a pedirlo mañana y corregir nuestra codicia»—como dice admirablemente el cate¬ cismo—y para que descansemos confiados y tranquilos en los brazos de la providencia amorosísima de Dios, que alimenta a los pájaros del cielo y viste a las flores del campo con soberana hermosura (Mt 6,25-34). Sigamos la exposición de Santo Tomás. «Indirectamente (per accidens) nos ordenamos a la bienaventuranza re¬ moviendo los obstáculos que nos la podrían impedir. Tres son estos obstácu¬ los: el primero y principal es el pecado, que nos excluye directamente deí reino de los cielos, y por esto decimqs perdónanos nuestras deudas. El segundo es la tentación , que es como la antesala del pecado y puede impedirnos el cumplimiento de La divina voluntad, y por esto añadimos no nos dejes caer en la tentación. El tercero, finalmente, lo constituyen todas las demás cala¬ midades de la vida que pueden perturbar nuestra alma, y para ello decimos líbranos de todo maU. 660 P.11L Desarrollo normal de la vida cristiana A través de esta magnífica exposición de Santo Tomás —completada todavía con la solución a las objeciones—, se advierte claramente que es imposible pedir a Dios más cosas, ni mejores, ni más ordenadamente, ni con menos palabras, ni con mayor sencillez y confianza que en la sublime oración del Padre nuestro* Por eso, los santos, iluminados por Dios me¬ diante los dones del Espíritu Santo, encuentran un verdadero «maná escondido» en la oración dominical. Viven de ella años enteros, y aun toda la vida, alimentando su oración con sus divinas peticiones. Santa Téresita llegó a no encontrar gusto sino en el Padre nuestro y avemaria 15 . Santa Teresa lo comen¬ ta magistralmente en su Camino de perfección 16 . Y muchas al¬ mas sencillas y humildes encuentran en él pasto abundantísimo para su oración 17 y hasta para remontarse a las más altas cum¬ bres de la contemplación y unión con Dios. Lo dice expresa¬ mente Santa Teresa de Jesús: «Conozco una persona que nunca pudo tener sino oración vocal, y asida a ésta lo tenía todo; y si no rezaba, íbásele el entendimiento tan perdido, que no lo podía sufrir. Mas tal tengamos todos la mental. En ciertos P aternósters que rezaba a las veces que el Señor derramó sangre se estaba, y en poco más rezado, algunas horas. Vino una vez a mí muy acongojada, que no sabía tener oración mental ni podía contemplar, sino rezar vocalmente. Pregun¬ tóle qué rezaba; y vi que, asida al Paternóster , tenía pura contemplación y la levantaba el Señor a juntarla consigo en unión; y bien se parecía en sus obras recibir tan grandes mercedes, porque gastaba muy bien su vida. Así, alabé al Señor y hube envidia su oración vocal. Si esto es verdad, como lo es, no penséis los que sois enemigos de contemplativos que estáis libres de serlo, si las oraciones vocales rezáis como se han de rezar, teniendo limpia conciencia» IS . Y en otro lugar de sus obras añade la insigne Doctora Mística este es¬ pléndido panegírico del Padre nuestro; «Es cosa para alabar mucho al Señor cuán subida en perfección es esta oración evangelical, bien como ordenada de tan buen Maestro, y así podemos, hijas, cada una tomarla a su propósito. Espántame ver que en tan pocas palabras está, toda la contemplación y per¬ fección encerrada , que parece no hemos menester otro libro, sino estudiar en éste. Porque hasta aquí nos ha enseñado el Señor todo el modo de oración y de alta contemplación, desde los principiantes a la oración mental y de quietud y unión que, a ser yo para saberlo decir, se pudiera hacer un gran libro de oración sobre tan verdadero fundamento » 19 . Es, pues, de la mayor importancia en la vida espiritual- el rezo ferviente de las oraciones vocales. Nunca se pueden omitir del todo, ni siquiera en las más altas cumbres de la santidad. Llega un momento, como veremos, en el que empeñarse en 1 5 «Algunas veces, cuando mi espíritu se halla en gran sequedad, de modo que no se me ocurre ni un pensamiento bueno, rezo muy despacio un Padrenuestro o un avemaria. Estas oraciones son las únicas que me elevan, las que nutren mi alma a lo divino; ellas me bastan? (Historia de un alma c.ion.iq). J 6 Desde e! capitulo 27 hasta el 42 (final del libro). 17 Recuérdese el caso de aquella pobre vaquera que hemos citado más arriba (cf. n.409,1). 18 Camino 30,7. 19 Camino 37,1; cf. 42,5. L.ll c.3. La vida de oración 661 continuar el procedimiento discursivo de la meditación ordi¬ naria representaría una imprudencia y un gran obstáculo para ulteriores avances; pero esto jamás ocurre con la oración vocal, Siempre es útil y conveniente, ya sea para excitar el fervor in¬ terior, ya para desahogarlo cuando es demasiado vehemente» La enemistad con las oraciones vocales es un signo de mal es¬ píritu, en el que han incurrido una verdadera legión de almas ilusas y de falsos místicos. Segundo grado de oración: la meditación Siendo abundantísima la literatura religiosa sobre la meditación discur¬ siva como forma ordinaria de oración mental en la mayor parte de las per¬ sonas piadosas, nos limitaremos a recoger aquí con brevedad los puntos fundamentales. • 498. 1. Naturaleza.—La meditación discursiva puede definirse como la aplicación razonada de la mente a una verdad sobrenatural para convencernos de ella y movernos a amarla y practicarla con ayuda de la gracia, El examen detallado de la definición nos dará a conocer los elementos fundamentales de este modo de oración. «La aplicación razonada de la mente..,» —Es el elemento más típico y característico de la meditación, que la distingue perfectamente de los res¬ tantes grados de oración mental. Todos suponen una aplicación de la mente al objeto que se está considerando o contemplando (es, sencillamente, la atención, que es indispensable y común a todos los grados de oración as¬ céticos o místicos), pero la meditación tiene como nota típica y caracte¬ rística una aplicación razonada, discursiva, a modo de raciocinio . De tal manera es esencial este elemento, que, si falta, ha desaparecido la medita¬ ción en cuanto tal. Guando el discurso desaparece, el alma ha dado en la distracción, o en la oración afectiva, o en la contemplación; y en cualquiera de los tres casos, la meditación ya no existe. Claro que el discurso de la razón está muy lejos de ser el fin de la medi¬ tación como oración cristiana. ¿En qué se distinguiría entonces del simple estudio o especulación sobre la verdad revelada? Como veremos en seguida, ese discurso se encamina a una finalidad afectiva y práctica, sin la cual deja¬ ría de ser oración. Pero como elemento previo o preparatorio es tan indis¬ pensable, que sin él. no hay meditación propiamente dicha. Toda medita¬ ción implica discurso , aunque no sea éste eí elemento más importante de la misma, a una verdad SOBRENATURAL.. .»—Es evidente desde el momento en que nos encontramos ante úna oración, no ante un estudio científico de una rama cualquiera del saber humano: Esa verdad sobrenatural puede ser muy varia: un texto de la Sagrada Escritura, un pasaje de la vida de Cristo o de un santo cualquiera, un principio teológico, una fórmula litúrgica, etc., etc.; pero siempre con la doble finalidad que vamos a explicar a continuación, «... para convencernos de ella...»— La meditación como oración cris¬ tiana tiene dos finalidades: una intelectiva y otra afectiva. La intelectiva tiene 662 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana por objeto llegar a convicciones firmes y enérgicas que resistan el embate de las influencias contrarias que puedan sobrevenir por parte de los enemigos del alma. Sin estas convicciones firmes, el alma sucumbiría fácilmente ante tales acometidas. Lo puramente sentimental y sensiblero puede producir un efecto momentáneo de felicidad y de paz; pero no teniendo su apoyo y fun¬ damento en la firme convicción intelectiva, se hundirá sin resistencia al me¬ nor soplo de pasión. No se puede construir una casa sólida sobre la arena movediza del sentimiento; es preciso el fundamento pétreo e inconmovible de las convicciones hondamente arraigadas en la inteligencia, A lograrlas se endereza directamente esta primera finalidad de la meditación. Pero esta sola no basta. Ni siquiera es la principal en cuanto oración. Esas firmes convicciones pueden también adquirirse con el simple estudio de la verdad sagrada sin intención alguna de oración. Por esto es menester añadir la segunda y más importante finalidad, que acabará de perfilar el con¬ cepto cabal de la meditación cristiana. «... Y movernos A amarla...»— He aquí el elemento.más importante de la meditación en cuanto oración cristiana. Es menester que la voluntad se lance al amor de la verdad que el entendimiento le presenta elaborada por su discurso. Si transcurriera todo el tiempo dedicado a la meditación en los procedimientos discursivos preliminares, en realidad no habría oración. Se¬ ría un estudio más o menos orientado a la piedad, pero en modo alguno un ejercicio de oración Esta comienza propiamente cuando el alma, enar¬ decida por la verdad sobrenatural que el entendimiento convencido le pre¬ senta, prorrumpe en afectos y actos de amor a Dios, con quien establece un contacto íntimo y profundo que da a la meditación anterior toda su razón de ser en cuanto oración cristiana, Claro que es preciso que este amor y entusiasmo afectivo no quede en las puras regiones del corazón o de la fantasía. Es menester que se traduzca en enérgicas resoluciones prácticas. Y a ello responde el nuevo elemento de la definición, que termina y redondea el concepto integral de la oración dis¬ cursiva. «... Y practicarla con ayuda de la GRACIA».—' Toda meditación bien hecha ha de terminar en un propósito y en una plegaria , Un propósito enér¬ gico de llevar a la práctica las consecuencias que se desprenden de aquella verdad o misterio que hemos considerado y amado y una plegaria a Dios pidiéndole su gracia y bendición para poderlo cumplir de hecho, ya que nada absolutamente podemos hacer sin Él. Nunca se insistirá bastante en estos dos últimos elementos de la definición: el amor de Dios y el propósito práctico, enérgico y deci¬ dido. Son legión incontable las almas piadosas que se ejercitan dia¬ riamente en la meditación y que, sin embargo, apenas sacan.de ella ningún provecho práctico. La explicación hay que buscaría en el modo defectuoso de hacerla. Insisten demasiado en lo que no es sino mera preparación para la oración propiamente dicha. Se pasan el tiem¬ po leyendo, discurriendo o en perpetua distracción semiyoluntaria. El resultado es que cuando termina el tiempo destinado a la. oración no han permanecido en ella, en realidad, un solo instante. De su alma no ha brotado un solo acto de amor, una aspiración a Dios, un pro¬ pósito práctico, concreto y enérgico. «Son almas tullidas—decía San- J 9 *Sólo quiero que estéis advertidas que, para aprovechar mucho en este camino y subir a las moradas que deseamos, no esta ¡a cosa en pensar mucho, sino en amar mucho * (Santa Teresa, Moradas cuartas 1,7; cf. Fundaciones 5,2). L.II c3‘ La vida de oración 6G3 ta Teresa de Jesús—, que» si no viene el mismo Señor a mandarlas se levanten, como al que hacía treinta años que estaba en la piscina, tienen harta mala ventura y gran peligro 1 ) 20 . 499* 2, Importancia y necesidad de la meditación*— La meditación, que es convenientísima para salvarse, es abso¬ lutamente imprescindible para emprender seriamente el cami¬ no de la propia santificación. Vamos a examinar estas dos afir¬ maciones, a) Es convenientísima para salvarse. —La inmensa ma¬ yoría de los que viven habitual mente en pecado es sencillamen¬ te porque no reflexionan. Ya lo dijo hace muchos siglos el pro¬ feta Jeremías, y sus palabras continúan siendo de palpitante actualidad: «Toda la tierra es desolación por no haber quien recapacite en su corazón» (Ier 12,11). En el fondo no tienen mal corazón ni sienten enemistad alguna con las cosas de Dios o de su eterna salvación; pero, entregados con desenfreno a las acti¬ vidades puramente naturales (negocios, etc.) y olvidados en¬ teramente de los grandes intereses de su alma, fácilmente se dejan llevar del ímpetu de sus pasiones desordenadas—que no encuentran ningún obstáculo ni freno para expansionarse li¬ bremente—, y se pasan años enteros y a veces la vida entera sumergidos en el pecado. La prueba más clara y evidente de que su triste situación espiritual obedecía en el fondo, más que a protervia o maldad de corazón, á un atolondramiento irrefle¬ xivo procedente de la ausencia absoluta de todo movimiento de introspección, es que cuando estos tales, por azar o provi¬ dencia divina, aciertan a practicar una tanda de ejercicios espi¬ rituales o asisten a los actos de una misión general suelen ex¬ perimentar una impresión fuertísima, que les lanza muchas ve¬ ces a una verdadera conversión, traducida en adelante en una vida cristiana seria e intachable. Con razón, pues, afirma San Alfonso de Ligorio que la oración mental es incompatible con el pecado. Con los demás ejercicios de piedad puede el alma seguir viviendo en pecado, pero con la oración mental bien hecha no podrá permanecer en él mucho tiempo: o dejará la oración o dejará el peca¬ do 21 . .Es, pues, de la mayor importancia para ía salvación eterna la práctica asidua y cuidadosa de la meditación cristiana. b) Es ABSOLUTAMENTE IMPRESCINDIBLE PARA EL ALMA QUE aspire A santificarse.— El conocimiento de sí mismo, la hu¬ mildad profunda, el recogimiento y soledad, la mortificación 20 Moradas primeras 1,8. 21 He aquí sus propias palabras: «Cura reliquis pietatis operibus potest peccatum consis- tere, sed non possunt cohabitare orado et peccatum: anima aut relinquet orationem aut pecca¬ tum... Aiebat enim quídam servus Del quod multi recitent rosarium, offtcium B.M.Virgi- nis, ieiunent, et in peccatis vivare pergant; sed qui orationem non intermittit, irapossibile est ut in Dei offensa vitam prosequatur ducere...* ("Praxis confessarii n. 122 ). 664 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana de los sentidos y otras muchas cosas absolutamente necesarias para llegar a la perfección apenas se conciben ni son posibles moralmente sin una vida seria de meditación bien preparada y asimilada. El alma que aspire a santificarse entregándose de lleno a la vida apostólica con mengua y menoscabo de su vida de oración, ya puede despedirse de lá santidad. La experiencia confirma con toda certeza y evidencia que nada absolutamente puede suplir a la vida de oración , ni siquiera la recepción diaria de los Santos Sacramentos. ..Son legión las almas que comulgan y los sacerdotes que celebran la santa misa diariamente y que llevan, sin embargo, una vida espiritual mediocre .y enfermiza. La explicación no es . otra que la falta de oración mental, ya sea porque la omiten totalmente o porque la hacen de manera tan imperfecta y rutinaria, que casi equivale a su omisión, Re¬ petimos lo que dijimos más. arriba: sin oración, sin mucha ora¬ ción, es imposible llegar a la perfección cristiana, cualquiera que sea nuestro estado de vida 9 las ocupaciones:a que nos de¬ diquemos. Ninguna de ellas, por santa que en sí sea, puede suplir a la oración. El director espiritual debe insistir sin des¬ canso en este punto. Lo primero que ha de hacer cuando un alma se confíe a su dirección es llevarla a la vida de oración. No ceda en este punto. Pídale cuenta de cómo íe va, qué difi¬ cultades encuentra, indíquele los medios de superarlas, las ma¬ terias que ha de meditar con preferencia,; etc. No logrará cen¬ trar un alma hasta que consiga que se entregue a la oración de una manera asidua y perseverante, con preferencia a todos los demás ejercicios de piedad. Pero si su diario y largo ejercicio es absolutamente indis¬ pensable, está muy lejos de serlo el método o procedimiento concreto que haya de seguirse. Vamos a examinar esta cuestión. 500. 3. Método de la meditación*—Un doble escollo hay que evitar en lo relativo al método o forma de practicar la meditación: la excesiva rigidez y el excesivo abandono. Al prin¬ cipio dé la vida espiritual es poco menos que indispensable la sujeción a un método concreto-y particularizado. El alma no sabe andar todavía por sí sola, y necesita, como los niños, unas andaderas. Pero a medida que va ya creciendo y desarrollán¬ dose sentirá cada vez menos la necesidad de aquellos moldes, y llegará un momento en que su empleo riguroso representaría un verdadero obstáculo e impedimento para la plena expansión del alma en su libre vuelo hacia Dios. Vamos a recoger aquí con brevedad esquemática algunos de los principales métodos de meditación, que se han propuesto a L.II c. 3. La vida de oración 665 lo largo de los siglos 22 . Todos ellos se practican en la Iglesia y todos tienen sus ventajas e inconvenientes- El alma, orientada por su director espiritual, ensayará el procedimiento que mejor encaje con su propio temperamento y procurará atenerse a él mientras el movimiento interior de su espíritu no se oriente hacia otros horizontes, Al hacer la elección téngase en cuenta, sobre todo, que el mejor procedimiento para cada uno es el que le. empuje con mayor eficacia al amor de Dios y desprecio de sí mismo. a) En la antigüedad,—Según Casiano 23 , la forma de oración mental practicada por los Padres antiguos consistiría en repetir muchas veces com atenta consideración y afecto el versículo «Deus in adiutorium meum intende...» del salmo 69. b) En la Edad Mediad 1) San Bernardo en su libro De consideratione 24 , dirigido al papa Eugenio III, apunta ya un método de oración mental, pero dé líneas borrosas e im¬ precisas. 2) . Hugo de San Víctor en algunas de. sus obras 25 señala cinco momentos: lección, meditación, oración, operación y con¬ templación. En su libro De modo dicendi et meditandi 26 indica sólo tres: pensamiento (cogitaiio), meditación y contemplación. 3) Guido Cartujano 27 recomienda cuatro: lección, me¬ ditación, oración y contemplación, de los cuales «los preceden¬ tes sin los siguientes aprovechan: poco o nada; pero los siguien¬ tes sin los precedentes, nunca o rara vez se:pueden tener» (c.71). Otros muchos autores, principalmente San Buenaventura y Gersón, siguieron exponiendo sus sistemas* c) A partir del siglo XVI se perfilan con mucha preci¬ sión—aunque desde distintos puntos de vista—diversos méto¬ dos de oración mental: 1) Fray Luis de Granada enseña cinco partes o momen¬ tos: preparación, lección, meditación, acción de gracias y peti¬ ción 28 . 2) San Pedro de Alcántara en su Tratado d,e la oración , que no es sino una adaptación y resumen del libro del-P v Gra- 22 Cf. Saudreau, La piété d travers les ages passim; De Guipert, Tkeologia spiritualis n. 283-88, y Tanquerey, n.688-702. 23 Collat. X,io: PL 49,83a et EA.829. 24 II,2ss; PL 182.745S. 25 En De meditandi artificio (PL 176,993) y Eruditio didascalica V,<> (PL r76,707)' «Primo lectio ad cogtioscendarn veritatem materiam minisi rat, meditatio cnaptat, oral ¡o sublevat, oj>eratio componit, contemplatio iti ipsa exsukati’. 2 « 5: PL 176,878. 27 Scaírt clatíi-trafúmi; PL 184,4755. 28 Libro de la oración y meditación tr.i c .2 y Memorial de fa L'idrt cristiona tr.C c.3. 666 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana nada, pone seis partes: preparación, lección, meditación, acción de gradas, ofrecimiento y petición 29 . Le siguen la mayor par¬ te de los franciscanos (v,gr.,MüRiLLO en su Escala espiritual IV p, 3 . a c.8-9). 3) El P. Jerónimo Gracián y la mayor parte de los car¬ melitas posteriores ponen siete: preparación, lección, medita¬ ción, contemplación, acción de gracias, petidón y epílogo 30 , Pero el P. Juan de Jesús María y otros en pos de'él señalan sólo seis, suprimiendo la contemplación 31 , 4) San Ignacio de Loyola señala en sus Ejercicios espi¬ rituales varios métodos de oradón mental: la aplicación de las tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad (n.45-54); contemplación imaginaria de los misterios de la vida de Cristo (n.101-9 y 110-17); aplicación de los cinco sentidos (n.65-71. 121-26); tres «modos de orar» (n.238ss), que consisten: el pri¬ mero, en una especie de examen en torno a los mandamientos, pecados capitales, etc.; el segundo, en considerar una por una las palabras de una determinada fórmula de oración, v.gr., el Padrenuestro; y el tercero (que el Santo llama «oración por com¬ pás»), en pronunciar de una manera rítmica y acompasada (a cada respiración) alguna palabra de una fórmula determinada (el Padrenuestro, por ejemplo) mientras se va meditando en ella. En la famosa «contemplación para alcanzar amor» (n.230-7) propone un método para ascender de las criaturas a Dios, a semejanza de San Buenaventura en su Itinerario. De entre todos los métodos ignacianos, el más conocido y generalizado es el de la aplicación de las tres potencias. He aquí en esquema sus diferentes momentos: r * i.° Acto de fe en la presencia de Dios y humilde reve¬ rencia o acatamiento. 2. 0 Oración preparatoria general, pidiendo la gracia de L Preparación yj hacer bien la meditación. preludios3. 0 Primer preludio: composición de lugar (ejercicio de la imaginación), 4. a Segundo preludio: petición de la gracia especial que se quiere sacar de la meditación. C.5 (D.486 en el t.ro de las Obras de Fr. Luis de Granada, ed. P.Cuervo). 30 Oración mental i (Obras, cd. P.Silverio, 1,336). 31 Instructio noviliorum III c.2. L.II c3. La vida de oración 667 i.° La memoria = recordando el hecho o asunto con sus variadas circunstancias. 2 .° II. Cuerpo de la meditación, o ejercicio de las potencias. 'i> 2 ) El entendi¬ miento exami- nando. ___ 3 ) 4 ) 5 ) 6) 7 ) ¿Qué debo considerar acerca de esta materia? ¿Qué consecuencias debo sacar para mi vida? ¿Qué motivos tengo para ello? ¿Cómo me he conducido hasta hoy en este punto? ¿Cómo debo portarme en ade¬ lante? ¿Qué dificultades tendré que vencer? ¿Qué medios debo emplear para lograrlo? [3-° La voluntad . Excitando a todas las demás po¬ tencias a orar. Prorrumpiendo en afectos a to¬ do lo largo de la oración, espe¬ cialmente al final. Formando propósitos prácticos, concretos, enérgicos, humildes y confiados. i.° Coloquios: con Dios Padre, Jesucristo, la Santísímá Virgen y los santos. III. Conclusión. ^ 2 .° Examen, ri) ¿Cómo hice la meditación? 2) ¿A qué se debe el haberla he¬ cho bien o mai ? 3) ¿Qué consecuencia práctica he sacado, qué peticiones hice, qué propósitos prácticos, qué luces recibí ? 4) Escoger un pensamiento como «ramillete espiritual» para tener¬ lo presente durante todo eí día. 5) San Francisco de Sales, siguiendo a San Ignacio y a fray Luis de Granada, señala la preparación (presencia de Dios, invocación, proposición del misterio), consideraciones, afectos, propósitos y conclusión con él fruto y ramillete espiritual 32 . 6) San Alfonso de Ligorio propugna un método muy parecido: preparación (fe; humildad, contrición, petición), con¬ sideración, afectos, petición, propósitos, conclusión (acción de gracias, renovación de los propósitos, petición de auxilio y ra¬ millete espiritual) 33 . 7) El llamado Método de San Sulpigio es el que se usa en el seminario de ese mismo nombre en París. Procede'.del 32 Cf. Introducción a la vida devota 11,2-7 (véase 1,8-r8). 33 Praxis confe^arii X,2r?s; IX,i3i (ed. Gaudé, t,4) y La verdadera esposa c.i£. 668 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana cardenal De Bérulle, con retoques del. P. De Condren, del Venerable Olier y de Tronson. Es de los más conocidos y gé- neralizados, y tiene por idea básica y fundamental la unión con el Verbo encarnado, que constituye la quintaesencia de la es¬ piritualidad beruliana. He aquí una visión esquemática del mismo: Remota = una vida de recogimiento y de sólida piedad. g i < o¡ W OÍ CU Próxima ^Inmediata "i) < 2) 3 ) •'i) ■ 3 ) Escoger el punto la víspera por la noche: pre¬ ver las principales consideraciones y propó¬ sitos que habremos de formar. Dormirse pensando en la materia de la me¬ ditación* Al levantarse aprovechar el primer tiempo libre para hacer la meditación. Ponerse en la presencia de Dios (especialmen¬ te en nuestro corazón). Humillarnos profundamente: acto de contri¬ ción. Invocar al Espíritu Santo: Veni Sánete Spi- ritus. Z O o s < Q O CU Pí W 6 Primer punto: Adoración (Je-,, sús ante nos- 2) otros). Considerar en Dios, en Jesucristo o en algún santo sus afectos, palabras y acciones en tomo a io que hemos de meditar. Rendirle homenaje de adoración, admiración, alabanza, acción de gracias, amor, gozo o com¬ pasión* 1) Convencernos de la necesidad de practicar aquella virtud. 2) Afectos de contrición por el pasado, de con¬ fusión por el presente y de deseo para el fu¬ turo. 3) Pedir a Dios esa virtud (participando así de las virtudes de Cristo) y por todas nuestras nece¬ sidades y las' de la Iglesia. Tercer punto: fr) Formar un propósito particular, concreto, efi- Cooperación (Je- j caz, humilde. sús en nuestras 1 2) Renovar el propósito de nuestro examen par- manos)...-ticular. Segundo punto: -i Comunión. (Je¬ sús en ■ nuestro * corazón). o2 uS- a u 1) Dar gracias á Dios por las luces y beneficios recibidos en la = : oración. , 2) Pedirle perdón por las faltas cometidas en ella. : j 3) Pedirle que bendiga nuestros propósitos y toda nuestra vida. 4) Formar un «ramillete espiritual» para tenerlo presente todo cí día* (.5) Ponerlo todo en manos de María: Suí? tuum práesidium. L.II c 3. I-M vida de oración 669 8) San Juan Bautista de la Salle, que fue discípulo de Tronson, propone a sus hermanos 34 un método muy parecido ai de San Sulpicio. Insiste, al prepararse, en la presencia de Dios (en las criaturas, en nosotros, en la Iglesia); siguen tres actos en tomo a Cristo (fe, adoración y acción de gracias), tres en torno a sí mismo (confusión, contrición y aplicación del mis¬ terio) y tres actos últimos (unión con Cristo, petición e invo¬ cación de los santos). Como se ve, las fórmulas son variadísimas (prueba de que ninguna de ellas es esencial o indispensable), aunque todas vienen a coincidir en el fondo. Se trata de que el alma se ponga en la presencia de Dios, recapacite sobre lo que ha hecho y lo que debe hacer y se entregue a una conversación afectiva con Dios en demanda de sus gracias y bendiciones, terminando con una resolución enérgica, muy concreta y particularizada. Estas son las líneas generales en las que vienen a coincidir todos esos métodos. Cada alma, repetimos, debe escoger el que mejor encaje con su temperamento y psicología, pero sin atarse de¬ masiado, ni mucho menos dejarse esclavizar por él. Déje a su espíritu seguir con facilidad y sin esfuerzo las distintas mocio¬ nes que le inspire en cada momento la acción santificadora del Espíritu Santo. 501. 4. Materias que se han de meditar.—En esto, como en todo, es menester discreción y prudencia. No todas las materias convienen a todos, ni siquiera a una misma alma en situaciones distintas. Los principiantes insistirán, ante todo, en las materias que puedan inspirarles horror al pecado (no¬ vísimos, necesidad de purificarse, etc.); las almas adelantadas encontrarán pasto abundantísimo en la vida y pasión de Nues¬ tro Señor; y las muy unidas a Dios, en realidad no tienen ni necesitan materia; siguen en cada caso la moción del divino Espíritu, que suele llevarlas a la contemplación de las maravi¬ llas de la vida íntima de la Trinidad Beatísima: «ya por aquí no hay camino, que para el justo no hay ley», decía admirable¬ mente San Juan de la Cruz. Aí principio, sin embargo, conviene escoger la materia más apta para el estado y situación del alma, sin perjuicio de dejarse llevar sin resistencia del atractivo interior de la gracia cuando empuja hacia otros horizontes: «déjela andar por estas moradas arriba y abajo y a los lados, pues Dios la dio tan gran dignidad; no se estruje en estar mucho tiempo en una pieza sola» 35 . No 34 En su Explication de la méthode d’oraison. 35 Santa Tírjesa, Moradas primeras II,8. 670 PJII. Desarrollo normal de la vida cristiana conviene tampoco recargar demasiado la materia. He aquí unos consejos muy acertados de un célebre autor, que hacemos en¬ teramente nuestros: «En principio, la materia debe ser corta, simple y clara, sin compli¬ caciones, refinamientos ni sutilezas. La oración no es un entretenimiento de espíritus ligeros, sino un humilde comparecer del alma ante Dios. Incluso cuando la impotencia o la aridez obligan a una lectura meditada o a una lenta oración vocal en la que se va considerando sucesivamente cada pala¬ bra o pensamiento, es preciso no correr de una a otra palabra, sino detenerse el mayor tiempo posible para exprimir y saborear el contenido de cada una de ellas hasta que el corazón se mueva y se caldee. En las condiciones ordinarias no conviene proponer al espíritu más que un pequeño número de pensamientos. Cuando se sabe orar, uno, dos, tres a lo sumo, bastan para alimentar la más larga oración. No se olvide nunca: no se trata aquí de ver sino para amar o querer. La oración es, ante todo, un ejercicio del corazón. En general, los libros presentan una abundancia tal, que transforma la meditación en lectura espiritual 36 . Claro que no toda la culpa la tienen los libros; de una mesa servida con demasiada abundan¬ cia no se debe comer de todo, sino tan sólo según el gusto y apetito. Son pre¬ feribles, sin embargo, los libros que no indican para cada día más que dos o tres pensamientos; éstos son los mejores en su clase. Los que para una sola meditación condensan tratados enteros sobre la materia, acusan en sus auto¬ res una noción muy defectuosa de la oración; en lugar de simplificarla y fa¬ cilitarla, la complican y en parte la suprimen» 37 . Es cierto, sin embargo, que muchas personas no aciertan a meditar sino valiéndose de algún libro. La misma Santa Teresa dice de sí misma que pasó más de catorce años en está forma 38 . En estos casos, el alma debe ayudarse del libro, o rezar vocal¬ mente muy despacio y esforzarse en hacer lo que pueda hasta que Dios disponga otra cosa. Lo que nunca debe hacer es trans¬ formar la meditación en simple lectura espiritual. Sería prefe¬ rible, antes que esto, limitarse a rezar vocalmente. La oración vocal es oración, pero no lo es la simple, lectura espiritual. En cuanto a las materias concretas que conviene elegir, ya hemos dicho que son muy varias según el estado y situación del alma. He aquí unas indicaciones muy prácticas del autor que acabamos de citar: «Las materias ordinarias que es conveniente meditar son las que unen al alma con Dios, la mantienen en la fiel observancia de sus mandamientos y la ayudan a santificar su vida. Las obligaciones de su estado, los vicios y las virtudes, los novísimos, Dios y sus perfecciones, Jesucristo, sus miste¬ rios, sus ejemplos y palabras; la bienaventurada Virgen María y los santos, las solemnidades y los aspectos diversos del ciclo litúrgico; tales son las con- Nunca se insistirá bastante en la necesidad de ponerse en guardia para no transfor¬ mar la meditación en simple lectura espiritual.— N. del A. 3/7 Rltmr,«L'ascétique chrétienne c.31 n.3. 3 8 «Yo estuve más de catorce afios que nunca podia tener aún meditación, sino junto con lección. Habrá muchas personas de este arte, y otras que, aunque sea con la lección, no pue¬ den tener meditación, sino rezar vocalmente y aquí se detienen más» f Camino 17,3). L.ll c.3. La vida de oración 671 sideraciones más propias para excitar la devoción y alimentar la piedad. Pero hay para cada uno puntos particulares sobre los que conviene insistir con frecuencia, tales como el defecto dominante, el atractivo especial de la gracia, los deberes y peligros de su condición y estado. Fuera de éstos y en ellos mismos, las circunstancias, el movimiento interior y los consejos de un sabio director determinan el verdadero campo de la meditación. En todo caso es siempre útil repetir, aunque sea muchas veces, las que más nos han movido y empujado a la oración... Pero, cualquiera que sea la materia particular que se medite, el objeto principal de nuestras consideraciones y afectos ha de ser siempre Nuestro Se¬ ñor Jesucristo, Nuestras oraciones, lo mismo que nuestras obras, no son agra¬ dables a Dios sino en la medida en que hayan sido hechas en unión con el di¬ vino Mediador. Pero nada asegura tanto esta comunión como el mantenerse durante la oración en presencia y bajo la mirada de Jesucristo y dirigir hacia El las consideraciones de la mente y los afectos del corazón» 39 . 502. 5, Detalles complementarios.—Se refieren prin¬ cipalmente al tiempo, lugar, postura y duración de la oración mental. a) Tiempo. —Dos cosas hay que tener muy en cuenta; la necesidad de señalar un tiempo determinado del día y la elec¬ ción del momento más oportuno. Cuanto a lo primero, es evidente la conveniencia de seña¬ lar un tiempo determinado para vacar a la oración. Si se al¬ tera el horario o se va dejando para más tarde, se corre el peli¬ gro de omitirla totalmente al menor pretexto. La eficacia san- tificadora de la oración depende en gran escala de la constancia y regularidad en su ejercicio. «Pero no todos ios tiempos son igualmente favorables para el ejercicio de que hablamos. Los que siguen a la comida, al recreo o al tumulto de las ocupaciones no son aptos para la concentración de espíritu; el recogimiento y la libertad de espíritu son necesarios para la ascensión del alma hacia Dios. Según los maestros de la vida espiritual, los momentos más propios son: por la mañana temprano, por la tarde antes de la cena y a medianoche. Si no se puede vacar a la oración más que una sola vez al día, es prefe¬ rible la mañana. El espíritu, refrescado por el reposo de la noche, posee toda su vivacidad 40 ; las distracciones no le han asaltado todavía, y este primer movimiento hacia Dios imprime al alma la dirección que ha de se¬ guir durante el día» 41 . Los sagrados libros señalan también la mañana y el silen¬ cio de la noche como las horas más propias para la oración: «Ya de mañana, Señor, te hago oír mi voz; temprano me pon¬ go ante ti, esperándote» (Ps 5,4); «... y mis plegarias van á ti desde la mañana» (Ps 87,14); «Me levanto a medianoche para 3<) Ribet, o.c., c.31 n.s-G. 40 Hay, sin embargo, excepciones.—A veces, las horas de la mañana—sobre todo en los que por cualquier causa lian tenido por la noche un reposo insuficiente—son las más pesadas y somnolientas del día. En todo es menester discreción y atenerse a las circunstan¬ cias de los casos particulares.— N. del A. 41 Ribet, L'ascétiquc c.32 n.3; <372 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana darte gracias por tus justos juicios» (Ps 118,62); «... y pasó la noche orando a Dios» (Le 6,12). b) LuGAR,"Para algunos—religiosos, seminaristas, etc.— está determinado expresamente por la costumbre de la comu¬ nidad cuando la oración se hace en común. Suele ser la ca¬ pilla o el coro. Y aun en privado conviene hacerla allí por la santidad y recogimiento del lugar y la presencia augusta de Jesús sacramentado. Pero en absoluto se puede hacer en cual¬ quier lugar 42 que convide al recogimiento y concentración del espíritu. La soledad suele ser la mejor compañera de la oración bien hecha. Jesucristo la aconseja expresamente en el Evangelio; y es útil no sólo para evitar la vanidad (Mt 6,6), sino también para asegurar su intensidad y eficacia. En ella es donde Dios suele hablar al corazón (Os 2,14). «¿Sería bueno hacer la oración ante los espectáculos de la naturaleza: sobre las montañas, a la orilla del mar, en la soledad de los campos? Hay que responder que lo que para unos es conveniente, representa para otros un obstáculo. Las disposiciones particulares y la experiencia deben señalar aquí la regla de conducta» 43 . c) Postura. — La postura del cuerpo tiene una gran im¬ portancia en la oración. Sin duda es el alma quien ora, no el cuerpo; pero, dadas sus íntimas relaciones, la actitud corpo¬ ral repercute en el alma y establece una especie de armonía y sincronización entre las dos. En general, conviene una postura humilde y respetuosa. Lo ideal es hacerla de rodillas, pero esta regla no debe llevarse hasta la rigidez o exageración. En la Sagrada Escritura. hay ejemplos de oración en todas las posturas imaginables: de pie (Iudith 13,6; Le 18,13); sentado (2 Reg 7,18); de rodillas (Le 22,41; Act7,6o); postrado en tierra (3 Reg 18,42; Iudith 9,1; Me 14,35), Y hasta en el lecho (Ps 6,7). Evítense, cualquiera que sea la postura adoptada, dos in¬ convenientes contrarios: la excesiva comodidad y la mortifica¬ ción excesiva. La primera, porque, como dice Santa Teresa, «regalo y oración no se compadecen» (Camino 4,2); y la se¬ gunda, porque una postura excesivamente penosa e incómoda podría ser motivo de distracción y aflojamiento en el fervor, que es lo: principal de la oración. d) Duración. —La duración de la oración mental no pue¬ de ser la misma para todas las almas y géneros de vida. El 41 «Quieté que los hombres oren en todo Jugar» (i Tina 2,8). Recuérdese la conversación de Cristo con la samaritana a propósito de adorar al Padre en cualquier sido, con tal de que sea «en espíritu y en verdad»; (lo. 4,20-24). 43 Rjbet, ibid., c.32 n.4. LJl c.3. La vida de oración 673 principio general es que debe estar en proporción con las fuer¬ zas, el atractivo y las ocupaciones de cada uno. Puestos a con¬ cretar, San Alfonso de Ligorio dice que no se imponga á los principiantes más de media hora diaria, y que se vaya aumen¬ tando el tiempo a medida que crezcan las fuerzas del alma 44 . San Francisco de Sales, : escribiendo especialmente para las personas, del mundo y .las de vida activa, pide una hora 45 , y lo mismo San Ignacio en sus Ejercicios (n.13). Los que escriben más especialmente para religiosos reclaman de hora y media a dos horas, diarias 4<5 . Se comprende que, si el tiempo es demasiado corto, apenas se hará otra cosa que despejar la imaginación y preparar el corazón; y cuando se está ya preparado y debiera empezar el ejercicio, se deja. Por esto con razón se acon¬ seja que se tome; para hacer oración, el más largo tiempo posible; y mejor fuera darle una sola vez largo tiempo, que en dos veces poco tiempo cada una. Sin embargo, los antiguos, monjes solían hacer breves pero frecuentes e intensas oraciones 47 , que encajaban muy bien con el habitual recogimiento de la vida monástica. El Doctor Angélico enseña—cómo ya vimos—que la .ora¬ ción debe durar todo el tiempo que el alma mantenga el fervor y devoción, debiendo cesar cuando no pueda continuarse sin tedio y continuas distracciones 48 . Pero téngase cuidado con no dar oídos a la tibieza y negligencia, que encontrarían fácil pretexto en esta norma para sacudir el penoso esfuerzo’que requiere casi siempre la oración. Huelga, finalmente, advertir que la oración, cualquiera que sea su duración, rio puede considerarse como un ejercicio aislado y desconectado del res¬ to de la vida. Su influencia ha de dejarse sentir a- todo lo : largo del día embalsamando todas las horas y ocupaciones, que han de quedar impregnadas del espíritu de oración. En este sentido —advierte el Angélico en el mismo lugar—, la oración ha de ser continua e ininterrumpida. Mucho ayudará a conseguir esto la práctica asidua y ferviente de las oraciones jaculatorias , que mantendrán a lo largo del día el fuego del corazón. Pero, sea como fuere, hay que conseguirlo a todo trance si queremos llevar una vida de oración que nos conduzca gradualmente hasta la cumbre de la perfección cristiana. Sin vicia de oración sería escasísimo el fruto que reportaríamos. dé media hora diaria de meditación aislada. 44 «Incipíat ergo confessarius introducere animam in orationem. Ab initio non plus quam mediae horae spatium assignet, quod deinde crescente spiritu, plus minusve augebit* (Pra¬ xis confess. c.Q n.123). 45 Vida devota p.2.* 1 c.i n.3. 46 Santa Teresa: 'Siquiera dos horas cada día» (Vida 8,6); Fr. Luis de Gi&nada, Ora¬ ción y meditación I c.io n.6. 47 Cf, San Benito, Regula 20. 48 Cf. 11-11,83,14. 674 P.IIJ, Desarrollo normal de la vida, cristiana «¡Triste enfermedad—lamenta. Tissot—esa del aislamiento!... Esta re¬ glamentación mecánica, perversión materialista de la regularidad, hace de la vida como una suerte de armario lleno de cajoncitos. A tal hora abro uno de éstos, el de la meditación; le dedico media hora, y lo cierro, y por hoy basta. Luego abro otro, el del rezo; por tres cuartos de hora, y vuelvo a cerrarlo. Y así con los demás ejercicios y ocupaciones; cada uno de ellos tiene su cajoncito. Los ejercicios de piedad vienen a quedar de esta suerte aislados en aquella parte del día a ellos dedicada y separados del curso de la vida; y sólo ejercen en el alma ésa momentánea influencia, si es que ejer¬ cen alguna... El conjunto de mi vida resulta descosido y sin unidad»: Y más adelante añade: «La invasión del formulismo aislador en ninguna parte ha sido más funesta que en la meditación... Confinándola a una media hora, se hará este ejercicio para tener la satisfacción de haberlo hecho; y con guardar mejor o peor el tiempo reglamentario, creerá uno haber cum¬ plido, y se dará por terminada la oración, sin que ésta apenas tenga eco en lo restante del día y sin saber casi lo que es la vida de oración. Encerrando y aislando de esta manera la meditación, se ha llegado a matar la contem¬ plación ... En otro tiempo—lo acreditan las reglas de las órdenes antiguas—, los fieles eran menos exclusivistas y menos formulistas; cuidaban más de la uni¬ dad de los ejercicios y de la circulación de la vida en todos los actos de pie¬ dad... Como el alma cristiana vivía de la liturgia, la vida iba progresiva¬ mente transformándose en un estado de meditación continua, que por fin llegaba a la contemplación. Si la media hora de oración que hoy acostum¬ bran a tener todas las almas deseosas de santificarse estuviera menos aislada; si en vez de ser una pieza suelta, como otra cualquiera y yuxtapuesta a ella, tendiese a ser como el resumen, el alma y el corazón de todo el día; si la sangre de los otros ejercicios y actos diarios viniese a vivificarse aquí;, si en vez de hacerla salir tan exclusivamente de un método, a veces muy conven¬ cional, y de libros superficiales procurásemos hacerla brotar de las entra¬ ñas del alma y de la vida ordinaria; si ella fuera la que pusiese en acción el oficio, la misa, las oraciones, los incidentes y todas las ocupaciones del día y de la vida, llevando y dirigiendo todo esto a Dios; si por ella aprendiése¬ mos a leer en nuestra vida la acción de Dios sobre nosotros, a verle en sus relaciones vivas con nuestra alma..;, y en vez de confinarse en su media hora tendiese a invadir todos los momentos del día, creando en el corazón como una necesidad de volver a sumergirse, de vez en cuando, algunos ins¬ tantes en plática fervorosa con Dios, entonces sería más eficaz y más fácil; nos costaría mucho menos y nos aprovecharía mucho más. El aislamiento lo mata todo, pero en ninguna cósa daña tanto como en la oración» 49 . Tercer grado de oración: la oración afectiva Santa Teresa no emplea esta expresión en ningún lugar de sus obras, pero habla claramente de ella (Vida 13,11) y ha sido unánimemente acep¬ tada por todas las escuelas de espiritualidad cristiana. Uno de los primeros en emplearla fue Alvarez de Paz en su obra De inquisitione pacis (1617), inspirándose en el jesuíta catalán Antonio Cordeses (1518-1601). 503. 1. Naturaleza*—Lá oración afectiva es aquella en la que predominan los afectos de la voluntad sobre el discurso del enteñdimiento. Es como una meditación simplificada en la 49 Cf. La vida interior simplificada p.3/' 1.2 c.3-4. L.ll c.3. Im vida de oración 675 que cada vez va tomando mayor preponderancia el corazón por encima del previo trabajo discursivo. Creemos, por lo mis¬ mo, que no hay diferencia específica entre ella y la meditación, como la hay entre ésta y la contemplación. Se trata, repetimos, de una meditación simplificada y orientada ai corazón; nada más. Esto explica que el tránsito de la una a la otra se haga de una manera gradual e insensible, aunque con más o menos ra¬ pidez o facilidad, según el temperamento del que la ejercita, el esfuerzo que ponga, la educación recibida, el método em¬ pleado y otros factores semejantes. «Hay espíritus—advierte con razón el P. Crisógono—que por su natural entrañable y afectuoso llegan muy pronto a poder prescindir casi comple¬ tamente del discurso porque una ligera reflexión excita suñcienteraente los afectos. Otros, en cambio, de carácter frío y enérgico, necesitan que vaya siempre por delante el discurso reflexivo, y aun así, no son los afectos nu¬ merosos; con frecuencia cada afecto exige un nuevo discurso. Estas almas necesitarán evidentemente más tiempo y más ejercicio que las anteriores para llegar a la oración afectiva. Finalmente, hasta el método seguido en la meditación influye eficazmente en esto. Así, por ejemplo, el método de San Ignacio, que da tanta importancia a la parte intelectual, no favorece el trán¬ sito a la oración afectiva como el método franciscano, que ya desde sus principios resta importancia al entendimiento para dársela al corazón» 50 . ¿Cuándo debe hacerse el tránsito? Hay que evitar dos esco¬ llos: demasiado pronto o demasiado tarde. Creemos, sin em¬ bargo, que en ia práctica pueden evitarse fácilmente, si se tiene cuidado en ir simplificando la meditación de una manera lenta, insensible, sin esfuerzo ni violencia alguna. No se em¬ peñe el alma en provocar violentamente afectos hacia los que no se siente impulsada ni con fuerzas para ello; pero entréguese a ellos dócilmente si siente el atractivo de la gracia, sin preocu¬ parse poco ni mucho de recorrer los puntos o momentos de su acostumbrada oración discursiva. De este modo, con suavidad y sin esfuerzo, evitando toda violencia, se hará el tránsito de la meditación a la oración afectiva, que acabará por reducir a su mínima expresión, cuando no a suprimirlo del todo, el previo trabajo del entendimiento discursivo. Lo que nunca puede darse es una oración pura y exclusivamente afectiva sin ningún conocimiento previo. La voluntad es potencia ciega, y sólo puede lanzarse a amar el bien que el entendimiento le presenta 51 . Pero acostum¬ brado el entendimiento por las meditaciones anteriores a encontrar fácil¬ mente ese bien, se lo presentará cada vez con mayor prontitud a la volun¬ tad, proporcionándole la materia de la oración afectiva. 504* 2. Práctica de la oración afectiva.—Nos parecen muy acertados los siguientes consejos del P. Crisógono 52 : 50 Compendio de ascética y mística p.2. a 0.23.5. Cf. 1 - 11 , 9 , 1 . 52 O.c., ibid.. 076 P.J1L Desarrollo normal de la vida cristiana 1. ° No suspender.el discurso antes de que haya brotado el afecto. Sería perder el tiempo en una necia ociosidad y fomentar una ilusión peligro¬ sísima. 2 , ° No forzar los afectos. Cuando no broten espontáneos o se hayan extinguido, volver a excitarlos suavemente por el discurso, pero nunca que¬ rer mantenerse en uno más de lo que él dé de sí. 3. 0 No tener prisa por pasar de unos afectos a otros. Es el extremo con¬ trario al anterior. Se expondría el alma a perder el fruto del primero y a no conseguir luego eí segundo; como el que deja una presa segura por otra incierta. 4. 0 Procurar ir reduciendo y simplificando progresivamente los afec¬ tos. Al principio no importa que sean muchos, para que la falta de intensi¬ dad sea suplida por el número; pero, a medida que el alma va adelantando, conviene irlos reduciendo hasta llegar, si es posible, a la unidad. Así la in¬ tensidad será mayon ** 505, 3. Ventajas de esta oración .—Psicológicamente ha¬ blando, esta oración representa un verdadero alivio para el alma, que viene a disminuir la ruda labor de la meditación discursiva.. Pero mucho más importantes son las ventajas espi¬ rituales que reporta. Las principales son: a) Una unión más íntima y profunda con Dios, efecto infalible del ejercicio del amor, que nos va acercando cada vez más al objeto amado. b) Un desarrollo proporcionado de todas las virtudes in¬ fusas, ya que, estando en conexión con la caridad, crecen todas a la vez como los dedos de una mano 5 L c) Suele producir consuelos y suavidades sensibles, que si el alma sabe explotarlos, sin apegarse desordenadamente a ellos, le servirán de gran estímulo y aliento para la práctica de las virtudes cristianas. d) Es uña excelente preparación para la oración de sim¬ plicidad y primeras manifestaciones dé la contemplación in¬ fusa. 506. 4- Obstáculos e inconvenientes.—Pero tan pre¬ ciosas ventajas pueden verse comprometidas por ciertos in¬ convenientes contrarios. Hay que evitar cuidadosamente so¬ bre todo: a) El esfuerzo violento para producir los afectos. El alma debe con¬ vencerse de que el verdadero fervor reside en la voluntad, no en la sensi¬ bilidad. Hay algunos que creen hacer un acto intensísimo de amor de Dios apretando fuertemente los puños y encendiendo su rostro hasta, la. conges¬ tión ál mismo tiempo que lanzan la exclamación amorosa. No es esto. Sin tanto aparato ni espectacularídad se puede llegar a un acto perfectísimo con sólo rectificar y elevar de plano los motivos del mismo, o sea, haciéndolo llana! y simplemente por glorificar a Dios en plan de puro amor , aunque no 53 Cf. I-Il f óó,2. L.II c,3. La vida de oración 677 aqs reportara a nosotros ninguna utilidad ni ventaja. Son los motivos cada vez más puros y. elevados los que dan tanto precio a los actos más insigni¬ ficantes de los santos. b) El creerse más adelantado en la vida espiritual de lo que en rea¬ lidad se está. Hay almas que» al sentir su corazón lleno de dulces emocio¬ nes y al ver la facilidad y prontitud con que les brotan del alma los actos de amor de Dios, se creen poco menos que en los confines del éxtasis. Cuán falsa sea su apreciación, se comprueba sin esfuerzo pocos minutos después de terminada su oración, cuando empiezan sin escrúpulo a faltar al silencio, a criticar a fulanito, a despachar mal y de prisa las obligaciones de su estado, cuando no las omiten totalmente, etc. El verdadero adelanto en la vida es¬ piritual consiste en la práctica cada vez más seria y perfecta de las virtudes cristianas, no en las dulzuras que se puedan experimentar en la oración, que a tantas ilusiones se prestan. c) La gula espiritual 54 , que impulsa a buscar en la oración afectiva la suavidad de los consuelos sensibles en vez de estímulo y aliento para la práctica austera de las virtudes cristianas. Dios suele castigar este afán egoís¬ ta del alma sensiblera retirándola' sus consuelos y sumergiéndola en la aridez y sequedad más desoladoras para que aprenda a rectificar !a intención y vea por experiencia lo poco que vale cuando Dios se le retira. d) La dejadez y pereza del alma, que la impulsa a una estéril ociosi¬ dad cuando faltan los afectos por no molestarse en volver a los discursos de la simple meditación. Es una ilusión muy grande pensar que, una vez llegada el alma a la oración afectiva habitúa!, ya nunca tendrá necesidad de volver a la meditación. Jamás ocurre esto ni siquiera a las almas que han logrado remontarse hasta la cumbre déla perfección. Hablando de las almas que han logrado escalar las séptimas moradas, Santa Teresa de Jesús escribe expre¬ samente: «No habéis de entender, hermanas, que siempre en un ser están estos efectos que he dicho en estas almas, que por eso, adonde se me acuer¬ da, digo lo ordinario; que algunas veces las deja Nuestro Señor en su natural , y no parece sino que entonces se juntan todas las cosas ponzoñosas del arra¬ bal y moradas de este castillo para vengarse de ellas por el tiempo que no las pueden haber a las manos» 55 . Pues si esto sucede a veces a las almas llegadas a la plena unión con Dios, ¡cuánto más Ocurrirá a las que no han logrado trascender ni siquiera las fronteras de la ascética en la oración afec¬ tiva! Es menester en estos casos luchar contra la ociosidad y distracciones, haciendo lo que se pueda con los recursos de la simple meditación u ora¬ ción discursiva. Lo contrario sería dar de bruces en una actitud perezosa y quietista que abriría la puerta a todo un mundo de ilusiones. 507. 5, Frutos de esta oración.—Hay una norma infa¬ lible para juzgar de la legitimidad o bondad de la oración: examinar los frutos. Es la norma suprema del discernimiento de los espíritus, como dada por Nuestro Señor Jesucristo (Mt 7,16). El fruto de la oración afectiva no puede medirse por la intensidad de los consuelos sensibles en ella experimen¬ tados, sino por la mejora y perfeccionamiento manifiesto del conjunto de la vida. La práctica cada vez más intensa de. las virtudes cristianas, la pureza de intención, la abnegación y 54 Cf; San Juan de la Cruz, Noche 1,6. 5 5 Moradas séptimas 4,1 . 678 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana desprecio de sí mismo, el espíritu de caridad, el cumplimiento exacto de los deberes del propio estado y otras cosas seme¬ jantes nos darán el índice de la legitimidad de nuestra oración. «Lo demás son lagrimillas que se evaporan, suspiros que se desvanecen en la atmósfera» (P. Crisógono). Cuarto grado de oración: la oración de simplicidad 508. 1. El nombre,—El primero en emplear esta expresión fue Bos¬ suet 56 , pero el modo de oración designado con este nombre ya se conocía anteriormente. Santa Teresa habla de ella con el nombre de oración de re¬ cogimiento activo o adquirido 57 , en contraposición al recogimiento infuso, que constituye el primer grado de contemplación manifiestamente sobrenatural o mística 53 . Otros muchos autores la llaman oración de simple mirada, de simple pre¬ sencia de Dios o de simple visión de fe. A partir del siglo xvn, los Carmelitas, y con ellos muchos autores, em¬ pezaron a llamarla contemplación adquirida 59 . Creemos que la innovación en la nomenclatura constituyó un verdadero desacierto, que ha dado origen a multitud de confusiones y errores. San Juan de la Cruz y Santa Teresa jamás emplean esa expresión, y es extraño que la mantengan los que más empeño debían mostrar en conservar la terminología de los dos sublimes Reformadores del Carmen, Nosotros, que no tenemos inconveniente en ad¬ mitir la realidad del fenómeno designado con esa palabra—es sencillamente la oración de recogimiento adquirido de Santa Teresa, que coincide entera¬ mente con la de simplicidad de Bossuet—, renunciamos a emplear esa des¬ afortunada expresión, que ninguna ventaja ha traído y sí grandes confusio¬ nes y trastornos. 509. 2. Naturaleza.—La oración de simplicidad fue de¬ finida por Bossuet como una simple visión f mirada o atención 56 A él al menos se atribuye generalmente el opúsculo Maniere courte et facile pour faite l’orctison en fot et de simple présence de Dieu, -peto su autenticidad no es del todo cierta (cf. Pourrat, Spir. Chrét. 4 [192Ó] p.164 nt.). Por lo demás, el célebre obispo de Meaux debió de aprender esa expresión de las religiosas de la Visitación—a las que trataba intimamente—, puesto que aparece ya en las Respuestas de Santa Juana de Chanta] que vieron la luz pública en iÓ2g, o sea, dos años después del nacimiento de Bossuet, 57 Habla de ello largamente la Santa en varios pasajes de sus obras, sobre todo en el Camino de perfección c.28ss. V que es recogimiento activo o adquirido, lo dice claramente cuando escribe: «Entended que esto no es cosa sobrenatural, sino que está en nuestro querer y que podemos nosotros hacerlo con el favor de Dios, que sin éste no se puede nada, ni podemos de nosotros tener un buen pensamiento» fibid., 29,4). 58 Habla de él la Santa—entre otros lugares—en las Moradas cuartas (c.3), y lo distin¬ gue claramente del adquirido con estas palabras: «Y no penséis que es por el entendimiento adquirido , procurando pensar dentro de si a Dios, ni por la imaginación, imaginándole en sí. Bueno es esto y excelente manera de meditación, porque se funda sobre verdad, que lo es estar Dios dentro de nosotros mismos; mas no es esto, que esto cada uno lo puede hacer (con el favor del Señor se entiende todo). Mas lo que digo es en diferente manera; y que algunas veces, antes que se comience a pensar en Dios, ya esta gente está en el castillo, que no sé por dónde ni cómo oyó el silbo de su pastor» (n.3). 5 0 Que la llamada contemplación adquirida —cuya expresión material era conocida desde antiguo y Ja empleó Molinos—coincide con la oración de simplicidad de Bossuet, lo deciar ran expresamente sus más devotos partidarios. Véase, por ejemplo, el P, Crisógono en su Compendio de ascética y mística (p.2. a c.3 a.3), donde, después de describir las dos fórmulas de contemplación adquirida que él admite, escribe textualmente: «A estas dos formas se re¬ ducen Jas llamadas oraciones de simple mirada, de presencia de Dios y de simplicidad, que no son más que una cosa con nombres distintos »(p.136 1 , a ed.), Lo mismo declaran expresamente el P. De Guibert en su Thevlogia Sprntuciis n.251 y el P. Poulain en su Des grates d’orcii- son c.2 n.S. ' LJ.I c.3. cid a de ovación 679 amorosa hacia algún objeto divino, ya sea Dios en si mismo o al¬ guna de sus perjecciones, ya sea Nuestro Señor Jesucristo o alguno de sus misterios, ya otras verdades cristianas 60 . Como se ve, se trata de una oración ascética extremadamente simplifica¬ da. El discurso se ha transformado en simple mirada intelectual; los afectos variados, en una sencilla atención amorosa a Dios. La oración continúa sien- do ascética—-el alma puede ponerse en ella cuando le plazca después de haber adquirido el hábito de la misma—, pero ya empieza a sentir las primeras influencias de !a oración infusa, para la que !a oración de simplicidad es excelente disposición. Lo dice expresamente Bossuet inmediatamente después de las palabras déla definición que acabamos de subrayar. He aquí sus pro¬ pias palabras: «El alma deja entonces el discurso, y se vale de una dulce contemplación, que la mantiene en dulce sosiego y atención y la hace susceptible de las ope¬ raciones e impresiones divinas que el Espíritu Santo le quiere comunicar; tra¬ baja poco y recibe mucho; su trabajo es grato, y no por eso deja de ser fruc¬ tuoso; y como cada vez se llega más de cerca a la fuente de donde manan la luz, la gracia y las virtudes, recibe más y más de ella * (ibid.). Por donde aparece claro que la oración de simplicidad señala exactamente el transito de la ascética a la mística , de la adquirida a la oración infusa. El mismo Bossuet nos habla —en el texto citado—de una dulce contemplación que el alma comienza a recibir y la hace susceptible de las impresiones del Espíritu Santo. Ello alude clarísimamente a la contemplación infusa t que comienza a alborear en la oración de simplicidad. Hay en ella elementos adquiridos e infusos que se mezclan y entrelazan en diversas proporciones. Si el alma es fiel, los ele¬ mentos infusos se irán incrementando progresivamente hasta llegar a prevalecer del todo. De esta forma, sin violencia ni esfuerzo, casi insensiblemente, el alma irá saliendo de la ascé¬ tica para entrar de lleno en la mística, como prueba evidente de la unidad de la vida espiritual , o sea, de un solo camino de perfección q ue empieza en las primeras manifestaciones ascé¬ ticas (oración vocal, meditación) y acaba en las cumbres de la mística (unión transformativa) sin la menor violencia, trastor¬ no o solución de continuidad. 510, 3. Práctica de esta oración.—Precisamente por su misma simplicidad, no cabe en esta oración un método pro¬ piamente dicho. Todo se reduce a mirar y amar , Pero pueden ser útiles algunos consejos sobre el modo de conducirse en ella. Helos aquí: a) Antes de la oración, —Cuide el alma de no adelan¬ tarse a la hora de Dios. Mientras piieda discurrir y saque fruto 60 Maniére cnurte... n.3. Puede verse eJ opúsculo íntegro de Bossuet en nuestra obra La vida religiosa (n.287), publicada en esta misma colección de la BAC. 680 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana de la meditación ordinaria, no intente paralizar el discurso. Caería en una lamentable ociosidad, que Santa Teresa no duda en calificar de verdadera bobería 61 . Evite también el extremo contrario. No se aferre a la medi¬ tación, ni siquiera a la multitud de actos de la oración afectiva, si nota claramente que su espíritu gusta de permanecer en atención amorosa a Dios sin particular consideración ni multi¬ plicación de actos. Santa Teresa sale al paso de los que califican de ociosidad y pérdida de tiempo este dulce reposo en Dios, diciendo: «Luego les parece es perdido el tiempo., y tengo yo por muy ganada esta pérdida ►> (Vida 13,11). Y San Juan de la Cruz lanza terribles anatemas contra los directores ignorantes que tratan de mantener a las almas a toda costa en los procedimien¬ tos discursivos haciéndolas «martillar con las potencias» y es¬ torbándolas el sosiego y la paz en Dios b) Durante ella. —Hay que tener en cuenta algunas nor¬ mas para sacar el máximo rendimiento de esta forma de ora¬ ción. He aquí las principales: r. a Conviene que el alma tenga preparada de antemano, una materia determinada como si se tratara de una simple meditación, sin perjuicio de abandonarla inmediatamente si el atractivo de la gracia así lo pide. Nada per¬ deremos con haber hecho esa preparación aunque el Espíritu Santo ños lleve a otra materia distinta, y, en cambio, podríamos perder mucho—permane¬ ciendo en Ja ociosidad—si no sintiéramos el atractivo especial de la gracia ha¬ cia una materia determinada 63 . Pero procúrese que esa preparación sea muy sencilla: el simple recuerdo de un misterio de la vida de Cristo, un texto de la Sagrada Escritura, una breve fórmula de oración, etc. 2. a Procure el alma mantener lá atención amorosa a Dios con suavidad y sin violencia, pero luchando contra las distracciones y el embobamiento ocioso. Ayúdese, si es preciso, de la imaginación y multiplique los actos afec¬ tivos si el espíritd se distrae o disipa fácilmente cuando se le quiere sujetar a uno solo. Y si no basta esa multiplicidad de afectos, eche mano sin vacilar del discurso de la razón. Precisamente por su misma simplicidad es muy di¬ fícil permanecer mucho tiempo en este modo de oración; habrá que hacer frecuentes excursiones a la oración afectiva y aun a la simple meditación para evitar las distrácciónes o la pérdida de tiempo. Pero hágase todo con suavi¬ dad y sin violencia, sacando en cada momento el mayor partido que se pueda, y no más. Mientras la voluntad permanezca unida a Dios en atención amorosa confusa y general, déjesela tranquila a pesar de las distracciones involunta¬ rias, Unicamente cuando estas distracciones extinguieran del todo la aten- 61 He aquí sus palabras: <¡Si Su Majestad no ha comenzado a embebemos, no^ puedo acabar de entender cómo se pueda detener el pensamiento de manera que no haga más daño .que provecho... Mas si este Rey aún no entendemos que nos ha oido ni nos ve, no nos hemos de estar bobos, que lo queda harto el alma cuando ha procurado esto.:.* (Moradas cuartas 3 , 4 -S)- . 62 Cf. Liorna 3,43; cf. ibid., n.30-62. Aunque el Santo habla propiamente deí reposo de la contemplación infusa, puede aplicarse lo que dice, proporcionalmente, a la oración de sencillez. 65 Lo recomienda con mucha prudencia San Francisco de Sales, a quien lo contrario le parecía «un poco duro...» y le causaba aun tanto de repugnancia* (en carta a Santa Juana de Chanta! del 11 de marzo de 1610; en Oeuvres t.14 p.266). LAl c 3 < La vida de oración . 6 S 1 ción amorosa de la voluntad habría que reanudarla con los procedimientos indicados. 3. a No se desanime el alma por las sequedades. La oración de simpli¬ cidad está muy lejos de ser una oración siempre dulce y sabrosa- Precisa¬ mente por representar el tránsito de la oración ascética a la mística, en ella comienzan las sequedades y arideces de la noche del sentido. Hemos hablado largamente en otro lugar de la conducta que debe observar el alma en esta dolorosa prueba (cf. n.270). c) Después de la oración, —^No se olvide que el fruto de la oración se ha de traducir en una mejora general del conjunto de la vida cristiana. Toda ella ha de experimentar la benéfica influencia de la oración de simplicidad. Y como la gracia tiende cada vez más a simplificar nuestra conducta hasta reduciría a la unidad en el amor, hemos de fomentar esta tendencia huyendo de todo amaneramiento y complicación en nuestras relaciones con Dios y con el prójimo. «Esa simplificación—advierte oportunamente Tanquerey se extiende muy pronto d todo nuestro vivir». «El ejercicio de esta clase de oración, dice Bossuet, ha de comenzar desde que despertamos, haciendo un acto de fe en Dios, que está en todas partes, y en Jesucristo, cuya mirada jamás se apar¬ tará de nosotros aunque nos halláramos en lo más escondido del centro de la tierra»). Continúa durante todo el día. Aun ocupados en nuestros queha¬ ceres ordinarios, nos unimos con Dios, le miramos y le amamos. En las ora¬ ciones litúrgicas y en las vocales, cuidamos más de la presencia de Dios que del sentido de las palabras y procuramos manifestarle nuestro amor. El exa¬ men de conciencia se simplifica; con una mirada rápida echamos de ver las faltas apenas cometidas y nos dolemos a! punto de ellas. El estudio y las obras exteriores de celo las hacemos con espíritu de oración, en la presencia de Dios y con ardiente deseo de darle gloria: «ad maiorem Dei gloriam». Ni aun siquiera las obras más ordinarias dejan de estar penetradas del espíritu de fe y de amor y de convertirse en hostias ofrecidas de continuo a Dios: «offerre spirituales hostias acceptabiles Deo» (1 Petr 2,5). 511. 4. Ventajas.—Las ventajas que señalábamos a la oración afectiva sobre la meditación (cf. n.503) hay que tras¬ ladarlas aquí corregidas y aumentadas. Así como la oración afectiva es excelente disposición para la de simplicidad, ésta lo es para la contemplación infusa, de la que ya comienza a par¬ ticipar. El alma, con menos trabajo y esfuerzo, consigue resul¬ tados santificadores más intensos. Todo el conjunto de la vida sube de plano y se va perfeccionando y simplificando cada vez más. Es que—no lo perdamos nunca de vista—cada nuevo grado 1 de oración representa un nuevo avance en el conjunto de toda la vida cristiana, como declaró expresamente San Pío X (cf. n.484), y se comprende que tiene que ser así por la misma naturaleza de las cosas. Teología ascética n.1369. 632 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana 512. 5. Objeciones.—Contra la oración de simplicidad se pusieron' antaño algunas objeciones, que ya están del todo desacreditadas y resueltas;, pero bueno será recordarlas bre¬ vemente. Objeción i. ft —«Es una pérdida de tiempo y una puerta abierta a la ocio¬ sidad»). Solución.—A Santa Teresa de Jesús le parecía lo contrario (cf. Vida 13,11), y la experiencia diaria en la dirección de las almas confirma plena¬ mente su criterio. Lo que ocurre, es que a veces ^se ponen» en oración de simplicidad— nunca tan bien empleado el nombre en su sentido peyorativo— almas ilusas que están muy lejos de encontrarse en ese grado de oración. Pero entonces acháquense los inconvenientes a la bobería de esas almas o a la in¬ experiencia de sus directores, no a la oración en sí misma, que es excelente y altamente santificadora. Objeción 2A —«Concretar la atención en una idea fija y en un solo afecto es romperse la cabeza y violentar el corazón». Solución .—Si el alma no está preparada para ello, estamos completamente de acuerdo. Pero si lo está, lejos de ser Un ejercicio violento, es incompara¬ blemente más sencillo y fácil que el de la meditación discursiva v el de la oración afectiva multiforme y variada. Todo está en no adelantarse a la hora de Dios ni retrasarse cuando ha sonado ya. Objeción 3. a —('Siempre es más perfecto hacerse violencia». Solución .—Es completamente falso. Santo Tomás enseña que la mera dificultad de una acción no aumenta su mérito a no ser que se ponga mayor amor en realizarla 65 . Y con esa violencia nos exponemos, además, a parali¬ zar la acción del Espíritu Santo, que quiere mantener al alma sosegada y tranquila para comenzar a comunicarle la contemplación infusa 66 . B) ETAPA PREDOMINANTEMENTE MISTICA 513. Repetimos aquí lo que ya dijimos al empezar la descripción de la etapa ascética. Si se quiere hablar con propiedad y precisión, no se puede hablar de etapa ascética y etapa mística sin más. Ambos aspectos de la vida cristiana se compenetran mutuamente, de tal forma que los ascetas reciben a veces ciertas influencias místicas—a través de los dones del Espíritu Santo, que posee toda alma en gracia—y los místicos proceden a veces ascéticamente (siempre que el Espíritu Santo no actúe en ellos con sus dones). Lo único cierto es que en la primera etapa predominan los actos ascéticos, y en la se¬ gunda los místicos; pero sin que puedan atribuirse exclusivamente ninguno de ellos a una determinada fase de la vida espiritual (cf. n. 177-180). La oración de simplicidad señala el paso de la oración ascé¬ tica a la mística. Los elementos infusos— de los que comienza ya a participar—acaban por prevalecer sobre los. adquiridos de un modo gradual y progresivo hasta que el alma entra de lleno en la oración mística o contemplación. Antes de describir 65 U-11,27,8 ad 3; cf. 1-11,114,4 ad 2; 1I-II.I23U2 ad 2; 155,4 ad 2; 182,2 ad t ; 184, £ ad 6. 06 Cf. San Juan j>e i.a Cruz, Noche J,io n.5-6, y en otros muchos lugares de sus obras. L.ll c.3. Ltt vida de oración 683 sus diferentes grados y manifestaciones, se impone un estudio previo de la oración mística en general, que no es otra cosa que la contemplación infusa . LA CONTEMPLACION EN GENERAL 514. S.Th., H-U,i8o-i82; San Buenaventura, Itinerario; Beato Susón, El libro de la Sabiduría; Taulero, Instituciones divinas; Ruysbroeck, El ornato de las nupcias espirituales; Santa Teresa y San Juan de la Cruz, Obras ; Alvarez de Paz, De vita spirituali t.3 I.5; Scaramelli, Directorio místico; P. Lallemant, Doctrina espiritual princ.7; Ribet, La híystL que. divine; Poulain, Des grdces d'oraison; P. De Maumigny, Práctica de la oración mental; Lehodey, Los caminos de la oración mental; Saudreau, Los grados de la vida espiritual; Vétat mystiqve; Meynard, Tr, de la vie intérieure; Arintero, Evolución mística; Cuestiones místicas; Lamballe, La contemplación; MaríCHal, Eludes sur la psychologie des mystiques; Farges, Les phénoménes mystiques; Tanquerey, Teología ascética y mística; Joret, La contemplaron mystique d’aprés Saint Thomas; De Guibert, Theologia sp ir it calis; Gahrigou-Lagrange, Perfectioñ et contemplaron; Tres edades; Stolz, Teología de la mística; De La Taille, L'orai- son contemplaiive; Maritajn, Les degrés du savoir P.502S (París 1932); exposición de la pala¬ bra contemplaron en el Dictionnaire de Spiritualité fase.14-15 cois. 1643-2193, He aquí los cinco puntos fundamentales que vamos a examinar en esta previa visión de conjunto: 1. Naturaleza de la contemplación. 2. Excelencia de la vida contemplativa. 3. ¿Es deseable la divina contemplación? 4. Disposiciones para ella. 5. Llamamiento inmediato a la contemplación. 515* 1. Naturaleza de la contemplación*—La pala¬ bra contemplación , en su acepción más amplia y genérica, su¬ giere la idea de un grandioso espectáculo que llama poderosa¬ mente la atención y cautiva el espíritu. Contemplar en general es mirar un objeto con admiración. Se contempla la inmensidad del mar, el paisaje dilatado de una verde campiña, un vasto sistema de montañas, la belleza del firmamento en una noche serena cuajada de estrellas, las grandes creaciones artísticas del espíritu humano y, en general, todo aquello que es apto para excitar la admiración y cautivar el alma. A) Contemplación natural. —Toda potencia cognosciti¬ va puede realizar, más o menos perfectamente, un acto de con¬ templación. De ahí que puedan darse ciertos actos de contem¬ plación puramente natural , que, según la potencia a quien afecta, serán de orden sensible, imaginativo o intelectual. 1) <'Es sensible cuando se mira por mucho tiempo y con admiración algu¬ na cosa bella, por ejemplo, la inmensidad del mar o la majestad de una cor¬ dillera. 2) Llámase imaginativa cuando con la imaginación nos representa¬ mos largo rato con admiración y cariño una cosa o persona amada. 3) inte¬ lectual o filosófica cuando se para admirativa la mirada de la mente, con sólo considerar y sin discurrir, en alguna gran síntesis filosófica, por ejemplo, en el concepto del ser absolutamente simple e inmutable, principio y fin de todos los otros seres» 1 . 1 Tanquerey, Teología ascética 11.1297. 684 P.UI. Desarrollo normal de la vida cristiana Claro que todos estos actos de contemplación puramente natural tienen que ser forzosamente muy imperfectos y transi¬ torios. Los dos primeros—sensibles e imaginativos—no son, propiamente hablando, actos contemplativos, ya que, como ve¬ remos más abajo, ninguna potencia puramente orgánica puede ser principio elicitivo de contemplación. Y el tercero—el de la contemplación intelectual o filosófica—no puede ser muy per¬ fecto y duradero, puesto que la visión intuitiva y sin discurso no es propia de la naturaleza racional del hombre, que va de suyo analizando y discurriendo. El espíritu humano cae inde¬ fectiblemente en una especie dé pasmó ó embobamiento cuando se empeña en atajar naturalmente el discurso antes de recibir una luz infusa que lo supla o substituya con ventaja 2 . B) Contemplación sobrenatural o infusa.—L a con¬ templación cristiana, sobrenatural o infusa, ha sido definida con muy variadas fórmulas a través de los siglos, pero todas ellas coinciden en lo fundamental; se trata de una suspensión admirativa del entendimiento ante el esplendor de la verdad sobrenatural. Recojamos brevemente algunas de las más bellas definicio¬ nes que nos ha legado la tradición cristiana 3 . «La contemplación es una deliciosa admiración de la verdad resplande¬ ciente» 4 . «Una santa embriaguen que apárta al alma de la caducidad de las cosas temporales y que tiene por principio la intuición de La luz eterna de la Sa¬ biduría» 5 . «Una elevación y una suspensión del espíritu en Dios que es un anticipo de las dulces alegrías eternas» «Una mirada Ubre y penetrante del espíritu suspendida de admiración ante los espectáculos de la divina Sabiduría» 7 . «Una sencilla intuición de la verdad que termina en un movimiento afec¬ tivo» 8 . «La contemplación es ciencia de amor, la cual es noticia infusa dé Dios amorosa y que juntamente va ilustrando y enamorando al alma hasta subirla de grado en grado a Dios, su Criador» 9 . «La contemplación no es más que una amorosa, simple y permanente atención del espíritu a las cosas divinas» 10 . «La contemplación es una vista de Dios o de las cosas divinas simple, libre, penetrante, cierta, que procede del amor y tiende al amor» 11 . ? Cf. Santa Teresa, Vida c.12 (sobre todo el'n.5), donde pone en guardia a las monjas contra semejantes embobamientos adquiridos. 3 Cf. Ribet, La divine t.i p.iA c.i. 4 El autor del libro De Spr'riíu et Anima (c. 32), atribuido antiguamente a San Agustín. 5 San Agustín, Contra Eaustum Manich- 1 .x 2 c.48. 6 El autor de la famosa Scala ClaustraUum (atribuida a San Bernardo) c.r. 7 Ricardo de San Víctor, Beniamin Maior i.i c.4: ML 196,67. ® S.Ttí., II-Il,i80,3 ad í et ad 3- 9 San Juan de la Cruz, Noche II, 18,5. 10 San Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios 1.6 c,3- 11 P. Lallemant, La doctrine svirituelle princ.7 c.4 a.5. L.H c<3. La vida de oración 685 Las fórmulas podrían multiplicarse indefinidamente. Nos¬ otros vamos a exponer la naturaleza de la contemplación infusa siguiendo las huellas del Doctor Angélico» Santo Tomás de Aquino, Para proceder con claridad y orden, vamos a establecer una serie de conclusiones escalonadas. Al final daremos la de¬ finición sintética de la divina contemplación 12 . i*° El principio elicitivo psicológico 516. Conclusión i. B : El principio inmediato elicitivo dé la contem¬ plación nó es la esencia misma del alma. Esta conclusión se opone a la doctrina defendida por algunos místicos (Eckart, Ruysbroeck, Taulero, etc.), según Ja cual el ápice supremo de la contemplación consistiría en la omnímoda quietud y silencio de las poten¬ cias. La substancia de Dios—dicen—es del todo inmediata a la substancia del alma en el centro mismo del alma. Es un «contacto substancial de ambas substancias». Y esta contemplación activísima se realiza por el alma misma, sin ninguna intervención de las potencias. Se prueba la conclúsión. —1.° Lo que no es inmediatamente opera¬ tivo, no es principio elicitivo inmediato de las Operaciones subsiguientes. Ahora bien, la esencia del alma no es inmediatamente operativa, ya que nin¬ guna substancia creada puede serlo, porque ninguna esencia creada es o pue¬ de ser suum esse ni puede ser, por consiguiente, simm agere . El ser es acto de la esencia. Si el alma, pues» obrase por su esencia, su operación se confundi¬ ría con su ser y con su propio acto; y tendríamos un ser per se , un verdadero acto puro , lo cual repugna absolutamente en el ser creado. 2. 0 Por muy elevada que sea la contemplación que pueda alcanzarse en esta vida, siempre será inferior a la del cielo. Pero la del cielo se realiza por el entendimiento , que es una potencia del alma; luego con mayor razón la de la tierra. 3. 0 La contemplación cristiana es altamente meritoria, como admiten todos. Ahora bien, el mérito no puede consistir en.la esencia del alma, sino en un acto segundo y libre de coacción y de necesidad (como consta por la con¬ denación de los errores de Jansenio; D 1094). Luego consiste en un acto de las potencias, ¿Cómo se justifican entonces aquellas expresiones de los místicos a que antes aludíamos ? Aquella quietud omnímoda de que hablan hay que enten¬ derla de los sentidos interiores y exteriores y del esfuerzo violento de las po¬ tencias del alma. La contemplación altísima a que se refieren procede de un modo tan suave y delicado, que da la impresión de que no hay operación alguna de las potencias; y, sin embargo, hay operación en grado sumo, para la que se nos dan las virtudes teologales y los dones. La operación, como es sabido, cuanto más alta y perfecta es (por el ejercicio, por la experiencia o por la perfección del sujeto), tanto es más fácil, suave y menos agitada. Puesto en claro que la esencia del alma no puede ser el principio elicitivo inmediato de la contemplación, es preciso averiguar ahora a cuál de sus po¬ tencias corresponde. Prenotando. —Las potencias son de dos géneros: a) puramente espiri ¬ tuales , anorgánicas, y éstas son del alma sola en cuanto al principio y en cuan- 1 2 Utilizamos ampliamente para redactar estas conclusiones las notas de un cursillo iné¬ dito sobre la contemplación dado por el P. Santiago Ramírez, O.P., en la Pontificia Facultad de Teología del convento de San Esteban, de Salamanca, durante el curso escolar 1050-51. 686 P.IIL Desarrollo normal de ■la vida cristiana to al sujeto; b) orgánicas, y éstas son del alma en cuanto al principio, pero de todo el compuesto en cuanto al sujeto. Y estas últimas todavía se subdividen en vegetativas (en las plantas y animales) y sensitivas (en los animales, al me¬ nos en los más perfectos), que se desdoblan, a su vez, en aprehensivas (sen¬ tidos interiores y exteriores) y apetitivas (apetito sensitivo: concupiscible e irascible). 517, Conclusión 2. a ? La contemplación no puede proceder de las po¬ tencias orgánicas, cualesquiera que sean, como de su principio elicitivo. Se prueba.—i,° La vida contemplativa es propia de la vida humana en cuanto humana, esto es, en cuanto racional; no es una vida común a los hombres, animales y plantas. Pero las potencias vegetativas son comunes al hombre con las plantas y animales, y las sensitivas al hombre con los aníma¬ les. Luego la vida contemplativa no puede brotar de esas potencias orgánicas. 2. 0 La contemplación se da también en los ángeles y en las almas sepa¬ radas, ya que la contemplación de la tierra no difiere de la del cielo sino en el grado de perfección, Pero los ángeles no tienen ninguna potencia orgánica, y las almas separadas las tienen tan sólo virtual o radicalmente (en cuanto que el alma es principio de todo el compuesto), pero no actualmente (ya que en su ejercicio actual dependen de sus respectivos órganos). Luego... No pu- diendo proceder la contemplación de las potencias orgánicas, tienen que pro¬ ducirla las puramente espirituales. Estas son dos: el entendimiento y la vo¬ luntad. Veamos a cuál de las dos pertenece y en qué forma. 518. Conclusión 3. a : Esencialmente, la contemplación es acto elicitivo del entendimiento solo. Sin embargo, es también acto de la vo¬ luntad antecedente, concomitante y consiguientemente* Esta conclusión tiene dos partes, , que vamos a probar por separado. Primera parte: Esencialmente es acto elicitivo del entendimiento solo. N . B .—Nos referimos al entendimiento posible, no al entendimiento agen¬ te, que no es cognoscitivo, ya que su misión se limita a iluminar los fantasmas de la imaginación, presentándolos en forma de especie inteligible al entendi¬ miento posible, que es donde se realiza formalmente la intelección 13 . Y se trata del entendimiento especulativo, no del práctico. Se prueba. —El objeto propio y el fin de la contemplación es la verdad. Pero la verdad pertenece formal y elicitivamente a sólo el entendimiento. Luego... Como es sabido, la potencia se ordena a su acto, y el acto a su objeto. Hay una relación trascendental de la potencia al acto y del acto*a la potencia, como la hay del acto al objeto y del objeto al acto. Luego si el objeto de la contem¬ plación es la verdad, la contemplación debe pertenecer al entendimiento, de quien es acto propio conocer la verdad 14 . Segunda parte: Antecedente, concomitante y consiguientemente es también acto de la voluntad. Se prueba. — 1,° Antecedentemente : Porque la contemplación es un acto libre en cuanto a la especificación y al ejercicio. Luego antecedentemente de¬ pende de la voluntad, que aplica al entendimiento a contemplar. . 2. 0 i Concomitantemente: La contemplación de las cosas divinas enardece en el alma el fuego del amor divino y el deseo de poseer plenamente a Dios 13 Cf. 1,79,84 y 85. Cf. 11-11,180,1. L,ll c.3. La vida de oración 687 en la visión beatífica; y estos actos son propios de la caridad y de la esperanza teologales, que están en la voluntad. Además, la contemplación cristiana es grandemente meritoria en el or¬ den sobrenatural, y no podría serlo sin el influjo de la caridad, que es virtud afectiva y reside en la voluntad. 3. 0 Consiguientemente: La contemplación cristiana produce una gran quietud, paz y delectación de espíritu. Su dulzura y suavidad supera con mucho todos los deleites de esta vida, como dicen reiteradamente los místi¬ cos 15 . Estos deleites enardecen la caridad; y ésta, a su vez, mueve y excita a seguir contemplando para gozarlos más y más. Por donde aparece claro que la contemplación cristiana, aunque formal¬ mente es acto del entendimiento especulativo, causaliter et terminative con¬ siste también en el afecto de la voluntad 16 . z.° El principio elicitivo sobrenatural Vamos a proceder por conclusiones. 519. Conclusión i. a : La contemplación infusa no és una gracia gra¬ tis dada. Se prueba.—i. 0 Porque la contemplación es substancialmente sobrena¬ tural (quoad substantiam) y las gracias gratis dadas lo son tan sólo en cuanto al modo (quoad modum ). 2. 0 La contemplación se ordena al bien espiritual del que la tiene y las gracias gratis dadas se ordenan al bien de los demás. 3. 0 Porque la contemplación infusa es formalmente santificadora y las gracias gratis dadas no lo son de suyo. 520* Conclusión 2. a : La contemplación infusa requiere necesariamen¬ te la gracia habitual o santificante. i,° Porque—■como veremos en seguida—no se da jamás contemplación infusa sin intervención de los dones intelectivos del Espíritu Santo, que son inseparables de la gracia y la caridad. 2. 0 Porque la contemplación se realiza a impulsos del amor de Dios —que supone gracia santificante—y, a su vez, aumenta y enardece, el amor, 3. 0 De lo contrario, la contemplación sería una gracia gratis dada , no formalmente santificadora. 521. Conclusión 3. a : No basta la gracia habitual; se requiere necesa¬ riamente el impulso de la gracia y la caridad actual. Porque la contemplación es un acto sobrenatural que requiere la previa moción divina sobrenatural, y eso es la gracia actual. 1 s He aquí unos textos de Santa Teresa: «Es sobre torios los gozos de la tierra, y sobre todos los deleites, y sobre todos los contentos, y más que no tiene que ver...» (Moradas quintas í,6). «Sabe que es el mayor fbien] que en la vida se puede gustar, aunque se ‘unten juntos todos los deleites y gustos del mundo* (Conceptos de amor de Dios 4,4). lú Lo dice expresamente Santo Tomás: «Vita contemplativa, quantum ad ipsam essen- tiam actionis, pettinct ad inteUeclum: quantum autem ad id quod movet ad exercendum talem operationem, pertinel ad voluntatem, quae movet omnes alias potentias, et etiam intellectum, ad suum actum... Et quia unusquísque delectatur cuín adeptus fuerit id quod amat, ideo vita contemplativa terminatur ad delectatiortem, quae est in affecíu; ex qua etiam amor intenditur* (IITI,r8o,r). 6&8 Pili. Desarrollo normal. de la vida cristiana 522. ; Conclusión 4. a : La gracia actual ordinaria que mueve las virtu¬ des infusas no basta para el acto contemplativo; se requiere la gracia actual.que mueve el hábito de los dones. Primera parte: porque de lo contrario, todo acto de virtud infusa—al menos las de orden intelectivo—sería contemplativo, lo cual es completa¬ mente falso. Segunda parte : porque la contemplación infusa procede de los dones, como veremos en seguida. 523. Conclusión 5« a : Además de la gracia habitual y actual, se requie¬ re para la contemplación el hábito de las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.: Porque la gracia habitual no es inmediatamente operativa. Obra siempre mediante sus potencias, que son los hábitos infusos de las virtudes y dones. La gracia actual sin el hábito de las virtudes y dones produciría un acto sobrenatural violento: tránsito de la potencia radical al acto segundo , sin pasar por el acto primero (disposiciones infusas habituales); y la contemplación es un acto lleno de suavidad y dulzura, que nada tiene de violento. 524. Conclusión 6. a : Ninguna virtud infusa o don del Espíritu Santo de orden afectivo puede ser formal y elichivamente principio in¬ mediato del acto contemplativo, aunque sí pueden ser principios dispositivos antecedente y consiguientemente. Primera parte: porque la contemplación, como vimos, es acto elícito del entendimiento; luego los hábitos operativos, elicitivos de la contemplación deben ser de orden cognoscitivo, no afectivo. Segunda parte: porque la contemplación no puede realizarse sin la rec¬ tificación de las pasiones. El que se entrega a los vicios—sobre todo a los de la carne—y el que vive entre risas y tumultos no tiene su alma dispuesta para el sosiego y quietud de la contemplación. Luego las virtudes infusas de orden afectivo concurren dispositiva y terminativamente a la contemplación. Pero de modo y en grados distintos según se trate de las virtudes morales, de los dones o de las virtudes teologales afectivas. Y así: a) Las virtudes morales concurren de una manera remota, indirecta y per occidenSi o sea, rectificando el apetito acerca de los medios. Ya sea nega¬ tivamente, removiendo los obstáculos; ya positivamente , estableciendo la ar¬ monía y la paz contra las diversas partes inferiores del hombre. Son las que producen la purificación activa de los sentidos y de las pasiones (ascética). b) Los dones correspondientes a las virtudes morales producen la purifica¬ ción pasiva de los sentidos y de las pasiones. Porque los dones son también hábitos activos; sólo por orden al Espíritu Santo que los mueve son hábitos receptivos; o pasivos. En la purificación pasiva intervienen principalmente los dones. c) Las virtudes teologales afectivas (esperanza y caridad) concurren a la contemplación directamente y per se, causando la rectitud del apetito en orden; al fin. Ya sea negativamente , quitando el torpor o pereza de la volun¬ tad; ya positivamente , elevando al hombre a la unión afectiva con; Dios (pu¬ rificación activa de la voluntad), d) ; Los dones correspondientes o. la esperanza (temor) y a la caridad (sabi¬ duría) causan la purificación, pasiva dé la voluntad, que es excelentísima dis¬ posición para la contemplación. L.ll c.3. La vida de oración €89 525. Conclusión 7.®; El principio inmediato elicitivo de la contemplar ción debe ser una virtud infusa del entendimiento* Se prueba.— Negativamente: por exclusión de las virtudes afectivas. Positivamente: porque la potencia elicitiva de la contemplación es el en¬ tendimiento; luego el hábito que concurra con la potencia intelectiva tiene que ser también de orden intelectivo. Ahora bien: son muchos los hábitos intelectivos: Sagrada Teología, cien¬ cia infusa, prudencia infusa, la fe y los dones intelectivos. ¿Cuál de ellos? i.° No puede ser el hábito de la Sagrada Teología — a) Es sobrenatural tan sólo radicaliter, y la contemplación lo es substantialiter. b) La Teología es esencialmente discursiva, y la contemplación es in¬ tuitiva. c) El hábito de la Teología puede darse sin la caridad, y la contempla¬ ción jamás. d) Son legión los teólogos no contemplativos; luego son cosas separables. 2. 0 Ni el hábito dé la ciencia infusa.-^a) Es gracia gratis dada, y la con¬ templación es gracia santificadora. b) No todos los contemplativos tienen ese hábito ni todos los que lo tienen son contemplativos. c) El hábito de la ciencia infusa es discursivo, y la contemplación es intuitiva. 3. 0 Ni la prudencia infusa ni el don de consejo correspondiente.— Porque pertenecen al entendimiento práctico, y, por lo mismo, se refieren a la vida activa. La contemplación es acto del entendimiento posible o especulativo. 4. a Ni la profecía.— Porque la profecía es úna gracia gratis dada; y ade¬ más no es un hábito, sino una gracia transeúnte. 5. 0 Luego tiene que ser la fe o los dones intelectivos ,—Por exclusión de los demás hábitos intelectivos. Pero veamos en qué forma.' 526. Conclusión 8. a : No es la fe sola. i.° La fe puede ser muerta (informe) o viva (informada por lá caridad); y ninguna de las dos puede ser el principio elicitivo de la contemplación, a) No la fe informe .* porque esta fe es compatible con el pecado mortal, y la contemplación infusa jamás lo es. b) No la informada por la caridad : porque esta información sería la ra¬ zón formal de la contemplación o sólo una condición sine qua non. No puede ser la razón formal, porque la contemplación pertenece esencialmente al entendimiento, y esta información procede de la caridad, que reside en la voluntad. La caridad concurre a la contemplación como disposición próxi¬ ma, pero no da la misma eficiencia formal, ya que no es cognoscitiva en cuanto caridad. Y condición sine qua non ciertamente que lo es para que pue¬ da darse la contemplación, pero esta condición no da lá causalidad; es un mero requisito previo. 2. 0 Además, el acto de fe es creer, o sea, cum assensione cogitare, esen¬ cialmente de non visis, de cosas oscuras, y la contemplación—como vere¬ mos—es cierta manera de visión. Por esto, no todos los justos son contem¬ plativos ni tienen a su disposición el acto de la contemplación, como tienen el acto de fe. T*ól. ptrfeccii» 24 690 P.lll. Desarrollo normal de ia vida cristiana 527* Conclusión 9. a : Ni sólo los dones intelectivos del Espíritu Santo sin la fe. i.° Porque en los viadores 17 estos dones no pueden darse sin la fe 18 . Ahora bien: estos dones son a la fe lo que la conclusión es a su principio. Pero las conclusiones no pueden darse independientemente de su principio; toda la fuerza de la conclusión la trae de su principio. 2. 0 Porque los dones obran con las virtudes correspondientes acerca de la misma materia. No tienen actos propios independientes de los de las vir¬ tudes;^ se dan actos dónales que no sean, a la vez, actos de la virtud infusa correspondiente. 528. Conclusión 10: El hábito inmediato elicitivo del acto de contem¬ plación es la fe informada por la caridad y reforzada por los dones intelectuales del Espíritu Santo. La fe informada proporciona la sustancia del acto, y los dones intelectuales (sabiduría, entendi¬ miento y ciencia) proporcionan el modo sobrehumano 19 . Como quiera que un solo y mismo acto no puede proceder por igual de hábitos específicamente diferentes, tiene que proceder de ellos según lo an¬ terior y posterior . Y así: i.° La fe proporciona la sustancia del acto, estableciendo formalmente el contacto con la primera Verdad en sí misma, pero sin dar la visión. Con¬ curre como causa que pone intelectualmente en contacto formal con la pri¬ mera Verdad, pero de una manera oscura. Da el acto mismo de conocer. La fe proporciona la materia de la contemplación: Dios, objeto primario, y las verdades divinas de la fe. Los dones intelectuales hacen el papel deforma, como veremos en seguida. La fe concurre como causa propia principal pro¬ porcionando la sustancia del conocimiento. Los dones intelectuales concu¬ rren como causa propia secundaria, proporcionando el modo contemplativo, sabroso, experimental, de la Verdad Primera como presente y connatural. 2. 0 La caridad concurre, no estableciendo el contacto formal, sino como disposición próxima que aplica el objeto al sujeto; por la caridad el objeto de la fe se hace presente al sujeto bajo la razón de don presente y connatural . Concurre, pues, no elicitiva, sino dispositivamente; pero necesariamente, ya que es indispensable que la fe esté informada por la caridad. 3. 0 Los dones intelectuales del Espíritu Santo concurren proporcionando el modo sobrehumano, contemplativo, experimental; y la permanencia y esta¬ bilidad de la contemplación. La fe proporciona la materia del acto contem¬ plativo; los dones le proporcionan la forma contemplativa. Pero la forma no puede darse sin la materia, ni el modo sin la sustancia; luego los dones dependen de la fe, y en todas las operaciones contemplativas concurre la fe. Pero veamos en qué forma concurren cada uno de los dones intelectuales. a) El.don de entendimiento da el conocimiento formal místico; el objeto se hace; presente bajo la razón de conocido. Por eso dice Santo Tomás: «En 17 Sabido es que por el término viadores se entiende en Teología a los habitantes de este mundo, que caminan hacia la patria eterna. Y a los que gozan ya de la visión beatífica se les llama comprehensores. 18 A; excepción de Jesucristo mientras vivía en este mundo, que era a la vez viador y comprehensor. Por eso no tenia fe—no podía tenerla, puesto que su alma santísima gozaba ya de la visión beatifica—, aunque tenía en grado perfectísimo todos los dones del Espíritu Santo. 19 Esta tesis es admitida por todas las escuelas de espiritualidad cristiana sin excepción. El mismo P. Crisógono la prexdarna abiertamente citando a José del Espíritu Santo. He aquí sus propias palabras: «El conocimiento intuitivo de la contemplación infusa tiene, de la fe, la sobrenaturalidad de la sustancia del acto, y de los dones del Espíritu Santo, la sobrena¬ turalidad del modo de la operación* (P. Crisógono. Compendio de ascética y mística p.3. a c.r a.2 p.167 i. a ed.). L.I 1 c. 3 . Lsf vida de oración 691 esta misma vida, purificado el ojo del espíritu por el don de entendimiento, puede verse en cierto modo a Dios» 20 . b) El don de sabiduría conforma al hombre con Dios por cierta filiación adoptiva 21 . En cuanto implica conocimiento de Dios no discursivo, sino in¬ tuitivo y experimental, pertenece a la fé; en cuanto importa experiencia sa¬ brosa de Dios y de los misterios sobrenaturales, responde a la caridad. Es un conocimiento sabroso y afectivo. Radicalmente responde a la fe. c) El don de ciencia se refiere al objeto secundario de la contemplación: las cosas creadas. Por ellas el hombre se eleva al conocimiento de Dios, objeto primario de la contemplación. Es conveniente ampliar un poquito estas ideas. Los dones de entendi¬ miento y sabiduría causan la llamada visión mística , irreductible a las cate¬ gorías de visión de esta vida terrena. La fe da la materia, la sustancia da la contemplación; más perfectamente que los dones por razón de su objeto o motivo formal, pero inferior a ellos en cuanto al modo de conocer. Por los dones—en efecto—se tiene este modo de evidencia experimental. Es un conocimiento afectivo, una experiencia gusta da de l os misterios sobrenatu- raíes. Es cierto conocimient(Linirnecirato, no por discurso ni remoto (como_ efronotáinign^ 3 -¡ltí^^ c orno"es~e~rLSÍ. en su misma esencia, sino por los efectos' sóKfe naturale?^que Dios^rodji^.j£n^^^lrQ^np_<^^^id^radps_de m unajTianera abstracta, sino' ¿óntempiados, gustados, sabo r eados . Estos efectos son íoslnedíós^oBietivos de este modo 3 e conocer; y~no~se conoce a Dios por este medio de una ma¬ nera abstracta y por el entendimiento, sino afectiva y experimentalmente. Este conocimiento es, en parte, positivo (existe cierto sentido espiritual para captarlo), pero principalmente negativo. Cuanto mayores son estos efec¬ tos amorosos, más se acerca negativamente el alma a Dios, concibiendo una idea más pura de El, removiendo de El toda imperfección, etc. Es cierta tiniebla (caligo mentís) —como dice el Pseudo-Dionisio—, por cuanto todos los efectos ad extra distan infinitamente de Dios. Y porque la fe formada supone la caridád, supone también la unión afectiva (efecto formal del amor, el amor mismo) y la efectiva (efecto de la unión afectiva; del afecto se pasa al efecto, a la cosa: la unión misma). Y aunque la caridad en esta vida, por razón del estado, sea de objeto distante (Dios), sin embargo, de suyo, por su propia esencia, exige la presencia. Esto no significa que el conocimiento de fe sea inferior según su esencia, o sea, en cuanto al objeto formal, al conocimiento de los dones; sino que los dones tienen este modo superior en cuanto unidos a la caridad. Quitan en cierto modo la oscuridad de la. fe por la connaturalidad que proviene de la caridad. Ahora cabe preguntar: ¿en qué estado de perfección es la fe principio de la contemplación? Prenotando. —Las virtudes teologales están o pueden estar en un triple estado: i.° En los incipientes: todavía permanecen en ellos las manchas del pe¬ cado, ni están todavía en paz y sosiego, aunque tengan el principio de ello, en cuanto están en gracia y poseen los hábitos infusos de las virtudes y dones. 2. 0 . En los proficientes ; tienen ciertamente los dones y las virtudes algo más desarrollados que los principiantes, pero todavía en grado imperfecto, sin ejercer toda su virtualidad. 20 I-n,í»9,2 ad 3; cf. 3 c etad i¡ 1P1Í,8,7; 45,6; IV Sent. 15,4,1,1 ad 5; De Verit. 18,4 ad r, etc. 21 I-II,6g,3 ad i\ 11-11,45,6. 692 P.I1I. Desarrollo normal de la vida cristiana 3. 0 En los perfectos: tienen los hábitos infusos perfectamente desarro¬ llados; se adecúan perfectamente al sujeto; están en perfecta paz y quietud; pueden prorrumpir fácilmente en el acto sublime de la contemplación. Estos tres estados corresponden a las tres vías tradicionales: purgativa, iluminativa^ unitiva, Y se dan ios tres en las virtudes teologales, en los do¬ nes del Espíritu Santo y en las virtudes morales. Veamos ahora, en una nueva conclusión, la contestación a la pregunta formulada. 529. Conclusión n: La fe no es principio inmediato elicitivo de la contemplación en su primer estado (incipiente), ni lo es perfec¬ tamente en el segundo (proficiente), sino únicamente en el ter¬ cero (estado perfecto). Esta conclusión tiene tres partes, que vamos a probar por separado. Primera parte .—No es en el estado incipiente, porque en él, aunque se posee el hábito de la fe, sus actos brotan con muy poca intensidad y firmeza a causa de las huellas y reliquias que dejaron en el alma los pasados pecados, de los que no está todavía suficientemente purificada. Ahora bien: la con¬ templación supone un acto vivísimo de fe, incompatible, de ley ordinaria 22 , con este estado de cosas. Segunda parte .—No lo es perfectamente en el segundo (proficiente), por¬ que, aunque en este estado—correspondiente a la vía iluminativa—comien¬ zan ya las primeras manifestaciones de la contemplación infusa (recogimien¬ to infuso, quietud y unión simple), sin embargo, todavía los hábitos infusos no están perfecta y totalmente connaturalizados con el sujeto de manera que puedan pronta y fácilmente producir el acto contemplativo en grado perfecto. Tercera parte .—Unicamente en este estado perfecto la fe y los dones están plenamente arraigados y connaturalizados con el sujeto. El acto con¬ templativo brota con grandísima facilidad y en grado intensísimo. Son las oraciones místicas, correspondientes a la vía unitiva : unión plena, unión ex¬ tática y unión transformativa, en la que se realiza el llamado matrimonio espiritual entre Dios y el alma. Se produce una gran paz y quietud, estupor y pasmo ante las grandezas de Dios, silencio espiritual perfecto, embriague¬ ces y deliquios místicos, acompañados con frecuencia de epifenómenos y gracias extraordinarias. El alma queda transformada en Dios y puede excla¬ mar con San Pabló: «para mí la vida es Cristo» (Phii 1,21); o también; «ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). 530. Conclusión 12: En cualquier grado de perfección que se pro¬ duzca ei acto contemplativo, siempre se realiza a base de una doble especie Inteligible i impresa y expresa. Algunos autores—pocos—afirman que la contemplación se realiza sin ninguna especie inteligible, impresa o expresa. Se trata—dicen—de un co¬ nocimiento concreto e intuitivo que no puede hacerse por estas especies abstractas. Pero esta doctrina no puede admitirse. En esta vida, todo acto de cono¬ cimiento natural o sobrenatural requiere necesariamente un verbo mental (especie expresa), que, a su vez, exige la excitación de una previa especie impresa. Estas especies son el medio del conocimiento (no e! objeto, mismo 22 Decimos de ley ordinaria, porque en absoluto no es del todo imposible un acto transi¬ torio de contemplación infusa en los comienzos mismos de la vida espiritual, como vimos en otro lugar de esta obra (cf. n. 179). L.ll c.3. La vida de oración 693 de la visión, que es siempre el objeto contemplado, sino el medio por el que y en el que se ve)» De lo contrario, la contemplación se confundiría con la visión inmediata e intuitiva, que es la prppia de la visión béatífica. El conocimiento contemplativo én esta vida se realiza, pues, a base de especies inteligibles. Pero esto plantea un nuevo y último problema, que vamos a resolver en la siguiente conclusión. 53!♦ Conclusión 13: La contemplación no requiere nuevas especies infusas; bastan íás raismás especies sobrenaturales que propor¬ ciona la fe iluminadas por la luz infusa procedente de los dones intelectuales del Espíritu Santo» Esta conclusión tiene dos partes, que vamos a probar separadamente. Primera parte.—No requiere nuevas especies infusas. i.° Porque ya hemos visto más arriba (conclusión 10) que el hábito in¬ mediatamente elicitivo del acto contemplativo es la fe informada por la cari¬ dad y reforzada por los dones intelectuales del Espíritu Santo. No se requiere nada más. 2. 0 Porque, de lo contrario, la contemplación infusa se confundiría con las gracias gratis dadas , ya que esa nueva especie infusa equivaldría a una verdadera revelación de silgo desconocido hasta entonces, y esto es un ver¬ dadero milagro que está fuera en absoluto de las vías normales de la san¬ tidad Segunda parte.—Bastan las verdades de la fe iluminadas por los dones in¬ telectivos. Porque las verdades dé la fe son de suyo oscuras, como de non visis, y por eso no pueden ser propiamente contempladas en sí mismas a no ser que una luz infusa venga a iluminarlas dándoles una especie de evidencia; no intrínseca u objetiva (los misterios continúan siéndolo en esta vida por mu¬ cho que se les ilumine), pero sí subjetiva o experimental: y éste es cabalmente el efecto propio de los dones intelectivos del Espíritu Santo, que nos dan un conocimiento sabroso, contemplativo, experimental, de las cosas de la fe por una especie de instinto y connaturalidad con lo divino. 3. 0 Características psicológicas déla contemplación 53a Precisada ya teológicamente la naturaleza íntima de la contemplación infusa, vamos a.recoger ahora las principales características de tipo psicológico y experimental que permiten reconocerla en la práctica y distinguirla de otros fenómenos del espíritu que pudieran parecérsele. Algunos autores—entre los que destaca el P. Poulain—se li¬ mitan exclusivamente a la exposición de este aspecto puramente psicológico y experimental de la contemplación, dejando com¬ pletamente a un lado la investigación teológica de su naturaleza íntima. Esta actitud puede admitirse si—como advierte expre¬ samente el P. Poulain—se trata únicamente de presentar «un simple manual parecido a esos tratados de medicina práctica El lector que desee una amplia información sobre la no necesidad de especies infusas para Ja contemplación, leerá con provecho los extensos artículos del P. Garrigou-Lagtange, recogidos en su obra Perfectíon ti contemplation ap.'i p-fi-S*! de la 7.* ed. 694 P.IU. Desarrollo normal de la vida cristiana que, sin perderse en altas teorías biológicas, enseñan buena¬ mente a diagnosticar con rapidez cada enfermedad y a recetar el remedio conveniente » 24 ; pero es a todas luces insuficiente si se quiere presentar una obra verdaderamente científica. Nos¬ otros no desdeñamos este aspecto psicológico de la contempla¬ ción (sería absurdo tratándose de una realidad eminentemente psicológica como ella es); pero nuestro modesto trabajo nos parecería muy incompleto si no hubiéramos examinado pre¬ viamente sus fundamentos teológicos , tínicamente de los cuales puede recibir solidez y consistencia. He aquí, pues, las principales características psicológicas que suele presentar en la práctica la contemplación infusa: 533. i. a La presencia de Dios sentida.—El P. Poulain insiste mucho en esta nota, que considera la más importante y esencial de la contempla¬ ción infusa. «La verdadera diferencia—dice—con los recogimientos de la oración ordinaria es que, en el estado místico, Dios no se contenta con ayu¬ darnos a pensar en El y a recordarnos su presencia, sino que nos da un conocimiento intelectual experimental de esta presencia; en una palabra, nos hace sentir que entramos realmente en comunicación con él» 25 . Los discípulos del P. Poulain repiten esta misma doctrina. Fue el P. Grandmaison quien propuso la siguiente fórmula, que ha hecho fortuna entre los autores: «Los místicos son los testigos de la presencia amorosa de Dios en nosotros» 26 . Nada tendríamos que oponer a esta doctrina si nos la presentaran como la nota más frecuente y ordinaria de la experiencia mística; pero los hechos obligan a rechazarla si se la quiere presentar como la nota típica y esencial que nunca falla. Hemos expuesto en otra parte las razones que nos obligan a ello, y nada tenemos que añadir aquí (cf. n.170). 534. 2. a La invasión de lo sobrenatural en el alma.—Es otra de las características más típicas y frecuentes, aunque puede fallar y falla de hecho en los intervalos de purificaciones pasivas. Guando se produce—que es lo más ordinario—, el alma se siente invadida de una manera inequívoca e inefable por algo que no sabría expresar con precisión, pero que siente' cla¬ ramente que «a vida eterna sabe». Es la acción desbordada de los dones, que inundan al alma de vida sobrenatural, «El hombre—advierte el P. Grand¬ maison—tiene la impresión de entrar no por un esfuerzo, sino por un llama¬ miento, en contacto inmediato, sin imagen, sin discurso, aunque no sin luz, con una Bondad infinita» 27 . El P. Poulain añade: «En los estados inferiores al éxtasis no puede decirse que se vea a Dios, si no es en casos excepciona¬ les; no se siente uno impulsado instintivamente a emplear la palabra ver. Lo que constituye, por el contrario, el fondo común de todos 28 íos grados de unión mística es que la impresión espiritual por la que Dios manifiesta su presencia le hace sentir algo asi como una cosa interior de la que está penetrada el alma; es una sensación de imbibición, de fusión , de inmersión . 24 P. Poulain, Desgrctces d'oraison pref. n.2 (11 ed.). 25 P. Poulain, o.c., c.5 n.3. 26 De Grandmaison, Religión pcrsormelle p.i78 (ed. París 1927;. 2 ? :De Grandmaison, o.c., p. 159. 2 8 Ya sabe el lector que nosotros no admitimos esta totalidad absoluta, aunque sea ése eí efecto mas frecuente y ordinario de la experiencia mística.— N. dd A. L.ll c. 3 - La vida de oración 695 Para mayor claridad puede describirse lo que se siente designando esta sen¬ sación con el nombre de toque interiort> 29 . Las almas experimentadas—en efecto—se sienten empapadas de lo so¬ brenatural como una esponja que se sumerge en el agua . Ello les produce de¬ leites inefables «diferentísimos de los de acá» (Santa Teresa), aunque con mayor o menor intensidad según el grado de oración en que se encuentran y el grado de intensidad de la divina acción a través de los dones del Es¬ píritu Santo 30 . 535 . 3. a Imposibilidad absoluta de producir por nuestros propios esfuerzos la experiencia mística.—Esta es una de las notas más típicas y características, que tiene, además, la ventaja de no fallar nunca en ninguno de los estados de oración mística o contemplativa. El alma tiene conciencia clarísima de que la experiencia inefable de que está gozando no ha sido pro¬ ducida por ella , ni durará un segundo más de lo que quiera el misterioso agente que la está produciendo. El alma es el sujeto pasivo de una sublime experiencia que por sí sola no podría producir jamás. Los textos de los mís¬ ticos experimentales—particularmente de Santa Teresa—son innume¬ rables 31 . Causa de esta impotencia, —La razón de esta impotencia es muy sencilla. Como la contemplación es producida por los dones del Espíritu Santo ilu¬ minando la fe, y el hombre no puede actuar por sí mismo los dones, ya que no son instrumentos suyos—como las virtudes—, sino directa e inmediata¬ mente del Espíritu Santo, sólo cuando El quiera y mientras El quiera se ponen en movimiento, no antes ni después. El P. Poulain, siguiendo su estilo de prescindir de las explicaciones teo¬ lógicas para describir psicológicamente los hechos, pone un símil muy grᬠfico y expresivo. Helo aquí con sus mismas palabras: «Las tesis que acabamos de exponer nos hacen entrever por qué la unión mística no está a nuestra disposición como la oración ordinaria. Esto obedece a que esta unión nos da una posesión experimental de Dios. Una comparación hará comprender esta explicación. Si un amigo mío se oculta detrás de un muro, puedo siem¬ pre pensar en él cuando me plazca. Pero si quiero entrar realmente en rela¬ ción con él, mi voluntad no basta; es preciso que el muro desaparezca. De semejante manera, Dios está oculto. Con ayuda de la gracia, depende siem¬ pre de mi voluntad pensar en él; y esto es la oración ordinaria. Pero se com¬ prende que, si quiero entrar realmente en comunicación con él, esta volun¬ tad no basta; Hay un obstáculo que se ha de quitar, y sólo la mano divina lo puede hacer». Y a renglón seguido añade atinadamente: «Si no se puede producir a voluntad el estado místico, al menos se puede uno disponer . Y esto por la práctica de las virtudes y también por una vida de recogimiento interior y exterior. A veces es uno sorprendido por la unión mística leyendo algún libro P. Poulain, o.c., c.6 n.8. 30 He aquí un texto muy expresivo de Santa Teresa: «Mas no puedo decir lo que se siente cuando eí Señor la da a entender secretos y grandezas suyas; el deleite tan sobre cuan¬ tos acá se pueden entender, que bien con razón hace aborrecer los deleites de la vida, que son basura todos juntos. Es asco traerlos a ninguna comparación aquí—aunque sea para go¬ zarlos sin fin—, y de estos que da el Señor, sola una gota de agua del gran río caudaloso que nos está aparejado» (Vida 27,12: cf. Camino de perfección 31,10, donde dice que el deleite de la contemplación «es diferentísimo de los contentos de acá y que no bastarla señorear el mun¬ do con todos los contentos de él para sentir en sí el alma aquella satisfacción que es en lo interior de la voluntad»). 31 He aquí unos textos de Santa Teresa: «Sólo consúmte la voluntad en aquellas merce¬ des que goza» (Vida 17,r). «No osa bullirse ni menearse, que de entre las manos le parece qué se le ha de ir aquel bien; ni resolgar algunas veces no querría. No entiende la pobrecita que, pues ella por sí no pudo nada para traer a si a aquel bien, que menos podrá detenerle más de lo que el Señor quisiere» (Vida iS.O- 69 ti P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana piadoso u oyendo hablar de Dios. En este caso, la lectura o la conversación no son la causa , sino la ocasión de la gracia recibida. Esta gracia tiene por única causa a Dios; pero Dios tiene en cuenta la disposición en que nos en¬ contramos» 32 . De aquí se siguen varias consecuencias 33 , a) Nadie puede ponerse a contemplar cuando te plazca. No basta que uno quiera; es menester que quiera también el Espíritu Santo, b) El alma puede y debe disponerse para recibir esa acción del Espíritu Santo, y es cosa importantísima, como advierte Santa Teresa 34 . Pero no siendo estas disposiciones la causa eficiente de la contemplación, a veces se recibe de improviso (sin ninguna preparación previa) y otras veces no se recibe por mucho que el alma se prepare para ello. ■ c) Una vez recibida la divina moción, no se la puede intensificar a pesar de todos los esfuerzos del alma (que, por otra parte, no siervirán sino de obstáculos a la acción divina). Nadie sé hunde en Dios sino en la medida y grado en que El lo quiere. d) > Nadie puede determinar con sus esfuerzos la especie de esa unión mística, o sea, el grado de oración mística a que corresponde. Depende en¬ teramente de Dios, que no siempre sigue la clasificación o el orden señalado por Santa Teresa o los demás místicos experimentales. Dios hace en cada alma lo que quiere, cuando quiere y como quiere. e) A veces, la experiencia mística comienza, se intensifica y va dismi¬ nuyendo poco a poco hasta desaparecer del todo en aquella ocasión, y esto es lo más frecuente y ordinario. Pero otras veces aparece y desaparece brus¬ camente sin que el alma haya hecho absolutamente nada para provocarla o alejarla. f) Ordinariamente no se puede interrumpir la experiencia mística por un simple querer interior de la voluntad (sobre todo si la experiencia es fuerte e intensa). Es preciso, para disminuirla o hacerla desaparecer, mo¬ verse, distraerse, entablar una conversación enteramente ajena a la expe¬ riencia, etc., y aun así no acaba de conseguirse del todo hasta que Dios quiere. De donde se sigue que un director espiritual que exija ai alma diri¬ gida que se desembeba de su oración mística para volver a la oración «ordina¬ ria», además de cometer una torpísima imprudencia, le pide un imposible 3S . g) «Otra consecuencia de lo que precede es que en la unión mística se siente uno, con relación a ese favor, en una dependencia absoluta de la vo¬ luntad divina; depende de sólo Dios darla, aumentarla o retirarla. Nada hay más propio para inspirar sentimientos de humildad. Porque el alma ve claramente que desempeña un papel muy secundario: el del pobre que alarga la mano. En la oración ordinaria, al contrarío, se siente tentada a atribuir a sus talentos la mayor parte del éxito. Esta dependencia continuamente sentida produce también un temor filial de Dios. Porque vemos cuán fácilmente puede castigar nuestras infide¬ lidades, haciéndonos que lo perdamos todo instantáneamente» 36 . 536. 4* En la contemplación, el alma es más pasiva que activa.— Es uña consecuencia de cuanto acabamos de decir. El alma no puede «po¬ nerse; a ?contemplar» cuando ella quiera, sino únicamente cuando quiera el 32 o.c., c.7 n.7-8. 3 3 Cf. P. PoULAlN, O.C., C.? n.$. 34 Cf. Relación al P. Rodrigo Alvar ez n. 3. 3 5 ; Sin embargo—advierte atinadamente el P. Poulain fihid.j n.6)—, el dirigido deberá mostrar su buena voluntad ensayando dócilmente a obedecer. El resultado será nulo— : a menos de abandonar totalmente la oración, lo que serla una locura—, pero no importa. La obedien¬ cia no puede obligarle a conseguirlo, sino sólo a ensayarlo. Aunque lo mejor que podría hacerel alma es cambiar de director, abandonando una dirección tan imprudente. 36 P. Poulain, o.c., n.7 c.7. L.U c,3 . . La vida de oración 697 Espíritu Santo y en la medida y grado que El quiera. Es cierto que el alma, bajo la acción de los,dones, reacciona vitalmente y coopera con todas sus fuerzas a .la influencia divina* pero se trata de una actividad, recibida —por así. decirlo—, efecto inmediato de la gracia operante. Es el famoso patiens divina del Pseudo-Dionisio, que han experimentado, todos los místicos. Por eso dice Santo Tomás: «El hombre, espiritual no se inclina a obrar alguna cosa movido principalmente por su propia voluntad, sino por instinto del Espíritu Santo » (In Ep. ad Rom 8,14,3. a ). Y en otra parte: «En los dones del Espíritu Santo el alma humana no se conduce como motora, sino más bien como movida » (11.-11,52,2 ad 1). 537 * 5 - a El conocimiento experimental que se tiene de Dios dur rante la unión mística no es claro y distinto, sino oscuro y confuso.— San Juan, de la Cruz explica amplia y maravillosamente este carácter de la contemplación en la Subida del Monte Carmelo y, sobre todo, en la. Noche oscura . La razón teológica fundamental es porque la luz contemplativa de los dones recae sobre el acto sustancial de la fe, iluminándole extrínseca y subjetivamente , como hemos explicado más arriba V t pero no intrínseca y ob¬ jetivamente, ya que de suyo la fe es de non vtsts, y los misterios sobrenatu¬ rales continúan siendo misterios por mucho que se .les ilumine en esta vida. Sólo el lumen gloriae romperá los sellos del misterio y nos dará una con¬ templación clarísima y distinta de Dios y sus misterios, que no será otra que la visión beatífica. Pero en este mundo, mientras continúe la vida de fe, la visión contemplativa tiene que ser forzosamente oscura y confusa, no clara ni distinta. En la vida mística pueden producirse, sin embargo, epifenómenos ex¬ traordinarios que aparecen al alma claros y distintos. Son ciertas gracias gratis, dadas (como las visiones y revelaciones) que suponen nuevas especies infusas o una acción adivina del todo especial, gratuita y extraordinaria, que nada tiene que ver con el mecanismo normal de la contemplación infusa a base de la luz contemplativa de los dones sin infusión de nuevas especies. La contemplación infusa, de suyo, recae sobre el acto sustancial de la fe, que es necesariamente oscuro , y confuso, no claro ni distinto 38 . 538. 6. a La contemplación infusa da al alma plena seguridad de que se encuentra bajó la acción de Dios.—Según las descripciones de los místicos experimentales,, mientras dura el acto contemplativo, el alma no puede abrigar la menor duda de qué se encuentra bajo la acción de Dios e íntimamente unida a EL Pasada la oración, podrá dudarlo; pero mientras permanece en ella, la duda se le hace del todo imposible. Es verdad que esta seguridad admite diferentes grados—¿n la oración de unión es tan firme y absoluta, que, si falta, afirma Santa Teresa que rió es verdadera unión 39 —, pero comienza ya a tenerse en las primeras manifestaciones contemplativas. La razón es muy sencilla. El alma tiene conciencia clarísima de que no ha producido ella misma aquella experiencia divina de que está gozando. Y el Espíritu Santo, que la está produciendo con sus dones, pone en ella 3 7 Cf. la décima conclusión que hemos establecido para precisar la naturaleza de la con¬ templación infusa (n.528). 38 Es preciso, en la práctica de la dirección espiritual, tener muy en cuenta este carácter oscuro y misterioso de la contemplación infusa para no incurrir en lamentables confusiones. Cuando el alma manifiesta que «siente una cosa muy grande que ía lleva a Dios, pero que no sabe lo que es, ni la comprende, ni la sabe explicar», un director experimentado reconocerá en seguida una de las características más típicas de la experiencia mística, mientras que otro menos avisado puede pensar fácilmente que se trata de uní alma extraviada y soñadora, a la que hay que obligar a caminar por los senderos «ordinarios» y a practicar otro tipo menos ab¬ surdo de oración. |Cuántas y cuán graves imprudencias se pueden cometer cuando se ignoran los verdaderos caminos de Dios I 39 Cf, Moradas quintas 1,11. 698 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana una seguridad tan firme e inequívoca de que la tiene sometida a su acción, que, mientras la está gozando, el alma dudaría antes de la existencia del sol o de su propia existencia que de la realidad divina que está experimentando. Aquí es donde, se cumple aquello de. San Pablo: «El Espíritu mismo da tes¬ timonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios» (Rom 8,16). Sin embargo, en las noches pasivas, esta seguridad de estar bajo la acción divina sufre un eclipse en el alma, por las razones que ya hemos explicado en su lugar correspondiente (cf. n.176). 539 * 7- a La contemplación infusa lleva al alma la seguridad moral de estar en gracia de Dios.—Es una consecuencia natural y obligada de la característica anterior. Pero es menester entenderla rectamente para no dar en lamentables extravíos. Es de fe—fue definido por el concilio de Trento—que sin una especial revelación de Dios nadie puede saber con certeza que pertenece al número de los predestinados, o que no puede volver a pecar, o que se convertirá de nuevo después del pecado, o que recibirá el gran don de la perseverancia final 40 . Ni tampoco puede saber con certeza de fe —que no puede fallar— haber recibido la gracia de Dios (D 802 823). Ahora bien: esa seguridad grandísima que la contemplación infusa pone en el alma de que está bajo la acción amorosa de Dios, ¿equivale a una ver¬ dadera revelación divina? Moralmente hablando, nos parece que sí. Hace¬ mos enteramente nuestras las siguientes palabras del P, Poulain 41 : «Dado que se tenga la unión mística, ¿puede uno concluir que está en es¬ tado de gracia? Si se tuvieran simplemente revelaciones y visiones, la res¬ puesta sería negativa. Porque la Sagrada Escritura refiere visiones que fue¬ ron enviadas a pecadores, como Balaam, Nabucodonosor y Baltasar 42 . Pero aquí hablamos de la unión mística. He aquí la respuesta: los que reciben esta unión sin revelación especial sobre su estado de gracia tienen simplemente la certeza moral de encontrarse en la amistad con Dios. Es una certeza muy superior a la que un cristiano ordinario puede sacar de sus dis¬ posiciones. En efecto, se puede tener la certeza moral de que el estado de oración que se experimenta es precisamente la contemplación mística tal como la conci¬ ben todos los autores. Pero: i.° Esta unión encierra o incluye un acto con¬ tinuo de amor perfecto, lo que sería suficiente para devolver el estado de gracia si no se le tuviera ya. Por consiguiente, ia comprobación de la unión mística es una prueba sólida del estado de gracia. Lo supone o lo produce. 2. 0 Se admite que esta contemplación es producida por ciertos dones del Es¬ píritu Santo, los cuales suponen necesariamente si quiere, inspirar al alma uno de estos actos adicionales, que no perjudicará eii este caso a la unión mística. Pero siempre suele tratarse de actos suaves y senci¬ llos, jamás enérgicos o violentos, que, lejos de favorecerla, lá extinguirían fácilmente. La conducta práctica que debe observar el alma es secundar dócilmente la acción de Dios, sin empeñarse en producir actos adicionales si experimenta dificultades para ello. Limítese, a lo sumo, a alguna breve aspiración amo¬ rosa, repetida de vez en cuando para prevenir las distracciones y cooperar suavemente a la divina acción 54 . Unicamente cuando se trate de oraciones vocales obligatorias (v.gr,, el rezo del breviario para los obligados a él) ha¬ bría que rezarlo a toda costa, aunque fuera a base de disminuir la unión mís¬ tica, poniéndose, v.gr., a andar, a recitar con un compañero, etc. Ejemplos concretos en los santos. —He aquí unos cuantos datos tomados del P. Poulam 55 . San Felipe Neri no podía, a veces, terminar de rezar su breviario a no ser alternando con un compañero; de lo contrario, le arreba¬ taba el éxtasis y se hundía en Dios, abandonando el rezo. San José de Cuper- tino llegaba con frecuencia al anochecer sin haber podido rezar el breviario, aunque lo había intentado muchas veces. Durante treinta y cinco años, los superiores le excluyeron de las ceremonias del coro, de las procesiones y hasta del refectorio común, porque, a causa de sus éxtasis continuos, inte¬ rrumpía la marcha de la comunidad. Era un verdadero milagro—dice su historiador—que en medio de sus éxtasis pudiera el Santo acabar de decir su misa. Apenas terminada, corría a su celda, lanzaba un grito y caía de ro¬ dillas en éxtasis. A San Ignacio de Loyola le dispensaron el rezo del brevia¬ rio por la misma razón. Con frecuencia se veía obligado a interrumpir varias 53 El P. Poulaín ha explicado muy bien esta distinción; cf, o.c., c.gn.^. 54 Santa Teresa lo avisa con mucha oportunidad a sus monjas: «Bien es procurar más so¬ ledad para dar lugar al Señor y dejar a Su Majestad que obre como en cosa suya; y cuando más una palabra de rato en rato suave , como quien da un soplo en la vela, cuando viera que se ha muerto, para tornarla a encender; mas si está ardiendo, no sirve de más de matarla, a mi pa¬ recer. Digo que sea suave el soplo porque por concertar muchas palabras con el entendimiento no ocupe la voluntad» f Camino 31 >7)- 55 O.c., C.14 n.ió. 702 P.IIL Desarrollo normal de ¡a vida cristiana veces su misa, de suerte que empleaba más de una hora en decirla, a pesar de sus esfuerzos por no rebasar la media hora que había señalado a sus re¬ ligiosos. 545. 13. a La contemplación infusa lleva consigo un gran impulso a la práctica de las virtudes cristianas.—Es una de las notas más típicas e inequívocas de la verdadera contemplación. Santa Teresa lo repite cons¬ tantemente. El alma que no salga de su oración con grandes impulsos hacia jas virtudes sólidas: la humildad, la perfecta abnegación de sí mismo, el ex- píritu de sacrificio, el amor a la cruz y, sobre todo, el amor de Dios y del prójimo en. grado intensísimo, puede estar bien segura de que no ha tenido oración contemplativa. Y lo más sorprendente y maravilloso es que, a veces, el alma contempla¬ tiva se siente instantáneamente en posesión de una virtud que no había po¬ dido conseguir en largos años de continuos esfuerzos. Santa Teresa compara estos cambios tan profundos a un gusano de seda que se convierte de pronto en una «mariposica blanca muy graciosa» (Moradas quintas 2,2). El alma no podría conseguir eñ muchos años de meditación lo que allí le comunica el Señor en un instante (ibid n.n). Es preciso, sin embargo, no exagerar. En las primeras oraciones contem¬ plativas, la transformación no es tan profunda que desaparezcan del alma toda clase de defectos incluso involuntarios. Y así se equivocaría grande¬ mente el director que juzgase ilusoria la contemplación de un alma sujeta todavía a ciertos defectos, que provienen muchas veces más del tempera¬ mento y del carácter que-de la propia voluntad. La contemplación ayuda eficacísímamente a la santificación del alma, pero no produce instantánea y necesariamente un santo. 4. 0 Proceso teológico-psicológico de la contemplación 546* He aquí ahora, en sintética visión de conjunto, el proceso teológico-psicológico del fenómeno contemplativo: I. A MODO DE disposiciones: A) Por parte del f 1 ? apetito.| 2; B) Por parte del/1) conocimiento. A2) Virtudes morales. Virtudes teologales afectivas (esperanza y caridad). Natural: virtudes intelectuales 56 : Sobrenatural: la prudencia infusa. II. Forma constitutiva: el acto de la fe, ilustrada por los dones de entendimiento y sabiduría acerca de la primera Verdad en sí misma. III. A modo de redundancia: 1) Admiración profunda de la primera Verdad. 2) Gozo de Dios y de las cosas divinas. 3) Purificación cada vez mayor de las potencias del alma. 1 .. 1 i : / \ 56 Coíno es sabido, las virtudes intelectuales adquiridas son cinco: sabiduría, ciencia, inteligencia, prudencia y arte (cf. 1-11,57). La prudencia es, de suyo, virtud intelectual; pero pyr su objeto^ que consiste en poner el orden de la razón en los actos humanos —recta ratio cJ.átbíítum—>se relaciona también con las virtudes morales, de las que es la primera y más ex¬ celente (cf.‘¡1-11,58,3 ad 1; ÍÍ-II, 141,8). L.ll c.3. La vida de oración 703 Definición de la contemplación infusa 547* De acuerdo con las explicaciones dadas para precisar la naturaleza de la contemplación infusa, podemos dar de ella la siguiente definición sintética: es una simple intuición de la verdad divina procedente de la fe ilustrada por los. dones de en¬ tendimiento, sabiduría y ciencia en estado perfecto. Expliquemos brevemente la definición: «Es una simple intuición...»—E ntendemos aquí por intuición un juicio inmediato. Porque la contemplación, en efecto: 1) No es una simple aprehensión , porque en ésta todavía no se encuen¬ tra formalmente la verdad, sino tan sólo incoativa e imperfectamente, y ¡a contemplación posee formalmente la verdad 57 . La verdad está formalmente en el juicio; 2) Tampoco es un juicio discursivo , porque la contemplación procede de la fe ilustrada por los dones, y ni la fe ni los dones son discursivos^ 3) Luego es un juicio intuitivo .—Se prueba: a) Por exclusión de los an¬ teriores. b) EL acto propio de la fe es creer, asentimiento sin discurso (cum assensione cogitare), lo cual es un juicio inmediato. De otra manera, la fe sería discursiva, adquirida, no sobrenatural, y su objeto no sería la Verdad pri¬ mera, sino una verdad concluida por discurso. Del mismo modo, el acto pro¬ pio de los dones es un juicio inmediato , sin discurso. Los actos de la fe y de los dones son actos del entendimiento en cuanto intellectus (por el que nos asemejamos al mqdo de entender de Dios y de los ángeles), no en cuanto ratio, o sea, discurriendo de los efectos a la causa y de los principios a las conclusiones 58 . La contemplación es, pues, un simple juicio intuitivo , afir¬ mativo por la fe, distinto de los demás en cuanto sabroso, experimental, por los efectos vitales de Dios—procedentes de los dones del Espíritu Santo—, que nos. ponen en contacto con El. Accidentalmente concurren al acto contemplativo otros actos deí enten¬ dimiento especulativo y práctico (auditio , lectio , cogitatio, consideratio vel meditatio , speculatio , oratio, admiratio, etc.), que son disposiciones o redun¬ dancias del acto contemplativo, que consiste formalmente en el juicio intui¬ tivo de la verdad 5 «... de la verdad divina...»: —Es el objeto.material primario de la divi¬ na contemplación. Este objeto lo proporciona sustancialmente la fe, y es iluminado por los dones de entendimiento y sabiduría para darle la eviden¬ cia subjetiva y experimental propia de! acto contemplativo. Secundariamente son también objeto material de la divina contempla¬ se Cf. II-II,i79,i ; r8o,i ; 180,3, etc. 5S ITT Sení. 35 q.i a.z q. ft 2 arg.2 $e\i contra. 39 80,3. De este artículo se desprende claramente la unidad especifica de la contem¬ plación cristiana a base de los elementos infusos y la imposibilidad de una contemplación sobre¬ natural propiamente adquirida. Todos los actos previos que el hombre pueda poner por su propio esfuerzo y conato (ayudado por la grada ordinaria) serán excelentes disposiciones para la contemplación; pero el acto formalmente contemplativo—del que recibe su unidad especi¬ fica—no es otro que el simple juicio intuitivo de la divina verdad. Ahora bien: este juicio infuitiw procede, como hemos demostrado más arriba, de la fe, en cuanto a su sustancia, y de los dones del Espíritu Santo, en cuanto a su modalidad sobrehumana, que trasdende el modo discursivo, propio de la naturaleza racional. Y no se diga que la fe también es intuitiva, y, por consiguiente, ella sola basta para el acto contemplativo sin ayuda de los dones. No basta. Porque la fe es, de suyo, de non visis, y, por lo mismo, sin la luz contemplativa de los dones no puede darnos esa espede de evidencia sub¬ jetiva y experimental propia del acto contemplativo, que procede únicamente del modo sobre¬ humano de los dones del Espíritu Santo (cf. n.526.528 y 531). 704 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana ción las cosos creadas y humanas iluminadas por el don de ciencia. La con¬ templación de estos efectos divinos (cosas creadas) pertenece secundaria¬ mente a la vida contemplativa, en cuanto que por ellas el hombre puede ¿levarse al conocimiento de Dios, como dice Santo Tomás «... PROCEDENTE DE LA FE ILUSTRADA POR LOS DONES DE ENTENDIMIENTO, sabiduría Y ciencia en estado PERFECTÓfr.^Es el principio guo de la con¬ templación, del que ya hemos hablado en su lugar correspondiente (n. 415-16). * * # Examinado ya con amplitud el punto primero de esta visión general de la contemplación—naturaleza íntima de la misma—, veamos ahora más brevemente los. otros cuatro que anunciába¬ mos ál principio. 2. Excelencia de la vida contemplativa, —Santo To¬ más dedica en Ja Suma Teológica una cuestión interesantísima a precisar las relaciones entre la vida activa y la contemplativa (II-II, i8-a). La cuestión se divide en cuatro artículos. Vamos a exponer brevemente su magnífica doctrina. Artículo 1: Si la vida activa es mejor que la contemplativa. 548. Las principales razones que parecen afirmarlo son tres: i; a , por¬ que la vida activa es la propia de los prelados, que están constituidos en el más excelente estado de perfección; 2. a , porque la vida activa dispone y or¬ dena a la contemplación; y 3- ft , porque, de lo contrario, ningún contem¬ plativo podría aceptar el cargo de prelado, pues saldría perjudicado. Pero en contra está la autoridad de Nuestro Señor: «María ha escogido la mejor parte» (Le 10,42). Y sabido es que María representa la vida con¬ templativa, : En el cuerpo del artículo da hasta ocho razones—tomadas de Aristóte¬ les—para probar la superioridad de la vida contemplativa sobre la activa. Porque: \ 1. a Se trata de algo más propio del hombre, ya que la vida contempla¬ tiva se refiere a la vida intelectual, y la activa a las cosas exteriores. 2. a Puede ser más continua y duradera que la activa. 3. a Es mucho mas deleitable. 4. a Es más libre, por cuanto el hombre necesita menos cosas para en¬ tregarse a la contemplación que a la acción. 5. a La contemplación se desea por sí misma, mientras que la acción se ordena a otras cosas. 6 . a Es más tranquila y sosegada. 7. a La contemplativa se refiere a las cosas divinas, y la activa a Las co¬ sas-humanas; y 8. a La contemplativa es propia del hombre, y la activa nos es común con los animales. Aparte de estas razones que convienen analógicamente a la contempla¬ ción natura! y a la sobrenatural, puede establecerse la siguiente tesis teoló¬ gica,, que se .refiere y afecta únicamente a la sobrenatural. ú0 «Etiarh contemplatio divinorum effectuum secundario ad vítam contemplativam perti- net, prout sciticet ex hoc manuducitur homo, in Dei cognitionem» (II-II, 180,4; cf. pará lo relativo al don de ciencia). L.H c.3- La vida de oración 705 Tesis: La vida contemplativa es muy superior a la activa por razón de su principio, de su objeto y de su fin* i .° Por razón bel principio.— En el orden sobrenatural/ los princi¬ pios elicitivos de la contemplación, y de la acción son las potencias del alma y los hábitos infusos. Pero las potencias y los hábitos que producen la con¬ templación son más excelentes que los de la acción. Luego... a) Las potencias .—La contemplación.procede del entendimiento especu¬ lativo; y la acción, de la voluntad y en parte del entendimiento práctico y del apetito sensitivo, que son potencias inferiores. b) Los hábitos infusos.— La contemplación procede de la fe y de los dones intelectivos del Espíritu Santo bajo el impulso de la caridad y .de la esperanza. La acción, en cambio, proviene de las virtudes morales con los dones prácticos correspondientes, que son menos perfectos que las virtudes teologales y dones intelectivos. 2. 0 Por razón de su objeto. —El objeto primario de la contemplación es Dios y las cosas divinas conocidas por la fe y bajo la altísima iluminación de los dones. El objeto de la acción, en cambio, son las cosas creadas: y. pe¬ recederas. Hay un abismo entre ambos. 3. 0 Por razón del fin. —La contemplación se refiere al bien honesto , que se busca por sí mismo y no se ordena a otro bien. La acción, en cambio, se refiere al bien útil, que se ordena o debe ordenarse a otro biert superior. Solución de las razones en contrario,—. A la i. a : A los prelados no perte¬ nece únicamente la vida activa, sino que deben sobresalir también, y en gra¬ do excelente, en la contemplativa. A la 2. a : La vida activa no dispone ni ordena directamente a la cóntem : plativa, sino que ordena las obras exteriores, disponiendo al sujeto para la contemplación. Por donde es siervá, no señora, dé la vida contemplativa, A la 3. a : Las necesidades de la présente vida pueden, a veces, obligar a alguien a dedicarse a la acción, aunque sin abandonar déltodo la-contempla¬ ción. Porque hay que tener en cuenta que cuándo alguien és llamado de la vida contemplativa a la activa, esto no debe hacerse a manera de resta, sirio de suma y añadidura 61 . Artículo 2. Sí la vida Activa es más .meritoria que .la . contem¬ plativa. 549. Las principales razones que parecen afirmarlo son tres; i. a El mérito ; se relaciona con el premio; y. San Pablo afirma que «cada uno recibirá su recompensa conforme a su trabajo» (1 Cor 3,8); y,el trabajo pertenece a la) vida activa, así como el reposo a la contemplativa, 2. a : La vida contem¬ plativa es como un anticipo de la felicidad eterna; pero en el cielo ya no se merece, sino que se disfruta del premio merecido; luego la vida contempla¬ tiva tiene razón de premio más que de mérito; y 3. a Dice San Gregorio que Nótese la singular importancia de esta doctrina del Angélico Doctor. La vida activa no dispensa a nadie de Ja contemplación, y menos que a nadie, al sacerdote de. Cristo que tiene cura o ministerio de almas. La acción debe ser algo sobreañadido á la contemplación, no algo que se le quita o sustrae. Gf. San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, anotación para la canción 29, donde escribe: «Adviertan aquí los muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios 1 (de¬ jando aparte el buen ejemplo que de si darían) si gastasen siquiera la mitad de esg tiempo en estarse con Dios en oración, aunque no hubiesen llegado a tan alto como ésfa. Cierto, enton¬ ces harían más y con menos trabajo con una obra que con mil, mereciéndolo su oración, y ha¬ biendo cobrado fuerzas espirituales en ella; porque de otra manera, todo es martillar y hacer poco más que nada; y a veces, nada, y aun a veces, daño*. 706 P.UL Desarrollo normal de la vida cristiana ningún sacrificio es más acepto a Dios que el celo por las almas, que perte¬ nece de lleno a la vida activa. Pero en contra, el mismo San Gregorio dice que son grandes los méritos de la vida activa, pero mayores los de la contemplativa. Vamos a probarlo. Prenotando. —El mérito es correlativo al premio. Pero el premio es doble: a) Esencial: es la gloria esencial del alma con relación al mismo Dios (grado de visión beatífica, premio de bono infinito ]. b) Accidental ; es la gloría accidental del alma, que se refiere a las cosas accidentales con relación a Dios (premio de bono creato t no infinito). El mérito es, pues, doble: esencial y accidental. Esto supuesto, vamos a exponer la doctrina de Santo Tomás en dos con¬ clusiones. Conclusión 1. a : La vida contemplativa es de suyo más meritoria que la activa. He aquí las pruebas: 1 . a Por la mayor dignidad del principio, del objeto y del fin de la vida contemplativa (véase el artículo anterior). 2. a Porque lá raíz del mérito es la caridad (I- 11 ,114,4). Ahora bien: de los dos actos que tiene la caridad, el amor de Dios en sí mismo es más me¬ ritorio que. el amor del prójimo por Dios (11-11,27,8). Por consiguiente, todo aquello que pertenezca más directamente al amor de Dios será de suyo más meritorio qué lo que pertenezca directamente al amor del prójimo por Dios. Pero la vida : contemplativa pertenece directa e inmediatamente al amor de Dios, y la. activa directa e inmediatamente al amor del prójimo. Luego por su misma naturaleza, la vida contemplativa es más meritoria que la activa. Solución de las razones en contrario.^ A la 1. a : El trabajo exterior se or¬ dena al aumento del premio accidental, pero el aumento del mérito con res¬ pecto al premio esencial pertenece principalmente a la caridad, signo de la cual es el trabajo exterior tolerado por amor a Cristo. Pero es signo mucho más expresivo de este amor abandonar todas las cosas, que se refieren a esta vida y entregarse de lleno y exclusivamente a la divina contemplación. A la 2. a : La vida contemplativa del cielo no es meritoria, porque el hom¬ bre ha llegado ya al estado inmutable de término y a su plena perfección; pero mientras peregrina en esta vida, su contemplación puede perfeccio¬ narse más y más, aumentando a la vez su mérito por el ejercicio interno de la caridad que supone. A la 3. a : El sacrificio más acepto a Dios es el ofrecimiento y consagra¬ ción de sí mismo a Dios, y después el de las almas de los demás. San Grego¬ rio quiere decir que es más aceptable a-Dios el ofrecimiento de sí mismo y de los demás que el de cualquier otra cosa exterior. Conclusión 2. a : Pero puede ocurrir a veces que la vida activa sea más meritoria que la contemplativa. De tres maneras podría darse el caso: a) Por parte del sujeto (intensivo) .—Es evidente que el que realiza las obras de la vida activa con un ferviente amor a Dios tiene mayor mérito —aun esencial—que el que se entrega de una manera tibia y negligente a la contemplación. b) Por el mayor número de actos (extensive) .—La vida activa se agita en muchas cosas y realiza numéricamente más actos que la contemplativa. L.ÍÍ c. 3 . La vida de oración 707 Ahora bien: todo acto realizado en caridad es meritorio, Luego numérica¬ mente son más los méritos de la vida activa. Pero téngase muy en cuenta que una cosa son los méritos accidentales y otra muy distinta el mérito esencial. Para merecer los primeros basta cual¬ quier acto realizado en caridad, o sea, en gracia de Dios; pero para el aumento del mérito esencial hace falta un acto más ferviente de caridad que los reali¬ zados anteriormente, como hemos explicado en otro lugar (cf. n.361,3. 0 ). Y comq en la contemplación la caridad suele actuar con mayor intensidad que en la acción, un solo acto de contemplación puede ser más meritorio que muchos actos de la vida activa. c) Por redundancia de la contemplación. —La vida activa no debe considerarse como contrapuesta a la contemplación, sino como algo sobreaña¬ dido a ella, como dice Santo Tomás (a.i ad 3). Debe ser una redundancia de la contemplación, un desbordamiento hacia fuera de la plenitud interior. En este sentido, la vida mixta reúne el mérito de las otras dos y es superior a cualquiera de ellas consideradas separadamente (cf. II-II, 188,6). Pero nótese los requisitos que exige Santo Tomás para que esta vida ac¬ tiva resulte más meritoria que la contemplativa: «si por ia abundancia del divino amor... para cumplir su divina voluntad... y por su mayor gloria sufre a veces ser separado temporalmente de la dulzura de la divina con¬ templación» («si propter abundantiam divini amorís... ut eius voluntas im- pleatur... propter ipsius gloriam... interdum... sustinet a dulcedine divinae contemplationis... ad tempus... separan»). O sea qué no se trata jamás de la vida activa en cuanto tal, sino de la vida mixta: y no cualquiera, sino la que proceda de la plenitud desbordada de la contemplación. Artículo 3. Si la vida activa es obstáculo rara la contemplación. 550. Las principales razones que parecen afirmarlo son tres: 1. a La contemplación es un descanso, y la vida activa una agitación; luego ésta se opone a aquélla. 2. a La vida activa impide la claridad de la visión que se requiere para la contemplativa; y 3. a La vida activa se dedica a muchas co¬ sas, y la contemplativa a una sola; luego se oponen entre sí. Pero en contra dice San Gregorio que el que quiera vacar a la contem¬ plación es preciso que antes se ejercite en el campo de la vida activa. / Tesis: En diferentes aspectos, la vida activa se opone y ayuda a la contemplativa. En un aspecto se opone, a saber: en cuanto a la preocupación y cuidado de las cosas exteriores. El hombre activo se afana en multitud de obras exterio¬ res, sobre todo los que están constituidos en autoridad y tienen mayor res¬ ponsabilidad ante Dios y los hombres. Deben preocuparse de todos, aten¬ der a las necesidades de cada uno, entregarse de lleno al gobierno de los demás. Todas estas cosas no se pueden hacer sin el ejercicio de las virtudes prácticas, que impiden en muchas cosas el ejercicio de las intelectuales (v.gr., por falta de tiempo para ello). En este sentido resulta prácticamente imposible el ejercicio eminente de ambas vidas a la vez. Solamente Nuestro Señor Jesucristo, que era viador y comprehensor al mismo tiempo, las rea¬ lizó juntamente en grado perfectísimo, lo mismo que la Santísima Virgen por gracia especialísima de Dios. Los grandes contemplativos, cuando lle¬ gan a la cumbre de la vida mística, se aproximan mucho a este ideal, jun¬ tándose en ellos Marta y María , como dice Santa Teresa 62 . Tal parece que 62 «Cuando el alma está en este estado, nunca dejan de obrar casi juntas Marta y Maria; porque en lo activo y que parece exterior, obra lo interior, y cuando las obras activas salen de 708 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana fue la vida de San Pablo, cuya prodigiosa actividad exterior en nada com¬ prometió su exuberante vida contemplativa, que le hacía llevar aquella vida completamente escondida con Cristo en Dios que deseaba a sus neófitos (cf. Col-3,3). Y lo mismo puede decirse de otros grandes contemplativos, tales como Santa Catalina de Siena, Santa Teresa, etc., que desarrollaron una actividad prodigiosa en.medio de su altísima vida contemplativa. En otro aspecto la ayuda, ja saber: en cuanto que la vida activa pone orden y concierto en las obras exteriores, ejercita las virtudes que encauzan las pasiones y no deja lugar a los fantasmas peligrosos de la imaginación, que encontrarían pábulo abundante en la ociosidad e impedirían el sosiego y la paz de la contemplación. Y; con esto quedan contestadas las razones en contrario que recordába¬ mos antes. Todas ellas se refieren al primer aspecto y en él son válidas; pero no al segundo, en el que fallan totalmente. Artículo. 4. Si la vida activa es anterior a la contemplativa. 551. Hay que distinguir. Según el orden de dignidad o perfección (cau¬ salidad formal), la vida contemplativa es anterior a la activa, a quien ordena y dirige. Pero,, según el orden de generación o de tiempo (causalidad mate¬ rial o dispositiva), la vida activa es anterior a la contemplativa, para la que dispone el sujeto. La forma viene cuando el sujeto está bien dispuesto; y esta disposición la realiza la vida activa principalmente en sus primeras fases (purgativa e iluminativa), y nunca puede prescindirse enteramente de ella, pues no hay sujeto tan perfecto y bien dispuesto que no pueda disponerse más para una ulterior perfección. Por eso dice Santo Tomás que los que por su temperamento inquieto y bullicioso son más aptos para la vida activa, pueden con ella prepararse a la contemplación, y los que por su índole pací¬ fica y sosegada son más aptos para la contemplación, pueden ejercitarse en las obras de la.vida.activa para mejor disponerse a la divina contemplación (ad 3)* Según esto, he aquí el doble orden que puede establecerse entre ambas f 1) Vida activa exterior. A) Orden ascendente o de generación. . { 2) Vida activa interior. |^3) Vida contemplativa, f 1) Vida contemplativa. B) Orden descendente o de redundancias 2) Vida activa interior. ¡^3) Vida .activa exterior. 55 ¿ * 3. ¿Es deseable la divina contemplación?—Esta cuestión parece ociosa después de todo cuanto acabamos de decir. La contemplación es una gracia formal mente sdntificadora, puesto; que procede de la fe viva ilustrada por los doñes del Espíritu Santo y bajo el impulso de una ardiente caridad. No desearla equivaldría a no desear la propia perfección y santidad. Aun los autores partidarios de la doble vía —que creen posible una perfección puramente ascética sin influencia de las gracias místicas—admiten que la contemplación infusa es una gracia eminentemente santificadora , y que, por lo mismo, se la puede esta raíz, son admirables y olorosísimas flores» (Conceptos del amor de Dios 7,3 '> cf. Vida 17.4; Camino 31,5, etc,). L.U c.3 . La vida de oración 709 humildemente desear y pedir, aunque con plena sumisión a la voluntad adorable a Dios La misma Iglesia pide bíicial- mente en su liturgia de Pentecostés que descienda sobre todos los fieles el Espíritu Santo con sus preciosísimos dones,, que son la causa eficiente de la contemplación infusa. Claro es que una cosa es la contemplación mística eri cuan¬ to tal y otra muy. distinta jos epifenómenos y gracias gralis dadas que con frecuencia la. acompañan, tales como las visiones, revelaciones, etc., etc. Todos los autores están unánimemente de acuerdo en que sería temeridad, imprudencia, presunción y soberbia desear o pedir tales gracias concomitantes^ que nada tienen que ver con el desarrollo normal de la gracia santificante y pueden recibirlas incluso los que están en. pecado mortal, como veremos en la cuarta parte de esta obra. He aquí—a propósito de esto—Hiña página preciosa de un excelente au¬ tor contemporáneo tí4 , qué nos complacemos en trasladar íntegramente aquí traducida al castellano. Aunque se dirige principalmente a los sacerdotes, todos pueden aprovecharse de su espléndida, doctrina: «La gracia de la contemplación sobrenatural:es altamente santificados, del alma; más aún, suele llevar a la más eminente santidad. De donde todo aquel que se preocupe de su perfección puede'y debe aspirar a la contempla¬ ción y a la correspondiente unión con Dios^ 1 í- ¿La estimo yo, sacerdote, y aspiro a ella con ardiente deseo? ¿Me ejerzo generosa y constantemente en la.mortificación y el recogimiento con lá espe¬ ranza de obtener de Dios algún día esta gracia ? Consideraré atentamente los motivos que me deben impulsar a ello, a saber: 1. ° Mi propia utilidad. —Me uniría a Dios más íntimamente y per¬ fectamente, y me haría de este modo un verdadero santo. Por los dones del Espíritu Santo ejercería más divinamente las obras de las virtudes, y realizada, si así pluguiera a Dios, obras:más altas, verdaderamente sublimes y heroi¬ cas. ¿Por qué no me lanzo, como si estuviera contento con cierta mediocri-' dad, con cierto cristianismo vulgar, dejando la verdadera santidad para los religiosos y para los que me parecen «santos desde su nacimiento»? 2. ° La gloría* dé Dios.-— a) • En mi alma ;• Conocería y amaría más perfectamente a mi Dios, que es lo más grande, y sublime que se puede pen¬ sar, y de este modo le alabaría y glorificaría mucho más digna e íntimamente. b) En las almas a mí confiadas ; Porque «esta suprema unión de caridad con Dios es el fundamento y la raíz de toda nuestra vida apostólica, la única que puede darle verdadera eficacia e infundirle omnímoda fecundidad» (Mons. Waffelaert), Porque de este modo nos unimos íntimamente a í 3 Además de los autores de la escuéla tomista, para los que la tesis de la deseabilidád de la contemplación es del todo evidente e indiscutible, proclaman esta misma doctrina casi to-T dos los pertenecientes a las restantes escuelas de espiritualidad cristiana, hasta el punto dé que hoy puede aGrmarse que se trata de una tesis común. Véanse, por ejemplo» entre los más representativos, los PP. Poulain, Des gráces.d'crraison c.35; De Guibert, Theologia spirituaUs n.443s; Lehodey, Los caminos de la oración mental p.3. a c. 13; TANquEREY,' Teología ascética 0.1417; Schrijvers, Los principios de la vida espiritual 1.3 c.3 a. 7 cuest.i; Naval,.C urso de As¬ cética y Mística 11.218 (300 en la 8. a ed.},. etc., etc. La misma doctrina proclamó el famoso Congreso Carmelitano de Madrid (marzo de 1923) al aprobar las conclusiones que hemos re¬ cogido en otra parte (cf. n.i73). 04 Maíhel*, S.T.D., Prbbatio cfamtatís n.iói,b (5. a ed. ( Brugis 1949) p.407-9 710 P.Hí. Desarrollo normal de la vida cristiana Dios «ex quo omnia, per quem omnia, in quo omnia» (liturgia de la fiesta de ia Trinidad). Herniosamente dice San Bernardo /Jn CanL sunn-iK): «Si tienes cordura te mostrarás concha, no canal». El canal deja pasar sencillamente el agua, sin retener una sola gota; la concha, por el contrario, primero se llena a sí misma y después da lo que le sobra de la plenitud de su abundancia. Y aña¬ de San Bernardo: «Hoy tenemos muchos canales en la Iglesia, pero muy po¬ cas conchas». Seamos, pues, conchas principaiísimamente por la contempla¬ ción, y de la abundancia de nuestro corazón hablarán después nuestros labios. Esta es la verdadera elocuencia apostólica, que los fieles captan y gustan como por cierta intuición y les mueve íntima y eficazmente: Quedaron lle¬ nos deLEspiritu Santo —ios apóstoles —y comenzaron a hablar...; y los oyen¬ tes: se sintieron compungidos de corazón..., siendo incorporados (a la Iglesia) aquel día unas tres mil almas (Act 2,4 y 41). 1 ¿Acaso no juzgo—y así \ó estiman demasiados sacerdotes—que el celo consiste únicamente en la conversión de los pecadores, y no en el perfeccio-- namiento de los justos? Sin embargo, San Juan de la Cruz no duda en afir¬ mar que «es más precioso delante de Dios y del alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas otras obras juntas» (Cántico espiritual, anotación a la can¬ ción 29). i Cuántas almas hay, no solamente en el estado religioso, sino entre las que viven en el mundo, que tienen hambre y sed de justicia y santidad y no encuentran quien les parta el pan y les dé a beber el agua que salta hasta la vida eterna! ¡Cuántos sacerdotes hay que buscan en vano un padre y direc¬ tor espiritual! ¿Cuán útil podría ser a la gloria de Dios y salvación de las almas si fuese un hombre de Dios, lleno de Dios, rebosante de Dios («effun- dens Deum»); si adelantara yo mismo e hiciese adelantar a los demás en la ciencia de los santos!» 553. 4. Disposiciones para la contemplación. — La contemplación mística es un don de Dios que el hombre no podría jamás producir por sí mismo. Aunque posee con la gra¬ cia todós los hábitos infusos capaces de producirla, no está en su mano la actuación de los dones del Espíritu Santo que es absolutamente indispensable para ella. Pero es indudable que el cristiano puede y debe prepararse para que el Espíritu Santo los actúe; y aunque esta preparación no puede ser jamás la causa determinante de esa actuación, en el plan actual de la Providencia ejercerá, la inmensa mayoría de las veces, una influencia, decisiva, como causa dispositiva . El Espíritu ; Santo suele actuar cada vez con mayor frecuencia sus preciosísimos dones a medida que van creciendo y desarrollándose en cuanto hábitos; y el crecimiento y desarrollo de los dones en cuanto hábitos puede el alma en gracia merecerlo con mérito estricto o de condigno (cf. n.285,6A). Sólo falta la moción especial del Espíritii Santo—que a nadie niega, si está convenientemente dispuesto—para que actúen de una manera cada vez más in¬ tensa, produciendo—si se trata de los dones intelectivos—el fenómeno de la contemplación mística o infusa. L.I1 c.$. La vida de oración 711 Ahora bien: ¿en qué consiste esta preparación? ¿Qué es lo que el alma tiene que hacer para disponerse convenientemente a que Dios le comuniqúe la contemplación infusa? Al hablar de cada uno de los dones en particular, ya dijimos lo que el alma debe hacer para fomentarlos en cuanto esté de su parte. Las principales, disposiciones generales nos parece que son las siguientes 65 : i) Una gran, pureza de CORAZÓN.—Hay una relación muy estrecha entre ella y la contemplación. El Señor en el Evangelio Relaciona íntimamente ambas cosas cuando dice: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios». Sabido es que la contemplación es como un esbozo y anticipo imperfecto de la visión beatífica. «Esta pureza de corazón es fruto de la mortificación exterior e interior. Esta cuesta mucho indudablemente; es preciso no tener apego alguno al pecado, no perdonamos nuestros defectos ni hacer las paces con ellos. Es preciso entrar por la puerta estrecha que conduce a la verdadera vida y se comprenden mejor que nunca aquellas palabras: «Muchos son los llamados y pocos los escogidos». Es necesario estar pronto a pasar por el fuego de lo.s sufrimientos, porque la pureza del corazón debe crecer, con la contempla¬ ción, por las pruebas purificadoras que Dios no deja de enviar a los que de¬ sean humilde y ardientemente su divina intimidad. Es celoso, como dice la Escritura, y quita las personas o las cosas a las cuales se apegaría el alma y la hace pasar por un crisol para despojarla de todas sus escorias. Guando las inclinaciones desordenadas, las turbulencias de la sensualidad, del egoís¬ mo, del amor propio, del orgullo intelectual y espiritual han desaparecido, el corazón purificado es como un límpido espejo donde se refleja la belleza de Dios. Pero ¿quién puede decir: Yo no puedo tener el corazón puro?» 66 * 2) Simplicidad de espíritu,— La contemplación es una mirada senci¬ lla y amorosa a Dios que se aviene mal con un espíritu complicado y multi¬ forme. Esta simplicidad consiste, ante todo, en reducir todas las cosas a la unidad, viéndolas todas a través de Dios: los acontecimientos prósperos o adversos, los cargos y ocupaciones agradables o deságradables, las personas simpáticas o antipáticas con las que tenemos que convivir, etc., etc. Esto simplifica grandemente el espíritu, sosiega y tranquiliza el corazón y dispo¬ ne al alma para el reposo y la paz de la contemplación. En un espíritu tur¬ bulento y agitado apenas se concibe la posibilidad de la oración contem¬ plativa. 3) Humildad de corazón. —Todos los maestros de la vida espiritual están de acuerdo en que es ésta una de las condiciones más indispensables. «Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes», dice la Sagrada Escritura (1 Petr 5,5). Y Santa Teresa, que tan maravillosamente, conocía los caminos de Dios, advierte con mucho encarecimiento a sus monjas que «todo este edificio, como he dicho, es su cimiento humildad; y si no hay ésta muy de veras, aun por vuestro bien no querrá el Señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo» (Séptimas moradas 4,8). Y un poco más abajo añade todavía: «Por eso os aviso que ninguna fuerza pongáis si hallareis resistencia alguna; porque le enojaréis de manera que nunca os deje entrar en ellas. Es muy amigo de humildad. Con teneros, por tales que no mere- 65 Cf. Vallgorneka, Mystica tficología divi Thomcte q.3 d.3 a.4 p.453s (ed. Turín rgrí); Meynard, La tfie intérieure p.2. a I.r c.4; Gajrri^ou-Lagrange, Perfection et contcmplation c.5 a.4; Poulain, Des 2 races d'oraison c.2.8 n.24. P. Garrigou-Lagrange, Perfection... c.5 a.4 p.484-85 (7. a ed.). 712 P.IIL Desarrollo normal de la, vida cristiana céia aún. entrar en las terceras, le ganaréis más presto la voluntad, para llegar a las quintes; y de ta! manera le podéis, servir desde allí, continuando a ir muchas veces a ellas, que os méta en Ta. misma morada que tiene para sí, de donde no salgáis más» : (lbíd, t párrafos finales, fu 2); y 1 «Está humildad—escribe el P. Garrigou-LagrangeT^dispone a la con¬ templación, porque ella canta ya la gloria ,de Dios^Si-Eay tan pocos contem¬ plativos, dice la Imitación, : es, sobre todo, porque hay pocas almas profun¬ damente humildes. Para recibir la gracia de la contemplación es preciso ge¬ neralmente haber hecho un acto profundo de verdadera humildad, un acto que.haya tenido honda repercusión en toda la vida. Cuando un alma ha re¬ conocido frecuentemente' y prácticamente qué toda su existencia depende absolútamente.dé Dios, qué no subsiste más que por EÍ, que ella no practica el biéh sino por sú gracia, que produce en nosotros el querer y el obrar, que rio se dirige bien más qüe por su luz, qiié no ha hecho por sí misma otra cosa que pecar a cada momento, qué es tina síefva inútil y despreciable, en¬ tonces llega, gérieralménté a recibir la gráciade que estamos hablando» 4) i Recogimiento; profúndo.^~Es imposible que la. contemplación se produzca en un: alma derramada al exterior. Una vida agitada, llena.de ocu¬ paciones absorbentes,: que llegan casi al surmenage: ese. «materialismo en / acción, que; después .de haberse alejado de Dios y de la verdadera vida det espíritu, busca su equivalente en el orden de las cosas materiales, multipli¬ cándolas lo más posible y haciendo que la actividad sea siempre más intensad (P. Garrigou), esún obstáculo casi insuperable para el reposo quieto y pací¬ fico de la contemplación. Es cierto, que, si esas ocupaciones son del todo rie- cesarias o impuestas por la obediencia, Dios no puede castigar el cumpli¬ miento de! deber; pero con frecuencia nos sobrecargamos voluntariamente de ocupaciones innecesarias, cuando no inútiles del todo, y esto representa una lamentable equivocación; dejamos:el oro por el oropel, la unión con Dios por el servicio de las criaturas, nuestros grandes intereses eternos por la .satisfacción de nuestros gustos y caprichos del momento. «Procure dar de mano—-advierte Santa Teresa—á las cosas y negocios no necesarios, cada uno confórme á su estado. Que es cósa que le importa tanto para llegar a la morada principal, que si no comienza a hacer ésto, lo tengo por imposible» (Mqr¿idas primeras 2,14) L .. . $) Da práctica cada .vez más intensa de las virtudes cristianas, sobre todo: de las teologales. —La contemplación no puede ser premio de perezosos y recompensa de gente ociosa; El alma ha de hacer todo lo que pueda, con ayuda de la gracia ordinaria, para adelantar en la vida espiritual. Se impone la práctica cada vez más intensa de todas las virtudes, vivificadas por una caridad ardiente. Tan claro es esto, que no es menester insistir. ... :6 ) La 'práctica asidua de la oración.: —El alma ha de dedicar;el mᬠximo tiempo. posible 3. la práctica de la oración en su doble aspecto de peti¬ ción^ deunión con Dios, Ha de practicar incesantemente la oración; de sú- plica-^dirigida con frecuencia al Espíritu. Santos, porque la > gracia actual eficaz qué ha de poner en marcha el hábito de los dones no se puede mere¬ cer ; únicamente puede impetrarse por vía. de oración, aunque de suyo infa¬ liblemente por la promesa divina 6S , Y ha dé practicar largamente la oración mental (en el grado ascético actualmente a su alcancé), porque la contem¬ plación, aunque excepcionalmente podría Dios concederla—y la concede a veces-—a calmas: todavía muy imperfectas, e insuficientemente preparadas, or¬ dinariamente no se concede sino a las que han logrado remontarse con ayuda 67 Pcrfection ... l.c. Cf. 11.285,14.**, y 287 de esta obra. L.JI c.3. La vula.de oración 713 de la gracia a las supremas oraciones ascéticas, (recogimiento adquirido y oración de simplicidad). En la vida espiritual, .lo mismo, que en la física, el crecimiento no se realiza a saltos, sino.de una manera, lenta, gradual e in¬ sensible. El . director espiritual de un alma que aspira seriamente a santificarse,, nunca insistirá bastante én este capítulo de la oración- Tiene que convencer al alma de que ninguna otra cosa le es tan necesaria e indispensable como el. ejercicio de la oración mental y trato íntimo con JDios. Que prescinda, si es. preciso, de otras cosas, acaso buenas y útiles, pero no. necesarias del : todo. Que se entregue largamente a la oración, con la máxima prolongación que le permitan los deberes de su propio estado, que es menester cumplir con escrupulosa fidelidad. No olvide que, como dicen los santos, la larga oración es el camino más corto y expedito para la alta oración. Es difícil que un alma pueda remontarse muy arriba en la contemplación si no se dispone al menos con dos horas diarias de oración mental 69 . 1 ' 7) Una tierna y entrañable devoción a. María.—Es ella el modelo Incomparable de las almas contemplativas, la Esposa dulcísima dél Espíritu Santo y Madre amantísima de nuestras almas, a las qué está deseando her¬ mosear y santificar, con las gracias soberanas de la unión mística. La con¬ templación es uno de los frutos de la verdadera devoción, a María, como ex¬ plica admirablemente San Luis María Grignion de Montfort 7 °. Muchas al¬ mas no llegan nunca, o con mucho retraso, a la contemplación, porque se olvidaron de hacer intervenir en su deseo a ia dulce Mediadora universal de todas las gracias. 554, 5. Llamamiento inmediato a la contemplación. Como vimos ampliamente en otro lugar (cf. n.188), todos es¬ tamos llamados con un llamamiento réfnoto y general a la con¬ templación infusa por el mero.. hecho de. estar llamados a la perfección cristiana, que no puede conseguirse plenamente sin aquélla. Pero el llamamiento próximo y particular para entrar de hecho en la conternplación se manifiesta por ciértás séñá- les características, que la mirada de un experto director des¬ cubrirá sin esfuerzo en el alma dirigida. El primero en proponer estas señales fue Taulero, el fa¬ moso dominico alemán, que, en frase del P. Crisógono, es «el mayor místico de cuantos existieron antes de Jos sublimes Reformadores del Carmelo» 71 . He aquí el texto de Taulero tal como se lee en las Instituciones: 69 El P. Arintero recomendaba prolongar una hora entera —a ser posible—la acción de gracias después de la sagrada comunión; y lo mismo aconseja el P. Garrigou-Lágrangc (Per- fection... p.483 7.* ed.). ' 70 Cf. La verdadera devoción a M aria (ed.;BAC, 1954) c.S a.5. He aquí algunos textos de esta preciosa obrita: «Dios Espíritu Santo, ha comunicado a María, su fiel Esposa, sus. dones inefables, escogiéndola por dispensadora de todo lo que El posee; en forma que ¿lía distribu¬ ye a quien ella quiere, cuanto ella quiere, como ella quiere y cuando ella quiere todos sus do¬ nes y gracias, y no se concede a los hombres don alguno del cielo que no pase po.r.sus.virgina- les manos» (c.i a.i § 2. 0 n.25). *No creo yo que persona alguna pueda adquirir una unión Inti¬ ma con Nuestro Señor y una fidelidad perfecta al Espíritu Santo sin una estrechísima unión, con María y una gran dependencia de su socorro* (c.i a.2 § 2. 0 n.43)- «Quien desea tener m si la operación del Espíritu Santo, debe tener a su Esposa fiel e indisoluble, la divina María, qite le da fertilidad y fecundidad, como hemos dicho ya en otro lugar* (c.5 a.5 § 4 n.164). 71 P. Chisógono, San Juan de la Cruz: su obra científica... ictr, p.4S« 714 PUL Desarrollo normal de la vida cristiana «Pero es de advertir cuándo se han de posponer Jas dichas imágenes, por que no se dejen más temprano ni se retengan por más tiempo de lo que con¬ viene. Para lo cual pongo tres señales: la primera/éuando ya el hombre viene a tal estado, que, oyendo o entendí codo algo fíe ellas, recibe hastío; la se¬ gunda cuando, oyendo o tratando de ellas, ningún deleite recibe; la tercera cuando sentimos crecer en nosotros la lumbre y deseo de aquel sumo bien que aún no podemos alcanzar; tanto que digamos: «jSeñor, Dios mío! Ya no puedo pasar adelante. Mío es pedirte; de ti solo es conceder lo que pido». Quien estas tres cosas en sí experimentare, no solamente podrá, mas con¬ venirle ha, dejar las santas imágenes y consideraciones que dijimos» 72 . San Juan de la Cruz repitió esta doctrina con algunas aña¬ diduras y complementos interesantísimos 73 . Desde entonces, estas señales han venido a ser clásicas y las repiten todos Ios- autores sin excepción. Hemos hablado largamente de todo’ •esto al tratar de la noche del sentido, y a aquellas páginas remi¬ timos ai lector (cf. n.269). Sabido es que—según San Juan de la Cruz—las primeras manifestaciones contemplativas produ¬ cen precisamente la noche del sentido, que señala, de este modo, el tránsito normal de la vida ascética a la mística. .LOS GRADOS DE ORACION CONTEMPLATIVA $55. Expuesta ya someramente, la teoría general de la contemplación *y práicipales cuestiones. complementarias, pasemos ahora a la exposición de los principales grados en. que suelen.dividirla los autores en pos de las huellas de Santa Teresa. El priméro de ellos—recogimiento infuso—es el quinto. con relación al conjunto, total de los grados de oración; Vamos a con¬ tinuar esta numeración única para que aparezca más clara la maravillosa unidad de la vida espiritual y la transición insensible de la ascética a la mística. Quinto grado de oración:, el recogimiento infuso. 556, 1/ Naturaleza.—He aquí las magistrales descripciones de Santa. Teresa: «La primera oración que sentí, a mi parecer, sobrenatural, que llamo yo- lo que con industria ni diligencia no se puede adquirir aunque mucho se procure, aunque disponerse para ello sí y debe de hacer mucho al caso, es un recogimiento interior que se siente en el alma, que parece ella tiene allá otros sentidos, como acá los exteriores, que ella en sí parece se quiere apartar de los bullicios exteriores; y así, algunas veces los lleva tras sí, que le da gana de cerrar los ojos y no oír, ni ver, ni entender sino aquello en que el alma entonces se ocupa, que es poder tratar con Dios a solas . Aquí no se pierde ningún sen¬ tido ni potencia, que todo está entero, mas estálo para emplearse en Dios» K . «Un recogimiento que también me parece sobrenatural, porque no es estar;en Obscuro ni cerrar los ojos, ni Gonsiste en cosa exterior, puesto que, ?2 ;Fn. Juan Taulero, Las instituciones divinas c.35 p.213-1-4 (ed. del P. Getino, Ma¬ drid 73 Cf. Subida ai Monte Carmelo II,i3, y Noche oscurp 1,9. 1 Santa Teresa, Relación primera al P. Rodrigo Alvarez n.3. L.ll c.3. La vida de oración 715 sin quererlo, se hace esto de cerrar los ojos y desear soledad: y sin artificio parece que se va labrando el edificio para la oración que queda dicha» 2 . . «Hagamos cuenta que estos sentidos y potencias (que ya he dicho que son la gente de este castillo, que es lo que he tomado para saber decir algo), que se han ido fuera y andan con gente extraña, enemiga de! bien de este castillo, días y años; y que ya se han ido, viendo su perdición, acercando a él, aunque no acaban de estar dentro, porque esta costumbre es recia cosa; sino no son ya traidores y andan alrededor. Visto ya el gran Rey, que está en la morada de este castillo, su buena voluntad, por su gran misericordia quiére¬ los tornar a El, y como buen pastor, con un silbo tan suave, que aun casi ellos mismos no le entienden, hace que conozca su voz y que no anden tan perdidos, sino que se tornen a su morada. Y tiene tanta fuerza este silbo del pastor, que desamparan las cosas, exteriores en que estaban enajenados y mótense en el castillo» 3 . Y unos renglones más abajo, para distinguir este recogi¬ miento sobrenatural del que podría conseguir el alma con sus esfuerzos y ayuda de la gracia, escribe la insigne Reformado¬ ra del Carmelo; «Y no penséis que es por el entendimiento adquirido, procurando pensar dentro de sí a Dios, ni por la imaginación, imaginándole en sí. Bueno es esto y excelente manera de meditación , porque se funda sobre verdad,, que lo es estar Dios dentro de nosotros mismos; mas no es esto, que esto cada uno lo puede hacer (con el favor del Señor, se entiende todo). . Mas lo,que digo es en diferente manera ; y que algunas veces, antes que se. comience a pensar en Dios, ya esta gente está en el castillo, que no sé por dónde ni cómo oyó el silbo de su pastor. Que no fue por los oídos, que no se oye nada; mas siéntese notablemente un recogimiento suave al interior, como verá quien pasa por ello, que yo no lo sé aclarar mejor. Paréceme que he leído que como un erizo o tortuga cuando se retiran hacia sí; y debíalo de entender bien quien lo es¬ cribió. Mas éstos, ellos se entran cuando quieren; acá no está en nuestro que¬ rer sino cuando Dios nos quiere hácer esta merced. Tengo para mí que cuando Su Majestad la hace, es a personas que van ya dando de mano a las cosas del mundo» 4 . Según estas admirables descripciones teresianas, la oración del recogimiento infuso se caracteriza, ante todo, por la unión del entendimiento con Dios , «el cual-—escribe el P.. Arintero—, con su hermosura y claridad infinita, lo atrae y embelesa por de fuera, o sea, objetivamente; mientras por dentro, con f su omnipotente virtud, lo posee, cautiva y conforta, enriquecién¬ dole con los. preciosos dones de ciencia, consejo e inteligencia , mediante los cuales le hace penetrar como de un golpe en ese mundo superior donde resplandecen sus inefables maravillas» 5 . 557. 2. Fenómenos concomitantes 6.—El recogimiento infuso suele presentar diversos fenómenos antecedentes o subsiguientes que no se di$- 2 Moradas cuartas 3,1. 3 fbid. t 11.2. 4 Ibid., n.3. 5 Orados de oración a.S p.i4i (4. a ed.). 6 Nos referimos aquí a fenómenos de orden contemplativo, santiücadores de suyo; no a los epifenómenos extraordinarios o gracias gratis dadas, que no santifican de suyo ni son exigidos 716 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana tinguen sustancialmente de esta oración, ya que no son otra cosa que su preparación inmediata o simples efectos de la misma. Los principales, se¬ gún el P. Ariritero 7 , son: a) Una viva presencia de Dios sobrenatural o infusa que precede ordi¬ nariamente ál recogimiento en cuanto tal. Santa Teresa habla de ella expre¬ samente 8 . b) Una admiración deleitosa que ensancha el alma y la lleiia de gozo y alegría al descubrir en Dios tantas maravillas de amor, de bondad y de her¬ mosura. c) Un profundo silencio'espiritual, en que ella se queda atónita, absorta, abismada y como anonadada ante tanta grandeza. d) Luces vivísimas sobre Dios, y sus misterios. En un momento y sin trabajo alguno adquiere el alma unas luces tan grandes como no hubiera podido lograrlas en años enteros de estudio y meditación. 558. 3. Conducta práctica dél alma.— El direttor es¬ piritual tiene que adiestrar ál alma qué empieza a recibir las primeras luces contemplativas para que no les ponga el menor obstáculo y saque de ellas el máximo rendimiento espiritual, He aquí los principales consejos que ha de darle: I,? No SUSPENDER EL DISCURSO HASTA SENTIR CLARAMENTE I.A INVITA¬ CIÓN del Señor.— Santa Teresa advierte que, «si Su Majestad no ha comen¬ zado a embebemos, no puedo acabar de entender cómo se puede detener eí pensamiento de manera que no haga más daño que provecho... Mas si este Rey aun no entendemos que nos ha oído ni nos ve, no nos hemos de estar bobos , que lo queda harto el alma cuando 1 ha procurado esto; y queda mucho más seca y por ventura más inquieta la imaginación con la fuerza que se ha he¬ cho a no pensar nada» 9 . 2. 0 Suspender inmediatamente, el discurso al sentir el atractivo de la gracia que impulsa a.ello.— Es la consecuencia complementaria de la anterior. Suspender el pensamiento antes de hora es insensatez y bobería; pero empeñarse en seguir obrando con las potencias cuando la gracia nos invita al recogimiento y sosiego de la contemplación, sería torpe impruden¬ cia que paralizaría la acción de Dios. Lo advierte expresamente Santa Te¬ resa, en párrafos inimitables, que es preciso leer por entero y meditar muy despacio No poicos esfuerzos tendrá que hacer él director para convencer al alma de que debe abandonarse inmediatamente a la acción de Dios apenas co¬ mience a notarla. La mayoría de las almas son en este punto muy desobe¬ dientes y recalcitrantes. Acostumbradas a sus rezos vocales y a sus ejerci¬ cios discursivos, les parece qué pierden el tiempo y quedan con escrúpulo si los omiten, siendo así que Santa Teresa tenía por gran ganancia estapér- nucesariamente-por Iqs estados de oración contemplativa, aunque cotí frecuencia Jes acom¬ pañen. Lo mismo advertimos para los restantes grados de contemplación infusa. 7 Cf. Grado* de en ación a.8. 8 Cf. Relhción primera al P . Rodrigo Alvarez n¡25í Vida 10,1. 9 Moradas cuartas 3 n.4 y 5. Por aquí se puede ver cuán enemiga era Santa Teresa de toda suerte de «contemplación» más ó menos adquirida. Suspender el pensamiento «antes de que Su Majestad haya comenzado a embebemos» le parece boberia y pérdida de tiempo. Y si ha comenzado ya a anbebe)nos, estamos en presencia de la oración de recogimiento infuso. ¿Qué lugar queda para la llamada «contemplación» adquirida?—¡Cuánto más teresiano sería renun¬ ciar definitivamente a esa desafortunada expresión y llamarla simplemente «recogimiento ad¬ quirido*, como la llama la gran Santa de Avila! 10 Moradas cuartas 3 n.4-7. L.Il c.3* La vida de oración 717 dtda u . No advierten—en efecto—que vale más y deja al alma mucho más rica y santificada un pequeño toquecito interior del Espíritu Santo, por in¬ significante que sea, que todos los ejercicios habidos y por haber que se les ocurran y realicen por propia iniciativa. 3, 0 Entregarse con toda el alma a la vida interior.— El alma .que ha recibido estas primeras comunicaciones misticas .es señal de. que. Dios la tiene predestinada para grandes cosas. Si no queda por su culpa, llegará muy arriba en la montaña del amor. Plenamente convencida de la necesidad de una exquisita correspondencia a la gracia, el alma debe romper definitiva¬ mente con las mil bagatelas que la tienen todavía atada ¿ la tierra y darse de lleno y con todas sus fuerzas a la práctica de la virtud. Ha de insistir prin¬ cipalmente en el recogimiento habitual, en el silencio interior y exterior; en la mortificación de los sentidos, en el desprendimiento absoluto y total de las cosas de la tierra, en la humildad profunda y, sobre todo, en el amor, ar¬ diente a Dios, que informe y vivifique todo cuanto haga. Entregúese de lleno a la vida de oración y permanezca vigilante y atenta a !a voz suavísima de Dios, que la llamará con frecuencia—si le es fiel—-al reposo santo de la con^ templación. Guárdese, sin embargo, de forzar las cosas. Dios llegará a su hora; pero mientras tanto haga con suavidad y sin violencia todo cuanto, pue¬ da con ayuda de la gracia ordinaria. Sexto grado de oración: la quietud 559. 1. Naturaleza* —La oración de quietud consiste en un sentimiento íntimo de la presencia de Dios que cautiva la vo¬ luntad y llena al alma y al cuerpo de una suavidad y deleite verdaderamente inefables. Oigamos a Santa Teresa: «De este recogimiento viene algunas veces una quietud y paz interior muy regalada, que está el alma que no le parece le falta nada, que aun el hablar le cansa, digo el rezar y el meditar; no querría sino aman Dura rato y aun ratos») 12 . «Es ya cosa sobrenatural y que no la podemos procurar nosotros por di¬ ligencias que hagamos; porque es un ponerse el alma en paz o ponerla el Señor con su presencia, por mejor decir... Entiende eí alma, por una mane¬ ra muy fuera de entender con los sentidos exteriores, que está ya junto cabe su Dios, que, con poquito más, llegará a estar hecha una misma cosa con El por unión... Siéntese grandísimo deleite en el cuerpo y grande satisfacción en el alma» Estos deleites espirituales son diferentísimos de los consuelos de la ora¬ ción ordinaria o ascética. Santa Teresa pone el bello símil de las dos pilas o estanques de agua. Al uno viene el agua de muy lejos «por muchos arca¬ duces y artificios», y entra en él con mucho ruido y alboroto; son los consue¬ los sensibles de la oración ascética. El otro «está hecho en el mismo naci¬ miento del agua y vase hinchendo sin ningún ruido»; es la oración mística de quietud. Escuchemos a la gran Doctora Mística: «[A] estotra fuente —pila quiere decir—viene el agua de su mismo na¬ cimiento, que es Dios; y así como Su Majestad quiere cuando es servido 11 «Luego les parece es perdido el tiempo, y tengo yo por muy ganada esta pérdida» (Vida 13,11). 1 2 Relación primera al P, Rodrigo Alvarez n.4. 13 Camino de perfección 31,2-3. 718 PUL Desarrollo normal de la vida cristiana. hacer alguna merced sobrenatural, produce con grandísima paz y quietud y suavidad de lo muy interior de nosotros mismos , yo no sé hacia dónde ni cómo, ni aquel contento y deleite se siente como los de acá en el corazón, digo, en su principio, que después todo lo hinche; vase revertiendo este agua por todas las moradas y potencias hasta llegar al cuerpo; que por eso dije que comienza de Dios y acaba en nosotros; que cierto, como verá quien lo hubiere proba¬ do, todo el hombre exterior goza de este gusto y suavidad» La diferencia fundamental entre esta oración, de quietud y la de recogimiento infuso qué la precedió—aparte, naturalmen- mente, de la mayor intensidad de luz contemplativa y de los deleites mucho más intensos—“es que el recogimiento infuso era como una invitación de Dios a reconcentrarse en el interior del alma donde quiere El comunicarse. La quietud va más lejos: comienza a darle al alma la posesión, el goce fruitivo del soberano Bien, El recogimiento afecta, principalmente al en¬ tendimiento (que recoge o atrae hacia sí a todas las demás po¬ tencias), mientras que la quietud afecta, ante todo, a la volun¬ tad, El entendimiento y la memoria, aunque sosegados y tran¬ quilos, están libres para pensar en lo que está ocurriendo; pero la voluntad está plenamente cautiva y absorta en Dios, Lo dice expresamente Santa Teresa: «No le parece hay más que desear; las potencias sosegadas, que no que¬ rrían bullirse; todo parece le estorba a amar, aunque no tan perdidas, por¬ que pueden pensar en cabe quién están , que las dos están libres . La voluntad es aquí la cautiva , y si alguna pena puede tener estando así, es de ver que ha de tornar a tener la libertad. El entendimiento no querría entender más de una cosa, ni la memoria ocuparse en más; aquí ven que ésta sola es necesaria, y todas las demás la turban. El cuerpo no querrían se menease, porque les parece han de perder aquella paz, y así no se osan bullir; dales pena el ha¬ blar; en decir Padre nuestro una vez, se les pasará una hora. Están tan cerca, que ven que se entienden por señas. Están en el palacio cabe su Rey y ven que las comienza ya a dar aquí su reino; no parece están en el mundo ni le querrían ver ni oír, sino a su Dios; no les da pena de nada, ni parece se la ha de dar. En fin, lo que dura, con la satisfacción y deleite que en sí tienen, están tan embebidas y absortas, que no se acuerdan que hay más que desear, sino que de buena gana dirían con San Pedro: «Señor, hagamos aquí tres mo¬ radas» 15 . La quietud, pues—como su mismo nombre lo indica—, tiende de suyo al silencio y reposo contemplativo. Sin embar¬ go, como el entendimiento y las potencias orgánicas están li¬ bres, pueden ocuparse en las obras de la vida activa, y así lo hacen frecuentemente con mucha intensidad. En estos casos, la voluntad no pierde del todo su dulce quietud—aunque sue¬ le debilitarse, algo—y comienzan a juntarse Marta y María, como dice hermosamente Santa Teresa 16 > Claro que esto no 14 Moradas cuartas 2,4. 15 Camino de perfección 31,3. 16 Cf. Camine de perfección 31,5. L.ll c.3. La vida de oración 719 se consigue del todo hasta que el alma llega a la cumbre de la unión con Dios. 560. 2. Efectos.— Son admirables los efectos santifica- dores .que produce en el alma la oración de quietud. Santa Teresa expone algunos de ellos en un párrafo admirable 17 , que, para mayor claridad* vamos a descomponerlo eri sus ideas principales: ; a) Una gran libertad de espíritu: «Un dilatamiento ó ensanchamiento en el alma... para no estar tan atada como antes en las cosas del servicio de Dios, sino con mucha más anchura». b) Temor filial de Dios , con miedo de ofenderle ; «Así en no apretarse 1 cón el temor del infierno, porque, aunque le queda mayor de no ofender á Dios, el servil piérdese aquí». c) Gran confianza de eterna salvación ; «Queda con gran confianza que le ha de gozar». d) Amor a la mortificación y trabajos: «El (temor) que solía tener, para hacer penitencia, dé perder la salud, ya le parece que todo ió podrá en Dios; tiene más deseos de hacerla que hasta allí. El temor qüe solía tener a los tra¬ bajos, ya va más templado, porque está más viva la fe y entiende que, si los pasa por Dios, Su Majestad le dará gracia para que los sufra con pacien¬ cia; y aun algunas veces los desea, porque queda también una gran voluntad de hacer algo por Dios». e) Profunda humildad: «Gomo va más conociendo su grandeza (la de Dios), tiénese ya por más miserable». f) Desprecio de los deleites terrenos: «Gomo ha probado ya los gustos de Dios, ve que es una basura los del mundo; vase poco a poco apartando de ellos y es más señora de sí para hacerlo». g) Crecimiento en todas las virtudes: «En fin, en todas las virtudes.que¬ da mejorada y no dejará de ir creciendo, si no torna atrás ya a hacer ofensas de Dios, porque entonces todo se pierde, por subida que esté un alma en la cumbre». 3. Fenómenos concomitantes. —En torno a la oración de quietud suelen girar otros fenómenos contemplativos, que no son sino efectos y manifestaciones de los distintos grados de intensidad por ella alcanzados. Los principales son el sue¬ ño de las potencias y la embriaguez de amor. 561, El sueño de las potencias.—Santa Teresa, en el libro de su Vida, considera como un grado de oración superior y distinto de la quietud el lla¬ mado sueño de las potencias, que constituye la «tercera agua» con que se riega el vergel del alma 18 . Pero en sus obras posteriores cambió de pensar 19 ,: 1 7 Moradas cuartas 3,9. is Cf. Vida 16,r. 19 He aqui las pruebas. Santa Teresa terminó la redacción de su Vida en San José de Avila en 1562. Ahora bien: a) En las Fundaciones, que empezó a escribir la Santa en Salamanca en T573 (o sea, «once años después*, como ella misma recuerda en el prólogo), escribe textualmente: ^Acaece mu¬ chas veces comenzar una oración de quietud a manera de sueño espiritual. ..* (c.6;i). b) En la primera Relación al P. Rodrigo Alvarez (1575), inmediatamente después de ha¬ blar de la oración de quietud, escribe: «De esta oración suele proceder un sueño gue llaman de las potencias.,,» ( n.5). c) Finalmente, en las Moradas (1577), su obra más madura y acabada, donde, hablando 720 P.UL Desarrollo normal de la vida cristiana considerándolo como un simple efecto de la quietud en su grado máximo de intensidad. A esto último nos atenemos. Según la misma Santa Teresa, este fenómeno «es un sueño de las poten¬ cias que ni del todo se.pierden ni entienden cómo obran. El gusto y suavi¬ dad y deleite es más sin comparación que lo‘ pasado; es que da el agua a la garganta a esta alma de la gracia, que no puede ya ir adelante, ni sabe cómo, ni tornar atrás; querría gozar de grandísima gloria. Es como uno que está con la candela en la mano, que le falta poco para morir muerte que la de¬ sea; está gozando en aquella agonía con ei mayor deleite que se puede decir. No me parece que es otra cosa sino un morir casi del todo a todas las cosas del mundo y estar gozando de Dios. Yo no sé otros términos cómo decirlo, ni cómo declararlo, ni entonces sabe el alma qué hacer; porque ni sabe si hable, ni si calle, ni si ría, ni si llore. Es un glorioso desatino, una celestial locura, adonde se aprende la verdadera sabiduría, y es deleitosísima manera de gozar el alma» 20 . Éste fenómeno contemplativo se distingue de la simple. quietud en que se produce la unión no solamente de la voluntad, sino también del entendi¬ miento; y se distingue de la unión plena en que no afecta todavía a la me¬ moria y. a la imaginación. Lo dice expresamente Santa Teresa: «Coge Dios la voluntad, y aun el entendimiento, a mi parecer, porque no discurre, sino está ocupado gozando de Dios, como quien está mirando, y ve tanto, que no sabe hacia dónde mirar; unq por otro se le pierde de vista, que no dará señas de cosa. La memoria queda libre, y junto coñ la imaginación debe ser; y ella, como se ve sola, es para alabar a Dios la guerra que da y cómo procura desasosegarlo todo... No parece sino de estas maripositas de las noches, im¬ portunas y desasosegadas; así anda de un cabo a otro. En extremo me parece le viene al propio esta comparación, porque aunque no tiene fuerza para ha¬ cer ningún mal, importuna a los que la ven» 21 . 562. La embriaguez de amor.—Los deleites intensísimos, dél sueño de las potencias llegan a veces a producir una especie de divina embriaguez, que se manifiesta al exterior en forma de verdaderas locuras de amor , que mue¬ ven ál alma a dar gritos y saltos de alegría, a entonar cánticos de alabanza o expresar en inspirados versos el estado interior de su espíritu. « ¡Oh, válame Dios—exclama Santa Teresa—, cuál está un alma cuando está así! Toda ella querría fuesen lenguas para alabar al Señor. Dice mil desatinos santos, atinan¬ do siempre a contentar a quién la tiene así. Yo sé persona*—es ella misma— que con no ser poeta, que le acaecía hacer de presto coplas muy sentidas declarando su pena bien,,. Todo su cuerpo y alma querría se despedazase para mostrar el gozo que con esta pena siente. ¿Qué se le pondrá entonces delante de tormentos que no le fuese sabroso pasarlos por su Señor?» 22 Como se ve, estos fenómenos son altamente santificadores del alma y es¬ tán muy lejos de pertenecer al capítulo de las gracias gratis dadas, como las visiones y revelaciones. Es, sencillamente, la contemplación infusa en un grado muy notable de intensidad, que está, sin embargo, lejos todavía de precisamente de la oración de quietud, ella misma advierte que en algunas cosas ha cambiado de. pensar con relación a lo que escribió en la Vida, puesto que «quieá me ha dado el Señor más claridad en estas cosas de lo que entonces entendía* (Moradas cuartas 2,7), inmediatamente des¬ pués de hablar de la oración de quietud (Moradas cuartas), comienza a hablar de la oración de unión (Morada s quintas}. Sólo hay una ligera alusión al sueño de las potencias hablando de la oración, de quietud (Moradas cuartas 3,11), pero sin hacer de él grado especial alguno. Este es, pues, el pensamiento definitivo de Santa Teresa, 20 Vida 21 Vida 17,5 y 6. 2 - 2 . Vida 16,4, L.II c.3. La vida de oración 721 sus manifestaciones supremas. Hasta la unión transformativa le queda al alma todavía mucho trecho que andar, pero con sus fuerzas y luces actuales «le parece que ya no queda nada más que desear». 563. 4. Conducta práctica del alma.—La disposición general que conviene al alma en todos los estados de oración contemplativa es secundar dócilmente la divina acción, sin ade¬ lantarse til retrasarse un punto, y hundirse cada vez más. y más en el abismo de su nada mediante una profundísima hu¬ mildad. Pero para mayor abundamiento, señalemos algunas normas concretas para la oración de quietud y sus fenómenos concomitantes. a) En la oración de quietud 1) No REALIZAR JAMÁS EL MENOR ESFUERZO PARA «PONERSE» EN ORA¬ CIÓN de quietud, —Sería trabajó inútil y «se enojaría el Señor» (Santa Tere¬ sa) queriendo producir por nuestra cuenta lo que sólo misericordiosamente puede .El concedernos. 2) Secundar inmediatamente la acción de Dios apenas empiece a sentirla.— No resistir un sólo instante bajo el pretexto de terminar los re¬ zos vocales—a no ser que Fueran obligatorios y no quedara oportunidad para rezarlos más tarde—o seguir el método de oración acostumbrado. Se¬ ría dejar el fin para seguir entreteniéndose en los medios. «Lo que ha de hacer el alma en los tiempos de esta quietud no es más de con suavidad y sin ruido ... La voluntad, con sosiego y cordura, entienda que no se negocia bien con Dios a fuerza de brazos, y que éstos son unos leños grandes pues¬ tos sin discreción para ahogar esta centella... Más hacen aquí al caso unas p»ajitas puestas cpn humildad (y menos serán que pajas si las ponemos nos¬ otros) y más le ayudan a encender, que no mucha leña junta de razones muy doctas, a nuestro parecer, que en un credo la ahogarán» (Santa Teresa, Vida 15,6 y 7), 3) : No TURBAR LA QUIETUD DE LA VOLUNTAD INQUIETÁNDOSE POR EL AL¬ BOROTO de las otras potencias. —En particular la memoria, junto con la imaginación, «es para alabar a Dios la guerra que da», como dice Santa Te¬ resa. Pero la misma Santa advierte a continuación «que no se haga caso de ella más que de un loco, sino dejarla con su tema, que sólo Dios se la puede quitar» (Vida 17,7). Continúe el alma tranquilamente en su dulce paz y deje a la «loca de la casa» 2 3 divagar por donde le plazca, que no tiene fuerza suficiente para desembeber al alma: «porque, en fin, no puede, por mucho que .haga, traer a sí las otras potencias) antes ellas, sin, ningún trabajo, la hacen venir muchas veces a sí. Algunas es Dios servido de haber lástima de verla tan perdida y desasosegada, con deseo de estar con las otras, y con¬ siéntela Su Majestad se queme en el fuego de aquella vela divina donde las otras están ya hechas polvo, perdido su ser natural casi, estando sobre¬ natural gozando tan grandes bienes» (ibídj. 4) Huir con grandísimo cuidado de las ocasiones de ofender a Dios. —Es Santa Teresa quien lo advierte con mucho encarecimiento a sus 23 En otro lugar compara Santa Teresa la imaginación a una tarabilla de molino, que nun¬ ca deja de golpear mientras anda el molino; y dice a sus monjas que «no os traiga inquietas y afligidas, sino que dejemos andar esta tarabilla de molino y molamos nuestra harina, no de¬ jando de obrar la voluntad y entendimiento» (Cuartel s moradas 1,13). TíoI. perfección 25 722 P.IJL Desarrollo normal de la vida cristiana monjas > porque el alma no tiene fuerzas todavía para afrontar los peligros, y, si vuelve atrás, irá de mal en peor- «Aviso tanto que no se pongan en ocasiones, porque pone mucho el demonio más por un alma de éstas que por muy muchas a quien el Señor no haga estas mercedes; porque le pueden hacer gran daño con llevar otras consigo, y hacer gran provecho, podría ser, en la Iglesia de Dios- Y aunque no haga otra cosa sino ver el que Su Majestad las muestra amor particular, basta para que él se deshaga porque se pierdan; y así son muy combatidas y aun mucho más perdidas que otras> si se pierden». Y aludiendo a la posibilidad de que el demonio pudiera pro¬ ducir en el alma ciertas dulzuras sensibles a imitación de las de la qüietud¿ les da la norma suprema para conocerlo: «Y de que el demonio quiera con¬ trahacer estas mercedes, conocerse ha en que no hará estos efectos, sino todo al revés» 24 . «Las pequeñas infidelidades—advierte con razón el P. Crisógono—sue¬ len costar muy caro a las almas que Dios puso en los primeros grados mís¬ ticos. Porque son éstos como un ensayo que hace el Señor con los que quie¬ re unir a sí, y de la conducta del alma dependerá que Dios retire esas gra¬ cias o que siga comunicándoselas hasta llevarla al matrimonio espiritual» 25 . 5) No DEJAR JAMÁS LA ORACIÓN A PESAR DE TODAS LAS DIFICULTADES O tropiezos. —Santa Teresa le concede a esto grandísima importancia: Para ella tendría consecuencias mucho más desastrosas en un alma que ha comen¬ zado a sentir las primeras experiencias místicas abandonar o descuidar la oración, que una misma falta grave de la que se levantara en seguida arre¬ pentida y escarmentada- Es menester leer despacio, saboreándolos, sus pᬠrrafos inimitables (cf. Vida 15,3). b) En el sueño de las potencias El principal aviso que da Santa Teresa es tío dejarse embeber demasiado para no dar en una especie de modorra y atontamiento, que podría degene¬ rar en lamentables desequilibrios mentales.. «Algunas, de la mucha peni¬ tencia y oración y vigilias, y aun sin esto, sonse flacas de complexión; en te¬ niendo algún regalo, sujétales el natural; y como sienten contento alguno interior y caimiento en lo exterior y una flaqueza, cuando hay un sueño que llaman espiritual , que es un poco más de lo que queda dicho, paréceles que es lo uno como lo otro y déjanse embebecer. Y mientras más se dejan, se emr bebecen más; porque se enflaquece más el natural y en su seso les parece arro¬ bamiento. Y llamóle yo abobamiento, que no es otra cosa más de estar per¬ diendo tiempo allí y gastando su salud. A una persona le acaecía estar ocho horas, que ni están sin sentido ni sienten cosa de Dios. Con dormir y comer y no hacer tanta penitencia, se le quitó a esta persona , porque hubo quien la entendiese; que a su confesor traía engañado y a otras personas y a sí misma; que ella no quería engañar. Bien creo que haría el demonio alguna diligen¬ cia para sacar alguna ganancia y no comenzaba a sacar poca». Y añade a renglón seguido: «Hase de entender que cuando es cosa verdaderamente de Dios, aunque hay caimiento interior y exterior, que no le hay en el alma que tiene grandes sentimientos de verse tan cerca de Dios, ni tampoco dura tan¬ to, sino muy poco espacio, bien que se torna a embebecer; y en : esta oración, sí no es flaqueza como he dicho, no llega a tanto que derrueque el cuerpo 26 ni haga ningún sentimiento exterior en él» 27 . 24 Moradas cuartas 3,ro. 2 5 Compendio de ascética 3» mística P 3. A 0.1 a.4 p. 185-6. Esto está reservado para el éxtasis, y en esto se distingue, entre otras cosas, el llamado ¿u . Como se ve, el alma está experimentando realidades inefa¬ bles, con una intensidad tal, que, un poquito más, superaría del todo sus fuerzas corporales y la haría caer en éxtasis. Al prin¬ cipio esta sublime absorción de las potencias en Dios dura poco tiempo- 1 —una media hora a lo sumo—; pero con diversos grados de intensidad puede prolongarse varias horas. Oiga¬ mos a Santa Teresa: «Digo que de una vez es muy poco espacio sin tomar alguna potencia en sí. La voluntad es la que mantiene la tela, mas las otras dos potencias presto tornan a importunar. Como la voluntad está,queda, tómalas a sus¬ pender y están otro poco y tornan a vivir. En esto se püedeti pasar algunas horas de oración y se pasán; porque, comenzadas las dos potencias a embo¬ rrachar y gustar de aquel vino divino, con facilidad se toman a perder de sí para estar muy más ganadas, y acompañan a la voluntad, y se gozan todas tres. Mas este estar perdidas del todo y sin ninguna imaginación en nada, que, a mi entender, también se pierde del todo, digo qüe es breve espacio; aunque no tan del todo tornan en sí, que no pueden estar algunas horas como desatinadas, tornando de poco en poco a cogerlas Dios consigo» 31 . grados de oración mística. Cada vez el fenómeno contemplativo va afectando a mayor número de potencias hasta avasallarlas todas. Y cuando lo ha conseguido plenamente, ya no falta más que Ja permanencia de esa unión (unión transformativa o matrimonio espiritual). Dentro de estas líneas fundamentales caben infinidad de matices y los fenómenos se alternan y entre¬ mezclan, de manera que, a veces, se encuentran en los grados inferiores manifestaciones tran¬ sitorias de los superiores y en estos últimos se producen como baches o descensos a los infe¬ riores. Pero, puestos a clasificar con algún orden estas manifestaciones estupendas de la vida sobrenatural superior, apenas cabe imaginar nada más perfecto y acabado que las admirables descripciones de Santa Teresa. 50 Vida j 8, i o- t i. 31 Jbid., n.i2 y 13- L.ll c-3, La vida de oración 725 565* 2, Características esenciales de esta oración.— La oración de unión presenta las siguientes características, esen¬ ciales , que son, a la vez, las señales para conocerla y distinguir¬ la de otros fenómenos más o menos parecidos: i.° Ausencia de distracciones,— Mientras permanece en este grado de oración, el alma no se distrae jamás. La razón es muy sencilla: las poten¬ cias culpables de las distracciones son la memoria y la imaginación, que quedan aquí plenamente cautivas y absortas en Dios. Son aquellas «marípo- sitas de Ls noches, importunas y desasosegadas*, que tanta guerra dan al alma en las oraciones pasadas, que «aquí se les queman las alas* en el fuego inmenso de la unión con Dios 32 . Caben—ya lo hemos dicho—ciertas "alter¬ nativas y altibajos en esta oración, descendiendo a los grados inferiores y volviendo a remontarse a la unión. En estas alternativas o descensos caben las distracciones—la memoria y la imaginación recobran de momento la li¬ bertad—, pero mientras el. alma está en verdadera unión, la distracción es psicológicamente imposible. 2. 0 Certeza absoluta de haber estado unida el alma con Dios. — D11 - rante el fenómeno contemplativo, el alma nunca duda de que está íntima¬ mente ünida con Dios, a quien siente de una manera inefable. Pero, al salir de la oración, en los grados anteriores a esté te quedan al alma ciertas dudas o temores sobre si estuvo o no verdaderamente con Dios, si fue antojo suyo, si tal vez la engañó el demonio dándole aquellas ternuras sensibles, etc. En la oración de unión, en cambio, la certeza de haber estado con Dios es tan plena y absoluta que Santa Teresa llega a decir que, si el alma no la siente plenamente, no ha tenido verdadera oración de unión. He aquí sus palabras: «Fija Dios a sí mismo en lo interior dé aquel alma, de manera que, cuando torna en sí, en ninguna manera puede dudar que estuvo en Dios y Dios en ella. Con tanta firmeza le queda esta verdad, que, aunque pasen años sin tornarle Dios a hacer aquella merced, ni se le olvida ni puede dudar que estuvo*. Y un poco más abajo añade: «Y quien no quedare con esta certidumbre, no diría yo que es unión de toda el alma con Dios, sino de alguna potencia, y otras muchas maneras de mercedes que hace Dios al alma* 33 . El demonio no puede contrahacer o falsificar esta oración. Tanto es así, que Santa Teresa cree que ni siquiera conoce la existencia de esta oración tan íntima y secreta. He aquí sus palabras: «Y osaré afirmar que, si verdade¬ ramente es unión de Dios, que no puede entrar el demonio ni hacer ningún daño; porque está Su Majestad tan junto y unido con la esencia del alma, que no osará llegar ni aun debe de entender; este secreto. Y está claro; pues dicen que no; entiende nuestro pensamiento, menos entenderá cosa tan secreta, que aun no la fía Dios de nuestro pensamiento. [Oh, gran bien, estado adonde este maldito no nos hace mal!* 34 . 3. 0 Ausencia de cansancio.-— Se comprende sin esfuerzo. El alma está saboreando con deleites inefables unas gotitas de cielo qué han caído sobre ella. Esto no puede cansarla ni fatigarla por mucho rato que dure. Y así dice Santa Teresa: «Esta oración no hace daño por larga que sea; al menos a mí nunca me le hizo, ni me acuerdo hacerme el Señor ninguna vez esta merced —por mala que estuviese—que sintiese mal, antes quedaba con gran mejo¬ ría. Mas ¿qué mal puede hacer tan gran bien?* 35 32 Gf. Santa Teresa, Vida 17,6 y 18,14. 3 3 Gf. Moradas Quintas c.i n.g y 11. 3 4 Moradas quintas 1,5. 35 Vida 18,1 r. 726 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana 566, 3. Efectos*—Santa Teresa recoge los principales en un capítulo admirable 36 . Después de comparar la profun¬ da transformación del alma a la que experimenta un gusano de seda, que se convierte en «una mariposica blanca muy gra¬ ciosa», escribe la insigne Reformadora del Carmelo: «¡Oh grandeza de Dios, y cuál sale un alma de aquí de haber estado un poquito metida en la grandeza de Dios y tan junta con El; que, a mi parecer, nunca llega a media hora! Yo os digo de verdad que la misma alma no se co¬ noce a sí; porque mirad la diferencia que hay de un gusano feo a una maripo- sica blanca, que la misma hay acá. No sabe de dónde pudo merecer tanto bien; de dónde le pudo venir, quise decir, que bien sabe que no le merece. Vese con un deseo de alabar al Señor, que se querría deshacer y de morir por El mil muertes. Luego íe comienza a tener de padecer grandes trabajos sin poder hacer otra cosa. Los deseos de penitencia grandísimos, el de sole¬ dad, el de que todos conociesen á Dios,, y de aquí le viene una pena grande de ver que es ofendido. Y aunque en la morada que viene se tratará más de estas cosas en particular, porque, aunque casi lo que hay en esta morada y en la que viene después es todo uno, es muy diferente la fuerza de los efectos; porque, como he dicho, si después que Dios llega a un alma aquí se esfuerza a ir adelante, verá grandes cosas» 37 . Y sigue la Santa describiendo el estado interior de esta alma afortunada, a quien «hanle nacido alas» para volar hasta Dios. Precisamente estos efectos tan sobrenaturales son la me¬ jor marca y garantía de la legitimidad de su oración y de su experiencia inefable. 567. 4. Fenómérios concomitantes.—Vamos a recoger aquí algunos fenómenos contemplativos—distintos, por consi¬ guiente, de las gracias gratis dadas , que no son santificadoras de suyo—, que no se producen jamás en un momento determi¬ nado de la vida espiritual, y no antes o después. Como gracias transitorias; que son, Dios las concede cuando le parece, y a veces cuando más descuidada o distraída está el alma; Con todo, lo más frecuente y ordinario es que no se produzcan—al menos en un grado relativo de intensidad—hasta que el alma ha sido elevada por Dios a este grado de oración de unión, que estamos estudiando. Por eso los incluimos aquí, aunque pue¬ dan producirse imperfectamente antes y se den nuevamente después en grado perfectísimo de intensidad. Los principales son cuatro: los toques místicos , los ímpetus , las heridas y las llagas de amor 38 . De todos ellos hablan : mara- Gf. Moradas quintas 2. 3 1 Moradas quintas 2,7. 38 Estas gracias dejan al alma ardiendo en amor de Dios. Son altamente santificadoras, y no comprendemos cómo algunos autores las clasifican entre las gradas dadas , Si se quie¬ re decir con ello que ningún estado del alma las puede merecer, estamos completamente de acuerdo. Pero, si se las quiere equiparar a las gracias de tipo milagroso, que no santifican de suyo al alma (y éstas son las propiamente gratis dadas), nos parece completamente falso y erróneo. San Juan de la Cruz y Santa Teresa no opinaban así. L.H c.3. La vida de oración 727 vinosamente San Juan de la Cruz y Santa Teresa, Nada puede suplir a la lectura directa de sus magistrales descripciones. Aquí nos vamos a limitar a un brevísimo resumen de su pen¬ samiento, 568 . Los toques místicos 39 son una especie de impresión sobrenatu¬ ral casi instantánea, que le da al alma la sensación de haber, sido tocada por el mismo Dios. El contacto divino, con ser instantáneo, deja saborear al alma un deleite inefable, imposible de describir. El alma suele lanzar un grito y. muchas veces cae desmayada o en éxtasis. El alma comprende entonces aquel sublime verso de San Juan de la Cruz: «jOh mano blanda! jOh toque deli¬ cado, que a vida eterna sabe y toda deuda paga!» Estos toques puede recibirlos el alma en grados muy distintos de inten¬ sidad. Los más sublimes son los que San Juan de la Cruz—y Jos místicos alemanes antes que él—llaman «toques sustanciales», que no son, sin em¬ bargo, verdaderos toques de sustancia a sustancia , sino a través de las po¬ tencias; pero se producen de una manera tan sutil y delicada, que al alma le parece que han sido directamente de sustancia a sustancia 40 . En realidad se ejercen en lo más hondo del entendimiento y de la voluntad, allí donde estas facultades arraigan en la sustancia del alma, de donde emanan. La sustancia misma del alma nada siente sino a través de sus facultades; pero Dios, más íntimamente presente al alma que ella misma, puede tocar y mo¬ ver desde dentro al fondo mismo de siis facultades por un contacto espiri¬ tual que aparece como divino. Este fondo del alma —de que gustan hablar los místicos—es llamado también cima del espíritu , adonde no llega jamás el estrépito de las cosas exteriores 43 . La conducta del alma con relación a estas gracias divinas ha de ser la que recomienda San Juan de la Cruz. Dice que no ha de procurarlas—sería vano empeño por otra parte—, a fin de no dar entrada a los antojos de la imagi¬ nación o a las falsificaciones del demonio; sino «hágase resignada, humilde y pasiva en ellas, que, pues pasivamente las recibe de Dios, él se las comu¬ nicará, cuando él fuere servido, viéndola humilde y desapropiada. Y de esta manera no impedirá en sí el provecho que estas noticias hacen para la divi¬ na unión, que es grande , porque todos éstos son toques de unión , la cual pasiva¬ mente se hace en el alma» (Subida 11,32,4). 569. Los ímpetus 42 , como su nombre lo indica, son impulsos fuertí¬ simos e inesperados de amor de Dios que dejan al alma con un hambre y sed de amor tan devoradoras, que le parece que no podría saciarla aunque pu¬ diera abrasar la creación entera en las llamas del divino amor. A veces, el simple oír el nombre de Dios o un cantarcillo espiritual, o cualquiera otra cosa por el estilo, levanta súbitamente en su corazón un ímpetu tan grande de amor, que con frecuencia el pobre cuerpo no lo puede, resistir y sobre¬ viene el éxtasis. Ya se comprende que esta gracia es altamente santificadora, pues arran¬ ca del alma actos de caridad intensísimos. Además no hace daño ninguno 39 Cf. San Juan de la Cruz, Sufrida H,3 2; Noche 11 , 23 ; Llama c.2 vers.3 y 4. 40 En este sentido interpreta a San Juan de Ja Cruz el mismo P. Crisógono (cf. San Juan de la Cruz : su obra científica y literaria t.i p.361-65), y no hay más remedio que interpretarlo así, ya que es imposible el contacto directo de sustancia a sustancia. Santo Tomás de Aquino insiste repetidas veces en que ninguna sustancia creada puede obrar, sentir, percibir o amar por ella misma, sino solamente por sus facultades; para eso precisamente las ha recibido (cf., entre otros muchos lugares, 1 , 54 ,1-3; 77,1 -2; 1-11,113,8; De veritate 28,3). 41 Cf. P. Garrigou-Lagrange, Perfection... c.5 a.5 p.ssq-ói (7. a ed.). 42 Santa Teresa, Relación primera al P. Rodrigo Alvarez n. 13-15. Habla continuamente de estos Impetus a todo lo largo de sus obras. 728 P.II1. Desarrollo normal de la vida cristiana a pesar de su violencia. Cuando los . ímpetus proceden de nuestro esfuerzo personal quebrantan terriblemente las fuerzas corporales y es menester mo-, dérarlos, si no se quiere incurrir en lamentables extravíos; pero cuando los infunde Dios pasivamente/hieren aí alma con grandísima suavidad y deleíte, aumentándole increíblemente sus fuerzas y energías. He aquí, según Santa Teresa, cómo debe conducirse el alma con relación a unos y otros; «Quien no hubiere pasado estos ímpetus tan graridé$¡ es imposible po¬ derlo entender; que no es desasosiego del pecho ni unas devociones que sue¬ len dar muchas veces, que parece ahogan el espíritu, que no cabe en sí. Esta es oración más baja, y hanse de evitar estos aceleramientos con procurar cdn- suávidad recogerlos dentro en sí y acallar el alma/Que es esto como unos niños que tienen un acelerado llorar, que parece van a ahogarse, y, con dar¬ los a beber, cesa aquel demasiado sentimiento. Así acá; la razón ataje a en¬ coger la rienda, porque podría ser ayuda el mismo natural; vuelva la consi¬ deración con temer no és todo perfecto, sino que puede ser mucha parte sensual, y acalle este niño con un regalo de amor qúe le haga moverá amar por vía suave y noa puñadas, como dicen. Que recojan este amor dentro y no como olla que cuece demasiado, porque se pone la leña sin discreción y se vierte toda, sino que moderen la causa que tomaron para ese fuego y procu¬ ren matar !a llama con lágrimas suaves y no penosas, que ló son las de estos sentimientos, y hacen mucho daño. Yo las tuve algunas veces á los princi¬ pios, y dejábanme perdida la cabeza y cansado el espíritu, de suerte que otro día y más no estaba para tornar a la oración. Así que es menester gran dis¬ creción a los principios para que vaya todo con suavidad y se muestre el es¬ píritu a obrar interiormente; lo exterior se procure mucho evitar. Estotros ímpetus son diferentísimos. No ponemos nosotros la leña, sino que parece que, hecho ya el fuego, de presto nos echan dentro para que nos quememos. No procura el alma que duelá esta llága de la ausencia del Sé- ñor, sino hincan una saeta en lo más vivo de las entrañas y corazón a las ve¬ ces, que no sabe el alma qué ha ni qué quiere. Bien entiende que quiere a Dios, y que la saeta parece traía hierba para aborrecerse a sí por amor de este Señor, y perdería de buena gana la vida por El. No se puede encarecer ni decir el modo con que llaga Dios el alma y la grandísima pena que da, que la hace no saber de sí; mas es esta pena tan sabrosa, que no hay deleite en la vida que más contento dé. Siempre querría el alma, como he dicho; estar muriendo de este mal» 45 . El alma, con relación a estos últimos, no tiene sino dejarse llevar por el espíritu de Dios, sin ofrecerle resistencia ni quererle trazar el camino. Que haga de ella lo que quiera en el tiempo y en la eternidad. 570, Las heridas de amor, según San Juan de la Cruz, son «unos es¬ condidos toques de amor que, a manera de saeta de fuego, hieren y tras¬ pasan el alma y la dejan toda cauterizada con fuego de amor» 44 , Y Santa Te¬ resa escribe hablando de ellas: «Otra manera harto ordinaria de oración es una manera de herida que parece al alma como si una saeta la metiesen por el corazón, o por ella misma. Así, causa un dolor grande que hace quejar, y tan sabroso, que nunca querría le faltase... Otras veces parece que esta he¬ rida del amor sale de lo íntimo del alma,- Los efectos son grandes, y cuando el Señor no lo da, no hay remedio aunque más se procure, ni tampoco de¬ jarlo de tener cuando El es servido de darlo. Son como unos deseos de Dios tan vivos y tan delgados, que no se puede decir: y como el alma se ve atada para no gozar como querría de Dios, dale un aborrecimiento , grande con el 4 3 Vida 29,0-10. 44 Cántico canc.i. Lili c.3. La. vida de oración 729 cuerpo y parécete como una gran pared que la estorba para que no goce su alma de lo que entiende entonces, a su parecer, que goza en sí, sin embargo, del cuerpo. Entonces ve el gran mal que nos vino por el pecado de Adán en quitar esta libertad» 45 . A veces esta herida de amor, que ordinariamente es de orden puramente espiritual e interior, se. manifiesta también al exterior,, traspasando física¬ mente el corazón de carne {transverberación de Santa Teresa) o apareciendo las llagas en las manos, pies y costado. Este aspecto exterior cae de llerio en la esfera de las gracias gratis dadas. No santifica más ál alma que el pura¬ mente interno y suele incluso ser menos intenso y deleitable, como explica San Juan de. la Cruz 46 . Lo exterior es más espectacular, pero vale siempre infinitamente menos que lo puramente interior y espiritual. Los efectos de estas heridas de amor son admirables. El alma arde en deseos de que se le rompan las ataduras del cuerpo para volar libremente a Dios. Ve claramente que la tierra es un destierro, y no comprende a los que desean vivir largos años en ella. Es lo que experimentaba San Pablo cuando expresaba su deseo de morir para estar con Cristo (Phil 1 , 23 ) y los dos su¬ blimes Reformadores del Carmelo cuando componían sus coplas «que mue¬ ro porque no muero». 571 . Las llagas de amor 47 son un fenómeno parecido a las heridas, aunque más hondo y duradero todavía. San Juan de la Cruz distingue sutil¬ mente éntre ambas: «La llaga. . . hace más asiento en .el alma que la herida, y por eso dura más, porqué es como herida ya vuelta en llaga, con lo cual se siente él alma verdaderamente andar llagada de amor» 48 . La herida —explica todavía el Santo—le nace, al alma de las-noticias cíel Amado que recibe de las criaturas, que son las obras más bajas de Dios; la llaga se la cau¬ san las noticias de las obras de la encarnación dél Verbo y misterios de la fe, que son mayores obras de Dios que las naturales (ibidj. Los efectos son parecidos a los de la herida, aunque más transidos toda¬ vía de amor. El alma.se queja amorosamente a-Dios de que no la acabe de matar llevándola consigo al cielo. Es preciso leer el admirable comentario a las estrofas 9 , 10 y 11 del Cántico espiritual («¿Por qué, pues, lias llagado —aqueste corazón, no le sanaste «Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacellos» > : y. «Descubre, tu presencia,. y máteme tu vista y hermo¬ sura...»), donde el Doctor Místico. expone los sentimientos inefables del alma llagada que vive muriendo de amor. Octavo grado de oración: la unión extática O DESPOSORIO ESPIRITUAL 572. S.Th., II-IL175; Vallcorneka, Mystica Theologia Divi Thomae q.4 d.2 a.17; Ri- ret. La mysfic.me divine t.i c. 19 ; t.2 C.T9-21 y t.4 c. 8 ; Farges, Les phenoménes rrrysiiíjLíes p.2. R c 2 a. 1 - 8 ; PouLAiN, Des gráces d'oraison p.3. 8 c. 18 ; Tanquerey, Teología ascética n.1454-62; Crisócono, Compendio de ascética y mística p.3.* c.2 a.3. 573. El cuarto grado de oración contemplativa—octavo de la clasificación general—lo constituye la llamada unión ex¬ tática , en la que se verifica el llamado desposorio espiritual. 45 R^.ídoídn primera al P, Ahtarez 11,16-18; cf. Vida 29,11. 46 Llama 11,2 n.13. Véase en los n.q y io la admirable descripción. del fenómeno de transverberación interior. vSanta Teresa retiere su propio caso en su Vida 0,29 n.i3- 47 No se confunda este fenómeno contemplativo, altamente santificaclor, con la eslitivm- tización corporal, gracia gratis dada que vale infinitamente menos aunque sea más espectacu¬ lar (cf. n.824-30). 48 Cántico canc.7; cf. Llama c-2. 730 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana Añade sobre el anterior—en el que se unían íntimamente con Dios las potencias del alma y los sentidos internos-^la suspen¬ sión de los sentidos corporales externos. La intensidad de la unión mística es tan grande, que el pobre cuerpo no lo puede resistir, y sobreviene el éxtasis. Este, en lo que tiene de exte¬ rior y espectacular, no es, en últimb análisis, más que una flaqueza corporal, que desaparece—como veremos—en las altas cumbres de la unión transformativa, cuando el alma está ya acostumbrada a recibir estas fuertes comunicaciones divinas sin que el cuerpo caiga en el desfallecimiento extático. Vamos a estudiar ampliamente este fenómeno por ser uno de los más frecuentes y maravillosos de la Mística. Pero, siendo tan vasta la materia, vamos a precisar la doctrina en forma de parrafitos cortos y densos, 574, 1. El fenómeno exterior.—Como fenómeno exterior, tal como aparece a la vista de los que lo presencian, el éxtasis consiste en una especie de adormecimiento suave y progresivo 49 hasta llegar á la enajenación total de los sentidos. Aunque no ve, ni oye, ni siente nada, se ve claramente que el extático no está muerto ni dormido; su rostro, por ló general, aparece radian¬ te y como transportado a un mundo superior. Si el éxtasis es perfecto y completo, es inútil llamarle (aunque sea a gritos), sacudirle bruscamente, pincharle o quemarle; el extático no volverá en sí, a no ser que la vuelta a la normalidad le sea impuesta por úna persona constituida en autoridad reli¬ giosa, en cuyo caso puede bastar una simple orden mental, como veremos en su lugar. , 575. 2, Sus causas posibles.—Todos los autores están de acuerdo en que el fenómeno exterior, tal como io acabamos de describir, puede tener una triple causa: sobrenatural, preternatural (o diabólica) y puramente na¬ tural. Santo Tomás lo dice expresamente: «Esta clase de abstracción puede acontecer por una triple causa: por una causa corporal , como sucede a los que padecen enajenación por alguna enfermedad; por la acción de los demo¬ nios, como aparece claro en los energúmenos; y por la virtud divina..., en cuanto que alguno es elevado por e! espíritu divino a las cosas sobrenatu¬ rales con abstracción de los sentidos» 50 . Según esto, el éxtasis puede clasificarse, por razón de sus causas eficien¬ tes, en la siguiente forma: I. Extasis sobrenatural.. . . *| Mistico° II. Sus falsificaciones, Extasis natural. Preternatural o diabólico. Vamos a estudiarlos cada uno en particular, insistiendo sobre todo en él primero. 49 Esta es la forma más corriente y ordinaria; pero cabe también la forma súbita y vio¬ lenta, que se denomina, más bien, rapto (cf. IMÍ, 175,1). *0 IMI, 175.1. L.ll c.3, La vida de oración 731 I« El éxtasis sobrenatural 576. 1. Noción 51 .—Etimológicamente, éxtasis significa una especie de salida y permanencia fuera de sí mismo 52 . La palabra sugiere muy bien la realidad que con ella quiere expresarse. Durante el éxtasis, en efecto, el alma sale o prescinde por completo de los sentidos corporales para fijarse inmóvil en el objeto sobrenatural que atrae y absorbe sus potencias. San Agustín lo define: «Enajenación de la mente de los sentidos cor¬ porales para que el espíritu del hombre, arrebatado por el espíritu divino, pueda captar e intuir lo que Dios le comunica» 53 . San Buenaventura —o quienquiera que sea el autor de la obra que ci¬ tamos, a él atribuida—dice: «Extasis es un abandono del hombre exterior para elevarse deleitosamente sobre sí mismo a la fuente superintelectual del divino amor» 54 . Para Santo Tomás, el éxtasis es «una salida fuera de sí mismo»: «Se dice que uno padece éxtasis cuando se pone fuera de sí; lo cual puede acontecer tanto por parte de la potencia aprehensiva como de la apetitiva» 55 . Gersón lo define: «Un rapto de la mente con cesación de todas las ope¬ raciones en las potencias inferiores» 55 . En fin, Alvarez de Paz señala a la vez la esencia y la causa del éxtasis cuando escribe: «Es, pues, el éxtasis una elevación de la mente a Dios con abstracción de los sentidos exteriores procedente de la grandeza de esa mis¬ ma elevación: Como quiera que el alma sea de virtud y capacidad limitada, cuanto más eficaz y vehementemente atienda a una función, tanto menos puede atender a las demás» 57 . El éxtasis sobrenatural supone, pues, dos elementos: la elevación del alma a Dios y el retiro o aislamiento del mundo sensible. Es una especie de sublime absorción del alma en Dios que lleva consigo la suspensión del ejercicio de los sentidos exteriores. 2. Sus clases*—El éxtasis sobrenatural tiene dos formas muy distintas: el místico y el profético. Vamos a decir dos pala¬ bras sobre este último, para estudiar después ampliamente el éxtasis místico propiamente dicho. A) Extasis profétíco 577» La iluminación profética—de la que hablamos en otra parte (cf. n.757)—se realiza con frecuencia con enajenación de los sentidos externos e internos del paciente, con el fin de que no. perturben los propios fantasmas la acción sobrenatural de Dios. A este fenómeno se le llama «éxtasis profétíco». Per¬ tenece de lleno a las gracias gratis dadas , y, por lo mismo, no supone—al menos necesariamente— la gracia santificante en el 51 Ribet, O.C., t.2 c.19. 52 éKoracrts de ^-íoTrjpi ex^starc. 51 De dzuersis tjuaesh'om'óus ad Simpííciomim 1.2 q.i n.i. 54 De septem grad. conUmpl. Entre sus obras dudosás t.1’2 PU84. 55 1-11,28,3. 5(5 Theol. m. ysf. specul. cons.36 col.391. 57 De gradillas contemplalúmis 1 .5 p.3 c..8 t.C. 732 P.11I. Desarrollo normal de la vida cristiana alma; en absoluto podría recibirlo un pecador. Este «éxtasis» tiene una misión puramente iluminadora del entendimiento, pero no afecta a la voluntad, ni tiene, de suyo, poder alguno santificador. No entra en el desarrollo normal de lá gracia ni forma parte dé los grados contemplativos. Más importancia tiene para nuestro objeto el éxtasis místico —llamado por algunos autores «éxtasis de unión»—que vamos a estudiar ampliamente. B) Extasis místico 578, 1. Definición.—Puede definirse diciendo : que es un fenómeno de contemplación sobrenatural caracterizado por una unión íntima del alma con Dios , con enajenación de los sentido*. Expliquemos un poco la definición. «Un fenómeno'dé contemplación sobrenatural».— Estas palabras ex¬ presan el género de la definición. Es un fenómeno sobrenatural, santificante de suyo, que entra como epifenómeno normal en el desarrollo de los grados dé contemplación mística. De ningún modo pertenece a las gracias gratis dadas, como equivocadamente creen muchos autores. Volveremos sobre esto más abajo. «Caracterizado por la unión íntima del alma con Dios, con ena¬ jenación de los sentidos». —Aquí se recoge la diferencia específica, que in¬ cluye dos elementos esenciales: uno primario , y per se —la unión íntima del alma con Dios, o elevatio mentís, como decían los antiguos—y otro secunda¬ rio o ex consequenti: la enajenación de los sentidos. Cualquiera de los tres elementos de la definición que se suprima, des¬ aparece eJ éxtasis místico. Sin la unión íntima del alma con Dios, la suspen¬ sión de los sentidos se identificaría con el sueño; sin la suspensión de los sentidos, habría oración mística, pero no extática; sin la contemplación in¬ fusa propiamente dicha, podría darse éxtasis profético, éxtasis natural y éxtasis diabólico, pero no éxtasis místico 58 . 579. 2. Causas del éxtasis místico.—Vamos a señalar las cuatro causas siguiendo el método y la terminología esco¬ lástica. a) Causa eficiente. —La causa eficiente del éxtasis es el Espíritu San¬ to mediante sus dones; o sea, el mismo Dios como autor del orden sobréna- tural. Se atribuye por apropiación al Espíritu Santo, en cuanto que es uña operación de amor , que santifica al alma. Sabido es que al Espíritu Santo se le suele llamar Espíritu de Amor y Espíritu Santificador. Y el divino Espí¬ ritu utiliza para ello los dones de entendimiento y sabiduría actuándolos en un grado muy notable de intensidad: el primero iluminando la fe, y él segundo excitando la caridad hasta producir en el alma un amor vehemen¬ tísimo de Dios que la hace enajenar de los sentidos. b) Causa formal. —La causa formal del éxtasis es la contemplación infusa en grado muy intenso, aunque no máximo. Es, sencillamente, el efecto 58 Cf. P. Crisócoro, Compendio de Ascética y Mística p.3. a c.2 a.3 p.204 (i.“ ed.). L.Il r.3. La vida de oración 733 producido por los dones de entendimiento y de sabiduría al actuar intensa¬ mente en el alma. Sabido es que la acción de la causa eficiente consiste en la aplicación de la forma a la materia, sacándola o educiéndola de su poten¬ cialidad (obediencial o eievable si se trata de un efecto sobrenatural) 5 Decimos «la contemplación en grado muy intenso» porque cuando es muy débil» no causa suspensión de las potencias del alma ni de los sentidos corporales. Es, pues, necesaria cierta intensidad de luz contemplativa para que se produzca el fenómeno. Pero no hace falta que sea la máxima inten- ridud, porque, como diremos en seguida, los últimos grados de contempla¬ ción no producen éxtasis 6°. Por otra parte, no se da nunca una intensidad máxima, en el sentido de que ya no pueda ser mayor. c) Causa material.—L a imperfección o flaqueza natural del sujeto que recibe la contemplación infusa concurre al éxtasis como causa quasi materia- lis. Por eso, cuando el sujeto está acostumbrado a la luz divina y fortalecido para soportarla—lo que ocurre en los grados superiores de la Mística—des¬ aparecen los éxtasis. La forma extática, por decirlo así, no tiene donde aga¬ rrar; le falta la materia. Claro que a veces la comunicación divina es tan in¬ tensa, que el alma rio la puede soportar, y sobreviene el éxtasis aun cuando el alma haya llegado ya a la unión transformativa. Esta flaqueza natural del sujeto no se refiere exclusiva ni principalmente a lo corporal, sino, ante todo, a lo psicológico, El alma.no está acostumbrada a tanta luz y amor como allí se la comunica, y se inclina como doblegada por el peso de tanta gloria. Esta flaqueza psicológica se comunica también al cuerpo, y sobreviene la enajenación de los sentidos. El éxtasis del alma—que es siempre lo primario y formalísimo en este fenómeno — se ha comunicado, por natura] redundancia, al cuerpo y ha producido el fenómeno exterior. d) Causa final. —No es otra que la santificación del alma. El éxtasis —como ya hemos dicho—no es una gracia gratis dada, sino un epifenómeno místico altamente santificador para el que lo recibe. Se le puede señalar un triple aspecto finalístico: próximo, remoto y último. El fin próximo es inundar al alma de luz y de amor; es el efecto inmediato de la actuación de los dones del Espíritu Santo. El remoto es la santificación del alma, a la que contribuye poderosamente, el éxtasis 61 . El último es» en definitiva, la gloria de Dios, a la que todo se ordena finalmente en el orden natural y en el sobrenatural. 580. 3. Grados del éxtasis.—Santo Tomás distingue tres grados en el éxtasis; en el primero se suspenden los sentidos externos, pero no los in¬ ternos; en el segundo quedan también suspendidos los sentidos internos y el alma entiende por especies inteligibles independientes de los fantasmas; el tercero lo constituye la contemplación de la Esencia divina, arrobamiento concedido, en sentir del Angélico, a Moisés y a San Pablo 62 . 581, 4. Formas.—Las principales son dos: una suave y deleitosa y otra violenta y dolorosa. En la primera, el alma «parece no anima en el cuer¬ po, y así se siente muy sentido faltar de él el calor natural. Vase enfriando, aunque con grandísima suavidad y deleite» 63 . Esta forma de éxtasis no es dañina para la salud por mucha que sea su duración. A veces cura hasta las enfermedades y deja mayor agilidad en el cuerpo: «Muchas veces queda 59 Cf. Gredt, Elementa Philosophiae t.z (1.756. Cf. P. Crisógono, ibíd. 01 Cf. Santa Teresa, Moradas sextas c.4 y 6, donde expone los efectos-maravillosos de santificación que produce el éxtasis. Cf. II-H,i7f,J ad 1. «Santa Teresa, Vida 20,3. 734 P.lil. Desarrollo normal de la vida cristiana sanOj que estaba bien enfermo y lleno de grandes dolores, y con más habi¬ lidad» 64 . En la segunda forma—la dolorosa—es el padecer corporal «tan excesivo, que el sujeto le puede mal llevar; y así, algunas veces se me quitan todos los pulsos casi..,, las canillas muy abiertas y las manos tan yertas, que yo no las puedo algunas veces juntar, y así me queda dolor hasta otro día en los pulsos y en el cuerpo, que parece me han descoyuntado» 65 . San Juan de la Cruz dice que este género de éxtasis «causa debilidadés, y detrimentos, y flaquezas de estómago»; que «parece se le secan los huesos, y se marchita el natural, y estraga su calor y fuerza»; que «es a veces tan grande el tormento, que no le hay que así descoyunte los huesos y ponga en estrecho el natu¬ ral»; en fin, «que se queda helado y encogidas las carnes como muerto » 66 . A la primera forma—suave y deleitosa—se le llama éxtasis simplemen¬ te; y a la segunda, que implica cierta violencia, arrobamiento. Santa Teresa —y después de ella todos los autores—hablan todavía dei «vuelo del espíri¬ tu», en el que «parece es arrebatado el espíritu con una velocidad que pone harto temor» y «verdaderamente parece que el alma se aparta del cuerpo, porque se ve perder los sentidos y no entiende para qué» 67 . A éste fenóme¬ no se le llama también rapto. 582* 5. Actitud del extático.—Es muy varia, pero siempre digna y decorosa. Por lo general continúan en la actitud en que les sorprendió el fenómeno: de rodillas, de pie, sentados, etc. Así solían producirse en Santa Teresa. San José de Cupertino lanzaba un grito, caía de rodillas y extendía los brazos en cruz. Santa Catalina de Ricci ocultaba el rostro entre las ma¬ nos. Santo Tomás de Villanueva se quedaba de pie, inmóvil, con los ojos clavados en el cielo. A Santa Catalina de Siena se le contraían las manos y los pies violentamente, siendo imposible arrancarle los objetos que tenía en¬ tre las manos 583. 6. Duración del éxtasis.—En general es breve. Santa Teresa cree que ordinariamente no pasa de la media hora; y si es muy fuerte y sus¬ pende todos los sentidos, su duración es todavía menor. Sin embargo, san¬ tos hubo que permanecieron arrebatados en el aire—éxtasis con levitación— durante varias horas (así, v.gr., Santo Tomás de Villanueva) y éxtasis sin levitación que duraron varios días. Y así, la Bienaventurada Angela de Fo- ligno estuvo tres días en éxtasis; la Bienaventurada Columba de Rieti, cinco; Marina de Escobar, seis; San Ignacio de Loyola, ocho en la cueva de Man- resa; Santa Coleta, quince; y, en fin, Santa Magdalena de Pazzis estuvo cua¬ renta días sin volver en sí. 584. 7. Frecuencia.—En algunos santos ha sido grandísima. Para Santa Magdalena de Pazzis, San Miguel de los Santos y San José de Cuper- tino, la vida no fue sino una serie continua de éxtasis . Pero, en general, se produce, raras veces y sólo en almas muy adelantadas en la vida espiritual. 585. 8. ¿Merece el alma durante el éxtasis?—Indudablemente que sí. Santa Teresa da una razón de conveniencia: la de que el alma no pierda inútilmente aquel tiempo 70 . Pero hay otra razón más profunda: el alma es 64 Santa Teresa, Vida 20,21: cf. 10,1 r. 65 Santa Teresa, Vida 20,12. 66 San Juan de ea Cruz, Noche II, 1,2; Cántico I3 ,m; 14,5,19; cf. P. Crisócono, o.c., p. 20 Ó. 67 Santa Teresa, Moradas sextas S n.i y 12. 03 Cf. Farges, Les phenoménes mystiques p.2. B c.2 a.2; cf. P. CrisócONO, o.c., p.207. 69 Cf. Poulain. Des gráces d'oraison c.18 n.io. 70 Santa Teresa, Conceptos de amor de Dios c.6 n.O, L.II c3. La vida de oración . 735 libre durante el éxtasis, porque la infusión divina no implica necesidad en la voluntad. Solamente la visión beatífica atrae irresistiblemente al alma, pero ninguna otra comunicación divina llega a tanto como esto. El alma ex¬ tática se adhiere con todas sus fuerzas a la. acción divina, que la tiene absor¬ ta y transportada. Es cierto que le sería muy difícil volver a la normalidad —al menos de una manera brusca e instantánea—mientras se encuentre sometida a la divina acción; pero está muy lejos de querer volver a ella. Quiere Ubérrimamente secundar la acción de Dios, y si alguna pena tiene, es pensar que ha de volver a la normalidad 71 ; pero en absoluto podría vol¬ ver a ella—a costa de un gran esfuerzo-"-, y esto basta para salvar la libertad y el mérito. Téngase en cuenta, además, que el alma ha caído en éxtasis precisamen¬ te por la intensidad del amor de Dios en que se abrasa, y ya sabemos que el mérito esencial de nuestras obras se mide por el grado de amor de Dios que ponernos al realizarlas. 586. 9. Efectos del éxtasis 72 .—Vamos a examinarlos en su doble aspecto: en el cuerpo y en el alma, i.° En el cuerpo.: —Los principales son tres: a)' la insensibilidad or¬ gánica; h) la expresión de la fisonomía, y c) la agilidad o ^evitación, a) Ya hemos hablado de la primera. Cuando el éxtasis es total y per¬ fecto, la insensibilidad es absoluta. Las incisiones más dolorosas, las sacu¬ didas más bruscas, las mismas quémaduras, etc., soñ inútiles para despertar a estos dormidos a lo divino. Con frecuencia, los ojos conservan toda su actividad, pero es para fijarla sobre la visión divina con una vivacidad que parece agrandarlos considerablemente. No perciben absolutamente nada de las cosas materiales, como puede comprobarse pasando bruscamente por de¬ lante de sus ojos abiertos una luz o un objeto cualquiera sin que se produz¬ ca el más leve movimiento en sus párpados o pupilas. Sin embargo, santos hubo que durante sus éxtasis hablaban del objeto de su visión contemplativa e incluso echaban a andar—«marcha extática»-—. Son famosos los casos de Santa Catalina de Siena y Santa Magdalena de Paz- zis. Sin embargo, estos hechos son excepcionales; lo ordinario es la insen¬ sibilidad e inmovilidad total. Durante el éxtasis, el calor vita! va disminuyendo lentamente, sobre todo en las extremidades—manos y pies—. Las funciones vitales parecen inte¬ rrumpirse: nada de respiración, nada de circulación apreciable de la sangre, ni siquiera el más ligero movimiento de labios. Poco a poco, las funciones vitales van como retornando y haciendo volver insensiblemente al paciente a la plena normalidad 73 . Ya hemos oído decir a Santa Teresa que el éxtasis suave no sólo no perjudica la salud del cuerpo, sino que la robustece y con¬ forta. Otra cosa es el éxtasis violento—rapto o arrobamiento—, que deja al cuerpo quebrantado a veces para muchos días. b) En cuanto a la expresión de la fisonomía, suele presentar un aspecto característico, que revela el transporte íntimo del alma. Por una irradiación de la energía psíquica sobre la materia, las embriagueces y claridades de dentro repercuten y se reflejan fuera; la visión sobrenatural arroba y beati¬ fica al mismo tiempo, aunque diversamente, al alma y al cuerpo. Bajo sus rayos y atractivos divinos, la fisonomía del extático se ilumina de una belle- 71 Gf. Santa Teresa, Vida 20,22. 72 Cf. Ribet, o.c., t.z c.20 n.8. . 73 De hecho, las funciones de la vida vegetativa sólo desaparecen aparentemente, no en realidad, ni siquiera en el caso estupendo de Moisés y San Pablo (cf. II-H,i7S,5 ad 3). 736 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana za celestial, que traduce la admiración más profunda y el más ardiente amor. Es una verdadera transfiguración, c) En fin, todavía el éxtasis produce con frecuencia sobre el cuerpo del paciente un efecto más maravilloso aún: el cuerpo sigue dócil el impulso del alma hacía arriba, y se levanta sobre el suelo, contra todas las leyes de la gravedad. Es la levitación, uno de los fenómenos extraordinarios más sor¬ prendentes de la Mística, que estudiaremos al hablar de las gracias gratis dadas (cf. n.848-51). ; 2. 0 En el alma.—E l efecto propio y característico del éxtasis sobrena¬ tural es el de comunicar al alma una energía sobrenatural que llega hasta el heroísmo en la práctica de todas las virtudes cristianas. Es un hecho cons¬ tante que el éxtasis verdadero procede del amor y, a su vez, enciende én el alma un amor más ardiente e insaciable todavía; y el amor llegado a este pun¬ to sublime está pronto a sufrirlo y soportarlo todo por el Objeto amado; y esto es el heroísmo. Es el «éxtasis de las obras», que acompaña siempre y es la señal más clara y característica del verdadero «éxtasis del amor» 74 Santa Teresa tiene páginas bellísimas exponiendo los ; efectos admirables que pro¬ ducían en su alma los éxtasis divinos 75 . Por eso es un gran error incluir el éxtasis místico entre las gracias gratis dadas , como hacen muchos autores. De ninguna manera pertenece a ellas, sino que entra de lleno en el desarrollo normal de la contemplación infusa, de la que constituye precisamente uno de sus grados. Guando la contem¬ plación llega a un grado de intensidad superior a la energía psíquica y fuer 1 zas corporales del paciente, el fenómeno extático se produce como una consecuencia natural e inevitable. Én lo que tiene de interior, el éxtasis es altamente santificador, y, por lo mismo, nada tiene que ver con las gracias gratis dadas, que no santifican—de suyo—al que las recibe. Claro que, por lo que tiene de exterior y espectacular, todos los maes¬ tros de la vida espiritual están conformes en decir que sería manifiesto atre¬ vimiento pedírselo a Dios. Esto supondría en el alma cierta arrogancia y presunción, como si ya estuviera preparada para ello. La humildad y des¬ precio de sí mismo es siempre ía mejor disposición y el camino más expedir to para alcanzar los dones de Dios. 587. 10. El desposorio espiritual.—En medio de uno :de estos éxta¬ sis inefables tiene lugar el llamado desposorio espiritual, que nó és otra cosa que la promesa de Dios de llevar al alma hasta la unión transformativa o matri¬ monio espiritual. Santa Teresa cree que es indispensable el arrobamiento para no morir ante el resplandor de la divina Majestad 7 &. Al recibir el alma la promesa divina de llegar algún día hasta la cumbre de la unión con Dios, experimenta una alegría tan inefable, que la pone en trance de morir. «En este dichoso día—escribe hermosamente San Juan de ía Cruz—, no solamen¬ te se le acaban al alma sus ansias Vehementes y querellas de amor que antes tenía, mas, quedando adornada de los bienes que digo, comiénzale un estado de paz y deleite y de suavidad de artfor» 77 . Si permanece fiel, él alma tiene asegurada, la llegada a la cumbre de ia montaña del amor; pues, como dice ía insigne Doctora Mística, la sexta morada —donde se realiza el desposo¬ rio—y la séptima— la del matrimonio espiritual—-«se pudieran juntar bien, porque de lá una a la otra no hay puerta cerrada» 78 . 74 Gf. San Francisco dj: Sales, Tratad» del amor de Dios I.7 c.6. 7Í Cf. Santa Teresa, Vida c.20; Moradas sextas c.4-6. 7,1 Cf. Moradas sextas c.4 n.2. Léase todo este maravilloso capítulo. . 77 Cántico espiritual anotación para la canción. 14, n.2. 78 Motadas sextas c.4 n.4. L.U c3' La vida de oración 737 588» 11» La llamada al extático —Con frecuencia se ha hecho sobre los extáticos una experiencia que se ha designado con el nombre de la «llamada al extático». Consiste en darle la orden formal de volver en sí y retornar al estado normal» Esta orden debe darla—para que resulte eficaz—7- el superior, confesor o cualquiera otra persona que haya recibido de la Igle¬ sia autoridad espiritual sobre esas personas. Esta «llamada» puede hacerse de dos modos: externa o vocalmente e interna o mentalmente. He aquí los resultados obtenidos y su explicación. a) La llamada exterior o vocal resulta siempre eficaz si el éxtasis es verdaderamente divino. No se conoce entre los santos una sola excepción, b) Si el superior da lá orden exterior , pero conservando la voluntad in¬ terior de no ser obedecido, el extático no vuelve en sí. Lo mismo ocurre si, en lugar de una orden absoluta, se la da condicionada, o si se contenta con suplicarle, sin mandárselo expresamente. c) La orden puramente mental es obedecida muchas veces; pero lo más frecuente es que no sea obedecida. ¿Cómo se explican estos hechos? La razón más satisfactoria parece ser la siguiente: én realidad, quien obedece es Dios—suspendiendo su acción divina productora del éxtasis-—, no el extático, pues éste ño ve ni oye nada y muchas veces ni. siquiera sabe que ha sido llamado, como han declarado muchos de ellos al volver en sí. Dios se retira simplemente, sin que el pa¬ ciente sepa el motivo. Consintiendo en ejecutar la orden dada, Dios quiere glorificar la autoridad espiritual del superior, que viene del mismo Dios. Pero estb. requiere que el superior manifieste públicamente su voluntad de ser obedecido. Por eso, la llamada puramente mental resulta muchas veces ineficaz; la autoridad del superior no sufre con ello el menor menoscabo ante los demás. Si a esto añadimos que la orden mental no es propiamente orden —puesto que le falta una nota esencial para que se convierta formal¬ mente en ley o mandato, a saber: la promulgación externa, condición esen¬ cial o al menos sine qua non para la existencia obligatoria de la ley, según el Angélico Doctor 80 —, se comprende fácilmente por qué la orden puramen¬ te mental no es obedecida regularmente. De estos principios se,desprende una importante consecuencia práctica: la prudencia extraordinaria con que hay que proceder en estas llamadas. El extático está en esos momentos bajo ía influencia inmediata del Espíritu Santo. Llamarle a la ligera, sin ton ni son o para satisfacer una simple curio¬ sidad, sería cometer úna manifiesta irreverencia. Muy otra fue la conducta del gran teólogo Fr. Domingo Báñez ante un éxtasis en que cayó Santa Te¬ resa mientras el insigne dominico les predicaba una plática a las Carmelitas de Avila. Una de las monjas que presenció el hecho lo declaró en el pro¬ ceso dé canonización en la siguiente forma: «Otra vez, estando el P. Fr. Do¬ mingo Báñez... haciendo una plática a las religiosas de este convento al lo¬ cutorio, la santa Madre se quedó arrobada, y el dicho Padre se quitó la capilla y dejó la plática y puso gran silencio hasta que volvió en sí» 81 . Téngase presente, además, que la vuelta dei extático a la normalidad no es señal infalible de que su éxtasis era verdadero o sobrenatural. La vuel¬ ta a la normalidad podría ser un efecto de telepatía puramente natural; y en absoluto podría también tratarse de un éxtasis diabólico: el demonio podría simular lo exterior de un éxtasis para simular también la obediencia. Si a esto añadimos que la «llamada», tratándose de un verdadero éxtasis mís¬ tico, hace casi siempre sufrir mucho al extático—a causa del choque psico¬ lógico producido por el tránsito brusco de un estado a otro tan diferente—■, 79 Cf. P. Poulain, Des grdces d'oraison c.18 n, 12-22. *0 1 - 11 , 30 , 4 . 81 Gf. P. Felipe Martín, O.P., Santa Teresa y la Orden de Predicadores (Avila 1909) P 91 • 738 PJIL Desarrollo normal de la vida cristiana debemos sacar la conclusión de que no debe practicarse esta experiencia sino rara vez y por verdadera necesidad. Y en los casos en que sea conve¬ niente hacerlo, no debe imponérsele la vuelta instantánea a la normalidad, sino dándole un cierto margen de tiempo (v.gr„ mientras se rezan vocal¬ mente algunas oraciones) para que el tránsito de un estado a otro no sea tan brusco y violento. II. Las falsificaciones del éxtasis místico Acabamos de estudiar la naturaleza del éxtasis místico en sus líneas fundamentales. Pero antes de pasar a otro asunto, digamos una palabra sobre sus falsificaciones, o sea sobre los llamados éxtasis natural y éxtasis diabólico . 589. A) El éxtasis natural,—Es indudable que pueden darse en el orden puramente natural—sobre todo en. el campo de lo patológico—una serie de fenómenos que presentan ciertas apariencias exteriores semejantes a las del éxtasis místico; Pero son, por otra parte, tantas y tan claras las características y se¬ ñales que los diferencian, que sería menester una ignorancia estupenda de los fenómenos sobrenaturales para no encontrar en seguida la clave de su diagnóstico diferencial con esas falsi¬ ficaciones naturales. Examinemos brevemente los principales fenómenos naturales que más se parecen al éxtasis 82 . 1.° El desvanecimiento natural o síncope. —Es fácil dis¬ cernirlo del. éxtasis místico. Su duración es-muy corta; se puede retornar al enfermo con ciertos recursos terapéuticos: posición horizontal, aire libré, percusión de las manos, aspersiones frías en la cara, excitaciones de la mucosa pituitaria con fuertes olo¬ res—vinagre, amoníaco, éter, etc,—, procedimientos todos, qué serían del todo inútiles para hacer salir de su estado a los ver¬ daderos extáticos. Eí desvanecimiento natural produce, además, la pérdida del conocimiento y la suspensión de las facultades psíquicas, en diametral antagonismo con el éxtasis místico, que se produce precisamente por una superintensión de. aquellas facultades. El éxtasis místico, pues, es completamente distinto del desvanecimiento puramente natural aun prescindiendo de los frutos de santificación, que son excelentísimos en el primero y totalmente nulos en el segundo. 2. 0 El sonambulismo espontáneo— El automatismo ce¬ rebral que caracteriza este estado patológico tiene caracteres opuestos a los del éxtasis místico. El sonámbulo va, viene, anda, sube, ejecuta trabajos manuales; el extático, por lo general, per- 82 Utilizamos, ante todo, para redactar esta sección la obra cíel Da. Suj?bled— cuyas pala¬ bras citamos a veces literalmente —La moral en sus relaciones con la Medicina y la Higiene (Bar¬ celona 1937) 1-3 p.n c.13. ; L.ll c3 . La vida de oración 739 manece inmóvil, absoito en profunda contemplación 83 . El so¬ námbulo tiene la expresión inerte y la mirada empañada cuando sus ojos astán abiertos; el extático está radiante y transfigurado. En el primero, la actividad cerebral se desarrolla con detri¬ mento del espíritu; en el segundo, por el contrario, la actividad sensible se paraliza, con provecho del espíritu, que se sumé en goces celestiales. No cabe confusión alguna entre los dos es¬ tados. 3. 0 La hipnosis.— La hipnosis presenta también algunas analogías exteriores con el éxtasis; pero sus diferencias son tan profundas, que es muy fácil establecer el diagnóstico diferen¬ cial. He aquí las principales: a) El hipnotizado despierta en el momento en que se lo ordene el hipnotizante; al extático es imposible despertarle a no ser por orden terminante de la autoridad eclesiástica, como he¬ mos explicado más arriba. b) En la hipnosis, la voluntad queda casi totalmente sus¬ pendida, la conciencia se entorpece y la memoria de la actividad desarrollada se pierde enteramente al despertar; los recuerdos del extático quedan, por el contrario, muy presentes y su sueño no altera en lo más mínimo ni la voluntad ni la conciencia, c) En la catalepsia provocada por la hipnosis, una causa mórbida y material detiene el funcionamiento del organismo, pone en rigidez ios músculos y hace imposible todo fenómeno psicológico; en el éxtasis es el fenómeno psicológico, espiritual, el que adquiere una fuerza extraordinaria: el extático no se parece a un muerto más que en la inmovilidad: pero todo su ser, su rostro especialmente, respira la vida que palpita inten¬ sísima en su interior. Uno y otro fenómeno son como la noche y el día. ¿¡.° La histeria, —Es la neurosis que más ha preocupado a la ciencia y al vulgo en los últimos tiempos. A ella quieren los racionalistas reducir él éxtasis místico, cuando en realidad presenta casi siempre características opuestas. La histeria es una enfermedad general que trastorna pro¬ fundamente las funciones orgánicas y cuyo diagnóstico es fácil. Las crisis son violentas. Lejos de simular el éxtasis, recuerdan más bien, por ciertos caracteres, la crisis de la posesión diabó¬ lica. Fuera de ellas, el histérico tiene estigmas especiales: es propenso a la ilusión y la fantasía, muy movible y antojadizo, im- 83 Ya hemos advertido que a veces se produce la llamada ««marcha extática»; pero, aun entonces, las características deJ modo, manera, expresión del rostro, efectos producidos, etc., no permiten confundirla en modo alguno con el sonambulismo natural. Por lo demás, la «marcha extática» es un fenómeno rarísimo entre les místicos. 740 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana presidiable hasta el extremo, malhumorado, vanidoso, embus¬ tero. Su piel acusa en ciertos . puntos una insensibilidad carac¬ terística El éxtasis místico no tiene ninguna de estas características, sino precisamente todas, las contrarias. Se produce siempre en sujetos normales, «archinormales—dice muy bien el P. Me- néndez-Reigada S 4 _ í pues son sujetos de una virtud acrisola-, da». Nada de las convulsiones horribles de la histeria, sino, ai contrario, un adormecimiento tranquilo, lleno de suavidad y de paz. Nada de la modorra y embotamiento cerebral, de los gestos bruscos, de los gritos inarticulados,. etc., etc., característicos de la histeria. En el extático, todo es tranquilo, digno, decoroso, edificante, sobrenatural. No es posible, a menos de estar ciego, confundir la luz con las tinieblas. Tales , son las principales afecciones mórbidas con las que se ha querido comparar el éxtasis. Como acabamos de ver, hay un verdadero abismo entre unos fenómenos y otros,._y sólo la ignorancia o la mala fe podrán involucrar las cosas para esta¬ blecer una relación, no ya de causalidad, pero ni siquiera de se-, niejanza,; entre cosas tan distintas y hasta diametralmente opuestas. 590. B) El éxtasis diabólico.—Más fácil todavía que el natural es el diagnóstico del llamado éxtasis diabólico, Es una forma especial de obsesión , que confina con la posesión y se juzga por ella. Notemos en primer lugar que el demonio no puede pe¬ netrar en el interior del alma. Como veremos en su lugar co¬ rrespondiente—cf. n.777—, el entendimiento y la voluntad son absolutamente invulnerables a los manejos diabólicos. Lo único que puede hacer es suprimir la sensibilidad exterior para con¬ centrar toda la atención del alma sobre los cuadros sugestivos provocados por él en la imaginación. Veamos cómo expone esta doctrina el famoso López Ezquerra: «El demonio no puede producir un verdadero éxtasis porqué no puede penetrar en el fondo del espíritu... Pero en el alma, que todavía no ha sido liberada de los sentidos, puede causar el demonio un deliquio material y em¬ botar de tal manera las potencias, que le parezca al alma que se le .ha infun¬ dido aquella luz inmediatamente en las patencias espirituales y que ha pa¬ decido un éxtasis» 85 . Santa Teresa afirma que hay un abismo entre ios fenómenos, divinos y las falsificaciones y contrahechos del demonio. Te¬ niendo en cuenta, sobre todo, los efectos producidos en el alma, 84 Cf. Los dones del Espíritu Santo y la perfección cristiana nota K p^3?o. . ■ 85 Cf. López Ezquerra, Lucerna mystica tr.s c.30 11.213.' L.I1 c,3. La vida de oración 741 el diagnóstico diferencial es relativamente fácil y no puede dar lugar á dudas. En el éxtasis místico todo es santo, sobrenatural, divino. Las.características del diabólico, por. el contrario; son: vivir en pecado, gozar del éxtasis a capricho, hacer muecas y contorsiones, proferir palabras incoherentes, no conservar re¬ cuerdo : alguno después del éxtasis, buscar sitios concurridos para llamar la atención, quedar con gran 'turbación al volver en sí y, por último, recibir en el éxtasis comunicaciones que incitan al mal o mueven a un bien aparente^ y con malos fines 8Ó . Noveno, grado de oración: la unión transformativa o ma* ’l . TRIMONI.O ESPIRITUAL 591. El último grado de oración clasificado por los místi¬ cos es el de la unión con Dios transformativa,' conocido también con el nombre de matrimonio espiritual. Constituye la séptima morada del Castillo interior, de Santa Teresa, y se le designa también con los nombres de unión consumada y deificación del alma: Es el último grado de perfección clasificable que se puede alcanzar en esta vida y constituye un preludio y preparación inmediata de la vida bienaventurada de la gloria. 592. 1.: Naturaleza.—San Juan de la Cruz lo define: Una transforma¬ ción total en el Amado, en que se entregan ambas partes por total posesión de la una a la otra , con cierta consumación de unión de amor, en que esta el.ahna hecha divina y Dios por participación, cuanto se puede en esta vida' 97 . Analizando esta definición, se descubren los tres elementos esenciales del matrimonio espiritual: la transformación total en. el Amado, la mutua entrega y la unión permanente de amor. Exáminémoslos por separado, i.° Transformación en el Amado.—A la manera que el fuego de una fragua, cuando se apodera totalmente del hierro que a ella se arrojó, lo trans¬ forma enteramente en sí—sin que el hierro pierda, no obstante, su propia naturaleza de hierro—, así él alma metida en lo más hondo de la hoguera del divino amor se transforma en el mismo Dios, sin perder, no obstante, su condición de criatura. San Juan de la Cruz lo expresa en un párrafo su¬ blime: «El alma—dice—queda esclarecida y transformada en Dios, y le co¬ munica Dios su ser sobrenatural de tal manera, que parece el mismo Dios y tiene lo qué tiene el mismo Dios; Y se hace tal unión cuándo Dios hace al alma esta sobrenatural merced, que todas lai cosas de Dios y el alma son unas, en transformación participante . Y el alma más parece Dios que alma, y aun es Dios por participación; aunque es verdad qué su ser naturalmente tan distinto le tiene del de Dios como antes, aunque está transformada; como también la vidriera le tiene distinto del rayo, estando de él clarifi¬ cada» 88 . En otro, lugar había comparado San Juan de la Cruz el proceso de la santificación de un alma al fuego que se va apoderando de un madero hasta transformarlo todo en sí: «Porque él fuego material, en aplicándole ál ma- 8fi Cf. Benedicto XIV, De seruorum Dei beat. 1.3 c.49 n.s y 6. 87 Cántico 22 n.3. 88 Sufrida 11 , 5 , 7 - ?42 PJIL Desarrollo normal de la vida cristiana clero, lo primero que hace es comenzarle a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene. Luego le va poniendo ne¬ gro, oscuro y feo y aun de mal olor; y yéndole secando poco a poco, le va sacando a la luz y echando fuera todos los accidentes feos y oscuros que tiene contrarios al fuego. Y, finalmente, comenzándole a inflamar por de fuera y calentarle, viene a transformarle en sí y ponerle hermoso como el mismo fuego. En el cual término, ya de parte del madero ninguna pasión hay ni acción propia, salvo la gravedad y cantidad, más espesa que la del fuego, porque las propiedades del fuego y acciones tiene en sí; porque está seco, y seca; está caliente, y calienta; está claro, y esclarece; está ligero mucho más que antes, obrando el fuego en él estas propiedades y efectos» Sí> . Al llegar a estas sublimes alturas, el alma adquiere propie¬ dades divinas y, en cierto modo, se puede decir con San Juan de la Cruz que se ha hecho Dios por participación. Es la plena transformación en el Amado, tantas veces soñada y deseada por el alma en los grados anteriores, y que solamente al llegar a estas alturas ha logrado conseguir. Pero ¿en qué consiste propiamente esta transformación? No pudiendo consistir en una transformación ontológica-^ deli¬ rio panteísta condenado por la Iglesia 90 y por el simple buen sentido—tiene que referirse a una transformación de nuestras facultades superiores en cuanto al modo de obrar .. «Eí alma—dice el P. Poulain tiene conciencia de que en sus actos sobrenaturales de inteligencia, de amor, de voluntad, participa de la vida, divina, de los actos análogos que están en Dios. Esto es lo esencial dei matri¬ monia espiritual». Y un poco más abajo añade, explicando su pensamiento: «El bautismo y la gracia santificante nos dan ya esta participación de la na¬ turaleza divina, pero en estado inconsciente. Otra cosa sucede en el matri¬ monio espiritual. Se tiene conciencia de la comunicación de la vida divina. Dios ya no es solamente—como en los grados precedentes—el objeto de nuestras operaciones sobrenaturales de inteligencia y voluntad, sino que se muestra como coprincípio de nuestras operaciones, la ayuda de que nos servimos para producirlas. Nuestros actos nos parecen, en cierto modo, di¬ vinos; nuestras facultades son ramas en las que sentimos circular la savia divina. Se cree sentir en sí mismo a Dios viviendo por los dos. Se vive en El, de El, por El. Ninguna criatura puede manifestarse a nosotros de esta manera». «En el cielo—-continúa—, este mecanismo de la gracia aparecerá en toda su claridad; allí veremos al descubierto este «matrimonio» de las dos opera¬ ciones, divina y humana, y el predominio de la primera, es decir, nuestra «divinización». El cuarto y último grado de oración es el preludio, el gusto anticipado, más o menos intenso , de este conocimiento experimental. Aquí abajo la transformación ha comenzado, pero no se la conoce más qué por la fe». 2. 0 La mutua entrega es una consecuencia inevitable de esta profunda transformación del alma en Dios. Así como entre dos esposos hay perfecta 80 Noche oscura 11,10,1.. ?J ° Gf. D 5 ios y 1225. P. Poulain, o.c., c.19 n.íi. Continúa en el n.13. L.U c.3 . La vida de oración 743 comunicación de bienes, lo mismo ocurre entre Dios y el alma dichosa ad¬ mitida a este espiritual matrimonio. Esta entrega mutua, indisoluble 92 , constituye la esencia misma del ma¬ trimonio espiritual, de la misma manera que la mutua entrega y aceptación de los cónyuges constituye la esencia misma del sacramento del matrimonio. Nadie se debe escandalizar de que los místicos hayan establecido esta comparación entre la unión con Dios y el matrimonio. Antes que ellos la había empleado el Espíritu Santo en el sublime epitalamio del Cantar de los Cantares. Cristo la usa también en el Evangelio para expresar los dones de la gracia y de la gloria 93 . San Pablo recuerda a los fieles de Corinto que «los ha desposado con Cristo» (2 Cor 11,2); y en su epístola a los de Efeso establece un sublime paralelismo entre el matrimonio y la unión de Cristo con la Iglesia, de la que dice que es «un gran misterio» (Eph 5,23-32). En pos de las Sagradas Escrituras, toda la tradición cristiana ha venido emplean¬ do ese símil paira significar la íntima unión con Dios del alma llegada a la cumbre de la santidad, v Y en verdad que el caso no es para menos. Hugo de San Víctor llega a: decir que el matrimonio espiritual no es una simple comparación con menos realidad y verdad que el matrimonio humano, sino que és éste, más bien, el que no es sino una sombra y figura de aquél. Si el matrimonio es grande, es, sobre todo, por Cristo y la Iglesia, Todo lo que se encuentra de intimidad; de fecundidad, de alegría y de grandeza en las uniones terrestres no es más que frialdad, impotencia, tristeza y abatimiento comparado con la unión espiritual del alma transformada en Dios 94 . En realidad, el alma en simple posesión dei estado de gracia ya es, de alguna manera, esposa verdadera de Dios. Pero solamente en las grandes alturas de la Unión transformativa adquiere la conciencia experimental per¬ manente de que efectivamente lo es. Esta entrega mutua tiene lugar, a veces, en forma de ceremonia especial que la simboliza y significa. En el caso de Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Jesús hubo aparición de la humanidad sacratísima de Cristo, en¬ trega de anillos, etc. 95 . Nada de esto es esencial al estado de transformación; lo único esencial es que se establezca en adelante una Unión permanente c indisoluble entre Dios y el alma. 3. 0 La unión permanente de amor.— Es la tercera nota esencial del matrimonio místico, que la distingue y separa de los grados anteriores. Lo dice expresamente Santa Teresa: «Porque entended que hay grandísima dife¬ rencia de todas las pasadas a las de esta morada, y tan grande del desposorio espiritual al matrimonio espiritual, como la hay entre dos desposados, a los que ya no se puede apartan 96 . Y un poco antes había explicado de qué manera el alma transformada siente a las divinas personas inhabitando per¬ manentemente en ella: «Y cada día se espanta más esta alma, porque nunca md$ le parece se fueron de con ella, sino que notoriamente ve é de la manera que queda dicha, que están en lo interior de su alma; en lo muy muy interior, en una cosa muy honda, que no sabe decir cómo es, porque no tiene letras, siente en sí esta divina compañía » 97 . En esta conciencia experimental de la unión permanente con Dios caben, Ya precisamos más aba i a el verdadero alcance de esta palabra. Cf. Mt 22,3; 25,to; Le 12,36, etc. 94 Cf. De sacramenté 1.2 p.2. a c.3: ML 17^,482. 95 Cf. para Santa Catalina : Beato Raimundo de Capua, Leyenda de Simia Catalina de Siena p.i. 1 c.12. Y para Santa Teresa: Moradas séptimas 2,1 ; Rpíqpion 35; Obras , ed- crítica, P. SiLVERTO/t .2 p.64 y 38; ibid , p.66. 96 Moradas séptimas 2,2. P 7 Moradas séptimas 1,7, 744 P.11L Desarrollo normal de la vida cristiana sin embargo, algunos eclipses; lo advierte la misma Santa Teresa Pero son tan breves y transitorios, que puede decirse que el alma goza permanen¬ temente de esta divina compañía. Aun durante el sueño continúan en unión permanente de amor", cumpliéndose al pie de, la letra la. bella expresión del Cantar de los Cantares: «Yo duermo, pero mi .corazón vela. Es la voz del amado que me llama» (Cant 5,2), Es entonces cuando se realiza en toda su plenitud la estrofa 28 del Cántico espiritual, de Sán Juan de Ia : Cruz: Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio. Ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio,' . que ya sólo en arriar es mi ejercicio*., 593. . 2. ¿Hay confirmación en gracia?—Ahora bien: esta unión permanente de amor, ¿implica que el alma transformada ..está confirmada en gracia?. . San Juan de la Cruz lo afirma, aunque con . cierta timidez!. Después de describir el { matrimonio espiritual con la definición que hemos dado más arriba,.añade el Místico Doctor: «Y asf pienso 'que este estado nunca acaece sin que estéjel alma confirmada en gracia, porque se confirma la fe de ambas partes, confirmándose aquí la de Dios, en el alma. De donde éste es el más alto estado a que en esta vida se puede llegar» 100 . Santa Teresa, sin embargo, opina lo contrario. Varias veces advierte ex¬ presamente que mientras el alma permanezca en este mundo tiene. que andar con cautela y recelo de ofender a Dios. He aquí uno de los lugares más expresivos: «Tampoco os pase por pensamiento que, por tener estás almas tan grandes deseos y determinaciones de no hacer una imperfección por cosa de la tierra, dejan de hacer muchas,, y aun pecados. De adverten¬ cia no, que les debe el Señor a éstas tales dar muy particular ayuda para esto. Digo pecados veniales, que de los mortales que ellas entiendan están libres, áunque no seguras; que tendrán algunos que no entienden, que no les será pequeño tormento 101 . También se les dan las almas qué véñ que se pierden; y aunque en alguna manera tienen gran esperanza que no serán de ellas..., no pueden dejar de temer, como tengo dicho, Y la que se viere de vosotras con mayor seguridad en sí, ésta tema más... Su Majestad nos am¬ pare siempre; suplicárselo para que no le ofendamos es la mayor seguridad que podemos tener» I02 . Sin embargo, creemos que, rectamente entendida, se puede seguir y es más probable la opinión de San Juan de la Cruz. La Santa habla prudentí- simamente, escribiendo como escribía a sus monjas y teniendo en cuenta que ningún daño se le sigue al alma de pensar que puede pecar y perderse, sino grandes bienes para andar con humildad y cautela.: Pero esta norma, de exquisita prudencia práctica, no invalida la afirmación teórica dé; San Juan de la Cruz si se la entiende rectamente. Y para ello nos parece que debe entenderse del siguiente modo: 9 * Moradas séptimas 3,1.1; 4,1 y 2. • ( . ; ; 99 Lo dice expresamente Santa Teresa: «nunca salía de oración; aun durmiendo, me pa¬ recía estar en ella* (Vida 29,7). El caso se repite con frecuencia, como consta expresamente c 3 e Santa Gertrudis, Santa Catalina de Siena, Santa Margarita de Alacoque, San Alfonso Ro* dríguez: y otros santos transformados. < . Cárnico 22,3. . Quiere decir la Santa qüc estas últimas almas tienen miedo de teñer algún pecado mortal oculto q desconocido, lo que les causa un gran tormcnto^N. dd A. 102 Moradas séptimas 4,3; cf. 2,9; Vida 39,20: «Díjome el Señor.;. que no había seguri¬ dad mientras vivíamos en esta carne»; Camino 10,1; 39^4; 40^7; 4i>9J : Moradas terceras i (tí¬ tulo); i,i: 1,2; Moradas quintas 4,7; Conceptos 2,13, etc. 745 L.ll c.3. La vida da oración. 1. ° No se trata de verdadera impecabilidad intrínseca, cosa imposible en esta vida—se requiere para ello U visión beatifica—y que está, además, con»; deriada por la Iglesia 103 . 2. ° Se trata de una asistencia especial de Dios, que, sin volver al alma impecable, impedirá de hecho que peque mortalmente, 3. 0 Esta asistencia especial se refiere únicamente al pecado mortal, no a los pecados veniales, ni mucho menos a las imperfecciones, que requiriría un privilegio especiaUsimo, que sólo consta haberlo recibido la Santísima Virgen María 104 . A la luz de estos principios hay que entender las expresiones tan fre¬ cuentes en los místicos relativas a la unión indisoluble del matrimonio espi¬ ritual de! alma con Dios; aquello de que «ya no se pueden apartar»;-dé Santa Teresa; la «confirmación en gracia», de San Juan de. la Cruz, etc.. . De esta manera se armonizan muy bien las enseñanzas de la Iglesia y las afirmacio¬ nes de los místicos experimentales. 594* 3- ¿Cabe en esta vida la contemplación de la divina esencia ? El supremo grado de contemplación que puede alcanzar una criatura humana o angélica es la visión beatífica, o sea la contemplación intuitiva y facial de la esencia misma de Dios. Ello constituye el summum análogatum de la escala contemplativa y la esencia misma de la eterna bienaventuranza. El cielo no es esencialmente otra cosa. Ahora bien: ¿cabe en esta vida ésa sublime contemplación? ¿Es posible acá en el destierro un acto transitorio de visión beatífica? Santo Tomás niega terminantemente que pueda darse en esta vida de una manera habitual 105 . Lo único que admite, a base de un milagro estu¬ pendo, fuera en absoluto de la providencia ordinaria de Dios'— supernatura- liter, et praeter communem ordinem—, es una comunicación transitoria del lumen, gloriae, concedida a Moisés y San Pablo, que les permitió contemplar la esencia divina estando totalmente abstraídos de los sentidos 10<5 . El único que aun en esta vida gozó habitual y permanentemente de la visión de la divina esencia fue Nuestro Señor Jesucristo, que en su condi¬ ción de Hijo de Dios, mientras permaneció en este mundo, era, a la vez, viador y comprensor 10 V La maybr parte de los teólogos admite también para la Santísima Virgen transitoriamente, en los momentos culminantes de su vida, algunos instantes de verdadera visión beatífica í08 . Fuera de estos casos, no consta con certeza de ningún otro, y sería 1 muy arriesgado lanzarse a hacer cábalas y conjeturas. Santa Teresa habla de una visión intelectual de la Santísima Trinidad «por cierta manera dé represen¬ tación de la verdad» o sea por especies creadas, infinitamente distantes de la verdadera visión beatífica. Y el mismo San Juan de la Cruz, que tiene expresiones mucho más atrevidas, habla siempre de que «no se acaban de quitar todos los velos» no en las más sublimes contemplaciones a que son admitidas las almas transformadas. La conclusión que hay que sacar es, pues, que la visión beatífica no entra a formar parte dé los grados contemplativos propios de esta vida. Ló que sí es cierto es qué la contemplación infusa está de suyo orientada y ordenada 'O 3 Cf. D 471, contra begardoa y beguinas. 104 Gf. D 833; vid. etiam 804 810 1276S. ÍOS C f. 1 , 13 , 11 . 106 Cf. 1,12,11 ad 2; n-JI,T75',3-6. 107 Cf. III,<>,2; 10,1-4. ; 108 Cf. Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador p.i. 6 c.3 a.6; Alastsuey, Trata - do de la Virgen Santísima p:2.» c.5 a,3 § 2 (ed. BAC). 10 * Moradas séptimas 1,6. uo «Y entonces traslúcese y vese así algo entre oscuramente (porque no se quitan todos ios velos ) aquel rostro suyo lleno de gracias* (Llama c.4 n.7). 746 P.1II. Desarrollo normal de la vida cristiana a la visión beatífica, en la que encuentra su supremo analogado; de la misma manera que la gracia santificante está orientada y ordenada a la vida eterna, en la que encuentra su plena expansión y desarrollo. El -último grado con¬ templativo que se pueda lograr en esta vida—a baso de la fe—será, pues, el preludio normal de la visión beatífica. 595, 4. Efectos.—Nadie como Santa Teresa ha descrito los maravillosos efectos que produce en el alma-la unión trans¬ formativa o matrimonio espiritual. El capítulo tercero de las Séptimas moradas es uno de los más admirables que brotaron de la pluma de la Mística Doctora. He aquí una breve expo¬ sición, sistematizada, del genial capítulo ll1 : i.° Muerte total del propio egoísmo, —San Francisco de Sales so¬ lía decir sonriendo que el egoísmo muere «un cuarto de hora después de morirá; tan metido lo tenemos todos en nuestras entrañas. Sin embargo, las almas llegadas a la unión transformativa han realizado ya en esta vida ese supremo ideal. Es la plena realización de aquellas palabras de San Pablo: a Ya estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3, 3}. Escuchemos a Santa Teresa: «Ahora, pues, decimos que esta mariposica ya murió, con grandísima ale¬ gría de haber hallado reposo y que vive en ella Cristo, Veamos qué vida hace o qué diferencia hay de cuando ella vivía; porque en los efectos veremos si es verdadero lo que queda dicho. A lo que puedo entender, son los que diré» (n.i). «El primero, un olvido de sí, que verdaderamente parece ya no es, como queda dicho; toda está de tal manera, que no se conoce ni se acuerda que para ella ha de haber cielo , ni vida, ni honra, porque toda está empleada en procu¬ rar la de Dios; que parece que las palabras que le dijo Sü Majestad hicieron efecto de obra, que fue mirarse por sus cosas, qué El miraría por las suyas» (n.2). 2. 0 La gloria de Dios, única preocupación. —De esta muerte total al propio yo tiene que seguirse inevitablemente un hambre y sed devorado- ras de la honra y gloria de Dios, que constituye su única preocupación: «.Y así, de todo lo que puede suceder, no tiene cuidado, sino un extraño olvido, que, como digo, parece ya no.es, ni querría ser en nada, nada; si no es para cuando entiende que puede haber por su parte algo en que acrecien¬ te un punto de gloria y honra de Dios, que por esto pondría muy de buena gana su vida* ( n.2). Es la plena realización del ideal cristiano. Como vimos en la primera parte de nuestra obra, la glorificación de Dios constituye el fin.último absolu¬ to y la única razón de ser de la creación entera. Hemos nacido, ante todo y sobre todo, para glorificar a Dios. Nuestra misma salvación y felicidad eterna constituyen un fin secundario, enteramente subordinado y dependien¬ te de la. gloria de Dios. Por consiguiente, hasta que se logre plenamente esta subordinación de lo secundario a lo principal, no puede decirse que se haya logrado plenamente el ideal cristiano, ni siquiera el ideal de una pura cria¬ tura 112 . Sólo en las alturas de la unión transformativa se realiza este ideal, en la medida posible en esta vida. «Sólo mora en este monte, la honra y gloria de 111 Damos entre paréntesis el número correspondiente a ese capítulo. 112 En la economía actual de la Providencia, el ideal de pura criatura coincide con el ideal cristiano, ya que no se da el estado de naturaleza pura, por haber sido elevado todo el género humano al orden sobrenatural. L.Il c.3. I^t vida de oración 747 Dios», escribió San Juan de la Cruz. Es el ad maiorem Dei gloríam de San Ignacio de Loyola, que constituye: la obsesión única de todas las almas transformadas. Esta caridad, ardiente y esta perfectísima pureza de intención dan un valor inmenso al más pequeño acto, realizado por estas almas endiosadas. San Juan de la Cruz llega a decir—y se comprende a la luz de la teología que no hay exageración en sus palabras—que el alma merece más en uno solo de ellos que en todos los que había realizado en toda su vida junta antes de llegar a este grado. He aquí sus palabras: «Y ésta es la operación del Espíritu Santo en el alma transformada en amor, que los actos que hace interiores es llamear, que son inflamaciones de amor, en que, unida la voluntad del alma, ama subidísimamente, hecha un amor con aquella llama. Y así, estos actos de amor del alma son preciosísi¬ mos, y merece más en uno y■ vale más que cuanto había hecho toda su vida sin esta transformación, por más que ello fuese » ll3 , 3. 0 Un gran deseo de padecer, pero sosegado y tranquilo, ente¬ ramente subordinado A LA VOLUNTAD ADORABLE DE DlOS. —La CU1Z ha constituido siempre una verdadera obsesión en las almas auténticamente enamoradas del divino Redentor. El heroísmo de Jesús crucificado les sub¬ yuga y arden en déseos de crucificarse con El. Ahora bien: cuando él fuego del divino amor no se ha apoderado todavía de lo más hondo y entrañable del espíritu, la llama chisporrotea y lanza hacia fuejra centellas encendidas (penitencias extremosas, locuras de amor, etc., etc.); pero cuando el amor divino se ha apoderado totalmente del alma, hasta lo más íntimo y profundo de ella, la llama ya no chisporrotea; el alma se ha convertido en brasa mucho más ardiente que antes, pero sosegada y tranquila, sin aquel alboroto ante¬ rior. Ahora se comprenden las palabras de Santa Teresa: «Lo segundo, un deseo de padecer grande, mas no de manera que la in¬ quiete como solía; porque es en tanto extremo el deseo que queda en estas almas de que se haga la voluntad de Dios en ellas, que todo lo que Su Ma¬ jestad hace tienen por bueno; si quiere que padezca, enhorabuena; si no, no se mata, como solía» (n.4). Es la percepción clara e instintiva del verdadero valor y. jerarquía de las cosas. El sufrimiento sobrellevado por amor a Dios es altamente san- tificador sin duda ninguna, pero mucho menos que el cumplimiento per¬ fecto de la voluntad adorable de Dios. Por encima de esto último no hay nada, ni siquiera la misma gloria de Dios. Si, por un imposible, pudiera darse el absurdo de poder emprender una gran obra a gloria de Dios contra¬ riando su divina voluntad, habríamos de renunciar en el acto a glorificarle en aquella forma para no apartarnos un punto de su divina voluntad. Por eso, los santos hubieran renunciado en el acto a las más sublimes hazañas emprendidas por la divina gloria si se hubiera manifestado claramente en contra la voluntad adorable de Dios (v.gr., en virtud de la obediencia de¬ bida al legítimo superior) t14 . 4.° Gozo en. la persecución.— Tolerar la persecución en silencio por amor, de Dios es ya una obra muy grande de virtud. Pero gozarse en ella, considerarse feliz en ella, bendecir a Dios y amar con predilección a los que nos persiguen y calumnian (Mt 5,43-48) es ya el colmo del heroísmo y 113 Llama c.i n.3, 134 Gf. Santa Teresa, Vida 36,5. Este principio es fecundísimo en aplicaciones prácti¬ cas, sobre todo, psra las pegonas consagradas a Dios. Nada de cuanto se emprenda contra la obediencia debida al legitimo superior puede glorificar a Dios, por estar claramente en con¬ tra de su divina voluntad por muy grande y sublime que, por otra parte, pueda parecer la obra intentada. Nada glorifica a Dios como la perfecta obediencia y sumisión a los que nos gobiernan en su nombre. 748 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana de la santidad. A estas sublimes alturas se han remontado las almas transfor¬ madas. Santa Teresa se frotaba las manos de contento cuando sé enteraba de que la calumniaban. Se llegó a entender por todos que había un procedi¬ miento infalible para conquistar su simpatía y predilección: insultarla o hu¬ millarla de alguna manera. He aquí cómo describe lo que ella tan heroica¬ mente practicaba: «Tienen también estas almas un gr¿zn gozo interior cuando son persegui¬ das,. con mucha más paz de lo que queda dicho,, y sin ninguna enemistad, con los que las hacen mal o desean hacer, antes les cobran amor particular; de ma¬ nera que, si los ven en algún trabajo, lo siénten tiernamente, y cualquiera tomaría por librarlos de él y encomiéndanlos a Dios muy de gana; ;y de las mercedes que Ies hace Su Majestad holgarían perder porque se las hiciese a ellos, porque no ofendiesen a Nuestro Señor » (n.$). Estas últimas palabras nos dan ia clave para entender este sublime he¬ roísmo. En definitiva, es el amor de Dios Lo que aquí prevalece, como en todo lo demás que estas almas hacen. Esas persecuciones y calumnias no les afectan personalmente en nada, antes se gozan y recrean en ellas. Lo único que sienten es que sus enemigos ofenden con ellas a Dios; y para evitar esta ofensa divina, con gusto les cederían algunas de las mercedes que' Dios les hace, aun a trueque de quedarse sin ellas. Es el amor de Dios y del prójimo llevado Hasta el último extremo dé acabamiento y perfécción’ 5,° Celo ardiente por la salvación de 1 las almas “Santa Teresa des¬ cribe en este párrafo un fenómeno sorprendente. Antes de llegar a estas alturas, apenas tenían estas almas un deseó más vehemente que el de morir para volar al cielo: «que muero porque no muero», Ahora, en cambio, mil veces por encima del deseo de morir, prevalece el deseo de servir a Dios y salvarle almas al precio que sea.. Quisieran vivir largos años-:—«hasta el fin del mundo», dice la Santa en otra parte (Vida 37,2)—para servir a Dios y emplearse enteramente en él servicio espiritual del prójimo 115 . Escuchemos sus palabras: ■ «Lo que más me espanta de todo es que ya habéis visto los trabajos y aflicciones que han tenido por morirse, por gozar de Nuestro Señor. Ahora es tan grande el deseo que tienen de servirle, y que por ellas sea alabado, y de aprovechar algún alma si pudieren, que no sólo no desean morirse, mas vivir muy-muchos años padeciendo grandísimos trabajos, por si pudiesen que fuese el Señor alabado por ellos aunque fuese en cosa muy poca. Y si supie¬ sen cierto que, en saliendo el alma del cuerpo, ha de gozar de Dios, no les hace al caso ni pensar en la gloria que tienen los santos; no desean por en¬ tonces verse en ella. Su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado, en especial cuando ven que es tan ofendido y los pocos que hay que dé veras miren por su honra, desasidos de todo lo demás» (n.6), Tales son los sublimes sentimientos de todos ios santos. Sán Ignacio de Loyola llegó ¿i decir que preferiría quedarse en este mundo.sirviendo a Dios y ayudando a las almas con peligro de condenarse, antes que irse inmediata¬ mente al cielo con menoscabó de ésas almas 116 . Y antes que él, ya San Pablo había expresado el deseo de ser, si fuera preciso, anatema de Cristo por la salud de sus hermanos (Rom 9,3). Es, úna vez más, el olvido total de sí mismo y él amor de Dios llevado hasta la locura. 115 La¡ nmensa mayoría de la gente quisiera vivir también «hasta el fin del mundo». Pero e. r . porque están muy por debajo del deseoide morir que alcanzaron los santos en alguna época de su vida. Cuando llegan a la unión transformativa, los santos lo rebasan por arriba. El mo¬ tivo .es diametralmente contrano. En los [primeros es egoísmo y apego a esta vida; en los se¬ gundos; es olvido total de sí mismos y desprendimiento absoluto de sus propios intereses. 116 Cf- Rusadeneira, Vida del Bienaventurado P. Ignacio de Loyola I.5 c.2. L.ll c.3. La vida de oración 749 6.,° Desprendimiento de todo lo creado, ansias de soledad, ausen¬ cia de sequedades espirituales,— Se comprende perfectamente que unialma que goce casi habitualmente de los inefables deleites que se siguen a la unión con Dios transformativá estime como basura todas las cosas de este múndo, como dice repetidas veces Santa Teresa y había dicho ya San Pablo (Phil 3,8), y guste de estar a solas con Dios en dulce y entrañable conversación. «Un desasimiento grande de todo y deseó de estar siempre a solas u ocu¬ padas en cosa que sea provecho de algún alma. No sequedades ni trabajos interiores, sino con una memoria y ternura con Nuestro Señor, que nunca querría estar sirio dándole alabanzas; y cuando se descuida, el mismo Señor la despierta de la manera que queda dicho que se ve clarísimamente que pro¬ cede aquel impulso, o no sé cómo le llame, de lo interior del alma, como se dijo de los ímpetus... Me parece eran bien empleados cuantos trabajos se pasan por gozar de estos toques de su amoratan suaves y penetrativos» (n.8 y 9). 7. 0 Paz y quietud imperturbables.— El alma llegada a estas alturas goza permanentemente de una paz y sosiego imperturbables. No hay tem¬ pestad de la tierra ni vendaval del infierno tan furiosos que puedan conmo¬ ver en lo más mínimo el centro o fondo más profundo de estas almas, con¬ vertido en un océano de paz. Santa Teresa advierte expresamente que en este asilo imperturbable «no osará entrar el demonio ni le dejará el Señor» (n.io); y que todas las mercedes que el Señor la hace van «con tanta quietud y tan sin ruido..., que en este .templo de Dios, en esta morada suya, sólo El y el. alma se gozan con grandísimo silencio» (n.n). Es la realización per¬ fecta de aquel solas con El solo que Santa Teresa quería para todas sus hi¬ jas y que constituyó la obsesión de una de las más preclaras que han albergado los claustros de la reforma carmelitana: sor Isabel de la Trinidad. 8.° Ausencia de éxtasis y arrobamientos.— Tan profunda es esta paz y quietud interior, que nunca es perturbada ni siquiera por fenómenos mís¬ ticos violentos. El alma no padece ya, a no ser rarísima vez, éxtasis y arro¬ bamientos, a pesar de que las comunicaciones divinas son más íntimas y penetrantes que antes. La razón de esto hay que buscarla no sólo en la ma¬ yor fortaleza del alma, que se ha ido acostumbrando a esas comunicaciones, y así puede yá soportarlas sin caer en el desfallecimiento del éxtasis, sino además y principalmente porqué la acción de Dios recae más directamente sobre el espíritu, con total preterición de todo lo orgánico y corporal í18 . «En llegando aquí el alma, todos los arrobamientos se le quitan..., si no es alguna vez, y ésta no con aquellos arrebatamientos y vuelo de espíritu; y son muy raras veces.;. Ni le hacen al caso grandes ocasiones de devoción que vea, como antes; qué, si ven una imagen devota u oyen un sermón, que casi no era oírle o música; como la pobre mariposilla andaba tan ansiosa, todo la espantaba y hacía volar. Ahora, o es que halló su reposo, o que el alma ha visto tanto en esta morada, que no se espanta de nada, o que no se halla con aquella soledad que solía, pues goza de tai compañía... Quizá es que la ha fortalecido é! Señor y ensanchado y habilitado...» (n.12). 596. 5. La muerte de los santos.—Se comprende que la. muerte de los santos llegados a estas alturas haya de ser dul¬ císima y verdaderamente inefable. Más que un castigo inherente a la naturaleza humana caída por el pecado, ven en ella un premio y una liberación. «Temor ninguno tiene de la muerte, *17 Cf. Vida . 36,29. 118 Cf. San Juan de la Cruz, Noche II,r n.2; y Cántico 13,6. 750 P.UL Desarrollo normal dé la vida cristiana más que tendría de un suave arrobamiento», dice Santa Tere¬ sa 119 . San Juan de la Cruz tiene una página bellísima descri¬ biendo la muerte de estas almas privilegiadas: «De donde es de saber que el morir natural de las almas que llegan a este estado, aunque la condición de su muerte, cuanto al natural, es seme¬ jante a las demás, pero en la causa y en eí modo de la muerte hay mucha diferencia. Porque si las otras mueren muerte causada por enfermedad ó por longura de días, éstas, aunque .en enfermedad mueran o en cumplimiento de edad, no las arranca el alma sino algdn ímpetu y encuentro de amor mucho más subido que los pasados y más poderoso y valeroso, pues pudo romper la tela y llevarse la joyá de! alma. Y así, la muerte de semejantes almas es muy suave y muy dulce, rhá$ que les fue la vida espiritual toda su vida; pues que mueren con más subidos ímpetus y encuentros sabrosos de amor, siendo ellas como el cisne, que can¬ ta más suavemente cuando se muere. Que por eso dijo David qué era «pre¬ ciosa la muerte de los santos en el acatamiento de Dios» (Ps 115,15), por¬ que aquí vienen en uno a juntarse todas las riquezas del alma y van allí a entrar los ríos del amor del alma en la mar, los cuales están ya tan anchos y represados, que parecen ya mares» 12 °. Es la muerte de amor , que tantas veces soñó Santa Teresita del Niño Jesús y que de hecho obtuvieron todos los santos transformados. Su muerte no es otra cosa que el tránsito a la gloria, como dice San Juan de la Cruz: «Porque éstos, que son pocos, por cuanto ya por el amor están purgadísimos, no en¬ tran en el purgatorio. De donde San Mateo (5,8) dice: «Bien¬ aventurados los limpios de corazón, porque ellos ■= verán a Dios» 121 , 597* 6. Todos podríamos llegar a estas alturas*—Este ideal sublime de perfección y santidad está abierto a todas las almas en gracia y a todas lo. ofrece el Señor. Aquel «sed per¬ fectos como vuestro Padre celestial lo es» (Mt 5,48) va dirigido a todos sin excepción. Y esto mismo se desprende con toda evidencia del último texto que acabamos de citar de San Juan de la. Cruz. Porque, si sólo los santos que han alcanzado el último grado de amor en las alturas de la unión transformativa dejan de ir al purgatorio, síguese lógicamente que ese estado de. transformación debería ser el término normal de toda vida cristiana, a no ser que digamos que Dios quiere a priori que algunos vayan al purgatorio. La vida cristiana, desarrollándose gradualmente y sin obstáculos, tendría que desembocar for¬ zosamente en la unión con Dios transformativa, qué de ésta manera vendría a ser para todos el preludio normal de la visión beatífica. 119 Moradas séptimas 3,7. 120 Llama c.l n.30. Noche 11 , 20 , 5 . L.I1 c3. La vida de oración 751 Esta firmísima enseñanza de la teología ha sido plenamente confirmada por los místicos experimentales. Santa Teresa convida a todas las almas sin excepción en nombre de Dios. Nuestro Señor: . «Mirad que convida' el Señor a todos; pues es la misma verdad, no hay que dudar. SÍ no fuera general este convite, no nos llamara el Señor a todos, y aunque los llamara, no dijera: «Yo os daré de beber» (lo 7,37). Pudiera decir: Venid todos, que, en fin, no perderéis nada; y los que a mí me pare¬ ciere, yo los daré de beber. Mas como dijo, sin esta condición, a todos , tengo por cierto que a todos los que no se quedaren en el camino no les faltará este agua viva» * 22 . «Mirad que es así cierto, que se da Dios a sí a los que todo lo dejan por El. No es aceptador de personas, a todas ama; no tiene nadie excusa, por ruin que sea...» 123 . Y porque estos textos se refieren a la contemplación en general, he aquí otro bien expresivo, que alude expresamente a las sublimes alturas del ma¬ trimonio espiritual: «Que es muy cierto que, en vaciando nosotros todo lo que es criatura y desasiéndonos de ella por amor de Dios, el mismo Señor la ha de henchir de sí. Y así, orando una vez Jesucristo Nuestro Señor por sus apóstoles, no sé adonde es, dijo que fuesen una cosa con el Padre y con El, como Jesu¬ cristo Nuestro Señor está en el Padre y el Padre en El {lo 17,21). |No sé qué mayor amor puede ser que éste! Y no dejaremos de entrar aquí todos , porque así dijo Su Majestad: «No sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en mí también» (ibid., 20); y dice: «Yo estoy con ellos» (ibid., 23). jOh, válgame Dios, qué palabras tan verdaderas y cómo las entiende el alma que en esta oración lo ve por sí! ¿Y cómo lo entenderíamos todas si no fuese por nues¬ tra culpa, pues las palabras de Jesucristo, nuestro Rey y Señor, no pueden faltarl Mas como faltamos en no disponemos y desviarnos en todo lo que puede embarazar esta luz, no nos vemos en este espejo que contemplamos, adonde nuestra imagen está esculpida» 124 . Por su parte, San Juan de la Cruz repite la misma doctrina de la insigne Reformadora del Carmelo. Después de describir las sublimes alturas de la unión transformativa, en las que las almas unidas con Dios «esos mismos bienes poseen por participación que El por naturaleza; por lo cual verdade¬ ramente son dioses por participación, iguales y compañeros suyos de Dios», lanza la siguiente dolorosa exclamación: «í Qh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadasf ¿Qué hacéis? ¿En qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas, y vues¬ tras posesiones, miseria. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y gloria, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» 12S . 122 Camino de perfección 19,15* 12 3 Vida 27,12. 124 Moradas sépíim¿is 2,7-8. 125 Cántico c.39 n-6 y 7. ///. MEDIOS SECUNDARIOS PARA EL AU¬ MENTO Y DESARROLLÓ DE LA VIDA DE LA GRACIA 598. Examinados ya los medios fundamentales para el cre¬ cimiento y desarrollo en nuestras almas de la vida cristiana, tanto ex opere opéralo como ex opere operantis t : vamos ahora a estudiar brevemente los medios secundarios, que no por serlo dejan de tener también gran importancia en lá práctica. Estos medios son de dos clases: internos y externos. Los primeros se subdividen en dos grupos: psicológicos y fisiológicos ?. < • CAPI TU £ O IV Medios secundarios internos de perfección 599* Llamamos así a los que no proceden de una influen¬ cia extrínseca del mundo que nos rodea, sino que brotan de las profundidades mismas de nuestro ser. Pueden subdividirse en dos grupos: psicológicos y fisiológi¬ cos, según se refieran o afecten principalmente al alma o al cuerpo. 1) RESORTES PSICOLOGICOS 600. No cabe un resorte psicológico qué afecte a la esencia misma de nuestra alma. Como realidad puramente entitativa que es, no está en nuestra mano modificarla en sí misma, porque es claro que ni Dios mismo podría cambiar nuestra alma en otra, sin que por él mismo hecho dejáramos nos¬ otros de existir; la nueva alma no sería ya la nuestra, y nuestro yo'habría quedado completamente destruido. • ‘ Lo único que cabe encauzar o mejorar son los actos procedentes de las potencias del alma, y a través de ellos las potencias mismas, que son, con respecto a la esencia del alma, lo que los accidentes a la substancia. Ahora bien, las potencias del alma son dos: entendimiento y voluntad. Veamos, pues, lo que se puede hacer natural o sobrenaturálmente en cada una de ellas. 1 Remitimos al lector al esquema del n.281, donde podrá ver en sintética visión de con¬ junto el camino que vamos a recorrer. L.II c,4' Medios secundarios internos de perfección . 753 A) RESORTES QUE AFECTAN AL ENTENDIMIENTO 6 oi. Al entendimiento afectan principalmente dos medios de mejoramiento importantísimos: la presencia de Dios y el examen de conciencia . El primero nos coloca frente a Dios, que preside en cada momento todo cuanto estamos pensando o haciendo. El segundo nos coloca frente a nosotros mismos , dán¬ donos el conocimiento cabal de nuestro propio interior con sus luchas, miserias, anhelos y esperanzas. A nadie! puede ocultár¬ sele la importancia que todo esto puede tener. ;en el desarrollo de la vida cristiana. Vamos, pues, a examinar estos dos resortes intelectivos. Más tarde examináremos también los que afectan a la voluntad y al propio organismo corporal. A R TI CU L O i La presencia de Dios 602. Scaramelli, Directorio ascético t.i tr.i a.7; Ribet, Lfascétiqué chrétienne c.33; Tan- querey, Teología ascética 0.446-7; Naval, Curso de Ascética y Mística n.70-73 (152-155 en la 8. a ed.); De Guibert, Theologia spiriíuaüs 11.307-11, 603* 1. Naturaleza.—Consiste este ejercicio en consi¬ derar con la máxima frecuencia posible que Dios está presente en todas partes , y muy particularmente en el fondo de nuestro co¬ razón; y en consecuencia, hacer todas las cosas como bajo la mira¬ da de Dios. 604. 2. Eficacia santificadora.—La Sagrada Escritura y la Tradición cristiana están unánimes en encarecer la gran importancia práctica y eficacia santificadora del ejercicio de la presencia de Dios. «Anda en mi presencia y sé perfecto», dijo el mismo Dios al patriarca Abraham (Gen 17,1). Y se comprende que tiene que ser así; porque quien esté íntimamente persuadi¬ do de que Dios le está mirando, se esforzará, por una parte, en evitar el más ligero pecado o imperfección!y, por otra, pro¬ curará andar recogido y devoto, como requiere la presencia de tan grande Majestad, Este ejercicio, bien practicado, man¬ tendría constantemente al alma en espíritu de oración y la eleva¬ ría en muy poco tiempo a la contemplación e íntima unión con Dios; San Francisco de Sales llega a decir que el recogimiento interior—para encontrar allí a Dios-—-junto con lás oraciones jaculatorias, puede suplir a todos los demás ejercicios devotos, y su falta no puede ser reemplazada con otro medio alguno L 1 Vida devota p.2.* c.13 (ed, BAC, p.105). Tcol. perfección 26 754 , P.III, Desarrollo normal de la vida cristiana 605, 3. Fundamento teológico. —No es ilusión del alma, sino una verdad dogmática y de fe, que estamos continua¬ mente en presencia de Dios. Como ya hemos explicado en otro lugar (cf. n.41), en Teolo¬ gía se distinguen hasta cinco maneras distintas de presencia de Dios: 1. a Presencia de inmensidad.—U no de los atributos más impresionan¬ tes de Dios es su inmensidad: Dios es inmenso. En virtud de esta inmensidad está realmente presente en todas las cosas— et intime, dice Santo Tomás 2 —■, hasta en un pequeño granito de arena. Esta presencia de inmensidad hace a Dios presente en todas las cosas de una triple manera: por esencia, presencia y potencia 3 . a) Por esencia, en cuanto que Dios está dando el ser a todo cuanto existe. No existe ni puede existir un ser creado que no esté de esta manera repleto de Dios , En este sentido, Dios está presente incluso en un alma en pecado mortal y hasta en el mismo demonio. Si Dios se retirara de un ser cualquiera —retirando, por consiguiente, su acción conservadora, que equivale a una creación continua — , al punto ese ser volvería a la nada, quedaría completa¬ mente aniquilado. Por eso ha podido escribir un pensador con frase gráfica que, «si Dios pudiera dormirse, despertaría sin cosas» 4 . Corolario.— Guando cometemos un pecado, estamos ofendiendo a Dios en el momento mismo en que nos está dando el ser. Es imposible imaginar una ingratitud mayor, b) Por presencia, en cuanto que nada absolutamente escapa a su mirada divina. Corolario.—De día o de noche, con la luz encendida o apagada, estamos siempre ante la mirada de Dios. Cuando pecamos, lo hacemos ante Dios, cara a cara de Dios. c) Por potencia , en cuanto que todas las cosas las tiene sometidas a su poder. Con una sola palabra las creó y con una sola podría aniquilarlas todas. Corolario.— Estamos colgados de Dios como de un hilo... 2. ft Presencia de inhabitación.—Es una presencia especial realizada por la gracia y las operaciones de ella procedentes en virtud de la cual Dios está presente en el alma justificada en calidad de amigo, haciéndola partici¬ pante de su propia vida divina. Hemos hablado largamente de esto en otro lugar de nuestra obra (cf. n.40-48). 3. a Presencia sacramental.—E s la que tiene Jesucristo en el sacra¬ mento de la Eucaristía. En virtud de la consagración eucarfstica, Jesucristo está realmente presente bajo las especies de pan y vino, aunque con una pre¬ sencia especialísima— per modum substantiae —, que prescinde de la extensión y del espacio, 4. a Presencia personal o hipostática.—E s propia y exclusiva de Je¬ sucristo. En virtud de ella, la humanidad adorable de Cristo subsiste en la persona misma del Verbo. Por eso, Cristo es personalmente el mismo Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad hecha hombre. 2 J,8,i. 3 Cf. 1,8,3- 4 Gar-Mar, Sugerencias p.2.® c.23: La voluntad creadora (6.® ed. p.53S). L.ll c. 4 . Medios secundarios internos de perfección 755 5. a Presencia, de visión o de manifestación.— Es la propia del cielo. Dios está presente en tvodas ¡partes; pero no en todas se deja ver, sino sólo en el cielo, ante la miranda atónita de los bienaventurados (visión beatífica). Sólo allí se manifiesta Dios cara a cara. Ahora bieñ, de estas cinco presencias, las que más directamente afectan al ejercicio de lapresencia de Dios son las dos primeras, o sea la presencia de inmensidad y la de inhabitación. La primera nos sigue a todas partes aun cuando el alma estuviera en pecado mortal; la segunda es también habitual y permanente, pero sólo para las almas en gracia. 606* 4. Consecuencias de la presencia de Dios*— La presencia de Dios trae consigo un conjunto de consecuencias prácticas de gran importancia para la vida cristiana. He aquí las principales: 1. a NOS OBLIGA A EVITAR LA MENOR FALTA DELIBERADA.— Delante de un superior o persona de dignidad no la cometeríamos (hasta por elemental educación). Cuanto mayor es la dignidad de la persona que nos contempla, mayor cuidado ponemos en no hacer nada externamente que pueda ofender sus ojos. Ante Dios no basta lo exterior. El nos ve por dentro: hay que evi¬ tar también los movimientos desordenados interiores. 2. a Nos OBLIGA A HACER LAS COSAS CON LA MÁXIMA PERFECCIÓN. —Así lo practicaban los santos. Del Cura de Ars nos dice su historiador que «no decía nada ni hacía nada que se pudiera decir o hacer mejor» (Trochu). El modelo supremo es Cristo Nuestro Señor, de quien dice el Evangelio que «todo lo hizo bien» (Me 7,37). Esta sola norma bastaría para santificamos. 3. a Nos OBLIGA A GUARDAR SIEMPRE LA MODESTIA MÁS EXQUISITA AUN estando solos. —San Pedro de Alcántara permanecía siempre descubierto por la presencia de Dios. San Francisco de Sales observaba la más absoluta mo¬ destia en todo su porte exterior aun estando solo, Sabido es que su amigo, Mons. Camus, practicó con indiscreta curiosidad unos agujeros en la puerta del santo obispo para contemplar qué hacía estando solo. He aquí lo que él mismo vio: «Estando solo conservaba la misma posición que ante una gran asamblea. Quise observar si estando solo cruzaba las piernas, o ponía una rodilla encima de otra, o si apoyaba su cabeza sobre el codo. Jamás vi tal cosa. Siempre una gravedad acompañada de tal mansedumbre, que llenaba de amor y de respeto a todos los que le miraban» 5 . 4. a Aumenta nuestra fortaleza y energía en el combate de la vida cristiana. —El soldado pelea con redoblada valentía y entereza cuando ve que le está contemplando su capitán, que ha de recompensarle espléndi¬ damente al final de la batalla coronándole con el laurel de la victoria. 667* 5. Modos de practicarla*—Los principales son dos. a) Por vía de representación exterior, o sea pensando que Dios nos está mirando como desde fuera, es decir, como si estuviera realmente delante de nosotros, sin que nosotros podamos verle por tener los ojos vendados. No le vemos, pero sabemos que está realmente allí, y no podemos hacer nada que se escape u oculte a su mirada divina. Puede ayudar a esta manera de re¬ presentación una imagen de Cristo crucificado, pero imaginando que está allí vivo, mirándonos realmente, como lo hubiera hecho en la tarde del Viernes Santo si hubiéramos estado presentes en el Calvario. s Cf. Hamon, Vida de San Francisco de Sales t.2 1.7 p.479. 756 P.IÍL Desarrollo normal de la vida cristiana b) Por vía de recogimiento interior, o sea pensando que Dios está realmente presente en nosotros en cuanto Uno, por su inmensidad, y én cuanto Trino* por su amorosa presencia de inhabitación. Hacerlo todo con un movimiento hacia dentro —como decía sor Isabel dé la Trinidad—en ín¬ tima unión afectiva con nuestros divinos Huéspedes.. Es un ejercicio alta¬ mente santificado^ que reúne, a la vez, la práctica de la presencia de Dios y la de una entrañable vida interior , o de íntima unión con Dios. Otros medios secundarios que señalan los autores, tales como acostum¬ brarse a ver a Dios en todos los acontecimientos de nuestra vida prósperos o adversos, en las criaturas (flores, ríos, montañas, etc., a imitación de San Juan de la Cruz), en la persona del superior o de cualquiera de nuestros prójimos, etc., pueden resultar también muy útiles y prácticos. El alma debe ensayar varios de estos procedimientos para insistir sobre todo en el qué más la lleve al recogimiento y al cumplimiento fidelísimo de todas sus obli¬ gaciones. Claro que, por mucho que nos esforcemos en mantener constantemente esta presencia dé Dios, nunca lo podremos lograr de una manera plena y total mientras caminemos por la vía ascética y primeras manifestaciones de la mística. Solamente las almas llegadas a la unión transformativa logran este ideal supremo—y aun ellas con algunos paréntesis—, que es ya como un anticipo de la presencia eterna de Dios en el cielo. ARTICULO 2 El examen de conciencia 608. Scaramelli, Directorio ascético t.i tr.i 0.9; Tanqüerey, Teología ascética 0.461-76; Tissot, La vida interior simplificada p.3. a 1,2 c.6-10; Garrig.ou-Lacrange, Tres edadesp. 2. a c-4 p.353-4; Naval, Curso de ascética y mística 11,78-81 (160-163 en la 8. a ed.). El segundo resorte psicológico que afecta al entendimiento es el examen de conciencia, que se ordena de suyo a darnos un conocimiento cabal de nosotros mismos, con todas nuestras miserias y grandezas. 609. i. Naturaleza. —Puede definirse diciendo que es una introspección en nuestra propia conciencia para averiguar los actos buenos o malos que hemos realizado y, sobre todo, la actitud fundamental de nuestra alma frente a Dios y nuestra propia san¬ tificación . No todos íos ; autores dan esta noción del examen de conciencia. Muchos de ellos se contentan con señalar un método para averiguar el número exacto de/altas cometidas durante el día, con el fin de establecer una comparación con el número de las cometidas el día o los días anteriores y llevar una espe¬ cie de contabilidad matemática que señale nuestro adelantamiento o retroceso en la vida espiritual. Creemos que esta concepción puramente negativa del examen le resta gran parte de su eficacia, además de envolver el peligro de lanzar a las almas hacia la meticulosidad, la inquietud, el desaliento y el es¬ crúpulo. Más abajo precisaremos el modo de hacerlo que nos parece más oportuno, 610. 2/ Importancia.—Eos maestros de la vida espiritual unánime¬ mente conceden una gran importancia a este ejercicio bien practicado. Entre todos destaca San Ignacio dé Loyola, «quien durante mucho tiempo no em¬ pleó en la dirección espiritual de sus compañeros más que el ejercicio del 757 L.Il c.4. Medios secundarios internos de perfección examen y el uso frecuente de los sacramentos. En las Constituciones de su Orden se da . tal. importancia al examen* que no se dispensa nunca de él; la enfermedad u otras necesidades graves pueden eximir de la oración y de los otros ejercicios; del examen, jamás» En la antigüedad pagana» ya Pitágoras había inculcado a sus discípulos el examen de conciencia— noscé íeipsum— corno el verdadero medio de ad¬ quirir ia sabiduría. 6ri. 3. División,—San Ignacio distingue con mucho acierto dos cla¬ ses de exámenes; el general y él particular 6 7 . El primero es una visión de conjunto que tiende a !a mejora generar de toda nuestra vida. El segundo se fija más especialmente en un defecto determinado que se trata de extir¬ par o en una determinada virtud que se trata de adquirir. El examen particular contiene tres tiempos: el primero—preventivo—, por la mañana al íevantarsei proponiendo enmendarse de ia falta concreta que se quiere evitar. El segundo, a mediodía después dé comer* y tiene dos aspectos: pedirse cuenta de las faltas cometidas por la mañana y proponer la enmienda para la tarde. El tercero, pór lá noche después de cenar, en forma semejante al del médiodía (n.24 y 25). El examen general contiene cinco puntos; i,°, dar gracias a Dios por los beneficios recibidos; 2. 0 , pedir gracia para conocer los pecados y aborrecer¬ los; 3 .examen detallado de hora en hora y de pensamiento, palabra y obra; 4. 0 , pedir perdón a Dios; 5. 0 , propósito de enmienda y rezo del Padrenues¬ tro (n.43). El examen general suele practicarse una sola vez al día, por la noche antes de acostarse, 612. 4. Modo de hacerlo.— Para sacar de este ejercicio su máxima eficacia santificadora es preciso saberlo practicar. Dentro de las líneas directrices de San Ignacio—con lasque puede armonizarse muy bien—, nos parece que nadie ha acer¬ tado a proponer un método taú sencillo y eficaz como el anó¬ nimo autor de la preciosa obra La vida interior simplificada , publicada.por Tissot. He aquí un breve resumen de sus puntos fundamentales—citando textualmente sus mismas palabras—, que no dispensa de la lectura directa de aquellas preciosas pᬠginas 8 : 1) Los ejercicios espirituales deben estar unidos, so pena de quedar confinados a un momento determinado del día, sin influencia vivificadora en todo el conjunto de ella. El examen debe ser el lazo de unión entre ellos y el gran medio para conseguir la unidad de toda nuestra vida espiritual, 2) La filosofía nos enseña que él acto es transitorio, y el hábito perma¬ nente. El acto pasa, la costumbre queda. Los hábitos son, pues, tas cuerdas que es necesario pulsar. El mero conocimiento de los actos no me llevará nunca al conocimiento cabal de mi alma; jamás por ellos solos llegaré a hacer un verdadero examén de «conciencia», en el sentido profundo de esta palabra. Lo que mora en ese santuario íntimo no son los actos —que ya pa- 6 Asi dice Tissot en lí vida interior simplificada p..3. a 1.2 n.29. Gf. n,261.342 y 344 de las Consfitucicmes de la Compañía de Jesús (en Obms completas de San Ignacio ed. BAC), si bien nada se dice en esos números acerca de la no dispensabüidad del examen. 7 Cf. Ejercicios espirituales n. 24-43 (en Obras completas de San Ignacio ed. BAC, p. 162-67). » Son los c.ó-io del 1.2 de la p«3. a Advertimos, no obstante, que este método tan sencillo y simplificado acaso no convenga todavía a I03 principiantes. Hace falta tener cierta costum¬ bre de propia introspección para sacar de él toda su utilidad y eficacia. 758 P.IÍL Desarrollo normal de la vida cristiana saron—, sino los hábitos o disposiciones del alma. Si llego a conocerlos, ha¬ bré averiguado el verdadero estado de mi alma; de otra manera no. • 3) Ahora bien, para hacerme cargo y apoderarme, por decirlo así, de la «fisonomía de mi alma» me hago esta sencilla pregunta: ¿Dónde está mi corazón? Y al instante encuentro la respuesta en mí mismo. Esta pregunta me hace dirigir un golpe de vista rápido sobre el centro íntimo y profundo de mi alma, y en seguida veo el punto saliente; aplico el oído ál sonido que da mi alma, e inmediatamente recojo la nota dominante. Es un procedimien¬ to intuitivo, instantáneo. Puedo repetirlo centenares de veces al día. No hay necesidad de investigaciones, de esfuerzos de memoria, de cálculos mate¬ máticos. Es un golpe de vista, rápido y certero, que me dice inmediatamente en qué postura se encuentra mi alma: flechada hacia Dios, hacia sí misma o hacia las cosas exteriores, que la disgregan y disipan. Esa disposición fum damental es el gran resorte que hace mover todas las piezas del reloj. Y ésa es la que hay que afinar y corregir, si queremos que todo lo demás marche bien. 4) Los detalles, el número exacto de las manifestaciones exteriores de aquella disposición fundamental, es lo que menós importa 9 10 . No tengo que cortar las ramas del árbol cuando el mismo árbol está cortado, ni tengo que seguir el curso de los arroyos cuando estoy en la fuente de donde nacen. Guando por los cien pequeños agujeros de una regadera salta el agua como de un surtidor, ¿no sería absurdo ir tapando, uno a uno los agujeros en vez de dar sencillamente la vuelta a la llave que los ciega todos? El que en su examen se detiene en detalles, obra del primer modo; el golpe de vista inte¬ rior cierra la llave del agua 1 °. Es cierto que los actos externos son los que revelan la situación interior; pero esta situación puedo descubrirla también mirándola directamente, sin perderme en el bosque de sus manifestaciones externas. 5) Pero, preocupándome exclusivamente de esta disposición principal, ¿no perderé de vista ías otras disposiciones del corazón, que crecerán así en la sombra, sin que me dé cuenta de ellas? No hay peligro de esto. Esas dis¬ posiciones no pueden abrirse paso para salir si la llave del corazón está bien cerrada, esto es, si todo él se encuentra vuelto y enderezado hacia. Dios por el resultado del examen. Todas las disposiciones secundarias están, por lo tanto, sujetas. Por lo demás, la disposición dominante no siempre es la misma; los defectos se manifiestan cada uno a su vez, según las circunstan¬ cias, y desde el momento en que llegan a dominar por un ímpetu cualquiera, el examen se apodera de ellos y los reprime, 6) ¿Pero puedo contentarme con ese golpe de vista? ¿Consiste todo en ver? De ninguna manera. Es preciso enderezar los extravíos, si los hay; afirmar y desarrollar el movimiento bueno cuando existe. La vísta de mi interior debe, pues, llevarme a la contrición y a la resolución. La contri¬ ción, que endereza el mal; la resolución, que afirma el bien; la contrición, que mira al pasado; la resolución, que mira el camino por recorrer. La con¬ trición ha; de inspirarse en el motivo esencial de mi existencia: la gloria de Dios, el amor de Dios por El mismo y para su gloria. La resolución ha de llevarme también a lo único esencial: al conocimiento de Dios, a la sumí- 9 Habla el autor—lo advierte expresamente—en el supuesto de que se trate únicamente de imperfecciones y faltas veniales, que no es obligatorio someter al tribunal de la penitencia. Otra; cosa sería tratándose de pecados mortales, de los que habría que averiguar el número exacto—si fuera posible—para someterlo a las llaves de la Iglesia. 10 El P. Garricou-Lagrange insiste en estas mismas ideas: *Se trata menos de hacer una completa enumeración de las faltas que de investigar y acusar sinceramente el principio de donde generalmente proceden en nosotros. Para curar una erupción no se cuida separada¬ mente cada: una de las manchitas que aparecen en la piel; más eficaz es purificar la sangre» (Tres edades p.2. 3 c.4). L.U c.4. Medios secundarios internos de perfección 759 sión a su voluntad, a la conformidad con el movimiento de su gracia. Esta resolución puedo y debo particularizarla haciéndola recaer sobre el punto especial que domina en mi corazón; debe enderezar la tendencia que más se haya apartado de Dios o bien afirmar la que más se ha acercado a El, y poner así completamente mi corazón en presencia de la gloria de Dios, bajo la voluntad de Dios y en la gracia de Dios. A esto debemos venir a parar siempre. 7) Tres son, pues, los elementos constitutivos del examen: golpe de vista, contrición y resolución. Y los tres pueden adaptarse perfectamente al examen general y al particular de que habla San Ignacio. En general, el golpe de vista recogerá, en primer lugar, la disposición dominante durante el día. Luego puede extenderlo a las disposiciones secundarias que le han ocupado un instante, pero sin llegar a dominarla del todo. La contrición enderezará lo torcido y la resolución afirmará lo recto. El examen particular es más fácil todavía; en realidad, ya lo tengo hecho al descubrir mi disposición funda¬ mental; ése es el Goliat que hay que derribar si es mala o ésa la tendencia que hay que fomentar si es buena. El examen preventivo debe servir al prin¬ cipio del día para asegurar durante él la buena dirección y hacerme evitar los extravíos a que estoy más expuesto. 8) De esta manera, e! examen dará unidad y consistencia a toda mi vida cristiana. Por él veo, soy iluminado, evito los peligros, corrijo los defectos, enderezo los caminos. Por medio de él, y sirviéndome de antorcha, registro y veo claro todo mi interior; y de este modo no puedo permanecer en el mal, sino que me veo obligado a hacer la verdad, es decir, a adelantar en la piedad. No cabe duda que este ejercicio, bien practicado, ha de te¬ ner honda repercusión en todo el conjunto de nuestra vida es¬ piritual. Peto en esto, como en todo, la eficacia está vinculada en parte: decisiva a la perseverancia. Omitir con frecuencia el examen o serle materialmente fiel, pero practicándolo con un espíritu rutinario y sin vida, es condenarlo a una esterilidad casi absoluta. El alma que quiera santificarse de veras ha de persuadirse de que se frustrarán en gran parte todos los demás medios de adelantamiento si no se les somete al control y vi¬ gilancia del examen diario de conciencia practicado con exqui¬ sita y vivificante fidelidad. B) RESORTES QUE AFECTAN A LA VOLUNTAD 6x3. A la voluntad afectan, principalmente, cuatro grandes resortes psicológicos para el adelantamiento en la vida espiritual. El primero es la energía de carácter. Siendo puramente natural, no puede ser, en modo alguno, causa de progreso en la vida sobrenatural; pero puede contribuir a ello remotamente, como mera y excelente disposición natural puesta al servicio de la gracia. Los otros tres—ya de tipo sobrenatural y bajo elfimpul- so de la gracia—son: el deseo ardiente de la perfección , la perfec¬ ta conformidad con la voluntad de Dios y la exquisita fidelidad a la gracia . Vamos a examinarlos uno por uno. 760 V.Jll. Desarrollo normal de la vida cristiana ARTICULO 3 La energía de carácter 614. Guibert, El carácter (Madrid 1935); Tanquerey. Teología ascética a.0.2; Mala- pert. Les éléments du caractére (Paris 1906); Le caractére (París 1902); Fouxllf.e, Le tempe- rament et le caractére (París 1926); Paülha>j, Les caracteres (París 1893); Queyrat, Les ca¬ racteres et l’éducation morale (Paris 1896); Barbado, Estudios de Psicología cxperimenkil t.2, (Madrid 1948); FrÓbes, Psicología empírica y experimental t. 2 (Madrid 1950); Bren na n, Psi* colegía general [Mudrió 1952). 615, 1. Naturaleza.—En su origen, la palabra carácter parece haber significado cierto tipo de marca que era grabada en un puesto fronterizo 11 . Más tarde vino a significar cualquier signo que da a conocer una cosa distinguiéndola de las demás. Psicológicamente puede definirse: la resultante habitual de las múltiples tendencias que se disputan la vida del hombre. Es como la síntesis de nuestros hábitos. Es la manera de ser habi¬ tual de un hombre, que le distingue de todos los demás y le da una personalidad moral propia. Es la fisonomía o «marca moral» de un individuo. Con frecuencia se confunden temperamento y carácter , pero son dos cosas realmente distintas, aunque íntimamente relacionadas. El temperamento —como veremos—es el conjunto de las inclinaciones íntimas que brotan de la constitución ñsiológica de los individuos, y el carácter es el conjunto de las disposiciones psicológicas que nacen del temperamento en cuanto modificado por la educación y el trabajó de la voluntad y consolidado por él hábito. 616. 2* Origen del caráter l2 .—De su misma noción ya se desprende con claridad que el carácter es una cosa muy compleja. Por lo mismo, sus causas serán múltiples. Tres son las fundamentales: el nacimiento , el ambiente exterior y la propia voluntad, a) El nacimiento. —Hay acuerdo general en que los factores de la he¬ rencia tienen importancia capital en la constitución del carácter. El niño que viene al mundo trae la «marca de fábrica*) que le han impreso sus propios padres, y ese sello jamás se borrará del todo. De ahí la inmensa responsa¬ bilidad de los padres sobre el porvenir de sus hijos y de su propia patria. «La sangre que nos comunica la vida se parece a esas aguas que descien¬ den de lo alto de las cimas de las montañas y realizan largos viajes subterrᬠneos antes de aparecer en los valles. En el camino, las aguas ocultas han ido tomando en los diferentes suelos que atraviesan los más variados elementos, de suerte que cuando salen de la tierra presentan en su composición la hue¬ lla de todas las etapas que han recorrido; a veces se distinguen por una pro¬ piedad dominante: unas son ferruginosas, otras alcalinas o bien sulfurosas. De la misma manera, las ondas vitales que circulan por nuestras venas se resienten de todas las generaciones que han recorrido antes de llegar a rios- 11 Cf. Brennan,.O.P., Psicología general probl.33,i p.425 (ed. Madrid 1952)- . 12 Cf Guibért, El carácter c.4 (ed. Madrid 1935), del que citamos a veces sus mismas palabras. L.U c.4. Medios secundarios internos de perfección 76.1 otros, unas buenas/ otras malas; y de esas innumerables influencias del pasado hay: a veces una que domina, que nos caracteriza, que es la propietaria y due¬ ña del .temperamento. Pero , el conjunto es tan complejo en su composición como múltiple en su origen» M. Sin embargo, es menester, ño exagerar demasiado esta doctrina. La he¬ rencia tiene una importancia muy grande en la constitución de nuestro ca¬ rácter, pero no es decisiva ni incorregible. Una sabia terapéutica en la ior- mación del carácter puede llegár a modificar profundamente las tendencias innatas y mantenerlas perfectamente controladas por la razón y la voluntad. Es falsa la opinión de los deterministas^—a los que hacen coro Kant, Scho- penhauer y Spinoza—, que niegan la posibilidad de transformar el propio carácter. La experiencia cotidiana está manifiestamente contra ellos. b) El ambiente exterior. —Si es verdad que el hombre ha recibido por el nacimiento un impulso y una orientación, no está del todo consolidado y acabado. Bosquejado solamente por la naturaleza, queda sometido mien¬ tras viva a la influencia de los agentes exteriores que le rodean. En realidad está siempre en formación, y ninguno de sus días se parece enteramente a los que le han precedido. Las variaciones producidas no siguen una línea recta, sino que están sujetas a curiosas oscilaciones, adelantos y retrocesos. A la larga, empero, acaba por dominar una determinada actitud, que nos da el carácter o marca moral del hombre. Estos agentes exteriores que actúan sobre nuestro carácter son de tipo muy vario. Los hay físicos, como la alimentación, el aire, el clima y la higie¬ ne. Las gentes del Mediodía tienen sol en la sangre, y por. eso, ardor y ale¬ gría en el corazón; los del Norte son más fríos y sombríos, como el cielo que se cierne sobre ellos, cargado siempre de nubes. El hombre de las montañas tiene más vivacidad y energía, el de las llanuras es más débil y flojo. El niño insuficientemente alimentado y condenado a vivir en un ambiente malsano, sin luz y sin aire, crece raquítico y enfermizo, entristecido y apático. La ali¬ mentación sana y abundante, el- aire puro y el sol, la habitación amplia y ventilada son, por el contrario, manantial de alegría y de optimismo. Otros agentes exteriores son de tipo moral . La educación y ambiente familiar ocupan el primer lugar. Educado por padres cuidadosos y amantes, ei niño es franco, confiado, cariñoso; si no ha conocido a su familia— ¡pobres huérfanos o abandonados!—o ha sido desatendido o. tratado bruscamente por ella, es tímido, retraído, sombrío, susceptible. La influencia de los buenos o malos ejemplos recibidos de los padres es de las más hondas y profundas en la psicología humana. De ahí la inmensa responsabilidad de los padres en la educación de sus hijos. Pero al lado del ambiente familiar hay que poner las amistades. El viejo proverbio «dime con quién andas y te diré quién eres» es siempre de palpi¬ tante actualidad. Nuestra vida entera puede depender de la elección de una bueña o mala amistad. Al lado de un buen amigo se siente uno mejor y de¬ cidido a imitarle en la práctica del bien. El mal amigo, por el contrario, destruye en el alma las ideas nobles, los sentimientos dignos, las aspiraciones elevadas; en su compañía experimenta uno el decaimiento y la degradación. No cabe duda. Dígase lo que se quiera, cada cual es tributario del am¬ biente que le rodea y es hijo de su época. No podemos sustraernos dei todo, por mucho que lo procurémosl a la influencia de nuestros padres, amigos, maestros', libros y hasta del simple periódico y hoja volandera de propagan¬ da. Es cosa extraña que el espíritu; tari líbre en apariencia, tenga que rendir tan fuerte tributo al ambiente que le rodea. 13 Guibert, o.c., c.4 n.i p.8o-i. 762 P.Ill. Desarrollo normal de la vida cristiana c) La voluntad.—E l nacimiento y el medio ambiente: he ahí dos fuer¬ zas formidables en la formación del carácter. Con todo, una voluntad enér¬ gica y tenaz puede llegar a contrarrestar su peso e inclinar definitivamente la balanza a su favor. Los que desconfían de esta verdad es porque nunca han intentado seriamente corregirse de sus defectos. No basta un indolente quisiera; es preciso llegar a un enérgico quiero. «La voluntad no es omnipo¬ tente, pero se pueden vencer centenares de catarros y otros males y aun di¬ gerir una ballena si se empeña uno en ello» 14 . Nuestra conciencia—con sus aplausos o reproches—nos da claro testimonio de que somos dueños de nosotros mismos. Tenemos la inquebrantable convicción de que nuestra alma está en nuestras manos, y que a nosotros corresponde sustraerla de la violencia de las pasiones o abandonarnos ciegamente a ellas. Ya precisaremos más abajo el papel de la voluntad en la formación del propio carácter. 617. 3. Rasgos del carácter ideal l5 .—Podemos consi¬ derarlo desde dos puntos de vista: el psicológico y el moral . 1) Psicológicamente, el mejor carácter es el perfectamente equilibra¬ do, o sea el que posee la inteligencia, voluntad y sensibilidad en proporcio¬ nes equivalentes. a) La inteligencia es clara, penetrante, ágil, capaz de tanta amplitud como profundidad. Si está servida por una memoria feliz, el ideal se comple¬ ta y redondea hasta la perfección. b) La voluntad es firme, tenaz, perseverante. Estos tales saben perfec¬ tamente lo que quieren y avanzan hacia la consecución de su fin a pesar y en contra de todas las dificultades y obstáculos. c) La sensibilidad es fina, delicada, serena, perfectamente controlada por la razón y la propia voluntad. Es muy difícil encontrar naturalmente reunidos todos estos rasgos en un solo individuo. Ordinariamente sólo con¬ siguen aproximarse a este ideal los que han sabido perseverar años enteros en la ruda labor de irlo adquiriendo poco a poco. 2) Moralmente, las características fundamentales de un gran carácter son las siguientes: a) Rectitud de conciencia.—S i falla esta primera cualidad, es impo¬ sible un buen carácter. Un hombre sin conciencia es un hombre $in honor; y sin él, todas las demás cualidades se vienen abajo. La conciencia es un vigía experimentado y fiel que aprueba lo bueno, prohíbe lo malo; y permite lo indiferente, haciéndolo bueno por el buen fin y las debidas circunstan¬ cias. Es un testigo de nuestra vida moral al que no se le escapa ningún de¬ talle, un fiscal que acusa, un abogado que defiende y un juez que falla siem¬ pre con arreglo a la ley, sin dejarse nunca sobornar. Es un timbre de alarma que suena avisando el peligro, un freno enérgico que detiene al hombre ante el precipicio, un acicate y estímulo poderoso que nos empuja siempre hacia el,cumplimiento del deber. El hombre de conciencia es sincero y leal; cumple su deber aun cuando nadie le vigile, porque se siente siempre vigilado por la mirada de Dios, a la qué nada ni nadie puede sustraerse. Sabe guardar un secreto; jamás traiciona a nadie. Dice y hace en. cada caso lo que tiene que decir o hacer, 14 P. Weiss, El arte de vivir c.4 n.6.12. 15 Cf. F-T.D-, Psicología pedagógica 11.435, y Guipert, o.c. t 0.3. Citamos con frecuencia textualmente. 763 L.II c.4 . Medios secundarios internos de perfección sin importarle nada los aplausos, o vituperios de los hombres. No conoce la esclavitud y vileza del «respeto humano*. Siente instintivo horror a la mentira e hipocresía, no conoce el horrendo antagonismo entre la teoría y la práctica, entre la vida íntima y la vida pública o profesional. Su honradez en los negocios es intachable; prefiere renunciar a las riquezas antes que adquirirlas a costa de su conciencia. Puede confiársele, sin recibo, cualquier tesoro: a la hora convenida lo devolverá intacto a su dueño. b) Fuerza de voluntad. —Donde falta la voluntad no hay hombre. Con la voluntad se llega a la plena posesión de sí mismo, al dominio y eman¬ cipación de las pasiones, a la plena liberación de las malsanas influencias ex~ tenores . Poco importa que todos cuantos le rodean se aparten del recto ca¬ mino; él sigue imperturbable la marcha hacia el ideal aunque se quede com¬ pletamente solo. No hay fuerza humana que pueda doblegar su voluntad y apartarle del cumplimiento del deber: ni castigos, ni amenazas, ni seduccio¬ nes, ni halagos. Morirá mártir si es preciso, pero no apostatará. Si se le ponen delante una montaña de dificultades, repetirá la frase de Napoleón: «¡Fuera los Alpes!», y seguirá adelante a pesar de todo. En fin, es de los que han tomado ya esa «muy determinada determinación» de que habla Santa Tere¬ sa 16 , que—fecundada por la gracia—lleva ya en sí, en germen y esperanza cierta, el heroísmo y la santidad. c) Bondad del corazón.—N o basta la rectitud de la conciencia y la energía de la voluntad para constituir un gran carácter; es menester añadir la bondad del corazón para no convertir la primera en arisca intransigencia y la segunda en fría terquedad. Gracias al corazón, el carácter vendrá a ser amable, porque será bueno. La bondad del corazón se manifiesta principalmente en la afabilidad , virtud exquisita, parte potencial de la justicia 17 , que embalsama el ambiente y hace agradable la vida. El hombre afable es sencillo, complaciente, con¬ versa de buen grado con todos, alaba sin adulación las buenas cualidades ajenas, conserva siempre una dulce sonrisa en sus labios. Tiene particular cuidado en no lastimar a nadie, procede en todo con sumo tacto y delica¬ deza; por eso, todo el mundo le quiere y no se crea enemigos en ninguna parte. Su bondad le hace generoso, magnánimo, desinteresado. Es profun¬ damente compasivo, tiene particular tino para descubrir las miserias y ne¬ cesidades ajenas, y no pasa de largo ante ellas, sirio que se detiene, las soco¬ rre y alivia, como el buen samaritano. Jamás habla bruscamente; su tono no es imperioso; su palabra no hieren su respuesta nunca mortifica aunque con¬ tradíga nuestros gustos. Jamás la sonrisa burlona aparece dibujada en sus labios. Disimula con exquisita caridad nuestros olvidos, descortesías o im¬ pertinencias. No se cansa de hacer el bien, no escatima su tiempo cuando se trata de ponerlo al servicio del prójimo. Es profundamente agradecido: no olvidará jamás un pequeño servicio que se le preste. Practica, en fin, todas las virtudes que señala San Pablo como derivadas de la caridad: «es paciente, benigno, no conoce la envidia, ni la jactancia, ni la hinchazón; no es descortés, ni interesado, ni se irrita, ni piensa mal; no se alegra de la in¬ justicia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera» 16 Oigo que Importa mucho., y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en ¿í, siquiera se hunda el mundo# (Santa Teresa, Camino 21,2). 17 lí- 11 , 114 , 2 . Cf. n.^27 de esta obra. 3 * 1 Cor 13,4-7. 764 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana La bondad del corazón es una de las características más atrayentes de un gran carácter. Por ella todo el mundo se deja dominar; es llave maestra de los corazones y piedra, imán que los atrae. El amable y bondadoso con¬ seguirá más con una sola conversación agradable que otros con cien repren¬ siones. Por el contrario, el áspero y desabrido, como no habla nunca sin herir, es aborrecido de todos y se hace blanco del odio universal. d) La perfecta compostura en los modales, —Es la nota que viene a poner el último detalle y complemento a un gran carácter. .Perfectamente equilibrada la inteligencia, la voluntad y el corazón, es menester que los modales exteriores estén a tono con la belleza del mundo interior. Esta sin¬ tonía consiste en que todas las acciones exteriores, sean movimientos, ade¬ manes, palabras, tono de voz, posturas, actitudes, etc., convengan al decoro de la persona y se acomoden a sus circunstancias, estado y situación, en forma que nada desentone, sino que en todo resplandezca la más perfecta armonía. Esta compostura exterior está íntimamente relacionada con la amistad o afabilidad y con la verdad 19 . Los buenos modales son como el vestido moral del hombre. El exterior de una persona deja transparentar sin esfuerzo su interior. La razón es por¬ que los movimientos exteriores son signos de las disposiciones interiores 20 . Por eso nos llevamos una decepción y cambiamos rápidamente el concepto que nos habíamos formado de la dignidad de una persona desconocida al comprobar la negligencia de sus vestidos, la vulgaridad de sus palabras y la rusticidad de slis maneras. Los buenos modales: se relacionan con el carácter principalmente de tres modos: 1) En cuanto que lo manifiestan .—Vestidos desordenados, rotos, poco limpios, revelad un descuidado y desidioso. Conversaciones triviales, térmi¬ nos bajos y chabacanos, familiaridades y atrevimientos inconvenientes, etc., ponen de manifiesto la falta de dignidad. «Tener mala memoria» para con¬ testar cartas o devolver visitas, no ceder el paso o el asiento a personas de mayor dignidad significa falta de delicadeza y de educación. Afectación en el porte, hablar mucho de sí mismo, contar por menudo las propias hazañas y proezas: vanidad y autosuficiencia. Lo mismo sucede en todas las demás cosas exteriores. No acusemos a los qué nos critican: «arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué». 2 ) En cuanto que influyen sobre él .—«Toda falta en los modales repercute inmediatamente en el carácter. La vulgaridad en las maneras, la flojedad en la marcha, el abandono en los vestidos, la trivialidad en las resoluciones, una amalgama de mala ley en las relaciones, la tendencia a adoptar, maneras tabernarias: he. ahí prácticas que rebajan el carácter; porque los sentimien¬ tos se ponen en seguida al unísono del lenguaje que se habla o de los hábitos de que se vive. Por el contrarió, ten cuidado de que tus palabras sean siem¬ pre dignas, tus conversaciones elevadas, tus gestos mesurados,. tus pasos irreprochables, tu porte regulado, según convenga a tu estado, y está seguro que tu carácter, influido y sostenido con las felices condiciones de tal am¬ biente, se penetrará infaliblemente de gravedad, sin altivez y de nobleza sin afectación» (Guibert). 3 ) En cuanto que aumentan o disminuyen su poder social .—La autoridad y prestigio de una persona proviene de un no sé qué de serio, uniforme, grave, constante,. decidido, digno y elevado, que hace presentir a través de todo ello un gran carácter interior. La conducta y los modales exteriores tienen »» Cf: II-ir,i 68 ,i c et ad 3. 20 «Motus exteriores sunt quaedam signa interioras dispositionís» (II-II, 168 , r a 1 ). 765 L.H cA. Medios secundarios internos de perfección una influencia decisiva para el concepto que nos formamos de una. persona. El éxito o el fracaso ante los demás dependen en gran parte de nuestras cua¬ lidades externas. Los qti¿ se quejan de su «mala suertes la mayoría de las veces deberían quejarse de sí mismos. Tales son las notas distintivas de un gran carácter. La rectitud de con¬ ciencia constituye su honradez, la fuerza -de voluntad le da su verdadero valor, la bondad de corazón constituye su encanto, las buenas maneras ex¬ teriores realzan su dignidad ante los demás. Es. difícil reunir todas estas excelentes cualidades; pero las enormes ventajas que su adquisición nos trae¬ rían compensan con usura el trabajo y los esfuerzos que pongamos en la noble empresa. Precisemos brevemente cuáles son los principales medios para lograrlo. 618. 4. Formación del carácter. —«No es cosa fácil la formación del carácter. Es el rudo trabajo de toda la vida. Sólo tienen carácter los que en empeñada lucha consigo mismo han merecido tenerlo» 21 , Guibert 22 reduce a tres puntos fundamentales la ruda labor de la formación del propio carácter: el conocimiento de sí mismo para saber lo que hay que corregir o encauzar, un plan de vida que ate nuestra voluntad inconstante y el empleo de ciertos apoyos exteriores para sostener nuestros esfuerzos.' a) El conocimiento de sí mismo se logra principalmente por el examen de conciencia bien practicado y las caritativas adver¬ tencias de nuestros buenos amigos . Hemos hablado ya del prime¬ ro (cf. n.609-12) y hablaremos más abajo de los segundos (cf. n.660-63). b) El plan de vida se ordena a robustecer nuestra voluntad, fortaleciéndola, sobre todo, contra la volubilidad e inconstan¬ cia. Hablamos de él en otro lugar (cf. n.650-53). c) Los apoyos exteriores principales son tres: el director espiritual, las amistades santas y la lectura espiritual. De todo ello hablaremos en sus lugares correspondientes (cf. n.óyiss; 660-63.655-58). ARTICULO 4 El deseo de la perfección 619. Scaramelli, Directorio ascético t.i tr.i ad 2; Ribet, L’.ascétiquc chrétienne c.17; Akintero, Cuestiones místicas i. a a.4; Tanquerey, Teología ascética n.409-30; De Gutbert, Theologia spiritualis n.i 17-125; Naval, Curso de ascética 0.38-4* (120-123 en la 8. a ed.). 620. Entre los resortes psicológicos qué afectan a la volun¬ tad dentro ya del orden sobrenatural, ocupa lugar destacado un sincero y ardiente deseo de alcanzar la perfección. Pregun¬ tado Santo Tomás de Aquino por una hermana suya qué tenía 21 Gomá, La Eucaristía y la vida cristiana c.17 n.2. : 22 O.c., c.6. 766 P.llí. Desarrollo normal déla vida cristiana que hacer para llegar a la santidad, se limitó a contestarle: quererlo. Ya se entiende el sentido que quisó darle a esta pala¬ bra el Angélico Doctor. Vamos a examinar la naturaleza de ese deseo, su necesidad, sus cualida- des y el modo de excitarlo en nosotros. 631* 1. Naturaleza.—El deseo en general es un movi¬ mientodel alma hacia un bien ausente y posible de alcanzar. Nadie desea el mal, o un bien que ya tiene o que es imposible conse¬ guir. El deseo de la perfección puede definirse: un acto de la vo- luntad que , bajo el influjo de la gracia , aspira sin cesar al adelan¬ tamiento espiritual hasta llegar a la santidad . Es acto elicitivo de la voluntad, porque el bien es el objeto propio de esta potencia 23 . Y bajo el influjo de la gracia, porque es un deseo manifiestamente sobrenatural que rebasa las exi¬ gencias, y tendencias de la simple naturaleza. Y tiene que ser constante en su anhelo de superación; y no detenerse en algún grado intermedio de perfección, sino aspirar a la cumbre de la santidad. . 622. 2 . Necesidad.—La santidad es el supremo bien que podemos alcanzar en este mundo. De suyo es, pues, infinitamente deseable por su misma naturaleza. Pero como se trata de un bien arduo y difícil, es impo¬ sible tender eficazmente hacia él a menos dei impulso fortísimo de una voluntad decidida a alcanzarlo a toda costa. Hemos oído a Santo Tomás dándole a su hermana el consejo de querer llegar a ser santa como medio in¬ dispensable para conseguirlo. Santa Teresa considera de importancia deci¬ siva tomar «una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella», sin tener para nada en cuenta las dificultades del camino, las murmuraciones de los que nos rodean, la falta de salud o el hundimiento del mundo 24 . Habría que repetir aquí, con sólo elevarlo al orden sobrenatural, todo lo que ya hemos dicho acerca de la energía de carácter. Sólo las almas esfor¬ zadas y enérgicas, con ayuda de la gracia divina, lograrán escalar la cumbre de la montaña del amor. 623. 3. Cualidades.—Para obtener de él toda su efica¬ cia santificadora, el deseo de la perfección ha de tener las si¬ guientes cualidades: 23 Por eso, el deseo de la perfección no es menester que sea sensible; basta que esté firme¬ mente arraigado en la voluntad. 24 Santa Teresa, Camino 21,2, En otra parte dice: «Conviene mucho no apocar los de¬ seos, sino creer de Dios que si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos con su favor; que si ellos nunca se determinaran :a desearlo y poco a poco a ponerlo por obra, no subieran a tan alto estado. Quiere Su Majestad y es ami¬ go de ánimas animosas, como vayan con humildad y ninguna confianza en sí; y no he visto a ninguna de éstas que quede baja en este camino; ni ninguna alma cobarde, con amparo de humildad, que en muchos años ande lo que estotros en muy pocos. Espántame lo mucho que hace en este camino animarse a grandes cosas» (Vida 13,2). 767 L. 1 I c. 4 - Medios secundarias internos de perfección 1. a Ha de ser sobrenatural, es decir, procedente de la gracia divina y orientado a la mayor gloría de Dios, fin último y absoluto de nuestra mis¬ ma existencia, Ello quiere decir que el verdadero deseo de la perfección es ya un gran don de Dios, que hemos de pedirle humilde y perseverantemente hasta obtenerlo de su divina bondad. 2 . a Profundamente humilde, es decir, sin apoyarlo jamás, sobre nues¬ tras propias fuerzas, que son pura flaqueza y miseria delante de Dios, Ni hemos de aspirar a la santidad viendo en ella un modo de engrandecernos, sino únicamente el medio más excelente para amar y glorificar a Dios con todas nuestras fuerzas. Al principio es muy difícil que tal deseo no vaya acompañado de un poco de presunción y de egoísmo-—que Dios castigará, tal vez, permitiendo caídas vergonzosas para que el alma vea claramente lo que tiene de sí misma cuando El no la sostiene—; pero es preciso rectificar cada vez más la intención y perfeccionar los motivos hasta conseguir que recaigan únicamente sobre la mayor gloria de Dios y conformidad con su divina voluntad. 3. a Sumamente confiado. —Es el complemento de lo anterior. Nada podemos por nosotros mismos, pero todo lo podemos en aquel que nos con¬ forta (Phil 4,13), El Señor permite que se nos pongan delante verdaderas montañas de dificultades precisamente para probar nuestra confianza en El. ¡Cuántas almas abandonan la senda de la perfección al surgir estas dificul¬ tades, por este desaliento y falta de confianza) pensando que no es para ellas una cosa tan ardua y difícil! Sólo los que siguen adelante a pesar de todo, pensando que de las mismas piedras puede Dios sacar hijos de Abraham (Mt 3,9), lograrán coronarse con el laurel de la victoria. 4. a Predominante, es decir, más intenso qué cualquier otro. Nada tiene razón de bien sino la gloria de Dios, y, como medio para ello, nuestra propia perfección. Todos los demás bienes hay que subordinarlos a. este su¬ premo. Es la margarita preciosa del Evangelio, para cuya adquisición el sabio mercader vende todo cuanto tiene (Mt 13,46). Ciencia, salud, aposto¬ lado, honores..., todo vale infinitamente menos que la santidad: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadi¬ dura» (Mt. 6,33), El deseo de la perfección no puede ser uno de tantos , puesto al lado o al margen de otros muchos que le disputen la primacía. Tiene que ser el deseo fundamental y dominante de toda nuestra vida. El que quiera ser santo de veras es preciso que se dedique a ello profesionalmente, echando por la borda todo lo demás y considerando las cosas de este mundo como enteramente caducadas para él: «porque estáis ya muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3), Por no acabar de decidirse del todo a esto y andar haciendo traspiés entre las cosas de Dios y las del mundo fracasan tantísimas almas en el camino de su santificación. 5. a Constante y progresivo,— Hay muchas almas que bajo la influen¬ cia de un acontecimiento de su vida (al salir de unos ejercicios, al recibir las órdenes sagradas o entrar en religión, etc.) tienen una gran arrancada . Pero muy pronto se cansan al experimentar las primeras dificultades y aban¬ donan el camino de la perfección o dejan enfriar, al menos, el deseo ardiente que tenían. A veces se permiten vacaciones y paradillas en la vida espiritual con el pretexto de «respirar un poco» y recuperar las fuerzas del alma. Es una gran equivocación. El alma no sólo no recupera fuerza alguna con esas vacaciones, sino que, por el contrario, se debilita y enflaquece extraordina¬ riamente. Más tarde, cuando se quiera reemprender la marcha, se la encon¬ trará desentrenada y somnolienta, y habrá que hacer un gran esfuerzo para colocarla otra vez en el grado de tensión espiritual que antes había logrado. 768 PJIL Desarrollo normtd de la vida cristiana Todo esto se hubiera evitado si el deseo de la perfección se impusiera siem¬ pre, de una manera , constante y progresiva '—sin violencias ni extremismos, pero sin. desfallecimientos ni flaquezas—, impidiéndole al alma esas vaca¬ ciones espirituales que tan caras le van a resultar, después, 6 . a Práctico y eficaz, —No se trata de ún quisiera, sino de uñ quiero , que ha de traducirse eficazmente en la práctica, poniendo hic et nunc todos los medios a nuestro alcance para conseguir la perfección a toda costa. Es muy fácil hacerse la ilusión de que se tiene el deseo de la perfección por ciertas veleidades y caprichos que se le ocurren , al alma en la oración. Pero «el movimiento se demuestra andando». Desear la perfección en teoría, pero «esperar a terminar este trabajo», o a «que pase tal o cual, fecha», o «al acabar de sanar del todo», o «al salir de tal oficio o cargo absorbente», etc., etc,, es vivir en perpetua ilusión. De plazo en plazo y de prórroga en prórroga, la vida va pasando insensiblemente, y nos exponemos a comparecer delante de Dios con las manos vacías. 624. 4. Medios para excitar el deseo de la perfección.—Los prin¬ cipales son los siguientes: i.° Pedírselo incesantemente a Dios.-^En cuanto sobrenatural, sólo de arriba puede venimos. 2. 0 Renovarlo con frecuencia,— Diariamente en el momento más so¬ lemne e importante Cv.gr., después de comulgar); en las principales festivi¬ dades, proponiéndose, v.gr., intensificarlo más y más hasta la próxima fes¬ tividad; en el día de retiro mensual; al hacer los santos ejercicios; ál morir un amigo o conocido, pensando que pronto le seguiremos nosotros, y es menester darse prisa en santificarse, etc., etc. 3. 0 Meditar con frecuencia en los motivos que tenemos para ello. He aquí los principales: a) La obligación grave que tenemos de aspirar a la perfección (cf. n. 156- 157)-' b) Es él mayor de los bienes que podemos alcanzar en este mundo. Es asco y basura todo lo demás en su comparación (Phil 3,8). Todo pasa y se desvanece como el humo; sólo la santidad perdurará eternamente. c) El gran peligro que corremos si no tratamos de santificarnos de veras. La tibieza llama al pecado mortal, y éste a otros muchos, hasta perder quizá la vocación á la santidad y la misma fe* Lasralmas consagradas a Dios que perdieron la vocación y apostataron de la fe empezaron por aquí. El que no sienta vivamente el deseo de su santificación, tiene verdaderos mo¬ tivos para temblar. d) La perfecta imitación de Jesucristo exige perfección y santidad. La vista de Jesucristo crucificado debería ser el acicate más noble y eficaz para •empujamos a la santidad. Amor con amor se paga. LJI c.4. Medios secundarios internos de perfección 769 ARTICULOS. La conformidad con la voluntad de Dios 625. S.Th.j I-II,ig,9-io; San Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios L 3 y 9; San Alfonso dé Ligorio, Conformidad con la voluntad de Dios; ’Piñy j El cielo en la tierra (Madrid 1947); Caussade, Eí abandono en la Providencia divina ; Lehodey, El santo abandono; Tanqjjerey, Teología ascética n.476-98; De Guibert, Theologia spmtuaiis.n.m-ió; Mahieu, Probatió.caritatis p.2. a c.2 a.2; Garrigoc-Lagrange, La Providencia y la confianza en Dios p.4- a ; Tissor, La vida interior simplificada p.zA 626. La perfecta conformidad con la voluntad divina es uno de los principales medios de santificación. Escribe Santa Teresa: «Toda la preten¬ sión de quien comienza oración (y no se olvide ‘esto, que importa mucho) ha de ser trabajar y determinarse y disponerse, con cuantas diligencias pue¬ da, a hacer su voluntad conforme con la de Dios..., y en esto consiste toda la mayor perfección que se puede alcanzar en el camino espiritual. Quien más perfectamente tuviera esto, más recibirá del Señor y más adelante esta en este camino. No penséis que hay aquí más algarabías ni cosas no sabidas y entendidas; que en esto consiste todo nuestro bien» 25 . Dada la singular importancia de este medio, vamos a estudiar cuidado¬ samente su naturaleza, Su fundamento, su excelencia y necesidad, el modo de practicarla y, finalmente, sus grandes frutos y ventajas. 627. 1. Naturaleza*—Consiste la conformidad con la voluntad, de Dios en una amorosa, entera y entrañable sumisión y concordia de nuestra voluntad con la de Dios en todo cuanto dis¬ ponga o permita de nosotros. Cuando es perfecta, se la conoce más bien con el nombre de santo abandono en la voluntad de Dios. En sus manifestaciones imperfectas se la suele aplicar el nombre de simple resignación cristiana . Para entender rectamente esta doctrina hay que tener en cuenta algunos prenotandos. Helos aquí: Pkenotandqs.—í.° La santidad es el resultado conjunto de la acción de Dios y de la libre cooperación del hombre. «Ahora bien: si Dios trabaja con nosotros en nuestra santificación, justo es que El lleve la dirección de la obra ; nada se deberá hacer que no sea conforme a sus planes, bajo sus órde¬ nes y a impulsos de su gracia. Es el primer principio y último fin; nosotros hemos nacido para obedecer a sus determinaciones» 2. 0 La voluntad de Dios, simplidsima en sí misma, tiene diversos actos con relación a las criaturas. Los teólogos suelen establecer la siguiente di¬ visión: a) Voluntad absoluta, cuando Dios quiere alguna cosa sin ninguna con¬ dición, como la creación del mundo; y condicionada, cuando lo quiere con alguna condición, como la salvación de un pecador si hace penitencia ó se arrepiente. b) Voluntad antecedente e s la que Dios tiene en torno a una cosa en sí misma o absolutamente considerada (v.gr., la salvación de todos los hombres en general), y voluntad consiguiente es la que tiene en torno a una cosa re- 23 Morados segundas n.8, 26 Lehodey, EJ santo abandono p.i.“ c~r. 770 P.I1L Desarrollo normal de la. vida cristiana vestida ya de todas sus circunstancias particulares y concretas (v.gr., la con¬ denación de un pecador que muere impenitente). c) Voluntad de signo y voluntad de beneplácito . Esta es la que más nos interesa aquí. He aquí cómo las expone el P. Garrigou-Lagrange: «Se entiende por voluntad divina significada (o voluntad designo) ciertos signos de la voluntad de Dios, como los preceptos, las prohibiciones, el es¬ píritu de los consejos evangélicos, los sucesos queridos o permitidos por Dios. La voluntad divina significada de ese modo, mayormente la que sé mani¬ fiesta en los preceptos, pertenece al dominio de la obediencia. A ella nos re¬ ferimos, según Santo Tomás (1,19,11), al decir en el Padrenuestro: Fiat voluntas tua. La voluntad divina de beneplácito es el. acto interno de la voluntad de Dios aún no manifestado ni dado a conocer. De ella depende el porvenir todavía incierto para nosotros: sucesos futuros, alegrías y pruebas de breve o larga duración, hora y circunstancias de nuestra muerte, etc. Como observa San Francisco de Sales /Amor de Dios 1.8 c.3; I.9 c.6), y con él Bossuet (États d’oraison 1,8,9), si la voluntad significada constituye el dominio de la obe¬ diencia, la voluntad de beneplácito pertenece al del abandono en las manos de Dios. Como largamente diremos más tarde, ajustando cada día más nues¬ tra voluntad a la de Dios significada, debemos en lo restante abandonamos confiadamente en el divino beneplácito, ciertos de que nada quiere ni per¬ mite que no sea para el bien espiritual y eterno de los que aman al Señor y perseveran en su amor» 27 . Estas últimas palabras del P. Garrigou expresan la naturaleza íntima de la perfecta conformidad con la voluntad de Dios. Se trata efectivamente del cumplimiento íntegro, amoroso y entrañable de la voluntad significada de Dios a través de sus operaciones, permisiones, preceptos, prohibiciones y con¬ sejos —que son, según Santo Tomás, los cinco signos' de esa voluntad di¬ vina 28 —y de la rendida aceptación y perfecta concordia con todo lo que se digne disponer por su voluntad de beneplácito. 628. 2. Fundamento.—Como dice muy bien Lehodey, la confor¬ midad perfecta, o santo ahandono , tiene por fundamento la caridad. «No se trata aquí ya de la .conformidad con la voluntad divina, como lo es la sim¬ ple resignación, sino de la entrega amorosa , confiada y filial, de la pérdida completa de nuestra voluntad en la de Dios, pues propio es del amor unir asi estrechamente las voluntades. Este grado de conformidad es también un ejercicio muy elevado del puro amor, y no puede hallarse de ordinario sino en las almas avanzadas, que viven principalmente de ese puro amor» 29 . Ahora bien: ¿cuáles son los principios teológicos en que puede apoyarse esta omnímoda sumisión y conformidad con la voluntad de Dios? El P. Garrigou-Lagrange señala los siguientes 3 °: 1.° Nada sucede que desde toda la eternidad no lo haya Dios previsto y querido o por lo menos permitido. 2-° Dios no puede querer ni permitir cosa alguna que no esté confor¬ me con el fin que se propuso al crear, es decir, con la manifestación de su bondad y de sus infinitas perfecciones y con la gloria del Verbo encarnado, Jesucristo, su Hijo unigénito (1 Cor 3,23). 3. 0 Sabemos que «todas los cos¿zs contribuyen al bien de los que aman a Dios, de aquellos que, según sus designios, han sido llamados» (Rom 8,28) y perseveran en su amor. 27 Garrígou-Lagrakge, La Providencia y la confianza en Dios p.2. a c.y. Cf. I,I9>12. 29 Lehodey, El santo abandono p.2. R pról. 30 Cf. P. Garrigou, o.c., p.4. & c.r. 171 L.ll cA. Medios secu?idarios internos de perfección 4-° Sin embargo, el abandono en la voluntad de Dios a nadie exime de esforzarse en . cumplir la voluntad de Dios significada en los mandamientos, consejos y sucesos, abandonándonos en todo lo demás a ía voluntad divina de beneplácito por misteriosa que nos parezca, evitando toda inquietud y agitación. 629. 3. Excelencia y necesidad.—Por lo que llevamos dicho, aparece clara la gran, excelencia y necesidad de la prác¬ tica cada vez más perfecta del santo abandono en la voluntad de Dios. «Lo que constituye la excelencia del santo abandono es la incomparable eficacia que posee para remover todos los obstáculos que impiden la acción de la gracia, para hacer practicar con perfección las más excelsas virtudes y para establecer el reinado absoluto de Dios sobre nuestra voluntad» 31 . El P. Piny escribió—como es sabido—una hermosa obrita para poner de manifiesto la excelencia de la vida de abandono en la voluntad de Dios 32 . En ella prueba el insigne dominico que ésta es la vía que más glorifica a Dios, la que santifica más al alma, la menos sujeta a ilusiones, la que pro¬ porciona al alma mayor paz, la que mejor hace practicar las virtudes teolo¬ gales y morales, ía más a propósito para adquirir el espíritu de oración, la más parecida al martirio e inmolación de sí mismo y la que más asegura en la hora de la muerte. La necesidad de entrar por esta vía puede demostrarse por un triple capítulo i.° El nERECTíO^iviNO.— a) Somos siervos de Dios, en cuanto criatu¬ ras suyas 7 "Dics J ños creó, nos conserva continuamente en el ser, nos redimió, nos ha ordenado a El como a nuestro último fin. No nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a Dios (1 Cor 6,19). b) Somos hijos y amigos de Dios: el hijo debe estar sometido a su padre por amor, y la amistad produce la concordia de voluntades: idem velle et nolle. z.° Nuestra,JJTJLIDAD, por la gran eficacia santificadora de esta vía. Ahora bien: la santidad es e! mayor bien que podemos alcanzar en este mundo y el único que tendrá una inmensa repercusión eterna. Todos los demás bienes palidecen y se esfuman ante él. 3. 0 El ejemplo de Crjisto.—T oda la vida de Cristo sobre la tierra con¬ sistió en cumplir la voluntad de su Padre celestial. «Al entrar en el mundo dije: He aquí que vengo para hacer, Dios mío, tu voluntad» (cf. Hebr 10, 5-7). Durante su vida manifiesta continuamente que está pendiente de la voluntad de su Padre celestial: «Me. conviene estar en las cosas de mi Padre» (Le 2,49); «Yo hago siempre lo que a El le agrada» (lo 8,29); «Esta es mi comida y mi bebida» (lo 4,34); «Éste es el mandato que he recibido de mi Padre» (lo 10,18); «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Le 22,42). A imitación de Cristo, ésta fue toda la vida de María: «he aquí a la sier- va del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Le 1,38), y la de todos los santos: «mira y obra conforme al ejemplar» (Ex 25,40), 31 Lehodey, o.*c., p.4.* c.i. 32 Cf. El cielo en la tierra (Avila 1947). El original francés, publicado en 1683, llevaba el titulo de Lo más perfecto , o de las vías interiores la que más glorifica a Dios y más santifica al alma . 33 Cf, Mauieu, Probatio caritatis n.70-73. 772 P.UÍ. Desarrollo normal de la vida cristiana 630. 4. Modo de practicarla*—En sus líneas funda¬ mentales, ya lo hemos indicado más arriba. Hay que confor¬ marse, ante todo, con la. voluntad de Dios significada, aceptando con rendida sumisión y esforzándose en practicar con entrañas de amor todo lo que Dios ha manifestado que quiere de nos¬ otros a través de los preceptos de Dios y de la Iglesia, de los consejos evangélicos, de los votos y de las reglas, si somos reli- ligiosos; de las inspiraciones de la gracia en cada momento. Y hemos de abandonarnos enteramente, con filial confianza, a los ocultos designios de su voluntad de beneplácito, que, de mo¬ mento, nos son completamente desconocidos; nuestro porvenir, nuestra salud, nuestra paz o inquietudes, nuestros consuelos o arideces, nuestra vida corta o larga. Todo está en manos de la Providencia amorosa de nuestro buen Dios, que es, a la vez, nuestro Padre amantísimo: que haga lo que quiera de nosotros en el tiempo y en la eternidad. Esto es lo fundamental en sus líneas generales. Pero para mayor abundamiento, vamos a concretar un poco más la ma¬ nera de practicar esta santa conformidad y abandono en las principales circunstancias que se pueden presentar en nuestra vida 34 . 631. A) Con relación a la voluntad significada,—De cinco ma¬ neras, dice Santo Tomás (1,19,12), se nos manifiesta o significa la voluntad de Dios; 1. a Haciendo algo directamente y por sí mismo: Operación. 2. a Indirectamente, o sea, no impidiendo que otros lo hagan: Permisión. 3. a Imponiendo su voluntad por un precepto propio o de otros: Pre¬ cepto. . 4. a Prohibiendo en igual forma lo contrario: Prohibición . 5. a Persuadiendo la realización u omisión de algo: Consejo . El Doctor Angélico advierte (ibid.) que la operación y el permiso se re¬ fieren al presente; la operación al bien, y el permiso al mal. Los otros tres modos se refieren al futuro en la siguiente forma: el precepto, al bien futuro necesario; la prohibición, al mal futuro, que es obligatorio evitar, y el consejo, a la sobreabundancia del bien futuro. No cabe establecer una división más perfecta y acabada. Examinemos ahora brevemente. los principales modos de conformarnos con cada una de esas manifestaciones de la voluntad de Dios significada: i,°. «Operación».— Dios siempre quiere positivamente lo que hace por sí mismo , porque siempre se refiere al bien y siempre está ordenado a su mayor gloria. A este capítulo pertenecen todos los acontecimientos individuales, familiares y sociales, que han sido dispuestos por Dios mismo y no depen¬ den de lá voluntad de los hombres.. Unas veces esos acontecimientos son dulces, y nos llenan de alegría; otras son amargos, y pueden sumirnos en la mayor tristeza, si no vemos en ellos la mano amorosísima de Dios que ha dispuesto aquello para su gloria y nuestro mayor bien. Una enfermedad 34 Cf. principalmente: Lehodey, o.c., P 3 - R ; Garrigou-Lagrange, o.c., p.4. a c.2, y Mahieu, o.c., n.74-123. 773 L.II cA. Medios secundarios internos de perfección providencial puede arrojar en brazos de Dios a un alma extraviada, Todo lo que el Señor dispone es bueno y óptimo para nosotros, aunque de momen¬ to pueda causarnos gran tristeza o dolor. Ante estos acontecimientos próspe¬ ros o adversos, individuales o familiares, que nos vienen directamente de la mano de Dios, sin intervención alguna de los hombres (v.gr., accidentes im¬ previstos, enfermedades incurables, muerte de familiares o amigos, etc.), sólo cabe una actitud cristiana: fial voluntas tua. Si el amor de Dios nos hace rebasar la simple resignación —que es virtud muy imperfecta—y lanzamos, aunque sea a través de nuestras lágrimas, una mirada al cielo llena de reco¬ nocimiento y gratitud (Te Deum,.. Magníficat J por habernos visitado con el dolor, habremos llegado a la perfección en la vía de abandono y de per¬ fecta conformidad con la voluntad de Dios, 2,° «Permisión».— Dios nunca quiere positivamente lo que permite, por¬ que se refiere a un mal, y Dios no puede querer el mal. Pero su infinita bondad y sabiduría sabe convertir en mayor bien el mismo mal que permite, y por esto precisamente lo permite. Ei mayor mal y el más grave desorden que se ha cometido jamás fue la crucifixión de Jesucristo, y Dios supo orde¬ narla al mayor bien que ha recibido jamás la humanidad pecadora: su propia redención. ¡Qué mirada tan corta y qué funesta miopía la nuestra cuando en los males que Dios permite que vengan sobre nosotros nos detenemos en las causas segundas o inmediatas que los han producido y no levantamos los ojos al cielo para adorar los designios de Dios, que las permite para nuestro mayor bienl Burlas, persecuciones, calumnias, injusticias, atropellos, etc., etc., de que somos víctimas son, ciertamente, pecados ajenos, que Dios no pue¬ de querer en sí mismos, pero los permite para nuestro mayor bien. ¿Cuán¬ do sabremos remontarnos por encima de las causas segundas para ver en todo ello la providencia amorosa de Dios, que nos pide no la venganza o el desquite, sino el amor y la gratitud por ese beneficio que nos hace? En la injusticia de los hombres hemos de ver la justicia de Dios, que castiga nuestros pecados, y hasta su misericordia, que nos los hace expiar. 3. 0 «Precepto». —Ante todo y sobre todo es preciso conformamos con la voluntad de Dios preceptuada: «porque antes pasarán el cielo y la tierra que faite una jota o una tilde de la Ley hasta que todo se cumpla» (Mt 5,18). Sería lamentable extravío y equivocación tratar de agradar a Dios con prác¬ ticas de supererogación inventadas y escogidas por nosotros, y descuidando los preceptos que El mismo nos ha impuesto directamente o por medio de sus representantes. Mandamientos de Dios y de la Iglesia, preceptos de los superiores, deberes del propio estado: he ahí lo primero que tenemos que cumplir hasta el detalle si queremos conformarnos plenamente con la vo¬ luntad de Dios manifestada. Tres son nuestras obligaciones ante esos pre¬ ceptos: a) conocerlos: «no seáis insensatos, sino entendidos de cuál es la voluntad del Señor» (Eph 5,17); b) amarlos: «por eso yo amo tus manda¬ mientos más que el oro purísimo» (Ps 118,127), y c) cumplirlos: «porque no todo el que dice: [Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21). 4. 0 «Prohibición».— El primer paso y el más elemental e indispensable para conformar nuestra voluntad con la de Dios ha de ser evitar cuidadosa¬ mente el pecado que le ofende, por pequeño que sea o parezca ser. «Pecado muy de advertencia, por chico que sea, Dios nos libre de él. [Cuánto más que no hay poco, siendo contra una tan gran Majestad y viendo que nos está mirando! Que esto me parece a mí es pecado sobrepensado y como quien dice: Señor, aunque os pese, esto haré; ya veo que lo veis y sé que no lo 774 P.flL Desarrollo normal de la vida cristiana queréis y lo entiendo; mas quiero más seguir mi. antojo y apetito que no vuestra voluntad, Y que en cosa de esta suerte hay poco, a mí no me lo pa¬ rece por leve que sea la culpa, sino mucho y muy mucho» Nada se puede añadir a estas juiciosas palabras de Santa Teresa. Pero puede ocurrir que, a pesar de nuestros esfuerzos, incurramos en alguna falta y acaso en un pecado grave. ¿Qué debemos hacer en estos casos? Hay que distinguir en toda falta dos aspectos: la ofensa de Dios y la humillación nuestra. La primera hay que rechazarla con toda el alma; nunca la deploraremos bastante, por ser el único mal verdaderamente digno de lamentarse. La segunda, en cambio, hemos de aceptarla plenamente, go¬ zándonos de recibir en el acto ese castigo que empieza a expiar nuestra falta: «bien me ha estado ser humillado, para aprender tus mandamientos» (Ps 118, 71). Hay quien, al arrepentirse de sus pecados, lamenta más la humillación que le han acarreado (v.gr., ante el confesor) que la misma ofensa de Dios. ¿Cómo es posible que una contrición tan humana produzca verdaderos fru¬ tos sobrenaturales? 36 5, 0 «Consejo».—E l alma que quiera practicar en toda su perfección la total conformidad con la voluntad de Dios ha de estar pronta a practicar los consejos evangélicos—al menos en cuanto a su espíritu, si no es persona consagrada a Dios por los votos religiosos—y a secundar los movimientos interiores de la gracia que le manifiestan lo que Dios quiere de ella en un momento determinado. Pero de esto hablaremos largamente en el artículo siguiente al tratar de la fidelidad a la gracia. 632. B) Con relación a la voluntad de beneplácito.—Los designios de Dios en su voluntad de beneplácito nos son—decíamos—enteramente desconocidos. No sabemos lo que Dios tiene dispuesto sobre nuestro porve- ú nir o el de los seres queridos. Pero sabemos ciertamente | voluntad de Dios es la causa suprema dé todas las cosas; 6) que esa voluntad >j divina es esencialmente buena y benéfica, y cj que todas las cosas próspe- | ras o adversas que pueden ocurrir contribuyen al bien de los que aman a | Dios y quieren agradarle en todo. ¿Qué más podemos exigir para abando- f namos enteramente al beneplácito de nuestro buen Dios con la misma con- 1 fianza filial que un niño pequeño en brazos de su madre? Es la santa indiferencia, que recuerda San Ignacio en el «principio y fun¬ damento» de sus Ejercicios como disposición básica y fundamental de toda la vida cristiana: «Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albe¬ drío y no le está prohibido; de tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga qué corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para‘el fin que somos criados» 37 Pero es preciso entender rectamente esta indiferencia para no dar en los lamentables extravíos del quietismo y sus derivados. Examinemos cuida¬ dosamente su fundamento , su naturaleza y su extensión 3S . 35 Santa Teresa, Calino 41,3. 36 Gf. Tissot, La vida interior simplificada p.2. 0 I.3 c.to, donde expone por extenso estas ideas. 37 San Ignacio, Ejercicios n.23: Principio y fundamento. En las últimas palabras—que pa¬ recen faltas de lógica con lo anterior—da San Ignacio la clave para entender rectamente su pensamiento. La indiferencia de que habla se refiere únicamente a todas aquellas cosas que no caen bajo la voluntad expresa o significada de Dios; pero no puede afectar—-serla herético e inmoral—a las cosas de su divino servicio y al cumplimiento de sus santos mandamientos. Hay un abismo entre la santa indiferencia de San Ignacio y la absurda y estúpida del quie¬ tismo. 38 Cf: Mahieu, o.c.j n .i 18-123. 775 L.ll c. 4 , Medios secundarios internos de perfección a) Fundamento.—L a sánta indiferencia se apoya en aquellos tres prin¬ cipios teológicos que acabamos de recordar, que son su fundamento incon¬ movible. Es : evidente que si la voluntad divina es la causa suprema de todo cuanto ocurre, y ella es infinitamente buena, santa, sabia, poderosa y amable, la conclusión se impone: cuanto más sé conforme y coincida mi voluntad con la de Dios, tanto más buena, santa, sabia, poderosa y amable será. Nada malo puede ocurrirme con ello, pues los mismos males que Dios permita que vengan sobre mí contribuirán a mi mayor bien si sé aprovecharme de ellos en la forma prevista y querida por Dios. b) Naturaleza.—P ara precisar la naturaleza y verdadero alcance de la santa indiferencia hay que tener en cuenta tres principios fundamentales: 1. ° Su finalidad es que el hombre se entregue totalmente a Dios saliendo de sí mismo. No se trata de un encogimiento de hombros estoico e irracio¬ nal ante lo que pueda ocurrimos, sino del medio más eficaz para que nues¬ tra voluntad se adhiera fuertemente a la de Dios, 2, ° Esta indiferencia se entiende solamente según la parte superior del alma . Porque, sin duda alguna, la parte inferior o inclinación natural— vo¬ luntas ut natura , como dicen los teólogos—no puede menos de sentir y acu¬ sar los golpes del infortunio o la desgracia. Sería tan imposible pedirle a la sensibilidad que no sienta nada ante el dolor como decirle a una persona que acaba de encontrarse con un león amenazador: no tengas miedo. No es posi¬ ble dejarlo de tener (San Francisco de Sales). De donde no hay que turbarse cuando se siente la repugnancia de la naturaleza, con tal de qué la voluntad quiera aceptar aquel dolor como venido de la mano de Dios, a pésar de todas las protestas .de la.sensibilidad inferior. Este es exactamente el ejemplo que nos dio Nuestro Señor Jesucristo, quien por una parte deseaba ardientemen¬ te su pasión—«quomodo coarctorl»... (Le 12,50); «desiderio desideravi»... (Le 22,15)—y por otra parte acusaba el dolor de la parte sensible: «Me mue¬ ro de tristeza»... (Mt 26,38); «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46), Y cuando San Juan de la Cruz lanzaba su heroica exclamación: «Padecer, Señor, y ser despreciado por vos», o Santa Teresa su «o morir o padecer», o Santa Magdalena de Pazzis su «no morir, sino padecer», es evi¬ dente que no lo decían según la parte inferior de su sensibilidad—pues eran de carne y hueso, como todos los demás—, sino únicamente según su vo¬ luntad superior, que querían someter totalmente al beneplácito divino a despecho de todas las protestas de la naturaleza sensible. 3. 0 Esta indiferencia, finalmente, no es meramente pasiva, sino verdade¬ ramente activa , aunque determinada únicamente por la voluntad de Dios. En los casos en que esta voluntad divina aparece ya manifestada (voluntad de signo), la voluntad del hombre se lanza a cumplirla con generosidad rᬠpida y ardiente. Y en los que la divina voluntad no se ha manifestado todavía (voluntad de beneplácito) está en estado de perfecta disponibilidad para acep¬ tarla y cumplirla apenas se manifieste. ✓ Esta indiferencia, pues, nada tiene que ver con la quietud ociosa e inactiva que soñaron los quietistas, justamente condenada por la Iglesia 39 . c) Extensión..-—«L a indiferencia—dice San Francisco de Sales—se ha de practicar en las cosas referentes a la vida natural, como la salud, la enfer¬ medad, la hermosura, la fealdad, la flaqueza, la fuerza; en las cosas de la vida social , como los honores, categorías y riquezas; en los diversos estados de la vida espiritual , como las sequedades, consuelos, gustos y arideces; en las acciones, en los sufrimientos y, en fin, en toda clase de acontecimientos o circunstancias» 40 , 39 Cf. D 1221S. 40 San Francisco de Sales, Tratado det amor de Dios 1.9 c.5. 776 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana Ea los capítulos siguientes describe maravillosamente el santo obispo de Ginebra cómo haya de practicarse esta indiferencia y omnímodo abandono en las más difíciles circunstancias: en las cosas del servicio de Dios , cuando El permite el fracaso después de haber hecho por nuestra parte todo cuanto podíamos; en nuestro adelantamiento espiritual, cuando» a pesar de. todos nuestros esfuerzos, parece que no adelantamos nada; en la permisión de los pecados ajenos , que hemos de odiar en sí mismos, pero adorando a la vez la divina permisión, que no los permite jamás sino para sacar mayores bienes; en nuestras propias faltas, que hemos de odiar y reprimir, pero aceptando a la vez la humillación que nos reportan y doliéndonos de ellas con un «arre¬ pentimiento fuerte, sereno, constante y tranquilo, pero no inquieto, turbu¬ lento ni desalentado», etc., etc. Es preciso leer despacio esas preciosas pᬠginas, llenas de delicadas sugerencias e ingeniosas comparaciones, que cons¬ tituyen como el código fundamental que han de tener en cuenta las almas en su vida de abandono a la divina voluntad 41 . Una última cuestión: ¿hay que llegar en este omnímodo abandono a ha¬ cerse indiferente a la propia salvación, como decían los quietistas y semi- quietistas? De ninguna manera. Este delirio y extravío está expresamente condenado por la Iglesia 4 ^ Dios quiere que todos los hombres se salven (i Tim 2,4), y solamente permite que se condenen los que voluntariamente se empeñan en ello conculcando sus mandamientos y muriendo impeni¬ tentes. Renunciar a nuestra propia salvación con el pretexto de practicar con mayor, perfección el abandono total en manos de Dios sería oponemos a la voluntad misma de Dios, que quiere salvarnos, y. al apetito natural de nuestra propia felicidad, que nos viene del mismo Dios a través de la natu¬ raleza. Lo único que se debe hacer es desear nuestra propia salvación, no sólo ni principalmente porque con ella alcanzaremos nuestra "felicidad, sino ante todo porque Dios lo quiere, y con ella le glorificaremos con todas nues¬ tras fuerzas. El motivo de la gloria de Dios ha de ser el primero, y debe pre¬ valecer por encima del de nuestra propia felicidad, pero sin. renunciar ja¬ más a esta última, que entra plenamente—aunque en segundo lugar—en el mismo querer y designio de Dios. 633. 5. Frutos y ventajas de la vida de abandono en Dios.—Son inestimables los frutos y ventajas de la vida de perfecto abandono en la amo¬ rosa providencia de Dios. Aparte de los ya señalados al hablar de su exce¬ lencia, merecen recordarse los siguientes 43 : i.° Nos hace llevar una vida de dulce intimidad con Dios, como el niño en brazos de su madre. 2. 0 El alma camina con sencillez y libertad; no desea más que lo que Dios quiera. . 3. 0 Nos hace constantes y de ánimo sereno a través de todas las situa¬ ciones: Dios lo ha querido así. 4. 0 Nos llena de paz y de alegría: nada puede sobrevenir capaz de alte¬ rarlas, pues sólo queremos lo que Dios quiera. 5. 0 Nos asegura una muerte santa y un gran valimiento delante dé Dios: en el cielo, Dios cumplirá la voluntad de los que hayan cumplido la de El en la tierra. 41 Es también altamente recomendable el precioso libro de Dom Vitat. Lkhodev El santo abandono, fuertemente influenciado por el espíritu de San Francisco de Sales, a quien cita continuamente. 4 ^ Cf. D 1227» 43 Cf. Lehodey, o.c., p.4. fl c.2) donde comenta ampliamente estos frutos. L.II c. 4 , Medios secundarios internos de perfección 777 ARTICULO 6 La fidelidad a la gracia 634. S.Th.j 1-11,109,9; 111,2-3; San Francisco de Sales, Amor de Dios II,T9,i2; Mahieu, Probatio carilalis n.97-102; Tissot, La vida interior simplificada p.2. 11 ; Gariíu'.ou- Lagrange, Perfection... c-4 a.5 § 3 y 41 Tres edades p.T. tt c.3 a.5; Lallemant, Im doctrine spirituelle princ.4 c.1-2 y 6; De Guibert, Theologia spiritifolís n. 127-39; Tanquertcy, Teolo¬ gía ascética n. 483-4; Plus, La fidelidad a la gracia (Barcelona 195 r). Uno de ios medios. más importantes e indispensables para el adelanta¬ miento espiritual es la fidelidad a la gracia , o sea, a las mociones interiores del Espíritu Santo que nos empuja, a cada momento al bien. Vamos a estudiar cuidadosamente esta fidelidad a la gracia, examinando su naturaleza, su importancia y necesidad, su eficacia santificadora y el modo de practicarla, 635. i- Naturaleza.— Prenotando. — La gracia actual, —Como fun¬ damento indispensable para entender el verdadero alcance y significado de la fidelidad a la gracia es preciso tener en cuenta todo lo relativo a la natura¬ leza, necesidad, división, oficios y funciones de la gracia actual, que coincide precisamente con la inspiración del Espíritu Santo, a la que debe prestar el alma su fidelidad. Hemos hablado ya de todó esto en otro lugar, adonde re¬ mitimos al lector (cf. mi 40-43). Esto supuesto, examinemos ahora la naturaleza de la fidelidad a la gracia. La fidelidad en general no es otra cosa que la lealtad, la cumplida adhesión, la observancia exacta de la fe que uno debe a otro. En el derecho feudal era la obligación que tenía el vasallo de presentarse a su señor y rendirle homenaje, que¬ dándole sujeto y llamándose desde entonces hombre del se¬ ñor X, o sea, tomando el nombre de su señor y quedando en¬ teramente obligado a obedecerle. Todo esto tiene aplicación —y en grado máximo—tratándose de la fidelidad a la gracia, que no es, en fin de cuentas, más que la lealtad o docilidad en seguir las inspiraciones del Espíritu Santo en cualquier forma que se nos manifiesten , «Llamamos inspiraciones— dice San Francisco de Sales—a todos los atrac¬ tivos, movimientos, reproches y remordimientos interiores, luces y conoci¬ mientos que Dios obra en nosotros, previniendo nuestro corazón con sus bendiciones (Ps 20,4), por su cuidado y amor paternal, a fin de despertar¬ nos, excitarnos, empujamos y atraernos a las santas virtudes, al amor celes¬ tial, a las buenas resoluciones; en una palabra, a todo cuanto nos encamina a nuestro bien eterno» 44 . De varias maneras se producen inspiraciones divinas. Los mismos pe¬ cadores las reciben, impulsándoles a la conversión; pero para el justo, en quien habita el Espíritu Santo, es perfectamente connatural el recibirlas a cada momento. El Espíritu Santo mediante ellas ilumina nuestra mente para que podamos ver lo que hay que hacer y mueve nuestra voluntad para que po¬ damos y queramos cumplirlo, según aquello del Apóstol: «Dios es el que obra en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito» (Phil 2,13). 44 Vida devota p.2. 6 c.18. 77 $ P.llL Desarrollo normal de la vida cristiana Porque es evidente que el Espíritu Santo obra siempre según su bene¬ plácito. Inspira y obra en el alma del justo «cuando quiere y como quiere»: «Spiritus ubi vult spirat» (lo 3,8). Unas veces ilumina solamente (v.gr,, en los casos dudosos para resolver la duda); otras mueve solamente (v.gr., a que el alma realice aquella buena acción que ella misma estaba pensando); otras, en fin—y es lo más frecuente—, ilumina y mueve a la vez. A veces se produce la inspiración en medio del trabajo, como de improviso, cuando el alma es¬ taba enteramente distraída y ajena al objeto de la inspiración; otras muchas se produce en la oración, en la sagrada comunión, en momentos de recogi¬ miento y de fervor. El Espíritu Santo rige y gobierna al hijo adoptivo de Dios tanto en las cosas ordinarias de la vida cotidiana como en los negocios de gran importancia. San Antonio Abad entró en una iglesia y, al oír que el predicador repetía las palabras del Evangelio: «Si quieres ser perfecto, ve y vende cuanto tienes», etc, (Mt 19,21), marchó en el acto a su casa, vendió todo cuanto tenía y se retiró al desierto. El Espíritu Santo no siempre nos inspira directamente por sí mismo. A veces se vale del ángel de la guarda, de un predicador, de un buen libro, de un amigo; pero siempre es él, en última instancia, el principal autor de aquella inspiración. 636* 2. Importancia y necesidad.—Nunca se insistirá demasiado en la excepcional importancia y absoluta necesidad de la fidelidad a la gracia para avanzar en el camino de la per¬ fección sobrenatural. En cierto sentido éste el problema fun¬ damental de la vida cristiana, ya que de esto depende el pro¬ greso incesante hasta llegar a la cumbre de la montaña de la perfección o el quedarse paralizados en sus mismas estriba¬ ciones. La preocupación casi única del director espiritual ha de ser llevar al alma a la más exquisita y constante fidelidad a la gracia. Sin esto, todos los demás métodos y procedimientos que intente están irremisiblemente condenados al fracaso. La razón profundamente teológica de esto hay que buscarla en la economía divina'de la gracia actual, que guarda estrecha relación con el grado de nuestra fidelidad. En efecto: como enseña la Teología, la gracia actual es absolutamente necesaria para todo acto saludable. Es en el or¬ den sobrenatural lo que la previa moción divina en el orden puramente natural: algo absolutamente indispensable para que un ser en potencia pueda pasar al acto. Sin ella nos sería tan imposible hacer el más pequeño acto sobrenatural—aun pose¬ yendo la gracia, las virtudes y los dones del Espíritu Santo— como respirar sin aire en el orden natural. La gracia actual es como el aíre divino , que el Espíritu Santo envía a nuestras al¬ mas para hacerlas respirar y vivir en el plano sobrenatural. Ahora bien: «La gracia actual—dice el P. Garrigou-Lagrange—nos es constantemente ofrecida para ayudarnos en el cumplimiento del deber de cada momento, algo así como el aire entra incesantemente en nuestros pul¬ mones para permitirnos reparar la sangre. Y así como tenemos que respirar L.ll c. 4 . Medios secundarios internos de perfección 779 para introducir en los pulmones ese aire que renueva nuestra sangre, de mismo modo hemos de desear positivamente y con docilidad recibir la gra¬ cia , que regenera nuestras energías espirituales para caminar en busca de Dios. Quien no respira, acaba por morir de asfixia; quien no recibe con do¬ cilidad la gracia, terminará por morir de asfixia espiritual. Por eso dice San Pablo: «Os exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios» (2 Cor 6,1). Preciso es responder a esa gracia y cooperar generosamente a ella. Es ésta una verdad elemental que, practicada sin desfallecimiento, nos levantaría hasta la santidad» 45 . 1 Pero hay más todavía. En la economía ordinaria y normal de su providencia, Dios tiene subordinadas las gracias poste¬ riores que ha de conceder a un alma al buen uso de las ante¬ riores. Una simple infidelidad a la gracia puede cortar el rosa¬ rio de las que Dios nos hubiera ido concediendo sucesivamen¬ te, ocasionándonos una pérdida irreparable. En el cielo vere¬ mos cómo la inmensa mayoría de las santidades frustradas —mejor dicho, absolutamente todas ellas—se malograron por una serie de infidelidades a la gracia—acaso veniales en sí mismas, pero plenamente voluntarias—, que paralizaron la acción del Espíritu Santo, impidiéndole llevar al alma hasta la cumbre de la. perfección. He aquí cómo explica estas, ideas el P. Garrigou-Lagrange: «La primera gracia de iluminación que en nosotros produce eficazmente un buen pensamiento es suficiente con relación al generoso consentimiento voluntario, en el sentido de que nos da, no este acto, sino la posibilidad de realizarla. Sólo que, si resistimos a este buen pensamiento, nos privamos de la gracia actual, que nos hubiera inclinado eficazmente al consentimiento a ella. La resistencia produce sobre la gracia el mismo efecto que el granizo sobre un árbol en flor que prometía abundosos frutos; las flores quedan agostadas y el fruto no llegará a sazón. La gracia eficaz se nos brinda en la gracia suficiente, como el fruto en la flor; claro que es preciso que la flor no se destruya para recoger el fruto. Si no oponemos resistencia a la gracia suficiente, se nos brinda la gracia actual eficaz, y con su ayuda vamos pro¬ gresando, con paso seguro, por el camino de la salvación. La gracia suficien¬ te hace que no tengamos excusa delante de Dios y la eficaz impide que nos gloriemos en nosotros mismos; con su auxilio vamos adelante humildemente y con generosidad» 4<5 . La fidelidad a la gracia es, pues, no solamente de gran im¬ portancia, sino absolutamente necesaria e indispensable para progresar en los caminos de la unión con Dios. El alma y su director no deberán tener otra obsesión que la de llegar a una continua, amorosa y exquisita fidelidad a la gracia. 637. 3, Eficacia santificadora.—Dejamos la palabra al P. Lallémant en unos párrafos admirables: 45 Tres edades p. j .* c.3 a,5. 4 6 Jbid. 780 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana < no sensual todavía). c) Aparición de esa persona en el sueño. Razón: al faltarle e! control del entendimiento y de la voluntad, la vida pasional aparece y se manifiesta en toda su plenitud en el sueño. La conducta práctica para controlar esta desviación afec¬ tiva es la siguiente: a) Al iniciarse con cierta insistencia los primeros sínto¬ mas de la desviación afectiva, cortar rápidamente; con sereni¬ dad, sin nerviosismo, pero de una manera del todo decidida y tajante. Al principio cuesta mucho menos que si dejamos im¬ prudentemente que tomen fuerza aquellas primeras manifes¬ taciones. 11 Jbid., c.20. 12 Lecciones de Teología espiritual (Madrid 1953) vol.i lect.32 p-4ir. 800 Pili. Desarrollo normal de la vida cristiana. b) Si la amistad sensible y sensual ha arraigado ya fuer¬ temente en el corazón, el peligro es grave y el remedio urgente. Hay que romper a raja tabla—buscando, quizá, un pretexto para suavizar la determinación ante el amigo—esa amistad que a nada bueno puede conducir a ninguno de los dos. Lo mejor sería trasladarse a vivir a otro lugar donde fuera imposible en¬ contrarse con la peligrosa amistad. No siempre será posible, sin embargo. Escuchemos, en este último caso, a San Francis¬ co de Sales «El que no se puede alejar, ¿qué debe hacer? Es necesario que evite toda conversación a solas, toda entrevista secreta, toda mirada tierna, las sonrisas afectuosas y, en general, toda suerte de comunicaciones que pueden alimen¬ tar este fuego pestífero y maloliente; o, por lo menos, si necesariamente tiene que hablar con el otro, que sea para manifestarle de manera dura y tajante que ha jurado permanecer eternamente separado de compañía tan pernicio¬ sa. Yo digo a voz en grito a todos aquellos que han caído en desgraciados amores: «¡Corta, rompe, rasgal Es necesario destruir, deshacer los lazos, rom¬ per o cortar. Se trata de ataduras que no tienen valor alguno. No hay que andar con miramientos en un amor tan contrario al amor de Dios...» «¡Ah!—me dirás—, pero ¿no es ingratitud incalificable romper de pronto con una amistad?» ¡Dichosa la ingratitud que nos hace gratos a Dios. No, no será ingratitud, sino grande beneficio que harás a la otra persona,) pues rompiendo los lazos que a ella te unen, romperás también los suyos, que son comunes; y, aunque de momento no se dé cuenta del bien que recibe, lo reconocerá muy pronto, cantando contigo en acción de gracias: «¡Oh Señor!, has roto mis lazos; te sacrificaré una ofrenda de alabanza e invocaré tu santo nombre » (Ps 115,7), ARTICULO 4 El apostolado . 664. El apostolado, en cualquiera de sus formas, reali¬ zado con verdadero espíritu sobrenatural, puede y debe re¬ presentar para el cristiano una verdadera fuente de santifica¬ ción. Examinaremos su concepto , grados , obligatoriedad , formas y relaciones entre el apostolado y la perfección cristiana, 665. 1. Concepto»—Vamos a precisar su significado no¬ minal y su contenido real. a) ; Nominalmente, la palabra apóstol viene del vocablo griego crrrócrroAos, derivado del verbo dorocrré^Aco = enviar, y significa enviado , mensajero , embajador , En el Nuevo Testamento se emplea esta palabra para de¬ signar, unas veces, a los doce grandes discípulos de Jesucristo, a los que hay que añadir los nombres de Matías, Pablo y Ber¬ ta ibid., c.21. L.U c.h. Medios secundarios externos 801 nabé, que son los apóstoles por antonomasia; pero otras veces se da también el nombré de apóstolés a toda clase' de predica¬ dores del Evangelio, incluso no pertenecientes á la jerarquía eclesiástica* Así San Pablo escribe en su carta a los Romanos: Saludad a Andrónico y a Junia> mis parientes y compañeros de cautiverio , que son muy estimados entre los apóstoles (Rom 16,7). Nótese que las palabras misión y apostolado, lo mismo que misionero y apóstol , son etimológicamente equivalentes. Misión y misionero vienen del verbo latino mitto, qüe significa enviar; exactamente igual que las palabras apóstol y apostolado , que, como hemos dicho antes, proceden del: verbo.grie¬ go cmrocrréXAw, que significa también enviar. b) Realmente. La significación nominal o etimológica dé la palabra apóstol nos ha puesto en la ruta de su verdadero sig¬ nificado o. con tenido real. Porque, en el sentido eclesiástico que aquí nos interesa, apóstol no es, en definitiva, sino un enviado de Dios para predicar el Evangelio á los hombres. Ló dice expre¬ samente San Pablo (Rom 1,1) y es doctrina común en toda la tradición eclesiástica. La expresión apostolado no significa otra cosa que la obra y actividad propia del apóstoL 666 . 2* Grados.—Pero la palabra apóstol es indudable¬ mente analógica y se aplica en muy diversos grados a jos dife¬ rentes sujetos de atribución. Según esto, podemos distinguir sin esfuerzo, a base de los datos de la Sagrada Escritura, y de la tradición, hasta seis grados o categorías distintas de. apos¬ tolado: . . ¡ . : i.° El apostolado en su grado eminente, como supremo analogado de la escala analógica-del mismo, corresponde por derecho propio a-Nuestro Señor Jesucristo; que es el. enviado del Padre , para traer al mundo la buena nueva y el mensaje redentor (lo 3,17; 8,16; 17,3.8.18,21, etc.). De El re r ciben el mandato y la misión apostólica todos los demás apóstoles (lo 20,21), 2. 0 En segundo lugar corresponde a los apóstaos'por antonomasia/ó sea, á los doce discípulos escogidos por Cristo—a .los que hay que añadir los nombres de Matías, Pablo y Bernabé—y enviados por El a predicar el Evangelio a toda criatura (Me 16,15). ; 3. 0 El tercer puesto lo ocupan el Romano Pontífice , sucesor, de San Pedro, y los obispos, sucesores de los demás apóstoles y. herederos de la mi¬ sión ordinaria que Jesucristo les confió; aunque no de la misión extraordi¬ naria como fundadores de la Iglesia ni de los cansinas persóiiales t si excep¬ tuamos al Romano Pontífice en ,ío tocante a! privilegió de lá infalibilidad. 4. 0 Los simples- sacerdotes enviados por el Papa y los obispos con algu¬ na misión jurisdiccional que participa directamente de la potestad eclesiás¬ tica, 5. 0 Los seglares encuadrados en alguná organización apostólica, entre las que destaca la Acción Católica, que, sin participar en modo alguno en la potestad propiamente eclesiástica o jurisdiccional, tiene parte en las ac¬ tividades ejecutivas de la misma bajo la dirección' de la jerarquía y como instrumentos de la misma. 802 P.Í1J. Desarrollo normal de la vida cristiana 6.° En sentido amplísimo, finalmente, puede llamarse apóstol cualquier persona que realiza alguna acción de apostolado (catequesis, buenos conse¬ jos, etc.)» aunque sea por su propia cuenta y razón y sin misión oficial alguna. 667. 3. Obligatoriedad.—Precisada la noción de após¬ tol y de apostolado y los diferentes grados en que se puede par¬ ticipar de este último, interesa demostrar ante todo la obliga¬ toriedad del apostolado para todos los miembros de Cristo sin excepción. Nadie puede eximirse de este sacratísimo deber, si bien afecta a los cristianos en grados muy diversos,. según la mayor o menor elevación en. que se encuentren, colocados por la divina Providencia en la escala analógica que acabamos de recorrer. He aquí las principales razones o fundamentos teológicos de la obligatoriedad universal del apostolado: r.° Es una exigencia de la caridad para con Dios, para con el prójimo y para con nosotros mismos. i a) Para con Dios.— El amor egoísta y sensual es exclusi¬ vista: no quiere que nadie participe de su gozo, quiere saborear¬ lo a solas. Sé explica muy bien por la limitación y pequeñez de la criatura sobre la que recae. Pero el amor de Dios, al caer sobre un objeto infinito e inagotable, lejos de disminuir crece y se agiganta a medida que se comunica a los demás. Por eso es imposible amar de veras a Dios sin sentir arder en las pro¬ pias entrañas el fuego del apostolado. Un amor de Dios que per¬ maneciera indiferente a las inquietudes apostólicas sería com¬ pletamente falso e ilusorio. «Una sola cosa deseo—decía Santa Teresita del Niño Jesús—: hacer amar a Dios».. Es el deseo fundamental y primario de todas las almas auténticamente ena¬ moradas de Dios. Volveremos sobre esto al hablar de las rela¬ ciones entre la perfección y el apostolado. b) Para con el prójimo.- —La caridad para con el prójimo nos obliga a desearle y procurarle toda clase de bienes, princi¬ palmente los de orden espiritual que se ordenan a la felicidad eterna. Imposible, pues, amar al prójimo con verdadero amor de caridad sin la práctica afectiva y efectiva del apostolado, al menos en la medida y grado compatibles con nuestro estado de vida y con los medios y procedimientos a nuestro alcance. c) Para con nosotros mismos. —Se ha dicho, con razón, que la limosna material beneficia mucho más a quien la da que a quien la recibe, porqué, a cambio de una cosa material y temporal, se adquiere el derecho a una recompensa espiritual y eterna. Ésto mismo hay que aplicarlo, con mayor razón aún, L.ll c.5. Aied'/os secundarlos externos 803 a la gran limosna espiritual del apostolado. Es cierto que el que la recibe se beneficia también en el orden espiritual y trascen¬ dente; pero ello sin perjuicio alguno, antes con gran ventaja de su mismo bienhechor. Al entregamos a las fatigas apostóli¬ cas en bien de nuestros hermanos, acrecentamos en gran escala nuestro caudal de méritos ante Dios. He aquí de qué manera el apostolado no solamente es una exigencia, sino una práctica excelente y simultánea del amor a Dios, ai prójimo y a nosotros mismos. 2. 0 Es una consecuencia del dogma del cuerpo místico de Cristo. Dios se valió del apóstol San Pablo para regalar a su Iglesia el tesoro doctrinal de la teología del cuerpo místico de Cristo. Tesoro infinito, de fecundidad inagotable para la vida cristiana. Mucho se ha escrito sobre él, y tenemos la dicha de poseer una maravillosa síntesis en lá luminosa encíclica del papa Pío XIIL Pero acaso en ningún otro aspecto ofrece posibilida¬ des tan magníficas para el teólogo como en el relativo al deber de apostolado que de él se desprende, con naturalidad y sin es¬ fuerzo, para todos los cristianos. No se concibe, en efecto, que los miembros de un mismo y único organismo sobrenatural permanezcan indiferentes ante la salud y bienestar de los demás. a) El bautismo, al incorporarnos al cuerpo místico de Cristo, nos ha vinculado de tal modo a nuestra divina Cabeza y a cada uno de nosotros entre sí, que nadie puede desentenderse de los demás sin cometer un aten¬ tado, un verdadero crimen contra los miembros de ese mismo cuerpo místico, que repercute inevitablemente sobre su divina Cabeza, El a mí me lo hicisteis del juicio definitivo tendrá su aplicación perfecta tanto en la línea del bien como en la del mal (Mt 25,40 y 45). b) La confirmación.— Las exigencias del bautismo se vigorizan y refuerzan con el sacramento de la confirmación, que nos hace soldados de Cristo y nos da la fortaleza necesaria para librar las batallas del Señor. El soldado tiene por misión defender el bien común. Un soldado egoísta es un contrasentido. Por eso el confirmado tiene que ser apóstol por una exigencia intrínseca de su propia condición 2 . 668* 4. Formas.—Sin. embargó, también aquí caben dis¬ tintas modalidades y grados. No todos los cristianos están obli¬ gados a practicar el apostolado en el mismo grado y, sobre todo, en la misma forma. Cabe distinguir el apostolado como estado , como vida y como práctica . a) Como estado, el apostolado corresponde propiamente al Romano Pontífice y a los obispos, sucesores legítimos de los apóstoles, a quienes ha J Hemos recogido un amplio resumen de la misma en otro lugar de esta obra (cf. n.78). 2 Cf. 111,72,2. 804 P.W. Desí,noüo. normal du la vichi cris ¡nina encomendado el mismo Cristo la misión augusta de perpetuar las funciones y ministerios apostólicos hasta la consumación de los siglos (Me 16,15). b) Como vida, es la que corresponde a cualquier sacerdote que haya recibido-legítimamente la misión apostólica de anunciar el Evangelio al pueblo. Entre esta falange, aguerrida de apóstoles de Jesucristo ocupan lu¬ gar destacado, por la trascendencia de su apostolado, los misioneros en tierra de infieles, encargados de dilatar los dominios de la fe cristiana hasta invadir el mundo entero. c) Como práctica, es el ejercicio de cualquier actividad apostólica, con misión canónica o sin ella. Esta última es la que se extiende también a los fieles seglares, que han de ejercitar el apostolado—en virtud de aque¬ llas exigencias que recordábamos arriba—, al menos en su propio ambiente, por todos los medios a su alcance. 669, 5. Relaciones entre el apostolado y la perfec¬ ción cristiana.—Examinado el concepto de apostolado—si¬ quiera sea con la brevedad extrema a que nos obliga la extensión e índole de nuestra obra—veamos ahora cuáles son sus relacio¬ nes íntimas con la perfección cristiana. a) El apostolado, parte, o efecto formal de la per¬ fección. —£anto Tomás prueba hermosamente que el celo apos¬ tólico es. un efecto del amor T Sobre todo, cuando el amor al¬ canza una gran intensidad, tiende a derramarse al exterior. Es imposible amar a Dios «con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas»—“primer mandamiento de la Ley, en cuya práctica perfecta, consiste la perfección cristiana—sin que sienta el alma el celo; devorador por la gloria de Dios y el ansia incontenible de apostolado. He aquí de qué manera el aposto¬ lado es inevitablemente un efecto formal de la perfección cris¬ tiana. No hay ni puede haber ninguna forma de. perfección cristiana que pueda prescindir o desentenderse de esta proyec¬ ción apostólica hacia los demás. En la Iglesia de Cristo todo es solidario y colectivo. El aislamiento egoísta es un pecado, y la santidad que prescinda del bien de los demás es una ilusión. Nadie, ni siquiera la monja de clausura o el religioso contempla¬ tivo, puede renunciar a ser apóstol sin cometer un crimen con¬ tra el cuerpo místico de Cristo y sin destruir la misma vida contemplativa en su concepto integral. La monja de clausura y el contemplativo tienen, asignada también una misión apostó¬ lica elevadísima que, a la vez que un deber irrenunciable, cons¬ tituye para ellos uno de sus timbres de gloria más preciados. Ellos no han de ser apóstoles con el ejercicio de la palabra y de las actividades exteriores, diametralmente opuestas al espíritu de su vocación contemplativa; pero han de serlo, y en grado 3 1-11,28,4. L.ll c.5. Medios secundarios externos $05 ¿mínente, con su oración, con sus sacrificios, con su ejemplo y testimonio ante la sociedad paganizada de nuestros días. Nuestro inmortal Donoso Cortés escribió la siguiente fra¬ se: «Creo que hacen más por el mundo los que oran que los que pelean; y que si el mundo va de mal en peor, consiste esto en que son más las batallas que las oraciones» Y un obispo mi¬ sionero afirmaba que diez monjas carmelitas orando le ayudarían más que veinte misioneros predicando. No cabe la menor duda. La caridad para con Dios, cuando es legítima y verdadera, enciende en nuestras almas la caridad para con el prójimo. El apóstol San Juan llega a decir que mien¬ te el que diga que ama a Dios si no ama también al prójimo (r lo 4,2o)> y entre los actos de amor, ninguno tan auténtico como el celo y ardor apostólico por colmar al prójimo de bienes espirituales, h ) Unión: íntima, necesaria para que la perfección sea auténtica y el apostolado fecundo. —Entre perfección y apostolado ha dé haber—hay necesariamente cuando son auténticas—una relación estrechísima y una influencia recí¬ proca y continua. Es clásica la fórmula de que la vida interior es el alma de todo apostolado y la garantía de su eficacia. Esta afirmación se apoya en los principios más firmes de la teología católica. Como es sabido, al establecer el Doctor Angélico la com¬ paración entre la vida activa y la contemplativa, concluye que esta última es más perfecta y meritoria que la activa, ya que —entre otras razones que allí expone—es más perfecto y meri¬ torio el ejercicio directo del amor a Dios, objeto de la vida con¬ templativa, que el del amor al prójimo, objeto inmediato de las actividades exteriores 5 . Pero añade poco después que la vida mixta es más perfecta que cualquiera de las otras consideradas aisladamente, porque reúne las excelencias de ambas e imita más de cerca la vida de Nuestro Señor Jesucristo, modeló su¬ premo de perfección 6 . La dificultad está en precisar e! verdadero concepto de vida mixta. Porque no hay ningún estado de vida activa que no reivindique para sí algún principio director o alguna influencia fontal de la vida contempla¬ tiva. Con lo que, si no se procede con mucha cautela y rigor teológico, cabe el peligro de concluir que la vida propiamente activa no existe y que toda la actividad apostólica—cualesquiera que sean su origen, finalidad y modo de desempeñarla—entra de lleno en el concepto de vida mixta y es, por consiguiente, superior a la vida meramente contemplativa. Esto sería un 4 Donoso Cortés, Obras competas t.2 p.227 (BAC, Madrid 1956). ^ Cf. 11 - 11 , 182 , 1 , 2 . <’ cr. 11-11,188,6. 806 P.lll , Desarrollo normal de la vida cristiana gravísimo error que no afectaría únicamente a la serena región de los prin¬ cipios, sino que tendría enorme y perniciosa repercusión en la práctica, jNol No toda actividad apostólica se beneficia sin más y como ex opere operato de las excelencias de la vida mixta. Esta, según el Doctor Angélico y la tradición teológica universal, es aquella que procede de la plenitud de la contemplación 7 . Es un desbordamiento hacia fuera de la propia vida sobrenatural. Tiene dos aspectos absolutamente inseparables: contemplar y comunicar a los demás lo contemplado: contemplan et contemplata aiiis tradere 8 . Ninguno de los dos aspectos se puede descuidar sin destruir en su propia raíz el concepto mismo de la vida mixta. Sin el elemento contem¬ plativo tendríamos pura actividad exterior: vida activa . Sin la proyección apostólica al exterior, tendríamos pura contemplación: vida contemplativa . Y en ninguno de los dos casos realizaríamos el concepto de la vida mixta . La vida mixta es, por consiguiente, sólo aquella en que las actividades apos¬ tólicas sean un efecto y una redundancia de la propia contemplación. De donde hay que concluir que, cuando estas actividades apostólicas, por muy numerosas e intensas que sean, no emanan de un alma auténticamente contemplativa que arde en el amor de Dios, no pueden reivindicar para sí la dignidad y excelencia de la vida mixta: son mera actividad exterior, pura y simple vida activa t muy inferior de suyo a la vida contemplativa y — a fortiori —a la vida mixta auténticamente tal. Por eso el Doctor Angé¬ lico insiste cuidadosamente en que, cuando e\ contemplativo sea llamado a las actividades apostólicas, esto no debe hacerse a manera de resta —subs¬ trayendo o recortando algo a la vida contemplativa—, sino a manera de suma, añadiéndolo como combustible a la propia vida de unión con Dios: hoc non fit per modum substractionis, sed per modum additionis 9 . ¿Quiere decirse con esto que un apóstol que no viva una vida interior exuberante está condenado irremisiblemente a la esterilidad y al fracaso? Aplicado al sacerdote en la totalidad de su ministerio, nos parece que no. No vale invocar aquí el argumento de que «nadie da lo que no tiene ni más de lo que tie¬ ne». Porque una buena parte de las actividades ministeriales del sacerdote tienen eficacia por sí mismas— ex opere operato —in¬ dependientemente del valor personal del que los administra. En este sentido, el sacerdote no da lo suyo , sino únicamente lo de Dios , o sea, lo que Dios pone en sus manos, por muy indignas y pecadoras que sean. Esto es verdad. Pero no cabe, tampoco la menor duda de que en todas aquellas otras actividades cuya eficacia se toma en buena parte de la eficiencia del instrumen¬ to—ex opere operantis —(y son todas las actividades sacerdotales exceptó las que se refieren a la válida administración de los sacramentos) el grado de santidad y perfección del ministro de Dios estará en proporción directa e inmediata con la eficacia sobrenatural de su apostolado; y un pobre cura de Ars, igno¬ rante y despreciado, pero ardiendo en amor divino, convertirá 7 «Ex plenitudine contemplationis derivatur» (11-11,188,6). 8 «Et hoc praefertur símplki contemplationi. Sicut enim maius est illuminare quam lucere ftolum, ita maius est contemplata aliis tradere quam solum contemplan? (¡bid.). * Cf. 11-11,182,1 ad 3 . L.U c.5 . Medios secundarios externos 807 más pecadores y llevará más almas a Dios que todos los profe¬ sores juntos de la Sorbona de París. Es, pues, indispensable una unión íntima y entrañable de la vida contemplativa y de la activa para realizar el concepto auténtico de vida mixta y asegurar la autenticidad de la per¬ fección cristiana y la fecundidad del apostolado. Por eso es preciso evitar con todo cuidado los errores y desviaciones pe¬ ligrosas por ambos extremos. c ) Errores y desviaciones peligrosas por ambos ex¬ tremos. —Sin duda alguna, en orden al apostolado son mayores los errores y peligros que provienen de una sobreestima exage¬ rada de la vida activa que de una exaltación enfermiza de la vida contemplativa: el activismo y americanismo, la llamada por los últimos papas herejía de la acción, es error mucho más fu¬ nesto que el quietismo. De todas formas, todo error es perni¬ cioso, y hay que huir cuidadosamente de los dos extremos vi¬ ciosos para colocarse en el término medio, justo y equilibrado, en el que consiste la virtud. a) El exceso de actividad incontrolada conduce casi siempre a la herejía de la acción y al fracaso personal del hombre que la viva. Conocidas son las palabras de un varón tan apostólico como el cardenal Lavigerie; «Para ún apóstol no hay término medio entre la santidad completa—al menos deseada y perseguida con fidelidad y coraje—y la perversión absoluta». La expe¬ riencia, por desgracia, confirma diariamente la sombría perspectiva de esta frase. El hombre, devorado por la fiebre de la acción, se entrega más y más a las actividades exteriores: ficheros, estadísticas, organizaciones, prensa, radio, cine, fiebre devoradora de movimiento... ¿Vida de piedad profunda, de continua e intensa oración? ¿Breviario recitado digne, atiente ac devote? ¿Larga preparación para celebrar la santa misa y entrañable y prolongada acción de gracias? ¿Lectura y meditación, actos de piedad personal ? «No hay tiempo para ello—se dice—; los tiempos son muy malos, las fuerzas del mal se organizan cada ver mejor; es preciso aponerles el valladar de nuestra resistencia, organización a organización, actividad a actividad. jSi pudiéramos atenderlo todo! Nos gustaría mucho la vida de oración, ponernos en contacto con el Señor en el Sagrario... iQué pena! No tenemos tiempo para ello». Así discurren estos pobres ex¬ traviados. El resultado de este insensato razonamiento suele ser la pérdida deí espíritu de fe, la tibieza y el hastío de la vida de oración y, demasiadas veces, por desgracia, la defección ruidosa y el escándalo de la apostasía final. b) El quietismo . En diametral oposición a este gran error, trata de re¬ fugiarse en la oscuridad e indolencia otra gran aberración disfrazada de pru¬ dencia sobrenatural. Es el quietismo , ridicula caricatura del recogimiento y vida contemplativa, que coincide, en realidad, con el más repugnante egoísmo cuando no se despeña hasta el abismo de la sensualidad, como tan¬ tas veces nos testifica la historia. El quietista «no quiere meterse en nada». So pretexto de concentración y oración, se encastilla en su aislamiento y ociosidad sin pensar en nadie fuera de sí mismo ni preocuparse de otra cosa que de sus propios intereses. No ha oído—o no ha querido escuchar—el grito 808 PUL Desarrollo normal de la vida cristiana de angustia del divino Redentor: Fuego he venido a traer a la tierra y ¿qué he de querer sino que arda? (Le 12,49). Es muy cómodo no «meterse en nada o ni abandonar un instante ia dulce ociosidad—■ il dolce far niente—; pero no es lícito con esta actitud bastarda llamarse discípulo de aquel divino Maestro que precisamente por haberse metido en todo acabó muriendo en lo alto de una cruz. d) La fórmula justa y equilibrada—Es preciso evitar cuidadosamente y por igual ambos extremos viciosos. La fór¬ mula justa y equilibrada nos la da el Doctor Angélico en aquella expresión lapidaria que ya hemos recordado más arriba: Con¬ templan et contemplata aliis tradere. Contemplar las cosas divi¬ nas a través de la oración y del estudio y comunicar después a los demás el agua limpia y cristalina que se desborde de la plenitud de nuestra propia vida sobrenatural. ARTICULO 5 La dirección espiritual 670. San Francisco de Sales, Vida devota 1,4: P. La Puente, Guía espiritual IV,z; P. Rodríguez, Ejercicio III tr.7; Scaramelll Directorio ascético 1,3; Fáber, Progreso 18; Desurmont, Chanté sacerdotale § 183-225; Beaudenom, Práctica progresiva de la confesión y direceicu; Plus, La dirección espiritual; Ribet, L'ascélique 34-40; Schrijvers, Principios 1.3 p¿3; De Guibert, Theologia spiritualis n. 184-222; Garricou-Lagrange, Tres edades 1,17; Tanquerey, Teología ascética n. 530-57; Naval, Curs<> de ascética y mística n. 22-35 (104*117 en la 8.* ed.) ; Études Carmelitaines: Dirección espiritual y psicología (Bilbao 1954). A* Nociones previas 671* 1. Naturaleza de la dirección espiritual.—Por di¬ rección espiritual se entiende el arte de conducir las almas pro ¬ gresivamente desde los comienzos de la vida espiritual hasta las cumbres de la perfección cristiana . Examinemos un poquito, la definición: a) «El arte... ^—Empleamos esta expresión en un sentido puramente metafórico. En realidad, la técnica de la dirección espiritual constituye una verdadera ciendia práctica que, bajo la dirección de la prudencia sobrenatu¬ ral, tiene.que aplicar al caso concreto planteado por la psicología especial de una determinada alma los grandes principios de la teología dogmática, moral y ascético-mística. Pero, hablando en lenguaje metafórico, bien se la puede considerar como un arte, toda vez que, teniendo por finalidad levan¬ tar hasta el cielo juna especie de edificio sobrenatural—según la bella metᬠfora de San Pablo 1 —, realiza, en cierto modo, la recta ratio faclibilium , que es el objéto propio del arte 2 . b) «... de conducir las almas...»—L a dirección espiritual es eminen¬ temente dinámica, orientadora. Tiene por objeto señalar a las almas el ver¬ dadero camino para llegar a Ja unión con Dios. Ese camino deberá recorrerlo el alma—-indudablemente—; pero incumbe al director trazarle la ruta que 1 1 Cor 3,9 : «Dí i enim sumus adiutores; Dei agricultura estis, Dei aedificalio estis», 2 Cf. 1 - 11 , 57 , 4 - JL.II c.5. Medios secundarios externos 809 deberá seguir en cada momento de su vida espiritual. No se trata de empu¬ jar , sino de conducir suavemente , respetando la libertad de las almas, c) «... progresivamente...» —El caminar debe ser firme y sin rodeos ni desviaciones. Pero también sin saltos ni precipitaciones imprudentes. El director debe conducir al alma gradual y progresivamente, no exigiéndole en cada momento más de lo que el alma pueda dar de sí con arreglo a las gracias que Dios vaya derramando.sobre ella (cf. Mt 23,4). d) «... DESDE EOS COMIENZOS DE LA VIDA ESPIRITUAL...»—La dirección debe comenzar inmediatamente que el alma, bajo el impulso de la gracia, se decide a emprender el camino de la perfección cristiana. En todas las etapas de ese camino hay infinidad de escollos y dificultades, que, según la providencia ordinaria de Dios, no se podrán superar sin la vigilancia y ayu¬ da de un experto director espiritual. e) «... HASTA LAS CUMBRES DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA».—Es él obje¬ tivo o finalidad misma de la dirección espiritual. El director debe orientar todas las energías del alma hacia su plena e íntima unión con Dios, o sea, hasta la cumbre de la santidad. Un director medio letrado y asustadizo —como diría Santa Teresa 3 —, que se contente con mantener a las almas en una vulgar mediocridad y no las estimule sin descanso hacia una per¬ fección cada vez mayor, hará gran daño a las mismas e incurrirá en~ uria grave responsabilidad ante Dios 4 . 672* 2. Importancia y necesidad,—Según el testimo¬ nio de la Tradición, la dirección espiritual es moralmente ne¬ cesaria para alcanzar la perfección cristiana. San Vicente Ferrer no vaciló en escribir en su famoso Tratado de la vida espiritual las siguientes terminantes palabras: «Nunca Jesucristo otorgará su gracia, sin la cual nada podemos hacer, a quien teniendo a su disposición un varón capaz de instruirle y dirigirle, desprecia esta ayuda persuadido de que se bastará a sí mismo y de que encontrará por sí solo todo lo que es útil para su salvación» 5 . Se prueba la necesidad moral de la dirección: i.° Por la autoridad de la Sagrada Escritura.—No hay en la Sagrada Escritura ningún texto claro y terminante que aluda directamente a esta cuestión, pero lo insinúa suficien¬ temente en multitud de textos. Véanse, por ejemplo, los si¬ guientes: «Sigue el consejo de los prudentes y no desprecies ningún buen consejo» (Tob 4,18). «Si uno cae, el otro le levanta; pero [ay del solo, que, si cae, no tiene quien le levante» (Ecl 4,10). «No hagas nada sin consejo, y después de hecho no tendrás que arrepen- tirte» (Eccl 32,23). «El que a vosotros oye, a mí me oye» (Le 10,ió). «Somos embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros» (2 Cor 5,20). 3 Gf. Vida 5,3; 13,14, etc. 4 Cf. San Juan de la Cruz, Llama cano.3 n.56. 5 San Vicente Ferrer, Tratado de la vida espiritual p.z.* c.r (ed. Valencia 1950) p.43-44. SI O P.IÍL Desarrollo normal de la vida cristiana Pueden citarse, además, los ejemplos de Cornelio, enviado a San Pedro {Act 10,5), y el de San Pablo a Ananías (Act 9,6), etc. 2. 0 Por la autoridad de la Iglesia. —La Iglesia rechazó siempre la emancipación dei director, preconizada por los fal¬ sos místicos con el pretexto ilusorio de dejar a las almas en mayor libertad bajo la acción del Espíritu Santo, y ha recomen¬ dado siempre la obediencia y sumisión a un sabio y experimen¬ tado director. Recogiendo este sentir de la Iglesia, León XIII, en carta al cardenal Gibbons, afirma terminantemente que esto ha sido siempre lo que han practicado los santos de todas las épocas y que los que rechazan esta doctrina incurren en ver¬ dadera temeridad. He aquí sus propias palabras: «Añádase, además, que los que tratan de santificarse , por lo mismo que tratan de seguir un camino poco frecuentado, están más expuestos á extra¬ viarse, y por eso necesitan más que los otros un doctor y guía. Y esta manera de proceder siempre se vio en la Iglesia; esta doctrina fue profesada unáni¬ memente por todos los que, en el transcurso de los siglos, florecieron por su sabiduría y santidad; y los que la rechacen no podrán hacerlo sin teme¬ ridad y peligro» *. 3. 0 Por la práctica universal de la Iglesia.— Desde los tiempos apostólicos, en efecto, aparece en la Iglesia la prác¬ tica de la dirección espiritual. Es cierto que se citan ejemplos de santidad alcanzada sin director espiritual—lo cual prueba que la dirección no es absolutamente necesaria—; pero la ley general es que, al lado de las almas más perfectas, se encuentra un sabio director, que las inicia y gobierna hasta llevarlas a la santidad. Y a veces se establece una corriente de mutua influen¬ cia sobrenatural entre ambos. Recuérdense los ejemplos de San Jerónimo y Santa Paula, del Beato Raimundo de Capua y San¬ ta Catalina de Siena, de San Juan de la Cruz y Santa Teresa, de San Francisco de Sales y Santa Juana de Chantal, de San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, etc. 4. 0 Por la naturaleza misma de la Iglesia, en la que la enseñanza y el gobierno se realizan por vía de autoridad. Nada más opuesto al espíritu del cristianismo que el buscar en sí mismo la regla de vida. Tal fue el error de los protestantes, que abrió la puerta a los excesos del libre examen y del más desen¬ frenado iluminismo. 5. 0 Por la misma psicología humana— Nadie es buen juez de sí mismo, aun presupuesta la máxima sinceridad y bue¬ na fe. Cuando se nos exponen con claridad, comprendemos mu- 6 León XIII, carta ai cardenal Gibboas Testem benevolentiae, del 22 de enero de 1890; véase en De Guibert, Documenta Eccles. christ. perfectionis sfudtum spectantia n.5Ó8. L.H cj. Medios secundarios externos 811 cho mejor los estados del alma ajena que los de la nuestra pro¬ pia. La misma situación clara y fácil cuando se trata de los de¬ más, viene a resultar oscura y complicada cuando se trata de nosotros mismos. Y es que no podemos prescindir de una serie de factores sensibles, de imaginación, de egoísmo, de interés, de gusto y aficiones, o de escrúpulos y preocupaciones excesi¬ vas, que vienen a enturbiar la claridad de la. visión y a entorpe¬ cer el dictamen de la razón práctica. Corolarios. —i.° Por todas estas razones aparece plenamente justi¬ ficada la afirmación tajante de San Vicente Ferrer que hemos recogido más arriba. ' 2. 0 La necesidad del director espiritual no es, .sin. embargo, absoluta e indispensable para todos. Si las condiciones en que tiene que vivir un alma le impiden tener la conveniente dirección espiritual (v.gr., aldeanos o monjas de clausura con un solo capellán incompetente o sin espíritu apostó¬ lico), Dios suplirá con sus inspiraciones internas la falta de guía exterior. Pero la dirección se hace indispensable—según la providencia ordinaria de Dios—para todo el que pueda fácilmente tenerla. B* El director 673. x. Definición.—Es el sacerdote encargado de con¬ ducir a un alma hacia la perfección cristiana. a) «El sacerdote...»— ¿Se requiere necesariamente que el director espiritual sea sacerdote ? Aunque no se puede establecer una ley absoluta y universal, ordinaria¬ mente hay que decir que sí. Es convenentísimo que lo sea por las siguientes razones 7 : 1. a Por la economía general del orden sobrenatural, que ha reservado al sacerdote el papel de maestro. 2. a Por la íntima conexión—a veces fusión—-con el oficio de confesor. 3. a Por la mejor preparación teórica y práctica para dirigir almas que ordinariamente suele tener el sacerdote, 4. a Por la gracia de estado sacerdotal, 5. a Por la práctica de la Iglesia, que prohíbe terminantemente la intro¬ misión en las almas a los no sacerdotes—aunque sean superiores religiosos—, aleccionada por los inconvenientes que fácilmente se originan de ello (cf. el 01.530). Sin embargo, por vía de excepción, no habría inconveniente, en admitir, en algún caso, la dirección voluntariamente escogida de una persona pru¬ dente y experimentada ajena al sacerdocio. Hay algunos hechos históricos, no sólo entre los padres del desierto y en los primeros, abades benedictinos, que no eran sacerdotes, sino en épocas más recientes, v.gr., los de. San Fran¬ cisco de Asís y San Ignacio de Loyola, antes de 1537; y hasta no faltan casos de dirección espiritual realizada por mujeres, como Santa Catalina .de Siena y Santa Teresa de Jesús. b) «... encargado...»— ¿Por quién? 7 Cf. De Guibert, Theologia spirituaUs n.rgo. 812 P.HI. Desarrollo normal de la vida cristiana • Remotamente —tratándose de un sacerdote—, por Dios y por la Iglesia, yá que en la misma ordenación sacerdotal va implícita la misión de santi¬ ficar a las almas por todos los medios posibles; uno de los cuales es, indu¬ dablemente, la dirección espiritual. Próximamente, la misión concreta y especial de dirigir a una determi¬ nada alma supone dos elementos esenciales: la libre elección del dirigido y la libre aceptación del director. i.° La libre elección del dirigido.—- Ninguna potestad humana puede obli¬ gar a un determinado súbdito a aceptar, la dirección de un determinado di¬ rector. AI señalar la Iglesia a los conventos de religiosas un determinado confesor, lo hace únicamente para facilitarles la práctica de la confesión sa¬ cramental, pero dejándolas siempre en libertad para confesarse con cual¬ quier otro sacerdote que reúna las condiciones requeridas (cf. los en.519- 523). En todo caso, el oficio de confesor no se identifica necesariamente con el de director espiritual. . Los seminaristas pueden ser obligados—como norma disciplinar—a pa¬ sar periódicamente por el despacho del director espiritual del seminario, pero no están obligados a someterse forzosamente a su dirección. 2. 0 La Ubre aceptación del director ,—La misión pastoral obliga al pᬠrroco y a todos aquellos que por razón de su cargo tienen cura'de almas a oír ex iustitia las confesiones de sus súbditos siempre que lo pidan razonable¬ mente (cf cn.892), La obligación de los demás sacerdotes es sólo de caridad . Pero la dirección espiritual propiamente dicha, aun en aquellos casos en que se realice a la vez que la confesión sacramental, es una función enteramente distinta de la simple administración del sacramento de la penitencia, que supone una nueva carga, con frecuencia penosa y llena de responsabilidad. Y no consta en ninguna ley divina ni eclesiástica que el sacerdote tenga obligación estricta de imponerse esa nueva carga. Queda, pues, en libertad para aceptarla o rechazarla, aunque siempre será verdad que hará una ex¬ celente obra de caridad si acepta una misión tan propia y proporcionada a sus funciones sacerdotales. Su negativa a dirigir una determinada alma no quebrantaría la justicia, pero sí fácilmente la caridad, que es virtud más excelente. c) «... de conducir a un alma...»— Por conducir entendemos la mi¬ sión de guiar, orientar, señalar a un alma la ruta que debe seguir en su mar¬ cha hacia la unión con Dios. Esta orientación ha de referirse tanto a los obstáculos y peligros que ha de evitar como a las obras positivas que ha de practicar. Volveremos más extensamente sobre esto al señalarle al director sus oficios y obligaciones. d) «... hacia la perfección CRISTIANA». —Es la finalidad misma de la dirección espiritual/como ya vimos. Y en esto se distingue el director espi¬ ritual del simple confesor. El confesor es, ante todo, un juez que goza de verdadera potestad en el fuero interno—conferida por la Iglesia—, y puede, dentro del ámbito dé su jurisdicción, obligar estrictamente al penitente. Su misión fundamental es perdonar, en nombre de Dios, los pecados, para lo cual debe/ ante todo, disponer al penitente en orden a la válida y fructuosa absolución sacramental. El director espiritual, en cambio, no goza en cuanto tal de ninguna jurisdicción en el fuero interno, no puede obligar estricta¬ mente a su dirigido, a no ser que éste haya emitido Ubérrimamente voto especial de obedecerle 8 , ni tiene por misión el perdón de los pecados, sino el perfeccionamiento progresivo del alma en orden a su plena santi¬ ficación, Esto suscita una cuestión complementaria que vamos a examinar. 8 Este voto, por otra parte, no es aconsejable ordinariamente, como veremos en su lugar. L.H rj. Medios secundarios' externos 813 674* 2. Confesión y dirección .—¿ Es necesario o conve'* niente que el director espiritual sea a la vez confesor ordinario del dirigido ? La respuesta debe ser con distinción: no es estricta¬ mente necesario/pero sí convénientísimó. a) No es estrictamente necesario,-— i. 0 ^ Porque de suyo son dos funciones enteramente distintas y, por lo mismo, separables. 2. 0 Porque a veces es materialmente imposible; (v.gr., en las ausencias del director, durante las cuales necesite el dirigido .confesarse). . .. 3. 0 Porque el confesor ordinario (v.gr., de monjas de clausura) puede, ser un excelente administrador del sacramento de la; penitencia, pero acaso no reúna las condiciones necesarias para dirigir a una determinada alma. 4. 0 En los casos de comunicación epistolar con un director ausente 9 . b) Pero es convénientísimo.—i . 0 Por la íntima relación entre am¬ bos ministerios. Aunque no se requiere, naturalmente, qué en cada confe¬ sión haya también dirección espiritual. Esta última puede realizarse, v.gr., una vez al mes o cuando las necesidades especiales del dirigido lo reclamen. 2. 0 Para mayor robustecimiento de la autoridad del director, que en cuanto tal no tiene jurisdicción alguna sobré el dirigido. 3. 0 Por la conveniencia de que la dirección se ejerza en el confesona¬ rio (sobre todo si se trata de mujeres). 4. 0 Porque favorece mucho la unidad de la vida espiritual en el alma del dirigido. $.° Para no multiplicar los entes sin necesidad, con peligro de fomen¬ tar ía vanidad del dirigido. Nota bene .—El maestro de novicios y su socio y el superior del seminario o de un colegio pueden ser directores espirituales de sus súbditos, pero no confesores ordinarios de los mismos (en,891), 675* 3* 'Cualidades del .director, espiritual.—Al hablar de las cualidades que ha de poseer el director espiritual, se im¬ pone una división primaria que dice relación a la manera de afectara la dirección misma. Unas sé refieren específicamente a ella, de tal manera que constituyen como las cualidades esen¬ cia ¡es del director en orden a la técnica de la dirección. Otras se refieren más bien a la personalidad moral del director, de tal manera que sin,ser absolutamente esenciales á ella contribuyen eficazmente a . una dirección perfecta y acabada, A falta .de una terminología consagrada por el uso, denominaremos-a.las pri¬ meras cualidades técnicas, y a. las segundas, cualidades morales del.director, Náturaímente que tanto unas pomo, otras .se refié- ren-, no a la dirección misma, sino a. la : persona del director^. pero con los matices especiales que acabamos de señalar. 676. A, Cualidades técnicas dél diréctor,“Acaso na¬ die como Santa Teresa de Jesús haya señalado con tanta preci ¬ sión las cualidades técnicas que ha de tener un buen director y Volveremos sobre las ventajas e inconvenientes de la dirección epistolar (cf. ci.705). 814 P.III, Desarrollo normal d^e la vida cristiana espiritual. Tiene que ser sabio,- discreto y experimentado. Escu¬ chemos a la insigne Doctora Mística: <¡Así que importa mucho ser el maestro avisado, digo de buen entendi¬ miento, y que tenga experiencia; si con esto tiene letras, es grandísimo ne¬ gocio. Mas si no se pueden hallar estas tres cosas juntas, las dos primeras importan más; porqué letrados pueden procurar para comunicarse con ellos cuando tuvieren necesidad. Digo que a los principios, si no tienen oración, aprovechan poco letras . No digo que no traten con letrados, porque espíritu que no vaya comenzado en verdad, yo más le querría sin oración; y es gran cosa letras, porque éstas nos enseñan a los que poco sabemos y nos dan luz, y llegados a verdades de la Sagrada Escritura, hacemos lo que debemos. De devociones a bobas nos libre Dios» 10 . Coa el parecer de Santa Teresa coincide plenamente el de San. Juan de la Cruz: «Y adviértase que para este camino, a lo menos para lo más subido de él y aun para lo mediano, apenas se hallará un guía cabal según todas las par¬ tes que ha menester, porque, demás de ser subió y discreto, es menester que sea experimentado. Porque para guiar el espíritu, aunque el fundamento es el saber y la discreción, si no hay experiencia de lo que es puro y. verdadero espíritu, no atinará a encaminar al alma en él, cuando Dios se lo da, ni aun lo entenderá» l 1 . Expongamos detalladamente estas cualidades fundamen¬ tales: 6774 i. a Ciencia.—La ciencia del director espiritual ha de ser vas¬ tísima. Porque, aparte del conocimiento profundo de la Teología dogmática —sin el cual se expone a errar en la misma fe al emitir su dictamen sobre fenómenos aparentemente sobrenaturales—y de la Teología moral —sin el cual ni siquiera podrá desempeñar convenientemente el oficio de simple confesor—, ha de conocer a fondo la Teología ascética y mística, principal¬ mente lo relativo a los principios fundamentales de la vida espiritual: en qué consiste la perfección, a quiénes y de qué manera obliga, cuáles son los obstáculos que hay que apartar, las ilusiones que se han de evitar, los ele¬ mentos positivos que es preciso fomentar. Ha de conocer particularmente todo lo relativo a la vida de oración: sus diferentes grados ascético-místicos, las pruebas que Dios suele enviar o permitir en las almas contemplativas (noche del sentido, del espíritu, arideces, persecuciones, asaltos diabólicos, etcétera). Ha dé ser un buen psicólogo, conocer perfectamente la teoría de los diferentes temperamentos y caracteres, la influencia que haya podido ejercer sobre el dirigido el medio ambiente en que ha vivido, la educación recibida, etc., etc. Ha de conocer también los principios fundamentales de la psicopatología, los casos anormales, las enfermedades nerviosas y mentales más frecuentes.' En fin, es menester que posea un conocimiento cabal de las reglas para el discernimiento de los espíritus, sobre todo si dirige almas en las que aparecen fenómenos extraordinarios y gracias gratis dadas. No siempre se requieren conocimientos tan amplios y profundos para la dirección ordinaria de las almas. Tratándose de principiantes y aun de almas simplemente piadosas, bastará de ordinario que su director posea la ciencia habitual en un sacerdote suficientemente docto y experimentado. 10 Santa Teresa, Vida 13,16; cf. 5,3; 13,14 y 17; 25,14; Camino c.5, etc. 1 1 San Juan de la Cruz, Llama canc.3 n.30. L.ll c.5. Medies secundarios externos 815 Pero para la dirección de almas extraordinarias o anormales se requiere una ciencia superior a la ordinaria. En todo caso, el sacerdote tiene obligación, en virtud de su mismo oficio de confesor, de poseer la ciencia suficiente para hacerse cargo de estos casos extraordinarios, que en la práctica abundarían mucho más si hubiera directores competentes y llenos de espíritu apostó¬ lico que impulsaran a sus dirigidos hacia las grandes alturas de la perfección cristiana. Y en último término, conocida la propia incompetencia para di¬ rigir una determinada alma, tiene obligación de recomendarle que se ponga bajo otra dirección. De no hacerlo así incurriría en una grave responsabilidad ante Dios, al «entremeter su tosca mano en cosa qué no entiende, no deján¬ dola a quien la entienda» 12 . 678. 2. a Discreción,—La palabra discreción viene del verbo latino discernere, que significa distinguir, separar, dividir. Con esa expresión, en efecto, queremos significar un conjunto de cualidades que miran, ante todo, a la claridad y penetración de juicio para distinguir en cada caso lo verdadero de lo falso, lo recto de lo torcido, lo conveniente de lo perjudicial. Es una de las dotes más importantes qué debe poseer el director espiritual. Supone principalmente tres cosas: prudencia en las decisiones, claridad en los con¬ sejos y firmeza y energía en exigir su cumplimiento. a) Prudencia en las decisiones.— La prudencia, definida por Aristó¬ teles como la «recta ratio agibilium» 13 , es la virtud moral que. dirige al en¬ tendimiento para que juzgue rectamente sobre lo que debe hacerse en los casos particulares. Tiene grandísima importancia en la vida moral, ya que ella debe regular el ejercicio y la práctica de todas las demás virtudes 14 . Debe brillar ante todo en los gobernantes y es absolutamente indispensable en el director espiritual l5 . La prudencia verdadera se subdivide en tres especies: 1. a Natural o adquirida .—Es la prudencia humana que, guiándose por las luces de la recta razón, busca los medios más oportunos para conseguir un fin honesto. El director espiritual puede y debe servirse de ella en lo que sea aprovechable en el gobierno de las almas, fomentándola e incrementán¬ dola con él estudio de las ciencias psicológicas y experimentales y una in¬ tensa y profunda reflexión personal. 2. a Sobrenatural o infusa .—La prudencia natural o adquirida, aunque muy útil, no es suficiente para la dirección de las almas, ya que, tratándose de una empresa estrictamente sobrenatural, no bastan las luces de la simple razón natural; se requieren, ante todo, los grandes principios de la fe. Esto es lo propio de la prudencia sobrenatural o infusa. ¡Cuántas cosas exige la prudencia sobrenatural, que no acierta a comprender la simple prudencia humana por rebasar las luces de la simple razón naturall El director tiene que tener esto muy presente para no condenar, en nombre de una prudencia puramente natural y humana, muchas cosas que Dios aprueba y bendice, tales como las grandes penitencias, los sacrificios heroicos, la inmolación de sí mismo por la salvación de los demás, etc. Nada debe temer tanto el direc¬ tor como cortar él vuelo a las almas que han nacido para águilas en los ca¬ minos del Señor. Incurriría con ello en una gravísima responsabilidad. Sería el ciego qué guía a otro ciego, hasta caer ambos en la fosa (Mt 15,14). 3. a El don de consejo. —Pero a veces ni siquiera la prudencia infusa tiene suficiente luz para resolver una determinada situación, sobre todo tratán- 12 San Juan de la Cruz, Llama de amor viva cañe. 3 n.56. 13 InVl Ethic. c.s n.4/ 14 11 - 11 , 47 . 15 Remitimos al lector a los n.376-80, donde estudiamos ampliamente e^ta virtud. 816 P.11I. Desarrollo normal de la vida cristiana dose de la dirección de las almas Heroicas. El Espíritu Santo, principal di¬ rector de esas almas, tiene a veces exigencias que rebasan no sólo la razón natural, sino las mismas luces ordinarias de la fe. Es menester entonces una especial docilidad para dejarse llevar de ese impulso divino, que parece locura ante los hombres, pero que es profunda sabiduría ante Dios (i Gor 3,19); Esto es lo propio y específico del don de consejo, que es uno de los que con mayor insistencia y humildad ha de pedir el director espiritual para el acier¬ to en el desempeño de su misión. b) Claridad en los consejos! —Lá segundá condición que ha de reunir la discreción deí director espiritual es lá de la claridad en los consejos que dé a sus dirigidos y en las normas de conducta que Ies señale. Esto supone principalmente dos cosas: 1. a : Transparencia,de pensamiento, de tal manera que se eviten al diri¬ gido toda clase de angustias e inquietudes en la interpretación de las nor¬ mas o .consejos del director. Este debe evitar a todo trance el lenguaje du¬ doso e indeciso; los «tal vez», «si le.parece»; «a no ser que prefiera», etc. Debe dar normas claras, fijas, bien concretas y determinadas, que no admitan dudas ni interpretaciones equívocas. Debe resolver los problemas del diri¬ gido con un sí o no rotundos, aunque, desde luego, después de haberse to¬ mado el tiempo necesario para una madura reflexión si el caso lo requiere. No debe dejar nunca ningún cabo por atar. Si el alma se da cuenta de que el director titubea y no está bien seguro de lo que dice, muy pronto perderá la confianza en él y abandonará la dirección o le hará perder toda su eficacia. 2 . a Plena sinceridad y franqueza para decirle al dirigido la verdad, sin tener para nada en cuenta respetos o motivos humanos. Faltaría gravemen¬ te a su deber el director que por no molestar al dirigido o para que no se le vaya con otro (] !) dejara de señalarle sus faltas, disimulara sus ilusiones, sus defectos y sus yerros o exagerara las virtudes qué practica. A este propósito escribe con mucho acierto un gran maestro de* la vida espiritual: «¿Cuántas almas se encuentran, que parecen muy virtuosas y están , completamente vacías de virtud, porque .están llenas de sí mismas y de la propia estimación, y no Han encontrado todavía quien las haya desengañado diciéndoles que no han aprendido siquiera la primera lección de la vida espiritual!» 16 Con prudencia y mansedumbre, pero a la vez. con energía y fortaleza, el director debe manifestarle a su dirigido absolutamente toda la verdad. No olvide que está Haciendo las veces de Cristo 17 y que deberá dar estrecha cuenta a Dios de la administración de sus poderes sacerdotales. Quien no se sienta con ánimo para decir la verdad, aunque sea a un superior o a una alta autoridad eclesiástica o civil, debe renunciar en absoluto a ejercer el cargo de director espiritual de esa determinada alma. c) ¡Firmeza y energía en exigir su cumplimiento —E! director ha de ponerse, en guardia para no convertirse prácticamente en dirigido. Hay almas que tienen una habilidad extraordinaria para salirse siempre con la suya y conseguir que e! director les «mande» lo que ellas quieren 18 , Con suavidad y dulzura, pero también con firmeza y energía inquebrantables, el direc¬ tor ha de cortar a raja tabla este abuso. Una vez emitido su dictamen con arreglo a las reglas, de la prudencia, no han de hacerle cambiar jamás las sú¬ plicas y lágrimás del dirigido, a no ser que cambien substancialmente las 1<¡ P. Ignacio G. Menénoez-Reigada, De dirección espiritual (Salamanca i<334) p. 34 . «Pro Christo enim kgation? fungimur' (2 Cor 5,2c). 18 San Juan de la Cruz, Noche 1,2,3. L.U c.5. Medios secundarios externos 817 circunstancias. El alma dirigida ha de tener la plena persuasión de que no tiene, más que dos caminos: obedecer sin réplica o cambiar de director. Lo exigen así la dignidad del director y el bien del dirigido. Esta es, por otra parte, la tínica defensa que tiene el director para mantener su autoridad, ya que propiamente no tiene sobre el dirigido ninguna potestad de jurisdicción. A falta de.ello, exija a su dirigido la obediencia y cumplimiento exacto de sus orientaciones, bajo pena de negarse a continuar la dirección. No olvide, sin embargo, el director qué no debe exigir jamás al dirigido nada que sea desproporcionado a sus deberes y obligaciones, a sus fuerzas y disposiciones actuales, a su condición y temperamento. No debe olvidar tampoco que una es la condición de los principiantes, otra la de los apro¬ vechados y otra muy distinta la de. los perfectos. Un rigor excesivo podría atemorizar á las almas y hacerlas desistir de sus anhelos de perfección. Pero, dentro de las posibilidades actuales del alma dirigida, reguladas por lá pru¬ dencia y la caridad, debe ser inflexible en exigir la obediencia y sumisión más absolutas. 679. 3. a Experiencia.—Es una de las más preciosas cualidades de que debe estar adornado el director espiritual. Esta experiencia ha de ser de dos clases: propia y ajena. a ) Experiencia propia. —Para la dirección de las almas ordinarias no se requiere mayor experiencia de la vida espiritual que la que suele tener cual¬ quier sacerdote que desempeñe dignamente su sagrado ministerio; pero para la dirección de las almas escogidas, que han entrado ya de lleno en la vida mística, se hace casi indispensable que el director tenga alguna experiencia propia de esos caminos de Dios. Es verdad que una prudencia exquisita, junto con la ciencia competente de los estados místicos, podrá bastar en la mayoría de los casos para dirigir con acierto a estas almas; pero no lo es me¬ nos que, sin algo de experiencia personal, el director se verá desorientado y perplejo en multitud de circunstancias y ocasiones. Cuando comienzan a actuar intensamente en un alma los dones del Espíritu Santo, se produce un cambio tan completo y profundo en su panorama espiritual, se alteran y modifican de tal modo las mismas ideas y puntos de vista del dirigido, que el director que no conozca por sí mismo algo de ésas profundas transforma¬ ciones que suele obrar el Espíritu Santo en las almas que se le entregan ple¬ namente, andará desconcertado y sin saber qué determinación tomar. Ya . Santa Teresa decía, hablando de los directores, que «a los principios, si no tienen oración , aprovechan poco letras» 19 . Y San Juan de la Cruz advierte —como ya vimos—que, para guiar estas almas, el director, «además de ser sabio y discreto, es menester que sea experimentado. Porque para guiar el espíritu, aunque el fundamento es el saber y la discreción, si no hay expe¬ riencia de lo que es puro y verdadero espíritu, no atinará a encaminar al alma en él, cuando Dios se lo da, ni aun lo entenderá» 20 . ¿Qué debe hacer el director cuando advierte que no tiene suficiente espí¬ ritu para guiar a una de estas almas extraordinarias? Si puede fácilmente ponerla en otras manos más autorizadas que las su¬ yas, debe hacerlo inmediatamente con toda sencillez y generosidad. Se ex¬ pondría fácilmente, de lo contrario, a desorientar un alma grande y a frus¬ trar, tal vez, una verdadera santidad, incurriendo con ello en una gravísima responsabilidad ante Dios. No olvidemos que glorifica mucho más a Dios la plena santificación de un alma que la conversión de mil pecadores. Pero si, por un conjunto de especiales circunstancias, el alma no podría encon- 19 Vida 13,16. 2 ° Llama canc.3 n.30. TeoL perfección 29 818 P.IH. Desarrollo normal de la vida cristiana trar fácilmente en otra parte una dirección adecuada, humíllese mucho, el director delante de Dios, pídale insistentemente sus luces y gracias, estudie, reflexione, intensifique hasta el máximo su propia vida de oración, y confíe en la divina Providencia, que no dejará de ayudarle en aquella formidable empresa. bj Experiencia ajena. —Pero la propia experiencia tampoco basta para hacer un perfecto director espiritual. Porque, siendo tantos y tan diferentes los senderos por donde el Espíritu Santo conduce a las almas hastala cum¬ bre de la santidad, es menester contrastar la propia experiencia con la de otras muchas almas con el fin de aprender a respetar en cada una de ellas las vías especiales por donde Dios quiera conducirla. Gravísima impruden¬ cia cometería el director que pretendiera guiar a todas las almas por el mismo camino e imponerles indistintamente sus puntos de vista personales, por buenos y excelentes que sean. Nunca debe olvidar que el verdadero director de esas almas es el Espíritu Santo, y que la misión del sacerdote se limita a secundar su acción divina, apartando los obstáculos que se presenten en la marcha y llevando al alma a una fidelidad cada vez más exquisita a las mociones interiores de la gracia. Para ello ayudará mucho el trato profundo y reflexivo con las almas. 68 0, B. Cualidades morales del director,—Son—de¬ cíamos—aquellas que, sin ser absolutamente indispensables para lá técnica de la dirección, contribuyen poderosamente a su complemento y perfección. Las principales son cinco: intensa piedad, celo ardiente, bondad de carácter, profunda humildad y perfecto desprendimiento y' desinterés en el trato con las almas. Vamos a examinarlas una por una. 681. i. a Intensa piedad.—Es fácil comprender la necesidad de una piedad profunda en el director espiritual. Ordinariamente, en esto, como en toda, no suele ser el discípulo superior a su maestro Reglas muy provechosas... n-Q (Obras completas, BAC t.i p.1048). 30 Vida devota p. i.* c.4. 822 PJIL Desarrollo normal de la. vida cristiana 4. Oficios y obligaciones del director espiritual.—Los principales son los siguientes: 6864 i.° Conocer el alma dirigida—Ante todo, debe el director conocer a fondo el alma que trata de dirigir. Su carácter, temperamento, in¬ clinaciones buenas y malas, defectos, repugnancias, aficiones, fuerzas y ener¬ gías, etc. Debe conocer, al menos en sus líneas generales, las cosas más im¬ portantes de su vida pasada: qué pecados principales cometió, a qué vicios estuvo sometida y por cuánto tiempo, qué medidas tomó para enmendarse de ellos y con qué resultado práctico, qué. gracias recibió de Dios, qué pro¬ gresos realizó en da virtud y por qué medios, cuáles son sus disposiciones actuales, qué intensidad alcanza el deseo de su propia santificación, qué sa¬ crificios está dispuesta a realizar para lograrla, qué tentaciones padece, cuáles son los obstáculos y dificultades que experimenta. Pero, fuera de casos verdaderamente excepcionales y rarísimos, guárdese de exigir al dirigido una relación por escrito de su vida pasada y, menos aún, de admitírsela si él mismo la propone. Tales escritos ofrecen no pocos in¬ convenientes, tanto por parte del dirigido—que fácilmente se ilusiona pen¬ sando en las autobiografías de algunos santos, y escribe, acaso, con vistas a la futura publicación de su vida y milagros—como por parte de| director, a quien hacen perder un tiempo precioso y le ponen en peligro de quebran¬ tar el secreto natural que esas relaciones exigen, ya que pueden fácilmente caer en otras manos indiscretas. La información del director debe ser oral , recibida directamente del dirigido o de otras personas que le conozcan a fondo, salvadas siempre la prudencia y discreción más elementales. Ni tiene obligación de creer al dirigido en todas sus manifestaciones—y en esto se distingue del confesor , que debe juzgar siempre según lo que el penitente le manifieste en su favor o en contra—, sino que puede y debe examinar des¬ pacio las cosas y no ser demasiado crédulo, sobre todo si se trata de mujeres de virtud poco acrisolada y abundan en sus relaciones los fenómenos extraor¬ dinarios y las gracias gratis dadas. , 687. 2. 0 Instruirla.—El director debe dar al dirigido oportunas ins¬ trucciones teórico-prácticas con el fin de que sepa formarse conciencia rec¬ ta y resolver por sí mismo sus propios problemas al menos en las cosas más fáciles y de menor importancia. Debe evitar las contestaciones dema¬ siado autoritativas sin ninguna justificación doctrinal, a no ser tratándose de almas escrupulosas o excesivamente curiosas a quienes haya que corregir de este defecto. Ordinariamente procederá con acierto si muestra brevemen¬ te al dirigido de qué manera sus consejos se fundan en el dogma y se apoyan en la experiencia y práctica de la Iglesia. Eso da una gran autoridad al di¬ rector, instruye al dirigido y llena su alma de una paz y seguridad que con¬ tribuirán poderosamente a su adelantamiento espiritual. Pero evite cuidadosamente el director llevar al campo de la dirección las disputas y controversias de las diversas escuelas de espiritualidad cris¬ tiana, las cuestiones abstrusas de la Teología especulativa (predestinación, gracia eficaz, libertad humana, etc.) y, en general, todas las que tendrían únicamente por objeto satisfacer )a curiosidad del dirigido, sin aportar nue¬ vos elementos de mejora y progreso en su vida espiritual. Insista en los puntos fundamentales comunes a todas las escuelas {necesidad de la propia abnegación, del perfecto desprendimiento, de !a fidelidad a. la gracia, de la humildad profunda, etc., etc.) y procure fundar,.la perfección en el amor de Dios y del prójimo y en el exacto cumplimiento de los-deberes del pro¬ pio estado. Por aquí no hay peligro de extraviarse ni de ‘perder el. tiempo en cuestiones bizantinas- Esta dirección aprovechará a todas las almas, las L.II c.5. Medros secundarios externos 823 encauzará por el verdadero camino que han seguido siempre todos los san¬ tos y las hará llegar de hecho a la cumbre de la perfección. «La dirección que ha de darse a las almas rio ha de depender jamás de cuestiones discutidas, sino de doctrinas admitidas comúnmente» 31 . 688. 3. 0 Estimularla.—Son poquísimas las almas, aun entre las. más adelantadas, que no necesitan esta ayuda. Débiles de voluntad, desiguales, inconstantes, antojadizas, volverían fácilmente atrás sin el estímulo y aliento del director. No olvide nunca el guía de almas que no es solamente un con¬ sejero encargado de resolver las dudas y dificultades que se le propongan, sino un verdadero educador y maestro que debe contribuir positivamente a la formación espiritual del alma que Dios le confia. Y de ningún otro, modo podrá hacerlo mejor que con un aliento y estímulo constante. Debe infundir a tas almas un sano optimismo—fundado en la confianza en Dios y en el desprecio de sí mismas—, de que están llamadas individualmente a la perfección y de que la alcanzarán de hecho si son fieles a la gracia. Debe tenderles paternalmente la mano cuando han caído y hacerles ver que sería de peores consecuencias para su vida espiritual el desaliento por la caída que la caída misma. Anímelas a aprovecharse de sus mismas faltas para incrementar su vigilancia y exactitud en el servicio de Dios 32 . Es incalcu¬ lable el daño que se les podría hacer con un trato duro y áspero en el preciso momento en que esas almas destrozadas necesitan apoyo, confianza y .estímulo para seguir adelante sin desfallecer en la penosa marcha hacia el ideal. Nada tes anima y fortalece tanto como verse acogidas con inmensa bondad y mi¬ sericordia, cuando creían merecer una áspera reprensión del que conside¬ ran representante directo y auténtico de Dios. . 689. 4. 0 Controlar, su vida espiritual.—Es una de las finalidades más importantes de la dirección espiritual. El alma no debe dar un solo paso—al menos si es de relativa imporfcancia—sin contar con la aprobación expresa de su director espiritual. Plan de vida, método de oración, prácticas de devoción, de penitencia o de apostolado, materia del examen particular, etcétera, todo debe estar controlado por el director. * Pero limítese la dirección a las cosas estrictamente relacionadas con el aprovechamiento del alma en la vida espiritual. No tolere el director que se infiltren subrepticiamente en la dirección asuntos familiares,, negocios temporales, preocupaciones humanas, sueños descabellados, etc., etc. Corte a raja tabla, con energía y rapidez, cualquier desviación en este sentido. Sea inflexible sobre todo en exigir la brevedad máxima en la manifestación de los problemas, sin perjuicio, no obstante, de atender largamente a las almas cuando realmente lo hayan menester. Si acostumbra a las almas desde el principio a esta manera de proceder, las educará excelentemente en un punto importante, se ahorrará a sí mismo lamentables pérdidas de tiempo y evitará, acaso, la impaciencia y desesperación de tos que están guardando turno alrededor del confesonario. 690. 5. 0 Corregir sus defectos.—El director ha de saber compaginar la suavidad y dulzura de su trato con el imperioso deber de corregir los de¬ fectos del alma dirigida. Ha de tener siempre presente que, aunque la fina¬ lidad misma de la dirección es eminentemente positiva —llevar al alma hasta la cumbre de.la perfección—, no podrá lograrse jamás ese ideal sin la cons¬ tante labor negativa de corregir y arrancar defectos, que nunca faltan del todo en ninguna de las etapas de la vida espiritual. Y en esta corrección y 31 Tanquefey, Teología ascética y mística. 11.32a. 32 Consúltese sobre esta materia la excelente obrita de Tissot El arte de utilizar nues¬ tros faltas. 824 PUL Desarrollo normal de la vida cristiana enderezamiento de lo torcido ha de atender no solamente a los defectos mo¬ rales, sino también a los psicológicos v temperamentales: Corrija la precipi¬ tación, ligereza, inconstancia, superficialidad, antojos y caprichos, puntos de vista equivocados, etc., y obligue a seguir una norma seria, fija, constante, invariable, que no deje margen a interpretaciones equívocas y eseapaderas de amor propio. Humille a las almas haciéndalas ver que de sí mismas no tienen absolutamente nada, y que si el Señor se ha fijado en ellas, ha sido precisamente porque su amor y misericordia le inclinan siempre a compa¬ decerse de los seres más flacos .y miserables. Nó tolere nunca que el amor propio levante cabeza en ninguna forma. Y sin abatirlas, antes al contrario, estimulándolas y alentándolas, como hemos dicho antes, procure que las almas estén anonadadas ante su propia miseria, poniendo su confianza úni¬ camente en la gracia de Dios y en Ja intercesión de María. . 1 691, 6.° Proceder progresivamente,—La dirección ha de ser pro¬ gresiva y acomodada al grado de virtud, al temperamento, edad y circuns¬ tancias actuales del dirigido, a imitación de San Pablo, que se hacía todo para todos (1 Cor 9,22), y no imponía sobre nadie cargas insoportables (1 Cor 3,2; cf. Mt 23,4). El maestro Daza estuvo a punto de desorientar a Santa Teresa por exigirle demasiado a prisa algunas cosas para las que la Santa nó estaba preparada todavía 33 . Y sin caer en el extremo opuesto de «dejar hacer»—que esterilizaría por completo la dirección—, la prudencia del director deberá-marcar en cada caso el límite máximo más alia del cual el alma no podría llegar con sus fuerzas actuales. Prácticamente, cuando trate de intensificar la vida espiritual del alma, propóngaselo por vía de en¬ sayo. Observe cómo reacciona, si efectivamente le hace adelantar la nueva orientación o si se le convierte en carga abrumadora que le preocupa o con¬ turba. Proceda siempre con energía y firmeza, pero ál mismo tiempo con suavidad y paciencia, evitando por igual la. negligencia y flojedad, qüe im¬ pediría el progreso por falta de estímulo, y el excesivo rigor, que lo haría imposible por desaliento de! alma. 692. 7, 0 Guardar secreto.—Procuré el director guardar la más ab¬ soluta reserva sobre las confidencias que haya recibido de las almas, no sólo porque muchas de ellas estarán con frecuencia relacionadas con el sigilo sacramental, sino porque—aun las recibidas sin carácter de confesión—obli¬ gan de suyo al silencio por el secreto natural de oficio, que es él que obliga más estrictamente en conciencia, como enseñan los moralistas. Las almas suelen llevar muy a mal ésta clase de indiscreciones; y con frecuencia basta este solo capítulo para hacerles perder la confianza en su director. Sobre todo si se trata de almas muy adelantadas, con fenómenos y carismas sobre¬ naturales, hay que extremar la prudencia y discreción por los grandísimos inconvenientes que podrían seguirse de lo contrario. Reprima el director el prurito de querer comunicar esas cosas bajo el pretexto de edificación y no tema sobrepasarse nunca en-el rigor y severidad de su silencio. 33 Cf. Vida 27,8 y 9. Cf, Auísos n.Q. LAl c.5. Medios secundarios externos 825 C. El dirigido 693* i . Definición.—Es toda alma que, aspirando seria¬ mente a la perfección cristiana, se ha puesto voluntariamente bajo el. régimen y gobierno de un director espiritual. a) «... toda alma. -Nadie absolutamente está excluido de la nece¬ sidad moral de someter las cosas de su alma al gobierno y control de'un director. Ni siquiera los que ejercen profesionalmente el cargo de directo¬ res de almas, ni los grandes teólogos, ni los obispos, ni él mismo Sumo Pon¬ tífice. No sólo porque nadie es buen juez de sí mismo—aunque acaso lo sea excelente de los demás—, sirio porque el valor y la eficacia de la direc¬ ción rio reside, únicamente en la solución teórica dé las dificultades—qué puede no.ser necesaria o imposible cuando el dirigido es más docto y com¬ petente que. el mismo director—, sino en la fuerza estimulante de los con¬ sejos y exhortaciones del director y en la humildad, obediencia y sumisión del dirigido. El qué por creerse superior a los demás desprecia los consejos dé un prudente director, ya puede despedirse dé alcanzar jamás la perfec¬ ción cristianá. b) «... QUE ASPIRANDO SERIAMENTE A LA PERFECCIÓN CRISTIANA...»— Sin esto, la dirección espiritual sería completamente inútil e imposible por faltarle su objeto propio. Para obtener la simple absolución, de Los pecados, para arrastrar una vida mediocre y enfermiza, sin ideales de perfección ni anhelos de santidad, no hace falta para, nada un director espiritual; basta un simple confesor ocasional. c) «... se ha puesto .voluntariamente. Ya vimos cómo la elección de director es completamente voluntaria y libre por parte del dirigido. Exa¬ minaremos más abajo la cuestión de la elección (cf. n.702). d) «... BAJO EL RÉGIMEN Y GOBIERNO DE UN DIRECTOR ESPIRITUAL».— Como es obvio, este gobierno sé refiere exclusivamente a las cosas interio¬ res de la vida espiritual. El director en cuanto tal no tiene jurisdicción al¬ guna sobre su vida externa; y así, tratándose de una persona consagrada a Dios, se guardará mucho de imponerle ninguna carga que pueda perturbar en lo más mínimo las observancias regulares de su Orden; y, tratándose de una persona seglar, deberá acomodar su dirección a los deberes de su pro¬ pio estado, haciéndola perfectamente compatible con ellos. 694. 2. Cualidades y deberes del dirigido.—Podemos distinguir dos categorías de deberes: A) con relación a la direc¬ ción misma, y B) con relación al director. A. Con relación a la dirección misma.— Los principa¬ les son cuatro: plena sinceridad, docilidad y obediencia, perse¬ verancia y discreción absoluta; Vamos a examinarlas por se¬ parado: 695. i.° Plena sinceridad y apertura del corazón;—Es el primero y principal de sus deberes, pues sin esto se hace completamente imposible la dirección. El director ha de saberlo y controlarlo todo: las tentaciones y flaquezas , para que nos ayude a vencerlas o superarlas; nuestros .propósitos y resoluciones, para someterlos a $ú examen y aprobación; las inclinaciones 826 P.llL Desarrollo normal de la vida cristiana buenas y malas, para que fomente las primeras y contrarreste las segundas; las dificultades y estímulos ; los triunfos y las derrotas ; las esperanzas e ilusio¬ nes. todo se lo debemos manifestar con humildad y sencillez. Hay autores que exigen incluso la manifestación de la falta de confianza que se empiece a sentir con relación a él 34 . Por aquí se ve cuánto se equivocan los que practican el doble juego de utilizar al director únicamente para manifestar las cosas buenas o menos malas, dejando para un confesor desconocido sus verdaderas miserias y pe¬ cados 35 . En esta forma es imposible la dirección espiritual. Porque, aunque es verdad—como ya vimos—que no es absolutamente indispensable que un mismo sacerdote sea a la vez confesor ordinario y director espiritual, es pre¬ ciso que, aun en los casos de doble personalidad, no se le oculte al director absolutamente nada de cuánto haya ocurrido, y menos que nada los propios pecados y miserias. Sin esto, fuera mejor renunciar a una dirección espiri¬ tual que es pura y simplemente un engaño y pérdida de tiempo. Sin embargo, es menester: no exagerar. Al director se le debe manifestar con absoluta sinceridad todo cuanto tenga alguna relación importante con la vida espiritual; pero sería un abuso manifiesto darle cuenta detallada de las más pequeñas incidencias y pormenores de la vida íntima del dirigido. Cien directores no bastarían para controlar esas nimiedades, que pueden y deben ser resueltas por las mismas almas. En los intervalos que separan las sesiones de dirección, el alma deberá decidir por su cuenta lo que deba hacerse en multitud de ocasiones no previstas ante el director. Dios acep¬ tará, sin duda, como conforme a su divino beneplácito, todo cuanto se haya realizado con buena voluntad y simplicidad de corazón. Hay que ser pru¬ dente en esto como en todo, evitando todo cuanto pueda turbar la paz del alma y hacerla vivir en la inquietud o en la incertidumbre constante. 696. 2. 0 Plena docilidad y obediencia.—Es cierto que el director en cuanto tal, aun en las cosas pertenecientes a su oficio, no goza de una auto¬ ridad propiamente dicha, a la que corresponda el estricto deber de la obe¬ diencia, como corresponde, v.gr., al superior religioso. Sin embargo, el di¬ rector no está colocado en un plano de igualdad o de mera amistad con el dirigido. Por su mismo cargo goza de cierta verdadera superioridad, como la del educador o maestro, a la que debe^esponder una verdadera docilidad y sumisión por parte del discípulo o dirigido, que, más que a la virtud de la obediencia, ; hay que atribuirla a la prudencia y humildad 36 . Sin esta doci¬ lidad y sumisión, la dirección espiritual carecería en absoluto de eficacia y se convertiría en pura pérdida de tiempo. Por esto, aunque desprovisto de autoridad en el sentido estricto de la palabra, el director debe exigir la obe¬ diencia omnímoda en las cosas pertenecientes a la dirección, bajo , pena de negarse en absoluto á continuarla. El dirigido debe obedecer sencillamente, sin distinciones, cortapisas ni interpretaciones propias. La dirección tiene precisamente por objeto someterse a las orientaciones de un guía, del que se aceptan voluntariamente las luces, los consejos y las órdenes. Y nótese que mucho peor que la desobediencia sería ingeniarse el alma para ; que no le mande el director más que lo que ella quiere. San Juan de la Cruz condena severamente esta ilusión y este abuso, 37 . Sin embargo, no se¬ ría contrario a la obediencia tomar la iniciativa en señalar atractivos y re¬ pugnancias y hasta proponer respetuosamente objeciones con ánimo, no obstante, de obedecer humildemente si el director insiste a pesar de ellas. 34 Cf. P. Crisógono, Compendio de Ascética y Mística p.2. a c.i a. 5. 35 Cf. San Juan de la Cruz, Noche 1,2.4. 36 Cf. De Guíbert, Theologia sptritualis n, 187-88. 37 Cf. Noche 1,2,3; 6,1-4, L.ll c.5. Medios secundarios externos 827 El alma ; obediente puede estar segura de no equivocarse y de mantenerse siempre dentro del ámbito de la voluntad de Dios. Corolarios. — i.° ¿Qué hay que pensar del voto de obediencia al director? Hay ciertamente antecedentes en las vidas de los santos, pero en general hay que desaconsejarlo, ya que en la práctica suele traer mayores inconvenientes que ventajas 38 . Jamás ha de tomar el director la iniciativa, que sería manifiesto abuso de autoridad. Éste abuso llegaría a su. colmo si se hiciera añadir al voto de obediencia el de nunca mudar de director o el de no consultar jamás a otros. Pero si reiterada y espontáneamente pidiera el dirigido el simple voto de obediencia—para aumentar el mérito de su sumisión y docili¬ dad—, podría tolerársele con estas condiciones: i) que sea por pe¬ queñas temporadas prorrogadles; 2) relacionado únicamente con dos o tres materias bien claras y definidas (v.gr,, el tiempo de oración, mortificaciones permitidas, etc.); 3) en un súbdito plenamente nor¬ mal, sereno y equilibrado; 4) revocable en cuanto surjan dificultades o inquietudes. 2. 0 ¿Y en caso de conflicto entre el superior y el director? Hay que obedecer sin vacilar al superior aun cuando se tenga voto de obedien¬ cia aí director. No sólo porque los votos privados de los súbditos re¬ ligiosos no son firmes sin la aprobación del superior 30 sino porque, aun en el caso de haber emitido el voto de obediencia al director con autorización del superior'religioso, éste nunca pierde sobre su súb¬ dito la plena potestad de que goza sobre él en virtud de la misma profesión religiosa 40 . 3*° Perseverancia,—A nadie se le oculta la importancia de esta condición. El frecuente cambio de director por razones fútiles e inconsisten¬ tes; el pasarse largas temporadas prácticamente sin dirección; el cambiar continuamente de ejercicios, métodos y procedimientos de santificación; el dejarse llevar sin resistencia del capricho del momento o de una voluntad antojadiza y voluble en la práctica de las normas recibidas dél director, esteriliza por completo la dirección y la hace prácticamente nula. 698. 4. 0 Discreción absoluta.—No olvide el dirigido que si su director está obligado al sigilo sacramental o al secreto natural, este último también le obliga a él con respecto a su director. Jamás debe confiar a otros los avisos, normas o consejos particulares recibidos de su director, ni si¬ quiera a título de edificación de los demás. Esos consejos particulares dados en orden.a una determinada alma y con vistas a su especial psicología y tem¬ peramento pueden no convenir a otras almas colocadas en distintas circuns¬ tancias o dotadas de un temperamento diferente. [Cuántos disgustos, ren¬ cillas, celos por parte de otras almas y otros mil inconvenientes se siguen a veces de la indiscreción de los penitentes! Naturalmente que esta indiscre¬ ción del dirigido será motivo más que suficiente para que el director le nie¬ gue en absoluto una dirección de la que tan indigno se muestra. 3 * Los principales inconvenientes son: aumento de responsabilidad en el director*, in¬ quietudes en el dirigido, pasividad exagerada (sobre todo en el alma femenina), multiplica¬ das entrevistas, apegos desordenados, etc. (cf. Iturside, Avisos sobre la dirección espiritual p.58; P. Gabriel de Santa María Magdalena, G.D., Le voeu d'obéissance au directeur': «Études Carmelitaines*, mayo de 1951). 3 » Cf. 11-11,88,6 cet ad 3. Cf. 11-11,88,8 ad 3. 828 P.UL Desarrollo normal de la vida cristiana B. Con relación al director, —Los principales son: res¬ peto, confianza y amor sobrenatural. 699. i.° Respeto.—El primer deber del dirigido es el de un respeto profundo a su director. Ha de ver en él no al hombre dotado de estas o las otras cualidades, sino al representante legítimo de Dios y aun al mismo Je¬ sucristo, cuyo lugar ocupa y cuyos intereses defiende; Si. tuviese defectos cor¬ porales que aparecen con toda claridad al exterior, se guardará muy bien de criticarle o murmurar de él ante los demás, plenamente persuadido de que no es su director precisamente por aquellos defectos, sino únicamente en cuanto representante de Dios e investido de su autoridad. En todo caso, si no está conforme con él o sus cosas, tiene un procedimiento más eficaz y noble de remediarlo qúc la murmuración y la crítica: cambiar de director. Este respeto profundo será, además, útilísimo para servir de freno a la excesiva confianza y amistad, manteniéndola siempre dentro de Sus jus¬ tos límites. : 700. 2. 0 Confianza.—Sin embargo, al lado del respeto profundo, se impone también la más absoluta confianza. Sin ella sería muy difícil la plena apertura del corazón que es absolutamente indispensable, como hemos visto. Esta confianza ha de ser enteramente filial y tan absoluta, que ante nuestro director nos encontremos con el alma jubilosa y alegre, sin el me¬ nor recelo, con la mayor naturalidad, como si tuviéramos el. alma de cristal y no nos importara nada que se nos transparente tal cual es, con todas sus miserias y flaquezas. Jamás debe el dirigido sentirse cohibido y tímido ante su director. Mientras no se llegue a esta intimidad y confianza no alcanzará la dirección toda su intensidad y eficacia. 701. 3. 0 Amor sobrenatural.—Ahora bien: esta intimidad y con¬ fianza, ¿ha de llegar hasta el amor? ¿Es lícito amar al propio director? Esta pregunta plantea uno de los problemas más delicados que se pue¬ den agitaren tomo a la dirección espiritual. Y como no es un problema me- tafísico, sino que se plantea diariamente en el orden de lós hechos, vamos a examinarlo con la atención que se merece. En general, no hay inconveniente en responder afirmativamente, con tal de añadir al sustantivo amor el adjetivo sobrenatural. Las historias de los santos están llenas de estos afectos sobrenaturales aun tratándose de perso¬ nas de diferente sexo 41 . Lo difícil del caso es que ese amor se mantenga siempre dentro del orden estrictamente sobrenatural. Esto es lo que hay que conseguir a todo trance. Pero ¿cómo lograrlo ? Examinemos en primer lugar las causas principales que pueden produ¬ cir esa corriente afectiva entre, el dirigido y el director 42 . Esto nos ayudará mucho a encontrar la recta solución de este problema. a) Puede, obedecer a cualquiera de las causas generales que engendran las demás amistades, ya sean malas , como la inclinación sensual; ya buenas naturalmente , como las buenas cualidades interiores y exteriores de la per¬ sona, o alguna circunstancia que establezca cierta afinidad entre las dos (del mismo origen, profesión, estudios...); o ya sobrenaturales, como la santidad o peculiares dones de lá gracia. b) Pero puede brotar también como un efecto de la dirección misma. He aquí cómo lo expone el P. De Guibert: 41 Recuérdense los casos de San Jerónimo y Santa Paula, del Beato Raimundo de Capua y Santa Catalina de Siena, de San Juan de la Cruz y Santa Teresa, de San Francisco de Sales y Santa Juana de Chantal, de San Vicente de PaOl y Santa Luisa de Marillac, etc. 42 Cf. Dr Guibettt, o.c., ri.227-230, de quien recogemos toda esta doctrina. LJl c.5. Medios secundarios externos 829 «De la misma dirección fácilmente puede brotar un afecto paterno en el director, principalmente en los casos en que ha podido ya ayu¬ dar mucho al alma, o la conoce más necesitada de auxilio, o ve sus grandeá esfuerzos, generosidad, celo, sacrificios en el servicio de Dios. Más aún: ordinariamente esas almas fervientes, conocidas mucho me¬ jor y más íntimamente por el director, aparecen ante él mucho más santas qúéante los ojos de los demás; y de la misma dirección nace también fácilmente un afecto filial en el alma dirigida de gratitud por los beneficios y auxilios recibidos, de confianza en el padre espiritual, por el sentimiento de la propia debilidad y el deseo de encontrar quien estimule y dirija; lo cual ocurre principalmente entre mujeres que, por la índole de su temperamento femenino, inclinado á buscar él auxilio del varón, encuentran en el director quién las oiga, a quien pueden libremente abrirles el alma y en quien puedan apoyarse en las dificultades que se presenten...» 4J . Ahora bien: de esta amistad, al principio tan legítima y. sobrenatural, pueden derivarse serios peligros tanto para el director como para el diri¬ gido. Escuchemos nuevamente al P. De Guibert, que trata este asunto con gran acierto y delicadeza: « a) El grave peligro que puede haber, principalmente donde se produzca una amistad entre el director y la mujer, aumenta fácil¬ mente por las necesarias comunicaciones de las cosas de conciencia, de las tentaciones, o acaso culpas... Ni se ha de creer demasiado fᬠcilmente que el peligro no existe por las circunstancias de la edad, temperamento físico y otras semejantes. b) Pero además de este peligro—del que se trata expresamente en la Teología Moral y Pastoral—hay otros muchos: porque donde esta amistad se hace puramente natural y sensible, aunque las circunstan¬ cias excluyan por completo el peligro de pecado grave, se produci¬ rán muchos pecados veniales (envidias, sospechas, pérdida de tiem¬ po...) y fácilmente el escándalo de los demás (que acaso podrán sos¬ pechar cosas mucho más graves). c) Hay que tener en cuenta, sobre todo, los perjuicios que tales amistades naturales han de ocasionar a la mutua santificación. Por¬ que esta dirección se hace mucho más difícil (aunque a primera vista pudiera parecer lo contrario) y menos eficaz, por la falta de libertad, de verdadera autoridad y espíritu sobrenatural, por el mutuo respeto humano... Principalmente donde se reciben regalitos, se prestan ser¬ vicios que establecen verdaderos vínculos, etc., ocurre lo que Santa Teresa advierte de todas aquellas amistades (Vida c.24, hacia el fin 44 ), a saber: que ya no puede haber entre ambos aquella verdadera libertad del corazón sin la cual es imposible cualquier perfección de la vida cristiana» 45 . Ni vale oponer a estos argumentos los ejemplos de verdadera amistad sobrenatural entre el director y la persona dirigida que se encuentran en las vidas de los santos, porque lo único que prueban esos casos es que esta amistad sobrenatural es posible , pero no que esté exenta de serios peligros y dificultades. Nótese, además, que esas grandes amistades solían brotar entre dos almas ya muy adelantadas en la vida espiritual o al menos, dotada 43 De Guibert, q.c., n.227. 44 N-5'8. Véanse también las maravillosas páginas que la Santa consagra a esta materia en su Crimino de perfección c.6’7.— N. del A. 45 De Guibert, o.c., n,228. 830 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana una de ellas de eximia santidad; lo cual, desgraciadamente, escasea muchí¬ simo en la práctica. Conducta práctica del director.— En la práctica hay que extremar la prudencia y delicadeza, sin incurrir, no obstante, en el extremo contrario de una timidez excesiva rayana en el hurañismo y misantropía. Examinemos los diferentes casos que se pueden presentar a) Si se trata de un afecto natural y sensible (aunque no sea todavía gravemente peligroso), mutuo y conocido como tal por ambas partes, lo me¬ jor será aconsejar a la persona dirigida que busque otro director. No sólo por el peligro evidente de que esa amistad sensible vaya degenerando en sensual y carnal, sino porque en tales condiciones apenas puede pensarse en.una verdadera, seria y eficaz dirección espiritual, aun en el supuesto ilu¬ sorio de que jamás habrían de presentarse aquellos peligros. b) Si el director experimenta en sí mismo cierto afecto natural sensible hacia la persona dirigida, examine seriamente delante de Dios si ese afecto perturba su espíritu, o le pone en peligro de tentaciones, o le quita la liber¬ tad para proceder con energía en la dirección, o trae algún otro inconveniente por el estilo. En cuyo caso, sin manifestar jamás ese afecto a la persona in¬ teresada (sobre todo si es mujer), procure buscar un pretexto para abando¬ nar su dirección. Pero si, a pesar de ese afecto sensible, no se produce nin¬ guno de aquellos inconvenientes y el director advierte con sinceridad ante Dios que posee plenamente el control de sus corrientes afectivas, puede con¬ tinuar la dirección, extremando, no obstante, la prudencia y guardándose mucho de manifestar o dar a entender de algún modo a la persona intere¬ sada el afecto sensible que se siente por ella. c) S¿ el director se siente amado por la persona dirigida sin que él ex¬ perimente ningún afecto sensible hacia ella, examine si ese afecto perturba la tranquilidad de esa alma o le provoca tentaciones, etc., en cuyo caso debe aconsejarle y hasta exigirle con energía que cambie de director espiritual. Pero si se trata de un afecto meramente sensible , sin peligro próximo de que degenere en sensual o carnal, y más que con relación a la persona determi¬ nada del director se produce en esas almas con relación a cualquier persona que se interese material o espiritualmente por ellas, puede mantenerse la dirección, con tal de no fomentar con una conducta imprudente aquel afecto sensible y procurando con suavidad y energía sobrenaturalizarlo cada vez más. D* Cuestiones complementarias 702. i.* Elección de director,—«Grandemente le conviene al alma que quiere ir adelante en el recogimiento y perfección mirar en cúyas manos se pone, porque cual fuere ei maestro, tal será el discípulo; y cual el padre, tal el hijo» 47 . No todas las almas pueden elegir libremente su director espiritual. Las hay que no pueden tener trato más que con un determinado sacerdote (religiosas de clausura, aldeas peque¬ ñas, etc.). En estos casos hay que aceptar la voluntad de Dios, y El. se encargará de suplir las deficiencias del director si el alma procura ser fiel a la gracia y hace de su parte todo lo que puede. 46 De Guibert, o.c., n.230, Véanse también las juiciosas observaciones del P. Vaca en su libro Guúz de almas p.4.\ 47 San Juan de la Cruz, Llama canc.3 n.30. LJl c. 5 . Medios secundarios externos 831 Pero, fuera de estos casos excepcionales, la elección de director debe hacerse con arreglo a las siguientes normas 48 : 1 . a Pedirle a Dios en la oración las luces necesarias para proceder con acierto en cosa tan importante. 2. a Examinar quién está adornado de mayor prudencia, bondad y ca¬ ridad entre todos los sacerdotes que podemos elegir libremente; 3. a Es preciso evitar que tomen parte en esta elección las simpatías naturales o, al menos, que sean ellas las que decidan como razón única o principal. Aunque tampoco conviene elegir al que nos inspira antipatía o repugnancia natural, ya que esto haría muy difícil la confianza y apertura del corazón, absolutamente indispensables para la eficacia de la dirección. 4. a No proponerle en seguida que sea nuestro director. Conviene pro¬ bar por experiencia durante una temporada si es el que necesitamos para nuestro adelantamiento espiritual. 5 . a En igualdad de circunstancias, elegir el más santo para los casos ordinarios, y el más sabio para los extraordinarios, como se infiere de ía doctrina de Santa Teresa 49 . 6 . a Una vez hecha la elección, no ser fácil en cambiar de director por razones fútiles e inconsistentes. Esto nos lleva de la mano a la cuestión del cambio de director. 703, 2. a Cambio de director*—OEs evidente que se pue¬ de cambiar de director cuando hay razones suficientes para ello. Sin embargo, no se ha de proceder a la ligera en la apreciación de la suficiencia de esas razones. Un cambio frecuente de direc¬ tor equivale a anular la dirección misma, «Hay quienes son tentados de mudar de confesor por curiosidad, para ver cómo los gobernaría otro; cánsanse de oír siempre los mismos consejos, especialmente sí son de cosas que no agradan a su natural; por inconstancia , porque no pueden perseverar por mucho tiempo en los mismos ejercicios; por soberbia, porque quieren ir con el director más afamado o más en can- delero, o gustan de que les regalen los oídos; por cierta especie de inquietud, que es causa de que jamás estén contentos con el que tienen y de que estén siempre soñando en. una perfección imaginaría; por un deseo desordenado de manifestar su interior a diversos confesores para que éstos se interesen por ellos o para asegurarse más; por falsa vergüenza, para ocultar al confesor ordinario ciertas flaquezas humillantes. Estos motivos son a todas luces in¬ suficientes, y hemos de rechazarlos si queremos adelantar sin tregua en el camino de! espíritu» 50 . ¿Cuáles son los motivos serios o razonables para cambiar de director? Pueden reducirse a dos: cuando la dirección resulta inútil o perjudicial . 1.° La dirección resulta inútil cuando, a pesar de nuestra buena vo¬ luntad y sincero deseo de adelantar, no sentimos hacia nuestro director el respeto, la confianza o la franqueza indispensables para la eficacia de la di¬ rección; o también cuando vemos que no se atreve a corregir nuestros de¬ fectos, no se preocupa de estimulamos en el camino de la virtud, no solu- 43 Cf. Naval, Teología ascética y mística n.43 (125 en la 3. a ed.). 49 Santa Teresa, Vida 13,16-18; Camino s>2\ Moradas sexíaí 8,8, 50 Tanquerey, Teología ascética n,55Ó. 832 PJÍI. Desarrollo normal de la vida cristiana ciona nuestro problemas, no muestra interés especial por nuestra santi¬ ficación, etC.. . : 2. 0 Resulta perjudicial ; a) Cuando advertimos claramente que el director carece de la ciencia, prudencia y discreción necesarias. b) Cuando fomenta nuestra vanidad, tolera fácilmente nuestras faltas y defectos o ve las cosas desde un punto de vista demasiado natural y hu¬ mano. c) Si es aficionado a perder el tiempo mezclando en la dirección con¬ versaciones frívolas, o de simple curiosidad,' o totalmente ajenas al asunto de que se trata. Y con mayor razón si se ha transparentado a través de ellas una afición demasiado sensible hacia nosotros o si la. experimentamos nos¬ otros hacia él. d) Si tratara de imponernos cargas superiores a nuestras fuerzas, o in¬ compatibles con los deberes del propio estado, o quisiera atamos con votos o promesas de no consultar con ningún otro director las cosas de nuestra alma. e) Si advertimos claramente que los consejos y normas dadas por él, lejos de hacemos adelantar, más bien nos perjudican espiritualmente te¬ niendo en cuenta nuestro temperamento y especial psicología. Pero hay que tener cuidado con las ilusiones del amor propio, que fácilmente se pue¬ de mezclar en estas apreciaciones. En todo caso, antes de cambiar de direc¬ tor por este motivo, habría que manifestarle io que pasa, con el fin de ensa¬ yar otros procedimientos. 704. 3. a Pluralidad de directores,—¿ Es conveniente tener varios directores a la vez? Hay algún antecedente histórico, sobre todo en Santa Te¬ resa, pero en general hay que contestar negativamente. Ver¬ dadero director no puede haber más que uno, por los grandes inconvenientes de orden práctico que se seguirían para el alma de una pluralidad de consejos y orientaciones dispares 51 . Sin embargo, es perfectamente compatible con la unidad de direc¬ ción la petición de consejo a otros sacerdotes competentes en algún caso difícil o extraordinario que pueda presentarse. El mismo director, ‘ si es prudente y experimentado, tomará la iniciativa de indicar al dirigido esta consulta extraordinaria para contrastar' su parecer con el de otros directores. Pero fuera de estos casos hay que mantener la unidad de dirección, sobre todo si se trata de almas propensas a escrúpulos o ansiedades, que encontrarían en la pluralidad de consejos y pareceres una agra¬ vación de su mal. 705. 4. a La dirección epistolar*— Estado de la cues¬ tión.— En ;las consultas espirituales pqr correspondencia epis¬ tolar se pueden distinguir tres, casos: i.° Una consulta aislada, sin relación ninguna con úna dirección habitual. No hay inconveniente en resolverla, tenien- 51 ((porque así |como] en lo corporal muchas manos diversas suelen más.descomponer que ataviar, así suele acaecer en lo espiritual...» (Beato Juan de Avie a, Regías, muy provecho¬ sas... n.g; Obras completas, BAC, t.i p.ro^S). L.I1 c.5. Medios secundarios externos 833 do en cuenta únicamente las precauciones que exige de suyo el género epistolar; lo escrito, escrito queda» 2. 0 Consultas, repetidas con relativa frecuencia, de perso¬ nas que tienen su director espiritual ordinario» Hay que extre¬ mar la prudencia en las respuestas, sobre todo si no se tiene una plena seguridad y confianza en la buena fe y discreción del consultante, A veces esas cartas se buscan para presentar al propio director un argumento de autoridad en contra de sus propias orientaciones, con los disgustos e inconvenientes que se pueden suponer. Por lo mismo, hay que procurar, ante todo, apoyar lo hecho por el director ordinario, a rio ser que sea ma¬ nifiestamente equivocado; y cuando sea preciso corregirle, hay que procurar que aparezca como una ampliación de lo aconse¬ jado por él, no como una rectificación total. 3, 0 Dirección espiritual propiamente dicha, o sea, corres¬ pondencia dirigida habitualmente a un alma como director único. De esta última hablamos aquí. Veamos sus ventajas e inconvenientes, i.° Ventajas,— a) Puede ser el único procedimiento viable de orien¬ tación para un alma ausente, privada enteramente de toda dirección espi¬ ritual. b) Hay antecedentes en las vidas de los santos (sobre todo en San Francisco de Sales y San Pablo de ja Cruz) que dieron excelentes resultados. c) Es un excelente acto.de caridad por las molestias que supone, 2. 0 Inconvenientes. —Pero al lado de estas ventajas hay también in¬ convenientes. He aquí los principales: a) Imposibilidad moral de que el director adquiera un verdadero co¬ nocimiento del alma dirigida, a no ser que ya la conozca a fondo por largos años de trato directo u oral. En las cartas es muy difícil transfundir nuestra fisonomía ¡ interior aun cuando se intente sinceramente; casi siempre sale deformada, ya sea por influjo inconsciente del amor propio, ya por una mo¬ destia y humildad mal entendida. b) Imposibilidad de corregir en el acto la errónea interpretación de lo manifestado (cosa facilísima en la dirección oral), que puede dar pie. a con¬ sejos desacertados o contraproducentes. ... c) Imposibilidad moral de manifestar por escrito muchas cosas útiles y acaso necesarias para la acertada dirección. d) Peligro de que caigan las cartas en manos ajenas, ya sea por extra¬ vío, ya por comunicación espontánea del dirigido a otras personas a quienes acaso no convengan aquellos consejos y hasta les escandalicen por no cono¬ cer todo el conjunto de circunstancias. e) Dificultad muy grande de no rozar en las cartas ninguna materia relacionada con e! sigilo sacramental o con el secreto natural. Conducta práctica del director— En la práctica, el di¬ rector obrará con prudencia si se atiene a las siguientes normas: i. a No sea fácil en admitir dirección epistolar propiamente dicha, a no ser que conozca ya de antemano al alma dirigida, o que se trate de una per¬ sona que no pueda tener ninguna otra dirección espiritual. 834 P.IIL Desarrollo normal de la vida cristiana 2. a No escriba jamás una sola línea que roce para nada el sigilo sacra¬ mental. Si recibe confidencias en este sentido por parte del dirigido, rompa inmediatamente la carta y prohíbale severamente reincidir en ello bajo pena de abandonar ipso facto la dirección. No admita excusas en este punto, ni siquiera a base del permiso expreso en la propia carta. Tiene muchos incon¬ venientes. 3. a Sea breve y seco. Nada de frases afectuosas, de saludos cordiales, etcétera, etc. Directores muy sabios y experimentados suelen contestar con monosílabos o frases brevísimas en la misma carta del dirigido, remitida nue¬ vamente a él sin firma ninguna. En los casos en que sea preciso una mayor extensión, limítese a resolver las dudas, a dar ánimo, excitar el fervor, inculcar los principios de una sólida y profunda vida interior, etc., sin mez¬ clar asuntos o negocios ajenos a la dirección. 4. a Extreme la prudencia y delicadeza. No escriba jamás una carta que no pudiera leer su obispo o provincial. No olvide que, a pesar de la buena voluntad de todos, es inevitable el peligro de extravío y de las falsas inter¬ pretaciones. Escriba de tal modo, que no tenga nada que temer en cual¬ quiera de estos casos. 5 . a Deje siempre en libertad para consultar a otros directores. Hay casos urgentes o de tal naturaleza, que no son aptos para resolverse por carta. 6. a Evite a toda costa la clandestinidad en el envío y recepción de esas cartas. Si en algún caso (v.gr., en religiosas de clausura) hubiera abusos de autoridad local prohibiéndoles sin motivo una correspondencia sana, que denuncien el abuso a las autoridades competentes, pero no recurran nunca a la clandestinidad de la correspondencia. Escolio,— ¿Puede el superior o superiora religiosos inspec¬ cionar las cartas de sus súbditos cuando se refieren a la dirección espiritual y se le entregan cerradas con la nota expresa de ser «de conciencia»? Ordinariamente hay que responder que no. Se trata de un secreto natural muy serio relacionado con el ministerio sacer¬ dotal. Pero, si el superior o superiora tienen motivos positivos graves para sospechar que bajo ese marchamo se tratan otros asuntos muy ajenos a la dirección espiritual, la mayoría de los autores, apoyándose en la doctrina de San Alfonso María de Ligorio 52 , les conceden el derecho de leer lo indispensable para comprobar si se trata o no de verdadero asunto de conciencia, y guardando después el más riguroso secreto sobre lo leído. Pero otros autores opinan que deberían denunciar su sospecha al ordinario y atenerse a lo que él disponga. Otros, finalmente, afirman que lo que debería hacer el superior es romper esas cartas sin leerlas, avisando de ello al súbdito para que recurra, si quiere, al superior mayor 53 . Téngase en cuenta, además, lo que dispone el cn.ói i 54 . 52 San Alfonso de Ligorio, Theologia Moralis 1-5 n.70. 53 Gf. sobre este asunto a Sabino Alonso, O.P., Derecho del superior religioso a revisar las cartas de sus súí>difos: ‘Revista Española de Derecho Canónico» (enero-abril de 1949). 54 Dice así: «Todos los religiosos, así varones como mujeres, libremente pueden enviar oartas, sin que a nadie le sea lícita revisarlas, a Ja Santa Sede y a su legado en la nación, al car- L.H c.5. Medios secundarios externos 835 APENDICE El discernimiento de los espíritus 706. Gersón, De próbatione spiritüum (Opera I,37s); Dionisio Cartujano, De discretio- nc el examinatione spirituum (Opera t.40); San Ignacio, Ejercicios-Reglas. .. 313-336; SanFran- cisco de Sales, Amor de Dios 8,10-14; Luis de la Puente, Guía espiritual I c.20-24; Cardenal Bona, De discretione sptrítuum; Scaramelli, Discernimiento de los espíritus (Ma¬ drid 1905); Schram, Théologie mystique 11,3 (n.433-83); Rlbet, Uascétique c.40; Godínez, Práctica de la Teología mística 1 . 8 ; Tanquerey, Teología ascética n.951-57.1281-88; De Gui- bert, Theotogia spiriCtt^Zis n.150- 70; Naval, Curso de ascética y mística n.276-303 (358-38S en la 8. R ed.); A, ChollET, art, Discernement des esprits: DTC (Vacant) IV (1910) 1335- 1415, con abundante bibliografía. 707. Complemento indispensable de las normas de direc¬ ción espiritual que acabamos de recordar son las relativas al conocimiento o discreción de espíritus para saber fallar en un caso determinado si. tal o cual alma está movida por el espíritu de Dios, por el espíritu de las tinieblas o por las aberraciones de su propia fantasía. Sin el discernimiento de los espíritus, la acción del director espiritual resultará vana y muchas veces hasta perniciosa y contraproducente. De aquí la importancia y necesidad de tener ideas claras sobre esta materia, 708. 1, Nociones previas.— a) Qué se entiende por espíritu. — Escuchemos a un celebrado autor: «Espíritu es una interior propensión del alma; si es a cosa buena, será espíritu bueno en aquel género; si es a cosa mala, será espíritu malo. Un hombre que tiene propensión a la oración se dirá que tiene espíritu de oración; si a la penitencia, tiene espíritu de peni¬ tencia; si a pleitos y altercados, se dirá que tiene espíritu de contradicción; si se inclina ai retiro, soledad y pobreza, se dice que tiene espíritu de estas cosas; y asi, el que se inclina a la oración, compostura, modestia, silencio y buen ejemplo y habla, trata y piensa de cosas espirituales, se dice varón espiritual» 1 . b) Qué se entiende por discernimiento. —El hombre—en efecto— siente inclinaciones o propensiones en sus potencias apetitivas, la voluntad y el apetito sensitivo. Psicológicamente tienen todas la misma naturaleza: son mociones que parten de la libertad e impulsan a una acción. Pero ori¬ ginariamente pueden provenir o de la espontaneidad propia o de una exci¬ tación especial por parte de Dios o del demonio. El discernimiento de ios espíritus consistirá, pues, en averiguar, en estos movimientos de la volun¬ tad, sus diferentes principios y en señalar cuáles han sido provocados di¬ recta o indirectamente por Dios, por el demonio o por la propia naturaleza humana. c) Clases de discernimiento.— Hay dos clases de discernimiento, uno adquirido y otro infuso. El primero constituye un arte especial complemen- denal protector, a los superiores mayores propios, al superior de la casa cuando.se halla ausen¬ te, al Ordinario del lugar a quien estén sujetos y, tratándose de monjas que están bajo ía jurisdicción de los regulares, también a los superiores mayores de la Orden; e igualmente pueden dichos religiosos, varones o mujeres, recibir cartas de todos éstos, sin que nadie pueda inspeccionarlas» (GIG cn.611). 1 Godínez, Práctica de la Teología mística 1.8 c.i. 836 PJII. Desarrollo normal de la vida cristiana tario de la dirección espiritual ordinaria» y su adquisición está al alcance de todos, a base de los medios que señalaremos en seguida. El segundo es una gracia carismática (gracia gratis dada) concedida por Dios a algunos santos. De este último hablaremos en otro lugar al tratar de las gracias gra¬ tis dadas (cf. n.759 y 8o8ss). El discernimiento infuso, carismático, es infalible; no se equivoca nun¬ ca, puesto que obedece a una moción instintiva del Espíritu Santo, en el que no. cabe el error. Pero desgraciadamente esa gracia es muy rara: ni si¬ quiera todos los santos la han tenido. El adquirido—-en cambio-está al alcance de todos, pero está rmiy lejos de ser infalible. En la práctica presenta grandes dificultades, pero su necesidad es imperiosa para el director espi¬ ritual. Sin ..él es incapaz de desempeñar rectamente su misión; puesto que, ignorando cuál sea el origen de los diversos movimientos del alma, le será imposible dictaminar con acierto cuáles deban reprimirse y cuáles fomen- p-tarse*. En este sentido, la responsabilidad del director es grandísima. Porque, j como dice San Juan de la Cruz, «el que temerariamente yerra, estando obli- I gado h acertar, como cada uno lo está en su oficio, no pasará sin castigo, ¡_segán^el daño que hizo»?. Y el P. Scaramelli añade por su cuenta: «Un director que no-ha adquirido la suficiente discreción de espíritus, no puede conocer de dónde provengan los impulsos y movimientos de nuestros áni¬ mos, si de Dios, si del demonio, o si de nuestra corrupta y depravada natu¬ raleza; lo que es aún más verdadero cuando las mociones interiores son ex¬ traordinarias, como sucede frecuentemente a Jas almas contemplativas. Por lo cual se expone a manifiesto peligro de aprobar lo que es digno de repre¬ sión, y a reprender lo que es digno de aprobación, y de prescribir reglas tor¬ cidas, por las cuales, en vez de promover las almas a la perfección, las ponga impedimento o quizá las encamine por la senda de la perdición. De aquí se debe inferir que no puede eximirse de cierta nota de temeridad y de alguna mancha de culpa cualquiera que se meta a padre espiritual de las almas sin haber adquirido la debida noticia y discernimiento de los espíritus; - y mucho más si se expone a confesar en los monasterios de religiosas, entre las cuales hay siempre muchas que seriamente atienden a la perfección y siempre se encuentra alguna a quien Dios conduce por camino extraordina¬ rio, y no puede con otro que con su confesor conferir los movimientos de su corazón» 2 3 . Es preciso, pues, examinar cuidadosamente los medios que tenemos a nuestro alcance para conseguir el discernimiento adquirido de los espíritus. 709. 2. El discernimiento adquirido y medios de al¬ canzarlo*— El discernimiento adquirido es un verdadero arte, el más difícil y provechoso de todos, que constituye una fuente de gracias para el que lo ejercita y para el que lo recibe. Consis¬ te en una habilidad especial para examinar los principios y los efectos de. los diversos movimientos del alma, contrastándolos con las reglas que el Espíritu Santo nos da en las Sagradas Es¬ crituras o a través de la tradición cristiana, a fin de dictaminar con las máximas garantías de acierto si esos movimientos vienen de Dios, del espíritu de las tinieblas o de los extravíos de la pro¬ pia imaginación. 2 Llama cañe. 3 n.só. 3 Discernimiento de íos espíritus c.4 n.33. L.U c.5. Medios secundarios externos 837 He aquí los principales medios de alcanzar ese divino arte 4 : 1. ° La oración, —Es el más importante y fundamental. Aunque se trate de un arte que se puede ir adquiriendo poco a poco con el estudio y esfuerzo personal, todo resultará insuficiente sin la ayuda especial del Espíritu Santo a través de la virtud de la prudencia y del don de consejo. Nos referimos no sólo a la oración general y constante que pide a Dios la luz del discernimiento, sino a la plegaria particular y ocasional que solicita el favor de conocer los caminos de santificación de una determinada alma. A esta oración particu¬ lar responderá Dios con gracias especiales, que no serán, ciertamente, el don infuso y extraordinario del discernimiento, pero sí ,ese concurso sobrenatu¬ ral ordinario que la divina Providencia nos concede cada vez que lo implo¬ ramos para desempeñar convenientemente nuestros deberes y obligaciones. No basta poseer la teoría para acertar en la aplicación práctica y concreta; para ello son necesarias las luces del Espíritu Santo impetradas por la ora¬ ción. 2. ° El estudio—Es preciso penetrarse profundamente de los datos que nos suministran la Sagrada Escritura, los Santos Padres, los teólogos y maes¬ tros de la vida espiritual, sobre todo los que juntaron a la vez la ciencia y la experiencia. 3. 0 La experiencia propia .—En el ejercicio de este arte, eminentemente práctico, la experiencia personal se impone con absoluta necesidad. La teoría sola no basta. Es imposible que un ciego dictamine con acierto acerca de la luz. ¿Cómo sabrá distinguir las obras de Dios, llenas de luz, de las qué provienen del espíritu dé las tinieblas un director espiritual que no esté acostumbrado a recibir la luz divina, que se infunde de ordinario en la ora¬ ción y trato íntimo con Dios? 4. 0 La remoción de los obstáculos. —Hay que evitar, sobré todo, el espí¬ ritu de autosuficiencia, que impulsa a decidir por propia cuenta, sin consultar jamás a los sabios y experimentados. Dios suele negar sus gracias a estos espíritus soberbios; la humildad, en cambio, atrae siempre las luces y ben¬ diciones de lo alto. Evítese también con cuidado el apego o demasiada afición al dirigido, que enturbia la claridad de la visión, impidiéndonos ver sus de¬ fectos o impulsándonos a proceder con demasiada blandura y falta de ener¬ gía. Hay que mantenerse siempre en igualdad de ánimo y examinarlo todo con rectitud y sencillez. No juzgue nunca el director por razones humanas , sino por los dictámenes de la prudencia sobrenatural. Ni sea precipitado en la emisión de sus juicios, sino sométales a madura reflexión, aunque sin excesivas sutilezas y cavilosidades. Tenga mucha confianza en Dios y en la protección de María, Virgen prudentísima, que no dejarán de ayudarle si procede en todo con absoluta rectitud de intención y espíritu sobrenatural. 71o. 3. Los tres espíritus que mueven al alma.—San Bernardo señala hasta seis espíritus diversos que pueden mover al hombre en sus operaciones: espíritu divino , angélico, diabó¬ lico , carnal , mundano y humano 5 . Pero fácilmente se pueden redúcir a los tres que enseñan comúnmente los maestros de la vida espiritual, ya que el espíritu angélico se reduce al divino, en cuanto que los ángeles son instrumentos de Dios, y no obran sino según sus divinas inspiraciones; el mundano sé reduce al 4 Cf. Scaramelli, Discernimiento de los espíritus c.5: Choixet, Discernement des es* pri'ís; DTC, IV col.1402-3. 5 Cf. San Bernardo, Sermo de discretione spiriíuumr ML 183,600, 838 P.llL Desarrollo normal de la vida cristiana diabólico, en cuanto que el mundo es el mejor aliado de Sata¬ nás; y el carnal se reduce al humano , del que es una de sus ma¬ nifestaciones más frecuentes. $ s siempre nos impulsa al bien, obrando directamente Luestros espíritus o sirviéndose de las causas segundas, ordo siempre nos impulsa al mal, ya sea por sí mismo, ya poi\ el mundo, que es su amigo y aliado. La naturaleza nos inclina\unas veces al bien, conocido por la razón y apetecido por la voluntad, y otras veces al m^i, arrastrada por la propia concupiscencia, que le hace tomar como bien aparente lo que ert-realiaad es un mal. Pero téngase en cuenta que a veces estos espíritus se interfieren y mez¬ clan de mil maneras. Es evidente que no puede impulsar a una buena ac¬ ción el espíritu de Dios y el diabólico a la vez; pero sí puede darse el movi¬ miento divino y el puramente natural hacia una acción de suyo buena y honesta. Con frecuencia ocurrirá también que la gracia venga a intensificar y dirigir una buena impresión recibida por una causa puramente natural (v.gr., el consejo de un buen amigo), y el demonio aprovechará, a su vez, las sugestiones malignas del mundo para azuzarlas e incrementarlas en la fantasía. Por eso, cuando en alguna moción o consolación se advierten cla¬ ramente las características del espíritu de Dios, no se puede concluir, sin más, que todos los demás movimientos antecedentes o subsiguientes son también divinos; puede ocurrir que antes o después de la iluminación diviría se hayan introducido inconscientemente muchos movimientos puramente naturales o humanos que hayan difuminado no poco sus contornos divinos, haciéndoles perder su primitiva pureza. En estos casos se requiere en el director una gran sagacidad sobrenatural para saber distinguir el oro del oropel. Más aún. No parece que repugne o sea imposible que después de una moción divina, se entrometa subrepticiamente—permitiéndolo Dios—la acción diabólica en et alma. No siempre será fácil distinguir en dónde ter¬ mina la acción de Dios y en dónde comienza la influencia de! espíritu de las tinieblas o de los propios impulsos naturales 6 . Nótese, además, que a veces en almas muy buenas se advierten señales de mal espíritu, ocasionadas por situaciones circunstanciales, v.gr., suges¬ tión u obsesión diabólica, Hay que tener gran cuidado y discreción para sor¬ prender o descubrir la verdadera disposición íntima de almas que atraviesan grandes crisis espirituales, como las de las purificaciones pasivas. La natu¬ raleza y a veces el demonio plantean problemas y producen fenómenos com¬ plejísimos, que es menester enjuiciar con gran tino y prudencia. De todas formas, el atento examen y cuidadosa comparación de las ca¬ racterísticas generales de cada uno de los tres espíritus proporcionará, en la mayoría de los casos, datos suficientes para poder hacer el discernimiento con garantías de acierto, presupuesta la humildad y la fervorosa invocación de las luces divinas. Veamos ahora cuáles son esas características generales. 711. 4. Señales de cada uno de los espíritus.—Vamos a señalar aquí las principales características generales de cada uno délos tres espíritus. Al estudiar én la cuarta parte de nuestra obra 6 Cf. San Ignacio, Ejercicios, Regla s... 11,5 y 8 n.333-36. L.II c.5. Medios secundarios externos 839 los fenómenos místicos extraordinarios—en los que el discer¬ nimiento se hace más difícil e indispensable—, ya precisaremos con detalle las normas particulares que hayan de emplearse en cada caso. 712. a) Señales del espíritu de Dios 7 .—Siendo dos las potencias de nuestra alma—entendimiento y voluntad—, vamos a señalar separadamente las características que afectan a cada una de ellas. 1. ° Acerca del entendimiento.—i. r Verdad. —Dios es la verdad in¬ finita y no puede inspirar a un alma sino ideas verdaderas. Por consiguien¬ te, si una persona que se dice o se cree inspirada por Dios sostiene afirmacio¬ nes manifiestamente contrarias a ía doctrina de la Iglesia o a verdades filo¬ sóficas indiscutibles, hay que concluir, sin más, que es una pobre víctima del demonio o de su propia imaginación. Dios no puede jamás inspirar el error. 2. a Gravedad .—Dios no inspira jamás cosas inútiles, infructuosas, im¬ pertinentes o frívolas. Cuando El impulsa o mueve a un alma es siempre para asuntos serios e importantes- Tampoco sude dirimir con su autoridad divina las controversias y disputas teológicas entre las diversas escuelas ca¬ tólicas. 3. a Luz .—Dios es luz y en El no hay tiniebla alguna (1 lo 1,5). Sus inspiraciones traen siempre luz al alma. Aun en las pruebas tenebrosas (no¬ che del sentido y del espíritu), impulsa a las almas a obrar con perfección aun desconociendo ellas mismas los motivos que tienen para ello. 4. a Docilidad. —Reconociendo humildemente su ignorancia, las almas movidas por Dios aceptan con gozo y facilidad las instrucciones y consejos de su director o de otras personas espirituales. Esta obediencia, flexibilidad y sumisión es una de las más claras señales del espíritu de Dios; sobre todo si se la encuentra en un alma culta e instruida, por el mayor peligro que tienen estos tales de apegarse a su propio parecer. 5. a Discreción .—El espíritu de Dios hace al alma discreta, juiciosa, pru¬ dente, recta y ponderada en todas sus acciones. Nada de precipitación, de ligereza, de exageraciones. Todo es serio, religioso, equilibrado, edificante, lleno de suavidad y de paz. 6. a Pensamientos humildes .—Es una de las notas más inconfundibles del espíritu de Dios. El Espíritu Santo llena siempre al alma de sentimien¬ tos de humildad y anonadamiento. Cuanto más sublimes son las comuni¬ caciones de lo alto, más profundamente se inclina el alma hacia el abis¬ mo de su nada: «Ecce ancilla Domini, fíat mihi secundum verbum tuum» (Le 1,38). 2, 0 Acerca de la voluntad. —i. a Paz. —San Pablo habla varias ve¬ ces del «Dios de la paz* (cf. Rom 15,33; PHil 4,9), Y Jesucristo la ofrece a sus apóstoles como marca inconfundible de su espíritu (lo 14,27). La Sa¬ grada Escritura está llena de semejantes expresiones. Es ella uno de los frutos del Espíritu Santo (Gal 5,22) y no falta nunca en las comunicaciones divinas. Después de recibidas en la oración, queda impresa en el alma una paz íntima, serena, sincera, profunda y estable. Gran señal del espíritu de Dios. 7 Cf. Scaramelll o.c., c.6; Chollet, o.c.: DTC col. 1405-7. 840 P.III. Desarrollo normal de la vida cristiana 2. a . Humildad profunda y sincera,— La humildad afecta al entendimiento, dándole al hombre un juicio bajo de sí mismo, y a la voluntad, dándole la gozosa aceptación de su nada delante de Dios e impulsándole á tratarse en consecuencia. Es una de las más claras e inconfundibles señales del espíritu de Dios- El mismo Cristo nos asegura en el Evangelio que Dios oculta sus secretos a los que se estiman sabios y prudentes y los comunica amorosa¬ mente a los pequeñuelos y humildes (Mt 11,25). Si falta la humildad, no es menester seguir examinando al alma para poder fallar, sin miedo a equir vocarse, que no hay allí espíritu de Dios.. Y tiene que tratarse de una humil¬ dad profunda y sincera; no afectada ni exterior, que tan fácilmente sé pres¬ ta a falsificaciones. Someta el director, si permanece en duda, a desprecios y humillaciones al alma que se cree iluminada por Dios y observe atenta¬ mente cómo reacciona ante ellos. Pero proceda siempre al mismo tiempo con suavidad y caridad para humillar sin abatir. 3 . a Confianza en Dios y desconfianza en sí mismo.— Es la contrapartida de la humildad y su consecuencia obligada. No pudiendo contar consigo misma, el alma se lanza en brazos de Dios sabiendo que nada puede por sus propias fuerzas, pero todo lo puede con la ayuda divina: «omnia possum in eo qui me confortat» (Phil 4,13). 4. a Voluntad dócil y fácil en doblegarse y ceder.—Esta flexibilidad—cx^ plica Scaramellí—consiste primeramente en cierta prontitud de Ja voluntad a rendirse a las inspiraciones y llamamientos de Dios: «et erunt omnes do- cibiles Dei» (lo 6,45). Secundariamente consiste en una cierta facilidad en seguir los consejos de otros, sobre todo cuando son de los superiores, que están en lugar de Dios y le representan en su persona. De esta santa flexi¬ bilidad resulta en el alma cierta propensión a descubrir a los superiores es¬ pirituales todos los secretos de su corazón y una humilde sumisión para ejecutar prontamente sus órdenes, acompañada de repugnancia y temor a emprender ninguna cosa importante sin su consejo y aprobación. 5. a Rectitud de intención en el obrar ,—-El alma busca en todas sus accio¬ nes Unicamente la gloria de Dios y e! cumplimiento perfecto de .su divina voluntad, sin ningún interés humano ni mezcla de motivos de amor propio. 6. a Paciencia en los dolores de alma y cuerpo, —Llevar con paz y sosiego los dolores, penas y enfermedades; las persecuciones, calumnias y despre¬ cios; lá pérdida de la hacienda, de los parientes y amigos y otras cosas se¬ mejantes es gran señal del espíritu de Dios. Pero tiene cjue obedecer a mo¬ tivos sobrenaturales para que sea señal inconfundible; que a veces se dan naturales fríos y estoicos, que nada les afecta ni impresiona por complexión e índole puramente natural. 7. a . Abnegación de sí mismo y mortificación de las inclinaciones internas,— Es señal inconfundible dada por el mismo Cristo: «si alguno quiere venir en pos de mí, niéguesp a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24). El de¬ monio y la propia naturaleza inspiran siempre comodidades y regalos. 8. a Sinceridad , veracidad y sencillez en la conducta.— Son virtudes evan¬ gélicas qué van siempre juntas y nunca faltan en las personas movidas por e! espíritu de Dios, . 9. a Libertad de espíritu. — 5 in apego a nada, ni siguiera a los dones mis¬ mos, de Dios. Aceptan con agradecimiento las consolaciones sensibles —cuando el Señor se las da—, aprovechándose de ellas para incrementar su fervor y ^abnegación; pero, quedan tranquilas y en paz cuando el Señor se las retira, dejándolas en la aridez y sequedad. En este estado se esfuer¬ zan en seguir adelante, cumpliendo puntualmente, a pesar de todas las re¬ pugnancias, todas las obligaciones y deberes de su estado con plácida calma LJ1 cj. Medios secundarios externos 841 y serenidad. Hacen sus oraciones, sus comuniones y penitencias y todos los demás ejercicios espirituales con gran puntualidad y fervor, pero los dejan con la misma facilidad cuando la caridad, la necesidad o la obediencia lo piden, sin el menor gesto de displicencia o mal humor. Gran seña! del espí¬ ritu de Dios. 10. a Gran deseo de imitar a Cristo en todo, —Esta es la señal más clara, porque, como afirma San Pablo, no se puede tener el espíritu de .Dios sin tener el espíritu de Jesucristo {Rom 8,9), su divino Hijo, en el cual tiene puestas todas sus complacencias (Mt 17,5). Por eso dice $an Juan de la Cruz que el alma que aspire a santificarse ha de tener «un ordinario apetito de imitar a Cristo en: todas sus cosas, conformándose con su vida, , la cual debe considerar para saberla imitar y haberse en todas las cosas como se hubiera él» 8 . n, a Una caridad mansa , benigna, desinteresada .—Tal como la describe el Apóstol (1 Cor 13,4-7). San Agustín la tenía por señal tan clara del espí¬ ritu de Dios, que llegó a escribir sin vacilar: «Ama con amor.de caridad y haz lo que quieras; no errarás. Ya hables, ya calles, ya corrijas, hazlo todo con interno amor; no puede ser sino bueno lo que nace de la raíz , de una íntima caridad» 9 . 713, bj Señales del espíritu diabólico.— Examinadas las características dél espíritu de Dios, es fácii determinar las del espíritu de las tinieblas. Son, como es obvio, diametralmen¬ te opuestas y contrarias. Por eso es fácil distinguirlas cuando se presentan de una manera descarada y manifiesta. Pero es preciso tener en cuenta que el enemigo infernal se disfraza a ve¬ ces de ángel de luz, y sugiere al principio buenas cosas para disimular por cierto tiempo sus arteras intenciones y asestar mejor la puñalada en el mo¬ mento oportuno cuando eí alma esté más desprevenida. Por eso hay que proceder con cautela, examinando los movimientos del alma en sus oríge¬ nes y derivaciones y no perdiendo nunca de vista que lo que empezó apa¬ rentemente bien puede acabar mal, si no se corrigen y enderezan en el acto las desviaciones que empiecen a manifestarse. He aquí las señales manifiestas del espíritu diabólico: 1. ° Acerca del entendimiento.— 1. a Espíritu de falsedad. —Aveces sugiere la mentira envuelta en otras verdades para ser más fácilmente creído. 2. a Sugiere cosas inútiles, curiosas e impertinentes para hacer perder el tiempo en bagatelas, distrayendo y apartando de la devoción sólida y fruc¬ tuosa. 3. a Tinieblas, angustias, inquietudes; o falsa luz eñ lá sola imaginación, sin frutos espirituales. :4. a Espíritu protervo, obstinado, pertinaz. No da nunca el brazo a tor¬ cer. Gran señal. 5. a Indiscreciones continuas.— Excita, por ejemplo, a los excesos de pe¬ nitencia para provocar la soberbia ó arruinar la salud 10 ; no guarda el debido tiempo (v.gr., sugiere alegrías el Viernes Santo o tristezas el día de Navidad), ni el debido lugar (grandes arrobamientos en público, jamás en secreto), ni las circunstancias de la persona (v.gr., impulsando a los solitarios al apos- 8 Subida 1,13,3. 9 In Epist . 1 S./o. tr.7: ML 35,2033. 10 Cuando Dios pide al alma grandes austeridades, se nota claramente ser ésa su divina voluntad por el conjunto de circunstancias. Y siempre da, a la vez. Las fuerzas suficientes para llevarlas a cabo. 842 P.llL De sai folio normal de la vida cristiana tolado y a los apóstoles al retiro y soledad, etc.)* Todo lo que vaya contra los deberes :dél propio estado viene del demonio o de la propia imaginación, jamás de Dios, 6. a Espíritu de soberbia. —Vanidad, preferencia sobre los demás, etc. 2,° Acerca de la voluntad. —1. a Inquietud , turbación, alboroto y zo¬ zobra en el alma. 2. a Soberbia . O falsa humildad: en las palabras y no en las obras, o llenando al alma de turbación y alboroto, incapacitándola para el ejercicio de la virtud. Abatimiento de espíritu. 3. a Desesperación, desconfianza y desaliento. O bien presunción, vana seguridad y optimismo irracional, atolondrado e irreflexivo. 4. a Desobediencia, obstinación en no abrirse al director, penitencias de propio capricho dejando las obligatorias, dureza de corazón, 5. a Fines torcidos: vanidad, complacencia propia, ganas de ser aprecia¬ do y tenido en mucho. 6. a Impaciencia en los trabajos y sufrimientos. Resentimiento pertinaz. 7. a Desconcierto y rebelión de las pasiones por motivos fútiles y causas desproporcionadas; ofuscación violenta de la razón; impulsos pertinaces de voluntad hacia el mal. 8. a Hipocresía, doblez, simulación. El demonio es el padre de la men¬ tira. Q. a Apego a lo terreno , a los consuelos espirituales, buscándose siem¬ pre a sí mismo. 10. a Olvido de Cristo y de su imitación. 11. a Fa/sa caridad , celo amargo, indiscreto, farisaico, que perturba la paz. Son los eternos reformistas, que ven siempre la paja en el ojo ajeno y nunca la viga en el suyo (Mt 7,3). La labor del director para con todas estas almas desgraciadas ha de con¬ sistir principalmente en tres cosas: i. ft , hacerles entender que son juguete del demonio y que es menester que se armen prontamente para defenderse contra él; 2. a , sugerirles que se encomienden mucho a Dios y le pidan con¬ tinuamente y de corazón la gracia eficaz para vencer los asaltos del espíritu de las tinieblas, y 3. a , que al sentir el asalto diabólico le rechacen rápida¬ mente y con desprecio, haciendo actos contrarios a los que trataba de im¬ pulsarles 11 . , 714* c) Señales del espíritu humano. —Las señales del espíritu humano han sido maravillosamente expuestas por To¬ más de Kempis en su incomparable Imitación de Cristo (111,54). Es preciso meditar despacio aquellas páginas admirables, én las que se establece un parangón entre los movimientos de la gracia y los de la naturaleza vulnerada por el pecado. Esta última se in¬ clina siempre a su propia comodidad, es amiga del placer y del regalo, tiene horror instintivo al sufrimiento en cualquiera de sus manifestaciones, se inclina siempre a las cosas que respon¬ den a su temperamento, a sus gustos y caprichos, a, las satisfac¬ ciones del amor propio. No quiere oír hablar de humillaciones, de desprecio de sí mismo, de renunciamiento y mortificación. Juzga de ineptos e incomprensivos a los directores que traten de oponerse a sus caprichos y salta fácilmente por encima de 1 l SCARAMELLI, O.C., II.I48. L.íl cj. Medios secundarios externos 843 sus consejos. Busca la alegría, el éxito, los honores y aplausos. Quiere ser la protagonista de todo cuanto excite admiración, de lo exterior y espectacular, de lo que deleita y halaga. En una palabra: no entiende ni sabe de otra cosa que de las satisfac¬ ciones multiformes de su propio egoísmo 12 . En la práctica, muchas veces es difícil poder discernir con seguridad si alguno de estos movimientos torcidos proviene de la sugestión diabólica o del simple impulso de nuestra propia naturaleza, mal inclinada por el pe¬ cado. Pero es siempre relativamente fácil distinguir los movimientos de la gracia de cualquiera de estos otros dos, pues la distancia entre ellos es gran¬ dísima. En todo caso bastará poder determinar con precisión que aquel movimiento no puede ser de Dios para que se le combata y reprima, aunque no se sepa si viene de la propia naturaleza depravada o del impulso deL es¬ píritu de las tinieblas; para el caso es exactamente igual. He aquí, sin embargo, algunas normas para distinguir los impulsos puramente naturales de las sugestiones diabólicas: SUGESTIÓN DIABÓLICA Violencia. Difícilmente se la puede impedir. De improviso. Sin causa o muy li¬ gera. Sugestión de la mente excitando el sentido. Se desvanece fácilmente con la ora¬ ción. El demonio huye. Nótese, finalmente, que los principales remedios contra el espíritu hu¬ mano son la oración, la abnegación de si mismo, y la constante rectitud de in¬ tención en todas nuestras obras; no haciendo nada por satisfacer nuestros gustos y caprichos, sino únicamente por cumplir la voluntad de Dios y glo¬ rificarle con todas nuestras fuerzas. 715. 5. Señales de espíritu dudoso.—El P. Scaramelli dedica una ca¬ pítulo muy interesante a examinar algunos instintos de espíritus dudosos o inciertos 13 . He aquí los principales. i,° Aspirar a otro estado después de haber hecho la debida elección (cf. 1 Cor 7,20}. .2.° Tener afición a cosas raras, desacostumbradas y singulares, que no son propias de su estado. Cuando Dios pide excepcionalmente estas cosas, deja sentir de manera inequívoca su divina voluntad por el conjunto de es- pecialísimas circunstancias. Piedra de toque: ponerles a prueba en la. obe¬ diencia y humildad. 3. 0 Anhelar cosas extraordinarias en el ejercicio de las virtudes, tales como ciertas clocuras santas» que realizaron algunos siervos de Dios por especial instinto deí Espíritu Santo. 4. 0 Espíritu de grandes penitencias exteriores: puede ser dudoso. Dios 12 Además de Ja bibliografía enunciada, puede leerse con provecho sobre este asunto ej C.12 de la obra del P. Fáber Progreso del alma en la vida espiritual {numerosas ediciones). 12 Cf. o.c.j c.io. IMPULSO NATURAL Espontaneidad en el obrar.. Causa natural provocativa. Rebelión del sentido excitando la mente. Persistencia a pesar de la oración. . . 344 P.IH. Desarrollo normal de la vida cristiana las ba pedido a algunos santos, pero no es ése el camino normal de su provi¬ dencia. Hay que examinar muy despacio todo el conjunto de circunstancias. 5. 0 Espíritu de consolaciones espirituales sensibles: es dudoso. Pueden ser de Dios, pero también del demonio o de la simple naturaleza. Por los frutos se las conocerá. 6.° Espíritu de consolaciones y deleites espirituales continuos y jamás interrumpidos, es mucho más dudoso. Los Santos Padres afirman que el espíritu de Dios va y viene ; ya se manifiesta, ya se esconde y no obra siem¬ pre en el alma con un mismo tenor 14 . 7. 0 Las lágrimas son también sospechosas, porque pueden provenir de Dios, del demonio o de la propia naturaleza. Hay que examinar los frutos que producen.. 8.° Grandes favores extraordinarios, (revelaciones, visiones, llagas, etc.), j unto con poca santidad interior, son fuertemente dudosas. Porque, aunque esas gracias gratis dadas no suponen necesariamente la santidad en el alma (ni siquiera el estado de gracia, como veremos en su lugar correspondiente); sin embargo, de ordinario no suele Dios concederlas sino a sus grandes sier¬ vos y amigos. Advertencias finales.—i. a Como ya hemos dicho, a veces el espíri¬ tu bueno se junta con el malo o con el simplemente natural. Es menester obrar con gran cautela, separando lo precioso de lo vil. Hay que aplicar en cada caso las reglas del discernimiento y pedirle luces a Dios. 2. a En materia de visiones y revelaciones, el espíritu de Dios suele cau¬ sar al principio temor y después consuelo y paz. El demonio, al revés: al prin¬ cipio produce consuelo sensible y después turbación y desasosiego. La razón es porque Dios obra directamente en nuestras facultades intelectuales (cosa que resulta extraña a nuestra manera habitual de conocer, a base de los fan¬ tasmas de la imaginación), y por eso causa temor, pero después se deja sen¬ tir el buen efecto de la acción divina. El demonio, al contrario; como no puede obrar directamente en el entendimiento—como explicaremos en su lugar—, actúa sobre el apetito sensitivo, produciendo en él consuelo sensi¬ ble; pero bien pronto se echan de ver sus efectos perniciosos. A veces tam¬ bién las sugestiones del demonio empiezan con turbación; pero entonces se conoce en que esa inquietud se prolonga hasta el medio y el fin. 3. a Muchas veces Dios inspira deseos cuya realización efectiva no quie¬ re de nosotros, como cuando pidió al patriarca AbraHam la inmolación dé su hijo Isaac. Busca con ello la sumisión interior del alma, pero no su ejecu¬ ción externa. Y así, v.gr., los deseos de soledad y de aislarse por completo del mundo que pueda sentir un sacerdote entregado a la vida apostólica es posible que provengan de Dios; pero de esto no se sigue que deba abando¬ nar sus actividades de apostolado e ingresar en la Cartuja. Puede ser que lo único que pretenda Dios sea empujarle al recogimiento interior y a una vida de ferviente oración en medio de sus ocupaciones actuales. Hay sobre este particular una anécdota muy expresiva en la vida del santo Cura de Ars 15 . 14 Cf. San Gregorio, Morales €.23, hacia el fin. 15 Cf. Tfochu,. Vida del Cura dc Ars c.15 p.368 4.* ed. (Barcelona 1942). LIBRO TERCER O La perfección cristiana en los diversos estados de vida 716. Hasta aquí hemos venido estudiando, a todo lo lar¬ go de nuestra obra, los elementos comunes a toda vida cris¬ tiana. Cualquiera que sea el estado o condición de vida par¬ ticular en que la divina Providencia haya querido colocarle, el cristiano no podrá santificarse sino a base de ésos elementos comunes a todos los bautizados: la inhabitación trinitaria, lá configuración con Cristo, la gracia, los sacramentos, la prác¬ tica de las virtudes, etc. Son éstos los elementos básicos, fun¬ damentales, indispensables, en toda vida cristiana, que tuvo su origen en la incorporación a Cristo a través de la gracia bautismal y ha de alcanzar su plena expansión y desarrollo en los esplendores de la visión beatífica. Todo lo que viene después del bautismo no tiene otra finalidad que la de completar y perfeccionar aquella gracia inicial que nos incorporó a Cristo y nos elevó al rango y cate¬ goría sublime de hijos de Dios y herederos de la gloria. Los demás sacramentos—sin excluir la eucaristía, qué contiene al mismo Cristo—no tienen otra razón de ser ni persiguen otro fin que robustecer y perfeccionar la gracia bautismal o restau¬ rarla y sanarla si se hubiera extinguido o debilitado, A esa misma finalidad conspiran todos los demás elementos de lá vida cristiana que hemos venido estudiando hasta aquí. Por eso constituyen los elementos básicos y fundamentales dé san¬ tificación, que habrá de tener en cuenta, ante todo y sobre todo, cualquier cristiano qué aspire a la perfección, sea cual fuere el estado o condición de vida en que Dios haya querido colocarle. Sin embargo, hay que tener en cuenta qué en cada estado de vida se dan ciertas circunstancias propias y especiales que no se pueden desconocer o menospreciar a la hora de trabajar en la propia santificación. Es evidente que no puede santi¬ ficarse el seglar con los mismos métodos y procedimientos que el sacerdote o el religioso, ni la espiritualidad sacerdotal coincide del todo con la espiritualidad monástica. Cada ésta- 846 PJIL Desarrollo normal de la vida cristiana do o condición de vida comporta y lleva consigo una serie de circunstancias especialísimas que requieren el concurso de ele¬ mentos específicamente propios y una adaptación muy mati¬ zada de los mismos elementos esenciales comunes a toda vida cristiana. Vamo6, pues» a examinar—siquiera sea brevísimamente, por no permi¬ tirnos otra cosa 1 la extensión y marco de nuestra obra—los elementos espe¬ cíficos y los matices más importantes de la espiritualidad correspondiente a los tres principales estados en que puede desenvolverse la vida de un cris¬ tiano: el estado sacerdotal» el religioso y el seglar en medio del mundo. ARTICULO i En el estado sacerdotal 717. Concilio Vaticano II» Constitución sobre el ministerio y vida de tes presbíteros; Pío XI, Ad catholici sacerdotii; Pío XII, Mentí nostrae; Marmión, Cristo, ideal del sacerdote ; Boüyer, Le sens de la vie sacerdotaie; Lecurey, Sacerdoti di Cristo; Veuillot, Notre sacado- ce; Dillenschneider, Teología y espiritualidad del sacerdote ; Marchetti» Spiritualitd e stati di vita; Spicq., Spirititaííté sacerdotaie d’aprés samí Paul. 1. Introducción 718. El concilio Vaticano II, en su Decreto sobre el minis¬ terio y vida de los presbíteros , ha expuesto de manera magistral las grandes líneas de la espiritualidad propia y característica de los ministros consagrados al Señor por la ordenación sacer¬ dotal. Allí encontrarán los sacerdotes orientaciones seguras y medios eficacísimos para remontarse—si son fieles a la gra¬ ciada la más excelsa y encumbrada santidad. Las palabras y exhortaciones del Vaticano II a los sacerdotes no perderán jamás su vigencia y su siempre palpitante actualidad. No entra en nuestro plan dedicar aquí un amplio comen¬ tario al espléndido esquema conciliar, que rebasaría con mu¬ cho el espacio de que disponemos en el marco general de nuestra obra, Vamos a insistir únicamente en las principales exigencias de santidad que emanan para el sacerdote de su propia ordenación sacerdotal. Porque no hemos de olvidar que los elementos específicos de la espiritualidad pfopia del sacer¬ dote—tanto diocesano como religioso—arrancan y se derivan del hecho mismo de su ordenación sacerdotal. El carácter sacerdotal, impreso en el alma por el sacramento del orden, lleva consigo, ontológicamente, nuevas y específicas exigen¬ cias de santidad al configurarle plenamente con Cristo Sacer¬ dote. Es cierto que la configuración con Cristo Sacerdote comen¬ zó en el bautismo y se perfeccionó en la confirmación, ya que LJII a.l. En. el estado sacerdotal 847 el carácter sacramental que imprimen dichos sacramentos no es otra cosa que una participación del sacerdocio de Jesucris¬ to 1 , y, en este sentido, incluso los cristianos seglares participan del sacerdocio de Cristo a través del bautismo y de la confir¬ mación, como hemos explicado ya en otro lugar de esta obra (cf. n.296). Sin embargo, es indudable que sólo el sacramento del orden configura con Cristo Sacerdote de una manera plena y total , dándole a quien lo recibe poderes augustos sobre el cuerpo real de Cristo y sobre Jos miembros de su Cuerpo mís¬ tico. En virtud de su ordenación sacerdotal, y de una manera mucho más íntima y profunda que la del simple cristiano, el sacerdote tiene la obligación de ser otro Cristo, y, por lo mismo, a semejanza e imitación de su divino Modelo, ha de pasar por el mundo haciendo bien a todos (Act 10,38). Veamos, pues, cuáles son las obligaciones especiales que contrae el sacerdote ante Dios y ante la Iglesia en virtud de su propia ordenación sacerdotal. Por fortuna, en el Pontifical Romano de la ordenación de los presbíteros encontramos una fórmula maravillosa que resu¬ me admirablemente sus principales deberes y obligaciones. En efecto, después de haber interrogado al arcediano y a los presbíteros y fieles asistentes sobre la conducta moral de los aspirantes al sacerdocio para cerciorarse moralmente de que no hay entre ellos ninguno indigno de ser elevado a tan sublime dignidad, el obispo consagrante se dirige a los orde¬ nandos en la siguiente forma: «Dilectísimos hijos que vais a ser consagrados para el oficio de presbíte¬ ros: procurad recibirle dignamente y, una vez recibido, desempeñarle con esmero. Porque al sacerdote corresponde ofrecer, bendecir, presidir , predicar y bautizar. Con grande temor, pues, se ha de subir a tan alto grado y se ha de procurar que los elegidos sean recomendables por su celestial sabiduría, su intachable conducta y una probada práctica de la virtud. Por esto el Señor, al mandar a Moisés que escogiera setenta varones de todo Israel que le ayu¬ dasen y a quienes repartiera los dones del Espíritu Santo, añade: «los que sabes tú son ancianos del pueblo» (Num 11,16). Vosotros, pues, habéis sido simbolizados por los setenta varones y ancianos, si, llenos de los siete dones del Espíritu Santo y observando el decálogo de la ley , sois justos y graves en vuestra ciencia y en vuestras obras. Bajo el mismo misterio y la misma figura escogió el Señor en el Nuevo Testamento a los setenta y dos discípulos, y los envió de dos en dos delante de sí a predicar (Le 10,1), para dar a enten¬ der de palabra y con los hechos que Jos ministros de su Iglesia deben ser perfec¬ tos por la fe y por ios obras y estar fundados en la virtud de la doble caridad , esto es, en el amor de Dios y del prójimo. Procurad, pues, ser tales que podáis con la gracia de Dios ser dignamente elegidos para ayudar a Moisés y a los doce apóstoles, es decir, a los obispos católicos, figurados en Moisés y los 1 Cf. 111,63,3. 848 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana apóstoles. Y ciertamente queda la Iglesia coronada, adomada y regida con esta maravillosa. variedad, al ser en ella consagrados unos obispos, otros simples sacerdotes, otros diáconos y subdiáconos de diversos órdenes; y asi de muchos miembros de diferente dignidad se forma un solo cuerpo de Cristo. Así, pues, carísimos hijos, a quienes la voluntad de nuestros hermanos ha elegido para ser consagrados como coadjutores nuestros, guardad en vues¬ tras costumbres la integridad de una vida casta y santa, Advertid lo que hacéis,, imitad lo que tratáis, de suerte que, celebrando el misterio de la muerte del Señor, procuréis mortificar vuestros miembros, huyendo del vicio y de la concupiscencia. Sea vuestra doctrina medicina espiritual para el pueblo de Dios. Sea el buen olor de vuestra vida las delicias de la Iglesia de Cristo , para que con vuestra predicación y ejemplo edifiquéis la casa , esto es, la familia de Dios ; de modo que .ni nosotros por haberos promovido ni vosotros por ha¬ ber tomado tan excelente oficio, merezcamos ser condenados por el Señor, sino antes bien ser galardonados por él. Lo que él nos conceda por su gra¬ cia. Asi *sea>>. 2 , La espiritualidad sacerdotal En la exhortación que acabamos de recoger , se contiene un programa acabadísimo de espiritualidad y perfección sacer¬ dotal. Vamos a comentar un poco las cinco principales fun¬ ciones que el Pontifical señala como propias y específicas de los sacerdotes: ofrecer , bendecir, presidir, predicar y bautizar En él dignó desempeño de esas sus funciones específicas ha de plasmar el sacerdote su propia espiritualidad sacerdotal, y a base de ellas se ha de remontar hasta las cumbres más altas de la unión con Dios y de la santidad cristiana. a) Ofrecer 719. Con esta palabra designa el Pontifical Romano la función más alta y augusta del sacerdote de Cristo: ofrecer a Dios él santo sacrificio de la misa. Esta es la función sacerdotal por excelencia, la primera y más sublime de todas, la más esencial e indispensable para toda la Iglesia, y al mismo tiem-' po la fuente y manantial más puro de su propia santidad sacerdotal. El sacerdote lo es, ante todo y sobre todo, para glorificar a Dios mediante el ofrecimiento del santo sacrificio de la misa. Por encima de todas sus demás actividades sacer¬ dotales, por encima incluso dé su misma labor pastoral sobre las almas, ha de colocar siempre, en primer término, la digna y ferviente celebración del sacrosanto sacrificio del altar. Todo lo que le distraiga y estorbe! de ésta función augusta ha de apartarlo el sacerdote con energía y lanzarlo Iejos .de sí. Su función primaria, ante la cual deben ceder todas las demás actividades, consiste—repetimos—en la celebración del santo L.lll a.l. E?i el estado sacerdotal 849 sacrificio de la misa, a través del cual recibe Dios una glori¬ ficación infinita 2 , Por eso el Pontifical Romano pone esta fun¬ ción en primer lugar: sacerdotem oportet offerre: al sacerdote le corresponde ofrecer. A este propósito escribe con acierto dom Columba Mar- mion 3 : «El sacramento del orden ha sido instituido para conferir a los hombres el poder de consagrar el cuerpo y la sangre de Cristo. La comunicación de este poder constituye la razón de ser de la imposición de las manos. Cuando el sacerdote celebra el mysterium fidei, no solamente ejecuta una de las múl¬ tiples funciones que son inherentes a su elevada dignidad, sino que realiza el acto esencial de ésta. Este acto sobrepuja en poder a cualquier otro minis¬ terio, bien sea ritual, bien sea pastoral. Por eso toda la vida del sacerdote debiera ser un eco o una prolongación de su misa ». En estas últimas palabras ha expresado dom Marmion la quintaesencia de la espiritualidad sacerdotal. El sacerdote ha de vivir para su misa y de su misa. Todas sus demás activida¬ des sacerdotales han de girar er; torno al sacrificio del altar y han de servirle como preparación o acción de gracias para o por esa función sacerdotal por excelencia. La santa misa ha de constituir para el sacerdote una verdadera obsesión: una idea fija y absorbente que rija y gobierne en absoluto el conjunto total de su vida. Nada ha de procurar evitar con tanto esmero como el acostumbrarse rutinariamente a la celebración del au¬ gusto sacrificio. Ha de levantarse cada mañana con la ilusión y el anhelo del neosacerdote que va a celebrar aquel día su primera misa ante Dios y ante los hombres. Hemos hablado en otro lugar de las disposiciones para co¬ mulgar fructuosamente (cf. n.315). Esas mismas son las que se requieren para la digna celebración del santo sacrificio de la misa, que ha de coronarse con la comunión sacramental. El sacerdote debería celebrar siempre su misa como si aquélla fuera la primera (¡con qué fervor la celebra el misacantano!), la última (¡cómo la celebraría si hubiera de morir inmediata¬ mente después!) y la única en su vida (¡ya no tendría oportu¬ nidad de celebrarla nunca mejor!). «Podemos repetirlo una vez más—escribe todavía dom Marmion 4 —: aunque el sacerdote no hiciera en su vida otra cosa que celebrar fervorosa¬ mente cada mañana la santa misa, y aunque no llegara a celebrarla más que una sola vez , realizaría con ello un acto que en la jerarquía de los valores tiene mucha más importancia que todos los acontecimientos que tanto apa¬ sionan a los hombres. Porque cada misa que se celebra tiene una trascendencia eterna , y nada es eterno sino lo que es divino. 2 Hemos hablado de esto en otro lugar de esta obra (cf. n.32i,í. n ). 3 Cf. Jesucristo, ideal del sacerdote, 2.* ed. (Bilbao 1955) P.27Ó. 4 Ibid., p.302-303. 29 Teol, perfección 850 PJIL Desarrollo normal de. la vida cristiana Orientemos, pues, toda nuestra existencia hacia la santa misa» Ella es el punto central y el sol de cada jornada. Ella viene a ser como el foco de donde nos viene la luz, el fervor y la alegría sobrenatural. Deseemos ardientemente que nuestro sacerdocio vaya invadiendo gra¬ dualmente toda nuestra alma y toda nuestra vida, de modo que pueda de¬ cirse de nosotros: es todo sacerdote y sólo sacerdote . Esto es efecto de una vida eucarística que está completamente penetrada del perfume del sacrificio y que ha hecho de nosotros un alter Christus. ¡Qué hermoso es ver a un sacerdote que, después de muchos años de haber sido fiel a su vocación, vive únicamente de la oblación divina que ofrece en el altar!» No olvide nunca el sacerdote que la mejor disposición para celebrar el santo sacrificio de la misa consiste en identi¬ ficarse con Jesucristo , que se inmola en el altar. Esta identifica¬ ción ha de revestir dos aspectos principales: a) Sintonizar con los sentimientos íntimos que tuvo Je¬ sucristo al inmolarse en el Calvario: la gloria del Padre, la re¬ dención del género humano» «Cuando, impulsado por el Espíritu Santo, Jesucristo se inmoló en la cruz, el amor era el sentimiento que dominaba su alma: Ut cognoscat mundus quia diligo Patrem (lo 14,31). Su alma estaba también llena de sentimientos de adoración y de acción de gracias ante la majestad divina. Jesús se abrasaba en deseos de sacrificarse para expiar los pecados del mundo, y merecer así la salvación de toda la humanidad» (dom Marmion). b) Hacerse víctima juntamente con Cristo. La vida del sacerdote debe ser esencialmente una vida de victimación en unión con Cristo «También nosotros en la misa debemos ofrecemos en calidad de hostia, siguiendo así el ejemplo de Cristo, de modo que Dios pueda hacer de nos¬ otros lo que plazca a su voluntad. Debemos abandonarnos en manos de nuestro Creador y Salvador, ofreciéndonos completamente a su disposición. Aceptemos de buen grado, uniéndonos al Verbo encarnado, todas las pe¬ nalidades y todas las dificultades que nos proporciona nuestro ministerio y aceptémonos a nosotros mismos, con todas nuestras insuficiencias, nues¬ tras miserias y nuestras enfermedades corporales. Habituémonos a morir a las solicitaciones y satisfacciones que nos brinda el mundo, siempre que se opongan al reinado de Dios en nuestras almas» (dom Marmion). Estas son, sin duda, las disposiciones fundamentales. Como ya dijimos más arriba (cf. n.322), hay que ofrecer al Padre la divina Víctima y ofrecernos nosotros mismos en El, con El y por EL Hemos de pedirlé que nos convierta en pan para ser comidos por nuestros hermanos con nuestra entrega total por la caridad. Hemos de unirnos íntimamente con María al pie de la cruz, rogándole ofrezca al Señor aquellos mismos senti- 5 Ha expuesto con gran acierto este aspecto fundamenta] de la vida del sacerdote el P. Emilio Smjras, O.P. (cf. Santidad sacerdotal y apostolado, en Teología espiritual n.17, enero-agosto de 1962). LUI a.l. En el estado sacerdotal 851 mientos de que estaba penetrado su Corazón inmaculado du¬ rante su espantoso martirio en la colina del Calvario. Después de la misa debe entregarse el sacerdote a una lar¬ ga y entrañable acción de gracias , Habrá circunstancias en que le será materialmente imposible (v.gr., por tener que atender a un enfermo, administrar los sacramentos, etc.). En estos ca¬ sos en que la omisión de la acción de gracias o su excesiva brevedad no dependen de su voluntad antojadiza y versátil, ofrezca al Señor esa misma imposibilidad como una prolonga¬ ción de su propio sacrificio y como manifestación del amor que le profesa a El en la persona de sus miembros. Pero, de ordinario, procure organizar su vida y horario de manera que le quede espacio suficiente para una conversación larga y si¬ lenciosa con Cristo físicamente presente en su corazón a través de las especies sacramentales. Esos largos ratos de contacto íntimo y entrañable con el divino Maestro serán, sin duda algu¬ na, los más santos y santificantes del día, y en ellos encontrará el sacerdote la luz y la fortaleza que necesitará después a todo lo largo de su jornada sacerdotal. ¡La santa misal He ahí la quintaesencia misma y la fuente primaria de toda espiritualidad auténticamente sacerdotal. «Sin el sacriñcio no hay santidad del hombre del sacrificio, que es el sacerdote. Ni, por lo tanto, santidad sacerdotal. Y nuestro sacrificio es la misa. Los sacerdotes no se santificarán sacerdotalmente sin ella . Podría plan¬ tearse el problema de si cabe santidad verdaderamente cristiana sin misa. Es cierto que sin misa no hay santidad sacerdotal» 6 . 720. El Breviario.—-Intimamente conectado con el sacrifi¬ cio del altar—para el que prepara o complementa—está el sacri¬ ficio de la alabanza: sacrificium laudis, El sacerdote debe pa¬ sar su vida alabando a Dios, principalmente a través del rezo del Breviario, que constituye la oración oficial que la Iglesia le ha confiado para que la eleve diariamente a Dios en nombre de todo el pueblo cristiano. El rezo del Breviario—distribuido, si es posible, a todo lo largo del día según las horas correspondientes—ha de consti¬ tuir para el sacerdote la fuente más importante de su propia santificación, inmediatamente después de la santa misa. Por desgracia, la rutina, que todo lo echa a perder, se apodera con frecuencia del sacerdote en el rezo precipitado y semidistraído del Breviario. En vez de constituir un manantial inagotable de consuelos, estímulos y alientos sobrenaturales, se convierte muchas veces en una pesada carga y en semillero de pecados veniales por las continuas irreverencias y distracciones volun- 6 P. Sauras, l.c., p.237. 852 PAU. Desarrollo normal de la vida cristiana tarias. Es una verdadera lástima que nunca se lamentará bas¬ tante. Para sacar del rezo del Breviario la máxima eficacia santi- ficadora es preciso poner el máximo empeño en su ferviente recitación. Hay que recogerse profundamente antes de comen¬ zarlo para pedirle a.Dios la gracia de rezarlo fervorosamente 7 , Hemos de unirnos íntimamente a Cristo y a la Iglesia entera para que nuestra oración litúrgica suene gratamente a los oídos de Dios Padre como la voz dulcísima del Hijo muy amado y de la esposa de Cristo: vox Christi et vox sponsae. Hemos de sa¬ borear despacio los sublimes sentimientos de adoración, alaban¬ za, arrepentimiento, petición y acción de gracias de que están llenos los salmos y meditar las enseñanzas que se desprenden de las lecciones, sobre todo las de la Sagrada Escritura y Santos Padres que la Iglesia nos pone delante cada día. Hemos de considerar, en fin, el rezo del Breviario no sólo como un honor altísimo, sino como una fuente inagotable de consuelos espiri¬ tuales y uno de los más poderosos y eficaces medios de nuestra propia santificación sacerdotal 8 . Bien persuadidos, sin embargo, de que la oración litúrgica u oficial no es suficiente en sí misma, sino que ha de completar¬ se con la oración privada y silenciosa—como ha declarado ex¬ presamente el concilio Vaticano II 9 —, el sacerdote que aspire de verdad a santificarse dedicará a la oración privada el máxi¬ mo tiempo que le permitan sus ocupaciones, sin que en ningún caso baje, al menos, de media hora diaria. Hemos hablado de esto en otro lugar de esta obra, adonde remitimos al lector (cf. n.488-89). b) Bendecir 721. Uno de los momentos más emocionantes de la orde¬ nación sacerdotal es aquel en que el obispo consagrante, des¬ pués de haber ungido las manos del ordenando con el óleo de los catecúmenos, pronuncia estas solemnes palabras: Para que todo lo que bendijeren quede bendecido y todo lo que consagraren quede consagrado y santificado , en el nombre de nuestro Señor Jesucristo . A semejanza de su divino Maestro, que «pasó por el mundo i Muchos sacerdotes siguen recitando, con gran provecho, la oración «Aperi Domine..,» al comienzo de las horas canónicas. Aunque en la actualidad no es obligatorio su rezo, es muy conveniente y provechoso para unir nuestra oración a la de Cristo y recordar que debe re¬ zarse digne, atiente ac devote . 8 El sacerdote que quiera estudiar más a fondo la excelencia y eficacia santificadora del Breviario leerá con provecho a dóm Columba Marmion en /esucristo vida del alma 11,9; Jesucristo, ideal de! sacerdote 14; y J^sucnsto, ideal del monje 14 y 15. 9 Cf. Constúucíón sobre la sagrada liturgia n.iz. LA 11 a.l. En el estado sacerdotal 853 haciendo bien y sanando a todos» (Act 10/38), el sacerdote de Cristo ha de pasar su vida bendiciendo y haciendo bien á to¬ dos. No puede ni debe excluir a nadie; pero, a imitación del mismo Cristo, ha de preferir a los niños, a los pobres, a los en¬ fermos, a los despreciados del mundo, a los que sufren, a los pecadores. Ha de ser, siempre y en todas partes, el hombre de bendición. Cuando no pueda otra cosa, ha de estar siempre pron¬ to a derramar en las almas atormentadas- unas gotas de sereni¬ dad, de paz y de consuelo. Comentando el tremendo poder de bendecir a los hombres y a las cosas conferido al sacerdote en su ordenación sacerdotal, escribe un piadoso autor 10 : «¡Cuánta bendición traerá de aquí en adelante el-uso frecuente del po¬ der que ahora se te confiere! ¡Cuántas veces se levantarán tus manos sobre centenares y miles que tú bendecirás! ¡Cuántas rodillas se doblarán, cuán¬ tas cabezas se inclinarán para recibir tu bendición! ¡Cuántas veces impon¬ drás estas manos en el santo bautismo al bautizando y en la extremaunción al enfermo, y cuántas veces las juntarás en el confesonario y las levantarás para absolver y bendecir, como Cristo las imponía y las extendía para ben¬ decir! ¡Ah! ¡El día del juicio final manifestará los torrentes de bendiciones que se han derramado sobre el mundo por medio de las manos consagradas del sacerdote! Mas también manifestará toda dejadez y todo abandono de los dispen¬ sadores de las gracias, que tienen las llaves de los tesoros de la Iglesia y no las utilizan para abrir las puertas de estos tesoros a los fieles, en bien de ellos; y esto quizá sólo por comodidad o porque les falta la verdadera com¬ prensión de las necesidades de las almas, o porque no tienen idea del sacer¬ docio y del poder que les está dado en bien del mundo, del cual son deudo¬ res por su cargo de medianeros. ¿Por qué no usamos más de nuestra facultad de bendecir? Hay sacerdo¬ tes que cada noche, antes de dormir, bendicen a sus feligreses, al mundo entero.y envían su bendición al purgatorio. ¡Qué costumbre más hermosa y fácil de imitar!» La bendición del sacerdote tiene un carácter absolutamen¬ te universal. Recae no solamente sobre las personas, sino tam¬ bién sobre las cosas inanimadas, para santificarlas relacionán¬ dolas con Dios. A este propósito escribe hermosamente el cardenal Suhard 11 : «Bendice la casa, el pan, los huevos, los frutos. Piensa en las fuentes, en los barcos, eií los éstáblos, en los campos, é“n: los'animales enfermos. Sé acuerda de las abejas, de la cera, de lós instrumentos de trabajo. Santifica el agua, la luz, el fuego, el incienso. Nada hay que no acoja con simpatía y aun con ternura. Ningún descubrimiento, ni, aun los más recientes, le sor¬ prenderá: máquinas, vías férreas/automóviles, aviones, telégrafo, sisinógra- *0 P. Stiégele, Ejercicios. espirituales para sacerdotes (Boenos Aires i946) p.í38-I3<5. 11 Cardenal Suhard, El sacerdote en el mundo, en «Dios, Iglesia, Sacerdocio* {Ma¬ drid 1953) P.347. 854 P.Jlí. Desarrollo normal de la vida cristiana fo, televisión. Abarca todo» todo lo admite, todo lo santifica para el buen uso del hombre en relación a su fin eterno» al que estos elementos mismos sirven de símbolos,. como lo subraya su liturgia». El sacerdote es, indudablemente, el «hombre de bendición», Y en la administración de esas bendiciones de cosas tan múl¬ tiples y variadas ha de encontrar un medio excelente de eleva¬ ción a Dios en orden a su propia santificación. c) Presidir 722. El mundo desprecia con frecuencia al sacerdote o se niega a reconocer su dignidad sublime de ministro y lugarte¬ niente de Jesucristo, que le coloca mil veces por encima de todos los demás hombres e incluso de las mismas jerarquías angélicas. No hay dignidad alguna en la tierra ni en el cielo comparable a la del sacerdote de Cristo si excluimos la dignidad excelsa de la Virgen María como verdadera Madre de Dios. Por eso al sacerdote le corresponde por derecho propio presidir la asamblea de los hombres reunidos en iglesia. Claro que esta presidencia no se refiere tanto al honor cuan¬ to a la utilidad y servicio del prójimo. Precisamente por ocupar el primer puesto y estar colocado por encima de todas las de¬ más criaturas, el sacerdote es el mediador entre el cielo y la tierra, entre Dios y los hombres: «Es preciso que los hombres vean en nosotros ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios» (1 Cor 4,1). Por eso, el primer sacerdote de Cristo,, su máximo representante y Vicario en la tierra, el Pon¬ tífice de Roma, suele firmar sus escritos con la fórmula impre¬ sionante de siervo de los siervos de Dios . El sacerdote ha de estar siempre pronto al servicio de las almas. Con mayor razón que el simple cristiano ha de tener siempre presente la conducta y la doctrina de su divino Jefe: «El que entre vosotros quiera ser el primero, sea vuestro siervo, así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos» (Mt 20,28). En virtud de este mandato expreso de Jesucristo, rubricado con su propia sangre, el sacerdote se ha de entregar en cuerpo y alma a continuar en el mundo la misión salvadora de. Cristo, hasta perder la salud y la vida por la salvación de sus hermanos. El sacerdote ha de sobresalir e imponerse sobre los demás no por el afán de jefatura y de mando, al que le daría derecho su dignidad incomparable, sino precisamente por su humildad, su abnegación, su plena entrega y dedicación al servicio del prójimo. LJJI a.l. En el estado sacerdotal 855 «El sacerdote—escribe a este propósito dom Columba Marmion l 2 —es el continuador en el mundo de la misión del Salvador. Esta es ía razón de por qué el Señor no ha elegido los dispensadores de su gracia de entre los ángeles, por puros que sean y por mucho amor que le profesen, sino preci¬ samente de entre los hombres. Los que así hayan sido elegidos, «por la ex¬ periencia personal que tienen del peso de su debilidad humana y por el sentimiento de su propia indigencia, se compadecerán mejor de las debili¬ dades y de las ignorancias de los pecadores: Qui condoleré possit iis qui ig- norant et errant , quoniam et ipse circnmdatus esl injirmitate» (Hebr 2,5). Si la dignidad de Jesucristo nos llena de admiración y reverencia, su bondad y su misericordia nos confortan y nos subyugan. Lo mismo sucede al pueblo cristiano que venera la sublimidad del sacerdocio; pero lo que le atrae en el sacerdote y lo que excita su amor hacia el ministro de Dios es principalmente su bondad, su compasión para toda suerte de dolores y de¬ bilidades y su entrega absoluta al servicio de todos, semejante a la de San Pablo, que le impulsaba a escribir con santo orgullo a los romanos: «Me debo tanto a los sabios como a los ignorantes: Saptentíbus et insipientibus de- bitor sum» (Rom 1,14). «Una nota particular de la espiritualidad sacerdotal-—escribe un autor contemporáneo 13 —es la disponibilidad, sentida interiormente y actuada con humilde sumisión en todas las circunstancias de la vida. En todo momento el sacerdote debe sentirse a disposición de Dios y de la iglesia, pronto a correr a donde se requiera su ministerio, a gastar sus energías en el bien de las almas. Es deber suyo darse a los fieles en todas las horas del día y de la noche, en todas las formas de asistencia pastoral que requieran las circuns¬ tancias: en el confesonario, en la enseñanza del catecismo, en la predica¬ ción, a la cabecera de los enfermos y moribundos. Todo sacerdote, por hu¬ milde y modesto que sea, encuentra su programa en aquellas palabras de San Pablo: «Yo de muy buena gana me gastaré y me desgastaré hasta ago¬ tarme por vuestras almas, aunque, amándoos con mayor amor, sea menos amado» (2 Cor 12,15)». Este servicio del prójimo, esta entrega total e incesante .a la sublime misión de salvar las almas extendiendo entre ellas el reinado de Cristo, constituye una de las notas más característi¬ cas de la espiritualidad sacerdotal y ha de representar para el sacerdote una de las fuentes más puras y auténticas de su propia santificación. d) Predicar 723* He aquí otra de las funciones sacerdotales más impor¬ tantes y otra de las notas más típicas de su propia espiritualidad sacerdotal. El sacerdote ha recibido de Dios, a través de la Iglesia, el ministerio de la palabra: ministerium verbi (Act 6,4). Es deber suyo sacratísimo anunciar al pueblo la palabra de Dios, a fin de que todos «tengan vida, y la tengan en abundancia» (lo 10,10). La predicación de la divina palabra constituye para el sacer¬ dote un honor altísimo y, a la vez, una de sus más graves y 12 O.c., p.88-89. 13 P. Albino Marchettt, Spirítiuiíifd e stati di vita {Roma 1962) p.78. 856 P.Ill. Desarrollo normal de la vida cristiana abrumadoras obligaciones. El apóstol San Pablo tenía plena conciencia de ello cuando escribía a los corintios: Porque evan¬ gelizar no es gloria para mí, sino necesidad. ¡ Ay de mí si no evan¬ gelizara! (i Cor 9,16). La fe del pueblo cristiano y la dilata¬ ción en el mundo del reino de Cristo depende, en gran escala, del ministerio de la palabra. Lo dice expresamente el propio apóstol San Pabló: . ¿Cómo invocarán a Aquel en quién no han creído? ¿Y cómo creerán sin haber oído de El? Y ¿cómo oirán si nadie les predica ? Y ¿cómo predicarán si no son ■ enviados ? (Rom 10,14-15). En el desempeño de este altísimo ministerio, el sacerdote ha de tener muy presente que no está hablando en nombre propio, sino en nombre del mismo Cristo, de quien es legado y embajador; Somos embajado¬ res de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros (1 Cor 5,20). Por lo mismo, no ha de predicarse jamás a sí mismo (jterrible profanación de la cátedra sagrada!}, ni entretenerse en vanas filosofías e inanes falacias fundadas en elementos del mundo y no en Cristo (Col 2,8), sino que ha de ex¬ poner el Evangelio según el expreso mandato de Jesucristo: «id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura» (Me ió, 16). No ha de buscar jamás sus propios intereses, sino únicamente los «intereses de Jesucristo» (cf. Phil 2,21).'Y aunque ha de esforzarse en presentar la palabra de Dios de la manera más digna y elevada posible, su palabra no ha de apoyarse en la vana sabiduría humana, sino en la manifestación del espíritu de Dios, a imi¬ tación de Sari Pablo, que escribió á los corintios: «Mi palabra y mi predica¬ ción no fue en persuasivos discursos de humana sabiduría, sino en la mani¬ festación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabi¬ duría dé los hombres, sino en el poder de Dios» {1 Cor 2,4-5). Ha de ser la «caridad de Cristo» el principio y el motor que impulse al sacerdote a entregarse de lleno al ministerio de la palabra: Caritas Christi urget nos (2 Cor 5,14)» No ha de darse punto de reposo hasta conseguir formar a Cristo en el corazón de todos los fieles que Dios ponga en su camino. Doñee forme- tur CHristus in vobis (Gal 4,1.9), aunque para ello tenga que su¬ frir dolores, incomprensiones, humillaciones y tenga que dejar en las zarzas del camino jirones de su propia vida y aun la vida misma. No olvide el sacerdote que no se pertenece a sí mismo, , sino a las almas que Dios le confía para que las apa¬ ciente y lleve a la vida eterna. Y aunque pierda la vida en la de¬ manda habrá de considerarse como siervo inútil, que no hizo sino lo que tenía obligación de hacer (cf. Le 17,10), a semejan¬ za de su divino Maestro, que «nos amó y se entregó por nos¬ otros en oblación y sacrificio a Dios en olor suave» (Eph 5,2). Haciéndolo así, la predicación de la divina palabra repre¬ sentará para el sacerdote—a la vez que el cumplimiento de uno de sus más sagrados deberes—una fuente inexhausta de mere¬ cimientos y uño de los más poderosos elementos de su propia y personal santificación. j L.lll a.l. En el estado sacerdotal 85.7 e) Bautizar 724* Con esta palabra expresa el Pontifical Romano otro de los más augustos poderes y de las más graves, obligaciones del sacerdote de Cristo: la administración de los. santos sacra¬ mentos al pueblo de Dios, «El sacerdote—escribe Pío XI en su magnífica encíclica sobre el sacerdo¬ cio 14 —está constituido «dispensador de los misterios de 1 Dios» (1 Cor 4,1) en favor de los miembros del cuerpo místico de Jesucristo, siendo como es ministro ordinario de casi todos los sacramentos,. que son los cénales por donde corre en beneficio de la humanidad la gracia del Redentor. El cris¬ tiano, casi a cada paso importante de su mortal carrera, encuentra a su. lado al sacerdote en actitud de comunicarle o acrecentarle con la potestad reci¬ bida de Dios esta gracia, que es la vida sobrenatural del alma. Apenas nace a la vida temporal, el sacerdote 16 regenera con el bautismo , infundiéndole una vida más noble y preciosa, la vida sobrenatural, y lo hace hijo de Dios y de la Iglesia de Jesucristo. Para darle fuerzás con que pelear valerosamente en las luchas espirituales, un sacerdote revestido de especial dignidad le hace soldado de Cristo en la confirmación> Apenas es capaz de discernir y apreciar el Pan de los Angeles , el sacerdote se lo da, como alimento vivo y vivificante bajado del cielo. Caído, el sacerdote lo levanta en nombre de Dios y io reconcilia por medio de la penitencia . Si Dios le llama a formar una familia y a colaborar con El en la transmisión de la vida humana en el mundo, para aumentar primero el número de los fieles sobre la tierra y des¬ pués el de los elegidos en el cielo, allí está el sacerdote, como testigo autori¬ zado por la Iglesia, para bendecir sus bodas y su casto amor. Y cuando el cristiano, llegado a los umbrales de la* eternidad, necesita fuerza y ánimos antes de presentarse en el tribunal del divino Juez, el sacerdote se inclina sobre los miembros deí doliente, y de nuevo le : consagra y le fortalece con la extremaunción . Por fin, después de haber acompañado así al cristiano durante su peregrinación por la tierra hasta las puertas del cielo, el saceido¬ ta acompaña su cuerpo a la sepultura con los ritos y oraciones de la esperanza inmortal, y al alma hasta más allá de las puertas de la eternidad/ para ayu¬ daría con cristianos sufragios, por si necesitara aún de. purificación y refri¬ gerio. Así, desde la cuna al sepulcro; más aún, hasta el. cielo, el. sacerdote está al lado de los fieles, como guía, aliento, ministro de salvación, distri¬ buidor de gracias y bendiciones». Ya se comprende que el ejercicio digno y competente de semejantes poderes exige en el sacerdote una gran pureza : de conciencia y una santidad eximia. Porque, aunque es cierto que la validez de los sacramentos no está vinculada a la santidad personal del que los administra (ni siquiera a su simple perma¬ nencia en el estado de gracia), no lo es menos que su digna y lícita administración está reclamando a gritos la santidad del administrador. Esta administración, por otra parte, ha de cons¬ tituir para el sacerdote, por la fe viva y el amor ardiente que ha de poner en ella , una de las fuentes más abundantes y fecundas 14 Pío XI, encíclica Ad catholici sacerdotii, del 20 de diciembre de 1935, n.8. 858 P.IH. Desarrollo normal de la vida cristiana de su propia santificación personal. Escuchemos de nuevo a Pío XI poco después del texto ya citado 15 : «Tan excelsos poderes, conferidos al sacerdote por un sacramento espe¬ cial instituido para esto, no son en él transitorios y pasajeros, sino estables y perpetuos, unidos como están a un carácter indeleble, impreso en su alma, por el cual ha sido constituido «sacerdote para siempre» (Ps 109,4), a semejanza de Aquel de cuyo eterno sacerdocio queda hecho partícipe. Carácter que el sacerdote, aun en medio de los más deplorables desórdenes en que puede caer por la humana fragilidad, no podrá jamás borrar de su alma, Pero juntamente con este carácter y con estos poderes, el sacerdote, por medio del sacramento del orden, recibe nueva y especial gracia con de¬ recho a especiales auxilios, con los cuales, si fielmente coopera, mediante su acción libre y personal, a la acción infinitamente poderosa de la misma gracia, podrá dignamente cumplir todos los arduos deberes del sublime es¬ tado a que ha sido llamado, y llevar, sin ser oprimido por ellas, las tremen¬ das responsabilidades inherentes al ministerio sacerdotal»* Estas son las principales funciones y obligaciones que el Pontifical Romano señala al sacerdote, y en cuyo ejercicio ha de encontrar su específica espiritualidad sacerdotal y su propia y personal santificación. No son, sin embargo, las únicas. El Código canónico prescribe a todos los sacerdotes los siguientes ejercicios de piedad 16 : 1. Confesión frecuente. 2. Oración mental diaria. 3. Visita al Santísimo Sacramento. 4. Santo: Rosario. 5. Examen de conciencia. 6. Ejercicios espirituales, al menps cada tres años. De todas estas cosas hemos hablado largamente en sus lu¬ gares correspondientes, adonde remitimos a! lector. No cabe duda que todas estas prácticas de piedad, realizadas con espíri¬ tu de fe y, sobre todo, con ardiente caridad, contribuirán tam¬ bién poderosamente a la santificación de los sacerdotes y les harán «llevar una vida interior y exterior más santa que los se¬ glares y sobresalir como modelos de virtud y buenas : obras» (en. 124). 15 Ibid., n.9. 16 En ios cánones 125 y 126. L.I11 a.2. En el estado religioso 859 ARTICULO 2 En el estado religioso 725, Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la iglesia n.43-47; Decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa; dom Columba Marmion, Cristo, ideal del monje; Courtois, Les états de perfection ; Colín, El culto de la regla; El culto de los votos; Peinador, Teología moral de los estados de perfección; Royo Marín, La vida religiosa; Mar- chetti, Spz'rituafitá e stati di vita; F. Sebastián Aguilar, La vida de perfección en la Iglesia .. 1. Noción 726. El Código canónico define el estado religioso en los siguientes términos: «Modo estable de vivir en común, por el cual los fieles, además de los preceptos comunes, se imponen también la obligación de practicar los con¬ sejos evangélicos mediante los tres votos de obediencia, castidad y pobreza* {cn.487). Y al señalar las obligaciones piopias y específicas que les afectan como tales religiosos, establece lo siguiente: «Todos y cada uno de los religiosos, lo mismo superiores que súbditos, deben no sólo cumplir íntegra y fielmente los votos que han hecho, sino también ordenar su vida en conformidad con las reglas y constituciones de la propia religión, y de esta manera tender a la perfección de su estado» (cn.593). Estos dos cánones señalan los elementos fundamentales de la espiritualidad propia y específica de los religiosos. El pri¬ mero expone los comunes a todas las órdenes y congregaciones religiosas: vida común estable y profesión de los consejos evan¬ gélicos, El segundo recoge los propios de cada instituto religio¬ so: su propia regla y constituciones. Y esto es todo. Vamos, pues, a exponer muy brevemente en este artículo la finalidad y esencia del estado religioso y los elementos co¬ munes y específicos de la espiritualidad propia del religioso b 2. Finalidad y esencia del estado religioso 727. a) Finalidad. —Como explica el ¿octór Angélico, el estado religioso constituye un verdadero y propio estado de per¬ fección , por el cual los religiosos «se \ consagran totalmente al servicio de Dios, ofreciéndose a El en; holocausto» 1 2 . Por eso íes corresponde a ellos el nombre de religiosos por antonomasia. 1 Hemos hablado largamente de todo ello en una obra especial publicada en esta misma colección de la BAG con el título de La vida religiosa. A ella remitimos al lector que desee una más abundante información sobre la espiritualidad propia del estado religioso. 2 IMI,i86,i. 860 P.I 1 I. Desarrollo normal de la vida cristiana Y como cualquier acto de virtud que se ordene al servicio y honor de Dios se convierte en acto de religión, todos y cada uno de los actos buenos realizados por los religiosos adquieren la excelencia propia de la. virtud de la religión 3 . El fin propio del estado religioso es llegar a la perfección de la caridad 4 . Por eso no se requiere que todo religioso sea per¬ fecto en un, momento dado, pero es indispensable que tienda y se encamine seriamente a la perfección 5 . Si descuidara volun¬ tariamente esta obligación fundamental, pecaría gravemente y su vida como religioso no tendría ninguna razón de ser: ha¬ bría perdido su propia finalidad específica. «El fin de la vida religiosa—ha escrito conforme a esto un autor contem¬ poráneo *—■es el amor total de Dios. Sin esta aspiración a la perfección del amor divino, ni se quiere, ni se acepta, ni se mantiene, ni se cumple esa vida. En la medida en que el entusiasmo por la perfección decae, la vida religiosa se entibia. Si el anhelo dé santidad se extingue, la vida religiosa se desmo¬ rona. Sólo el amor divino que la causa puede sostenerla y afianzarla. El amor es el aliento, la fuerza, la vida de esa vida. Sin el ideal del amor sólo sobrevive por inercia. Pero es vida sin vida, es vida aparente, es vida muerta. Las apa¬ riencias pueden todavía ser muchas; la realidad, sin el amor, no es ninguna. El día en que el religioso se desentienda de su perfección, se suicida moralmente . Vive sin razón de vivir . Y todo por esto: porque el religioso es un hombre que consagra toda su vida a Dios para amarle a El solo con todo su corazón». 728. b) Esencia.—El estado religioso consiste esencial¬ mente en los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Y esto por un. triple capítulo 7 : a) Por razón del fin a que se ordena, que es la perfección de la caridad. Tres son los principales obstáculos que se oponen a que nuestro afecto tienda totalmente a Dios: la codicia de los bienes materiales, la concupiscen¬ cia de los deleites sensibles y el desorden de la voluntad. Ahora bien, el primero se suprime por el voto de pobreza; el segundo, por el de castidad, y el tercero, por el dé obediencia: b) Por la quietud omnímoda de cuanto pueda perturbar el ánimo, a saber: la administración de las cosas exteriores (pobreza), el cuidado de la familia (castidad) y la veleidad y caprichos de la propia voluntad (obe¬ diencia), c) Por el perfecto holocausto que se ofrece a Dios con e! estado reli¬ gioso. El hombre le ofrece a Dios todo cuanto es y tiene: los bienes exterio¬ res (pobreza), su propio cuerpo (castidad) y su propia alma (obediencia). La entrega es total y absoluta, y, por lo mismo, el holocausto es perfecto. Es necesario que la pobreza, castidad y obediencia que se practican en el estado religioso sean sancionadas por un voto, ya que para constituir verdadero estado de perfección se requie- ad 2 4 11-11,186,1 5 ed contra. 5 11-11,186,1 ad 3 ; 186,2. 6 P. Marceuano Lt, amera. Obligación de la perfección en el estado relitfiosfj (Salaman¬ ca u> 54 ) p. 23 . 1 n -11,186,7. 861 L.III a.2 . En el estado religioso re la obligación especial de dedicarse a las cosas pertenecientes a la perfección, y esta obligación especial se contrae ante Dios mediante el voto 8 . 3. La vida común 729. La vida estable en común y los tres votos relativos a los consejos evangélicos constituyen—como ya hemos dicho— los elementos comunes del estado religioso, que, por lo mismo, se encuentran en todas las órdenes y congregaciones religiosas. La diversidad específica entre ellas procede de su propia re¬ gla y constituciones (cada cual tiene las suyas). Con relación a la vida común, el Código de la Iglesia deter¬ mina taxativamente lo siguiente: «En todas las religiones se ha de observar diligentemente por todos la vida común , aun en aquellas cosas que pertenecen a la comida, vestido y ajuar» (00.594,1.°), La vida común es necesaria para la forma canónica del esta¬ do religioso. Obligarse a los tres consejos evangélicos sin vida común ¡ puede dar origen a un instituto secular —que constituye también un estado de perfección , aunque incompleto—■, pero no a una orden o congregación religiosa. El estado religioso, en cuanto tal, exige necesariamente la vida común. Esta vida común, necesaria por disposición de la Iglesia para el estado religioso, implica tres cosas: a) La incorporación a una sociedad, en contraposición a la vida individual y aislada, b) La convivencia bajo un mismo techo y bajo un mismo superior. c) El recibir de un fondo común lo necesario para el sus¬ tento, vestido y ajuar. «La historia de la vida religiosa—escribe conforme a esto el P. Gam- barri se confunde con la historia de la vida común. De donde se sigue que la legislación de la vida común se confunde en cierto modo con la legis¬ lación de la vida religiosa. La vida eremítica, con buen acuerdo, cedió el puesto a la vida cenobí¬ tica, y ésta se convirtió en la forma exclusiva de la vida religiosa. A partir de aquel momento la vida religiosa se ha desarrollado en la vida común y por la vida común. En la vida común es donde los consejos evangélicos de pobreza y de obediencia han recibido una aplicación y una realización concretas. Y, sobre todo, se debe a la vida común, que ha adquirido formas tan diversas, el que la vida religiosa aparezca tan variada, al mismo tiempo que conserva la necesaria uniformidad. » 11-11,186,6. 9 En La vida común (en colaboración) [Madrid 1961] p.293. 862 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana En los diversos institutos religiosos, la vida común, tal como ha sido concebida por los fundadores, da un sello particular a todas las observancias de la vida religiosa, así como al ejercicio del apostolado propio de cada instituto. En la vida común todo religioso encuentra los medios necesarios para satisfacer su vocación de santidad y de apostolado. Guiado por los superio¬ res, ayudado por sus hermanas, sostenido por las reglas que determinan hasta en los menores detalles lo que debe hacer, el religioso sentirá la reali¬ dad del cuerpo místico de Cristo, y viviendo la vida de su comunidad, san¬ cionada por la Iglesia, participará abundantemente de la vida de Cristo», De esta doctrina se deduce una importantísima aplicación práctica para la vida espiritual del religioso. Cuando éste sin verdadera y auténtica necesidad 10 logra sustraerse hábilmente de algún aspecto de la vida común para entregarse a sus propios gustos, comodidades o caprichos, se autoexcomulga de la co¬ rriente de la gracia vinculada por Dios a aquella vida común. Su desventurado ingenio le ha acarreado una pérdida espiritual incalculable. 4. Los votos religiosos 730. a) El voto de pobreza.— El primer fundamento para adquirir la perfección de la caridad—que constituye, como hemos dicho, el fin del estado religioso—es la pobreza voluntaria —como dijo el Señor al joven del Evangelio (Mt 19, 21)—, porque es indispensable apartar el apetito de todas las cosas mundanas, según aquello de San Agustín: «Menos os ama, Señor, el que ama con vos alguna cosa que no ama por vos» n . Es más duro desprenderse de las riquezas ya poseídas que renunciar a alcanzarlas: lo primero es arrancarse un miem¬ bro propio; lo segundo, rechazar cosas extrañas i2 . Por el voto de pobreza se obliga el religioso a estas tres co¬ sas fundamentales; 1. a A no poseer absolutamente nada como propio, ni siquiera aquello que haya recibido a título personal con permiso de los superiores. Estos pueden siempre desposeerle de aquello, sin que el súbdito tenga derecho alguno a protestar o manifestar su desagrado. 2. a A no disponer absolutamente de nada sin permiso —expreso o táci¬ to—del superior competente. La razón es porque, no siendo suyo aquello de lo que dispone sin permiso, ejercita con ello un acto de propiedad que consti¬ tuye una injusticia y un atentado contra el voto. 10 Subrayamos esta frase para no desconocer los casos en que se impone legítimamente alguna excepción en la vida común (v.gr., por razón de verdadera enfermedad, exceso de trabajo, etc.). La regla infalible para no equivocarse consiste en someterse dócilmente a lo que dispongan los superiores, debidamente informados de las verdaderas causas que obli¬ guen o aconsejen aquella excepción. 11 San Agustín, Confesiones 10,29. n-II, 186,3. 863 L.11I a.2. En el estado religioso 3. a A vivir pobremente, a imitación del divino pobre, Jesucristo, que «siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que nosotros fuésemos ricos por su pobreza» (2 Cor 8,9). Las dos primeras obligaciones son relativamente fáciles de cumplir. La tercera, en cambio—que es, con mucho, la más importante de todas—, está llena de dificultades en la práctica y supone un verdadero heroísmo. En virtud de ella, el verdade¬ ro religioso ha de tender siempre a lo pobre „ no alo rico, en todas las manifestaciones de la vida: comida, vestido, habitación, viajes, etc., etc. Son poquísimos—por desgracia—los religiosos, que practican con perfección el voto de pobreza, limitándose lo más, a evitar las faltas graves contra él. b) El voto de castidad. —El estado religioso requiere también, indispensablemente, el voto de castidad perfecta, ya que es preciso renunciar a todo aquello que impide al hombre la entrega total al divino servicio. Y es manifiesto que los delei¬ tes de la carne y el cuidado de la familia constituyen un gran obstáculo para vacar exclusivamente al amor y servicio de Dios 13 . El voto de castidad no se refiere únicamente a la abstinen¬ cia de los placeres carnales, sino también y principalmente a la virginidad del corazón. El religioso se ha consagrado totalmente a Dios, y sólo para El ha de guardar celosamente su corazón. «Un amor perfecto es un amor único, total y exclusivo. Los enemigos del amor son los amores. Los obstáculos de! amor divino son los amores hu¬ manos o temporales» t4 . Por lo demás, sólo en el amor a Dios, llevado hasta la obse¬ sión, encontrará el religioso—a la par que su propia felicidad— el medio más seguro y eficaz de cumplir casi sin esfuerzo su voto de castidad, que resultaría poco menos que imposible sin aquella plenitud del amor divino, c) El voto de obediencia. —Es necesario, finalmente, la perfecta obediencia en el estado religioso. Ya que, constituyen¬ do por su misma esencia una escuela de perfección, es. menester que el religioso se someta al gobierno y dirección de un supe¬ rior, lo mismo que el alumno se somete a su maestro, Y esta voluntaria sumisión en nada disminuye el mérito ni compro¬ mete la libertad, ya que nada hay tan meritorio ni libre como que el hombre se someta voluntariamente a obedecer a otro por amor a Dios 15 . J 3 II-IIj, 186.4. Sin embargo, no debe concluirse que el matrimonio sea incompatible para la perfección cristiana, sino únicamente que los casados tropiezan con mayores obstáculos para ser perfectos (cf. ibid., ad 1 et 2). 14 P. Llamera, o.c., p.24. 15 Il-II.iBó.s c et ad 3. 864 P.I 1 I, Desarrollo normal de la vida cristiana r""' El nías excelente de los votos religiosos es el de obediencia, j Y ello por tres razones 16 : j| . a) Poique con él ofrecemos a Dios nuestra propia voluntad, que es \ un bien m|s excelente que nuestro cuerpo y las cosas exteriores; de donde se sigue qüfi todo cuanto se haga por obediencia es más agradable a Dios ! que si se hijñera eso mismo por propia voluntad. j b) Porque el voto de obediencia encierra y contiene la materia de los j otros dos vcitos, y no al contrario. | c) Porgue es el voto más esencial al estado religioso, hasta el punto j de que el qúe observase la pobreza y la castidad voluntariamente, aun san- i; cionadas po;r un voto privado, no sería propiamente religioso, sin el voto \ de obediencia. Por eso es preferible y más excelente el estado religioso que j la misma virginidad guardada bajo voto. Sobre la naturaleza, grados, cualidades y ventajas de la obediencia, hemos hablado largamente en otro lugar de esta obra, a donde remitimos al lector (cf. n.4i6s). 5. La regla y constituciones 731, El religioso—como ya dijimos—está obligado a ten¬ der a la perfección de la caridad, utilizando, en primer lugar, los medios comunes a toda vida cristiana (sacramentos, virtu¬ des, oración, etc.) y los propios del estado religioso en general (vida común, práctica de los votos religiosos). Además de todo esto, y con el fin de cumplirlo con mayor facilidad y perfección, ha de practicar también las normas que le señalan taxativa¬ mente la regla y constituciones de su propio instituto religioso; La transgresión, aun voluntaria, de estas normas, no suele constituir pecado grave en la mayoría de los casos 17 ; pero el religioso se ha comprometido solemnemente a su cumplimiento ante Dios el día de su profesión religiosa, y la infidelidad habi¬ tual a su palabra le acarrearía gravísimos daños y, desde luego, le incapacitaría en absoluto para la santidad, cuya adquisición progresiva constituye la finalidad misma de la vida religiosa y su única razón de ser. Las órdenes antiguas suelen tener regla y constituciones; las modernas y, desde luego, las simples congregaciones religiosas y sociedades de vida común sólo tienen constituciones. En la práctica suelen emplearse indistintamente los términos regla II-II>*86,8. 17 Asi lo determinan expresamente la casi totalidad de las reglas y constituciones de las órdenes y congregaciones religiosas. Se exceptúan, naturalmente, las materias gravemente obligatorias por la ley de Dios, la ley natural o las leyes generales de la Iglesia, las referentes a los votos, las preceptuadas gravemente por las propias reglas y cualquier otra sobre la que haya recaído un precepto formal del legítimo superior. También se peca gravemente cuando se quebranta cualquier punto de la regla por desprecio formal de la ley; lo cual, en la práctica, ocurre raras veces. Hay desprecio formal cuando la voluntad rehúsa someterse a lo ordenado por la ley, y, precisamente por esa rebeldía, lo quebranta voluntariamente (cf. 11-11,186,9 ad 3). 865 L.Ul a. 3. Ev el estado seglar o constituciones para significar el conjuntó de ordenaciones propias de un instituto religioso. Los principales deberes del religioso con respecto a su re? gla y constituciones son éstos: a) Conocerlas afondo en su texto y espíritu^ para penetrarse de su verdadero sentido y evitar las torcidas interpretaciones a que puéde llevarle fácilmente su comodidad y amor propio. o y b) Estijnarlas como un verdadero tesoro, púes : su perfecto y exacto cumplimiento le llevará a la cumbre, de la santidad precisamente por el camino que Dios ha trazado para él y no otro. Cumpíiéndólas fielmente, el religioso puede estar plenamente seguro de que está' haciendo' eri cada mo¬ mento aquello que Dios quiere de él y en la forma qué lp quiere. ■ c) Practicarlas hasta el último detalle—iota um, ; dice el.;,Evangelio (Mt 5,18)—con. gran espíritu de fe, ardiente amor y plena generosidad. La fórmula simplificadora puede ser ésta: «El amor a la regla y la regla por amor*. \ " ,v ‘ ’ * A R T I G U L O 3 En el estado seglar 73*. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia n.30-38; Decreto sobre el apostolado de los seglares, passim; Congar, O.P., Jalones para una teología del laicado (Barcelona 1961);' Dohen, L¿i sdñtitd déi I aici (Roma 1956); Ermans, La vi¿ spnitúeüe des laics (París 1954); Marchettí/ Spmfualitd' e stati.di vita (Roma 1962): Lilí Alvar fez > En fierra extraña (Madrid 1958); Royo Marín, Espiritualidad de los seglares (BAC 272). i. Introducción 733* Al abordar el estudio de los elementos constituti¬ vos de la llamada «espiritualidad seglar» hemos de repetir una vez más lo que ya hemos indicado en la introducción general a los diferentes estados en que puede desarrollarse la vida de un cristiano. Lo verdaderamente básico y fundamental es común a todos esos estados, ya que se trata, en fin de cuentas, de vivir plenamente la. vida cristiana, que tiene su origen en el sacra¬ mento del bautismo : y . es sustancialmente idéntica para todos los renacidos en Cristo, sea cual fuere el estado o género de vida en que la divina Providencia haya querido colocarlos. Nadie se santificará sino a base de la fidelidad a la gracia, los sacramentos, la práctica de las virtudes sobrenaturales, la abnegación de sí mismo, la docilidad ai Espíritü Santo, etc.; ó sea, á basé dé los elementos comunes a toda vida cristiana. Todo lo que se sobre¬ añada a esos elementos fundamentales serán, a lo sumo, ele¬ mentos complementarios— siquiera algunos de ellos sean del todo obligatorios e indispensables según los diferentes estados— que vendrán a reforzar aquellos elementos básicos, nunca a suplantarlos o hacerles perder un ápice de su importancia pri¬ maria y sustancial. En este sentido, la vida cristiana es especí- 866 PJIl. Desarrollo normal de la vida cristiana ficamente una y todos sus elementos esenciales afectan por igual al sacerdote, al religioso y al seglar. A lo sumo puede hablarse de diferencias, específicas modales entre los diversos estados; jamás de diferencias específicas en el sentido ontológico y sus¬ tancial de la palabra. A pesar de los múltiples y serios intentos que se han venido realizando en estos últimos tiempos por parte de los teólogos y de los mismos seglares estudiosos, creemos que no se ha lo¬ grado todavía una teología plenamente satisfactoria de la espi¬ ritualidad propia de los laicos Por fortuna—mejor diríamos por gracia y providencia de Dios—el concilio Vaticano II ha venido á arrojar un chorro de luz sobre esta importantísima cuestión que interesa tan al vivo a los hombres dé nuestro tiempo. Én el capítulo cuarto de la «Constitución dogmática sobre la Iglesia» y en todo el decreto conciliar sobre el Aposto¬ lado de los seglares , se encuentran los principios fundamentales para construir una síntesis vigorosa en torno a los elementos propios y característicos de la espiritualidad de los cristianos que viven en el siglo. Especialmente significativo y simplifica- dor es el siguiente párrafo de la «Constitución sobre la Iglesia», verdadero prodigio de precisión y síntesis 2 : «A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocu¬ paciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y so¬ cial, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espí¬ ritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desdé den¬ tro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, de manera singular, a ellos co¬ rresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están es¬ trechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conformé a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor.» Es imposible decir más ni mejor en menos palabras. En ellas nos parece que. están resumidos y condensados todos los elementos ; fundamentales de la espiritualidad seglar y trazado nítidamente el camino de la santificación peculiar y propia de los. cristianos que viven en el mundo. Vamos, pues, a recoger sistemáticamente los puntos fun¬ damentales de la espiritualidad seglar tomando como base ese magnífico texto conciliar. 1 Lo mejor de lo aparecido hasta hoy en el campo teológico, nos parece que es la magni¬ fica obra del P. Concar, O.P., jalones para una teología del laicado (Barcelona 1961). Nos¬ otros mismos hemos publicado una amplia monografía sobre Espiritualidad de los seriares en esta misma colección de la BAC (n.272)- 2 Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia n.31. L.IU a3. En el astado seglar 867 2. Qué se entiende por laicos o seglares 3 734. El mismo concilio Vaticano II nos da—poco antes de las palabras citadas—una definición perfecta-^en su doble vertiente negativa y positiva—de lo que debe entenderse por laico. En primer lugar nos da una definición negativa, dicién- donos lo que no son los laicos: «Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia...» O sea todos los cristianos que no son sacerdotes ni religio¬ sos. Como se ve, el concilio identifica aquí los términos laico y seglar. A continuación nos da una espléndida definición positiva de los mismos: «... es decir, los fieles cristianos que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos co¬ rresponde». El bautismo, en efecto, es el gran sacramento de la inicia¬ ción cristiana. Por él nos incorporamos a Cristo, entramos a formar parte del «pueblo de Dios» y se nos da una participa¬ ción verdadera y auténtica en la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo 4 . El cristiano seglar tiene la misión sublime de ejercitar, en la medida que le corresponde, esta triple función de la Iglesia en el mundo. La seglaridad , o sea el desenvolvimiento de la propia vida en el mundo y a través de las estructuras del mundo, es la .nota más típica y característica de los seglares, aunque algunas de esas estructuras puedan ser abordadas también, indirectamen¬ te, por los mismos consagrados a Dios. El concilio precisa con mucha claridad este importante extremo. He aquí sus propias palabras 5 : 3 No es exactamente lo mismo laico que seglar. Propiamente hablando, laico es el no clérigo, ya sea seglar, ya religioso. En cambio, Ja palabra seglar designa únicamente a los cris¬ tianos que viven en el mundo, o sea, que no son clérigos ni religiosos. El religioso lego es laico, pero no seglar; el cristiano que vive en el mundo no solamente es laico, sino también seglar. Sin embargo, nosotros usaremos aquí indistintamente las expresiones laico'o seglar para designar a los fieles cristianos que viven en el mundo. En este mismo sentido emplea la palabra laico el concilio Vaticano II en su Constitución dogmática sobre la Iglesia, como ve¬ remos en seguida, y en los demás documentos conciliares. 4 Todo esto tiene su fundamento directo e inmediato en la Sagrada Escritura (cf. i Petr 2, 9; Apoc 5,10; Act 2,17-21). El P. ConGar ha expuesto admirablemente esta triple función sacerdotal, profética y real del cristiano en su celebrada obra Jalones para una teología del iaicado c.4-6. 5 Cf. Constitución dogmática sobre ¡a Iglesia n.31. 868 P.ÍIL Desarrollo normal de la vida cristiana «El carácter secular es propio y peculiar de los laicos. Pues los miembros del orden sagrado, aun cuándo alguna vez pueden ocuparse de los asuntos seculares incluso ejerciendo una profesión secular, están destinados princi¬ pal y expresamente al sagrado ministerio por razón dé su particular voca¬ ción. En tanto que los religiosos, en virtud de su estado, proporcionan un preclaro e inestimable testimonio de que el mundo no puede ser transfor¬ mado ni ofrecido a Dios' sin el espíritu de las bienaventuranzas». 3, Características de la espiritualidad seglar 735, Ahora bien: ¿de qué modo han de ejercitar los se-: glares en el mundo la función sacerdotal, profética y real de la Iglesia en el grado y medida que a ellos corresponde? ¿De qué. modo han de santificar su propia vida seglar «según el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas»? ¿Guáles son, en definitiva, las características propias y específicas de la «espi¬ ritualidad seglar»? Según Jas enseñanzas del concilio Vaticano II y las mejo¬ res lucubraciones de los teólogos modernos, nos parece que pueden condensarse en estas cuatro fundamentales: d) La santificación de su vida familiar. b) La santificación de sus propias actividades profesionales. c) La «consagración del mundo». d) El apostolado en su propio ambiente. Vamos a examinarlas cada una por separado, aunque con la extrema brevedad a que nos obliga la índole y extensión de nuestra obra a) La santificación de su vida familiar 736* El seglar—lo mismo que el sacerdote y el religio¬ so—ha dé santificarse principalmente viviendo en cristiano el estado de vida en que Dios ha querido colocarle. Paira el cris¬ tiano seglar ese estado de vida lo constituye la propia familia, incluso antes de contraer matrimonio, o sea, mientras perma¬ nece todavía bajo la tutela de sus padres. Ello quiere decir que los casados han de explotar sobrena¬ turalmente las grandes riquezas espirituales que les confirió el sacramento del; matrimonio para el digno desempeño de sus obligaciones como esposos y como padres . Y /os hijos se han de: santificar cumpliendo en primer lugar, con toda exactitud y fidelidad, los deberes de amor, obediencia, sumisión y respe¬ to que deben a sus padres en cuanto tales, o sea,: en cuanto instrumentos dé que Dios se valió para traerles al mundo ha- 6 Hemos hablado ampHsimamente de todo esto en nuestra obra Espiritualidad de les se¬ glares (BAO), adonde remitimos al lector que desee mayor información. 869 L.Ul a.3< En el estado seglar ciándoles posible con ello su felicidad eterna al ser incorpora¬ dos a Cristo por la gracia bautismal. Cualquier espiritualidad seglar que trate de organizarse al margen de la propia familia natural ha dejado ipso fado de. ser seglar , porque se le ha sustraído el fundamento natural de la seglaridad 7 . Hablando del quehacer apostólico de los seglares, dice ex¬ presamente el concilio Vaticano II 8 : «En esta tarea resalta el gran valor de aquel estado de vida santificado por un especial sacramento, a saber, la vida matrimonial y familiar . En ella el apostolado de los laicos halla una ocasión de ejercicio y una escuela pre¬ clara si la religión cristiana penetra toda la organización de la vida y la transforma más cada día. Aquí los cónyuges tienen su propia vocación : el ser mutuamente y para sus hijos testigos de la fe y del amor de Cristo. La fa¬ milia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada. De tai manera, con su ejemplo y su testimonio, arguye al mundo de pecado e ilumina a los que buscan la verdad». Quede, pues, sentado que la santificación de su propia vida familiar es la primera nota característica de la espirituali¬ dad seglar. En ella ha encontrado el simple fiel su propia voca¬ ción—como enseña expresamente el concilio—y solamente vi¬ viéndola en cristiano y en toda su plenitud alcanzará su pro¬ pia perfección «según la medida de la donación de Cristo» (cf. Eph 4,7). b) La santificación de sus propias actividades profesionales 737. Pero el cristiano seglar no vive en el mundo tan sólo en el seno de la propia familia. Ha de ejercer una profesión determinada, no solamente como un medio indispensable para procurarse el . sustento material para sí y los suyos, sino ade¬ más como un servido que tiene obligación de prestar al bien común 9 ... 7 Por eso es preciso reconocer que los institutos seculares —al menos por parte de aque¬ llos miembros que viven en comunidad, apartados de su familia natural—no son propia¬ mente seglares. Están mucho más cerca de los religiosos que de los seglares- No olvidemos que k vida común y los votos de pobrera, castidad y obediencia constituyen la esencia misma del estado religioso (cf. n.728-2Q), y eso mismo hacen y practican los miembros de esos ins¬ titutos que viven en comunidad. Otra cosa muy distinta hay que decir de los miembros de esos institutos que viven en el seno de su propio hogar y pueden incluso, formar una nueva familia mediante el sacramento del matrimonio. Estos últimos son perfectamente seglares. 6 Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, n.35. 9 Este, servido obligatorio al bien común afecta absolutamente a todos los hombre del mundo, incluso a los muy ricos, que no necesitan trabajar para ganarse el pan de cada día. A nadie le es licito «vivir de renta* y sin hacer nada; pues si ellos no necesitan trabajar, el bien común necesita de su trabajo y no es lícito a nadie sustraerse a esta ley fundamental impuesta a todos por el mismo Dios. El apóstol San Pablo escribe terminantemente: El que no quiera trabajar, que no coma (2 Thess 3,10). Claro que hay muchas clases de trabajo, y no todos están obligados a coger un pico y una pala; pero nadie está autorizado para pasarse la vida en la holganza y ociosidad por muchos millones que tenga en la cuenta corriente de los bancos de la tierra. 870 PJil, Desarrollo normal de la vida cristiana Ahora bien: el ejercicio de una determinada profesión tem¬ poral, por lo mismo que es una realidad en sí misma terrena y natural , no es santificante de suyo, sino que es menester santificarla , cristianizarla, elevarla al orden sobrenatural Vamos a explicar un poco este punto clave de la espiritua¬ lidad seglar. Para sobrenaturalizar plenamente cualquier profesión tem¬ poral (médico, abogado, arquitecto, cartero, guardia civil o ba¬ rrendero, lo mismo da) y encontrar en ella misma el gran ins¬ trumento de la propia santificación seglar se requieren indis¬ pensablemente estas tres cosas: 1. a Que se trate de una profesión honrada y legítima en sí misma. —Ya se comprende que hay ciertas «profesiones» absolutamente imposibles de sobrenaturalizar o santificar. Son todas aquellas que tienen por objeto algo de suyo pecaminoso e inmoral (negocios sucios, robos o injusticias más o menos disimulados, centros de perversión moral, etc.). Esto es evi¬ dente y no necesita mayor explicación. 2 . a Que se viva la profesión en estado de gracia.— Es también del todo evidente y palmario. Sin la gracia no pue¬ de haber mérito sobrenatural, porque falta la raíz y el funda¬ mento mismo de la vida sobrenatural El pobre pecador despo¬ seído de la gracia no puede—mientras permanezca en ese es¬ tado—merecer absolutamente nada en orden a la vida eterna. Es doctrina de fe expresamente definida por la Iglesia en el concilio de Trento 10 . i Cuántos infelices cristianos pierden por este capítulo el mérito sobre¬ natural de sus buenas obras! Por muy buenas, honestas y honradas que sean esas obras en sí mismas—aunque se ordenen al bien de los demás, como en tantas profesiones humanas—, si el que las practica está en pecado mortal, está radicalmente incapacitado para merecer por ellas absolutamente nada delante de Dios. Sin la simple posesión de la gracia santificante es imposible sobrenaturalizar la propia profesión ni, por consiguiente, encontrar en ella un medio eficacísimo y al alcance de la mano para la propia y personal santificación. 3 . a Que la caridad sobrenatural ejerza su influjo EN EL DESEMPEÑO DE LA PROPIA PROFESIÓN DE UNA MANERA CADA VEZ MÁS INTENSA Y ACTUAL. La razón es también muy clara y evidente. La simple po¬ sesión del estado de gracia que reclamábamos en la condición 10 He aquí el canon dogmático del concilio de Trento: #Si alguno dijere que la gracia divina se da por medio de Cristo Jesús sólo a fin de que el hombre pueda más fácilmente vivir justamente y merecer la vida eterna, como si una y otra cosa las pudiera por medio del libre albedrío sin la gracia , sí bien con trabajo y dificultad, sea anatema» (Denz, 8*2). 871 L.lll a.3. Eft el estado seglar anterior nos proporciona la raíz del mérito, que es, cabalmen¬ te, la gracia santificante. Pero, como hemos explicado en su lugar correspondiente, el mérito sobrenatural de nuestras bue¬ nas obras—o, en otros términos, su eficacia santificadora—no depende de la simple posesión de los hábitos infusos (gracia, virtudes y dones del Espíritu Santo), sino de su ejercicio o ac¬ tuación (cf. n.285,11. a ). Ahora bien: en el ejercicio o actua¬ ción de las virtudes infusas, el mérito esencial— o sea, el que se ordena de suyo a la visión beatífica en sí misma considerada— corresponde exclusivamente a la caridad sobrenatural (amor a Dios o al prójimo por Dios), correspondiendo a las otras vir¬ tudes únicamente los premios accidentales o secundarios (cf. n.28s,io. a ). Por consiguiente, tanto más meritorias y san¬ tificantes serán nuestras buenas obras cuanto se ejerciten bajo un impulso más intenso y actual de la caridad o amor divino n . Ahora se comprende el sentido profundo de aquellas palabras que dirigió Santa Teresita la víspera de su muerte a una de sus hermanas que le pedía una palabrita de adiós: Ya lo he dicho todo: lo único que vale es el amor 12 . Cuando se reúnen estas tres condiciones—que están al al¬ cance de cualquier cristiano con la gracia ordinaria de Dios—, el ejercicio de la propia profesión temporal y humana se con¬ vierte en un instrumento aptísimo y precioso de la propia san¬ tificación. Sería un gran error, por ejemplo, que el cristiano seglar se lamentara de que su trabajo profesional absorbente le impide pasarse largas horas de oración al pie del Sagrario o entregarse por entero al ejercicio de obras de caridad y be¬ neficencia. Ello supondría un gran error de perspectiva, que le desviaría del verdadero camino de su propia santificación al dejar de hacer lo que 'Dios quiere de él so pretexto de entre¬ garse a lo que no quiere de él. Es en el ejercicio mismo de su pro¬ pia profesión donde Dios quiere que se santifique, y no de otra manera. Ponga mucho amor de Dios en barrer la calle, si es barrendero; en atender a las tareas del hogar, si es madre de familia, .0 en cuidar a los enfermos, si es enfermero, y en eso pre¬ cisamente, y no en otra cosa, encontrará su propia perfección y santidad. Hágalo todo por amor a Dios, viendo en ello el cumplimiento perfecto de su divina voluntad sobre sí mismo, y no se preocupe de nada más. Por ahí llegará hasta la cumbre, que en vano intentaría alcanzar desviándose por otros caminos falsos y extraviados. Para el seglar—lo mismo que para el sacerdote y el religioso—no hay otro camino posible de san- 11 Cf. el número 150 de esta obra. 12 Cf. Eí espíritu de Santa Teresita de[ Niño Jesús, epílogo (ed. Barcelona 1055), p.251. 872 P.I1I. Desarrollo normal de la vida cristiana tificación que el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios a. través de su propia vocación sobrenaturalizada por la gracia y la caridad . El seglar católico ha de poner el máximo empeño en ejer¬ citar su propia profesión de la manera más perfecta y brillante posible no solamente ante Dios, sino también ante los hom¬ bres; no para servirse de ella como pedestal de la propia vani¬ dad o con miras de tipo económico tan sólo, sino por el enor¬ me influjo apostólico que ese brillante desempeño profesional ejercerá sobre el prójimo alejado u olvidado de Dios. «Para santificar la profesión—escribe a este propósito el P. Marchet- ti U—y convertiría en instrumento de apostolado, el seglar debe ponerse en condiciones de ejercitarla de manera decorosa, adquiriendo una cultu¬ ra y capacidad técnica proporcionada al trabajo que desarrolla y al puesto que ocupa. La competencia le procura un prestigio personal, que se refleja sobre la religión que profesa y le permite influir en todos los que le rodean. Los católicos deberían ser, dentro de los límites de sus propias posibilida¬ des, los mejores profesionales; no por lucro o ambición personal, sino para adquirir un autorizado ascendente con fines apostólicos. Con la competencia profesional se capacitan, además, para ocupar pues¬ tos directivos, extendiendo con ello su actividad religiosa y moral. Es una falsa humildad .contentarse siempre con el último puesto, cuando con una mayor preparación y autoridad se puede cooperar más eficazmente á la orga¬ nización de una sociedad cristiana en armonía con e! Evangelio.» c) La «consagración del mundo» 738. En estos últimos tiempos se habla mucho de la «con¬ sagración del mundo» como una de las tareas más importan¬ tes y propias de los seglares. Pío XII empleó reiteradamente la expresión cónsecratio mundi hablando de los deberes funda¬ mentales de los seglares en el mundo, de hoy 14 . Pero es necesario precisar con toda exactitud y cuidado el verdadero sentido y alcance de esa magnífica fórmula, que puede prestarse fácilmente a interpretaciones muy torcidas y ajenas por completo al pensamiento de la Iglesia. Ante todo es necesario precisar el verdadero sentido de los dos términos que en ella se emplean: consagración y mundo . Todas las confusiones han nacido, fundamentalmente, de no haber precisado con claridad y nitidez el sentido verdadero y auténtico de esas dos palabras. En primé r lugar, ¿qué se entiende por «consagración» en la fórmula que nos ocupa? Én general, se entiende por consagrar «hacer sagrada» una 13 P. Aí.hino Marchettí, Spirifualífd e .'ctoii di vita (Poma 1962) p.153-154. 14 Véase, por ejemplo, su discurso al 11 Congreso mundial del apustolado seglar, del 5 de octubre dei 9 S 7 : AAS 49 (1957) 926, 873 L.UI a.3, En el eliado seglar cosa que antes de la consagración no lo era. Antes de ser con¬ sagrado, un cáliz es sencillamente un vaso de metal más o me¬ nos valioso; después de su «consagración» es un vaso sagrado, que sólo puede ser utilizado en el altar del sacrificio. El pan y el vino ordinarios se convierten, después de su consagración eucarística, en algo tan sagrado y divino como el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Consagrar es, pues, «hacer sagrada» una cosa que antes de la consagración no lo era, aun¬ que tenía aptitud para serlo si sobre ella recaía una consagra r ción. Las cosas se consagran o «hacen sagradas» cuando se las relaciona con Dios o con el culto debido a Dios. Teniendo en cuenta estas nociones elementales, ya. puede precisarse el verdadero sentido .de la palabra consagración en la fórmula que nos ocupa. Se trata de consagrar al mundo, o sea, de hacerlo sagrado, relacionándolo con Dios o con el culto debido a Dios. Todo el problema se centra ahora en precisar el sentido de la palabra mundo en la fórmula que estamos examinando. ¿Qué se entiende en ella por la palabra mundo? Con la palabra mundo pueden designarse varias cosas muy distintas entre sí. He aquí las principales. a) El planeta que habitamos (la tierra) o el conjunto de todos los as¬ tros del firmamento (el universo). b) Uno de los tres enemigos del alma, formado por los placeres, pom¬ pas y vanidades terrenas. c) Las estructuras terrenas de orden puramente humano y natural so¬ bre las que se desarrolla la vida de los seglares que viven en el mundo. Ahora bien: es evidente que, cuando la Iglesia señala a los seglares la misión de consagrar al «mundo», no puede referirse al mundo en el primer sentido (la tierra o el universo mate¬ rial), ni tampoco en el segundo sentido, o sea, en cuanto ene¬ migo de nuestras almas, puesto que sus placeres, pompas y vanidades pecaminosas no pueden santificarse: el pecado no se puede «consagrar». En este sentido, el seglar—lo mismo que el sacerdote y el religioso—ha de declarar la guerra al mundo, ha de huir de sus pompas y vanidades, ha de practicar la ascé¬ tica de la renuncia y de la negación totaL La Sagrada Escritu¬ ra insiste repetidas veces en la necesidad de renunciar al mun¬ do si queremos seguir las huellas de Jesucristo: «¿No sabéis que la amistad del mundo es enemiga de Dios? Quien pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios» (Iac 4,4). «El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo» (Gal 6,14). «Sabemos que somos de Dios, mientras que el mundo todo está bajo el maligno» (1 lo 5,19). 874 P.llL Desarrollo normal de ¡a vida cristiana «¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?» (Mt i6,z6). «No améis al mundo ni lo que hay en el inundo. Si alguno ama al mun¬ do, no está en él la caridad del Padre. Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, y eso no viene del Padre sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (i To 2,15-17). Es imposible hablar más claro y con insistencia más apre¬ miante. El cristiano—cualquiera que sea su estado o condi¬ ción social—ha de romper abiertamente con el mundo en cuan¬ to enemigo de nuestras almas; o sea, ha de renunciar a todos los placeres, pompas y vanidades pecaminosas del mundo, por muy dolorosa y sensible que le resulte esa ruptura. Decir que el cristiano que vive en el mundo no debe renunciar a nada de cuanto el mundo le ofrece con tal de «consagrarlo» o «cristiani¬ zarlo», es un disparate y una insensatez inconmensurables. Hay cosas que no se pueden consagrar o ciistianizar; el pecado está prohibido a todos los cristianos, sean sacerdotes, religiosos o seglares. Sin la ascética de la renuncia total al mundo—en el sentido pecaminoso de esta expresión—, nadie puede santificar¬ se, ni siquiera obtener la salvación eterna de su alma. Este es el sentido de las palabras del apóstol Santiago: «Quien preten¬ de ser amigo del mundo, se hace enemigo de Dios» (Iac 4,4). Entonces, ¿qué es lo que la Iglesia quiere decir cuando encarga a los seglares la «consagración del mundo»? Como indica claramente el texto del concilio Vaticano II que hemos recogido al frente de este artículo, es evidente que con la palabra «mundo» designa la Iglesia el conjunto de las es¬ tructuras terrenas de orden puramente humano y natural que constituyen la trama de la vida seglar, y a través de las cuales desarrollan sus propias actividades los cristianos que viven en el mundo. Aquí entra la familia, el trabajo profesional; los ne¬ gocios, las amistades, la política, etc., etc., e incluso las diver¬ siones honestas (jamás las inmorales, que pertenecen al mundo como enemigo de nuestras almas). Todo esto es lo que ha de «consagrar» el cristiano seglar, religándolo con Dios, o sea, ele¬ vándolo al plano sobrenatural y poniéndolo al servicio de la gloria de Dios y de la propia santificación. El cristiano seglar no debe renunciar a ninguna estructura temporal o terrena, con tal que sea buena o indiferente en sí misma, o sea, con tal que sea apta para ser « consagrada » o santificada . Precisamente ésa es la gran misión propia y específica de los seglares: la «consagración» de todas las estructuras terrenas que sean consagrables. El sacerdote y ef religioso han renun- 875 L.1JI a.3 . En el estado seglar ciado a todo lo temporal y terreno. No pertenece a ellos la «consagración del mundo», puesto que no viven en él o no les incumben las actividades terrenas. El religioso—el monje so¬ bre todo—ha renunciado radicalmente al mundo apartándose materialmente de él. El sacerdote tiene la misión de ser el «mi¬ nistro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios» (i Cor 4,i), sin mezclarse para nada en las estructuras y quehaceres terrenos (cf. lo 17,16). Es el seglar únicamente quien debe religar con Dios todas esas estructuras humanas que constituyen la trama de su vida en el mundo, «consagrán¬ dolas», cristianizándolas o, como dicen algunos con expresión un tanto forzada, pero muy exacta, cristofinalizándolas 15 ( para que se cumpla al pie de la letra la magnífica fórmula de San Pablo: Todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo , y Cristo es de Dios (1 Cor 3,23). El mundo entero—“en efecto—ha de ser sometido por entero a Dios (cf. 1 Cor 15,27-28), pero esto no puede hacerse más que en Cristo, por Cristo y a través de Cristo (cf. Eph 1,10; Col 1,20). Corresponde al seglar la sublime misión de cristianizar to¬ das las estructuras terrenas y humanas, o sea, religarlas con Cristo, llevarlas a Cristo, para que El, a su vez, las lleve al Pa¬ dre, cerrándose con ello el proceso finalista de la creación del mundo y redención del género humano. Todas las cosas sa¬ lieron de Dios y todas deben retornar a El «para que Dios sea todo en todas las cosas» (1 Cor 15,28). El concilio Vaticano II ha expuesto admirablemente las lí¬ neas fundamentales de esta sublime misión de los seglares en el capítulo cuarto de la Constitución dogmática sobre la Iglesia , dedicado a los laicos. He aquí los principales párrafos 16 : «Dado que Cristo Jesús, supremo y eterno Sacerdote, quiere continuar su testimonio y su servicio por medio de los laicos, los vivifica con su Es¬ píritu y los impulsa sin cesar a toda obra buena y perfecta. Pues a quienes asocia íntimamente a su vida y a su misión, también les hace partícipes de su oficio sacerdotal con el fin de que ejerzan el culto es¬ piritual para gloria de Dios y salvación de los hombres. Por !o cual los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, son admi¬ rablemente llamados y dotados para que en ellps se produzcan siempre los más ubérrimos frutos del Espíritu. Pues todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano trabajo, el descanso de alma y de cuerpo, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (cf. 1 Petr 2,5), que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al Padre junto con la oblación del cuerpo del Señor. De este modo, también los lai- 15 Véase, por ejemplo, Congar, o.c,, c.g p.sir. 16 Cf. Constitución dogmática sobre la Iglesia c,4 n.34 y 36. 876 P.I1L Desarrollo normal de la vida cristiana eos, como adoradores que en todo lugar actúan santamente, consagran el mundo mismo d Dios . Cristo, habiéndose hecho, obediente hasta la muerte y habiendo sido por ello exaltado por el Padre (cf, Phil 2,8-9), entró en la gloria de su reino, A El están sometidas , todas las cosas, hasta que El se someta a Si mismo y todo lo creado al Padre, a fin de que Dios sea todo en todas las cosas (cf. 1 Cor 15,27-28). Este poder lo comunicó a sus discípulos para que tam¬ bién ellos queden constituidos en soberana libertad, y por su abnegación y santa vida venzan en sí mismos el reino del pecado (cf- Rom 6,12). Más aún, para que, sirviendo a Cristo también en los demás, conduzcan en hu¬ mildad y paciencia a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar. También, por medio de los fieles laicos el Señor desea dilatar su reino:, reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz. Un reino én el cual la misma creación será liberada de la servidum¬ bre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios (cf. Rom 8,21). Grande, en verdad, es la promesa y excelso el mandato dado a los discípulos: «Todas las cosas son vuestras, pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios» {1 Cor 3,23)». Después de haber expuesto las líneas fundamentales de este grandioso plan de Dios, que El mismo se ha dignado re¬ velarnos en la Sagrada Escritura, explica el concilio Vatica¬ no II .de qué, manera deben realizarlo los seglares a base de religar con Dios las estructuras temporales en que se desen¬ vuelve su vida 17 : «Deben, por tanto, los fieles conocer la íntima naturaleza de todas las criaturas, su valor y su ordenación a la gloria de Dios. Incluso en las ocupa¬ ciones seculares deben ayudarse mutuamente a una vida más santa, de tal manera que el mundo se impregne del espíritu de Cristo y alcance su fin con mayor eficacia en la justicia, en la caridad y en la paz. En el cumpli¬ miento de este deber universal corresponde a los laicos el lugar más des¬ tacado/ Por ello, con su competencia en los asuntos profanos y con su acti¬ vidad elevada desde dentro por la gracia de Cristo, contribuyan eficazmente a que los bienes creados, de acuerdo con el designio del Creador y la ilu¬ minación de su Verbo, sean promovidos, medíante el trabajo humano, la técnica y la cultura civil, para utilidad de todos los hombres sin excepción; sean más convenientemente distribuidos entre ellos, y a su manera con¬ duzcan al progreso universal en la libertad humana y cristiana. Así Cristo, a través de los miembros de la Iglesia, iluminará más y más con su luz salvadora a toda la sociedad humana. Igualmente coordinen los laicos sus fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado , de manera que todas éstas cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes. Obrando de este modo impregnarán de valor moral la cultura y las realizaciones humanas. Con este proceder simultáneamente se prepara mejor el campo del mundo para la siembra de la palabra divina y a la Iglesia se le abren más de par en par las puertas por las que introducir en el mundo el mensaje de la paz». El concilio termina su exhortación a los seglares-cuyo texto completo deben leer y meditar cuidadosamente con- fre- 17 Ibid., ibid., n.36. 877 L.líl a.,3. En el estado seglar cuencia—con. este magnífico párrafo, que exalta hasta la. cum¬ bre el papel de los seglares en la «consagración del mundo» 18 : «Cada laico -debe ser ante él mundo un testigo dé la resurrección y de la vida de! Señor Jesús y Uña señal del Dios vivo. Todos juntos y cada uno dé por sí deben alimentar al mundo con frutos espirituales (ef. Gal 5,22) y difundir en él el espíritu de que están animados aquellos pobres, . mansos y pacíficos, a quienes el Señor, en el Evangelio, proclamó bienaventurados (cf. Mt 5,3-9). En una palabra, lo que es el alma en el cuerpo, esto han de ser los cristianos en el mundos. No puede llevarse más lejos el papel de los seglares en el mundo. Han de ser «lo que es el alma en el cuerpo», es decir, su principio vital, su forma sustancial, el principio de todas sus operaciones vitales. Han de infundir en todas las estr.uctu- ras terrenas , la savia vivificante qué procede de- lía divina Vid, y sin la cual no podemos hacer absolutamente nada (cf. lo 15,5). Para ello, han de empezar por vivir ellos mismos intensamente la verdadera vida cristiana, que Consiste en la plena incorpora¬ ción a Cristo mediante la gracia divina, alimentada principal¬ mente por la Eucaristía, que nos une entrañablemente a El. Sin vida de intensa piedad, de plena incorporación a Cristo, de fe profunda y de auténtico sentido sobrenatural para.des¬ cubrir a Dios en todos los acontecimientos de la vida y llevar a El ías mismas estructuras y realidades terrenas , la santificación de los seglares y la «consagración del mundo»^—que Dios y la Iglesia esperan de ellos—no. pasarían de una bella ilusión y de una fantasía tan sublime como irrealizable. d) El apostolado en su propio ambiente 739. La cuarta característica de la espiritualidad propia de los seglares era—decíamos—el ejercicio del apostolado én su propio ambiente. Es una consecuencia obligada^ de todo cuanto venimos diciendo en tomo principalmente a la «con¬ sagración del mundo». El concilio Vaticano II expone admirablemente; el papel que corresponde a los laicos en la magna empresa del aposto¬ lado cristiano. He aquí sus propias palabras 19 : «Los íaicos congregados en el pueblo de Dios e integrados en el único Cuerpo de Cristo bajo una sola Cabeza, cualesquiera que sean, están llama¬ dos, a fuer de miembros vivos, a contribuir con todas sus fuerzas, las reci¬ bidas por el beneficio del Creador y las otorgadas por la gracia del Reden¬ tor, al crecimiento de la Igíesia y a su continua santificación. Ahora bien, el apostolado de los laicos es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al que todos están destinados por el 18 Ibíd., ibid, n.38. 19 Constitución dogmática sobre la Igíesia n.33. 878 P.lll. Desarrollo normal de la vida cristiana Señor mismo en virtud del bautismo y de la confirmación . Y los sacramentos, especialmente la sagrada Eucaristía, comunican y alimentan aquel amor hacia Dios y hacia los hombres, que es el alma de todo apostolado. Los laicos están especialmente llamados a hacer presente y operante a la. Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos . Así, todo laico, en virtud de los dones que le han sido otorgados, se convierte en testigo y simultáneamente en vivo instru¬ mento de la misión de la misma Iglesia «en la medida del don de Cristo» (Eph 4 , 7 )-* Los seglares han de desempeñar esta sublime misión apos¬ tólica «primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad», como dice el propio concilio en el texto que hemos recogido al fren¬ te de este capítulo. A través de su vida cristiana intachable, del testimonio de su propio ejemplo y del sentido sobrenatu¬ ral con que han de vivir las mismas estructuras humanas y temporales descubrirán a Cristo a los demás y, al igual que la levadura, contribuirán desdé dentro a la santificación del mun¬ do, como dice el propio concilio 20 . En otro lugar de esta obra hemos hablado del apostolado en general, de su obligatoriedad, de. sus principales formas y de sus relaciones con la perfección cristiana (cf. n.6Ó4ss). El propio concilio Vaticano II promulgó—como es sabido—un magnífico esquema dedicado al apostolado de los laicos 21 , que constituye la última palabra sobre este importantísimo asun¬ to. Después de un espléndido proemio sobre la importancia y necesidad del apostolado de los laicos, el concilio expone la vocación apostólica de los mismos, los fines de su apostolado, sus campos de acción, sus diferentes modalidades, el orden que se ha de guardar en su ejercicio y los principios funda¬ mentales para la formación de los apóstoles seglares. Es un verdadero tesoro que todos los seglares deberían leer y estu¬ diar cuidadosamente para el digno, desempeño de su sublime misión apostólica en el mundo. 20 Ibid., ibid., n.31. 2 V.Cf, De apostolatu laicorum, promulgado por Pablo VI el 18 de noviembre de 1965. CUARTA PARTE Los fenómenos místicos extraordinarios 740. S.Th., I-II,:nx; 11 - 11 , 171 - 178 ; Contra gentes III-154; Vallgornera, Mystica THeo- logia divi Thomae q.3 disp.s (ed. Marietti, ign); Benedicto XIV, De servorumDei beatifica- tione; Cardenal Bona , De discretione spirituum ; Scaramellt, Directorio místico tri4', Discer¬ nimiento de íos espíritus ; López Ezquerra, Lucerna mystica; Ribet, La mystique divine tr.2-3 y 4; Farges, Les phénoménes mystiques; Garrigou-Lagrange, Perfection, ., c.S a.5; Tres edades p.5. a ; Saudreau, Les faits extraordinaires de la vie spirituelle; Meynard, La vida espiritual t.2 I.4; Aríntero, Evolución mística p.2. a c.7 (ed. BAC); Los fenómenos místicos; Schrijvers, Principios... I.3 p.i.* c.3 a.6; De Maumigny, La práctica.., tr.2 p.5. a ; Naval, Curso,.. p.3. a sect.3; Poulain, Des gráces d'oraison p.4. a ; P. Mír, El milagro (Barcelona igis); La profecía (Madrid igc>3); Tanqjuerey, Teología ascética 11.1489-1549; P. I. G. Menéndez-Reigada, Los dones del Espíritu Santo y la perfección cristiana n.K; Dr. Henri Bon, Compendio de Me¬ dicina católica p:6. a ; Dr. Surbled, La Moral en sus relaciones con la Medicina y la Higiene p,n. a ; B. Marecheux, Le merveiUeux dñAn et le merveilleux démoniaque; P. De JBonniot, Le miracle et ses contrefaQons; Go erres, La mystique divine; Dr. Pood, Los fenómenos miste¬ riosos del psiquismo; P. FIÉ re di a. Los fraudes espiritistas y ios fenómenos metapsiquicos (Buenos Aires 1946); Thurston, Los fenómenos físicos del misticismo (San Sebastián 1953). 741. r. Introducción.—Uno de los aspectos de la Mística que más interés ha despertado en todos los campos del saber ha sido indudablemente el relativo a los fenómenos extraordinarios que suelen presentarse casi siem¬ pre en ía vida de los grandes místicos experimentales. En torno a estos fe¬ nómenos maravillosos ha aparecido en los últimos años una abundantísima literatura de muy diversa tendencia y orientación. Los racionalistas han lan¬ zado sus mejores máquinas de guerra contra este aspecto tan sorprendente de lo sobrenatural, y han tratado de abrir brecha en las explicaciones de los teólogos católicos negando el carácter sobrehumano de esos .fenómenos por¬ tentosos y explicándolo todo por causas fisicopsíquicas, con frecuencia pa¬ tológicas y siempre puramente naturales. Es, pues, de sumo interés y de palpitante actualidad examinar este pro¬ blema a la luz de los grandes principios de la Teología católica tradicional y de los últimos hallazgos y descubrimientos de las ciencias experimentales modernas. He aquí lo que nos proponemos hacer, aunque sea a grandes ras¬ gos, en esta cuarta y última parte de nuestra obra. 742. 2. Nuestro plan.—Es elemental en filosofía que solamente he¬ mos alcanzado, el conocimiento científico de una cosa cuando logramos se¬ ñalar sus causas. No en vano se define la ciencia «cognitio certa per causas» L. Mientras no se sale del campo de lo particular y fenoménico, no hemos en¬ trado todavía en el campo de la ciencia: «de singularibus non est scientia», dicen todavía los filósofos. Es preciso remontarse por la vía del análisis de lo particular a lo universal, de los efectos a las causas, de lo que es posterior a lo que es anterior «secundum naturam» 1 2 3 . Ahora bien: los fenómenos extraordinarios de la Mística cuya investi¬ gación científica vamos a emprender, únicamente pueden ser atribuidos a alguna de estas tres causas: a una causa sobrenatural, o a una preternatural, o a una puramente natural 3 . Es imposible la producción dé un fenómeno 1 Gredt, Elementa Philosopkiae Aristotelico-Thomisticae t.i n.223. 2 Farges, Philosophia Sdioiosíúra t.r p.125 (60 ed.). 3 Nos referimos ahora únicamente al orden de las causas eficientes . 880 P.1V. Los fenómenos místicos extraordinarios real o aparentemente místico que no pueda ser clasificado en alguno de es¬ tos apartados, puesto que ellos recogen, en toda su universalidad, el con¬ junto de todas las causas posibles. Si el fenómeno procede de Dios, pertene¬ cerá al grupo de las causas sobrenaturales si del demonio, al de las preterna- turáles, y sí de lá imaginaczón del paciente o dé alguno de los agentes que constituyen el mundo físico exterior, al de las puramente naturales. No hay ni puede haber otro género de causas, ya que los ángeles buenos no son sino fieles mandatarios de Dios, y, por lo mismo, su acción no constituye una causalidad específicamente distinta de las que acabamos de señalar. Es preciso, pues, como prenotando indispensable para nuestro estudio, señalar de antemano los caracteres de estos tres mundos: el divino, el dia¬ bólico y el humano. Ello constituirá él capítulo primero de esta cuarta parte de nuestra Obra, dejando para el segundo el examen directo de los fenómenos místicos.. Pero : antes consideramos oportuno recordar algunas.nociones pre¬ vias sobre, los. conceptos dé «naturalv «sobrenatural» y «preternatural». Con ello quedan perfiladas las líneas fundaméntales de nuestro estudió. f Lo natural. Nociones previas. . : . ,r......... -Lo sobrenatural LLo preternatural. Capítulo I: Las causas Capítulo II: Los fenómenos . ; Conclusión, 'El hecho. • Sii explicación. Nociones previas 4 ; Garrí¿ou-Lagrangk, De Revelatione vol.i l.i sect.i c.6 (ed. 1918). 743. i. Noción de «naturaleza» y de «natural»,—a) Naturaleza La palabra naturaleza puede tomarse en diversos sentidos. He aquí los principales: .1) En cuanto significa o expresa la esencia de una cósa concreta (v.gr., la naturaleza del oro, de un animal, del hombre): sentido individual. 2) En cuanto significa el conjunto de todas las cosas del universo, mu¬ tuamente dependientes entre sí según leyes determinadas: sentido colectivo. 3) En cuanto significa la esencia de una cosa como principio radical de las operaciones y pasiones qué lé convienen per se: sentido dinámico , En esté sentido habla Santo. Tomás cuando dice: «Nomen naturae... videtur significaré essentiam rei secundum quod habet ordinem ad própriam ope- rationem reí» 5 . En el primer y tercer sentidos la palabra natura puede aplicarse analó¬ gicamente a la naturaleza divina y a las naturalezas creadas. b) Lo natural. —Según los principios anteriores, lo «natural» para cualquier ser será todo, aquello que le conviene según su naturaleza: «id ., . Advertimos a 1 los .lectores que carezcan de formación filosófica y no busquen en nuestro libro otra cósa qué su edificación espiritual, que pueden prescindir en absoluto de éstas no¬ ciones previas . que ofrecemos únicamente a los estudiosos. Por eso conservamos en ellas la terminología escolástica y los textos latinos. 5 De ente et essentia c.i. . Nociones previas 881 quod convenit ei secundum suaitr $ubstantiam>v dice todavía Santo Tomás Y puede convenirle de alguna de estas seis maneras: x) Constitutive: y aquí entran todos los elementos que constituyen su esencia (v.gr., el cuerpo y el alma racional en el hombre). v 2) . Emanative: o sea, las . fuerzas y energías que emanan naturalmente' de la esencia (v.gr., el entendimiento y la voluntad en el hombre). 3) Operative: todo lo que la naturaleza puede producir por sus propias fuerzas u operaciones (v.gr., los actos de entender y de amar en los seres racionales). ■ . 4) : : Pussiue; todos los fenómenos que otros agentes naturales le pueden naturalmente causar (v.gr., frío, calor...): 5) Exigitive: todo lo que esa naturaleza exige para su propia perfec¬ ción nátural (v.gr., . el concurso divino necesario para que pueda obrar cual¬ quier causa segunda en su propia esfera). 6) Meritorie: o sea, el derecho al premio natural proporcionado. Se refiere; únicamente a las acciones morales y. libres en el orden puramente natural o ético, 744. 2. Lo sobrenatural.— a) Noción. —De los principios que aca¬ bamos de sentar se deduce que «sobrenatural será aquello que de alguna manera exceda, rebase o trascienda Io ; puramente natural en cualquiera de sus acepciones. Según esto: a) Para la naturaleza individual será «sobrenatural todo aquello que está fuera y por encima ; de su, esencia natural. b) Para la naturaleza colectivamente considerada, todo aquello que re¬ basa y trasciende las leyes de la misma naturaleza. c) . Para la naturaleza desdé el punto de vista dinámico, todo lo que está fuera y por encima de sus, exigencias y operaciones naturales. Lo sobrenatural no puede ser exigido por la naturaleza, pero puede per¬ feccionarla, si se le concede gratuitamente por Dios. Es porque lo sobre¬ natural no es «disconveniente» (sería entonces contranatural /, sino muy con¬ veniente a la naturaleza; no ciertamente según sus fuerzas, exigencias, etc,, sino ségúin su potencia obediencial o elevable, conio dicen ios filósofos. Dice Santo Tomás hablando de la fe sobrenatural:' «Fides praesupponit cognitibnem natúralem, sicut gratiá nátúram et ut perfectio perféctibileb 7. Dé manera que sobrenatural, no significa «contranatural», sino que tras¬ ciende, esto es, que está sobre lo natural. Lo contranatural es aquello qué va contra la inclinación de alguna na¬ turaleza. Es lo mismo que violento 8 . Lo sobrenatural, en cambio, no va de ningún modo contra la inclinación de la naturaleza, sino qué únicamente la supera , No es de ningún modo violentó para ella, porqué—domo explica Santo Tomás -Dios no hace violencia a las criaturas cuando obra en ellas según su principal indináción, que es la de obedecer a su Creador, al cual están más Connaturalmente sometidas que el cuerpo al alma o el brazo a la voluntad. Ni debe confundirse tampoco lo sobrenatural cón lo libre, o lo artificioso, o lo fortuito, aunque estás tres cosas sé distingan dé algún modo de lo natu¬ ral, en cuanto que la naturaleza está siempre determinada ad unum. Las ácciohes libres, en cambio—lo mismo qúe la obra artificiosa—, no están determinadas por la naturaleza, sino que necesitan una nueva determina¬ ción, que se hace por la deliberación. Y lo casual y fortuito tampoco está 6 I-II,io,i. 7 1,2,2 ad r. s Cf. TI-IÍ,i 7 S,r. 9 S.Thom., III Contra Gentes c.ioo,—Cf. 1,105,6:ad r. 'icol, perfección 30 SS2 P.IV* Los fenómenos mis fíeos extraordinarios determinado por la naturaleza, ni es causado, por la deliberación, sino que se produce en la naturaleza per acciderts, como dicen los filósofos 10 . Pero es claro que ninguna de estas tres cosas rebasan la evsfera de lo puramente natural ; y en este sentido distan infinitamente de lo sobrenatural, que re¬ basa y trasciende todo el orden de la naturaleza con todas sus exigencias y combinaciones posibles. 745. b ) División de lo sobrenatural.— Vamos a recordar únicamen¬ te las dos principales divisiones que nos interesan aquí. 1 . a Sobrenatural absoluto y relativo.—Ante todo es menester distinguir cuidadosamente lo sobrenatural absoluto, o $impliciter t de lo sobrenatural relativo, o secundum quid. Se entiende por sobrenatural absoluto, o simpliciter, todo aquello que excede la proporción de t oda naturaleza creada o creable, o sea, lo que su¬ pera las fuerzas y exigencias de cualquier criatura. Este sobrenatural abso¬ luto se subdivide, como veremos en seguida, en sobrenatural quoad substan- tiam (que es el de los misterios estrictamente dichos y el de la gracia y la gloria) y sobrenatural quoad modum (que es el propio y característico de los milagros ). Sobrenatural relativo, o secundum quid, es aquel que excede únicamente la proporción de alguna naturaleza 1 creada , pero no la de toda naturaleza creada. Y así, por ejemplo, lo que es natural y específico' en el hombre (en¬ tender, amar), sería sobrenatural para un perro, que carece de las facultades necesarias para hacer esos actos; lo que es puramente natural en él ángel o en el demonio, podría ser sobrenatural para el hombre por exceder sus fuerzas humanas; v.gr., los prodigios diabólicos, que tienen apariencia de milagro 11 . A este sobrenatural relativo se le suele llamar también, y más propiamente, «preternatural», como veremos en su lugar. 2 . a Sobrenatural «quoad substantiam» y «quoad modum».—Según la doc¬ trina de la Iglesia 12 hay, al menos, una doble sobrenaturalidad, a saber: a) la del milagro estrictamente dicho, que excede las fuerzas eficientes y las exigencias de cualquier naturaleza creada, pero no las fuerzas cognoscitivas de la naturaleza racional, y b) la sobrenaturalidad de los misterios estricta¬ mente tales y lá de la gracia y la gloria, que excede no sólo las fuerzas eficien¬ tes y las exigencias, sino también las fuerzas cognoscitivas y apetitivas de cualquier naturaleza intelectual creada. Para explicar esta distinción, los teólogos establecen comúnmente la división de lo sobrenatural en quoad substantiam y quoad modum. El sobrenatural quoad substantiam no designa lo sobrenatural substancial o existente como substancia, toda vez que puede ser ya substancial e increado (como la vida íntima de la Trinidad), ya accidental y creado (como la gra¬ cia); sino únicamente el sobrenatural esencial o quoad essentiam , o sea lo que es intrínseca ó entitativamente sobrenatural, y excede por lo mismo no sólo la causalidad de todas las fuerzas eficientes y lás exigencias de cualquier naturaleza, sino incluso la esencia de toda naturaleza creada o creable. Por¬ que se trata o de la naturaleza divina en sí misma o de una participación de la divina naturaleza precisamente en cuanto divina. Este sobrenatural quoad substantiam es a la vez sobrenatural quoad cognoscibilitatem , o sea que excede las fuerzas naturales cognoscitivas de cualquier naturaleza intelectual crea¬ da, porque «verum et ens convertuntur»; luego el ser sobrenatural excede el orden de la verdad natural. 10 S.Thom., In Phys. Aristot. lect.9 et 10. 11 Cf. I,no, 4 . 11 Cf. D n.104-105 138 141 176-180 196 1001-1008 1021 1024 1034 1042 1061-62 ro64 T069 1079 1384-85 1388 1701-1708 1790 1795-96 1803-1804 1816 1818 1926 1928 2103. Nociones previas 883 El sobrenatural solamente quoad modum es aquel que esencial y entita- tivamente es natural, pero que ha sido producido de un modo sobrenatural o ha sido ordenado de un modo sobrenatural al fin sobrenatural. Ejemplo de lo primero lo tenemos en el milagro de la resurrección de un muerto, en el que la vida natural se devuelve sobrenaturalmente a un cadáver. Ejem¬ plo de lo segundo nos lo da eí acto natural de una virtud adquirida cualquiera (v.gr. f la templanza), ordenado por la caridad al premio de la vida eterna. Es muy fácil reducir esta división de lo sobrenatural a la división por las cuatro causas, tal como suelen hacerla los teólogos I3 . Veamos cómo la expo¬ ne Juan de Santo Tomás: «Hay que advertir que la sobrenaturalidad puede convenirle a algu¬ na cosa por un triple principio, a saber: por la causa eficiente, por la final y por la formal. Por parte de la causa material no puede conve¬ nirle, ya que la causa materia! es el mismo sujeto en el cual se reci¬ ben las formas sobrenaturales, y éste es la propia alma o sus poten¬ cias, que son entes naturales, aunque las reciban por razón de su potencia obediencial. Por parte de la causa eficiente se llama sobrenatural a alguna cosa cuando se hace de un modo sobrenatural, ya sea sobrenatural la cosa hecha, ya natural; como la resurrección de un muerto o ía ilumina¬ ción de un ciego son sobrenaturales en cuanto al modo , aunque la cosa realizada sea natural, a saber, la vida del hombre o su potencia visiva. Por parte de la causa final se llama sobrenatural a lo que se ordena al fin sobrenatural por un agente extrínseco (ab extrínseco); como el acto de la virtud de la templanza, o de cualquier otra virtud adquiri¬ da, si se ordenan por la caridad al mérito de ía vida eterna, reciben en sí el modo sobrenatural de la ordenación a tal fin. De este mismo modo, la humanidad de Cristo tiene el modo sobrenatural de unión al Verbo, al que se ordena como a fin y término de la unión. Por parte de la causa formal se llama sobrenatural a alguna cosa cuando, por su propia razón formal especificativa, se refiere a un obje¬ to sobrenatural; y solamente a ésta se la llama sobrenatural en cuanto a la substancia, esto es, en cuanto a la especie y a la naturaleza del acto, que se toma del objeto formal» 14 , Reduciendo todas estas categorías de sobrenatural absoluto a un cuadro sinóptico que nos las muestre en sintética visión de conjunto, podríamos establecerlo, con el P. Garrigou-Lagrange 15 , en la siguiente forma: 13 Cf. Salmanticenses, De gratia tr.14 d,3 dub.3 n.24; SuArez, De gratia l.zc.4; Ioan. a S.Thom., De gratia d.20 a.i solv. arg.n.4. 14 Ioan a S.Thom.. De gratia d.20 a.i arg.4. 15 Gf. De revelatione ti p.205. 884 P.1V. Los fenómenos místicos extraordinarios fDios en su razón íntima de dei- I . dad. ^ La persona increada r del Verbo ¡ subsistiendo en la naturaleza hu- [_ mana de Cristo, . El lumen gloriae. ■ J La gracia habitual y actúa!... Las virtudes infusas y, dones del Espíritu Santo. ¡ f Acto natural sobrenaturalmente or- \ denado al fin sobrenatural, /Milagro quoad substantiam (la glo- | rificáción del cuerpo o la pro- | fécla). Milagro quoad subiectúm (la resu- J rrección no gloriosa o ! el conoci- ] miento de los secretos del co¬ razón). Milagro quoad modum (curación instantánea de una enfermedad, o el don de lenguas). 746. 3, Noción dé «preternatural».—Los teólogos designan co¬ múnmente con el nombre de «preternatural» al sobrenatural relativo , de que hemos hablado más arriba. Es aquel que está fuera del Orden natural ordinario y normal, pero que no trasciende en modo alguno al orden natural absoluto ó simpliciter. O én otra forma todavía más ciará: es aquel que ex¬ cede y trasciende las fuerzas de alguna naturaleza creada, pero no las fuer¬ zas de toda naturaleza creada o creable, cómo el sobrenatural absoluto. El entender por simple intuición y sin discurso—que es algo nátural en el ángel (naturaleza intelectual )—', sería preternatural en el hombre (naturaleza racional). Lo preternatural dista infinitamente de lo sobrenatural quoad substan¬ tiam, puesto que se trata de algo pura y entitativamente natural en sí mismo, y no rebasa, por consiguiente, las fuerzas naturales de los ángeles ó los de¬ monios. Y no debe confundirse tampoco con el sobrenatural quoad módurn, porque aunque lo sobrenatural quoad modum sea entitativamente natural ■—y en esto coincide con lo preternatural—rebasa, sin embargo, en e! modo las fuerzas naturales, no sólo del hombre, sino de toda naturaleza creada o creable, como hemos visto más arriba; y por eso el sobrenatural quoad modum constituye una subdivisión del sobrenatural absoluto (cf. el croquis del P, Garrigou-Lagrange). El sobrenatural quoad modum constituye un ver¬ dadero milagro (v.gr., la resurrección de un muerto: algo entitativamente natural, pero realizado de un modo sobrenatural, que rebasa y trasciende el poder, natural de toda naturaleza creada o creable). Lo preternatural, en cambio, no constituye un milagro propiamente dicho, puesto que, además de ser entitativamente natural, no rebasa las fuerzas naturales de toda na¬ turaleza creada o creable, sino sólo las de alguna naturaleza (v.gr., la del hombre, pero no la de los ángeles o los demonios). Es, pues, una especie de sobrenatural puramente relativo (con relación a las naturalezas inferio¬ res) distinto completamente del sobrenatural absoluto, ya sea quoad substan- tiam, ya quoad modum . ►j Quoad substantiárri (o en cuanto a la^j causa formal)... increado . [■Creado. , rPór razón del Quoad modum (en cuanto a las, causas cxtrínse- Causas 891 5. Exposición de cada una de ellas.—Vamos a decir una palabra sobre cada una de estas gracias, siguiendo el orden del Doctor Angélico tal como aparece en el croquis anterior 21 . 753, a) Fe.—Es. evidente que la fe, en cuanto gracia gratis dada, no es la virtud teologal por ía cual nos adherimos a las verdades reveladas; pero los autores no están concordes en precisar su significación. Algunos quieren ver en ella la fe que hace milagros; aquella fe que, se¬ gún la palabra de Nuestro Señor (Mt 17,19), repetida por San Pablo (1 Cor 13, 2), traslada las montañas. Esta es la interpretación de San Juan Crisósto- mo 22 , de muchos otros Padres griegos y latinos y de algunos teólogos escolásticos, tales como Cayetano, Salmerón y Vázquez 23 . Otros la entienden en el sentido de una especie de intrepidez heroica para confesar, predicar y defender las verdades de la fe. Y también la cons¬ tancia con la que algunos confiesan la fe en las persecuciones. Otros quieren que esta fe sea cierta virtud y facultad con la que algunos, aunque no comprendan de un modo distinto y perfectq las verdades dog¬ máticas, aciertan a explicarlas a los demás con una maestría y exactitud asombrosas, a veces superior a la de los más esclarecidos teólogos. Según Santo Tomás, seguido por la mayoría de los teólogos y exposito¬ res sagrados, se trata de una certeza sobreeminente de la fe que hace capaz a quien la tiene de proponer y persuadir a los demás las verdades que ella nos enseña. Escuchemos sus palabras: «La fe no se enumera aquí entre las gracias gratis dadas en cuanto que es una virtud que justifica al hombre en sí mismo (la fe teologal), sirio en cuanto importa cierta sobreeminente certeza en la fe, que hace al hombre apto para instruir a los otros en las cosas per¬ tenecientes a la fe» 24 . En este sentido, la gracia de la /e se debería a una iluminación milagrosa del espíritu, secundada por una palabra lúcida, ardiente y fácil, que lleva¬ ría la convicción a los demás. Pero como, por otra parte,, suponiendo a un alma encendida en el celo de la más ardiente caridad, nada impediría atri¬ buir él poderío y la fuerza de su palabra a una irradiación de su fe íntima (como virtud teologal), es preciso señalar algún elemento que nos permita establecer el diagnóstico diferencial entre la fe virtud infusa y la fe gracia gratis dada . Suárez qüiere verlo en el hecho de que la fe virtud infusa es un hábito permanente, mientras que la gracia gratis dada consiste en un acto, en una moción actual y transitoria del Espíritu Santo, de la que resulta el don sobrenatural de la elocuencia 25 , 754. b.) Palabra de sabiduría,—La (¡sabiduría» se toma aquí por un conocimiento sabroso de las cosas eternas, lo mismo que en el don del Espíritu Santo del mismo nombre. Pero se distinguen en que la sabiduría don es un gusto experimental de las cosas divinas percibido tan sólo por el alma que lo experimenta, mientras que la sabiduría gracia gratis dada (palabra de sabi¬ duría) es. la aptitud para comunicar a los demás por la palabra esta impre¬ sionabilidad sobrenatural de manera que les instruya, deleite y conmueva profundamente 26 . Es la facultad de explicar a los fieles la «sabiduría» de la religión cristiana; esto es, los altísimos misterios de ía Trinidad, encarna¬ ción, redención y predestinación, como el mismo San Pablo sabía hacerlo. 21 Hemos consultado para hacer esta exposición al propio Santo Tomás (en diversos lugares de sus obras); aRiBET, La mystique divine t.3 c.5, y a Beraza, Degralia Christi n.18-27 22 Cf, Hom. 2Q in epist. 1 Cor 12 : MG 6t,245. 23 Suárez, De gratia proleg.3 c.s n.ro. 24 1 - 11 , 111,4 ad 2. 25 Gf. Ribet, o.c., t,3 C.5 n,6. 2 * Cf. 1111,177,1-2. 892 PJV. Los fenómenos místicos extraordinarios Este es el carisma propio y característico de los apóstoles y el que res¬ plandecía en ellos con preferencia a. todos los demás de. que estaban ador¬ nados. Pero, salvando las distancias, puede entenderse también de los após¬ toles en sentido más lato y universal. Por lo cual no faltan autores que iden¬ tifican este carisma del sermó sapientiae con el don que suelen llamar de apostolado. 755. c) Palabra de ciencia,-—La «ciencia» es la gracia que propone y hace gustar al alma las verdades divinas por medio de razonamientos, que muestran su armonía y su belleza, y por medio de analogías y ejemplos tor mados de la naturaleza, que ayudan a entenderlos. Es la facultad de comu¬ nicar y demostrar las verdades dé la religión cristiana de tal manera, que todos, aun los más rudos, puedan entenderlas y retenerlas. San Agustín —menos exactamente al parecer—enseña que la palabra de ciencia es la facul¬ tad de exponer las cosas que pertenecen a las buenas obras y. costumbres 2 L Entre la gracia gratuita de «ciencia» y el. don del mismo nombre existe la misma relación que entre la gracia gratuita, palabra de sabiduría, y el don de sabiduría. El don es para el alma que lo recibe, la gracia gratuita es para la instrucción y edificación del prójimo. Oigamos a Santo Tomás, que lo dice así expresamente: «La sabiduría y la ciencia no se cuentan entre las gracias gratis dadas en el sentido en que se enumeran entre los dones del Espíritu Santo, o sea en cuanto que e\ alma se dispone convenientemente para ser movida por el Espíritu Santo en orden a las cosas pertenecien¬ tes a la sabiduría y a la ciencia..,; pero se cuentan entre las gracias gratis dadas en cuanto importan cierta abundancia dé ciencia y sabi¬ duría, de tal modo que el hombre pueda no sólo saborear rectamente las cosas divinas en sí mismo, sino también instruir a los ¡otros y convencer a los Contradictores. Y por. ¿so se pone significativamente entre las gracias gratis dadas la palabra de sabiduría y la palabra de cien¬ cia, porque, como dice San Agustín (De Trinitate I.14 ó.i ad med.), una cosa es conocer solamente lo que el hbmbre debe creet para al¬ canzar la vida eterna, y otra conocer cómo puede esto mismo apro¬ vechar a los buenos y defenderse contra los malos» 28 . Este carisma palabra de ciencia solían tenerlo comúnmente los doctores, de que habla el Apóstol después de nombrar a los apóstoles y a dos profetas (1 Cor 12,28). Los doctores eran distribuidos en la primitiva Iglesia por las ciudades y aldeas; allí residían, y tenían la facultad de explicar de una ma¬ nera apta y : conveniente a los catecúmenos y neófitos las verdades de la fe cristiana cuyo conocimiento era necesario para todos. Sin embargo, el oficio de los «doctores» era distinto del ordinario ministerio eclesiástico^ aunque también a los mismos ministros ordinarios de la Iglesia incumbía el oficio de enseñar y exhortar a los fieles. . Pero .es preciso advertir qué cuando la santidad interior acompaña a las gracias'exteriores, esto es, cuando en lo íntimo del alma han alcanzado los dones del Espíritu Santo prbporcibnes extraordinarias, se pueden conside¬ rar las gracias gratuitas de «sabiduría» y de «ciencia» como una irradiación y extensión de los dones del Espíritu Santo del mismo nombre. O, si se quiere, podemos decir que, en tanto que procuran la santificación del alma que las recibe, la «sabiduría» y la «ciencia» son dones dél Espíritu Santo; y pasan a ser gracias gratis dadas en cuanto concurren á la edificación deí prójimo. Oigamos a Suárez exponer esta doctrina: 27 S.August., De Trinit. luz c. 14: ML 42,1009-12. 2 8 I-n,in ,4 ad 4. C.l. Causas 893 «A veces puede consistir esta ciencia y sabiduría en los dones del Espíritu Santo en gradó muy perfecto, que en sí son dones que per¬ tenecen á la gracia gratum/adéris, pero cuyo uso para utilidad de ■ los demás puede referirse a las gracias gratis dadas» 29 , 756. d) Don de curaciones.—Esta gracia comprende e incluye los hechos milagrosos' que tienen, por objeto !a. salud corporal. Es la facultad de curar las enfermedades de un modo que- supera las fuerzas naturales. Es una de las formas del don de milagros (operaciones de milagros ); pero esta forma merece mención especial en atención a la preferencia que para el hombre tienen las cosas pertenecientes a su.propio cuerpo con relación a la de las simples cosas exteriores. Puede señalarse todavía otro nuevo matiz diferencial; el don de curaciones tiene por objeto conferimos el beneficio de la salud corporal, mientras que el de operaciones de milagros se dirige, ante todo,, á la manifestación de la gloria de Dios y a confirmamos-en , 1 a fe. Vea¬ mos cómo lo expresan Santo Tomás y los Salmanticenses: Santo Tomás .—«El don de curaciones se enumera aparte, porque con él se confiere al hombre él beneficio de la salud corporal, ade¬ más del beneficio común,que se muestra en todos los milagros, o sea que los hombres vengan en conocimiento de Dios» 3 °. Salmanticenses.—* Se divide (la gracia de los milagros) en don de ’ curaciones , cuando se hacen los milagros en provecho de nuestra sa¬ lud y vida corporal; y en' operaciones de milagros, cuando se limitan a manifestar la divina omnipotencia confirmando con ello la fe» 21 . 757* e ) Don de milagros.—«Esta gracia se entiende comúnmente del don de milagros en el orden físico, con el que se relaciona, como la es¬ pecie al género, el don de curaciones, del que acabamos de hablar. Abarca, pues, todas las derogaciones de las leyes de la naturaleza, realizadas sobre el hombre ó las otras cosas sensibles, 'ya sea para convencer :de la realidad de la doctrina, ya para manifestar el : poderío de la santidad. Privilegio glo¬ rioso que posee tan sólo la Iglesia de Jesucristo como testimonio, irrefraga¬ ble de su celestial origen y de su misión- divina» 32 . El texto griego de la epístola dé San Pablo pone en plural estas dos últimas gracias; lapaTCov == «gratiks sanitatum»; évepy^ncnot 8v- vócpecóv = «operationes virtutum»'(verS;9-io). Con lo cual insinúa clara¬ mente que estos dos .carismás deben sér considerados como dos géneros, que incluyen debajo de ellos varias especies diferentes. De tal manera que Los que estaban adornados con estos cansinas no sanaban todas las enfer¬ medades ni producían toda clase de. milagros, sino únicamente aquellos para los que el Espíritu Santo les daba virtud especial. De forma que para las diversas enfermedades y distintas especies de milagros se requerían diver¬ sos y distintos carismas 33 . 75l8* f) Profecía.—~Al estudio dé esta gracia—una de las más im¬ portantes entre las gratis dadas —dedica Santo Tomás cuatro grandes cues¬ tiones en la segunda parte de su Suma Teológica y alude a ella en casi todas sus demás obras. Dádá su importancia, vamos a recoger aquí, aunque sea brevísimamente, las conclusiones de la Suma Teológica. 29 Svákez, De gratia proleg .3 c.5 n.8; cf. Ribet, o.c., c .5 n.5. 30 11-11,178,1 ad 4. 31 Salmanticenses, Arbor praedicament. virtutum § 17 n,ió6. - 32 Ribet,. ó.c.. t.3 c.5 n-S; cf. n-Il',178. i ; . 33 Cf. Bér.aza, De grafía Chmti n.Z3- Cf. 11-11,171-74- 894 PAV. Los fenómenos místicos extraordinarios Cuestión íyi.— i) La profecía es un fenómeno de conocimiento. Es un milagro intelectual que abarca un doble elemento: un conocimiento intelec¬ tual sobrenatural y la manifestación de ese conocimiento (a.i). 2) A semejanza de las demás gracias gratis dadas, la profecía no es un hábito. La luz profética ía recibe el profeta a modo de pasión o de impre¬ sión transeúnte (a.2). 3) Aunque es cierto que bajo la luz profética pueden caer tanto las cosas divinas como las humanas, tanto las espirituales como las corporales, sin embargo, le pertenece proprísimamente la revelación de los futuros con¬ tingentes (a.3). : 4) El profeta no conoce por la divina revelación todas las cosas que pueden conocerse proféticamente—necesitaría para ello contemplar en sí mismo la Verdad primera, que es el Principio de donde emanan—, sino únicamente las que se le comunican por la misma divina revelación (a.4). 5) El profeta tiene la máxima certeza de que le ha sido revelado por Dios todo lo que conoce en virtud de su espíritu pro fótico; pero las cosas que conoce únicamente por su instinto profético no tienen para él certeza absoluta, ni puede plenamente distinguir si las pensó por algún instinto divino o sólo por su espíritu propio (a. 5), 6) Gomo la profecía no es sino un reflejo de la divina presciencia, es imposible que se refiera a algo falso (a. 6). Cuestión 172.—7) Gomo la profecía propiamente dicha se refiere a los futuros contingentes, que escapan en absoluto a toda previsión humana, es imposible que tenga una causa puramente natural. Sólo puede verificarse por divina revelación (a.r). 8) La revelación profética tiene por autor principal al mismo Dios; y llega a los hombres por medio de los ángeles, como ministros de Dios (a.2). 9) No se requiere para la profecía ninguna disposición previa natural. Se infunde a : los hombres por la sola voluntad del Espíritu Santo (a.3). 10) Aunque por la maldad de costumbres y el desorden de los afectos se ponga un gran impedimento a la profecía, puede, sin embargo, existir en un sujeto privado de caridad, toda vez que afecta al entendimiento (no a la voluntad, cómo la caridad) y es infundida por Dios para utilidad de los prójimos, no para la santificación propia (a. 4). 11) El demonio no puede ser la causa de una profecía propiamente dicha, porque el conocimiento de los futuros contingentes trasciende y re¬ basa las fuerzas del entendimiento angélico, siendo propio y exclusivo de Dios (a.5). 12) Sin embargo, los falsos profetas, inspirados por el demonio, dicen a veces alguna verdad. Ya porque es imposible un conocimiento totalmente falso sin mezcla alguna de verdad, ya por especial disposición del Espíritu Santo, como en el caso de Balaam. Y así aquello verdadero que dicen pro¬ cede del Espíritu Santo (a. 6 c et ad 1). Cuestión 173, —13) Las cosas que conocen los profetas no las perciben contemplando la esencia divina; sino en ciertas semejanzas, reflejadas como en un espejo y percibidas por divina ilustración (a.i). 14) La revelación se hace a los profetas a veces por simple ilumina¬ ción de su entendimiento, y otras veces por nuevas especies infusas u orde¬ nadas de otra manera (a.2). 15) La visión profética no siempre se hace con abstracción de los sen¬ tidos, o sea de tal manera que el profeta nada perciba por sus sentidos ex¬ ternos; sino solamente la que se verifica en sueños o en la contemplación de las cosas divinas por especies imaginarias, para que no se confunda con lo que se está percibiendo exteriormente (a.3). C.l. Causas 895 16) Como los profetas son movidos por el Espíritu Santo, como ins¬ trumentos deficientes con respecto al principal agente, no es necesario que los profetas conozcan todas las cosas que el mismo Espíritu Santo intenta manifestar en sus visiones, palabras o hechos proféticos-(a.4). Cuestión . ! 74. —17) La profecía se divide convenientemente según la divina predestinación, la.presciencia y la conminación (a.i). 18} La profecía que se hace por visión intelectual es mucho más exce¬ lente que la verificada por visión imaginaria y por semejanza de las cosas corporales (a. 2), . 19) Los grados de la profecía propiamente dicha hay que establecer- los según las diferentes clases de. visiones imaginarias; no según las visio¬ nes corporales (por defecto) ni según las intelectuales (por exceso) (a. 3). 20) Entre todos los profetas del Antiguo Testamento, Moisés fue el mayor en absoluto (simpliciter); lo cual no impide que otros fueran mayo¬ res en determinados aspectos (secundum quid) (a.4). 21) Como la profecía incluye en sí la visión de alguna verdad sobre¬ natural lejana, síguese que no hay lugar para ella entre los bienaventura¬ dos (a. 5). 22) La profecía, en cuanto se ordenaba a la manifestación de la fe, creció con la sucesión de los tiempos; pero en cuanto por ella se dirigía el género humano en sus obras, no convenía que se diversificara según los diversos tiempos, sino según la condición de los negocios (a.6). Es imposible determinar con mayor precisión, claridad y exactitud todo lo referente a esta gracia extraordinaria de la profecía que la expresada en las anteriores conclusiones del Doctor Angélico. Ellas nos darán la clave para juzgar de la verdad o falsedad de las profecías que se registran con frecuencia en las historias de los verdaderos y falsos místicos. 759* g) Discreción de espíritus.—Es la facultad de distinguir los ver¬ daderos de los falsos profetas; el espíritu bueno, del malo; las inspiraciones de Dios, de los engaños del demonio; las mociones de la gracia, de los sim¬ ples movimientos de la naturaleza. Este don de discreción de espíritus se confería ordinariamente, en la pri¬ mitiva Iglesia, junto con el don de profecía; de tal forma, que la exhortación de un profeta era juzgada por los demás profetas en virtud de su don de discernimiento. La discreción de espíritus debe considerarse, pues, como un complemento de la profecía para precaver sus peligros. San Felipe Neri, San José de Gupertino, M. Olier y sobre todo Santa Rosa de Lima y el santo Cúra de Ars poseyeron este don en grado eminen¬ te, como veremos en su lugar (cf. n.8o8ss), 760. h) Don de lenguas.—Es la «glosolalia», o don de lenguas, que se presenta bajo diversas formas. Consiste ordinariamente en un cono¬ cimiento infuso de idiomas extranjeros sin ningún trabajo previo de estu¬ dio ó ejercicio. El prodigio se verifica en el que habla o en los que escuchan, según que se hable o que se entienda una lengua hasta entonces desconocida. Pero a veces el milagro toma un carácter todavía más maravilloso: mien¬ tras el orador se expresa en un idioma extranjero, los oyentes le escuchan en el suyo propio, completamente diferente; o lo que es todavía más prodi¬ gioso: hombres de diversas naciones escuchan, cada uno en su propio idio¬ ma, lo que el orador va diciendo en uno solo completamente distinto 35 . Esta «gloso lalia» alcanzó su máximo exponente en la mañana de Pen¬ tecostés cuando, los apóstoles empezaron a publicar en diversas lenguas las 3 5 Cf. IUU76. 896 P.IV. Los fenómenos místicos extraordinarios grandezas de Dios (Act 2/4). Es también muy extraordinario el caso de San Vicente Ferrer. 761 i) Interpretación de lenguas,—Este don fue en la primitiva Iglesia un complemento del anterior. Ocurría con frecuencia que las pala¬ bras proferidas mediante el don de lenguas rio eran entendidas por'los oyen¬ tes, por realizarse él fenómeno sólo en el que hablaba. De dónde se hacía necesario otro don para interpretar aqüéllás' palabras extrañas.; Consistía, pues, este don en la facultad de exponer en lengúá conocida las cosas pro¬ feridas en lenguas extrañas mediante el don de lenguas. Esta facilitad acom¬ pañaba a yeces al mismo glosólalo; otras "veces la recibía alguno de lo¿ pre¬ sentes súbitamente inspirado por el Espíritu Santo.Losposeían esté carisma solían llamarse «intérpretes», y su oficio era interpretar a los glosó- lalos, exponer públicamente las epístolas de San Pabló o de. otros y tradu¬ cirlas a otros idiomas. Tales son las maravillosas manifestaciones gratuitas del Espíritu Santo tal como las concebía el Apóstol. Evidentemente no fue su intención .enu¬ merarlas todas y es probabilísimo que en la práctica existan muchas más. Sólo Nuestro Señor Jesucristo las poseyó todas por modo eminente y en forma de hábitos permanentes que podía usar a,su arbitrio 36 . En los santos, no se encuentran sino con reservas y. alternativas. 37 ; nunca o rarísima vez en forma habitual. • ; ... Más adelante, al estudiar los fenómenos místicos en particular, veremos el papel importantísimo que en la explicación de tales hechos habrá que conceder a las gracias gratis dadas. Pero antes es preciso que digamos, dos palabras sobre las otras dos causas que pueden producir fenómenos aparen¬ temente místicos: la simple naturaleza y el demonio; ARTICULO 2 ■ * W Las causas puramente naturales En este artículo-t-como en el anterior—examinaremos el problema des¬ de un punto de vista general, reservando la explicación del papel que la naturaleza puede desempeñar en cada caso al estudiar los fenómenos mís¬ ticos en particular 3 ?. = . • 762. 1. Importancia y dificultad de esta materia*-H. No obstante, es preciso añadir en favor del sexo débil que estas desven¬ tajas puramente somáticas están contrapesadas en la mujer por una abnega¬ ción y generosidad en el servicio de Dios incomparablemente superiores a las del varón. De hecho, todos los autores se ven obligados a admitir que a ellas les corresponde la mejor parte en la distribución divina de las gracias místicas. Quien negara este hecho pondría de manifiesto su ignorancia de la historia de la espiritualidad cristiana, 767, c) La edad .—En fin, independientemente de su constitución ín¬ tima o temperamento y de las influencias del sexo, el organismo humano acusa fuertemente las vicisitudes de la edad. La infancia y la vejez son los períodos de máxima debilidad. Al principio de la vida» el cerebro, demasia¬ do tierno todavía, recibe las impresiones con una vivacidad excesiva, que, unida a la inexperiencia, sabe dar muchas veces cuerpo real a representacio¬ nes puramente imaginarias. En el declive de la vida, el órgano corpóreo que la Providencia puso al servicio de nuestra vida intelectual escapa con fre¬ cuencia al imperio de la voluntad, y la impotencia o dificultad de razonar hace tomar por realidades las imágenes vacilantes del espíritu. Los prime¬ ros impulsos de fervor exponen también a los adolescentes y novicios a toda clase.de ilusiones, haciéndoles tomar por manifestaciones sobrenaturales las conmociones de un organismo impetuoso V las vivas pinturas de una ima¬ ginación sobreexcitada. De todas formas, ninguna edad está excluida de las comunicaciones mís¬ ticas. Niño todavía, el casto José entrevé bajo una forma simbólica su futura grandeza 47 , y el patriarca Jacob, anciano decrépito, despliega ante los ojos 45 ; 11 - 11 , 173 , 3 . 46 Cf. Santa Teresa, Fundaciones c.8. 47 Cf. Gen 37,7- 900 P.1V, Los fenómenos. misinos extraordinarios de-sus hijos los misterios del porvenir 48 . Samuel y más tarde Daniel reciben desde su infancia la misión profética, y la ejercen hasta edad muy avanza¬ da 49 ; y a San Juan Evangeiistá, anciano desterrado en Patmós, se le confían los secretos deí Apocalipsis y la redacción de su sublime evangéiio La historia de los santos no es sino una gloriosa confirmación de los preceden¬ tes escriturarios que acabamos de señalar. 768. 2. a La imaginación 51 . —La .segunda fuente puramente natural de donde emanan gran parte de los fenómenos pseudomísticos es, induda¬ blemente, la imaginación del paciente. Es la imaginación una de nuestras facultades más fecundas. Tiene a su disposición el formidable poder dé evocar los fantasmas pasados, de crear nuevas imágenes, de separar o juntar los elementos de las cosas, de multipli¬ car lbs seres coloreándolos con exquisito lujo de matización. Facultad mᬠgica que, siendo puramente corporal y orgánica, confina, no obstante, con el mundo de los espíritus; que sabe espiritualizar los cuerpos y materializar los espíritus; lazo misterioso de unión entre los dos mundos, en que la na¬ turaleza del hombre se refunde en la unidad y la armonía. El cerebro es el órgano e instrumento de la imaginación y de la memoria sensitiva, como lo es también del sentido común y de la facultad estimati¬ va 52 . Y cómo, en el estado actual de la naturaleza humana, nuestro entendi¬ miento necesita de los fantasmas de la imaginación como único modo conna¬ tural de conocer, se comprende fácilmente que según que el cerebro; órgano de lá imaginación, esté más o menos sano y dispuesto, la vida intelectual se ejercerá con mayor o menor regularidad y perfección. La imaginación, más que ninguna otra facultad orgánica, se resiente de las menores alteraciones del organismo; y si el cerebro escapa al imperio de la voluntad, las imágenes van y vienen como las hojas de un libro abandonadas al capricho del viento: unas veces vivas y ardientes como las más concretas realidades; otras veces, vagas, indecisas, flotantes como los sueños de ía noche. De aquí proceden las innumerables ilusiones de que la imaginación hace víctima al hombre. Por admirable que sea en su mecanismo y en sus pintu¬ ras, la imaginación es también para el hombre una fuente perpetua de erro¬ res. Pero nótese bien: no porque ella traicione jamás a la verdad, toda vez que las imágenes que presenta existen y son siempre verdaderas en cuanto imágenes, áno porque el hombre se engaña a sí mismo por un juicio erróneo, ya sea transformando esas imágenes en objetos reales, ya refiriéndolas a úna causa exterior gratuita o falsamente supuesta. La imaginación presenta úna imagen y el hombre la convierte en realidad; él error no está en la imagina¬ ción, sino en el juicio que le sigue Si . Por consiguiente, no es lícito llamar a la imaginación «1a loca de la casa»; la locura está en el que afirma lo ; que no ve o más de lo que ve; no en !a facultád, que se limita á presentar lá rea¬ lidad de la imagen tal como es en sí misma. De todas formas es inmenso el poder de lá imaginación para turbar el juicio del entendimiento más sereno y equilibrado. Es preciso reconocer que a ella se deben la mayor parte de las ilusiones místicas puramente naturales. Al estudiar los fenómenos místicos én particular, hablaremos largamente del papel que lá imaginación puede desempéñár en cada uno de ellos. Pero ya¿ 4S Cf, Gen 49,1$. 49 Cf. t Reg c.3; Dan 1. . 30 Cf. Apoc 1,9-11. 51 Seguimos citando a Ribet, o.c., t.4 c.4. 32 Cf. Grjídt, o.c., t.i n-492 al 504. 53 Esto no es sino una aplicación de aquella doctrina aristotélíco-tomista que pone la ver¬ dad o falsedad en el juicio del entendimiento, jamás en la simple aprehensión. Cf. Gpedt, o.c., t.i n.27. C.l, Ca?ims 901 en términos generales, vamos a establecer desde ahora dos principios de im¬ portancia capital para saber hasta dónde puede llegar la imaginación y cuáles son lavS fronteras’ que no le es permitido traspasar. Helos aquí con toda cía-, ridád y. precisión: 769. a) La imaginación no crea nada. —Lo que se ha convenido en lla¬ mar ¿creaciones de la fantasía» no son creaciones propiamente tales; son sim¬ ples bombircáció^'dé Imágenes ya adquiridas anteriormente. Según los prin¬ cipios de lá filosofía áristotélico-tomista, los oficios dé la imaginación son únicamente estos tres: a) recibir las percepciones del sentido común y retener¬ las en ausencia de los sensibles; b) evocarlas y reproducirlas; c) unirlas entre sí y con la sensación del sentido externo y del sentido común, con lo cual convierte la simple sensación en percepción. La fantasía recibe sus objetos de los sentidos externos mediante el sentido común. Nada hay ni puede haber «naturalmente» en la fantasía que no estuviera antes de algún modo en el sentido éxtemo: .«nihil est in phantasia, quod priüs aliquo modo nori fuit iri sen su externo» 54 . Por consiguiente, por viva y poderosa que la supongamos, la imagina¬ ción encuentra límites^-ya eñ el mismo campo puramente natural—-que no le es posible franqüeár. El círculo de su acción es limitado. Recibe los mate¬ riales que le llegan de los sentidos externos a través del sentido común, se apodera de : ellos, los conserva, los aproxima y combina según las leyes de la asociación,; que no son conocidas todavía sino de una manera muy imper¬ fecta; fabrica con ellas escenas, cuadros tristes o alegres, ordenados o con¬ fusos, que tienen siempre por punto de partida un objetó que nosotros hemos visto o percibido por los sentidos externos y que se confunde con el recuerdo. Pero jamás tiene el poder de crear esos materiales. La imaginación nada sabe fuera de io que ha percibido por el mundo de los sentidos. Estb quiere decir que cuando nos encontremos, v.gr., con un sujeto que hable o escriba correctamente idiomas extranjeros sin haberlos jamás apren¬ dido, sin haberlos oído pronunciar nunca o sin conocer siquiera los carac¬ teres gráficos con que se representan en la escritura, hay, que concluir inme¬ diatamente que aquello no puede ser el resultado de un impulso de ía ima¬ ginación, Estamos en presencia de un fenómeno que rebasa manifiestamente las fuerzas naturales de la imaginación. El fenómeno será sobrenatural o preternatural: habrá que estudiarlo, en cada caso; pero, desde luego, puede afirmarse, sin ningún género de duda, que de la simple imaginación no pue¬ de ser. 770. b) La imaginación no puede derogar las leyes de la naturaleza .— Las curaciones súbitas de heridas exteriores notables, de lesiones profundas, de llagas inveteradas, de mutilaciones; en una palabra, todas las restaura¬ ciones orgánicas (instantáneas o no) para cuya explicación satisfactoria no basten las fuerzas reparadoras de la naturaleza, acusan ía presencia de una causa superior y no pueden en modo alguno atribuirse a la imaginación. Por ahora basten estos dos principios. Al estudiar los fenómenos en par¬ ticular, insistiremos en el papel que eñ cada uno de ellos podría desempeñar la imaginación. En la mayoría de los casos, nos bastará una sencilla aplica-, ción de los principios que acabamos de sentar para pronunciar nuestra sen¬ tencia con todas las garantías de seguridad y acierto. 7714 3. a Los estados depresivos del ESPmiTu.x-Bajo este título, un poco amorfo e inconcreto, queremos recoger ciertas irregularidades del es¬ píritu que no encajarían bien en ninguna de las otras divisiones que hemos 54 Cf. Cxredt, o.c.. t.i 11 . 497 . 902 PJV. Los fenómenos místicos extraordinarios establecido para el estudio de. las causas naturales de los fenómenos aparen¬ temente místicos. Estos estados depresivos del espíritu podemos reducirlos a tres: a) el trabajo intelectual absorbente; bj la meditación, religiosa mal regulada, y c) las austeridades excesivas. Digamos algo de cada uno de. ellos en particular 55 . 772* a) El trabajo intelectual absorbente .—Es cosa del todo averiguada que el trabajo intelectual llevado hasta el exceso hace perder la noción de las¡ cosas exteriores y fija a veces el espíritu en una especie de inmovilidad ra¬ yana en la enajenación. Platón dice de sí mismo que se absorbía de tal forma en sus contemplaciones filosóficas, que llegaba, a veces, a perder el uso de sus sentidos externos 56 . Lo mismo se cuenta de Sócrates, Carnéades, Ploti- no, Jámblico y otros muchos sabios de la antigüedad. Es célebre el caso de Arquímedes, cuyo poder de abstracción era tan enorme que le tornaba in¬ capaz de atender a otra cosa que a. sus problemas y preocupaciones; y esta abstracción fue la causa de su muerte. Es también famoso el caso de Santo Tomás de Aquino golpeando, abstraído, la mesa del rey de Francia al en¬ contrar, de pronto, la solución a un difícil problema que le tenía preocupado. De nuestro insigne Ramón y Cajal hemos oído contar que. el mismo día en que debía contraer matrimonio una de sus hijas, se levantó por la mañana a la hora acostumbrada y se disponía ya a salir de casa para dirigirse a su laboratorio, completamente olvidado del fausto acontecimiento familiar. La suspensión admirativa es todavía más común entre los artistas que entre los sabios y filósofos. Y, entre todas las artes, la música es la más efi¬ caz para transportar el espíritu y hacerle caer en una especie de enajenación extática. 773, b) La meditación religiosa mal regulada .—La absorción del espí¬ ritu en una meditación religiosa excesivamente intensa y prolongada podría producir también ciertos estados morbosos parecidos a los contemplativos. Los objetos espirituales sobre los que se fija !a mirada interior pueden apare¬ cer como imágenes sensibles, vivas, impresionantes, que se tomarán por reali¬ dades o tal vez por manifestaciones de seres misteriosos de ultratumba. Unos creen ver visiones celestiales, otros contemplan horrorizados al demonio, no faltan quienes llegan a ver cara a cara la misma esencia divina y otras muchas cosas tan estupendas y peregrinas como éstas. Santa Teresa dice que este abu¬ so de fijeza y concentración en la oración se encuentra con bastante frecuencia entre las mujeres; y lo juzga tan pernicioso, que propone, si los otros proce- mientos resultan ineficaces, disminuir y aun prohibir a estas personas tem¬ poralmente el ejercicio de la misma oración 57 . 774. c) Las austeridades excesivas ,—Llevadas hasta el exceso y que¬ brantando. las fuerzas corporales, las austeridades indiscretas exponen tam¬ bién a los extravíos del espíritu, transformando. los. sueños de la imagina¬ ción en favores divinos o en asaltos diabólicos. Los maestros de la. vida es¬ piritual están unánimes en hacer esta ■ observación. Una larga inanición —afirma el cardenal Bona 58 —, los ayuiios frecuentes y las vigilias inmode¬ radas consumen el cerebro y excitan en él vanas y confusas representacio¬ nes, a las que el alma ilusionada se adhiere obstinadamente como a revelar ciones divinas. Santa Teresa cuenta que no pudo curar a una religiosa de semejantes ilusiones sino aconsejando a su confesor «que la quitase los. ayu¬ nos y disciplinas y la hiciese divertir» 59 . 5 $ Cf. Ribet, o.c., t.4 C.7. 56 Cf, Platón, De convivio , hacia el fin. 57 Santa Teresa, Fundaciones c.7 n.9; Moradas sextas 3,3. 56 Cardenal JBona, De discr. spir. c.20 Santa Teresa, Fundaciones c.6 n.X4. C.l. Causas 903 775, Criterios de distinción. —Es preciso, pues, señalar las diferencias que distinguen y separan la excentricidades de la naturaleza sobrecargada de trabajo o extenuada por la debilidad, de los hechos verdaderamente so¬ brenaturales. He aquí algunas de las principales reglas prácticas: r.* En principio, se debe atribuir a la simple naturaleza todo lo que sea capaz de realizar por sí misma; y solamente en el caso de que su insu¬ ficiencia sea notoria para explicar e! fenómeno, recurrir a lo sobrenatural o preternatural. Ante una absorción mental que, aun llegada a la enajena¬ ción de los sentidos, pueda explicarse naturalmente, no podemos concluir. a priori qué estamos en presencia de un éxtasis místico. 2. a La manera con que se produce esta absorción y, mejor aún, lo que de ella se sigue nos dará la clave para distinguirla del verdadero éxtasis mís¬ tico. La mejor regla para el discernimiento de las verdaderas gracias místi¬ cas será siempre la que Cristo nos dejó en el Evangelio: «Por sus frutos los conoceréis» 60 . 3. a La suspensión que proviene de la naturaleza abate y enerva tas fuerzas corporales; la sobrenatural, por el contrario, reanima las fuerzas y parece comunicar al organismo algo de la robustez y energía del alma. Ya veremos más adelante, al estudiar los fenómenos en particular, las demás reglas especiales que habrán de tenerse en cuenta en cada caso. 776. 4. a Las enfermedades 61 . —He aquí otra fuente inexhausta de fenómenos naturales que pueden presentar analogías y semejanzas con los de orden místico. Pero es preciso, en esto como en todo, guardar el equili¬ brio mental para caminar siempre por la vía media de la verdad, apartada por igual de los dos extremos viciosos que hemos señalado más arriba: la excesiva credulidad del público sencillo y devoto y la hipercrítica raciona¬ lista. Desgraciadamente, el campo de la medicina ha sido invadido por el ra¬ cionalismo en casi todas las naciones del mundo. Con un aire dé suficiencia y superioridad en el que va implícito un gran orgullo y desprecio de ío so¬ brenatural, la turbamulta de los sedicentes depositarios del patrimonio científico contemporáneo frente al oscurantismo medieval, niegan en nom¬ bre de la ciencia todo lo que pueda trascender los límites de uña explica¬ ción puramente natural. «Lo sobrenatural—afirman—es una quimera y una imposibilidad. Dios—si es que lo hay—no puede derogar las leyes de la naturaleza; el demonio—si es que existe—no tiene nada que ver con las cosas humanas. Los llamados «milagros» no son sino anomalías, extravíos aparentes de las leyes de la naturaleza, cuyo conocimiento y dominio po¬ seemos todavía muy imperfectamente; los visionarios son simples alucina¬ dos; los extáticos, pobres catalépticós, histéricos o letárgicos; los obsesos y posesos son los hipocondríacos y los locos; y la estigmatización no es sino un género especial de neuropatía perfectamente clasificada: la neuropatía estigmática». Ignorancia o mala fe sería desconocer o negar qué el desequilibrio orgᬠnico producido por ciertas enfermedades—mentales y nerviosas sobre todo- pueden presentar analogías y semejanzas con ciertos fenómenos místicos, Pero ¿será preciso acudir a los modernos laboratorios de psiquiatría o a los sanatorios de anormales para explicar a San Pedro de Alcántara, a San Juan de la Cruz, a San Felipe Nerí, a San Francisco de Asís, al evangelista San Juan, a San Pedro y San Pablo y a todos lo^ profetas que han recibido los favores divinos de la contemplación y del éxtasis? ¿Habrá que recurrir a la histeria para comprender a Santa Teresa, a Santa Catalina de Siena, a «° Mt 7 ,i6 . él Gf. Ribet, o.c., t.4 c.8 n.r. 904 P.IV, Los fenómenos místicos extraordinarios Santa Magdalena de Pazzis, a Santa Inés, a Santa Lucía, a esas legiones de vírgenes que el Salvador ha inundado de luz y embriagado de .su anior? Y cuando Cristo Redentor expulsa a los demonios del cuerpo de los pose¬ sos, cuando les increpa públicamente o cuando la ■ santa Iglesia pronuncia sobre ellos sus exorcismos, ¿habremos de pensar en una comedia ó impos¬ tura para explicar esos hechos? ; Ni tienen derecho los médicos racionalistas a increpar a ios teólogos por «atreverse, a invadir el campo de la medicina, que nos-pertenece exclusiva¬ mente a- nosotros*. ¡Bien que han invadido ellos el campo ;de Ja Teología» que debiera ser coto cerrado por su desconocimiento total de la materia! ¿Quién no ve en todo esto una parcialidad irritante y una manifiesta.mala fe? Este es el estado de la cuestión en lo referente a esta:cíase de fenómenos que podrían ser atribuidos a desequilibrios patológicos. Por, ahora báste¬ nos esto. Al estudiar los fenómenos en particular,, examinaremos con s serena imparcialidad lo que haya de verdad en todo esto. •..; ¡ A R TI CUL O 3 LO DIABÓLICO r ' ' : ' Al estudiar esta . tercera fuente de fenómenos aparentemente místicos hemos de; cqntentarnos con someras indicaciones. No podemos ¿desarrollar ampliamente un tema que abarca casi toda la Teología de lqs.ángelés y que rebasaría desorbitadamente los límites de nuéstra obra. 777. Doctrina teológica sobre los demonios.—Hé aquí, brevísima- mente expuesta, la doctrina de la Iglesia sobre los demonios y las principa-' les conclusiones a que lian llegado. los teólogos partiendo de los datos re¬ velados:. _ . .. ! ' : " ’ V : 1. a Es de fe que existen los demonios, o sea; un' número considerable de ángeles qué fueron creados büenos por Dios, pero que se hicieron malos por su propia culpa 6Z . 1 2. a Los demonios ejercen, por permisión de Dios, un maligno influjo sobre los hombres, incitándoles al mal 63 y a veces invadiendo y torturando sus mismos cuerpos 64 . 3. a En medio de los asaltos y torturas de los demonios, ía voluntad humana siempre permanece libré. La razón es porque—cómo explica Santo Tomás ^ 5 —la voluntad sólo puede ser inmutada de dos maneras: intrínseca o extrínsecamente . Ahora bien: sólo Dios puede moverla intrínsecamente, ya que él movimiento voluntario no es otra cosa qué la inclinación dé la vo¬ luntad a lá cósa querida, y sólo Aquel que ha dado esa inclináción á la natu¬ raleza intelectual puede inmutarla intrínsecamente; porque así como la in¬ clinación natural procede del Autor de la naturaleza, así la inclináción vo¬ luntaria no viene sino de Dios, que es el autor de la misma voluntad. Ex¬ trínsecamente, la voluntad puede ser movida de dos maneras: a) eficazmente, o seá; actuando sobre él mismo entendimiento y haciéndole ápiéhehder el objeto como bien apetecible (y en este sentido sólo Dios puede mover eficaz¬ mente la voluntad, porque sólo El puede penetrar diréctá é mtríhsecamente en el entendimiento), y b) ineficdzmente, o sea, a modo de simple persuasión («permbdum suadentis tantumrhodoT Y éste es el modo que corresponde 62 Cf, D 428 ; Mt 25.41 : 2 Petr 2,4. : - ¡. 63 Cf, Eph 6,11-12; 1 Thess 3,5; 1 Petr 5 j8 -9. 64 Mt 4,24; 10,1; Le 8,2, etc. Cf. 1,111,2. C.7. Camas: 905 a los ángeles—buenos o malos—y a los demás , seres creados, que pueden influir sobre nosotros.. El demonio, pues, sólo puede mover la voluntad ex¬ trínsecamente «per modum suadentis»,. esto es, ofreciendo a los sentidos, ex¬ ternos e internos ías especies de las cosas que incitan al mal o excitando el apetito sensitivo para que tienda desordenadamente a esos bienes sensibles; jamás inmutando intrínsecamente la. misma voluntad (cf. n.219), 4. a Los ángeles buenos y los demonios pueden inmutar intrínsecamente la imaginación y los demás sentidos internos y externos 66 . La razón es por¬ que ésta inmutación puede producirse por el ; movimiento local de Jas cosas exteriores o de nuestros humores corporales, y la naturaleza corporal obe¬ dece al ángel en cuanto a su movimiento local, como explica Santo Tomás 67 . .5 .. a Los demonios no pueden hacer verdaderos milagros, como quiera que: éstos excedan por definición las fuerzas de toda naturaleza creada o creable. Pero , como la potencia de la naturaleza angélica—que conservan íntegra después de su pecado—excede con mucho las fuerzas naturales hu¬ manas, pueden los demonios hacer cosas prodigiosas, que exciten la admira¬ ción del hombre en cuanto que sobrepasan sus . fuerzas y conocimientos naturales 68 ..,. El demonio, pues, tiene una. potencia natural muy superior a la del hom¬ bre y puede obrar con ella cosas prodigiosas, que, sin ser verdaderos y pro¬ pios milagros, exciten la admiración de los hombres y planteen verdaderos problemas para el discernimiento de esos fenómenos en su relación con los naturales y .los sobrenaturales. En su lugar señalaremos las principales re¬ glas de discernimiento en cada caso; pero bueno será que ya desde ahora adelantemos, en sintética :visión de conjunto, lo que: el demonio no puede hacer de ninguna manera por exceder en absoluto sus fuerzas naturales y lo que de suyo no excede su capacidad y potencia natural, y podría por lo mismo realizar con la permisión divina 69 . 778. A) Lo que el demonio no Puede hacer.— i.° Producir un fe¬ nómeno sobrenatural de cualquier índole que sea. Es algo que rebasa y trasciende toda naturaleza creada o creable, siendo propio y exclusivo de Dios. 2. 0 Crear una sustancia. Supone un poder infinito el hacer pasar una cosa de la nada-al ser. Por eso, las criáturás no pueden ser utilizadas por Dios ni siquiera como instrumentos de creación 70 . 3. 0 Resucitar verdaderamente a un muerto. Unicamente podría simular una resurrección aletargando a un enfermo o produciendo en él un estado de muerte aparente para producir la ilusión de su maravillosa resurrección, 4. 0 ' Curar instantáneamente heridas o llagas profundas. La naturaleza —incluso feh míanos de la potencia angélica—requiere siempre cierto tiempo pára; podef realizar esas cosas. Lo instantáneo está tari sólo en manos de Dios. 5. ° : Las traslaciones verdaderamente instantáneas. Suponen una altera¬ ción de las leyes dé la naturaleza, que únicamente puede realizarla su Autor. El demonio, como espíritu puro, puede trasladarse de un sitio a otro sin pasar por el medió 71 . Pero no puede*trasladar un cuerpo sin que éste tenga que recorrer todo el espacio que separa el punto de partida (término a qiió) dél punto de llegada (término ád quem); y esto no puede hacerse instantᬠneamente por muy rápido que supongamos ese movimiento. 6. ° Las leyes actuales no permiten en modo alguno la compenetración 66 Gf.Lin^ et 4. •. 67 Cf. 1,110,3 ; iu,3* 6 » Cf. 1,114,4- 69 Cf. Ribet, o.c., t .3 c.6-7. 906 PJV. Los fenómenos místicos extraordinarios de los cuerpos sólidos. El demonio, espíritu puro, puede, sin duda, atrave¬ sar a. su arbitrio las sustancias materiales; pero conferir a un cuerpo el pri¬ vilegio de compenetrarse con otros—atravesando, v.gr., una pared—supone una virtud trascendente que Dios se reserva para sí. 7, 0 La. profecía estrictamente dicha sobrepasa las fuerzas diabólicas, aunque puede el demonio simularla con ayuda de previsiones naturales, de fórmulas equívocas o de mentiras audaces. Sin embargo. Dios puede valerse de falsos profetas para anunciar alguna cosa verdadera, como en el caso de Balaam o de Caifas; pero entonces aparece claro por el conjunto de circunstancias que el falso profeta es utilizado en aquel momento como instrumento de Dios. 8.° El conocimiento de los pensamientos y de los futuros libres escapa igualmente al control de Satanás; sólo puede valerse de conjeturas. Pero téngase presente que para la extraordinaria potencia intelectual de la natu¬ raleza angélica las conjeturas son mucho más fáciles que para el psicólogo más eminente; el temperamento, los hábitos adquiridos, las experiencias pa¬ sadas, la actitud del cuerpo, la expresión de la fisonomía, el conjunto de circunstancias, etc., etc., hacen adivinar fácilmente a los espíritus angélicos las meditaciones silenciosas de nuestro entendimiento y las determinacio¬ nes secretas de nuestra voluntad. 9. 0 El demonio no puede producir en nosotros fenómenos de orden puramente intelectual o volitivo 72 . Ya hemos señalado más arriba la razón: en el santuario de nuestra alma, nadie, fuera de Dios, puede penetrar di¬ rectamente. ■ Estas son; brevemente expuestas, las principales cosas que el demonio no puede hacer , relacionadas todas con los fenómenos místicos. Omitimos muchas otras cosas que no interesan a nuestro propósito. Veamos ahora rápidamente—en espera de un examen más detenido en sus lugares correspondientes—los fenómenos místicos que el demonio po¬ dría falsificar. 779. B) Lo QUE EL DEMONIO PUEDE, HACER PERMITIÉNDOLO DlOS.-^ 1) Producir visiones y locuciones corporales o imaginarias (no las intelec¬ tuales). 2) Falsificar el éxtasis {produciendo un desmayo preternatural). 3) Producir resplandores en el cuerpo y ardores sensibles en el cora- rón.^HayjTiá&rie.jym^em^ 4) Producir ternuras y suavidades sensibles. 5) Curar, incluso .instantáneamente, ciertas enfermedades extrañas pro¬ ducidas por su acción diabólica. Claro está que no se trata propiamente de curación, sino tan sólo de «dejar de dañar», como dice Tertuliano: «Laedunt enim primo, dehinc remedia praecipiunt, ad miraculum, nova sive contra¬ ria; post quae desinunt laedere , et curasse creduntur» 73 . Como,la pretendida enfermedad era debida exclusivamente a la acción de Satanás, cesando la causa, desaparece instantáneamente el efecto. 6) Producir la estigmatización y los demás fenómenos corporales y sen¬ sibles de la mística, tales como los plores suaves, coronas, anillos, etc. Nada de esto sobrepasa las fuerzas naturales de los demonios, como veremos en sus lugares correspondientes 74 . 7) No puede el demonio derogar las leyes de la gravedad, pero puede simular milagros de este género por el concurso invisible de .sus fuerzas na¬ turales. Téngase presente para la cuestión de la levitación: pueden darse levitaciones diabólicas, como en el caso de Simón Mago. ™ Cf. 1 , 111 , 1 - 2 . 73 Tertuliano, Apolog. c.22: ML 2,468-69. 74 Cf. Cardenal Bona, o.c., c.7 n.ri. 907 C.2. Los jenó?nenos en particular 8) Puede substraer los cuerpos a nuestra vista interponiendo entre ellos y nuestra retina un obstáculo que desvíe la refracción de la luz o produ¬ ciendo en nuestro aparato visual una impresión subjetiva completamente diferente de la que vendría del objeto. 9) Puede producir la incombustión de un cuerpo interponiendo un obstáculo invisible entre él y el fuego. En resumen: todos los fenómenos que puedan resultar de un movimiento natural de fuerzas físicas, aunque el hombre no sea capaz de producirlas ni siquiera llevando hasta el límite máximo sus energías naturales, puede en absoluto producirlas el demonio—supuesta la permisión divina—en vir¬ tud de su propia potencia natural, extraordinariamente superior a la del hombre. Pero, cualquiera que sea la naturaleza del fenómeno producido por las fuerzas diabólicas, no rebasará jamás la esfera y el orden puramente natural. Lo sobrenatural no existe aquí más que por relación al hombre, esto es, en cuanto qué los fenómenos producidos sobrepujan las fuerzas humanas; pero, considerados en sí mismos, se trata de realidades pura y simplemente naturales. Es un caso típico de sobrenatural relativo, que debe llamarse, con mayor precisión y exactitud teológica, «preternatural». Y con esto vamos a pasar al examen directo de los principales fenóme¬ nos místicos. CAPITULO II Los fenómenos en particular División fundamental 780. Al proceder al examen y crítica de los fenómenos místicos extra¬ ordinarios, es preciso que establezcamos ante todo un criterio científico para su clasiñcación y división. No es empresa fácil, ciertamente, por las razones que vamos a indicar *. Es ! evidente—en efecto—que la acción sobrenatural y mística de Dios sobre el hombre se dirige principal y finalmente a la voluntad, a fin de ex¬ citar en ella el movimiento inefable de la caridad hacia Dios, que constituye el blanco y fin de toda la vida cristiana. Pero, conforme al orden normal que rige a la naturaleza racional, esta acción sobre la voluntad pasa de antemano por la inteligencia y a ella vuelve todavía por el reflejo luminoso del amor. Y uno y otro—el movimiento intelectual y el afectivo—tienen que some¬ terse a la ley inexorable que ata el alma al cuerpo en virtud de su mutua dependencia; y si es cierto que ellos pueden ejercer sobre los mismos ór¬ ganos corporales una irradiación gloriosa, los sentidos, á su vez, envían al alma innumerables influencias del mundo exterior. En virtud de estas mutuas relaciones y dependencias entre los tres as¬ pectos fundamentales de ía vida humana—el intelectual, el afectivo y el orgánico—•, resulta muy difícil y arriesgado intentar establecer una clasi¬ ficación verdaderamente científica de los fenómenos místicos, toda vez que la mayoría de ellos tienen una repercusión simultánea o sucesiva en los tres órdenes citados. Sin embargo, según que la acción divina tenga su foco y asiento principal en el entendimiento, en la voluntad o en el organismo del que la experimenta, podemos clasificar y caracterizar los fenómenos místicos por este aspecto predominante y fundamental. 1 Gf. Ribet, o.c., t.z preámbulo. 908 P.IV. Los fenómenos místicos extraordinarios Vamos, pues, a clasificar y dividir los grandes fenómenos de la mística a base de esos tres grandes aspectos de la vida humana: el intelectual, el afectivo y eJ orgánico. Tres serán, según esto, las series de fenómenos que vamos a examinar: v • . • a) Fenómenos de orden cognoscitivo . . : • b) Fenómenos de orden afectivo. , . c) Fenómenos de orden corporal. ;; Cada una de estas series tendrá sus correspondientes subdivisiónes, ¿orno veremos. Y al estudiar los fenómenos en particular, procuráremos tener él siguiente estilo; ante todo, expondremos el hecho en sí misíiió y en sus prin¬ cipales variedades—si las tiene—; a continuación señalaremos sus causas, y, finalmente, examinaremos sus falsificaciones en el orden natural y en el preternatural, dando—si él caso lo requiere—las principales normas para su discernimiento. I. FENOMENOS DE ORDEN COGNOSCITIVO Los principales son los siguientes: i.° Visiones. 2. 0 Locuciones. 3. 0 Revelaciones. 4. 0 Discernimiento de espíritus. 5. 0 Hierognosis. 6.° Otros fenómenos cognoscitivos. Vamos a estudiarlos uno por uno siguiendo el orden enunciado. 1) Visiones 781. 1. Noción.—Propiamente hablando, la visión se refiere úñiéa- mente al sentido de la vista. Puede definirse diciendo qué és «Ja percepción de un objeto por ios ojos corporales». Pero por extensión y analogía se aplica la palabra ver a los demás sentidos y a la misma inteligencia 2 . , En un sentido amplio y refiriéndolas a la Mística,, podemos, pues, definir las pistones diciendo que son «percepciones sobrenaturales de un objeto na¬ turalmente invisible paira el hombre» 3 . 782. 2. División.—Fue San Agustín el primero en establecer la di¬ visión que ha venido a ser clásica. En el último libro de su comentario aí Génesis dice el santo Doctor que las visiones pueden ser de tres clases: cor¬ porales, espirituales (imaginarias) e intelectuales, Escuche.mossus palabras: «Estos son los tres géneros de Visiones.:. Al primero le llamamos corporal , porque por el cuerpo se percibe y a los sentidos : corporales se muestra. Al segundo, espiritual, porqué todo lo qué no es cuerpo, pero es algo, se llama rectamente espíritu; y ciertamente que no es cuerpo, aunque sea semejante al cuerpo por cuanto és la irñageh del cuerpo ausente... Al tercero t intelectual, en cuanto que es propió del entendimiento» 4 . ' 2 Cf. 1,67,1. * Tanquerey, Teología ascética n.1491. 4 S.August,, De Gen . ad litt . 1.12 c.7 n.16: ML 34,459. . C. 2 . Los fenómenos en particular 909 . Apenas hay nada que añadir aquí sino que la expresión,espiritual—cla¬ ramente explicada, por otra parte, por el mismo San Agustín—fue . substi¬ tuida posteriormente por la de «imaginaria», más precisa y exacta. ; Esta división de San Agustín ha sido aceptada con absoluta unanimidad por los Padres y los teólogos 5 .' Santo Tomás habla de ella en varios lugares de sus obras, : sobre todo al explicar el rapto dé San Pablo en la Suma Teo¬ lógica 6 7 : * • Estas tres clases de visiones—advierte Meynard 7 —pueden ser simultᬠneas o sucesivas. No hay entre ellas orden absoluto y riguroso—Dios puede comunicarlas en la forma que. le plazca—, aunque sí orden de prelactón y jerarquía. EL primer lugar corresponde a las intelectuales , qúe soií las más excelentes;.. luego vienen las imaginarias, y en último lugar las corporales, que son las que más se prestan a ilusiones y engaños. Digamos una palabra de cada una de ellas, empezando por las más im¬ perfectas. 783. A) Visiones corporales.—L as visiones externas o corporales —que suelen llamarse también apariciones —son aquellas en las que ,elsen- tido de la vista percibe una realidad objetiva naturalmente invisible.para el hombre. No es necesario que el objeto que se percibe sea, v.gr., un.cuerpo humano de carne y hueso; basta con que sea una forma exterior sensible o luminosa. El fenómeno dé la visión .corporal puede producirse de dos maneras, como explica Vallgomera: o por lá presencia verdadera de un cuerpo que impresiona lá retina y determina el fenómeno físico de la visión, o en virtud de una acción inmediata ejercida por un agente externo sobre el órgano de la vista para producir en él la misma especie impresa que produciría la presencia verdadera del objeto. 8 . 784^ B) Visiones imaginarias.—D a visión imaginaria es una repre¬ sentación sensible enteramente circunscrita a .la imaginación y que se pre¬ senta, inesperadamente al espíritu con tanta o más vivacidad y claridad que las mismas realidades físicas exteriores. Se puede producir de tres maneras: a) por la representación o excita¬ ción de las especies o imágenes que tenemos ya recibidas por los sentidos; b) por. combinación sobrenatural o preternatural de esas mismas especies ad¬ quiridas y conservadas en la imaginación, y c) por nuevas imágenes infusas. El demonio puede producir la visión imaginaria de los dos primeros modos, pero no está en su poder imprimir en la imaginación especies nuevas infu¬ sas 9 . ; La visión imaginaria es de. orden más elevado que la.corporal.. Se extien¬ de a más, pudiendo representar no sólo cosas presentes, sino también cosas pasadas y. futuras 10 . Suele verificarse durante el sueño, pero también puede producirse durante el estado de .vigilia; sin que esto implique necesariamente la enajenación de los demás sentidos, aunque esto sea conveniente—es tam¬ bién lo más frecuente—para no confundir los objetos de la visión imagina¬ ria con los que : perciben los, sentidos externos 11 . Sus formas más frecuentes, son: la representativa (v.gr,, la aparición de uñ santo) y la simbólica (v.gr., la del patriarca José viendo al sol, la luna 5 Cf. Schram, Theol. my5t. t. 2 p.iQ?. 6 Cf. II- 1 J,I 75,3 ad 41 1 , 93,6 ad 4; ü- 11 , 173 , 2 . 7 Meynard, La vida espiritual t,2 n.273- * Cf. Vallgornera, Myst. Theol. D. Th. q:3 d-5 a.i n.691 (ed. Manetti, igu). $ Cf. I,nr ,3 ad 2 ; De malo q.ió a .9 c; De veritatc q.u a. 3 ; De potentia q .6 a .3 ad 13 . 10 Vallgornera, o.c., q .3 d .5 a .2 n. 700 . 11 Cf. 11-11,173,3. 910 P.IV. Los fenómenos místicos-extraordinarios y las estrellas venir a adorarle) 12 . De ambas hay numerosísimas ejemplos en las Sagradas Escrituras. 785* G) Visiones intelectuales.—i ). Características —La visión in¬ telectual es. un conocimiento sobrenatural que se produce por una simple vista de la inteligencia sin impresión o imagen sensible. Se distinguen de las percepciones naturales de la inteligencia por las siguientes características: a) Por su objeto, que está ordinariamente por encima de las fuerzas na¬ turales de nuestro entendimiento, aunque pueda absolutamente encontrarse dentro de su esfera. Pero en este último caso, lo sobrenatural aparece con toda claridad; la luz que no falta jamás, sobrepasa las claridades más eviden¬ tes de la razón; es súbita, inmediata y no tiene nada del trabajo y lentitud del razonamiento natural. b) Por! su duración.— Mientras que las concepciones naturales, por pro¬ fundas que sean, se desvanecen muy pronto, las visiones intelectuales mís¬ ticas perseveran largo tiempo; a veces días enteros, semanas y aun años. Oigamos a Santa Teresa: «Sé que, estando temerosa de esta visión—habla de sí misma—, porque no es como las imaginarias, que pasan de presto, sino que dura muchos días , 3? aún más que un año alguna vez, se fue a su confesor hartó fatigada» 13 . c) Por sus efectos ,—Los efectos maravillosos que produce en el alma son el mejor distintivo para reconocer la intervención divina. La luz que llena las profundidades del alma, el amor que la hace estremecer, la paz inconfundible, su anhelo de las cosas celestiales, su disgusto de todo lo que no es Dios, etc., etc., son el mejor testimonio de que se ha verificado una iluminación extraña y muy superior a la naturaleza 14 . 786, 2) Elementos .—La visión intelectual puede producirse durante el estado de éxtasis, de vigilia o de sueño. Y en cualquiera de ellos que se pro¬ duzca, importa siempre dos elementos: el objeto manifestado y la luz que lo esclarece 1S . Con frecuencia, el objeto de la visión intelectual es inefable; las almas no aciertan a explicarlo por no encontrar en el lenguaje humano fórmulas equivalentes: «... y oyó palabras inefables que el hombre no puede decir», dice el apóstol San Pablo (2 Cor 12,4). 787. 3) Su plena certeza y origen divino. —La certeza absoluta es una de las señales más características de la visión intelectual. Se trata de «una noticia tan clara, que no parece se puede dudar...; queda gran certidumbre, que no tiene fuerza la duda», dice Santa Teresa de Jesús 16 . En cuanta a su origen, todos los místicos están de acuerdo, con Santo Tomás, en que la visión intelectual sobrepasa toda otra potencia, Fuera de la de Dios. «En la visión intelectual—dice Schram—sólo Dios es la causa principal; ño los ángeles buenos ni malos, ni siquiera mediatamente» 1 7 . Estas son las tres clases o formas de visiones. Pero téngase en cuenta que hay visiones que reúnen dos o tres formas al mismo tiempo. Así, la vi¬ sión de Sañ Pablo en el camino de Damasco (Act 9) fue a la vez corporal, cuando vio con sus ojos la luz resplandeciente; imaginaria , cuando se le ma¬ nifestaron los rasgos de Ananías en la imaginación, e intelectiva, cuando en¬ tendió lo que Dios quería de él 12 Cf. Gen 37,9. 13 Santa Teresa, Moradas sextas c.B n.3. 14 Cf. Felipe de la Santísima Trinidad, TheoJ. myst. p.2. a tr.2 d.4 a.3. 15 Cf. D.Thom., De verit. q.12 a,i2 c. Cf. 11-11,173,2 ad 2. Santa Teresa, Vida c.27 n.5. 17 Schram, o.c., § 505 sch.2 t.2 p.22r. 18 Tanquerey, o . c ., n.1493. 911 C.2. Los fenómenos en particular 788. 3. Objeto de las visiones.—Puede ser objeto de visión sobre¬ natural, en ¡una forma o en. otra, absolutamente todo cuanto existe: Dios, Jesucristo, la Santísima Virgen, los ángeles, los bienaventurados, las almas del purgatorio, los demonios, los seres vivientes e incluso, las cosas inanima¬ das (la cruz, las imágenes, reliquias de los santos, etc.). Pero es preciso tener en cuenta que, según la doctrina de Santo Tomás; las apariciones de Jesucristo—y dígase lo mismo de las de María—no se verifican por su presencia corporal, sino que son puramente representativas y se hacen por el ministerio de los ángeles. La razón principal es porque es absolutamente imposible que un mismo cuerpo esté circunscriptive en dos lugares a la vez—como veremos ampliamente al hablar de la bilocación í9 —; y, por lo mismo, para aparecer corporalmente en la tierra tendrían que dejar el cielo en aquellos momentos, lo cual es inconveniente 20 . Santo Tomás sólo admite una aparición corporal de Jesucristo para San Pablo camino de Damasco 2 *. Y Santa Teresa dice hablando de Nuestro Señor en la Euca¬ ristía: «En algunas cosas que me dijo, entendí que, después que subió a los cielos, nunca bajó a la tierra, si no es en el Santísimo Sacramento, a comu¬ nicarse con nadie» 22 . Las apariciones que tienen por objeto al mismo Dios hay que entender¬ las generalmente «por cierta manera de representación de la verdad», como dice Santa Teresa 23 . No por visión intuitiva, que está reservada para lá pa¬ tria. Santo Tomás admite para Moisés y San Pablo la visión facial de la esen¬ cia divina en un éxtasis inefable y por comunicación transitoria del lumen gloríete 24 . En cuanto a las apariciones de los ángeles, no hay dificultad alguna. El ángel está donde obra. Y puede obrar incluso en un cuerpo formado por condensación del aire, que permita colorearlo y moldearlo, de manera seme¬ jante a las nubes, en forma de figura humana o de otra forma cualquiera. Así lo explica Santo Tomás 25 . Dígase lo mismo mutatis mutandis de las apa¬ riciones diabólicas, supuesta la permisión divina. Los santos, los bienaventurados y las almas del purgatorio pueden apa¬ recer también—permitiéndolo Dios—, y aparecen de hecho muchas veces. Pero no se presénten con sus propios y verdaderos cuerpos—que yacen en el sepuícro o se han convertido ya en polvo—, sino en forma parecida a la que hemos explicado para los ángeles: tomando un cuerpo aparente sin in¬ formarlo ni vivificarlo 2 $. Los condenados pueden también aparecerse—por especial permisión di¬ vina—en forma parecida a la que acabamos de explicar 27 . Las apariciones de los seres que viven todavía sobre la tierra plantean un problema gravísimo, que examinaremos al hablar de la bilocación. En fin: son muy frecuentes en la Sagrada Escritura y en las vidas de los santos las visiones de cosas inanimadas; v.gr., los cuatro animales de Eze- quiel, la de San Pedro a propósito de Cornelio y gran parte de las del Apo¬ calipsis 28 . No ofrece dificultad alguna su explicación. Son producidas por los ángeles o los demonios en la imaginación o sentidos corporales del pa¬ ciente, 19 Grédt, o.c., n.325-28. Cf. D.Thom., Quodl. 3. 0 a.2; /V Sent. d.44 q,2 sol.3 ad 4. 20 Cf. Felipe de la Santísima Trinidad, o.c., p.2. a tr.3 d.4 a.i. *1 Cf. 111,57,6 ad 3. 22 Cf. Santa Teresa, Relaciones (2. a n.4 ed. pop. P. Sil veno). 23 Santa Teresa, Moradas séptimas c.i n.6. 24 Cf. 11-11,175,3 c et ad 1 et 2. 25 Cf. 1,51,2 ad 3. 2 Explicación del fenómeno.—Vamos a darla en forma de conclusiones para mayor claridad. Conclusión 1. a ; La hierognosis trasciende las fuerzas de la naturaleza y no puede explicarse natural ni preternaturalmente. Es evidente. Se trata del conocimiento de realidades sobrenaturales para las qué no tiene capacidad ni proporción la simple naturaleza humana o angélica. Lo que sí cabe perfectamente es una contraprueba en el orden preterna¬ tural. El demonio puede prestar, a su modo, un testimonio precioso que no puede pasar inadvertido. Se ha comprobado plenamente—en efecto— que así como las cosas sagradas atraen de una manera viva y misteriosa a las almas santas, constituyen, por el contrario, materia de horror y repul¬ sión para el demonio, sus secuaces y sus víctimas. Esta propiedad sirve por lo general para confirmar los casos presuntos de posesión y se utiliza con provecho en los exorcismos. ¿Qué hay de más impresionante que la súbita aparición de crisis de furor, rabia violenta, convulsiones desordenadas y múltiples que se producen en los posesos al solo contacto—imprevisto e in¬ consciente—de una cruz o rosario benditos? ¿Qué podrá haber de más ade¬ cuado para confirmar un diagnóstico cuando se dan, por otra parte, los de¬ más signos? Sin embargo, es preciso tomar las precauciones más severas y minuciosas para prevenir la simulación, descubrir el fraude y asegurar todo su valor a la experiencia. La hierognosis repulsiva no es de suyo una señal infalible, y muchos posesos no la tienen en modo alguno 71 , 71 Cf. Surbled, í.c. C.2. Los fenómenos en particular 923 Conclusión 2. a : La hierognosis de los santos puede explicarse por cier¬ ta simpatía o connaturalidad con lo divino, alcanzada por sus almas, transformadas en Dios; o por influencia de una gracia «gratis dada»* El P. Arintero concluía su estudio sobre Luisa Lateau con esta breve y sencilla conclusión: «Luisa es un maravilloso estesiómetro de lo sobrenatural, única realidad que para ella durante sus éxtasis existes» 72 . Es un hecho psicológico—efectivamente—que a cada uno le impresiona e interesa aquello que dice relación a sus aficiones y preocupaciones, deján¬ dole insensible todo lo demás. Es casi imposible entablar conversación en un vagón de ferrocarril con un viajero desconocido sin que al poco rato deje traslucir claramente cuál es su profesión y modo de vida; se le escapa insen¬ siblemente el pensamiento y la palabra tras de aquello que constituye la principal preocupación de su vida. Pues algo parecido ocurre en los santos. Ya no viven sino de lo sobrenatural; todo lo demás les deja insensibles e in¬ diferentes. ¿Qué mucho que esta disposición psicológica, llevada al paro¬ xismo en los grandes místicos, llegue a producir el fenómeno de la hierogno¬ sis como algo espontáneo y connatural al estado de sublime sobrenaturali¬ zación alcanzado por sus almas transformadas? He aquí de qué manera po¬ drían llegar a ser—como dice el P. Arintero—verdaderos estesiómetros de lo sobrenatural, capaces de registrar instantáneamente las vibraciones de lo divino. Sin embargo, cuando el fenómeno se verifica tanto en el éxtasis como fuera de él, en oración o sin ella, nos parece que no basta esta simple conna¬ turalidad con lo divino, y hay que pensar en una gracia gratis dada , reduci- ble, en la clasificación paulina, a la profecía o discreción de espíritus. El mismo P. Arintero, partidario de la connaturalidad, reconoce que Luisa Lateau sería un maravilloso estesiómetro de lo sobrenatural durante sus éxtasis . Aho¬ ra bien: ¿podría afirmarse lo mismo fuera de sus éxtasis? No nos atrevemos a negarlo, pero a nosotros nos parece preferible el recurso a la gracia gratis dada. Solamente ella podría explicarnos, además, el hecho de que no todos los santos gozaron de la hierognosis a pesar de que todos ellos estaban ínti¬ mamente unidos a Dios y perfectamente connaturalizados con lo divino; señal evidente de que no basta esta simple connaturalización para explicar ese fenómeno—al menos en muchos casos—y de que es preciso añadir algo más, que no puede ser sino una gracia gratis dada del género de la profecía o discernimiento de los espíritus. 6) Otros fenómenos cognoscitivos Bajo este título genérico e inconcreto vamos a agrupar una serie de fenó¬ menos místicos que, sin ser propiamente visiones, locuciones ni revelaciones, se refieren también, de alguna manera, al conocimiento. Son ciertas aptitudes especiales que reciben las almas, de una manera sobrenatural o infusa, en orden al ejercicio de las ciencias o de las artes. Vamos a enumerar las prin¬ cipales, indicando brevemente sus características fundamentales. Al final da¬ remos el juicio teológico que deben merecernos todos estos fenómenos en conjunto 73 . 814. 1. Iniciación milagrosa en los primeros elementos de la enseñanza primaria.—En virtud de esta gracia, Santa Catalina de Siena 72 Cf. La verdadera Mística tradicional p.215.— Sabido es que el estesiómetro es un apa¬ rato inventado por los modernos psicólogos para medir la sensibilidad. 73 Cf. Ribet, La mystique divine t.4 c.17 y 18, de donde tornamos estos datos. 924 PJV. Los fenómenos místicos extraordinarios aprendió a leer y a escribir instantáneamente con el fin de poder rezar el breviario y de explayar su corazón por escrito al salir de sus éxtasis. Santa Rosa de Lima, niña aún, aprendió de la misma manera a escribir con exce¬ lente caligrafía. Todavía se citan otras tres dominicas favorecidas del mismo modo: la Beata Osana de Mantua y las Bienaventuradas Agueda de la Cruz y Esperanza López. El caso de esta última lo testifica el capítulo general ce¬ lebrado en Roma en 1629 74 . 815. 2. Conocimientos sobrenaturales de Teología mística.—Sa¬ bido es que Santa Gertrudis, Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Je¬ sús—grandes lumbreras de la Mística—debieron a la infusión divina, mu¬ chísimo más que a su esfuerzo personal, las grandes luces que han dejado a La posteridad en sus obras inmortales. 816. 3. Profundos conocimientos de toda la Teología.—La figura más representativa en este sentido es, sin duda alguna, Santo Tomás de Aquino. Esta figura colosal, en la que parece haberse personificado la Teo¬ logía cristiana, recibió de Dios una inteligencia portentosa capaz de penetrar en lo más hondo de la naturaleza íntima de las cosas. Sin embargo, cuando se cpnsidera la brevedad de su vida, el número prodigioso de sus obras es¬ critas en poco más de veinte años, su perfección y profundidad admirables, la manera con que Las compuso: orando, llorando, ayunando para encontrar la solución de las dificultades, dictando a veces a tres o cuatro amanuenses sobre materias diferentes sin ninguna vacilación ni equivocación, continuan¬ do su dictado sobre.el mismo asunto al despertar después de haberse dormi¬ do rendido por la fatiga, etc., etc., es imposible no ver en la ciencia del Doc¬ tor Angélico, al lado* de su talento genial y sin perjuicio de él, un verdadero milagro de infusión divina. Fray Reginaldo, su secretario y compañero ínti¬ mo, estaba plenamente convencido de eilo 75 . 817. 4. Habilidad infusa para el ejercicio de las artes.—Se citan multitud de ejemplos. Así, v.gr., para la poesía, San Francisco de Asís, To¬ más de Celano y Jacobo de Todi, autores, respectivamente, de los maravi¬ llosos Himno al Sol, Die$ irae y Stabat Mater 76 ; para la música , Santa Cecilia v Santa Catalina de Bolonia; para la pintura , el dulcísimo Fray Angélico de Fiésole, a quien se le escapaban por los pinceles los ardores místicos de su alma, encendida en el amor divino; para la escultura y arquitectura tenemos en la Sagrada Escritura el ejemplo de Beseleel, de quien dice expresamente que fue lleno del espíritu de Dios y de ciencia en toda suerte de labores para construir el maravilloso tabernáculo y el arca de la alianza en compañía de Ooliab y sus demás socios 77 ; y, en fin, para la elocuencia valgan por todos los ejemplos maravillosos de San Vicente Ferrer y San Francisco Javier, 818. Naturaleza de estos fenómenos.—-Todos estos fenómenos—si exceptuamos,; acaso, los relativos a la Teología mística y dogmática—po¬ drían ser preternaturales, ya que no trascienden ni rebasan las fuerzas del demonio. Pero cuando son sobrenaturales pertenecen en su casi totalidad a las gracias gratín dadas. Realizan plenamente la definición misma de gracias 74 Cf. Ribet, o.c. , t.4 c.17 n.2. 75 Cf. Pivcess. cíe 1 fita S.Thom. Aquin.: BB 7 mart. t.7 p.704 n.58: «Item dixit se audivis.se a Fr. Raynaldo de Priverno socio dicti Fr. Thomae, de sdcntia ipsius, quod eius scientia non fuerat a naturali ingenia adquisita, sed per revelationem et infusionem Spiritus Sancti; C[uia numquam ponebat se ad scribendum aliquod opus, nisi praemissa oratione et effusione lacrymarum; et quando in aliquo dubitabat, recurrebat ad orafionem et perfusus lacrym¡$ de ipso dubio révertebatur clarifieatus et doctus<>. 76 Cf. Federico Ozanam, Les ¡metes fxmciscaim (3- R ed.). 77 Cf. Ex 3J,is. C. 2 . Los i¿ñámenos en particular 925 gratis dadas : no santifican de suyo al que las recibe y se ordenan per se a la utilidad de los demás. No obstante, algunos de ellos podrían explicarse por una irradiación de los dones dei Espíritu Santo; y ésta es, nos parece, la verdadera explicación de los relativos a la Teología mística y a la dogmática. Sabido es—ya lo vi¬ mos en su lugar correspondiente—que los dones de sabiduría, entendimien¬ to y ciencia iluminan el entendimiento del místico con claridades resplande¬ cientes y le dan una penetración portentosa en las verdades de la fe y en las cosas divinas y aun humanas en orden a Dios. Claro que, para algunos de los casos verdaderamente excepcionales que hemos citado, acaso habría que añadir también cierta influencia de las tres principales gracias gratis dadas correspondientes a esos dones; a saber; la fe, la palabra de sabiduría y la pala¬ bra de ciencia . Con esto quedarían suficientemente explicados esos hechos sin recurrir al milagro. IL FENOMENOS.DE ORDEN AFECTIVO División 819. Al empezar el estudio de los fenómenos de orden afectivo , hemos de recordar lo que ya dijimos en la introducción general a todos ellos. No es posible establecer una división perfecta y adecuada de esta clase de fenóme¬ nos, ya que por maravilla podrá encontrarse alguno que esté circunscrito exclusivamente al entendimiento, a la voluntad o ai organismo corporal. Es preciso, pues, como criterio y norma de división, fijarse en ei aspecto que parezca fundamental y predominante para encontrar en él el principio de clasificación. En este sentido, nos parece que deben considerarse como de orden predominantemente afectivo dos grandes fenómenos místicos; el éx¬ tasis y los incendios de amor . Acaso podrían denominarse, con más propie¬ dad, fenómenos psico-fisiológicos, puesto que, aunque tengan su raíz y foco principal en la voluntad, repercuten en el organismo de una manera tan extraordinaria, que muchos autores—a nuestro juicio con menos acierto— los clasifican entre los corporales. Pero, sea de ello lo que fuere, nosotros vamos a estudiarlos en esta sección, aun reconociendo que no encajan ni pueden encajar exclusivamente en ella ni en ninguna otra. i.° El éxtasis místico no es gracia «gratis dada» 820, Como vimos en su lugar correspondiente, el éxtasis místico, en lo que tiene de fenómeno interior o de oración, está muy lejos de ser una gracia gratis dada. Entra, por el contrario, en el desarrollo normal de los grados de oración mística, y constituye, por lo mismo, un epifenómeno nor¬ mal en el desarrollo de la vida cristiana. Pero en lo que tiene de exterior y espectacular presenta ciertas semejanzas con los fenómenos sorprendentes de tipo extraordinario que venimos examinando. Ello ha determinado quizá el que muchos autores clasifiquen el éxtasis entre las gracias gratis dadas, cuando en realidad no pertenece a ellas, sino a los epifenómenos normales del desarrollo de la gracia. Es un fenómeno contemplativo altamente santi- ficador para el alma que lo experimenta, como explica admirablemente San¬ ta Teresa *. ■ Hemos estudiado largamente el éxtasis en el lugar que le corresponde jurídicamente, y a aquellas páginas remitimos al lector (n.573ss). 1 Gf , entre otros lugares, A doradas sextas 0,4-6. 926 P. 1 V. Los fenómenos místicos extraordinarios 2.° Los incendios de amor 821. 1. El hecho*—Es un hecho plenamente comprobado: en la vida de algunos santos que las violencias de su amor a Dios se manifiestan a veces al exterior en forma de t un fuego abrasador que caldea y hasta quema materialmente la carne y la ropa cercana a la zona del corazón 2 . 822. 2. Sus grados*—Estas manifestaciones tan sorprendentes del amor se producen en grados muy diversos. Los principales son tres 3 : a) Simple calor interior.-^EI primer grado consiste, en un calor ex¬ traordinario en el corazón que se expansiona y repercute después en todo el organismo. Un caso notable de este fuego consumidor es el de la Beata Juliana de Cornillón, a la que se debe el primer impulso para que la santa Iglesia instituyera la fiesta solemnísima del Corpus. Santa Brígida sentía ardores tan vivos en su corazón, que no percibía el frío intensísimo de Sue¬ cia. Es clásico, en fin, el episodio de la vida de San Wenceslao, duque de Bohemia; visitando de noche las iglesias con los pies descalzos a través del hielo y de la nieve, dejaba en pos de sí la impronta ensangrentada de sus pasos; y como .su criado que le acompañaba se quejase del frío intensísimo que sentía en los pies, íe recomendó el Santo que procurase pisar siempre la huella que él iba dejando; con lo cual dejó inmediatamente de sentir el frío, b) Ardores intensísimos. —El fuego del amor divino puede llegar a ser tan intenso* que sea preciso recurrir a los refrigerantes para poderlo so¬ portar. Se cuenta de San Estanislao de Kostka que era tan intenso el fuego que consumía su corazón, que en el rigor del invierno era preciso aplicarle paños empapados en agua helada. San Francisco Javier, no pudiendo resis¬ tir a veces en sus correrías apostólicas el ardor que le devoraba, se veía obli¬ gado a descubrirse el pecho a la altura del corazón, como se le vio hacerlo aun en las plazas de Goa, de Malaca y a la orilla del mar. San Pedro de Al¬ cántara, consumido por este ardor de la caridad, no podía permanecer en su celda; tenía que echar a correr por la campiña a fin de amortiguar un poco, con el aire fresco, el fuego de su corazón. La caridad que inflamaba a. Santa Catalina de Génova era tan ardiente, que no se le podía acercar la mano al corazón sin experimentar un calor intolerable. c) La quemadura material. —Cuando el fuego del amor llega al ex¬ tremo de producir la incandescencia y la quemadura material, se realiza en toda su plenitud el fenómeno que los autores místicos denominan «incendio de amor». ; Por más que asombre y maraville, este fenómeno se ha comprobado va¬ rias veces en la vida de los santos. El corazón de San Pablo de la Cruz, fun¬ dador. de lós Pasionistas, ardía de tal modo en el fuego del divino amor, que más de una vez la parte correspondiente de su túnica de lana apareció completamente quemada y dos de sus costillas presentaban una curvatura notable al lado izquierdo. El mismo fenómeno en. sus dos aspectos—quema¬ dura y curvatura—se comprobó también en Santa Gema Qalgani. Uno de los casos más sorprendentes es el de San Felipe Neri, Las pal¬ pitaciones de su corazón eran tan fuertes cuando realizaba alguna función sagrada o hablaba de las cosas de Dios, que parecía que su pecho iba á es¬ tallar. Su cuerpo temblaba de tal modo, que repercutía en los objetos 1 que se encontraban a su alrededor; su cama, su misma habitación, etc., como sí se hubiera producido un pequeño temblor de tierra. A pesar de su gran 2 Gf. RlBET, O.C., t.2 C.22. 3 Gf. Ribét, Aid., n.4-7. C.2. Los fenómenos en particular 927 mortificación, se veía obligado a beber de cuando en cuando un vaso de agua helada para aliviar un poco, su garganta, reseca por la respiración ar¬ diente qúeise escapaba de sú pecho. Á veces tenía que arrojarse al suelo y descubrirse totalmente el pecho para desahogar un poco el fuego interior que le consumía. Al practicarle la autopsia después de su muerte, los mé¬ dicos le encontraron la cuarta y quinta costillas izquierdas rotas y perfecta¬ mente separadas; en este espacio agrandado, su corazón—que era.de un tamaño y fuerza muscular extraordinarios—podía dilatarse con más ampli¬ tud. Estos fenómenos se habían verificado eri él a los veintiún anos de edad, y vivió cerca de sesenta años más, muriendo a los ochenta. 823. 3. Explicación de estos fenómenos 4 .-—La explicación de estos hechos no deja de ofrecer sus dificultadés, aun cuando no sea en ellos todo misterioso. Aunque el corazón no sea el órgano del amor, es indudable que en él repercute la vida afectiva del alma. Cuanto más avive y excite el hombre su vida de amor, tanto más profundo es el contragolpe de esta actitud inte¬ rior en su corazón. Este contragolpe se acusa por una aceleración creciente de la sangre en este órgano y, en consecuencia, en él cuerpo entero. Ahora bien: la intensidad del calor está en relación directa con lá del movimiento, que es su verdadero generador, como demuestra la física. Así podrían ex¬ plicarse—en parte al menos—las primeras manifestaciones imperfectas de estos fenómenos místicos; el amor acelera el movimiento del corazón; este movimiento determina un calor proporcionado en este órgano, y después en el resto del organismo. Sin embargo, es preciso confesar que esta explicación es deí todo insu¬ ficiente para explicar el fenómeno en el segundo y sobre todo en el tercer grado, esto es, cuando llega a producir una verdadera quemadura material. No solamente porque la correlación entre el amor íntimo del alma y el calor sensible de los órganos no es tan grande que pueda llegar a esos extremos, sino, además, porque se ha comprobado muchas veces que esa incandes¬ cencia tan sorprendente se ha producido en los místicos sin ningún síntoma de fiebre ni de aceleración anormal de la sangre. Por otra parte, el cuerpo no podría, soportar naturalmente estas sacudidas tan violentas. El organis¬ mo humano sucumbe sin remedio ante una fiebre interior que rebase los cuarenta y tres grados centígrados, temperatura muy inferior a la que exige una verdadera quemadura material de la carne o de la ropa. Por consiguiente, si, verificándose esta quemadura, el santo no sucumbe ni su carne sé calcina, la única explicación posible hay que buscarla en el milagro. Al menos, hoy por hoy, la ciencia es impotente para encontrar una explicación satisfactoria en el orden puramente natural. ¿Podría darse este fenómeno por intervención diabólica? Indudablemen¬ te que sí. El demonio puede producir la incombustión de un cuerpo y la quemadura de otro que esté en contacto con él interponiendo entre el fuego y uno de los dos cuerpos ün obstáculo* invisible para el hombre. Para dis¬ tinguir esta falsificación diabólica del fenómeno auténticamente milagroso o sobrenatural habrá que recurrir a las reglas generales del discernimiento de los espíritus, habida cuenta de todas las circunstancias que rodeen los hechos.. 4 Cf. R'cTíin, í.c., n.8. 928 PJV. Los fenómenos místicos extraordinarios IlL FENOMENOS MISTICOS DE ORDEN CORPORAL División Abordamos ahora el estudio de los fenómenos místicos que recaen prin¬ cipalmente sobre,el organismo corporal en algunas de süs funciones vitales o en diferentes aspectos de sus actividades o manifestaciones exteriores. Los principales son: 1) La estigmatización. 2) Las lágrimas y el sudor de sangre. 3) La renovación o cambio de corazones. 4) La inedia o ayuno prolongado. 5) La privación del sueño. 6) La agilidad. 7) La bilocación. 8) La levitación. 9) La sutileza, 10) La luminosidad, n) El perfume sobrenatural, 1) La estigmatiza ción Uno de los. más sorprendentes fenómenos místicos de orden corporal es ía estigmatización. Es también uno de los más traídos y llevados por los racionalistas, que niegan su carácter sobrenatural y tratan de explicarlo por la simple imaginación o la patología. Nosotros vamos a exponer brevemente el fenómeno en sí mismo, para tratar después de encontrarle una explica¬ ción satisfactoria. 824. 1. El hecho,—Consiste este fenómeno en la aparición espontᬠnea en el cuerpo de la persona que lo experimenta de ciertos estigmas o llagas sangrientas que recuerdan las del divino Crucificado del Calvario. Suelen aparecer en las manos, pies y costado izquierdo; y a veces también en la cabeza y en las espaldas, para recordar la coronación de espinas y la flagelación del Señor. Estas llagas pueden ser visibles o invisibles, permanentes o periódicas y transitorias, simultáneas o sucesivas. La forma, tamaño, sitio exacto de su localización y otras circunstancias accidentales son muy distintas y va¬ riadas según los casos. La estigmatización se produce casi siempre en sujetos extáticos, y con frecuencia va precedida y acompañada de muy fuertes tormentos físicos y morales. La ausencia de tales padecimientos—advierte Tanquerey 5 —sería muy mala señal, porque los estigmas no son sino el símbolo de la unión con el divino Crucificado y de la participación en sus sufrimientos. 825. 2. Numero de los estigmatizados.—El primer estigmatizado de que se tenga noticia es San Francisco de Asís, que recibió las llagas en un éxtasis sublime que padeció en el monte Alvemia el 17 de septiembre de 1224. Después de él se han multiplicado los casos. El Di\ Imbert-Gour- beyre, que estudió el fenómeno con mucha atención y competencia 6 , se¬ ñala nominalmente hasta 321 casos; y en la segunda edición, de 1898, cita 5 Tanquerey, o.c., 0.1523. 6 Cf. La estigmatisation (París 1894). 929 C.2. Los fenómenos en particular un corresponsal que le señala las omisiones y le invita a hacer investigacio¬ nes en los archivos de los conventos españoles* La historia de la estigmati¬ zación no está, pues, sino esbozada y descubrirá probablemente estigmati¬ zados anteriores a San Francisco 7 - De los 321 que señala el Dr. Imbert, 62 fueron canonizados; 41 son hombres y 28 son seglares. 826. 3. ¿Fue estigmatizado San Pablo ?-^-En su Epístola a los Gá- latas (6,17) habla el gran Apóstol de ciertos estigmas que lleva en su cuerpo: «Ego, enim, stigmata Domini Iesu in corpore meo porto». ¿Qué significan estas palabras? El P. José María Lagrange, exponiendo este pasaje en su comentario a dicha Epístola, explica que por el nombre de estigmas entendían los anti¬ guos ciertas marcas o señales—a veces tatuajes, quemaduras, etc,—, que acreditaban a quien las poseía su pertenencia a un determinado dueño u or¬ ganismo; y así solían llevarla los esclavos, para designar el señor a que per¬ tenecían; los soldados, para significar el ejército del que formaban parte, y hasta los devotos, como distintivo del dios o divinidad a que estaban consa¬ grados. San Pablo emplea la palabra estigmas en este mismo sentido. Para él, los «estigmas» son las huellas de los sufrimientos y malos tratos padeci¬ dos por amor a Jesucristo, que han quebrantado sus fuerzas y arruinado su salud. Para otros, los estigmas eran una señal infamante que era preciso ocultar cuidadosamente; para San Pablo, al contrario, son las señales de su triunfo y el trofeo de su victoria. Por eso no las oculta, sino que las exhibe — porto —como su verdadero título de gloria, que le acredita como autén¬ tico servidor de Cristo 8 . Este parece ser el verdadero sentido de ese texto del Apóstol- No se trata de estigmas en el sentido que se da a esta palabra después de San Fran¬ cisco de Asís. Por eso, todos los autores encabezan las listas de los estig¬ matizados con el nombre del Poverello, por ser él el primer caso de estig¬ matización de que se tiene noticia hasta hoy. 4. Naturaleza del fenómeno*—Vamos a recoger, en primer lugar, la explicación racionalista. Después daremos la verdadera explicación católica. 827, A) Explicación racionalista, —Ya de antiguo se ha pretendido dar al fenómeno estigmático una explicación naturalista. Benedicto XIV re¬ fiere en su obra magistral 9 que Francisco Petrarca atribuía la impresión visible de las llagas en San Francisco de Asís a su imaginación, exaltada por los misterios de la cruz; y que Pomponacio, de acuerdo con el filósofo árabe Avicena, atribuía a la imaginación el poder de transformar los cuer¬ pos extraños y, con mayor razón todavía, el de afectar el propio cuerpo que el alma anima. Pero son los modernos racionalistas quienes han querido atribuirse la victoria completa sobre el fanatismo y oscurantismo religioso, presentando una explicación completa de la estigmatización en un plano pura y exclusi¬ vamente natural. He aquí cómo lo explica uno de sus más conspicuos re¬ presentantes—Alfredo Maury—, resumido por el Dr, Imbert 10 : «Estos sujetos aptos para el éxtasis y la estigmatización son ordina¬ riamente personas predispuestas a las neurosis, ya sea por herencia, 7 Posteriormente a la obra del Dr. Imbert se han registrado muchos otros casos, siendo las.más notables los de Santa Gema Galgani y Teresa Neumann. El Dr, Hocht, en su reciente obra sobre Las estigmatizados (Madrid 1954), dice haber reunido una lista de 360 nombres, y que el número completo es, sin duda alguna, mucho mayor (vol.2 p.369). R Cf. P. J. M. Lagrange, EpUre aux Galates c.6 v.i7 p.167. 9 Cf. De serv: Dei beatif. I.4 p.i c.33 n.ig. 19 Cf. Dr. Imbert, Les estigmatisées 2. a ed. t.2 p. 191-3. 930 PJV. Los fenómenos místicos extraordinarios ya pór los defectos de su educación. Su temperamento es nervioso, impresionable; con frecuencia sufren habitualmente graves trastor¬ nos inervación (o influencia nerviosa); se trata de mujeres histé¬ ricas^ de hombres hipocondríacos. Su constitución está debilitada por tos ayunos, las maceraciones y todos los rigores del ascetismo. Pre¬ cisamente porque la mujer ofrece en grado más alto que el hombre esta susceptibilidad nerviosa, se dan muchos más casos de éxtasis y estigmatización en el sexo débil que en el fuerte. Estos sujetos viven de ordinario en un medio místico, en el que las lecturas, las conversaciones, las imágenes que tienen delante de los ojos exaltan más y más sus tendencias religiosas; donde el ejem¬ plo, recordado sin cesar, de San Francisco de Asís, de Santa Teresa, de Santa Catalina de Siena, ejerce un verdadero contagio sobre su es¬ píritu. Por esto precisamente los fenómenos se producen casi siem¬ pre en las órdenes contemplativas. La imaginación de estas personas es viva y ardiente; su corazón, fuertemente apasionado, no ha encontrado su alimento natural en las personas de la tierra. Sus pensamientos y sus amores se concen¬ tran más y más en una contemplación piadosa; el éxtasis es su conse¬ cuencia natural. Pero el éxtasis es el imperio completo de lo moral sobre lo físico. En este estado, basta que el pensamiento se fije en las etapas dolorosas de la pasión de Cristo, que se inflame el corazón con el deseo ardiente de participar de sus sufrimientos, para que se produzca bien pronto una fluxión (= acumulación morbosa de hu¬ mores) nerviosa y sanguínea en las manos, los pies y el costado. Una vez producida la hemorragia, se repetirá con frecuencia el viernes, día en el que la preocupación mística es más completa y en el que ios enfermos tienen la costumbre de concentrarse en contemplacio¬ nes ardientes y prolongadas del suplicio del Calvario; y determinan así, por el esfuerzo de una voluntad exaltada, de una manera mór¬ bida, la renovación del fenómeno». Esta es la explicación racionalista. No puede negarse que es fácil y sen¬ cilla y que está presentada con verdadera habilidad. Pero veamos lo que queda de ella después de un examen sereno y objetivo de los hechos. Anáfisis de la teoría racionalista —Dos escollos igualmente viciosos es preciso evitar con todo cuidado al tratar de dar una explicación satisfacto¬ ria al sorprendente fenómeno que estamos examinando: atribuirle siempre un carácter trascendente, ya sea sobrenatural, ya preternatural, y no ver en él más que un fenómeno pura y simplemente psíquico-fisiológico. Contra la teoría del origen exclusivamente sobrenatural tenemos el he¬ cho de que la Iglesias-suprema autoridad en la materia—no ha reconocido este origen más que en un número muy restringido de casos de estigmatí- zación; y exig;e siempre, para pronunciarse en este sentido, pruebas , más convincentes que la sola existencia de los estigmas. Por otra parte, el Dr. Von Amhard—gran orientalista—ha hablado de frecuentes estigmas entre los ascetas musulmanes que se sumergen en el estudio de la vida de Mahoma, relacionados con las heridas recibidas, por el Profeta en el curso de sus batallas. Los yoguis y los ascetas brahmanistas serían capaces de producir fenó¬ menos análogos a los estigmas—abadir—, aunque no sabemos si se trata de verdaderas llagas o de simples sufusiones sanguíneas. 11 Tomamos los datos de este punto de la citada obra del Dr. Imbert y de los excelentes estudios de los Dres. Henri Bon, Compendio de medicina católica , y Surbled, La moral en sus relaciones con la medicina y la higiene. 93 i C.2. Los fenómenos en particular En fin, los hechos experimentales obtenidos en los laboratorios de psi¬ quiatría, a pesar de ser muy raros y obtenidos en condiciones muy excep¬ cionales, deben ser tenidos en consideración antes de pronunciarse por el carácter sobrenatural de estos fenómenos 12 . De todas formas es preciso no exagerar. Contra la tesis exclusivamente natural en la explicación dé estos fenómenos militan muchas más y más graves razones que las que acabamos de reconocer contra la tesis exclusi¬ vamente sobrenaturalista. Vamos a exponer las principales: 1) Es indudable que la imaginación juega un gran papel en la vida hu¬ mana. Su poder sobre el psiquismo no se puede negar. Pero ¿es tan pode¬ rosa que pueda obtener y provocar a voluntad llagas o hemorragias sobre un punto determinado de la piel? Hasta ahora nadie lo ha podido seriamente demostrar. 2) El Dr. Beaunis afirma que basta mirar con atención una parte del propio cuerpo» pensando activamente en ella durante algún tiempo, para experimentar allí mismo sensaciones indefinibles, ardores, latidos ó punzadas. Sea. Aceptamos el hecho sin discutirlo, pero invitamos al profesor de Nancy a que mire atentamente su costado izquierdo, concentrando en esa mirada toda su actividad psíquica. Si se le produce una herida profunda con hemorragia periódica, aceptaremos su teoría para explicar naturalmente el fenómeno de la estigmatización. 3) Si los estigmas proceden de una imaginación exaltada por el miste¬ rio de la cruz—como quiere Maury—, ¿cómo se explica el hecho de la au¬ sencia absoluta de estigmatizados en los primeros siglos de la Iglesia, cuan¬ do precisamente el ardor de su fe y la aspiración al martirio eran campo abonado para la producción natural de esos fenómenos? ¿Por qué no los hubo cuando la exaltación religiosa en las proximidades del año mil, ni en¬ tre los «flagelantes» de la Edad Media, que en punto a neurosis y fanatismo no ceden a nadie la ventaja? ¿Por qué los protestantes, que también creen en Cristo, no nos presentan un solo caso de estigmatización ? 4) El mundo de nuestros días acaba de. ser testigo de dos guerras mundiales espantosas; millones de heridos de todas las razas y condiciones sociales han desfilado por los hospitales. Y, a pesar de que en los campos de batalla el sistema nervioso queda completamente destrozado y la exaltación de la imaginación llega a su paroxismo, jamás entre ellos se han podido en¬ contrar: a) Hombres que presenten una herida real porque se hayan creído he¬ ridos, por haber sido tocados por una bala perdida que no penetró, por la explosión de un obús sin fuerza, por una piedra, etc. 12 Por lo demás, no es difícil distinguir la verdadera estigmatización de los fenómenos artificiales que pueden provocarse en sujetos patológicos. He aqui algunas características muy precisas que señala Tanquerey {n.1524): a) Los estigmas están localizados en las mismas partes del cuerpo en que Nuestro Señor recibió las cinco llagas, mientras que la exudación sanguínea de los hipnotizados no está igual¬ mente localizada. b) En general, la renovación de las llagas y de los dolores de los estigmatizados ocurre en los días o en los tiempos que traen a la memoria el recuerdo de la pasión del Salvador, como son el viernes o alguna fiesta de Nuestro Señor. c) Las llagas estas no supuran jamás ; la sangre que de ellas mana es pura y limpia, mien¬ tras que la más pequeña lesión natural en cualquier otra parte del cuerpo produce supura¬ ción aun en los mismos estigmatizados. No se curan nim.o, por más remedios ordinarios que se Ies apliquen, y duran a veces treinta o cuarenta años. d) Producen abundantes hemorragias; esto podría parecer natural en el primer día de presentarse, pero es inexplicable en los días siguientes. La abundancia de las hemorragias tampoco tiene explicación; los estigmas se hallan generalmente a flor de piel, lejos de los grandes vasos sanguíneos, y, a pesar de eso. Imanan de ellos chorros de sangre 1 e) Por último, y es lo más importante, los estigmas no se encuentran sino en personas que practican tas virtudes más heroicas y tienen particular amor a la cruz. 932 P.IV. Los fenómenos múlleos extraordinarios b) Hombres reproduciendo sin causa exterior heridas que hubiesen visto en sus camaradas. c) Heridos con deseo tan intenso de no curarse —para no tener que vol¬ ver al frente— , qué hayan logrado impedir la cicatrización de sus heridas en circunstancias normales. Todas las curaciones tardías eran efecto del fraude provocado, jamás del simple deseo o imaginación. 5) La teoría racionalista de que los estigmatizados desearon ardiente¬ mente recibir las llagas para parecerse a Jesucristo crucificado no resiste el análisis de la más elemental crítica histórica. Todos los que recibieron so¬ brenaturalmente las señales, maravillosas de la crucifixión, las recibieron con verdadera sorpresa. La mayoría se espantaron de tal favor, y suplicaron a Dios insistentemente, con lágrimas sinceras, no que les retirase el dolor que sentían, pero si que hiciese desaparecer las señales visibles que tanto les dig¬ nificaban. Los que, como San Francisco, conservaron durante toda su vida los estigmas, hicieron todo lo posible por ocultarlos a la vista de los demás. ¿Cómo explicar, por tanto, la estigmatización por la agudeza del deseo o la sola fuerza de la voluntad ? La violencia de las pasiones no es capaz de pro¬ ducir llagas que no se deseaban, que no se buscaban, que antes bien se ocul¬ taban cuidadosamente a la vista de todos y cuya presencia era objeto de te¬ mor y de espanto. Si las produjeron voluntariamente, ¿por qué no las hacen desaparecer voluntariamente también y piden a Dios, por el contrario, que les quite esas señales que tanto les espantan y abruman? 828. B) Explicación católica.— De todo cuanto llevamos dicho se deducen claramente dos cosas; a) que la producción de señales muy pareci¬ das a las llagas de los estigmatizados puede en algún caso provenir de causas puramente naturales o patológicas; y b) que en la mayoría de los casos no cabe explicación posible sino recurriendo a causas sobrenaturales. Supuesta, pues, en los casos indiscutibles la sobrenaturalidad del hecho, la explicación habrá que buscarla en un favor especial de Dios que.no es exigido por el desarrolló normal de la gracia. Santos hubo de primera mag¬ nitud que llegaron a las más altas cumbres de la unión con Dios sin haber recibido jamás los estigmas del Crucificado. Ahora bien: si el fenómeno de la estigmatización no entra en el desarro¬ llo normal de la gracia, ¿es una gracia puramente « gratis dada»? A nosotros nos parece que no. Tiene de gratis dada algunas características indiscutibles (v.gr., el hecho de no entrar en el desarrollo normal de la gracia, el de no poderla merecer, el ordenarse en gran parte a la edificación de los demás, etc.). Pero, a su vez, es indudable que tiene también un aspecto altamente santi- ficador para e! que la recibe. Los sufrimientos que produce—a veces real¬ mente espantosos—contribuyen poderosamente a configurar al alma con Cris¬ to, según la expresión paulina (Phil 3,10). Imágenes vivientes de Cristo, continúan en el mundo su misión redentora, completando lo que falta a su pasión, como dice todavía San Pablo (Col 1,24). Con frecuencia son escogi¬ das por Dios como almas víctimas , que, aunque se ordenan ante todo a salvar almas ajenas, sus dolores inefables—soportados con entrañable amor de Dios y del prójimo—repercuten sobre ellas en un torrente desbordado de gracias y bendiciones. Lo gratuito y lo santificante se mezclan en proporciones tan equilibradas, que en la práctica sería muy difícil discernir cuál es el elemento que predomina. No pueden clasificarse estas gracias ni entre las estrictamen¬ te santificantes ni entre las puramente gratis dadas . Ocupan un término me¬ dio y participan mucho de lo uno y de lo otro. 829. 5. Modo de producirse el fenómeno.—Supuesta la sobrena¬ turalidad del: fenómeno, cabe preguntar ahora el modo de su producción. ¿Cómo se produce ese efecto tan prodigioso de lo sobrenatural? ¿Podría ex- 933 C.2. Los fenómenos en particular pilcarse por una irradiación o redundancia corporal del grado sublime de configuración con Cristo crucificado alcanzado por el alma que re-ábe la im¬ presión sensible de las llagas? Es posible que en algún caso particular verdaderamente excepcional pu¬ diera realizarse de esta forma. Pero nos parece que en la mayoría de los casos es preciso recurrir a una intervención milagrosa de Dios independiente del grado de sobrenaturalización alcanzado por el alma. He aquí las razones en que nos apoyamos para mantener esta opinión: 1. a La instantaneidad del fenómeno. —Es un hecho perfectamente com¬ probado que, en la mayoría de los casos, los estigmas se han producido ins¬ tantáneamente estando el alma por lo regular en altísima oración contempla¬ tiva; de tal manera que un minuto antes no existían los estigmas y un minuto después aparecen todos perfectamente caracterizados. Ahora bien: es evidente que la simple naturaleza orgánica no puede pro¬ ducir instantáneamente un fenómeno tan portentoso por muy sobrenaturali¬ zado que supongamos al sujeto que lo experimenta. Recuérdese—para lo patológico—los esfuerzos enormes que tienen que hacer los psiquíatras y neurólogos para conseguir que una histérica trasude un poco de sangre en una mano o en un pie. Y si el fenómeno es claramente de tipo sobrenatural —aunque sus efectos corporales puedan ser naturales, esto es, producidos por la naturaleza a base de cierta redundancia de lo sobrenatural—, creemos que la naturaleza ni aun en este caso puede obrar instantáneamente a menos de una influencia sobrehumana de tipo francamente milagroso. Precisamente todos los tratados de Apologética están de acuerdo en señalar la instantanei¬ dad de un prodigio como nota característica de lo sobrenatural milagroso, toda vez que la naturaleza necesita siempre cierto tiempo para realizar sus operaciones y esa instantaneidad trasciende abiertamente sus posibilidades puramente naturales. 2 . a La relativa escasez de estigmatizados entre los santos.—Es otro he¬ cho indiscutible. La inmensa mayoría de los santos, aun los de primera mag¬ nitud, no fueron estigmatizados. Ahora bien: si la estigmatización no es otra cosa que una redundancia corporal de la configuración espiritual con Cristo, ¿cómo se explica el hecho que acabamos de señalar ? ¿Es que esos santos no estigmatizados no estaban perfectísimamente configurados con Cristo ? ¿Por qué no aparecieron en ellos las llagas externas, símbolo y redundancia de esa intema configuración ? ¿Puede encontrarse a este hecho otra explicación sa¬ tisfactoria que la libérrima voluntad de Dios, que quiere producir en algunos santos lo que niega a otros muchísimos únicamente porque así le place? Por estas razones, nos parece que, aun concediendo que en algún caso particular excepcional pudiera darse el fenómeno estigmático por esa espe¬ cie de redundancia de lo sobrenatural sobre lo corporal, en la mayoría de los casos habrá que remontarse más arriba para encontrar en una acción especial de Dios de tipo milagroso la explicación plenamente satisfactoria de este maravilloso fenómeno. Digamos, para terminar el estudio de la estigmatización, una palabra so¬ bre los estigmas diabólicos. 830. 6. La estigmatización diabólica.—¿Es posible una estigmati¬ zación diabólica? ¿Puede el demonio producir los estigmas? Es evidente que sí. Si en el orden puramente natural, a base de la hipno¬ sis y de la sugestión, se ha conseguido producir fenómenos muy semejantes a la estigmatización en sujetos desequilibrados, neuróticos e histéricos, ¿cómo no va a poderlos producir el demonio, cuyo poder preternatural es muy superior al de las simples fuerzas humanas? 934 P.1V. Los jen07)1617os místicos extraordinarios De hecho se han comprobado casos de verdadera estígmatización diabó¬ lica* El historiador de las convulsiones jansenistas, Carré de Montgeron, cita varios casos. Las escenas dolorosas de la pasión de Jesucristo, los estigmas mismos, son reproducidos a veces por Satanás en sus secuaces o en sus víc¬ timas a fin de encubrir mejor la trama de sus perfidias y seducir más segura¬ mente a los débiles y flacos. En la práctica no habrá otra señal para distin¬ guirlos que la que nos dejó el Salvador en el Evangelio, y que tantas veces hemos invocado: «por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,16). Oigamos al sabio y piadoso cardenal Bona dar una lección práctica de discernimiento de los espíritus sobre esta y otras materias parecidas; «A los que creen y publican que han sido coronados de. rosas en una visión por Jesucristo, por un ángel o por la Bienaventurada Vir¬ gen María, o que han recibido un anillo o collar, se les debe tratar como engañados por su propia imaginación o como juguetes del de¬ monio, a menos de que se vea relucir en ellos una gran perfección de vida, una muy grande santidad y un desprendimiento completo de la esclavitud de los sentidos. Dígase lo mismo de ios estigmas, que, como se ha comprobado por algunos ejemplos indiscutibles, pueden ser he¬ chos por la perfidia de Satanás» 13 . 2). Las lágrimas y el sudor de sangre 14 831. z. El hecho,—El fenómeno del sudor de sangre consiste en la salida en cantidad apreciabíe de líquido hemático a través de los poros de la piel, particularmente por los de la cara. Las lágrimas de sangre consisten en una efusión sanguinolenta a través de la mucosa palpebral. 832. 2. Casos históricos.—Ante todo, tenemos un caso augusto, ab¬ solutamente indiscutible: el de Nuestro Señor Jesucristo. Torturado por la angustia, previendo con su ciencia divina ios últimos dolores del sacrificio redentor y ia agonía del Calvario, el Salvador del mundo derramó un copioso sudor de sangre: «y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra», dice expresamente el Evangelio (Le 22,44). El sudor de la augusta Víctima de Getsemaní tuvo que ser muy abundante para inundar su rostro divino y gotear hasta la tierra... Después de EL un cierto número—pequeñísimo desde luego— Cuando la bilocación se hace en cuerpo y alma, la presencia de la per¬ sona es física allí donde el cuerpo y el alma se presentan y aparecen de una manera visible (término «ad quem»), y es representativa en el sitio que la persona abandona (término «a quo»). En el primer caso, el cuerpo que el espíritu toma para hacerse visible a lo lejos (término «ad quem») representa a la persona que físicamente está en otrá parte; en el segundo caso, el cuerpo que parece permanecer en él tér¬ mino aa quo d, y que los circunstantes creen que no se ha movido para nada, no es más que una representación de la persona hecha por el ministerio de un ángel (o de otro modo desconocido por nosotros), mientras que la verda¬ dera persona se ha trasladado en cuerpo y alma a la otra parte (término oadquem»). Ésta doble presencia, representativa, de un lado, y física, de! otro, es esencial a la bilocación de cualquiera manera que ésta se verifique, sea en cuerpo y alma, sea puramente en espíritu, pero de nianera visible. Es pre¬ ciso también insistir en que esta doble presencia de que hablamos, la una física y la otra representativa, supone necesariamente, para constituir ver¬ dadera bilocación, la traslación , ó paso real de la persona de un lugar a otro, ya sea en cuerpo y alma, ya al menos en espíritu. Si este paso real no tiene lugar, si la persona permanece toda entera en el lugar donde se encuentra y si, sin este paso o traslación, aparece al mismo tiempo en otra parte, ño se trata de una verdadera bilocación: no es más que una simple aparición sobrenatural que Dios obra, ignorándole? la persona misma, ya sea por él ministerio de un ángel, ya de otra manera desconocida». Esta es la explicación que a nosotros nos parece más aceptable de! fenó¬ meno de la bilocación. Se nos dirá que con ella recurrimos al milagro. Pero, si no hay ninguna otra manera razonable de explicar el fenómeno, ¿qué le vamos a hacer? ¿Acaso todos estos fenómenos extraordinarios de la Mís¬ tica que venimos estudiando no están llenos de milagros? ¿Será lícito ex¬ plicar esos otros fenómenos a base de una intervención sobrenatural de Dios, y no lo será tratándose de la bilocación, que es precisamente el más sorpren¬ dente y maravilloso? ¿Cómo se explica, pues, el fenómeno de la bilocación registrado en la vida de los santos? Hay que decir que en realidad no existe tal bilocación circunscriptiva. El santo permanece localmente en un soló lugar, y en el otro se verifica una representación sobrenatural hecha por Dios, y conocida por 4 J Cf. P. Serafín, Principes de Tkéologie b/íystique p.430, Citado por Méric, L'imagina* tion et /es proles p.224-225. Teol. perfección 32 946 P.IV. Los fenómenos místicos extraordinarios el santo como referida a él mismo por un fenómeno de conocimiento sobre¬ natural^ Ahora bien: ¿Dónde se obra la representación? ¿Es en el lugar donde se produce la aparición o en el que la persona abandona para trasladar* se corporalmente al otro lugar? Las dos cosas son posibles—en el segun¬ do caso mediante una traslación corporal realizada por un fenómeno de agilidad sobrenatural, tal como lo hemos estudiado—; pero la sentencia más común es que la persona continúa en el lugar en que se encontraba, produciéndose la representación sobrenatural en el otro lugar. Esta era la opinión que tenía de sus propias bilocaciones la Venerable María dé Agreda. En la relación escrita por ella misma se leen estas palabras: «Lo que me parece más cierto con relación al modo es que un ángel aparecía allá bajo mi figura y predicaba y catequizaba a los indios; y que el Señor me mos¬ traba aquí, en la oración, lo que pasaba allá» 44 . Está es-—repetimos—la teoría que tiene mayores visos de probabilidad. Pero contra: ella se han formulado objeciones que es menester examinar. He aquí las principales expuestas con toda su fuerza: Primera objeción. —«Esta teoría explica la bilocación negándola . Porque, si el cuerpo real permanece tan sólo en uno de los dos extremos y en el otro no hay sino una representación del mismo, ¿dónde está la bilocación?» Respuesta.--Esta teoría no destruye la bilocación, sino que la explica en la única forma posible. El objetante parte del supuesto de que para que exista verdadera bilocación es preciso que el cuerpo real esté en los dos lugares a la vez. Ahora bien: en este sentido, claro está que la teoría pro¬ puesta destruye la bilocación. Porque esa bilocación real que supone la pre¬ sencia circunscriptiva del cuerpo en los dos lugares a la vez es absolutamente imposible y contradictoria, como hemos demostrado más arriba, de acuerdo con el Angélico Doctor. No cabe más bilocación que la puramente repre¬ sentativa en uno de los dos extremos. Y, esto no obstante, se trata de ver¬ dadera bilocación—en el único sentido verdadero que puede tener esta palabra-—, puesto que el sujeto de la misma tiene conciencia de que está actuando en los dos sitios; no real y físicamente, puesto que esto es imposi¬ ble, pero sí realmente'en uno y representativamente en el otro de los dos lu¬ gares. Cosa que no ocurre en un simple fenómeno de traslación, puesto que en éste el sujeto tiene conciencia de que se traslada corporalmente al otro extremó, pero sin que quede huella ni rastro suyo en el término de partida que queda completamente vacío y abandonado tanto real como represen¬ tativamente, En el fenómeno bilocativo, en cambio, el sujeto paciente tiene perfecta conciencia de que se traslada corporalmente —si la bilocación se verifica en cuerpo y alma—al término ad quem , pero quedando a la vez una representación suya en el término a quo , que, por lo mismo, a los ojos de los circunstantes no queda abandonado, aunque lo quede realmente. O al revés: en él caso de que la bilocación se verifique sólo en espíritu, e! sujeto tiene conciencia de que permanece realmente en el término a quo, pero a la vez percibe su representación en el término ad quem , obrando en su nom¬ bre y como si se tratara de sí mismo 45 . De mañera que la objeción que se nos pone no tiene fuerza ninguna, puesto que parte de un falso supuesto que nosotros no admitimos. Segunda objeción. —«Cuando el fenómeno bilocativo se verifica por re¬ presentación en el término ad quem , podría admitirse esa explicación como 44 Cf. José Giménez Samantego, Vida de la Venerable María de Agreda c.tz. Citado por Ribet, o.c., t.2 p.258. 43 De esta manera, como hemos visto, explicaba sus propias bilocaciones la Venerable María de Jesús de Agreda, en la que se verificaron muchos casos de bilocación plenamente comprobados. 947 C.2. Los fenómenos en particular del todo necesaria para que se produzca el fenómeno, puesto que es ella -—la representación—quien se mueve y actúa en ese término, mientras el cuerpo real permanece inactivo en el término a quo ; pero cuando el fenó¬ meno se realiza por verdadera traslación corporal a! término ad quem, ¿qué hace esa representación inactiva en el término a quo? ¿Qué necesidad hay de hacer intervenir a Dios para producir un milagro que sólo tiene por finalidad la de producir en los que lo contemplan la tZusión de que están en presencia del cuerpo real del bilocado, siendo así que en realidad no se trata sino de su mera representación?» Respuesta .—Muchas cosas se pueden contestar aquí. En primer lugar, no es cierto que esa representación en el término a quo. esté siempre inactiva. Puede estarlo, y lo está de hecho, siempre que la bilocación se verifica es¬ tando el bilocado en éxtasis real o aparente; tanto es así, que el cuerpo repre¬ sentativo del bilocado aparece frecuentemente como sumido en un sueño profundo y a veces casi como muerto. Pero otras veces, en cambio, aparece el cuerpo representado en perfecta actividad en el término a quo. Si se trata de una persona religiosa, se la ve asistir al coro, rezar con los demás, mo¬ verse, etc., aunque puede advertirse claramente que no está en estado normal, que algo misterioso está pasando en aquel cuerpo que parece moverse como un autómata o semidormido. Pero, aun en los casos en los que el cuerpo representado está totalmente inactivo en el término a quo por haberse tras¬ ladado realmente el cuerpo físico al término ad quem, se explica perfecta¬ mente la razón de ser de esa representación inactiva. Es. para lograr una finalidad importantísima, que puede presentar dos aspectos del todo dis¬ tintos y opuestos: a) Para ocultar el fenómeno a los demás. Habrá casos en que no con¬ venga que los demás se enteren de que el cuerpo real se ha trasladado física¬ mente a otra parte para realizar allí el efecto o efectos sobrenaturales que Dios quiera hacerle realizar. Por eso queda en el término a quo la representa¬ ción del cuerpo trasladado, que hace pensar a los circunstantes en un éxtasis más de los muchos que han presenciado en el sujeto paciente. Esto nos pa¬ rece que ocurrirá en la mayoría de los casos cuando el paciente sea una reli¬ giosa de clausura; de lo contrario, se produciría en el monasterio un movi¬ miento de turbación y escándalo al encontrarse de pronto con que había desaparecido misteriosamente un miembro de la comunidad. b) Pero puede también ocurrir lo contrario; es posible que entre en los planes de Dios dar a conocer el fenómeno a todo el mundo para una ma¬ yor glorificación de su siervo o por otros fines altísimos de su sabiduría in¬ finita. Y en este caso la representación en el término a quo tiene la misión de ofrecer a todos la prueba irrefutable del fenómeno. Porque, al comprobarse más tarde la presencia simultánea del paciente en los dos lugares—como ocurrió, v.gr., en los casos de San José de Cupertino y San Alfonso de Ligo- rio, que hemos citado más arriba—, aparece el fenómeno radiante e indis¬ cutible a los ojos de todos. Queda, pues, perfectamente justificada esa representación sobrenatural de la persona bilocada en cualquiera de los dos casos posibles en que se la puede considerar. 2. 0 Preternaturalícente. —El fenómeno bílocativo puede tener a ve¬ ces, sin duda ninguna, un origen preternatural o diabólico. El demonio pue¬ de perfectamente—permitiéndolo Dios—encargarse de realizar la represen¬ tación de la persona «bilocada» en uno de los términos de la bilocación. La explicación coincidiría con la de una simple aparición diabólica—por con¬ densación y coloreamiento del aire o de otra forma cualquiera-—, y la per¬ misión divina no ofrece mayor dificultad que en la de otra cualquiera apari- 94:8 P.IV. Los fenómenos, místicos extraordinarios ción. dei espíritu de las tinieblas. El contexto o circunstancias que acompa- ñan a esas bilocaciones será el único criterio diferencial para distinguirías de las sobrenaturales, de acuerdo con las normas y reglas del discernimiento dé los espíritus. . Más difíciles de explicar—por no decir del todo imposibles en el estado actual de las ciencias, experimentales—son los casos que se citan de biloca¬ ciones al parecer puramente naturales. Digamos tan sólo unas palabras so¬ bre ello. 3. 0 Naturalmente. — ¿Pueden las simples fuerzas de la naturaleza pro¬ yectar a lo lejos el fantasma del propio cuerpo y darle en el término ad quem consistencia ponderable, de manera que se le pueda ver y tocar por los que presencien el fenómeno? Tal es, nos parece, el verdadero enfoque del pro¬ blema y ésa es la pregunta que habría que contestar para explicar la bilo- cación en la única forma posible a las simples fuerzas de la naturaleza. Por¬ que, siendo del todo imposible y contradictoria la verdadera bilocación cor¬ poral o circünscriptiva, sólo a base de un fantasma emitido por el sujeto de la bilocación podría explicarse ésta naturalmente sin necesidad de recurrir a lo sobrenatural o preternatural. Ahora bien: ¿Es posible a las fuerzas de la naturaleza la emisión del fantasma del propio organismo y su proyección al término ad quem? ¿Cómo se verifica la emisión y proyección de ese fantasma, de esa especie de «doble» de la persona que se va a bilocar? ¿Cuál es su naturaleza íntima, sus elemen¬ tos constitutivos? ¿En virtud de qué misterio puede llegar a condensarse, a materializarse, a reproducir la imagen de la persona; en una palabra: a con¬ vertirse en algo palpable y corpóreo lo que parecía ser puramente ideal, im¬ palpable e incorpóreo? Entre el orden natural y el preternatural hay una zona inmensa, miste¬ riosa, mal definida y casi del todo desconocida: la zona de lo maravilloso, de lo supranormal , dentro del orden puramente natural. Comprende un nú¬ mero considerable de fenómenos raros, irregulares, de características extra¬ ñas y misteriosas, que se rigen por leyes que nosotros desconocemos todavía. Estos fenómenos siguen, a veces, a una disposición natural hereditaria, a un desorden físico o moral, que viene a perturbar accidentalmente las leyes or¬ dinarias de la materia o del espíritu, o a una causa extraña, que modifica las condiciones ordinarias de las relaciones entre el cuerpo y el alma. Ahora bien: teniendo en cuenta todo esto, volvemos a preguntar: ¿es posible a la simple naturaleza la emisión y proyección de ese fantasma en las condiciones que acabamos de señalar? Creemos sinceramente que, a pe¬ sar del extraordinario desarrollo que han alcanzado en nuestros días las cien¬ cias metapsíquicas, nadie puede contestar de una manera categórica y abso¬ luta a esta pregunta. De hecho, todas las explicaciones intentadas hasta ahora no pasan de simples hipótesis y tanteos en el misterio. A nosotros nos parece preferible confesar llanamente nuestra impotencia para resolver esta cuestión. Los pretendidos casos de bilocación puramente natural que sé citan por los autores sólo pueden explicarse, hoy por hoy, por una interven¬ ción preternatural o por un fenómeno de telepatía o de ilusión óptica. 8) Levitación- He aquí otro fenómeno maravilloso que no presenta, sin embargo, las dificultades del anterior para su explicación satisfactoria. 848. is El hecho.—Como su nombre indica, consiste este fenómeno en la elevación espontánea, mantenimiento o desplazamiento en el aire del cuerpo humano sin apoyo alguno y sin causa natural visible. 949 C.2. Los fenómenos en particular Por lo regular, la levitación mística se verifica siempre estando el paciente en éxtasis. Si la elevación es poca, se la suele llamar éxtasis ascensional Si el cuerpo se eleva a grandes alturas, recibe el nombre de vuelo extático. Y si empieza a correr velozmente a ras del suelo, pero sin tocar en él, constituye la llamada marcha extática. 849, 2. Casos históricos.—Se han dado multitud de casos en las vi¬ das de los santos. Los principales son los de San Francisco de Asís, Santa Catalina de Siena, San Felipe Neri, San Pedro de Alcántara, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Francisco Javier, Santo Tomás de Villanueva, San Pablo de la Cruz y, sobre todo, San José de Cupertino, que es, sin dispu¬ ta, el primero de todos en esta manifestación extraordinaria de. lo sobrena¬ tural. Én su proceso de canonización se registran más de setenta casos de levitación ocurridos sólo en la villa de Cupertino o sus alrededores; el nú¬ mero total fue muchísimo mayor. Se le vio volar bajo las bóvedas de la igle¬ sia, sobre el púlpito, a lo.largo de las murallas o delante de un crucifijo o imagen piadosa; planear sobre el altar o en tomo del tabernáculo, sobre las copas de los árboles, sostenerse y balancearse como un pájaro ligero sobre las ramas débilísimas, franquear de un salto largas distancias. Una palabra, una mirada, el menor incidente relacionado con la piedad, le producían estos transportes. En una época de su vida llegaron a ser tan frecuentes que sus superiores hubieron de excluirle del cargo de hebdomadario en el coro, .pues, en contra de su voluntad, interrumpía y perturbaba las ceremonias de la comunidad con sus vuelos extáticos. Dichos vuelos fueron perfectamente vistos y comprobados por multitud de personas, entre ellas por el papa Ur¬ bano Vni y el príncipe protestante Juan Federico de Brunswick, quien quedó tan impresionado por el fenómeno, que no solamente se convirtió al catolicismo, sino que tomó el hábito de la Orden franciscana, a la que pertenecía el Santo. También es notabilísimo el caso de la Venerable sor María de Jesús de Agreda. En sus éxtasis, su cuerpo se hacía inmóvil, insensible, y se mante¬ nía un poco elevado sobre la tierra, ligero como si húbierse perdido su peso material. Bastaba con soplarle ligerí si mámente, aun desde lejos, para verle agitarse y balancearse como una ligera pluma 46 . 850. 3. Explicación del fenómeno.—Cuando el fenómeno se rea¬ liza en los santos, tiene un origen evidentemente sobrenatural, aunque podría también verificarse por intervención diabólica, como veremos. La simple na¬ turaleza no puede alterar las leyes de la gravedad, siempre fijas y constantes. «Los racionalistas—advierte Tanquerey 47 —han intentado explicar este fenó¬ meno de un modo natural, ya por la aspiración profunda de aire en los pul¬ mones, ya por una fuerza física desconocida, ya por la intervención de espí¬ ritus o de almas separadas; quiere esto decir que no han hallado explicación seria de ellos». La explicación clásica dé los autores católicos (López Ezquerra, Scara- melli, Ribet, etc.) es la de Benedicto XIV, recogida en estas tres conclu¬ siones 4 &: 1. a La elevación en el aire bien comprobada no puede explicarse na¬ turalmente. 2. a No supera, sin embargo, las fuerzas del ángel ni de! demonio, los cuales pueden levantar en vilo los cuerpos. 3. a En los santos, ese fenómeno es una participación anticipada del don de agilidad, propio de los cuerpos gloriosos . 46 Cf. Dr. Surbled, O.C., p.ÓOQ. 47 Cf. Teología ascética n.1518. 48 Cf. De beatific. 1.3 c.49. 950 P.IV. Ims fenómenos místicos extraordinarios 851. 4. Sus falsificaciones,—Sin embargo, aunque esta explicación sea plenamente satisfactoria y nada deje que desear, hay que tener en cuenta que es éste uno de los fenómenos sobrenaturales que más fácilmente se pue¬ den falsificar, no sólo por la acción preternatural diabólica, sino incluso por los mismos extravíos de la patología humana. Vamos, pues, a dividir estas falsificaciones en dos grupos: naturales y preternaturales. a) Falsificaciones naturales.—Los casos más interesantes hay que buscarlos en la patología. En las crisis del tétanos , las fueras de los enfer¬ mos se centuplican, y a Veces se les ve elevarse en el aire, por encima de las camas y de las mesas. «Nosotros mismos—escribe el Dr. Surbled, de quien tomamos los datos que citamos 49 —hemos visto a uno dar un brinco en su cuarto y trepar por una lámpara con apariencia de verdadero volador. En las fiebres graves con delirio, especialmente en la fiebre tifoidea, puede ob¬ servarse el mismo fenómeno. Una de nuestras enfermas, en los accesos fre¬ néticos, se elevaba a alturas increíbles, hasta el techo, con ligereza descon¬ certante». El histerismo ofrece casos verdaderamente sorprendentes. «El período de contracciones clónicas de las crisis histéricas—añade el Dr. Surbled—se ca¬ racteriza por sus movimientos, tan bruscos como poderosos. La enferma se eleva súbitamente, como empujada por un resorte, y su cuerpo rígido y como de una pieza salta de la tierra y se lanza al aire, volviendo a caer y rebotando de nuevo sin parar hasta quince o veinte veces. Hay lanzamientos de una rapidez sorprendente; saltos verdaderamente prodigiosos». Explicación de estos hechos.— Se trata de simples actos de agilidad o de acrobacia, determinados por la violencia de las crisis nerviosas, sin relación alguna con la levitación sobrenatural o preternatural. Es muy fácil distin¬ guir estos casos patológicos de los sobrenaturales. En sus crisis más violen¬ tas, ningún enfermo, ninguna histérica, llega a ascender lenta y gradualmente por el aire fuera de todo apoyo, a mantenerse inmóvil, a permanecer suspen¬ dido entre cielo y tierra y a guardar por largo tiempo, lejos del suelo, una posición totalmente, contraria a las leyes del equilibrio y de la gravedad. Todas éstas son condiciones necesarias para constituir una verdadera levi- tación, y todas ellas—o a! menos en su conjunto—escapan manifiestamente a las simples fuerzas de la naturaleza aun exacerbada por lo morboso y pa¬ tológico. h) Falsificaciones preternaturales. —Más difíciles de distinguir Son las falsificaciones preternaturales. No solamente porque el demonio pue¬ de reproducir el fenómeno con todas las apariencias externas exigidas para Ja levitación sobrenatural, sino porque su acción cabe—permitiéndolo Dios— hasta en los mismos santos y personas de comprobada y sólida piedad. Como norma de discernimiento habrá que recurrir a la de los efectos que produce en el alma el fenómeno. Es evidente que el demonio ño puede alterar las leyes de la naturaleza, toda vez que ni los ángeles buenos pueden hacerlo. Sólo Dios, autor de esas leyes, puede suspenderlas o derogarlas en algún caso particular. El demo¬ nio no puede suspender la ley de la gravedad, pero puede simular los mila¬ gros de este género por el concurso invisible de sus fueras naturales. Así se explican—cuando son diabólicos—los desplazamientos y elevación de objetos inanimados, la marcha y la suspensión sobre las aguas, los vuelos y las traslaciones rápidas, etc. La mayoría de los fenómenos espiritistas 49 Cf. DR. SuRBtED, O.C.f p.Ó 07 S. 961 C,2. Los fenómenos en particular —cuando no se deben al fraude y al engaño de los médiums, frecuentísi- mamente comprobados—hay que atribuirlos a esta acción preternatural diabólica s <*. 9) Sutileza 852* 1. El hecho. —Consiste este fenómeno en el paso de un cuerpo a través de otro. Supone, en el momento del tránsito, la compenetración o coexistencia de los dos cuerpos en un mismo lugar. 853. 2. Casos históricos. —Este prodigio tiene su prototipo en la persona divina de Nuestro Señor Jesucristo cuando en la tarde del mismo día de su gloriosa resurrección y ocho días después se presentó ante sus discípulos estando las puertas cerradas: «ianuis clausis» (lo 20,19-26). Se citan también varios casos en las vidas de los santos. Es célebre el de San Raimundo de Peñafort entrando en su convento de Barcelona estando las puertas cerradas 51 . De otros santos se citan hechos similares. 854. 3. Explicación del fenómeno. —Todos los autores están con¬ formes en que este fenómeno, cuando se da, tiene que ser necesariamente sobrenatural. No puede ser natural ni siquiera preternatural, ya que la com¬ penetración de los cuerpos supone un milagro tan grande, que sólo puede explicarse haciendo entrar en juego la omnipotencia misma de Dios. En efecto: sabido es que el efecto formal primario de una cosa no puede suprimirse sin que quede suprimida la cosa misma. E¡> evidente con sólo tener en cuenta la índole o naturaleza del efecto formal primario o constitu¬ tivo esencial , que se define por los filósofos aquello sin lo cual no puede concebirse una cosa, y cuya supresión suprime la cosa misma: «id sine quo omnino res concipi non potest, et quo sublato tollitur ipsa res» 52 . Ahora bien: el efecto formal primario o razón formal de la cantidad es el orden de las partes en el todo: «ordo partium in toto», dicen los filósofos. Este efecto formal no puede ser suprimido—ni siquiera de potencia absoluta de Dios—sin que se suprima la cantidad misma. Pero, además de este efecto primario o esencial, tiene la cantidad otro efecto formal secundario, que es el ubi y el situs, o sea el orden de las partes en el lugar: «ordo partium in loco». Este efecto secundario es realmente dis¬ tinto y separable del primario al menos de potencia absoluta de Dios. A base de estos principios, fundamentales en la filosofía aristotélico- tomista, ya tenemos !a clave de la solución. Vamos a exponerla en tres con¬ clusiones. Conclusión x. a : Los cuerpos son naturalmente impenetrables, de don¬ de se deduce que el fenómeno de la «sutileza» es naturalmente imposible. La razón es clarísima. El efecto secundario de la cantidad es el orden de las partes en el lugar, que lleva consigo la impenetrabilidad natural. Pero téngase presente que pueden distinguirse dos clases de impenetra¬ bilidad: interna y externa o local. La impenetrabilidad interna sigue al efec¬ to primario de la cantidad, y suprimirla equivaldría a suprimir la cantidad misma. La externa, en cambio, sigue al efecto secundario de la cantidad (que es la distribución de las partes en el lugar), que puede ser suspendido por 50 Cf. Fajrges, Les phénoménes mystic¡ues t.2 c.3 a.2j Herfdia, Los fraudes espiritistas y los fenómenos metapslquicos (Buenos Aires 1946), 5t Cf. Breo. Rom., 23 ianuari, Iect.6: «... suum coenobium, ianuis clausis. fuerit in- grcssus*. 52 Cf. Grf.dt, o.c., t.i 0.3*6. 952 P.IV. Los fenómenos místicos extraordinarios la omnipotencia divina sin que desaparezca la cantidad. Tal es el caso de la Eucaristía; según enseña la fe, está en ella el cuerpo adorable de Jesucristo con toda su cantidad dimensiva; sin embargo, no ocupa lugar, por haberse suspendido, en virtud de un milagro estupendo, el efecto formal secundario de la cantidad. De donde: Conclusión 2. a : No repugna que los cuerpos puedan compenetrarse sobrenaturalmente. Lo acabamos de probar. De donde hay que concluir que la no repugnan¬ cia del fenómeno de la sutileza puede demostrarse por la filosofía a la luz de la simple razón natural 53 . Conclusión 3. a : Esta compenetración sobrenatural se verifica por un verdadero milagro realizado por Dios, no por una simple partici¬ pación anticipada y transitoria de la sutileza del cuerpo glorioso. Esta es la explicación que da Santo Tomás incluso para el caso de Nues¬ tro Señor Jesucristo resucitado. Según el Doctor Angélico, la sutileza del cuerpo glorioso no le confiere el poder de penetrar los cuerpos, sino que se requiere para ello un milagro de la omnipotencia divina 54 . N.B.—No es preciso señalar normas de discernimiento para este fenó¬ meno. No pudíendo verificarse natural ni pretematuralmente, basta compro¬ barlo con certeza para poder fallar, sin más averiguaciones, sobre su sobre¬ naturalidad mánifiesta. 10) Luces,o resplandores 855. 1. El hecho.—Consiste este fenómeno en cierta claridad res¬ plandeciente que irradian a veces los cuerpos de los santos, sobre todo du¬ rante las horas de la contemplación y éxtasis. 856. 2- Casos históricos.—Se han dado multitud de casos. Ya en la Sagrada Escritura constan los de Moisés al descender del Sinaí y el de Nues¬ tro Señor Jesucristo en la cumbre del Tabor 55 . Entre los santos se produjo el fenómeno—ente otros muchos—en San Luis Beltrán, San Ignacio de Loyola, San Francisco de Paula, San Felipe Neri, San Francisco de Sales, San Carlos Borromeo, el santo Cura de Ars, etcétera, etc. Es uno de los fenómenos más frecuentes entre los grandes místicos. 857. 3, Explicación del fenómeno.—-Vamos a darla en forma de conclusiones. Conclusión 1. a : Se dan casos de fosforescencia animal. Tales son, v.gr., los de ciertos insectos—luciérnagas o gusanos de luz—, ciertas bácterias, como las que contaminan las carnes o el pescado y los hacen luminosos en la oscuridad; protozoarios (fosforescencia del mar); vegetales; (champiñones y algas); los pólipos; ciertos pescados, provistos de órganos luminosos y hasta de verdaderos fanales de luz sobre la cabeza, etc. Es evidente que este hecho de la fosforescencia animal nada tiene que 53 Cf. Gredt, o.c., t.i n.415-24. 54 Suppl. 83,2; cf. 111,54,1 ad X; 57^4 ad 2; 1,67,2 c.—C. Gent. III,101-102; Quodl, I,io,i. 55 Cf. Exod 34,29-35; Mt 17,2. 953 C.2. Los fenómenos en particular ver con los fenómenos de luminosidad observados en la persona de tos san¬ tos; La fotogenesia animal requiere humedad» una temperatura favorable y oxígeno para la vida celular (aunque acaso no para la luminosidad misma). Está bajo la dependencia del sistema nervioso; la excitación a distancia la aumenta; los anestésicos (éter» cloroformo» etc.) la disminuyen; la estric¬ nina la estimula, etc. Nada de esto aparece en los fenómenos de luminosidad mística. No es posible confundir unos con otros 5Ó , Conclusión 2. a : Se han comprobado fenómenos luminosos en las se¬ siones espiritistas. Consisten generalmente en una especie de fuegos fatuos flotantes en el aire a poca distancia del médium . Tan pronto parecen verse claramente de¬ lante, como velados a través de una cortina. Suben, bajan van a derecha e izquierda, etc. No es posible confundir estos hechos con los fenómenos sobrenaturales. Por de pronto se verifican siempre en el aire, jamás en el rostro o en el cuerpo de los médiums. Tan sólo una de ellas—miss Burton—presentó en cierta ocasión una saliva fosforescente, que podría relacionarse con e! mucus luminoso de los moluscos. La explicación de estos hechos habrá que buscarla la mayoría de las ve¬ ces en el fraude y el engaño. Es facilísimo provocar en el aire ciertos fenó¬ menos pirotécnicos, teniendo én cuenta, sobre todo, el ambiente de semi- oscuridad y de misterio en que suelen desarrollarse las sesiones espiritis¬ tas. El famoso grito «Meno luce, meno luce!*, de Eusapia Paladino, es todo un poema para explicar la naturaleza de estos pretendidos «prodigios» es¬ piritistas. Conclusión 3. a : Estos fenómenos luminosos pueden ser producidos por influencia diabólica. Es evidente. Se trata de algo entitativamente natural —la luz—■, cuya producción no trasciende las fuerzas de la naturaleza angélica. El demonio tiene, sin duda, infinidad de recursos naturales para proyectar en el rostro o cuerpo de la persona escogida un foco de luz que dé la sensación aparente del fenómeno que venimos estudiando, ya sea produciendo efectivamente esa luz mediante una acción invisible, que, por lo mismo, pasaría inadver¬ tida por los circunstantes, ya produciendo en la retina de éstos la ilusión óptica del fenómeno. En todo caso, las reglas de discernimiento serán las mismas de siem¬ pre, Habrá que examinar en cada caso si la persona de la que salen esos rayos es virtuosa y santa; si se produce durante un acto religioso, un éxtasis, un sermón, una oración o después de comulgar; si es resultado de los elec¬ tos de la gracia, de conversiones duraderas, etc.; si es sólo una centella bre¬ vísima, á la manera de chispa eléctrica, o si se prolonga el fenómeno por tiempo notable o se repite muchas veces; si en todo el conjunto de circuns¬ tancias que rodean al fenómeno y a la persona que lo experimenta nada hay desedificante, nada que trascienda a vanidad, orgullo, superchería, etc., sino que, por el contrario, todo es serio, religioso, edificante, santo, sobre¬ natural. 56 Cf. Dr, Henri Bon, o.c., p.268-9. 954 P.IV. Los jan órnenos místicos extraordinarios Conclusión 4. a : Los fenómenos de luminosidad comprobados en la persona de los santos no pueden explicarse naturalmente. Son una especie de irradiación exterior de la intensa sobrenaturalización alcanzada por el alma o una comunicación anticipada de la clari¬ dad del cuerpo glorioso. Esta conclusión tiene dos partes y hay que probarlas por separado. Primera parte. —Que el fenómeno no puede explicarse naturalmente, es cosa clara. Ya hemos visto las características de la fosforescencia animal y los «resultados» obtenidos en las sesiones espiritistas. Unas y otros distan infinitamente de los fenómenos observados en los místicos. Luego, supo¬ niendo que no se trata de fenómenos diabólicos, su origen tiene que ser sobrenatural. Segunda;parte. —Se les puede considerar como un efecto de la divini¬ zación del alma y de su predominio sobre el cuerpo. Es una ley del com¬ puesto humano que el alma proyecte sobre la carne sus propios reflejos. Cuando el alma-está sometida a.í imperio de los sentidos, el exterior del hombre refleja claramente esta vergonzosa esclavitud. Si la vida sobrena¬ tural reina esplendorosa en el interior, la expresión externa se vuelve pura, luminosa, resplandeciente, como la hoguera divina de donde dimana. Sin embargo, hemos de confesarlo: si se trata de verdadera luz material no basta esta influencia del alma sobre el cuerpo para explicar el Fenómeno. En las condiciones actuales, el alma puede por su propia virtud hacer res¬ plandecer sobre sus órganos algo de su pureza, de su serenidad, de sus ilu¬ minaciones íntimas; pero no podrá—sin salir del orden actual dé la natura¬ leza humana—derramar sobre ellos verdaderos rayos de luz material visible a los ojos de todos. Es preciso para explicar el fenómeno en toda su amplitud levantar la mirada más arriba y ver en él, anticipadamente, una irradiación gloriosa de la claridad de los bienaventurados 57 , 11) El perfume sobrenatural 858,. 1. El hecho.—Consiste este fenómeno—conocido técnicamente con el nombre de ostnogenesia —en cierto perfume de exquisita suavidad y fragancia que se escapa a veces del cuerpo mortal de los santos o de los se¬ pulcros donde reposan sus reliquias. Acaso permite Dios este segundo as¬ pecto del fenómeno como símbolo del «buen olor» de las virtudes heroicas que practicaron sus fieles servidores. 859. 2. Casos históricos.—Se han dado multitud de casos entre los santos. Los más notables son los de Santa Ludwina, Santa Catalina de Ricci, San Felipe Neri, San Gerardo María Mayefe, San Juan de la Cruz, San Fran¬ cisco de Paula, Santa Rosa de Viterbo, Santa Gema Galgani y, sobre todo, San José de Cupertino, que en este fenómeno—lo mismo que en el de la levitación—ya a la cabeza de todos. Vamos a describir un poco el caso de este último tal como lo resume el doctor Bon en su obra citada: «El P. Francisco de Angelis—uno de los testigos del proceso de beati¬ ficación—declara que no podía comparar el perfume que exhalaban su cuerpo y sus vestidos más que al del relicario que contenía los restos de San Antonio de Padua. El P. Francisco de Levanto lo comparaba al del breviario de Santa Clara de Asís, conservado en la iglesia de San Damián. 57 Cf. Ribet, o.c„ t.2 c.29 n.6. 955 C.2. Los fenómenos en particular Todas las personas cerca de las cuales pasaba nuestro Santo sentían este olor mucho tiempo después que él se había alejado. Su habitación estaba impregnada; se adhería a los muebles y penetraba en los corredores de! convento; de suerte que los que querían visitarle, sin conocer su celda, po¬ dían distinguirla fácilmente por este olor, que era de tal modo penetrante, que se comunicaba por mucho tiempo a los que le tocaban o aun a los que le visitaban; así, el P. De Levanto lo conservó durante quince días después de una visita que le hizo en su celda, aunque no dejaba cada día de lavarse. La celda del Santo conservó este buen olor durante doce o trece años...; se adhería de; tal modo a sus hábitos, que ni el jabón ni la lejía podían quitarlo. Se comunicaba a los hábitos sacerdotales que había llevado y a los armarios en que se guardaban. Este olor no producía ningún efecto desagradable in¬ cluso a los que no podían sufrir perfume alguno; por el contrario, les pare¬ cía suave en extremo» 58 . Entre los santos cuyas reliquias o sepulcros han exhalado suaves olores se citan a San Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán, Santo Tomás de Aquino, San Raimundo de Peñafort, Santa Rosa de Lima, Santo Tomás de Villanueva, Santa Teresa* Santa Francisca Romana, la Beata Catalina de Raconixio. y muchos más. 860. 3. Naturaleza del perfume.—Generalmente se trata de un aro¬ ma singular que no tiene nada de común ni parecido a los perfumes de la tierra. Los testigos que los experimentaron agotan todas las analogías y semejanzas para dar a' entender la suavidad y fragancia de este perfume misterioso, y acaban por decir que sé trata de un aroma inconfundible, que no tiene nada comparable sobre la tierra. Hay un hecho histórico a este respecto. El perfumero de la corte de Saboya fue enviado al convento de la Bienaventurada María de los Angeles para, intentar reconocer la naturaleza del olor que exhalaba la sierva de Dios. Hubo de confesar que no se parecía a ninguno de los perfumes de. acá abajo. Las religiosas, sus compañeras, solían llamarle «olor de paraíso o de santidad» 5 861. 4. Explicación del fenómeno.—Vamos a darla en forma de conclusiones. Conclusión 1. a : El fenómeno de los aromas exhalados por los santos no puede explicarse naturalmente. El cuerpo humano en estado normal despide de sí un olor que varía según las razas, sexo, pigmentación cutánea y pilosa y clase de alimentación. Pero, en conjunto, todos estos olores son poco agradables, y por eso se trata de atenuarlos o encubrirlos con los cuidados de la higiene y el empleo de perfumes. En el estado de enfermedad, estos olores se acentúan o modi¬ fican—olor ^de fiebre—, prescindiendo de los olores netamente patológicos: bromidrosis plantar, ocena, etc. 60 ¿Cómo, pues, el cuerpo humano podrá producir por su virtud natural los suaves efluvios qué exhalan los cuerpos de los santos a veces en plena enfermedad y aun después de muertos? El gran pontífice Benedicto XIV, con su profunda sabiduría y buen sentido, escribe en su obra tantas veces citada: «Que el cuerpo humano pueda naturalmente no oler mal, es muy posible; pero que huela bien está por encima de sus fuerzas naturales, como enseña la experiencia. Por consiguiente, si el cuerpo humano, corrompido Cf. Dr. Bok, o.c., p.270. ?!> Cf. Riret, o.c., t.2 c.27 p.571-2. Cf. Dr. Bom, o.c., p.271. 95 G P.IV. Los fenómenos místicos extraordinarios o incorrupto, en putrefacción o sin ella..., exhala un olor suave, persistente, que no moleste a nadie, sino que parezca agradable a todos, hay que atri¬ buirlo a una causa superior y hay que pensar en un milagro» 61 . Si a esto añadimos los efectos sobrenaturales que suele producir el fenó¬ meno en el alma de los que lo perciben—devoción, paz, impulsos de santi¬ ficación, etc.—, habremos puesto fuera de duda la sobrenaturalidad del mismo. Pero, no obstante, hay que asegurarse bien antes de dar el fallo defini¬ tivo, porque, como vamos a ver, el demonio podría engañamos fácilmente. Conclusión 2. a : El fenómeno puede tener a veces una causa preterna r tural diabólica. La razón es la misma que hemos dado al explicar el fenómeno de las luces o resplandores. El olor, bueno o malo, es una cosa entitativamente natural , que puede ser producida por el demonio, ya provocando directa¬ mente el perfume con su acción invisible sobre la materia corporal, ya por lo menos excitando en la mucosa pituitaria la sensación subjetiva de ese olor. Aunque de hecho los suaves olores son raros en el mundo de la abyec¬ ción, no falta algún ejemplo histórico para ponernos en guardia. Entre las numerosas artimañas que el demonio hizo entrar en juego para inspirar al Bienaventurado Jordán de Sajonia pensamientos de vanagloria, fue una la de provocar una emanación deliciosa que se escapaba de sus manos y em¬ balsamaba todo el convento. Pero, habiendo rogado el santo religioso al Señor que le hiciera conocer de dónde venía aquel olor, supo por revelación que se trataba de un ardid de Satanás para tentarle de vanidad y compla¬ cencia en sí mismo. A partir de aquel momento, el olor desapareció com¬ pletamente 62 . Conclusión 3. a ; Los suaves aromas que exhalan los santos son una consecuencia espontánea dél estado de divinización del alma o una comunicación anticipada de las perfecciones del cuerpo glorioso. Sería preciso cerrar los ojos a la luz—advierte Ribet 65 —para desconocer el carácter sobrenatural de tales maravillas. La gracia íntima, sin duda, es la razón de esas emanaciones deliciosas, como observan las actas de la cano¬ nización de Santa Teresa 64 . Cuando Dios penetra y reina en un alma, no solamente la purifica, la ilumina, la enciende y embalsama, sino que tiende a irradiar al exterior estas bienhechoras influencias. Y como el hombre no se eleva al mundo invisible sino con ayuda de las impresiones sensibles, Dios impresiona los sentidos para advertir al hombre su presencia. El olor de santidad que exhalan de sí los santos no es más que una de esas adverten¬ cias divinas. Én cuanto a que esta suavidad y fragancia sea una participación anti¬ cipada de las cualidades del cuerpo glorioso, no puede probarse apodíctica- mente, pero es' muy probable y racional que así sea. En esté punto Hacemos nuestras las siguientes palabras del R, P. Menéndez-Reigada: «Los teólogos no consignan como dote del cuerpo glorificado él:exhalar suavísimo perfume; mas es de creer que así suceda, pues en el cielo, después de la resurrección de la carne, todos los sentidos gozarán por participación de la gloria del alma; y el olfato no podrá recrearse sino con suaves olores, 61 Cf. Benedicto XIV, o.c., 1 .4 p.i. a c.31 11,24. 62 Cf. RiBET, o.c., t.3 c.7 n.7. 63 Cf. Ribet, o.c., t.2 c.27 n.7. ■>4 Cf. BB., 15 oct. t.55 n.it3o. 957 C.2. Los fenómenos en particular que emanarán de los mismos cuerpos bienaventurados. No es extraño, pues, que ya en esta vida los que ya viven más en el cielo que en la tierra parti¬ cipen un poco de esa propiedad por irradiación del alma semiglorificada» 65 . CONCLUSION 862. En esta cuarta y última parte de nuestra obra hemos querido ha¬ cer un esfuerzo para contribuir con nuestra modesta aportación a esclarecer un poco uno de los campos de la Mística más sañudamente perseguidos por los incrédulos y racionalistas, enemigos de todo cuanto puede trascen¬ der el orden puramente natural y los derechos inalienables de la diosa razón. A pesar de la sinceridad absoluta con que hemos procedido a todo lo largo de nuestro estudio y de la facilidad con que hemos admitido cualquier su¬ gerencia o teoría verdaderamente científica que pudiera explicar suficiente¬ mente alguno de estos maravillosos fenómenos sin salir de la esfera y orden puramente naturales, nos parece haber podido demostrar, en no pocas oca¬ siones, que la naturaleza francamente prodigiosa de multitud de hechos plenamente comprobados reclamaba con exigencia abrumadora el recurso a lo sobrenatural como única explicación posible en la producción de esos fenó¬ menos. Una vez más hemos podido comprobar que al margen y por encima del orden natural existe todo un mundo de realidades sobrenaturales, que se imponen por su propia trascendencia soberana y nos muestran la infinita Majestad de aquel Dios que, si es grande y admirable en las alturas del fir¬ mamento cómo Autor del orden natural, es más grande y admirable todavía como Autor del orden sobrenatural, derrochando los tesoros de su bondad y sabiduría infinitas sobre las almas y los cuerpos de sus grandes amigos. 65 Los dones del Espíritu Santo y la perfección cristiana nt.K p.386. I N D ICE ANALITICO Páginas Prólogo del Rvdmo. Fr^ Albino G. Menéndez-Reigada, O. P. xi Nota del autor. ............. . V... . xxxm Carta del P. Gamgou-Lagrange al autor,... xxxvn Carta del P. Philipon al autor... xxxvm Juicio crítico de D. Baldomero Jiménez Duque... xi> Resumen histórico-bibliográfico.... i INTRODUCCION GENERAL 1. Nociones previas de terminología... 27 2. Naturaleza de la Teología de la perfección cristiana. 29 a) El nombre..... 29 b) Relaciones con las otras ramas de la Teología.. 30 . c) Extensión o campo...... 31 d) Definición.... 34 3. Importancia y necesidad... ............. . 37 4. Modo de estudiarla. .... .. 38 5. Método. 39 ó. Fuentes.... 4 1 A. Fuentes teológicas.. ..... 41 B. Fuentes experimentales. 43 7. División.. 45 PRIMERA PARTE Principios fundamentales de la vida cristiana Capítulo I .—El fin de la vida cristiana ... 47 1, La gloria de Dios, fin último y absoluto.. v¡ . . 47 2. La santificación del alma, fin próximo y relativo. 50 Capítulo II .—La Santísima Trinidad . 51 Art . r.—La vida íntima de Dios.'.. 51 Art. 2 .—La inhabitación trinitaria en el justo. - .......... 55 1. Existencia....... 55 2. Naturaleza...¿. c.-.-.... 56 3. Finalidad..... .... . 59 4. Modo de vivir el misterio de la inhabitación.. 65 Capítulo III .—La configuración con Jesucristo. .. 7° Art. r.— El misterio de Cristo.¿....-. .. 71 1. Jesucristo, Camino... .... I. 71 2. Jesucristo, Verdad..> v. : .. 74 Peinas Prólogo del Rvdmo. Fr, Albino G. Menéndez-Reigada, O. P. xi Nota del autor.. xxxiii Carta del P. Garrigou-Lagrange al autor.... xxxvii Carta del P. Philipon al autor. xxxvm Juicio crítico de D. Baldomero Jiménez Duque... xn Resumen histórico-bíbüográfico... i INTRODUCCION GENERAL x. Nociones previas de terminología. 27 2. Naturaleza de la Teología de !a perfección cristiana.. .. 29 a) El nombre....;. 29 b) Relaciones con las otras ramas de la Teología. 30 . c) Extensión o campo. 31 d) Definición. 34 3. Importancia y necesidad. 37 4. Modo de estudiarla. ..... ....., ! .. ..... ..... .... . 38 5. Método. 39 6. Fuentes.... 41 A. Fuentes teológicas. 41 B. Fuentes experimentales... 43 7. División.. ....i.. 45 PRIMERA PARTE Principios fundamentales de la vida cristiana Capítulo I.— El fin de la vida cristiana .. 47 1, La gloria de Dios, fin último y absoluto....”. 47 2. La santificación del alma, fin próximo y relativo.. 50 Capítulo II.— La Santísima Trinidad .... 51 Art. r.—La vida íntima de Dios... 51 Art. 2.—La inhabitación trinitaria en el justo.. 55 1. Existencia. .. 55 2. Naturaleza... 56 3. Finalidad. 59 4. Modo de vivir el misterio de ia inhabitación.. 65 Capítulo III .—La configuración con Jesucristo. .. 70 Art. r,—El misterio de Cristo......... 71 1. Jesucristo, Camino.......;. 71 2. Jesucristo, Verdad... . 74 960 Indice analítico Páginas a) En su persona. 74 b) En sus obras. 75 c) En su doctrina.. 76 3. Jesucristo, Vida. 77 a) Gomo causa meritoria de la gracia. 77 b) Como causa eficiente. 78 c) Como fuente de vida sobrenatural. 78 Art. 2 .—Cómo vivir el misterio de Cristo. 82 Capítulo TV .—La Virgen María y nuestra santificación .. 88 1. Fundamento de la intervención de María en nuestra santi¬ ficación. .89 2. Oficio de María en nuestra santificación. 90 3. La verdadera devoción a María.... 93 4. Principales devociones marianas. 94 5. Métodos de vida mañana... .. 96 a) La santa esclavitud mañana... 96 b) La piedad filial mañana... 98 Capítulo V ,—La Iglesia, cuerpo místico de Cristo . 100 1. Idea general....... 101 2. Cristo, cabeza de! cuerpo místico. 106 3. El cristiano, miembro del cuerpo místico de Cristo. .. 108 SEGUNDA PARTE El organismo sobrenatural y la perfección cristiana Capítulo L—Naturaleza y organismo de la vida sobrenatural ...... .112 Nociones previas... 112 1. La vida natural del hombre... 112 2. La vida sobrenatural. 113 Art. 1 .—La gracia santificante. 114 1. Nociones previas de psicología. 114 2. La gracia santificante en sí misma... 115 1) Naturaleza de la gracia santificante. 115 2) Sujeto de la misma...... 119 3) Efectos. 120 Art. 2 .—Las potencias sobrenaturales....... 125 I. Las virtudes infusas. 126 1. Existencia y necesidad...» . . 126 2. Naturaleza. 127 3. Diferencias entre las virtudes naturales y sobrenaturales. 128 4. Propiedades generales de las virtudes infusas. 129 5. División... 131 A. Las virtudes teologales... 131 1) Existencia.... . 131 2) Naturaleza.... 132 Indice analítico 901 ' Páginas 3) Número. 133. 4) Orden entre ellas. 133 5) Sujeto.. : ...... 134 B. Las virtudes morales. 134 1) Existencia. 134 2) Naturaleza. 135 3) Número. 136 Las virtudes cardinales.. 136 1) Naturaleza. 136 2) Número. 138 Cuadros sinópticos...... 139 ^ La prudencia y sus derivadas.. 139 La justicia y sus derivadas.;. ' 140 La fortaleza y sus. derivadas..... 142 La templanza y sus derivadas...142 II. Los dones del Espíritu Santo.. 144 1. Nociones previas. 144 2. Existencia. 146 3. Número. 152 4. Naturaleza.. 154 5. Distinción específica de Jas virtudes infusas... 156 6. ¿Admiten un doble modo de operación?........... 164 7. Necesidad de los dones. 168 8. Relaciones mutuas.... 176 9. Relaciones con las virtudes infusas... 178 10, Relaciones con los frutos del Espíritu Santo y las bien¬ aventuranzas. . 179 11, Duración.... 181 12, Síntesis de la doctrina general sobre los dones.. 182 Arfc, 3.—Las gracias actuales. ..... 183 1. Naturaleza.. ... ..., ... T83 2. Necesidad.......... 184 3. División..... ....A.. 185 4. Oficios y funciones.. L i ......... ........ 186 Capítulo II .—La perfección cristiana. .. 187 1. De la perfección en general. 187 a) Sentido etimológico.. 187 b) Sentido reai..... 187 2. Naturaleza de la perfección cristiana.) 88 3. Obligatoriedad de la perfección cristiana... 202 a) Sentido y prueba de la obligatoriedad general......... 202 b) Obligatoriedad especial para el sacerdote y el religioso.. 205 c) ¿Es obligatoria la práctica de lo más perfecto?... 208 d) Concepto de imperfección.. 210 4. Los grados de ia perfección cristiana... 212 5. Si la perfección cristiana es posible en esta vida. 214 6. La perfección cristiana y la predestinación.... 217 7. Lo que supone siempre la perfección cristiana. . .... 219 962 Indice analítico Páginas Capítulo III .—Naturaleza de la mística . 224 1. Introducción y cuestiones de método. 224 2. El constitutivo esencial de la mística. 228 A. Estado actual de la cuestión. 228 Benedictinos... . ;. 229 Dominicos... 230 Carmelitas. 232 Jesuítas. 235 Autores independientes. 237 B. Síntesis teológica. 241 3. Cuestiones complementarias... 251 Capítulo IV .—Relaciones entre la perfección cristiana y la mística .. 256 1. Planteamiento e importancia de la cuestión... 256 2. Sentido de la cuestión. 257 3. Conclusiones.... 258 TERCERA PARTE El desarrollo normal dé la vida cristiana Introducción... 271 Idea general del desarrolló de la vida cristiana. 273 LIBRO I,—Aspecto negativo de la vida cristiana.. 280 Capítulo I .—La lucha contra el pecado. . 281 Art. 1 .—El pecado mortal. 281 1. Los pecadores. 281 a) Los pecados de ignorancia. 282 bj Los pecados de fragilidad. 283 c) Los pecados de indiferencia. 283 d) Los pecados de malicia. 283 2. El horror al pecado mortal. 285 Advertencias al director espiritual. 285 Art. 2.—El pecado venial. 286 1. Naturaleza. 287 2. División. 287 3. Malicia. 288 4. Efectos. 290 5. Medios de combatirlo. 292 Art. 3. —La imperfección....... 292 Capítulo lí .—-La lucha contra el mundo ... 297 r. Qué es el mundo.:. 297 2. Modo de combatirlo.. 298 Qapítulo III .—La lucha contra el demonio . 301 Art, 1 .—La tentación.... 301 Indice analítico 903 Páginas 1. Psicología de )a tentación. 302 2. Conducta práctica ante ella... 305 Art. 2.—La obsesión diabólica.. 308 1. Naturaleza.. 308 2. Clases.. 309 3. Causas. ,... . 310 4. Conducta práctica del director..:. 311 Art. 3 .—La posesión diabólica:..... 313 1. Existencia...,. 313 2. Naturaleza.. 314 3. Señales... 317 4. Causas... 319 5. Remedios. 321 6. Los exorcismos...... 322 Capítulo IV .—La lucha contra la propia carne .. 324 Art. 1.—La sed insaciable de gozar.. 324 1. Naturaleza de la concupiscencia... 324 2. Remedios contra ella... 327 Art. 2.—El horror al sufrimiento.... 332 ** 1. Necesidad de! sufrimiento,. .i.... 332 2. Su excelencia... 333 3. Los grados de amor al sufrimiento... 337 Capítulo V .—La purificación activa de las potencias . 340 Art. 1.—Necesidad de la purificación de las potencias. 340 Art. 2.—La purificación activa de los sentidos. 343 Nociones previas.. 343 A. Purificación de los sentidos externos . 345 1. La vista..... 347 2. El oído y la lengua..... . .. 349 3. El olfato..... 352 4. El gusto.. .... 353-"* 5. El tacto... .. 356 B. Purificación de los sentidos internos . 358 tr„ El sentido común y la estimativa. 358 2. La imaginación.. 358 3. La memoria. 361 Art. 3.—Purificación activa de ías pasiones. 364 t. Nociones previas.. 364 2. Naturaleza de las pasiones.. 36,6 3. Número....*. 366 4. Importancia.... 3^7 5. Educación de las pasiones... 368 6. Advertencias al director... 371 Art. 4.—Purificación activa de las. potencias del alma. 372 A. Purificación del entendimiento, .... 373 964 Indice analítico Páginas 1. Nociones previas. 373 2.. Aspecto negativo. 374 3. Aspecto positivo. 378 B. Purificación de la voluntad . 383 .1, Nociones previas. 383 2. Necesidad de purificarla. 384 a) El desprendimiento de todo lo creado. 385 b) La perfecta abnegación de sí mismo.. . 388 Capítulo VI.— La$ purificaciones pasivas. ... 390 Art, 1 .—Necesidad de las purificaciones pasivas.. . 390 ArL 2.—La noche del sentido... 395 1. Naturaleza. 395 2. Causas.. 395 3. Señales... 398 4. Conducta práctica del alma. 401 5. Efectos.,... 404 ó. Duración.. .. . ... 405 7. Lugar que ocupa en la vida espiritual... 406 Arí. 3.—La-noche del espíritu. 407 1. Naturaleza. 407 2. Causas... 408 3. Efectos. 408 4. Necesidad. 409 5. Duración. 410 6. Lugar que ocupa en la vida espiritual. 410 LIBRO II.— Aspecto positivo de la vida cristiana. 412 I. Leyes fundamentales del desarrollo de la vida cristiana. 414 Conclusión i. a : La gracia puede y debe crecer. 414 Conclusión 2. 6 : Dios, causa eficiente del aumento. 414 Conclusión 3. a : Medios para el crecimiento... 415 a) Los sacramentos. 415 b) El mérito sobrenatural.. 417 c) La oración... 424 Conclusión 4. a : Cómo se verifica el crecimiento... 428 II. Medios fundamentales para el desarrollo de la gracia. 430 Capítulo I.- —Los sacramentos . 430 Art. 1 .—Los sacramentos en general. 431 1. Noción... 431 2. Número. 43 j 3. División.... 43 r 4. Orden.. 432 5. Gracia que confieren.. .. ... 433 6. : El carácter sacramental... , . .. 434 índice analítico 965 Páginas Art. KI bautismo. .... . 437 1. Naturaleza..... . . 437 2. Efectos........ ... 438 3. Exigencias que lleva consigo ....... .... 438 4. El aniversario del bautismo..... 441 Art. 3.—La confirmación.. 441 1. Naturaleza...... 441 2. Efectos.... ............ 442 3. Exigencias que lleva consigo... 444 Art. 4 .—La penitencia...... 444 1. Su valor sustantivo..... 445 2. Disposiciones para recibirlo fructuosamente.Y:. 445 3. Efectos...... 450 4. La virtud de la penitencia y el espíritu de compun¬ ción.. 450 Art. 5.“La eucaristía.... 452 I. La eucaristía como sacramento .. . .... . .. 453 1. Eficacia santificadora de la eucaristía., ... 453 2. Disposiciones para comulgar. .... .. 454 3. La acción de gracias...... 45Ó 4. La comunión espiritual!..!!.......,....... 458 5. La visita al Santísimo...,..7. /.:, ,. 459 II. La santa misa como medio de santificación . . ... 459 1. Nociones previas... 459 2. Fines y efectos de la santa misa.460 3. Disposiciones para el santo ¡sacrificio de la misa. 464 Art. ó.—La unción de los enfermos.... 464 Art. 7.“El orden sacerdotal.. .... .. 466 1. Noción..... 466 2. Efectos...467 Art. X .—El matrimonio..:. 469 1. Noción... 470 2. Fines. . ......... . . :. 47r 3. Efectos..,... 473 Capítulo II .—Las virtudes infusas y dones deí Espíritu Santo ... 474 A. Las virtudes, teologales. .. 474 Art . 1.—La virtud de la fe..'..'.. 1 . . . .... . 474 1. Nociones. .. . . ........... 474 2. Pecados contra la fe... '. ; ........ . . ..... V477 3. El crecimiento en la fe...'.. ..... . ..... .. 477 El don de entendimiento. 480 1. Naturaleza.i .. V.' . 480 2. Necesidad........ 481 3. Efectos... . . ; 7 .7 . v.. .... 482 4. Bienaventuranzas y frutos derivados.... . ,.. . . . 485 966 índice analítico Páginas 5. Vicios contrarios.. 486 6. Medios de fomentar este don.... 487 El don de ciencia. 488 1. Naturaleza.;. 488 2- Necesidad.vi ;... 489 3. Efectos. 490 4. Bienaventuranzas y frutos derivados.... .. 493 5. Vicios contrarios.. .;.... . 494 6. Medios de fomentar este don .\ ... . .. 495 Arí. 2.—La virtud de la esperanza... 496 1. Nociones. . . ... ...... 496 2. Pecados contra la esperanza..... 498 3. El crecimiento en la esperanza... 498 El don de temor.¿,. 502 1. Naturaleza... 502 2. Necesidad. 504 3. Efectos.....’.. r 505 4. Bienaventuranzas y frutos derivados... 507 5. Vicios contrarios... 508 6. Medios de fomentar este don.... 508 Art. 3 — La virtud de la caridad........ 510 1. La caridad en sí misma.......... 510 2. El aumento de la caridad . .. 512 A. Principios. 512 B, Consecuencias prácticas. 517 3. Objeto de la caridad. ...... . .. 518 4. Orden de la caridad. 522 5. Del amor, acto principal de la caridad. ... 525 6. Efectos de la caridad... 526 7. Pecados opuestos.; . 527 El don de sabiduría... 528 1. Naturaleza. 528 2. Necesidad.. 531 3. Efectos.:. 532 4. Bienaventuranzas y frutos correspondientes.... 535 5: Vicios opuestos. 536 6. Medios de fomentar este don... 536 B; : Las virtudes morales . 539 Art, 4 .—La virtud de la prudencia..... 540 1. Naturaleza. 540 2. Importancia y necesidad... 541 3. Partes en que se divide... 542 a) Integrales......... . 542 b) Subjetivas.... 544 c) Potenciales.... . 544 4. Vicios opuestos.. 545 5.. . Medios para perfeccionarse en la prudencia.. 546 Indice analítico 967 Páginas El don de consejo... 547 1 - Naturaleza..... 547 2. Necesidad.. ..... 548 3. Efectos.... 549 4. Bienaventuranzas y frutos correspondientes. 551 5. . Vicios opuestos..... 551 6. Medios de fomentar este don.. .. 552 Art . 5.—La virtud de la justicia."... 553 1. Naturaleza.... ' 553 2. Importancia y necesidad... 554 3. Partes en que se divide... 554 a) Integrales........ 554 b) Subjetivas.,. 555 c) Potenciales... 556 4. Medios para perfeccionarse en ella. .. 556 Virtudes derivadas.. . . . .;. 560 I. La religión. 560 1. Naturaleza. 560 2. Actos.. 560 a) La. devoción. . ..:. 560 bj La oración... 563 c) La adoración... 563 d) El sacrificio.. .. .. 563 e) Las ofrendas u oblaciones. 564 f) El voto... 564 g) El juramento.... 565 h) El conjuro... 565 i) La invocación del nombre de Dios. 565 3. Pecados opuestos.... 565 II. La piedad.... 566 1. Naturaleza.... .......... 566 2. Pecados opuestos.. .. 567 3. Medios para adelantar en ella. 568 El don de piedad.... ;.... 569 1. Naturaleza. 569 2. Necesidad... . ....... 570 3. Efectos... i......... 571 ■ 4. Bienaventuranzas y frutos correspondientes. 573 5. Vicios opuestos.. .-i . 574 6. Medios de fomentar este don.....575 III. La observancia. 576 A, La dulía. 577 B. La obediencia.... 578 1. Naturaleza.......... 57S 2. Excelencia.,.. 579 3. Grados... 579 4. Cualidades.... 580 5. Ventajas......,,. 581 Indice analítico 9G8 Páginas 6. Cristo, Modelo supremo. 58a 7. Falsificaciones......... 582 IV. La gratitud.. . . .. 583 V. La vindicta o justo castigo.............. 584 VI. La veracidad..¿ 585 VII. La afabilidad o amistad. .. 586 VIII. La liberalidad...... 586 IX. La equidad o epiquéya... 587 Arí. 6.—La virtud de la fortaleza. 58S 1. Naturaleza.. 588 2. Importancia y necesidad.. , ... 589 3. Vicios opuestos... 589 4. Partes en que se divide... 590 Virtudes derivadas. 590 1. La magnanimidad.. ........... i.. .,.. 590 2. La magnificencia.591 3. La paciencia..... 1.. 592 4. La longanimidad... 593 5. La perseverancia.....^. . . 593 6. La constancia. 594 7. Medios de perfeccionarse en todas ellas. 595 El don de fortaleza.... 596 t. Naturaleza.,. 596 2. Necesidad....... . 597 3. Efectos.. ,.L . 598 4. Bienaventuranzas y frutos correspondientes. 601 5. Vicios opuestos.... 601 ó, . Medios de fomentar este don. 602 Arl. 7.—La virtud de la templanza. .. 603 1. Naturaleza.... 603 2. Importancia y necesidad... 604 3. Vicios opuestos... 604 .... 4. Partes en que se divide.. .. 605 a) Integrales. 605 1) La vergüenza... 605 2) La honestidad. 605 b) Subjetivas. 606 .1) La abstinencia.. 606 2) La sobriedad. Ó07 3) La castidad..i. .. 607 4) La virginidad. 608 c) Potenciales. G08 1) La continencia_; .. 608 2) La mansedumbre... 609 3) La clemencia.... . .. .. 6r 1 4) La modestia.^....... . 612 I. La humildad.. 612 1. Naturaleza,... 612 Indice analítico 900 Páginas 2. Excelencia. 615 3. Importancia. 616 4. Grados... 616 5. Práctica... 618 6. Vicio opuesto.. 621 II. La estudiosidad.. y,.. 622 III. La modestia corporal..'.. . 623 IV. La eutrapelia.. ...LV... . 623 V. La modestia en el ornato.. 624 El don de temor y lá virtud de la templanza. .. 625 Capítulo III .-—La vida de oración .. .. ... 626 Sección L —De la oración en general... 627 1. Naturaleza... 627 2. Conveniencia....,*.... 628 3. Necesidad.. ... ! . ... 630 4. A quién se debe orar... ......y&. ....... 632 5. Por quién se debe orar... 635 (i. Eficacia santificados de la oración. .. 636 7. Dificultades de la oración... ............. i. 638 a) Las distracciones.......... i . ... 638 b) Las sequedades y arideces...... .. 639 8. Escollos que se han de evitar:-i 640 Sección II .—La oración litúrgica y la privada... 641 1. La oración litúrgica. 642 1) Excelencia... 642 2) Eficacia santificadora^ . i. 644 2. La oración privada... 646 1) Excelencia y necesidad............ ; .. 646 2) Oración litúrgica y privada comparadas:. . .. 647 ¿Sección III .—Los grados de oración... 650 1. Introducción... 650 2. Clasificación que adoptamos........ ^.. ..... 653 A. Etapa predominantemente ascética.. .. 652 Primer grado de oración: la vocal.., .. 653 1. Conveniencia y necesidad de la oración vocal. 653 2. Sus condiciones... 654 3. Duración. .. 655 4. Fórmulas.. . L ... 656 5. Exposición del Padre nuestro... 658 Segundo grado de oración: la meditación. 661 1. Naturaleza.... 661 2. Importancia y necesidad.. 663 3. Método. 664 4. Materias que se han de meditar.... 669 5. Detalles complementarios.,. .. 671 a) Tiempo..... 671 b) Lugar..... 672 970 índice analítico Páginas c) Postura....-. 672 d) Duración........ .. 672 Tercer grado de oración: la afectiva. 674 1. Naturaleza... 674 2. Práctica. 675 3. Ventajas.... 676 4. Obstáculos... 676 5. Frutos.... 677 Cuarto grado de oración: la de simplicidad. 678 1. El nombre. 678 2. Naturaleza. 678 3. Práctica. 679 4. Ventajas.... 681 5. Objeciones.... 682 B. Etapa predominantemente mística. ... 682 Introducción.—L a contemplación en general.:. 683 1. Naturaleza.... 683 A. Contemplación natural... 683 B. Contemplación sobrenatural..... 684 I. El principio elícitivo psicológico..... 685 2) El principio elícitivo sobrenatural.. .. 687 3) Características psicológicas de la con¬ templación. . ... 693 4) Proceso teológico-psicológico de la contemplación... 702 5) Definición de la contemplación infusa. 703 2. Excelencia de la vida contemplativa. 704 3. ¿Es deseable la diyina contemplación?. 708 4. Disposiciones para la contemplación.. 710 5. Llamamiento inmediato a la contemplación... 7:3 Quinto grado de oración: él recogimiento infuso. . 714 1. Naturaleza.... 714 2. Fenómenos concomitantes.... 7*5 3. Conducta práctica del alma.. 716 Sexto grado de oración: la quietud. 717 1. Naturaleza....... 717 2. Efectos. 7.19 3. Fenómenos concomitantes.. 719 a) El sueño de las potencias. 719 b) La embriaguez de amor... 720 4. Conducta práctica del alma.... 721 Séptimo grado de oración: !a de unión. 723 1. Naturaleza..... 723 2. Características esenciales,.. 725 3. Efectos.......:.. 726 4. Fenómenos concomitantes,.. .. 726 a) Los toques místicos.. 727 Indice analítico 971 Páginas b) Los ímpetus... 727 c) Las heridas de amor.. . 728 d) Las llagas de amor.,..... 729 Octavo grado de oración: la unión extática....... 729 1. El fenómeno exterior..... 730 2. Sus causas posibles.-... 730 I. El éxtasis sobrenatural... 731 1. Noción......... 731 2. Sus clases... 731 A. Extasis prpfético.,. 731 B. Extasis místico. .. 732 1) Definición. 732 2) Causas........ 732 3) Grados.... 733 4) Formas.....:. 733 5) Actitud del extático. 734 ó) Duración.. 734 7) Frecuencia...-i. 734 8) ¿Merece el alma en él?.. . 734 9) Efectos........ 735 10) El desposorio espiritual... 736 11) La llamada al extático.. .. 737 II. Las falsificaciones del éxtasis místico.. 738 A. El éxtasis natural..... 738 1. El desvanecimiento natural o síncope.... . . .. 738 2. El sonambulismo... 738 3. La hipnosis... 739 4. La histeria... 739 B. El éxtasis diabólico... 740 Noveno grado de oración: la unión transformativa. 741 1. Naturaleza. 741 2. ¿Hay confirmación en gracia?.... 744 3. ¿Cabe en esta vida la visión beatífica?. 745 4. Efectos. 746 5. La muerte de los santos... 749 6. Todos podríamos llegar a estas alturas. 750 III. Medios secundarios para el desarrollo de la gracia. 752 Capítulo IV .—Medios secundarios internos .. ,... 752 í. Resortes psicológicos.. 752 A. Que afectan al entendimiento ...... 753 ArU 1.—La presencia de Dios... .. 753 1. Naturaleza.753 2. Eficacia santiíicadora.. .... . .. 753 3. Fundamento teológico... 754 4. Consecuencias... . ... 755 5. Modo de practicarla..........-755 972 Indice analítico Páginas Arl. 2.— El examen de conciencia. 756 1. Naturaleza/-.........:....../.. ... 756 2. Importancia.. ;V... 756 3. División,.., . .A; .. 757 4. Mpdo de hacerlo.............. 757 B. Que afectan a la voluntad ;........ ... 759 Art. 3.—La energía dé carácter.. 760 1. Naturaleza.,. . 1...... .. 760 2. Origen... 760 3. Rasgos dé! carácter ideal. 762 4. Formación del carácter... 765 Arl. 4.—El deseo de la perfección. 765 1, Naturaleza.. 766 2. Necesidad.. 766 3.. Cualidades.. 766 4. Medios para excitarlo. 768 Arl. 5.—La conformidad con la voluntad de Dios... 769 1. Naturaleza.:. 769 2. Fundamento... 770 3. Excelencia y necesidad. 771 4. Modo de practicarla. 773 5. Frutos y ventajas. ... 776 Art. 6. —“La fidelidad a la gracia. 777 1. Naturaleza..... 777 2. Importancia y necesidad. 778 3. Eficacia santificadora... 779 4. Modo dé practicarla. 781 II. Resorte fisiológjco. .. 784 ' Art. .7.--Mejora del propio temperamento... 784 1. . Naturaleza. 784 2. Clasificación de los temperamentos. 785 A, Sanguíneo.... 785 B, Nervioso. 787 C, Colérico...... 788 D, : Flemático.. 789 3. Conclusión general sobre los temperamentos. 790 4. 1 El temperamento ideal. . 790 Capítulo W--Medios sectmdáTtbs externos . 791 Art. 1 .—El plan de vida. ...... 791 1. Noción.... 79 j 2. Utilidad.. ..... :.. .. 791 3. Cualidades. 792 .4. Su cumplimiento.. 793 ■ Art. 2. —La lectura espiritual.... . . . i. 793 1. Utilidad e importancia,....>. 793 Indice analítico 973 Peinas 2. Libros principales... *. 794 3. Modo de leer. 795 Art . 3.—Las amistades santas.... 796 1. Valor de un buen amigo... 796 2. Diferentes clases de amistad.. . 797 3. Desviaciones peligrosas. 798 Art. 4.—El apostolado. 800 1. Concepto. 800 2. Grados. .... . 801 3. Obligatoriedad. 802 4. Formas. 803 5. Relaciones con la perfección cristiana. 804 Art. 5.—La dirección espiritual..... 808 A. Nociones previas. 808 1. Naturaleza. 80S 2. Importancia y necesidad. 809 B. El director.. : 81 .1 1. Definición.8u 2. Confesión y dirección. 813 3. Cualidades del director... ... , 813 a) Técnicas.. . ...... . 813 b) Morales....... ....i. .. . . 818 4. Oficios y obligaciones. 822 C. El dirigido..'. .... 823 1. Definición. S25 2. Cualidades y deberes... 825 a) Con relación a la dirección.... .. 825 b) Con relación al director. 828 D. Cuestiones complementarias.v.. 830 1. a Elección de director... 830 2. a Cambio de director. 831 3. a Pluralidad de directores.. 832 4. a La dirección epistolar. 832 Escolio. 834 Apéndice. —El discernimiento de los espíritus . «35 1. Nociones previas.. a) Qué se entiende por espíritu... b) Qué se entiende por discernimiento.. c) Clases de discernimiento. 2. El discernimiento adquirido y medios de alcanzarlo.. . . 3. Los tres espíritus que mueven al alma... 4. Señales de cada uno de elios. A. Del espíritu de Dios.!. B. Del espíritu diabólico.... C. Del espíritu humano.. 5. Señales de espíritu dudoso. 83 5 8.35 835 «35 836 «37 838 «39 841 842 «43 974 Indi cu uHíditico Páginas LIBRO III,—La perfección cristiana en los diversos estados de vida. 845 Art. 1.—En el estado sacerdotal. 846 1. Introducción. 846 2. La espiritualidad sacerdotal,. .. 848 a) Ofrecer. 848 b) Bendecir. 852 c) Presidir-.... ... 854 d) Predicar.... 855 e) Bautizar. 857 Art. 2 .—En el estado religioso... . ;. 859 1. Noción... 859 2. Finalidad y esencia del estado religioso. 859 3. La vida común. 861 4. Los votos religiosos. 862 5. Las reglas y constituciones... 864 Arí. 3.—En el estado seglar.. 865 1. Introducción. 865 2. Qué se entiende por laicos o seglares. 867 3. Características de la espiritualidad seglar. 868 a) La santificación de su vida familiar...... 868 b) La santificación de sus actividades profesionales . . 869 c) La «consagración del mundo». 872 d) El apostolado en su propio ambiente. 877 CUARTA PARTE LOS FENÓMENOS MÍSTICOS EXTRAORDINARIOS 1. Introducción. 879 2. Nuestro plan. 879 Nociones previas. 880 1, La «naturaleza» y lo «natural». 880 2, Lo sobrenatural. 881 a) Noción. 881 b) División.....!. 882 3, Lo preternatural. 884 Capítulo I .—Las causas de los fenómenos extraordinarios ... 885 Art. i.—Dios como autor de los fenómenos místicos. 885 Causas inmediatas de los fenómenos. 886 Las gracias gratis dadas..... 886 1. Introducción. 886 2. Concepto y divisiones de la gracia. 886 3. Naturaleza de las gracias gratis dadas . 887 4. Número de las mismas. 889 5. Exposición de cada una de ellas. 891 Indice analítico 975 Páginas a) Fe. 891 bj Palabra de sabiduría. 891 c) Palabra de ciencia.. 892 d) Don de curaciones..'. 893 e) Operaciones de milagros.! ;. 893 f) Profecía.1. 893 g) Discreción de espíritus. 895 h) Género de lenguas.... 895 i) Interpretación de lenguas. 896 Art. 2.—Las causas puramente naturales.... 896 1. Importancia y dificultad de esta materia. 896 2. Causas principales de los fenómenos de orden natural.. 897 1. Elementos de orden fisiológico.. 897 a) El temperamento.:. 898 b) El sexo. 899 c) ' La edad. 899 2. La imaginación. 900 a) No crea nada... 901 b) No puede derogar las leyes de la naturaleza.. . 901 3. Los estados depresivos del espíritu. 901 a) El trabajo intelectual absorbente— . .. 902 b) La meditación religiosa mal regulada... 902 c) Las austeridades excesivas..;. 902 Criterios de distinción... 903 4. Las enfermedades...... 903 Art. 3 .—Lo diabólico. ........ 904 Doctrina teológica sobre los demonios... 904 A. Lo que el demonio no puede hacer. 905 B. Lo que puede hacer permitiéndolo Dios. 906 Capítulo II.—Los fenómenos en particular ..... 907 División fundamental. 907 I. Fenómenos de orden cognoscitivo. 908 1. Visiones. 908 1) Noción. 908 2) División.. .... .. 908 A. Corporales. 909 B. Imaginarias. 909 C. Intelectuales. 910 i.° Características. 910 2. 0 Elementos. 910 3. 0 Su plena certeza y origen divino. 910 3) Objeto de las visiones... 911 4) Naturaleza teológica. 912 5) Reglas de discernimiento. 912 976 Indice analítico Paginas 2. Locuciones,. 913 1) Noción...... 913 2) División.. 913 A. Auriculares. 913 B. Imaginarias. 913 C. Intelectuales... 913 a) Sucesivas. 914 b) Formales.... .... 914 c) Sustanciales. 915 3) Naturaleza teológica de las locuciones,. 915 3. Revelaciones..,.,.,,..,..... . ...i. . 915 1) Noción-. 915 2) División fundamental... .. 915 3) Otras divisiones... 915 4) Las revelaciones privadas. 916 a) Existencia. 916 b) No entran en el depósito de la fe. 916 c) Alcance de las mismas. 91 ó d) Naturaleza teológica. 917 e) Reglas de discernimiento. 917 .4. Discernimiento de espíritus. 918 1) Noción., .. 918 2) Casos históricos. ... 918 3) Explicación del fenómeno.. 919 5. Hierognosis (conocimiento instintivo de lo sagrado) 921 r) El hecho. 921 2) Casos históricos... 921 3) Explicación del fenómeno. 922 6. Otros fenómenos de conocimiento. 923 1) Iniciación milagrosa en la enseñanza primaria. 923 2) Conocimiento infuso de Teología mística. 924 3) Conocimiento profundo de toda la Teología... 924 4) Habilidad infusa para el ejercicio de las artes.. 924 Naturaleza de estos fenómenos. 924 fí. Fenómenos de orden afectivo. 925 División... 925 1. . El éxtasis místico no es gracia gratis dada. 925 2. Los INCENDIOS DE AMOR.... .. 926 1) El hecho. 926 2) Sus grados. 926 a) Simple calor interior. 926 b) Ardores intensísimos. .. 926 c) Quemadura material. 926 3) Explicación de estos fenómenos. 927 Indice analítico 977 Páginas IíL Fenómenos de orden corporal. 928 1. Estigmatización. 928 1) El hecho. 928 2) Número de los estigmatizados. 928 3) ¿Fue estigmátizado San Pablo?. 929 4) Naturaleza del fenómeno. 929 A. Explicación racionalista. 929 B. Explicación católica. 932 5) Modo de producirse. 932 6) La estigmatización diabólica. 933 2. Lágrimas y sudor de sangre. 934 1) El hecho. 934 2) Casos históricos. 934 3) Explicación de estos fenómenos. 934 3. Renovación o cambio de corazones. 935 1) El hecho. 936 2) Casos históricos. 936 3) Explicación... 936 4. Inedia (ayuno prolongado). 937 1) El hecho. 937 2) Casos históricos. 937 3) Explicación. 937 5. Vigilia (privación prolongada del sueño). 939 1) El hecho.;. 939 2) Casos históricos. 939 3) Explicación. 939 6. Agilidad.,. 940 1) El hecho. 940 2) Casos históricos. 940 3) Explicación. 940 7. Bilocación. 941 1) El fenómeno y casos históricos. 941 2) Explicación... 942 8. Levitación.. .. *. 948 1) El hecho. 948 2) Casos históricos. 949 3) Explicación del fenómeno. 949 4) Sus falsificaciones. 950 9. Sutileza. 951 1) El hecho... 951 2) Casos históricos. 951 3) Explicación. 951 10. Luces o resplandores. 952 1) El hecho. 952 2) Casos históricos. 952 3) Explicación. 952 1 tol, perfección 33 978 Indice analítico Páginas II. PliRFUME SOlíRENATURAl. 954 1) El hecho. 954 2) Casos históricos. 954 3) Naturaleza del perfume. 955 4) Explicación del fenómeno. 955 Conclusión . 957 INDICE ONOMASTICO (Las cifras remiten a lew números marginales con sus notas correspondientes) Adum (). Adam (Karl) 50. Agreda (M. de) 16 Cg 805 812 846 847 849. Agueda de la Cruz 814 841. Agustín (San) 6 17 33 40 46 58 64 71 91 108 ni 119 121 T36 142 155 160 161 162 iós 209 221 226 227 231 241 262 265 328 342 352 356 360 371 379 383 384 394 4i 1 445 464 471 476 478 515 576 643 657 68s 712 751 755 782. Agustín de San Ildefonso 17. Alacoque (Santa Margarita de) 20 592 835. Alastruey 69 594- Alberto Magno (San) 8 u 323. Alcántara. (San Pedro de) 16 269 363 444 481 500 606 776 822 841 844 849. Aldama 119 120 122 123. Alfonso de la Dolorosa 18. Aiipio 209 227. Alonso de Madrid 16. Alonso de Orozco 17 33. Alonso (Sabino) 705- Altaner ri. Alvarez (Baltasar) 19 272. Alvarez (Rodrigo) 178 $35 556 557 559 s6i 569 570. Alvarez de Paz 19 33 197 503 SM 576. Amann 2, Ambrosio (San) 6 110 119 356. Ana de San Bartolomé 18. Andrés Avelino (San) 809. Andriani 832 838. Andrónico 473 * Angela de Foligno (Santa) 12 276 583 838. Angeles (Fr. Juan de los) 16 33. Angélico (Fray) 817. Anselmo (San) 8 467. Antolínez 17. Antonino de Florencia (San) 11 383. Antonio Abad (San) 33 215 635. Antonio de la Anunciación 18 273. Antonio de la Cruz 18. Antonio del Espíritu Santo 18 197 273. Antonio de Padua (San) 12 846. Antonio María Zacarías (San) 15 23. Arami 319 321. Aravaües (Juan de Jesús María) 18. Arbiol 16. Areopagita (Pseudo-Dionisio) 5 18 33 176 536 . Argentán 16. Argentina 87. Arintero 16 24 25 33 60 172 175 179 180 187 189 336 373 475 48l 482 490 5 M 553 556 557 6 i 9 740 812 813. Aristóteles 110 117 226 260 376 460 470 548 661 662 678. Arquímedes 772. Arregui 363. Arnhard (Dr. Von) 827. Ars (Santo Cura de) 215 216 231 321 339 352 355 383 606 669 715 809 810 856. Atanasio (San) 533. Aurelianense 7. Aureliano del Santísimo Sacramento 18. Autperto 7. Avicena 827. Avila (Beato Juan de) 33 33 187 657 685 704, B acón 87 255. Bail 21. Bainvel 174 539 - Balmes 25 245 251 256 847. Baltanás 15. Baltasar de Santa Catalina 18. Baker 14. Báñez 34 103 106 285 361 S88. Barbado 614 Ó39. Barbansón 16. Barbo 8. Bardy 1. Barré 332 336 349 359 3&8 375 3»7 430 44 *- Barthier 15. Bartolomé de los Mártires 15. Baruzi 34- Basilio (San) 5 239, Baudot 14. Bayo 203 350. Beaudenom 23 283 289 463 670. Beaunis 827. Bécaud 638. Beda (San) 7. Belarmino (San Roberto) 19 411 847- Beltrán (San Luis) 352 355 856. Beltrán de Heredia 15. Bellevue 121. Benedicto XIV (véase LambertiniJ . Benllintani de Salo 16. Benito (San) 6 467 502. Be raza 752 757. Berchmans (San Juan) 391. Bernadot 15 313. Bernard, R. 15. Bemard, T. 252. Bernardino de Laredo 1633. Bernardino de Sena (San) 12. Bernardo (San) 8 33 46 73 152 227 411 463 467 500 515 552 644 710* Berthier 656. Bérulle 21 33 219 500. Besse 16 187. Biard 122. Biel 87 108. Billot 103 121 183 308. Bílluart 118 159 162 458 464. Blosio 14 33 187. Boecio 36 250- Bon 740 762 827 831 833 839 857 859 861. liona 14 272 706 740 764 774 779 808 810 830. Bonilla 16. Bonnefoi 122. Booniot 174 740. Borromeo (San Carlos) 309 352 856. 980 Indice, onomástico Bosco (San Juan) 20. Bossuet 23 224 22(3 250 468 475 508 sog 510 627 661. Bouchagc 22. BouJexteix 175. Bourdaloue 226. Bourget 251. Bourgoing 21. Bouyer 717. Brancati de Laurea 16 23 121. Brasó 484. Brémond 409. Brennan 614 ór5 639. Brígida (Santa) 8 33 822. Bruno do Jesús María 187, Brunswick (Federico de) 849. Buenaventura (San) 10 12 33 187 323 411 476 481 500 514 576 . Button 857. Butlcr 14 171. CabodevilJa 30. Cabrera 15. Cabro] 1. Gafasso (San José) 23. Calatayud 23. Calmet 833. Calvino 199 350. Canuis 20 606. ClanfeJd 16. Cano (Melchor) 15. Cnpréolo 87. Carnéades 772. Carnegie (Dale) 427- Casiano 6 33 4¿3 500 658. C-astañiza 14. Castaño 15 661. Castel 8. Castelvetere t6- Catalina de Bolonia (Santa) 12 272 817. Catalina de Genova (Santa) 13 276 822. Catalina de Kaconixio (Beata) 835 S38 859. Catalina de Ricci (Santa) 15 $82 835 841 859- Catalina de Siena (Santa) ir 32 33 44 187 21 S 232 309 315 383 432 444 582 586 592 Ó72 673 701 776 805 812 814 815 835 83S 84a Catalina Emmerich Si2. Cathrein 159- Causadc 19 625- Cavalca 11. Cavallera 2. (Cayetano 70 156 350 363 753 795 833. Cayetano (San). Soy. Cayré 1 175 187. Cecilia (Santa) 817. Cecilia del Nacimiento (8. Cerda (Luisa de la) 345 355. Cerfaux 76. Ceuppens 120 121. Cicerón no 111. Cirilo de Alejandría (San) 5 r 19. Cirilo dé Jerusalén (San) 5. Cipriano (San) ó. Clara de Asís (Santa) 859. Clara de Montefalco (Santa) 272. Claret (San Antonio María) 23. Claudio de Jesús Crucificado 173 174. Cíeme tile V 108. (.neníenle XIV 846. Clemente de Alejandría (Sun) 5 227. Clemente Romano (San) 5 846. Clerissae 76. Cllmaco (San Juan) 5 463. Coleta (Santa) 583. Colin 415 419 420 422 725. Colombíére (Beato de la) 19. Condren 21 500. Congar 7ó 732 733 734 73 *. Oontenson 15. Cordeses 503. Cormier 15. Costa (Desiderio) 209. Courtois 725- Crema (Bautista de) 15 23. Cressy 14. Crisógono de Jesús 1 ir 18 26 35 125 130 131 162 173 176 178 182 183 18Ó .189 280 333 5<>3 504 S07 508 528 554 56.1 568 572 578 579 581 695 807. Crisósfomo (San Juan) 5 446 447 476 753* Cristina de Stumbeln 832. Cuervo (Justo) 15 481 500. Cuervo (Manuel) 38 39. Cueva (Bernardo) 75- CHanúnade (P. Guillermo José) 75. Champeaux (Guillermo de) y. Chantal (Santa Juaña de) 20 246 276 508 510 672 683 701- Chardon 15. Ghaumont 20. Chautarcl 14 19 £. Chcvrier 23. Chollet 706 709 712. D'Ailly 13. D'Atticby 2jy. D'Hulst 23 197. D. Jamet 23. Damaseeno (San Juan) 5 476. Dámaso (San) 119. Damiano (San Pedro) 7- David de Augsburgo 12. Daza 691, Dehau (Pedro-Tomás) 15. Delacroix 34. Delcroix 812. Denderwindeke 316. Deniile 11 15. Denzinger 2 11 sy 83 84 86 101 103 108 119 120 150 153 154 162 165 233 259 277 284 285 286 29T 292 296 320 321 326 333 350 361 364 439 478 479 StC 539 592 593 O32 745 777 - Desurmont 22 670. Devine 23. Diadoco 5. Dídimo el Ciego 119. Diego de Estclla 16 207 348. Diego de la Madre de Dios 16. Dillenschneider 717. Dionisio el Cartujano 10 33 70C Dohen 732. Domingo de Guxmán (Santo) tí 35S 373 - Dominici 11. Donoso Cortés 669. Dosda 22. Dupanloup 23. Durando 87 108 [49. Eekart 11 34 187 516. Lirón de la Madre de Dios 18. Egídio Romano 87. balice vno ¡¡ún ico Elisubeth de Kcute 838. Emery 21. Tronque ele Gante 87. Frmans 732. Esbarroya 15. Escoto 87 108 32 3 - Escupo)i 23. Espíugas 16. Estanislao de Kostka (San) 822. Eúdes (San Juan) 21 69. Eugenio del Niño Jesús 18, Eugenio IÍI soo. Emapia Paladino 857. Eustasio de Scbaste 479 - Kvugrio Póntico 5. Eymard 23. Eymieu 252. Fábcr 23 33 Oto 714. Tactor (Beato Nicolás) 16. íarges 23 175 5*4 572 582 740 &SI. Felipe de la Santísima Trinidad rs >8 33 273 783 788. Felipe de Monesca 15- Felijre Neri (San) 23 316 544 759 776 809 822 844 849 856 S59. Función 19 23 259 - Fernández (Félix) 75 - Perrero 119 120 122. 1 '"estugiére 1. Fioccbi 3 - Flórez 17. Foch 19. Fonck 146 175- Foucauld 23, Fouillée 614 639. Francisca Romana (Santa) 812 S59. Francisco de Angelis 8 S 9 - Francisco de Asis (San) 12 33 272 345 363 370 373 408 412 673 776 817 825 826 827 846 849 859. Francisco de Borja (San) 19 309 352. Francisco de Levanto 859. Francisco de Paula (San) 809 856 859. Francisco de Sales (San) 20 23 32 33 152 156 175 184 187 203 209 213 246 359 463 475 481 482 490 495 500 502 510 515 586 604 606 625 627 632 634 635 638 641 645 657 Ó59 662 663 Ó70 672 685 701 705 706. Francisco de Santo Tomás 18 273 - Francisco Javier (San) 19 215 446 643 817 822 846 849- I-robes 247 614 639. Froget 15 39 4 ° T 33 - Gabriel de Santa María Magdalena 18 173 187 698. Gallífct 75. Galticr 39 40 41. Gárate 187. García de Cisncros 14 34.. García Hughes 21. Gardeil 15 39 117 1 ro 122 133 172 187 336 370 . Ciar-Mar 165 605. Garrido 484. Garriqou-Lagrange 3 15 24 26 28 29 32 35 (X) 70 r 4 íi 157 T 59 172 r 75 í /6 178 179 783 184 187 18X 189 r<;5 209 228 243 24^ 254 258 2O4 265 2óú 2O9 274 280 289 309 313 319 32 i 332 333 336 349 359 375 387 41 5 430 448 463 475 514 531 553 5^8 594 608 612 625 627 628 630 634 636 651 654 658 670 740 743 745 752 - Garriguet 21 69. Gaudc 500. Gaudier (Le) 19 26. Gaume 133. Gavaston 15. Gay 21 332 349 359 4 í 5 463 • Gema Galgani (Santa) 23 215 232 822 825 859 . Gerardo 18. Gcrest 15 172. Gersón 13 33 576 706. Gertrudis (Santa) 8 33 592 815 835. Getino ir 15 188 269 554 - Gibbons 23 672. Gilson 8. Giménez Saman i ego 847- Giraud 23. Godinez 19 267 700 708. Coerces 23 71 ° 762. Goiburu 232. Gomá 50 313 618. Gonet 121 323. Gon/aga (San Luis) 355 37 o 644 - González 41, (iotescalco 165. Gouood 427- Grabrnann 23. Gracián 18 500. Granada (Fr. Luis de) 15 16 33 245 348 475 481 490 500 502 654- Grandmaison ig 174 *75 533 534 - Granié 839. Gredt 579 742 768 ?(>9 ?88 847 854. Gregorio Magno (San) 6 82 108 no 121 123 241 357 4 U 446 469 549 550 715 - Gregorio Nacianceno (San) 5 119, Gregorio Niscno (San) 5 476. Grigoion de Montfort (San Luis María) ¿1 69 71 72 74 23 í 553. Groot 13. Grou 19. Guéranger 14. Guevara 16. Guibert (José de) 2 3 19 24 26 28 29 35 r 4 & 148 174 176 189 482 490 500 508 514 552 Ooz 619 625 634 659 663 670 672 673 696 701 706. Guibert (J.) 23 427 < 3 u 616 617 618 639 642 764. Guido Cartujano 500. Ortigo I 10. Guigo II 10. Hamón 21 606. Marp 12. Heerinckx 16 24 26 28 35. Helio 207 209. Heredia 740 851. Hermas 5. Hernández 313. Hilario (San) 119. Hilarión (San) 215. HUdegarda (Santa) 8. Hilton 13 34- Hipócrates 31 641. Hochr. 825. Hock (G.) 639 642. ! lonnrato de Santa María i8. i l íugo de .Ualrna 10 j Plugo de San Giro 11. I Hugo de San Víctor 9 33 121 500 592. 982 Indice onomástico Hugón 6y 70 313. l-Juguen y 159 * H uijben 171. Humberto de Romanit» 11. xcaru ¿i. Ignacio de Antioquia (San) 5. Ignacio de Loyola (San) 8 T 4 *9 36 309 345 373 380 418 446 4^7 468 482 500 502 544 583 595 610 611 612 632 645 657 673 70 í> 710 856. Imbei t 812 825 827. Inés (Santa) 776. Inés de Jesús 178- Ines de Langeac 835 846. Inocencio III 108. Isabel de la Trinidad 18 36 43 44 45 4 & Si 64 176 232 256 261 336 339 352 370 409 444 595 607 - lsidoro de Sevilla (San) G. Iturbide Gg8. Ivo de Mohón 16 175 * Ivo de París 16- Jacinto de Polonia (San) 352. jacobo de Todi 817. jaegher 19 5 o 187- Jámblico 772- Jansenio 516. . ■ Janvier 15 197 247 332 359 375 387 430 44 ». Jerónimo (San) 6 119 356 645 672 701. Jerónimo de la Madre de Dios 18 173 187. Jiménez Duque 13° 169 í 75 176. Joly 175- . Jordán de Sajonia 11 861. joret 15 172 176 179 187 5 * 4 . José de Cupertino (San) 544 582 5»4 759 809 846 847 849 859. loso de Jesús María r8. José del Espíritu Santo (el Portugués) 18. José del Espíritu Santo (el Andaluz) 18 33 273 528. journet 76- Juan XXII 11 148444* Juan Bautista de la Concepción 23. Juan de Dios (San) 809. Juan de Jesús María 18 34 500. Juan de la Cruz, O.P. 15. Juan de la Cruz (San) 16 18 32 33 36 43 44 45 46 51 81 107 167 169 173 *76 184 185 18G 187 188 194 206 227 229 230 231 232 235 237 239 240 241 242 243 245 246 250 252 254 255 257 258 261 262 264 265 266 268 zóg 270 271 272 273 274 275 277 278 280 309 333 338 339 345 352 355 37 ° 373 437 481 490 497 501 5o6 508 510 5*2 514 5*5 537 542 543 549 552 554 5<>7 5&8 570 571 581 587 592 593 594 595 59* 597 607 632 657 671 672 676 677 678 679 681 G85 695 696 701 702 708 712 776 789 795 796 797 799 805 806 849 859- Juan de San Sansón 18. Juan de Santa Ana 230, Juan de Santo Tomás 15 4 * **9 * 3 * 285 336 343 407 442 745 . Juana de Arco (Santa) 383 409 444 - Juana de Valois 835. Jungmann 65 3:1.9. Juliana de dormilón 822. juliano el Apóstata 199. Jusliniano (San Lorenzo) 13 685. Justino (San) 119* Kant 350 616. Kernpis 13 17 33 245 638 óS 7 7 i 4 - Kleutgen 174. Labouré (Santa Catalina) 73 * Lacordaíre 15 352 658 660 661. Laínez 4**- Lagrange (J. M.) 826. LalJemant 19 203 336 343 345 35 « 372 38* 382 385 4 ii 442 443 446 514 5*5 634 637 638. Laniballe 21 175 *84 187 51 4 * Lambertini (Benedicto XIV) 16 23 103 590 740 804 807 827 833 836 850 861. Langeac 23- Lanspergio io. Lateau 812813 838. Lavaud (Benito) 15* J^avigeric (Cardenal) 669. Lazzari 832 838. Lebreton 1. Lecurey 7 * 7 * Leduc 14* Lefébre 812. Lehmkuhl 133* Lehodey 14 *7* 187 266 475 4«2 514 552 625 627 628 Ó29 630 632 633- Lejeune 23 i ?5 839. Lemonnver 15 158. León (San) 6 86. León XIII ií9 672. León (F'r. Luis de) 17 34 - Lesseur 23 231. Lessio 40 4* 1 - Letourneau 21. Lhoumeau 21 69 74 - Libermann 2 i- „ „ Ligorio (San Alfonso María de) 22 33 36 6 g 157 213 223 227 309 3*8 323 355 463 475 478 499 500 502 625 657 705 846 847- Lili Alvarez 7J2. Lippomani 10. Locatelli 12. Lombardo 87 103* Lombez 16. López (Esperanza) 814- López Ezquerra (Agustín Nagoré) jo 590 740 751 76* 850. Louismet 14 * 7 i *75 * 87 - Lottin 122 123. Lozano 15 172. Lubac (De) 76. Lucas r 75- Lucas de San José 18. Lucía de Fátima 73 * Lucía (Santa) 776. Lucinio del Santísimo Sacramento 173 *? 6 - Ludolfo de Sajonia 10. Ludwina (Santa) 812 838 846 859 - Lugo 159 * , _ Luis (San), rey de Francia 444 * Lulio (Beato Raimundo) 12. Lumbreras 375 - Lutero 199- Lutgarda (Santa) 832 835. Llamera (Marceliano) 172 489 727 73 °- Llaneza 15. ! Mabillón 14- : Mach 19. i Macrobio 11 o. índice onomástico 983 Maliieu 243 289 313 359 $$* 625 629 630 632 634 638. Mahorna 827. Malapert 614 639. Maldonado 833. Malvt 14. Malón de Chaide 17 34 » Mangenot 2. Manning 23 133- Maquart 175. Marcelo del Niño Jesús 107 255- Marehetti 28 717 722 725 732 737 - Maréchal 3 19 34 *74 514 - Marécheux 740, Margarita de Cortona (Santa) 215 444. María de Jesús Crucificado 221. María de la Encarnación 23. María de los Angeles 86o. María Teresa del Corazón de Jesús 232. Marillac (Santa Luisa de) 672 701. Marín Sola 29. Marina de Escobar 583, Maritata (J.) 23 175 T78 187 514. Marmión 14 33 38 48 5° S3 57 59 171 187 207 3ti 30 319 321 409 412 415 4i9 463 464 467 468 486 48/ 489 493 717 719 720 725- Martín 588. Martin de Porres (San) 844 846. Martínez (Graciano) 17. Martínez (Luis M.) 336. Masson (Inocencio Le) 10. Masson 211. Massoulíé 13 359 475. Matilde (Santa) 8. Mauburno (o Mombaer) 13. Mauro del Niño Jesús 18. Máximo (San) 5. Maumígny 19 174 475 482 514 740. Maury 827. Mayela (San Gerardo M.) 859. Maynard 242 254. Medina (Bartolomé de) 87 103 106. Medina (Miguel de) 16. Menéndez-Reigada (Fr. Albino) prólogo y 171 172. Menéndez-Reigada (Fr, Ignacio) 15 119 122 126 127 130 158 162 172 336 338 34 T 343 347 354 369 372 385 589 678 740 751 8fti. Menessier 24. Mercier 23 26 146 159 187 484 638, Meric 746 847. Merkelbach 69 97 390. Mersch so 76. Mesard 11. Meschler 19 336. Meynaxd 15 26 243 264 266 274 444 475 514 553 740 782 795 803 804 807. Micaela del Santísimo Sacramento (Santa) 315 . Migne 2. Miguel de los Santos (San) 23 584 835 836. Mir 740. Molina (Antonio de) to. Molinos 10 15 19 508. Monasterio 17. Ménica (Santa) 231. Moneta 319- Monsabré 475. Montgeron (Garre de) 830. Morice (Magdalena) 832. Morin 14. Mura 50 76. Murillo 16 500. N agoré (A.) (véase López Ezqurrra). Napoleón 204 617. Naval 23 2í> 29 175 189 243 264 265 $52 602 608 fu9 654 670 702 706 740 805- Nebreda 23. Neubert 75. Ncwman 23. Nicolás de Fliie 838. Nicolás de Jesús María 18, Nieremberg ig 23. Nilo de Ancira 5. Noble 15 247. Nonvic 13. Nouet 19. Noury 839. Odón de Cluny 7. Olazarán 3. Olíer 21 33 69 4<>7 500 759 800. Omaechevarria 187. Orígenes 1I9. Ortega 175, Osana de Mantua (Beata) r t 814 835. Osende 15. Osuna 16 33. Ozanam 817. Pablo VI 8j 739- Pablo de la Cruz (San) 23 27Ó 345 412 705 822 849. Pablo de León 15. Pacheu 174- Palma (Luis de la) 19. Paludano 438. Paris n<; 122. Pascal 377 644- Passavanti i r. Passerini 146 149 156 159- Paula (Santa) 672 701. Paulhan 614. Paulot 23 175. Payot 247. Pazzis (Santá Magdalena de) 18 227 272 583 584 58(3 632 835. Peeters iq 187, Peinador 725. Peralta 187, Perardi 69. Petau 40 212, Peters 13 187. Petitot 15, Petrarca 827. Philip 12. Philipon 15 18 3639 44 45 46 31 176 187 289 290 305 323 33 (> 339 345 570 409 444 - Philippe JS- Pictaviense 16. Pierrot 133. Pinamonti ig. Pineda 16. Piny 15 625 629. Pío V (San) 108, Pío X (San) 189 315 490 su. Pío XI 156 188 329 330 717 724. Pío XII 76 78 81 296 326 484 488 ófi7 717 738 . Pitágoras 610. Platón 110 772. Plotino no 772. Plus 19 50 64 231 232 Ó34 Ú38 670. Policarpo (San) 5. Pomponacio 837. 984 Indice onomástico Pood 784 803. Posadas (liento) 15 Portier 3.5(>• ‘ ] > ot ila.ii 1 3 11/32 *74.183 475 S°8 574 532 S 33 534 535 539 544 552 553 572 S &4 588 592 740 . Pourrat 1 508, Prat so 14S. Prümmer Q 7 332 349 359 375 387 43 ° 448. Puente (LuLs.de la) 19 33 187 475 Ú57 6?o 706. Putigny 832. Queyrat 614, Quiroga 18, Rafael de San Juan 23. Raimundo de Capua (Beato) 592 672 701 835- Raimundo de Peñafort (San) 853 859. Ramiére 19 43 44. Ramírez 24 27 36 349 350 515. Ramón y Cajal 772. Raneé T4. Raynaldo de Pnverno 816, Regamey is 24. Reguera 19. Relailleau 39. Rivadeneyra 595. Ribet 21 175 207 209 214 215 219 224 227 328 289 3*3 475 482 490 501 S02 514 515 572 576 SS6 602 65* 654 656 659 Ó70 683 706 740 753 757 762 7Ó4 7Ó8 77 * 7/6 777 780 813 814 821 822 823 834 840 849 847 850 857 860 861. Ribot 247. Ricardo de San Víctor 9 33 5*5* Ricciotti 833. Richard 15 159. Rieti (Columba de) 583. Rigoleuc 19. Ripalda 103- Rocaberti r.s. Rodríguez (San Alfonso) 19 215 592, Rodríguez (Alonso) 19 33 657 670. Rodríguez (Tomás) 17. Rojo 232 429. Rosa de Lima (Santa) 759 809 814 841 859. Rosa de Viterbo (Santa) 859. Rosanas r. Rosroini 23. Rouet de Joiimel 2 148. Rousseau 15. RousseJot 34. Rousset 15. Roy (Le) 232. Royo Marín 50 289 359 725. Rubino 846. Ruysbroeck 13 17 33 187 5*4 5*6. Salmanticenses 87 142 m9 159 284 285 362 745 756 . Salmerón 753- Salle (San Juan Bautista de Ja) 21 500. Sarnelli 22. Saudreau 23 28 175 187 189 191 197 209 274 475 500 s *4 740 790 804. Sauras *5 50 76 719. Sauvé 21 50 54 69 313. Savárese 336. Savonarola 1 r. Scnramclli 19 33 23S 238 264 2Ós 266 274 276 289 332 349 359 375 387 4T5 4*6 43° 44* 448 463 475 5*4 602 6o8 619 670 706 708 709 7*2 713 7 T5 740 850. Sdteeben 23 40. Schcuer 3. Schopenhauer 6t6. Schrani 14 209 218 22 í 706 782 787. Schrijvers 22 24 26 29 35 36 175 187 189 289 443 552 670. Schutz 50. Sebastián Aguilar 725. Segneri 19. Scisdedos 19. Séneca r 11 461. Señen 69. Serafín (P.) 23 847. Serafín de Fermo 23. Sertillanges 165 475- Silverlo de Santa Teresa 18 500 592 788. Silvestre 458. Silvio 458. Simeón el Teólogo 7. Sinety 269. Smaragdo 7. Smedl *9 26 332 349 359 375 4* 5 43° 448 463. Sócrates no 772. Sorazu 23. Soto (Domingo de) 87 103 387 458. Spicq 7*7- Spinoza óió. Stiegele 72 r. Stolz 14 17* 187 217 490 514. Studita (San Teodoro) 7. Suárez 1941 87 103 119 157 162 183 323 4* * 475 753 755 810 833 847. Suhard 721. Sulpicio Severo 221. Surblcd 589 740 762 812 813 827 833 849 85*. Surin rg 33 2 U) 221 223. Surio 10 13. Susón (Beato Enrique) n 33 187 444 514. Swiney (Mac) 839. Taille (M. de la) rg 174 187 514. Tanqucrev 321 24 26 29 35 146 157 *75 189 204 207 209 224 228 235 254 266 273 274 289 313 319 332 336 349 359 375 377 387 409 415 430 448 460 463 468 475 500 Si° 5*4 5*5 552 573 602 608 614 619 625 Ü34 639 654 659 670 687 7°3 7°6 740 ?8r 787 824 827 850, Tarragó 19. Taulero 10 11 14 33 187 *38 269 544 51(1 554- Teodoro de San José 18. Teótimo de San Justo 175. Teresa de Jesús (Santa) 10 16 18 21 28 32 33 44 48 128 lót 1Ó9 *75 176 179 *84 186 187 189 *90 *91 192 igs *99 200 203 2°9 215 222 227 229 231 232 238 239 241 245 246 265 269 270 272 27Ó 278 280 301 311 3*5 3r6 333 335 339 342 34S 348 352 355 3O3 37° 383 386 391 394 437 444 404 466 476 481 490 494 497 498 501 502 503 508 5*o 512 5*4 5*5 5*8 S34 535 538 S4° 542 543 544 545 55° 553 555 556 S57 SSS 559 560 561 562 563 564 665 566 567 569 57° 579 581 582 583 585 586 587 588 59° 59* 592 593 594 595 396 597 617 Ó22 Ó26 631 632 643 644 646 Ó57 671 672 673 676 679 fk)r 701 702 704 765 766 773 774 776 785 787 788 789 798 815 827 841 842 844 849 859 H6u Indice onomástico «35 Teresa de Jesúf> María iS. Teresita del Niño Jesús (SanLa) 18 46 55 71 178 227 232 339 370 383 4O0 4i2 423 437 444 447 497 596 644 667 737-. Teresa Neumann 8og 812 825 S32 838 830. Terricn 39 40 69. . Tertuliano 779. Thibaut 171 409 412 419 468. Thiriot 11. Thurston 740. Thyrúe 221. Tissot 7.0 26 36 205 213 309 502 608 C12 O25 r 63r 688. Tocannier 809. r Pomas de Aquino (Santo) pmsim. Tomás de Celano 817. Tomás de Jesús 18. Tomassino 40. Tome de Jesús 17. Tongiorgi 847. Tonquedec 34 209, Toro 16. Torquemada 11. Toublan 437 438. Touzard 119 120, Trcmblay ló. Trochu 231 606 715 809. Tvonson 21 500. Truhlar 3- XJrbano 15. Urbano V 1 ÍI 849. Vaca 17 70 ]. Vacant 2 706. Yagaggini 484. Valencia 87. V&lensin 24 174. Valuy 19. ; Vallgornera 15 18 146 197 235 243 254 273 | 553 572 740 783 790 793 800. ■ Van Roey 148. Vázquez 121. Vega 103. Vermecrsch 159. Vernet r . Verónica de Juliani (Santa) 16 276. Veuillof: 717. Vicente de Paúl (San) 21 242 672 701. Vicente Ferrer (San) 11 303 309 345 672 760 802 817- Vicforino (San) 119. Vigilancio 479. Villanucva (Santo Tomás de) 17 582 383 849 859. Viller 2. Vincent 20 Vives y Tutó 16. Voltairc 199. Waffclaert 23 175 552. Weis (Alberto María) 15. Weis (Carlos) 122 616. Wenceslao (San) 822. Wenceslao del Santísimo Sacramento r8. Zacchi 228. Zimmermann 3. Zubizarreta 285 338. INDICE ALFABETICO DE MATERIAS (Las cifras remiten a loa números marginales) Abnegación de si mismo: su necesidad 262. Abstinencia: es una virtud parte subjetiva de la templanza 455. Adoración: en qué consiste 396- Afectiva (Oración): naturaleza 503; práctica 504; ventajas 505; obstáculos 506; frutos 507 - Agilidad: el hecho 843 J casos históricos 844; explicación del fenómeno 845. Alma humana: es la forma sustancial del cuerpo y sujeto de la vida sobrenatural 84. Almas víctimas: 232 5. 0 Almas del purgatorio: si puede invocárse¬ las 479 4, ft Amistad o afabilidad: en qué consiste como virtud 427 : rasgos característicos 617 2,c. Amistades santas: valor de un buen amigo 66i; diferentes clases de amistad 662; des¬ viaciones peligrosas 663. . Apostolado: concepto 6-65; grados 666; obligatoriedad 667; formas 668; relacio¬ nes con la perfección cristiana 669. Aridez o sequedad: causas y remedios 482, b). Artes: habilidad infusa para ellas 817. Ascética: se compenetra con la mística 179; en ella comienza a manifestarse Ja acción de los dones 180. Austeridades: cuando son excesivas depri¬ men el espíritu 774- Ayuno absoluto (véase Inedia). Bautismo: naturaleza 298; efectos 299; exi¬ gencias que lleva consigo 300-2; el aniver¬ sario del bautismo 303. Bienaventuranzas evangélicas: qué son y de dónde brotan 137; correspondientes al don de entendimiento 340; al don de ciencia 346; al don de temor 356; al don de sabiduría 371; al don de consejo 384; al don de piedad 410; al don de fortale¬ za 445 - Bilocación: el fenómeno y casos históricos : 846; explicación 847. Breviario: como oración litúrgica 720. Carácter (Energía de): naturaleza 615; ori- ; gen 616; rasgos del carácter ideal 6 rj; formación del;carácter 618. Carácter sacramental: qué es 296. Caridad: en ella consiste esencialmente la perfección cristiana 148 .153; carkfctd afec¬ tiva y efectiva -152; no puede encontrar lí¬ mite en esta vida 154; la caridad, en sí misma 360; cómo crece y aumenta285 12* y 361-2; objeto de la misma 363; orden 364; el amor es su acto principal 365; efectos 366; pecados opuestos 367. Carne (véase Concupiscencia ). Castidad: en qué consiste 4S6; medios para conservarla 227. Ciencia (Don de): naturaleza 343; necesi¬ dad 344; efectos 345; bienaventuranzas y frutos correspondientes 346; vicios con¬ trarios 347; medios de fomentarlo 348. Clemencia: en qué consiste 46K Comunión (véase Eucaristía). Concupiscencia: naturaleza 226; remedios contra ella 227. Confirmdción (Sacramento de la): natura¬ leza 303; efectos 306; exigencias que lleva consigo 307. Confirmación en gracia: si se da en esta vida 393- Conformidad con la voluntad de Dios: naturaleza 627; fundamento 628; excelen¬ cia y necesidad 629; modo de practicarla 630-32; frutos y ventajas 633- Conjuro: en qué consiste 401. Consejo (Don de): naturaleza 381; necesi¬ dad 382; efectos 383: bienaventuranzas y frutos correspondientes 384; vicios opues¬ tos 385; medios de fomentar este don 386. Constancia: en qué consiste 440. Contemplación infusa: naturaleza Si5; su principio elicitivo psicológico no es la esen¬ cia del alma 516; ni las potencias orgáni¬ cas 517; sino el entendimiento con in¬ fluencia de la voluntad 518; no es una grada gratis dada 519; requiere necesa¬ riamente la gracia habitual 520; y la ac¬ tual 521-22; y.el hábito de las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo 523; no procede de las virtudes o dones afec¬ tivos 524; sino de una virtud infusa en el entendimiento 525; que no es la fe sola 526; ni sólo los dones intelectivos 527; sino la fe iluminada por los dones inte¬ lectivos del Espíritu Santo 528; principal¬ mente en su grado o estado perfecto 529; siempre se realiza a base de especies in¬ teligibles 530; pero no se requieren nue¬ vas especies infusas 531.—Sus principales características psicológicas son: la presen¬ cia de Dios sentida 533; la invasión de lo sobrenatural en el alma 534; imposibili¬ dad de producirla por nosotros mismos 535i pasividad 536; conocimiento oscuro y confuso 537; plena seguridad 538; cer¬ teza moral de estar en gracia de Dios 539; experiencia inefable 540; reviste diversas formas 541; presenta fluctuaciones con¬ tinuas 542; repercute con frecuencia so¬ bre el cuerpo 543; .suele producir la liga¬ dura de las potencias 544; impulsa a la práctica de la virtud 545; proceso teoló- gico-psicológico de la contemplación 546; definición de la contemplación infusa 547; es muy deseable como gracia formalmen¬ te santiñeadora 552; disposiciones paca Ja Indice al}abéi contemplación 553; llamamiento inmedia¬ to a ella 554. Contemplación natural: si es posible 515 a). Contemplativa (Vida): es incjoi que la viet-i activa 548; y más meritoria 5491 poeck: ser impedida o ayudada por la activa 550; es anterior a la activa en dignidad, pero posterior en el orden de la generación 551. Continencia: en qué consiste 450* Corazón (Renovación o cambio del): el he¬ cho 834; casos históricos 835; explicación del fenómeno 836. Crecimiento en la vida espiritual: sólo Dios es la causa eficiente del mismo 283; se realiza por los sacramentos 284; por el mérito sobrenatural 285; y por la eficacia impetratoria de la oración 286-87; cómo se realiza 288. Cristo (véase Jesucristo). Cuerpo místico: la Iglesia, cuerpo místico de Cristo 78; Cristo, cabeza del cuerpo místico 7g; extensión de la gracia capital de Cristo 80; el cristiano, miembro del cuerpo místico 81. Deberes del propio estado: no omitirlos por el dolor 232,1.° Demonio: la tentación diabólica 21 1; psi¬ cología de la misma 212; modo de com¬ batirla 213; la obsesión diabólica ; su na¬ turaleza 214; clases 215; causas 216; con¬ ducta práctica del director 217; la pose¬ sión diabólica : existencia 218; naturaleza 219; señales 220; causas 221; remedios 222; los exorcismos 223; doctrina teoló¬ gica sobre los demonios 777; Jo que el demonio no puede hacer 778; lo que pue¬ de hacer permitiéndolo Dios 770. Desarrollo normal de la vida cristiana: cuadros esquemáticos 190-95; esquema de su aspecto negativo 196; ídem del positi¬ vo 281; leyes fundamentales de su des¬ arrollo 282-88. Deseo de la perfección: naturaleza 621; necesidad 622; cualidades Ó23; medios para; excitarlo 624; Desposorio espiritual: naturaleza 587. Desprendimiento de lo creado: su nece¬ sidad 261. Devoción: en qué consiste 394. Desvanecimiento natural: se distingue del éxtasis 589,1.° Dirección espiritual: naturaleza 671; im¬ portancia y necesidad 672; confesión y di¬ rección 674; el director: definición Ó73; cualidades técnicas 676-79; cualidades mo¬ rales 680-85; oficios y obligaciones 686- 92; el dirigido: definición 693; cualidades y deberes: a) con respecto a la dirección 695-98; bj con respecto al director 699- 701; elección de director 702; cambio de director 703; pluralidad de directores 704; la dirección epistolar 705. Discernimiento de espíritus: nociones pre¬ vias 708; el discernimiento adquirido y medios de alcanzarlo 709; los tres espíri¬ tus que mueven al alma 710; señales del espíritu de Dios 712; del espíritu diabóli¬ co 713; deí espíritu humano 714; señales de espíritu dudoso 715; el discernimiento como gracia grafi'y dada 808; casos histó¬ ricos 809; explicación del fenómeno 810. en de materias 087 Distracciones én Ja oración: causas y re¬ medios 482, a). Dolor (véase .Sir/njruV/iítjh Don: en general 117. Dones de Dios: 118. Dones del Espíritu Santo: nociones pre¬ vias 117-18; existencia 119; número 120; naturaleza 121; se distinguen específica¬ mente de las virtudes infusas 122-20; no admiten otra modalidad que la divina 130; son necesarios para la perfección de las virtudes 131; y para la misma salvación Í32; pero no para todo acto saludable 133; se relacionan mutuamente entre si 134; son más perfectos que las. virtudes mora¬ les, pero no tanto como las teologales 135; actos suyos son los frutos del Espíritu Santo y las bienaventuranzas evangélicas 136-37; permanecerán eternamente en el cielo 138; síntesis de Ja doctrina de Santo Tomás sobre los dones 139; su actuación en el estado místico 176-80, la contempla¬ ción infusa y dones 528; pueden ser fuen¬ te de ciertos fenómenos místicos 748. Duba: es una virtud 414. Edad: su influencia en Jos fenómenos mís¬ ticos 767. Embriaguez de amor: sigue a veces a la quietud mística 562; conducta del alma en este estado 563, c). Enfermedades: su influencia en los fenó¬ menos místicos 776. Entendimiento: qué es 256; aspecto nega¬ tivo de su purificación 257; aspecto posi¬ tivo 258. Entendimiento (Don de): naturaleza 337; necesidad 338; efectos 330; bienaventu¬ ranzas y frutos correspondientes 340; vi¬ cios contrarios 341; medios de fomentar¬ lo 342. Equidad o epiqueya: es una virtud 429. Esperanza: nociones 350; pecados opues¬ tos 351; el crecimiento en ella 352. Estado religioso: noción 726; finalidad 727; esencia 728; la vida común 729; los votos religiosos 730; Ja regla y constituciones 731 . Estado sacerdotal: introducción 718; la es¬ piritualidad sacerdotal: a) ofrecer 719-20; b) bendecir 721; c) presidir 722; d) pre¬ dicar 723; e) bautizar 724. Estado seglar: introducción 733 I qué se en¬ tiende por laicos o seglare.s 734; caracte¬ rísticas de la espiritualidad seglar 735; a) la santificación de su vida familiar - 736; b) de sus actividades profesionales 737J c) la «consagración del mundov 73R; d) el apostolado en su propio ambiente 739 - Estigmatización: el hecho 824; número de los estigmatizados 825; ¿ lo fue San Pa¬ blo? 826; explicación racionalista 827; ex¬ plicación católica 828; modo de producir¬ se 829; la estigmatizacíón diabólica 850. Estudiosidad: en qué consiste 470. Eucaristía: excelencia 312; su eficacia san- tificadora 314; disposiciones para comul¬ gar 315; la acción de gracias 316; la co¬ munión espiritual 317; la visita al Santí¬ simo 318. La eucaristía como sacrificio (véase Misít^, Eutrapelia: en qué consiste 472. MS8 huí ice alfabético de materias Examen de conciencia; naturaleza 6og; importancia Cío; división óu; modo de hacerlo (n Exorcismos: 225. Extasis: d fenómeno exterior 574; sus cau¬ sas posibles 575; noción del éxtasis sobre¬ natural 576; el éxtasis profetice 5771 de¬ finición del éxtasis místico 578; sus cuu- ro. María Santísima: interviene eficazmente en nuestra santificación 70; oficio de Ma¬ ría 71; la verdadera devoción a lá Virgen 72; devociones mañanas 73; la santa es¬ clavitud mañana 74; la piedad filial ma¬ ñana 75, Matrimonio espiritual (véase Unión trans¬ formativa). Matrimonio (Sacramento del): noción328; fines 329; efectos 330. Meditación: naturaleza 498; importancia y necesidad 490; método 500: materias que se han de meditar 301; tiempo 502.a); lugar 502,6); postura 502,c); duración 502,4); mal regulada, deprime el espíri- tu 773 - Memoria: la sensitiva es uno de los senti¬ dos internos 234,6); la intelectiva es una función del entendimiento 246 (cf. 255); importancia y necesidad y modo de pu¬ rificarlas 246. Mérito: es un medio para desarrollar la vida cristiana 285. Método 1 en los estudios místicos debe pre¬ valecer el método teológico sobre el des¬ criptivo y experimental 169. Misa (Santa): nociones 320; fines y efectos 321; disposiciones 322. Mística: introducción y cuestiones de mé¬ todo 1Ó9; estado actual de la cuestión 170; su constitutivo esencial según los autores benedictinos 171; dominicos 172; carmeli¬ tas í73; jesuítas 174; y autores indepen¬ dientes 175; síntesis teológica sobre su in¬ tima naturaleza 176; no es lo mismo neto místico que estado místico 177: ni mística que contemplación w/ilvl 178; la mística y la ascética se compenetran mutuamente i 79; la mística comienza en pleno estado ascético 180; relaciones de la mística con la perfección cristiana 181-82; Ja mística entra en el desarrollo normal de la gracia santificante 183; únicamente en la vida mística puede alcanzarse la perfección cris¬ tiana 184; así lo enseñan San Juan de la Cruz 185; y Santa Teresa 186; y San Fran¬ cisco de Sales 187; todos estarnos llamados a la vida mística 188. Modestia: en qué consiste 462; virtudes derivadas 464S5; modestia corporal 47*; en el ornato 473- Mortificación: practicarla voluntariamente 232,3.° (véase Purificación). Muerte: la de los santos es dulcísima 596. Mundo: qué es 208; modo de combatirlo 209. Natural: qué se entiende por ello 743,6). Naturaleza: noción de ella 743, tí). Noche del espíritu: naturaleza 275: causas 276; efectos 277; necesidad 278; duración 270; lugar que ocupa en la vida espiritual 280. Noche del sentido: naturaleza 267.: causas 2 ó 8; señales, 269; conducta práctica del alma 270; efectos 27T ; duración 272; lugar que ocupa en la vida espiritual 273. Obediencia: naturaleza 416; excelencia 417; grados 418; cualidades 419: ventajas 420; Cristo, modelo supremo 421; falsifi¬ caciones 422. Observancia (Virtud de la): en qué consiste 4 * 3 - Obsesión diabólica: naturaleza 214; clases 215; causas 216; conducta práctica del di¬ rector 217. Ofrendas y oblaciones: son actos de la vir¬ tud de la religión 398. Oído (Sentidodel): modo de purificarlo 239. Olfato (Sentido del): modo de purificarlo 240. Oración: puede aumentar la vida de la gra¬ cia por su eficacia impetratoria 286; con las debidas condiciones es siempre infali¬ ble 287: es acto de la virtud de la religión 395; naturaleza 476; conveniencia 477 ; ne¬ cesidad 478; a quién se debe orar 479; por quién 480; eficacia santificadora 481; laí$ distracciones 482,a); las sequedades y arideces 482,6); escollos que se han de evitar 483: grados principales de oración 490-9r; oración vocal 492-97; meditación 498-502; oración afectiva 503-507; oración de simplicidad 508-r2; oración de recogi¬ miento infuso 556-58;'Oración de quietud 589-63; oración de unión 564-71; oración extática 573 -90; oración de unión trans¬ formativa 591-96. Oración litúrgica: excelencia 4B6; eficacia santificadora 487; comparada con la priva¬ da 489. Oración privada: excelencia y necesidad 488; comparada con la litúrgica 489. Orden (Sacramento del): noción 325; efec¬ to 326. Ordinario y extraordinario en la vida cris¬ tiana (Lo): qué debe entenderse por ello 25 27 y 183. Paciencia: naturaleza y grados 437. Padre nuestro: exposición 497. Pasiones: noción 248; naturaleza 249; nú¬ mero 250; importancia 251; educación 252; advertencias al director 253. Pecado: en qué consiste 198; a) Pecado mor¬ tal: de ignorancia, fragilidad, indiferencia y malicia 199; horror hacia él 200; b) Peca¬ do t'rtJirtí: naturaleza 201; división 202; malicia 203; efectos 204; medios ele com¬ batirlo 205. Penitencia (Sacramento de la): valor sus¬ tantivo 308; disposiciones para recibirlo 309; efectos 310; la virtud de la penitencia y el espíritu de compunción 311. Perfección: la perfección en general 144-45; naturaleza de la perfección cristiana 147; consiste especialmente en la caridad 148; y en las demás virtudes en cuanto imperadas por la caridad 149; crece a medida que se intensifican la caridad y demás virtudes 150; consiste primariamente en el amor de Dios y secundariamente en el amor al prójimo 15 r; y más en la caridad afectiva que en la efectiva 152; es indispensable la actuación del don de sabiduría 153; no puede encontrar límite en esta vida i.sj; •J90 Indice ai ¡a hélice de materias consiste en los preceptos más que en los consejos 15,5; es obligatoria para todos los cristianos 156; pecan moitaluu-i'ile el re¬ ligioso y el sacerdote que la descuidan 1 57; y aun el simple, seglar si la desprecia 1 57; en 11 uc sentido obliga la práctica de lo más perfecto liic e¿ Títirtc 158; los grados de la perfección cristiana 1Ó0 fu; ai es posible en esta vida 162; la perfección cristiana y Ja predestinación 163; supone siempre un desarrollo eminente de la gracia 165; y la perfección de las virtudes infusas 166; y purificaciones pasivas 167; y vida mística 168; la perfección se encuentra únicamen¬ te en la vida mística 184; así lo enseña San Juan de la Cruz 185; Santa Tere.sa 186,* y San Francisco de Sales 187; el deseo de la perfección 620-24. Perfume sobrenatural: el hecho 858; casos históricos 85Q; naturaleza del perfume 860; explicación del fenómeno 861. Perseverancia: en qué consiste 439- Piedad (Don de): naturaleza 407; necesidad 408; efectos 409; bienaventuranzas y fru¬ tos derivados 410; vicios opuestos 411; medios de fomentar este don 412. Piedad (Virtud de Ja): naturaleza 404 ; peca¬ dos opuestos 405; medios de adelantar en ella 406. Plan de vida: noción 650; utilidad 651; cualidades 652; su cumplimiento 653. Posesión diabólica: existencia 218; natura¬ leza 219; señales 220; causas 221; reme¬ dios 222-23- Potencias: necesidad de purificarlas 233. Presencia de Dios: naturaleza 603; eficacia santilicadora 604; fundamento teológico 605; consecuencias óoó; modo de practi¬ carla 607. Preternatural: qué es 74(1. Prudencia: cuadro esquemático r 13; natu¬ raleza 376: importancia y necesidad 377; partes integrales, subjetivas y potenciales 378; vicios opuestos 379; medios para per¬ feccionarse en ella 380. Psicología: nociones 84. Purificación: necesidad de purificar las po¬ tencias 233; puri/icuctcm aUitxi de los senti¬ dos: nociones previas 234; sentidos exter¬ nos: necesidad de purificarlos 237; la vis¬ ta 238; el oido y la lengua 239; el olfato 240; el gusto 241; el tacto 242; sentiiio.v internos: del sentido común y facultad es¬ timativa 244; de la imaginación 245; de la memoria 246; de los pasiones 248-53; de lus potencias del alma 255; del entendi¬ miento 256-58; de la voluntad 259-62. Purificaciones pasivas: necesidad para al¬ canzar la perfección 265; noche del senti¬ do 267-73; noche del espíritu 275-80, Quietud (Oración de): naturaleza 559; efectos 560; fenómenos concomitantes 561-62; conducta práctica del alma 563, a). Recogimiento infuso: naturaleza 556; fe¬ nómenos concomitantes 557; conducta práctica del alma 558. Religión (Virtud de la): naturaleza 392; ac¬ tos 393-402; pecados opuestos 403. Religiosos (véase /TsÍiKÍ / religúw}. Resignación: aceptar con ella las cruces 232,2.® Revelaciones: noción 800; división funda¬ mental 801; ( 4 ras divisiones 802; íus verc- Ií«.ínu.?.s juínai/as: existencia 803; no en¬ tran en el depósito ele la fe 804; alcance de las mismas 805; naturaleza teológica de las revelaciones 8o6; reglas de discerni¬ miento 807. Sabiduría (Don de): naturaleza 368; nece¬ sidad 153 y 369; efectos 370; bienaventu¬ ranzas y frutos correspondientes 371; vi¬ cios opuestos 372; medios de fomentar este don 373. Sacerdotes (véase Estado sacerdotal). Sacramentos: aumentan la grada y desarro¬ llan la vida cristiana 284; noción 291; nú¬ mero 292; división 293; orden 294; gracia que confieren 295; el carácter sacramental 296; bautismo 297-303; confirmación 304- 7; penitencia 308-11; eucaristía 312-22; unción de los enfermos 323; orden sacer¬ dotal 324-26; matrimonio 327-30. Sacrificio: en qué consiste como acto de la virtud de la religión 397. Santificación del alma; fin próximo de In vida cristiana 37. Santos: se les debe invocar 479. Seglares (véase Estado seglar y Matrimonia). Sentidos externos: noción 234,aJ ; necesidad de purificarlos 237. Sentidos internos: noción 234,6,); purifica¬ ción del sentido común y de la facultad estimativa 244; de la imaginación o fan¬ tasía 245; de la memoria 246. Sequedades o arideces: causas y remedios 482.6E Sexo; su influencia en los fenómenos místi¬ cos 567. Simplicidad (Oración de): el nombre 508; naturaleza 509; práctica 510; ventajas 511; objeciones 512. Síncope (véase Desvanecimiento natural). Sobrenatural: noción de lo sobrenatural 744; división 745. Sobriedad: es una virtud parte subjetiva de la templanza 456. Sonambulismo: se distingue de la «marcha extática» 589,2.® Sudor y lágrimas de sangre: el hecho 831; casas históricos 832; explicación de estos fenómenos 833. Sueño (véase Vigilia ). Sueño de las potencias: sigue a la quietud mística 561; conducta del alma en este es¬ tado 563,6). Sufrimiento: necesidad 230; excelencia 2.5r; grados de amor a ¿1 232. Sutileza: el hecho 852; casos históricos 853; explicación del fenómeno 854. Tacto (Sentido del): modo de purificarlo 242. Temor (Don de): naturaleza 353; necesidad 354; efectos 355; bienaventuranzas y fru¬ tos correspondientes 356; vicios contrarios 357; medios de fomentarlo 358; sus rela¬ ciones con la templanza 474. Temperamento: naturaleza Ó41; clasifica¬ ción 642; el sanguíneo 643; el nervioso (144; el colérico 645; el flemático 646; con- 991 Indice alfabético de materias el usion general sobre los temperamentos ( 547 ; el temperamente ideal 648; influencia del temperamento en los fenómenos mís¬ ticos 566. Templanza: cuadro esquemático 116; natu¬ raleza 449; importancia y necesidad 450; vicios opuestos 45 t; partes integrales 453- 54; subjetivas 455-5^; y potenciales 459-73- Tentación: la que procede del demonio 21 1 ; su psicología 212; modo de combatirla 213. Teología de la perfección: nociones de ter¬ minología 25; el nombre 26; relaciones con las oteas ramas de la teología 27; su extensión o campo 28; definición 29; im¬ portancia y necesidad 30; modo de estu¬ diarla 31; método 32; fuentes 33-34; divi¬ sión 35. Toques místicost en qué consisten 568. Trabajo intelectual: cuando es absorbente deprime el espíritu 772. Trinidad (La Santísima); mora en nosotros 40; de qué manera 41; nos hace partici¬ pantes de su vida íntima 43; se constituye en objeto fruitivo de ia experiencia mística 44; modo de vivir el misterio de la divina inhabitación 45-48. Unción de los enfermos 323. LJnión(Oración de): naturaleza 564; carac¬ terísticas esenciales 565; efectos 566; fenó¬ menos concomitantes 567-7* • Unión extática (véase Extasisí, Unión transformativa: naturaleza 592; ¿hay confirmación en gracia ? 593; ¿cabe en esta vida la visión beatífica? 594; efec¬ tos 5951 todos podríamos llegar a ella 597. Veracidad: en qué consiste 425; pecados opuestos 426. Vergüenza: es una virtud parte integral de la templanza 453. Vida: la vida natural del hombre 82; la vida sobrenatural 83. Vida cristiana: idea general de su desarrollo 190-95- Vigilia constante (privación del sueño): el hecho 840; casos históricos 841; explica¬ ción del fenómeno 842. Vindicta: es una parte potencial de la justi¬ cia 424. Virginidad: en qué consiste 458. Virtudes infusas: existencia y necesidad 98 ; naturaleza 99; sus diferencias con las vir¬ tudes naturales o adquiridas ioo; propie¬ dades generales 101; división 102; a) uY- tudes teologales: existencia 103; naturale¬ za 104; número 105; orden entre ellas 106; sujeto donde residen 107; b) virtudes inó¬ rales : existencia 108; naturaleza 109; nú¬ mero jro. Las virtudes cardinales: natu¬ raleza ni; número 112. Visión beatífica: si cabe en esta vida 594. Visiones: noción 781; división 782; visiones corporales 783; imaginarios 784; intelectua¬ les: características 785; elementos 786 ; su plena certeza y origen divino 787; objeto 788; naturaleza teológica de las visiones 789; reglas de díscemimlento 790, Visita al Santísimo: 318, Vista: modo de purificarla 238. Vocal (Oración): conveniencia y necesidad 493; condiciones 494: duración 495; fór¬ mulas 496; exposición del Padrenuestro 497 . Voluntad: qué es 259; necesidad de purifi¬ carla 260. Voluntad de Dios (véase Conformidad con). Voto: en qué consiste 399. Votos religiosos: 730. ACABOSE DE IMPRIMIR ESTA SEXTA EDICION DE LA «TEOLOGIA DE LA PERFECCION CRIS¬ TIANA», DE LA BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS, EL DIA 25 DE MARZO DE 1988. FESTIVIDAD DE LA ANUNCIA¬ CION DEL SEÑOR, EN LOS TA¬ LLERES DE SELECCIONES GRAFICAS, CARRETERA DE IR UN, KM. 11,500 MADRID LA US DEO VÍRGINIQUE MATRÍ